El 1 de Mayo es el Día Internacional de los Trabajadores. En la mayoría de países se ha ganado el ser conmemorado como fecha nacional; aquí particularmente, es día feriado, una manera de “compensar” el esfuerzo constante del trabajador, como si fuera un premio. Asimismo, si buscamos “Día del Trabajo” en internet, los resultados vienen siendo… conflictivos. La imagen que se nos presenta del 1 de Mayo por parte del Estado burgués que aún nos domina y los medios tradicionales igualmente afiliados a la clase dominante es una que extirpa el carácter revolucionario detrás de este día tan importante para el proletariado internacional. Lo limita a ser un día de festejo entre los trabajadores, en lugar de recordar el histórico papel de lucha que lo inició.
El 1 de Mayo es un día donde se derramó sudor y sangre proletaria para conseguir uno de los derechos laborales más importantes de los últimos tiempos: la jornada laboral de 8 horas. Y es el día donde se conmemora a varios hombres destacados, que fallecieron luchando por conseguir este derecho tan preciado por ellos y tan necesario como revolucionario.
La jornada de 8 horas como demanda revolucionaria
La lucha por la jornada de 8 horas ya llevaba años desarrollándose en los EE.UU., pero apenas en 1884 es cuando llega a su momento cumbre, tras que la American Federation of Labor convocara a huelga general el 1 de mayo de 1886 para lograr su objetivo. Para entonces, la situación del proletariado estadounidense no podía ser otra que no fuera la más miserable explotación y la más brutal represión por parte de la patronal y el Estado burgués reaccionario, ilegalizando las acciones de huelga y persiguiendo a todo aquel que se uniera a organizaciones obreras o intentara formar un sindicato. Junto con las constantes crisis económicas de la época, propias de la naturaleza caótica del capitalismo, este panorama sombrío sólo podía desembocar en la huelga más grande de la historia de los EE.UU.
Los preparativos para la gran huelga se fueron llevando a cabo mediante las Ligas por las 8 horas, que comenzaron a ganar concesiones importantes de la patronal y fueron un gran impulso para el engrosamiento de las fuerzas sindicales en las miles de fábricas de los EE.UU. Pero los trabajadores no estarían satisfechos hasta conseguir su principal objetivo, el cual era la jornada laboral de 8 horas diarias, para entonces todavía un anhelo distante de los obreros del mundo. El conseguir la reducción de la jornada laboral (que podía llegar a ser de 10 a 15 horas al día, incluyendo fines de semana), significaba un gran paso adelante en el movimiento obrero tanto de los EE.UU. como del mundo entero, y conforme la fecha citada se acercaba, las esperanzas se multiplicaban.
Inicia la huelga general
Si bien la huelga se dio en distintas ciudades de la Federación Americana, fue Chicago el bastión principal de la misma. Liderados por la organización de los Caballeros del Trabajo de Chicago, destacando los nombres de Albert Parsons, August Spies, George Engel, Samuel Fielden, Oscar Neebe, Adolph Fischer, Michael Schwapp y Louis Lingg como algunos de sus dirigentes, es en la ciudad más famosa de Illinois donde se da inicio a la huelga, empezando con 80,000 obreros protestando en las calles, tanto blancos como negros e inmigrantes de todos los países, como también se sumaron mujeres y sus hijos igualmente explotados, haciendo brillar la solidaridad y la unidad proletaria en todo momento. Así, entre Chicago y ciudades aledañas, un aproximado de más de 350,000 obreros se habían movilizado dispuestos a hacer valer su dignidad y dejar en claro que no iban a permitir más que se les siguiera humillando de esa manera.
Las protestas continuaron todavía a los días siguientes, resistiendo los ataques de la policía que se le había ordenado el reprimir a cualquier costo a los trabajadores. Los uniformados comenzaron a disolver reuniones entre los trabajadores, clausurar sus periódicos y llegar hasta el punto del asesinato para imponerse frente a ellos. Así, es cuando llegamos al día 4 de mayo, en un acto encabezado por los activistas obreros Parsons, Spies y Fielden en la plaza de Haymarket, donde dirigían unas palabras a miles de trabajadores condenando la brutalidad con la cual se les estaba intentando someter.
La fuerza policial no tardó en hacerse presente y mandó a disolver el acto. Conforme se despejaba la zona, un explosivo pequeño detonó asesinando a uno de los oficiales que estaban en la plaza; los uniformados entonces comenzaron con la violencia, transformando el escenario de Haymarket de uno de solidaridad a uno de caos, desorden y muerte.
Tras lo sucedido, se detuvieron a los dirigentes del evento que se había dado momentos antes de la explosión, aún cuando ya habían abandonado la plaza o ni siquiera se habían presentado. Si bien nunca se pudo dar con el verdadero responsable del atentado, un tribunal formado especialmente para la ocasión acusó a los líderes obreros del mismo y entonces empezó su juicio. Todo el proceso fue una vil demostración del odio de clase por parte de la burguesía y el Estado que no podían concebir que sus subyugados estuvieran rebelándose a su poder. No se permitió participar en el tribunal a ningún representante proveniente de las filas obreras y mientras se procesaba a los dirigentes, la prensa oficial publicaba titulares provocativos y amarillistas sobre los acontecimientos sucedidos en la plaza, reforzando la falsedad que la patronal y el Estado buscaban propagar para de esa manera el desacreditar a los trabajadores en huelga. Al final, el jurado acabó sentenciando a cinco de los dirigentes a la horca y al resto a prisión por actos de subversión y de asesinato.
Parsons, Spies, Engel y Fielden fueron colgados a finales de 1887, puestos como ejemplo al resto de los trabajadores. Lingg igualmente fue condenado a muerte, pero su cuerpo fue encontrado sin vida horas antes de aplicarle la pena y la policía lo catalogó como suicidio. Los señores Schwapp, Fischer y Neebe fueron sentenciados al calabozo, los primeros a cadena perpetua y el último a 15 años. Con los cuerpos de los cuatro colgando, todo quedó en silencio.
El Legado de los Mártires de Chicago
La conmoción por los sucesos de Haymarket y la sentencia a los líderes obreros les valió el título de mártires de la clase trabajadora por sus camaradas en ese momento. En todo el mundo se presentaron actos de solidaridad hacia los difuntos líderes, escribiendo un sinfín de artículos sobre ellos e improvisando monumentos a su honor, además de los funerales contar con una vasta presencia de solidaridad obrera.
La memoria de los cruentos hechos del mayo de 1886 todavía seguía fresca para la conformación de la Segunda Internacional a mediados de 1889, donde una de las principales resoluciones decretó que el 1 de mayo sería a partir de entonces reconocido como el Día de la Solidaridad Internacional de los Trabajadores; también se impulsó todavía la lucha por la jornada laboral de 8 horas, derecho por el cual los mártires habían luchado y por eso mismo los asesinaron. Al año siguiente, en el continente europeo, se declararon huelgas en múltiples países, desde Gran Bretaña y España, pasando por Francia y Suecia para llegar a Italia, Polonia y Austria-Hungría. Los mártires fueron la inspiración de cientos de miles de trabajadores a lo largo y ancho del globo para continuar con la lucha por la nueva jornada laboral y que sea aplicada en todo rincón del planeta como lo es hoy en día, con sus claros atropellos en algunos casos todavía, consecuencia de seguir existiendo un sistema opresor como lo es el capitalismo.
El legado de los mártires de Chicago, más que decir que debemos limitarnos a luchar por concesiones mínimas para la clase trabajadora dentro del modo de producción capitalista, nos dice que la auténtica emancipación de los trabajadores no está dentro del capitalismo, sino fuera de éste. La jornada laboral de 8 horas fue revolucionaria en su momento y hoy día es parte de la cotidianeidad del proletario de todo sector, ya sea el industrial, el financiero, el campesino o el administrativo; todos están englobados dentro de la clase trabajadora y todos por igual son explotados por el gran capital todavía a pesar de tener cierto reconocimiento dentro de las leyes burguesas. Así como para el Estado burgués del siglo XIX fue muy sencillo el cometer un crimen tan atroz como la represión, el juicio arbitrario y parcial y posterior sentencia de los mártires, en nuestros tiempos es igual de fácil que el aparato estatal traicione a la clase trabajadora y cometa acciones similares si no es que peores todavía.
Los Mártires de Chicago fueron y serán todavía exponentes de los más profundos anhelos de libertad que los trabajadores sienten todavía. Estos anhelos no podrán ser calmados hasta el triunfo de la gran Revolución comunista internacional, obteniendo así la auténtica emancipación de la explotación y de la miseria.
¡Por la memoria y por el presente, hasta la victoria siempre!