Escrito por: Felipe Docoa
Publicamos a continuación una colaboración enviada por un estudiante de Economía de posgrado de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Envía tus colaboraciones a contacto@marxismo.mx.
El día 10 de junio de 2015, en la ciudad de México un automovilista inmerso en el intenso tránsito de la avenida Constituyentes era víctima de un asalto. En la escena, uno de los tres agresores recibió en la columna vertebral un impacto de bala efectuado por un agente de la Policía de Investigación del Distrito Federal. El primer diagnóstico señalaba que el agresor Jorge Eduardo Damasco García iba a quedar paralítico de por vida. El policía que detonó el arma de fuego y que lleva por nombre Ricardo López Lara fue arrestado para horas más tarde quedar libre al confirmar que “actuó en cumplimiento de su deber al defender la integridad de la víctima”.
Después de una semana en la Cruz Roja de Polanco, Jorge ingresó al Reclusorio Preventivo Oriente, para esa fecha (17 de junio) se sumaban tres personas más a denunciar los abusos que aquél había cometido tiempo atrás. Al tercer día, el convicto fue trasladado a la Torre Médica del Penal de Tepepan: su estado de salud no mejoraba. Afuera, en un acto público con presencia del procurador de justicia, el agente Ricardo fue ascendido a comandante, merced a su historial como agente de investigación así como por su distinguida participación en el asalto de avenida Constituyentes.
La historia, la vida de Jorge Damasco, terminó el 1 de julio a las 15:02 horas en la Torre Médica del Penal. En este sentido, dentro de la literatura del célebre escritor francés Víctor Hugo podemos encontrar una aguda reflexión sobre este tipo de casos. El texto entre comillas que transcribimos y parafraseamos será propio del genio. Suprimiendo las citas, nos limitamos a dar los títulos de las obras donde se puede encontrar la extensa y excelsa postura: Los Miserables y El último día de un condenado a muerte. “¿Qué es esta historia de Jorge? Es la sociedad comprando un esclavo. ¿A quién? A la miseria. Al hambre, al frío, al abandono, al aislamiento, a la desnudez. ¡Mercado doloroso! Un alma por un pedazo de pan: la miseria ofrece, la sociedad acepta.” Hijo desheredado de una sociedad madrastra “que el correccional acoge a los doce años, la cárcel a los dieciocho y el patíbulo a los cuarenta. Pobre diablo que el hambre empuja al robo, y el robo a lo demás; infortunado a quien con una escuela y un taller habría podido ser bueno, moral, útil. ¡Le imputáis como fechoría el aislamiento en que vosotros lo dejasteis! ¡De su desgracia hacéis un crimen! Nadie le ha enseñado a saber lo que hacía. Ese hombre ignora. Su culpa está en su destino, no en él. ¡Matáis a un inocente!
En contraste, en ciertos sitios de internet propios del periodismo esta es la opinión que se plasmó:
“¿Murió, o acabaron con su sufrimiento y eliminaron una amenaza a la sociedad?”
“[…] malditos rateros sí merecen un buen castigo, que les corten la mano por andar robando y poniendo en riesgo la vida de las personas inocentes y trabajadoras.
“¿Van a tratar de convertir a esta rata en un martir? (sic)”
De acuerdo con Víctor Hugo “El vulgo es un viejo Narciso que se adora a sí mismo, y que aplaude todo lo vulgar” ¿Con qué ética, valor, moral estos mercaderes de la sangre juzgan lo que es bueno o malo, lo perjudicial y lo decente, lo justo? La pregunta torna al tema poco abordado hoy en día: la conciencia de clase. Sin embargo, en esta ocasión preferimos tratar de argumentar el porqué de estos casos.
De acuerdo con investigaciones contemporáneas propias de la Economía Política Marxista y otras escuelas poco ortodoxas. Los mexicanos estamos inmersos en una economía que desde hace prácticamente 40 años ha presentado una disminución en su crecimiento económico promedio, pasando de tasas de crecimiento mayores al 5% del PIB a registros inferiores del 3%. Así, en el año de 1976 es la cumbre del crecimiento de los salarios reales así como el inicio de una tendencia constantemente decreciente del mismo. En este contexto, la clase obrera y estudiantil ha presentado golpes fuertes, silenciosos e infames: outsoursing, privatización de los bienes y servicios públicos, desaparición de sindicatos y estudiantes (SME, normalistas de Ayotzinapa), así como una reconfiguración de los planes de estudios: un nivel básico y medio superior muy apegados a la tecnificación de los estudiantes (menos horas de ciencias sociales y ciencias básicas); a nivel superior para el caso de las ciencias sociales algunas licenciaturas presentan rasgos muy conservadores, v.g., en Economía, las clases de economía heterodoxa (Economía Política marxista, principalmente) son casi inexistentes. En tal circunstancia, han surgido grupos activistas con pretensiones de cambiar o mejor dicho de reformar el sistema capitalista en harás de tener condiciones de vida más favorables: emprendedores, ambientalistas, ciclistas, feministas, policías municipales, rechazados de universidades y preparatorias públicas, movimiento LGBT, etcétera, etcétera.
En suma, se presenta una coyuntura donde la capacidad de organización combativa al estilo europeo del siglo XIX se torna poco imaginable: las luchas están poco vinculadas, y lo más preocupante aún es que la verdadera causa del problema (el sistema de producción) se comprende de manera muy parcial, así como los efectos encadenados a corto, mediano y largo plazo que conllevarían los cambios radicales al sistema vigente, tanto menos sobre el futuro lejano que le puede deparar a este sistema económico, en pocas palabras: estamos frente a un inmenso pueblo sin timón.
“Los que se oponen al capital pueden ser muy numerosos, pero sólo pueden triunfar si están unidos por la organización y dirigidos por el saber” parafraseaba el célebre sociólogo Michael Lebowitz a Karl Marx.
No se pretende quitar el mérito a los movimientos sociales previamente mencionados como posibles protagonistas de un cambio muy sustancial en un futuro previsible, sin embargo (a nuestro parecer) sucede que las clases sociales entrelazadas, los motivos, las tácticas y las finalidades presentes en éstos, exhiben ante la sociedad no-participativa y del Poder a estas rebeliones como parte de una tradición ante la inconformidad; hechos nimios y efímeros: “no hay clases porque van a cerrar la escuela / mañana no hay clases porque es día de la bandera”, “voy a llegar tarde porque hay manifestación/voy a llegar tarde porque está lloviendo”.
Así, mientras en diversos centros intelectuales se discute apasionadamente sobre: si es socialismo, capitalismo o comunismo, ¿izquierda o derecha?, ¿democracia directa o participativa?, sí desarrollo rural o integración espacial; la fría realidad nos sacude con sus manos de hielo y nos muestra que la economía global, en esencia, se está centralizando más y más (al más puro estilo económico socialista), v.g., Coca-Cola invierte en Pemex, Ford compra a Volvo; Repsol a YPF, Heineken a Cuauhtémoc-Moctezuma y Wall Mart a “n” supermercados. Luego, regresa a nuestra memoria la hipótesis de cierto economista marxista: “La disyuntiva será quién va a planificar el sistema económico en el largo-largo plazo ¿Carlos Slim/Bill Gates o el colectivo?”
Parece oportuno cavilar que sí contribuimos con alguna aportación de tinte anti-capitalista se puede propiciar una relación causal donde el estudio empuje a la lucha y la lucha a éste, ipso facto, cabría la posibilidad de contar con un vasto pueblo que piense y actúe de manera muy diferente al que hoy se presenta. De no ser así, supone que en nuestro país el pauperismo, la miseria y la violencia retendrán su vergel. Coyuntura donde historias como las de Jorge y su familia, así como de las personas perjudicadas por la ignorancia de aquél se nos presentarán hora tras hora, día con día.
Dura lex sed lex.