Y así es como, en la historia de la producción capitalista, la reglamentación de la jornada de trabajo es el fruto de la lucha por imponer a la jornada de trabajo ciertos límites; una lucha que se libra entre el capitalista colectivo, es decir, la clase de los capitalistas, y el obrero colectivo, o sea la clase obrera.[1]
Karl Marx
El movimiento por la reducción de la jornada laboral semanal es uno de los movimientos obreros más relevantes de la actualidad. Es cierto, todavía no es un movimiento muy grande, todavía no es un movimiento que llene las calles a nivel nacional, pero, aunque haya surgido de una acción legislativa bloqueada, éste es un movimiento que se ha nutrido y se ha desarrollado a partir de sectores jóvenes de la clase trabajadora que no han sido movilizados por ninguna dirección charra y no están divididos por líneas gremiales. En la historia reciente eso es prácticamente inédito y reactiva algo que los sucesivos gobiernos trataron de sepultar para siempre: la combatividad de nuestra clase.
Muchos de los jóvenes participantes en el movimiento por la semana laboral de 40 horas están buscando no solamente más tiempo libre, sino también ideas alrededor de las cuales poder organizarse para transformar la realidad en la que siempre han vivido. Esto es, dicho en otras palabras, estar viendo el proceso molecular de la conciencia revolucionaria. Es un movimiento en ciernes, que despega, y nutrir ese movimiento, participar en él, es la tarea inmediata de toda la clase obrera. ¿Por qué?
¿De dónde viene la riqueza de los patrones?
Hay algunas cuestiones, algunos mitos, que es necesario desmentir para explicar por qué, como trabajadores, debemos luchar por la reducción de la jornada laboral. Estos mitos en realidad son sólo uno que se puede expresar de diversas maneras. Diversos medios en diversas ocasiones expresan —por medio del cine, las series de televisión, los videos musicales, los mensajes eclesiásticos o los innumerables apologistas de los millonarios en redes sociales— cosas como que las grandes fortunas se han hecho con el ingenio y el trabajo duro de algunos cuantos individuos, que los millonarios merecen ganar más dinero por los “riesgos” que han corrido en su inversión, o que ellos contribuyen y son útiles a la sociedad porque son ellos los que crean trabajos.
Todo esto básicamente dice lo mismo, por medio de no decir nada. Lo que estipulan todos estos mensajes es que el capital crea capital, o lo que es lo mismo: que la riqueza crea riqueza. Además, convenientemente, siempre se olvida mencionar que para la generación de todas sus fortunas fue necesario establecer relaciones sociales de explotación. Revisemos, entonces, cómo es que se genera la riqueza.
Cuando tú, camarada lector, vas a trabajar, el patrón te paga un salario para que manipules ciertas máquinas (una máquina de coser, una prensa de metal, una computadora, un bisturí, un teléfono, etcétera) y de este modo generes un producto o servicio externo a ti mismo que será intercambiado como mercancía. En términos económicos, lo que está haciendo el empresario es comprar tu fuerza de trabajo, es decir, tu capacidad para trabajar y crear mercancías que tienen que servir para algo. El precio por el cual el capitalista compra esta fuerza de trabajo es el salario, que —técnicamente— tendría que satisfacer nuestras necesidades para la vida y equivale a cuánto cuesta seguir produciendo la fuerza de trabajo, o sea, a cuánto cuesta que el obrero coma, tenga techo, se desplace, se reproduzca, o en una palabra: cuánto cuesta que el obrero siga vivo.
Sin embargo, también hay otros factores que influyen en el salario, como por ejemplo la oferta y la demanda de mano de obra (mientras más desempleados demanden el empleo el salario ofrecido será más bajo). La lucha y organización sindical también es determinante: los sindicatos fueron creados para defender los derechos de los trabajadores y no dejar que los salarios desciendan por debajo de los aumentos de las mercancías. Otro aspecto es la cultura general de la nación, por ejemplo, en los países europeos culturalmente se acepta que un salario tiene que alcanzar para vacaciones y beber vino y cerveza de forma cotidiana; ésta no es la suerte de países como México, que con duro esfuerzo apenas logramos terminar la semana.
Ahora, retomando el tema, cuando uno como trabajador manipula esas máquinas lo que hace es crear algo nuevo, algo que antes no existía. Esa mercancía encierra trabajo vivo objetivado.
A partir de dinero heredado, de la acumulación de la explotación pasada y rescates financieros por parte del Estado, uno puede comprar una instalación, adquirir dos toneladas de acero y un robot de soldadura. Pero sin el trabajo de otros seres humanos, sin el trabajo de la clase obrera, ese robot nunca será activado, esas dos toneladas de acero nunca se convertirán en piezas, esas piezas nunca serán colocadas en su lugar y toda esa materia prima nunca se convertirá en un automóvil.
El automóvil contiene dentro de sí mismo, en tanto que producto, el valor del trabajo que produjo el acero, el trabajo que produjo el robot y el trabajo que produjo los otros componentes. Pero, además, el automóvil es más valioso que la suma de todos sus componentes porque por sí mismo costó tiempo de fabricación, tiempo en el que se usó fuerza de trabajo humano y tiempo que lo hace ser más valioso y caro que la simple suma de sus componentes. Lo que creó el valor fue el tiempo de trabajo, o, dicho en otras palabras, el trabajo es la sustancia creadora de valor, y esto aplica para cualquier mercancía, ya sea un bien o un servicio.
Este valor, que antes no existía, pero que fue creado por el trabajador con su trabajo, es valor agregado. Ahora bien, recordemos que el capitalista compra la fuerza de trabajo para explotarla durante un periodo determinado: durante una jornada laboral. En una parte de esa jornada laboral el trabajador “repondrá” lo que se desembolsó en su salario por medio de crear una cantidad de mercancías que equivalga a su salario; hay datos que dicen que en nuestro país el trabajador produce su salario en 25 minutos de la jornada laboral (se comenta más abajo), pero como dice Marx: “una cosa es lo que cuesta sostener diariamente la fuerza de trabajo, y otra lo que ella puede rendir diariamente”.[1]
En tanto que comprador de la fuerza de trabajo, el capitalista no sólo explota la fuerza de trabajo durante una jornada, sino que además expropia del trabajador toda la riqueza excedente que éste crea, o sea, se queda con todos los valores que el trabajador crea y que están más allá de su salario. A esto se le llama plusvalía. Marx nos dice que hay dos formas de extraer más plusvalía: intensificando el trabajo durante la jornada laboral (sometiendo al trabajador a ritmos de trabajo muy intenso), o plusvalía relativa, y la plusvalía absoluta, que es la que se extrae alargando la jornada laboral.
Marx nos explica que es aquí donde el empresario obtiene la ganancia: en la explotación del trabajo, es por eso que los capitalistas se esmeran en que la jornada de trabajo sea cada vez más intensa, por medio de técnicas de organización, políticas de integración y motivación, o reglamentos brutales (y le llaman ser más productivos). También el alargamiento de la jornada laboral es clave: mientras más tiempo labora un trabajador, más ganancia para el empresario. Por esto, la lucha por la reducción de la jornada laboral pega en el corazón del sistema de explotación actual (los empresarios tienen el corazón en el bolsillo).
He ahí toda la naturaleza de la relación social dentro del capital: El trabajo vivo —el acto de trabajar, el uso de la fuerza de trabajo— se materializa y se convierte en trabajo acumulado, o sea en mercancías —y por lo tanto en riqueza— y la apropiación de este trabajo acumulado por parte de los capitalistas posibilita el hecho de que los trabajadores se sigan viendo obligados a vender su fuerza de trabajo para vivir otro día.
Veamos un ejemplo para entender cómo funciona. Antes vimos un bosquejo de cómo se crean nuevos valores en la industria automotriz, ahora calcularemos la tasa de plusvalía en la fábrica de General Motors en Silao, Guanajuato. Todo capital invertido se puede descomponer en dos partes: por un lado, está el capital constante, que es la parte que se ocupa para instalaciones y máquinas, y, por otro lado, está el capital variable, que es la parte que se ocupa para pagar salarios. Dado que la parte constante del capital no se tiene que desembolsar cada que se inicia el proceso productivo, normalmente esa parte no se toma en cuenta para el cálculo de las ganancias (o de la tasa de plusvalía, como a nosotros nos interesa).
Lo único que se toma en cuenta para saber cuánto hubo de ganancia es el capital variable, o sea, el pago de salarios. En nuestro caso —GM Silao— trabajan 4,988 obreros, cuyos salarios oscilan entre los $5,000 y los $14,000 mensuales. Si suponemos que todos los trabajadores ganaran el más bajo, el capital variable equivale a 24.9 millones de pesos al mes; si suponemos que todos ganan el salario más alto, el capital variable equivale a 69.8 millones de pesos al mes; y si hacemos un promedio el capital variable equivale a 47.3 millones de pesos al mes.
Como ejemplo, en 2022 esa fábrica produjo 743 mil unidades, lo que significa 61,917 unidades fabricadas al mes. Cada una de estas cuesta en promedio $850,000; por lo que, expresado en pesos, esa fábrica produjo cada mes el equivalente a $52,629.4 millones. Si dividimos esa enorme cantidad de riqueza entre el capital variable más bajo, tenemos que la tasa de plusvalía es de 2105%, si tomamos el capital variable más alto tenemos que la tasa de plusvalía equivale a 751.8%, y si tomamos el capital variable promedio tenemos que la tasa de plusvalía equivale a 1112.6%. Todo esto significa que, dependiendo de las condiciones, cada obrero de GM Silao producía entre 7 y 21 veces su salario. Ésta es la situación en la que viven prácticamente todos los trabajadores. Éste es sólo un ejemplo un poco burdo, para hacer un cálculo más exacto se deberían de sumar los costes de producción, es decir, las materias primas, consumo de energía y otros gastos que están relacionados en la producción del producto. En todo caso, el monto de la ganancia o plusvalía —el trabajo no pagado a los obreros— resulta increíble.
En toda sociedad dividida en clases existen intereses contradictorios, en toda sociedad dividida en clases existe una lucha de clases y, en términos puramente económicos, la lucha de clases es esencialmente la lucha por la plusvalía. A los capitalistas les interesa mantener la tasa de plusvalía —eso que calculamos arriba— lo más alta posible, porque significa más riqueza de la que se pueden apropiar. Hay varias maneras en las que ellos pueden intentar mantener alta la tasa de plusvalía, pero la principal y más efectiva es aumentar la tasa de explotación, es decir, alargar la jornada laboral y aumentar la intensidad de los ritmos de trabajo.
Por tasa de explotación entendemos qué proporción de tiempo de la jornada laboral pertenece al plustrabajo, es decir, esa parte de la jornada donde el obrero empieza a producir más allá de su salario. Según un reportaje de la revista Proceso, un obrero mexicano produce su salario, en promedio, en 25 minutos. Si tomamos en cuenta que la jornada diurna máxima es de 8 horas al día, los obreros de este país se la pasan 455 minutos de su tiempo generando riqueza que va a parar a manos de sus patrones. Entonces, ¿de dónde viene la riqueza de los patrones? ¡De la superexplotación de la fuerza de trabajo!
He ahí todo el meollo del asunto, todo el misterio de por qué la Coparmex y el CCE, y toda la burguesía mexicana, se oponen furibundamente a la reducción de la jornada laboral, ya que esta reducción de la jornada sin reducción salarial es un golpe a la proporción de plusvalía de la que ellos se apropian: un poquito más de plusvalía que va a parar a manos del obrero. Para los capitalistas es una idea intolerable, pero para nosotros trabajadores significa la posibilidad de no vivir únicamente para trabajar. Ese es el fundamento básico para entender por qué tenemos que luchar por una jornada laboral más corta. Tenemos que ver ahora un panorama más amplio.
Algunos empresarios han dicho que están dispuestos a reducir la jornada laboral siempre y cuando el gobierno les otorgue incentivos para hacerlo. A lo que se refieren es a que se les exima de impuestos, o que tengan que pagar menos por cada trabajador al Seguro Social. De lo que hablan es que, al final de cuentas, el gobierno cubra esta falta de ganancia, para que ellos no pierdan. Cualquier excepción en el pago de impuestos o reducción en su cuota patronal al Seguro Social implica que ese gasto lo estemos pagando nosotros los trabajadores por otros medios, porque, si los empresarios no pagan impuestos, habrá más presión para que nosotros los trabajadores sí los paguemos.
Acerca de las tasas de explotación y plusvalía en nuestro país
Más arriba ya mencionamos que un obrero mexicano produce, en promedio, la riqueza equivalente a su salario en media hora. Al respecto tenemos que decir que ese estudio y esas cifras se calcularon teniendo como muestra a trabajadores del sector secundario, es decir, de la industria. Los trabajadores de este tipo equivalen a un tercio de la población empleada de manera formal.
Sin embargo, la situación no es muy diferente en el caso del sector terciario (comercio, transporte, educación, sanidad, banca y finanzas, comunicaciones, cuidados y todo lo que tenga que ver con servicios), que ocupa a dos de cada tres trabajadores empleados formalmente. Por poner un ejemplo, un trabajador de call center —una de las salidas laborales más comunes para la juventud— gana entre $4,800 y $15,000 mensuales. No es un abanico salarial muy diferente, son muy pocos los trabajadores que se acercan a las cifras más altas y no requieren contratar a tantas personas como en una fábrica (es decir, tienen un capital variable más pequeño).
En ningún lugar donde imperen las relaciones sociales de producción capitalistas se puede decir realmente que exista una situación “justa”, sin embargo, hay de casos a casos. Resulta ser que México es uno de los únicos 4 países del continente americano —junto con Guatemala, El Salvador y Colombia— que tienen una jornada laboral que llega a las 48 horas semanales. En países como Ecuador y Chile la jornada semanal de 40 horas ya es una realidad. ¡En Francia la jornada laboral semanal es de 35 horas! Lo mismo ocurre en Suiza, y entre los países miembros de la OCDE que cuentan con una jornada laboral de 40 horas, la tendencia es hacia la reducción a 37 horas.
Ya establecimos que los capitalistas de México se rehúsan a reducir la jornada laboral semanal porque eso implica una menor proporción de la plusvalía de la que ellos pueden disponer. ¿A cuánto asciende esa proporción? De acuerdo con la Comisión Económica de América Latina y el Caribe, dos terceras partes (66%) de la riqueza total que se produce en este país está concentrada en apenas el 10% de la población. Y si vemos con atención a este 10% más rico del país, veremos que la porción más pequeña, o sea el 1% más rico de México, ¡controla más de dos quintas partes (40%)![2]
Hay, además, otro dato que no hemos mencionado. Es cierto, esta extensión de la jornada laboral y la intensidad de la explotación durante la jornada es lo que permite a los capitalistas llegar a esta magnitud de control de la plusvalía, pero como dice Marx: “El capitalista afirma su derecho como comprador (de la mercancía fuerza de trabajo) a alargar la jornada de trabajo todo lo posible, hasta convertir, si pudiera, una jornada de trabajo en dos”.[3] Con esto Marx se refiere a que el capitalista entiende que, como él compró la fuerza de trabajo, puede hacer con ella lo que le venga en gana, alargándola como quiera. Pues bien, resulta ser que en México más de un cuarto de los trabajadores formales, 27% para ser exactos, tiene jornadas laborales semanales más largas que 48 horas.[4] La burguesía mexicana es verdaderamente ilustrativa sobre cómo es que ellos creen que pueden utilizar nuestras vidas como les plazca. ¡Tenemos que luchar para que les quede claro que no es así!
El lastimoso papel que han jugado las direcciones sindicales
El ambiente sindical mexicano se caracteriza bastante por la fragmentación, la atomización extrema y la preponderancia del charrismo o del sindicalismo de protección patronal. Sin embargo, y a pesar de todo esa fragmentación, podemos ubicar dos polos principales, que son los brazos sindicales de los gobiernos de la 4T: Napoleón Gómez Urrutia y Pedro Haces.
El primero fomentó y participó en la fundación de la Asociación General de las y los Trabajadores (AGT), el pasado 29 de agosto. En su ambiguo discurso mencionó que pretenden impulsar reformas significativas, como la reducción de la jornada laboral. ¿Cómo? No tenemos idea, Napito no lo dejó claro, y no estamos seguros de que en la AGT tengan efectivamente una idea de cómo impulsar la reforma. El método predilecto para estos dirigentes es el de dialogar con la patronal y el gobierno para llegar a “acuerdos”.
Después de todo, su formación no tuvo ninguna asamblea, ninguna discusión entre las bases, y fue de hecho un acuerdo cupular entre las dirigencias sindicales de varias centrales que, francamente, tienen cara de cadáver (como la CROM, la CROC, y la COCEM). Por el contexto histórico del sindicalismo mexicano y por los miembros fundadores de la AGT, el acuerdo cupular entre dirigencias sindicales nos indica tres cosas: que dicha asociación no servirá para resolver el problema de la atomización sindical, que no habrá rompimiento con las viejas prácticas de control sobre el movimiento obrero y servilismo al gobierno (lo que significa que no serán un factor para impulsar la reforma), y es muy probable que el acuerdo de fundación sea tan sólo para escapar de la irrelevancia. ¿A qué nos referimos con eso?
El gran ausente en la fiesta de fundación de la central obrera AGT fue nada más y nada menos que el otro brazo sindical de la 4T: Pedro Haces. Si no lo conoces, no te preocupes, es un personaje bastante sombrío que prefiere no ser tan visto y que en el mundo del sindicalismo es algo así como un “nuevo rico”. Él fundó la Confederación Autónoma de Trabajadores y Empleados de México (CATEM), en 2009, como una escisión de la CTM y ha sido su dirigente desde entonces. A su central fueron asignados los contratos colectivos de algunas de las obras más importantes del sexenio pasado (como el Tren Maya), la CATEM fue también la primera central que respaldó públicamente a Claudia Sheinbaum para que fuera presidenta y su recompensa será ser Coordinador de Operación Política de Morena (es decir, a él le tocará repartir las comisiones de la Cámara de Diputados). Es la mano derecha de uno de los mafiosos de derecha de Morena: Ricardo Monreal.
Así mismo, Haces es propietario de Seglim S.A. de C.V., una empresa tercerizadora de limpieza y vigilancia que ha ganado varios millones de pesos en contratos adjudicados directamente (y a sobreprecio), y por medio de tener a sus trabajadores laborando en jornadas semanales de 48 horas, remunerados con salarios no muy superiores a lo mínimo establecido por la ley, y representados en un sindicato que él mismo dirige. A pesar de sus casos de corrupción, Haces es uno de los sindicalistas favoritos de los gobiernos de la 4T, porque decidió afiliar a su central al partido, dotando a Morena de una base de obreros de forma corporativa importante, al viejo estilo priista. No siendo casualidad, es un férreo opositor a la reducción de la jornada laboral.
Entre la actitud de esquirol de Haces y la actitud ambigua de Gómez Urrutia, nos puede quedar claro que la lucha por la reducción de la jornada laboral, el impulso, el llamado y el esfuerzo organizativo para luchar, no vendrán de las dirigencias de los principales sindicatos. No ha venido de ese lado hasta ahora y no vendrá. Los dirigentes sindicales han estado dejando a las bases obreras de lado y lo seguirán haciendo. ¡Por eso debemos luchar! Nadie vendrá a ser nuestro salvador, todo lo que logremos o no logremos será porque nosotros, los trabajadores, lo conquistamos con nuestra propia lucha.
Los gobiernos de Morena: Entre lo esquirol y el oportunismo
Entendamos dos cosas: En primer lugar, Morena nació como un partido movimiento, condición que le dio una ventaja enorme y una desventaja tal vez más grande. La ventaja es que le permitió crecer estrepitosamente a partir de aglutinar a todos los elementos de la sociedad contrarios al neoliberalismo y a años de régimen PRI-PAN. La desventaja es que, al ser un movimiento tan amplio, careció desde el principio de una plataforma ideológica y programática bien definida. En su afán de aglutinar a cuanta gente pudieran, mantuvieron siempre la línea de la “unidad nacional” y esto se tradujo en un proceso de infiltración al partido de todo tipo de oportunistas: gente de derecha y abiertamente reaccionarios, los cuales ahora son dirigentes del partido.
La ideología y el programa de Morena es de corte reformista burgués, es decir que quieren, por medio de la utilización del aparato estatal, hacer del capitalismo nacional, un sistema incluyente, explotador, pero con límites, y benefactor, ayudando a “disminuir la pobreza” a partir de los programas sociales. Morena en el gobierno se ha esforzado por convertir al Estado en un regulador del conflicto de clases, dando concesiones, negociando con los empresarios y tratando de situarse al margen del conflicto de clases.
En segundo lugar, y de la mano con lo anterior, tenemos que entender que la conciliación de las clases sociales es precisamente para lo que el Estado no sirve. El Estado, como dice Engels, es un producto social; es el resultado del desarrollo, en una sociedad determinada, de intereses antagónicos y contradictorios imposibles de conciliar, es decir, los intereses de unos de seguir explotando y los intereses de otros de dejar de ser explotados. Entonces, “el Estado es la fuerza pública que surge cuando la sociedad se vuelve económicamente compleja y cuando se vuelve necesario tener medios violentos para la protección del orden social existente, el orden de los explotadores”.[5] ¿Cómo se ve reflejado esto en un gobierno que se proclama de izquierda?
No hubo una respuesta unificada por parte del gobierno a las distintas formas de expresión del movimiento obrero; se valió de varias técnicas y algunas de ellas, de hecho, las recicló del viejo presidencialismo. Por ejemplo, cuando inició el sexenio anterior, Andrés Manuel López Obrador anunció que entraría en vigor un aumento salarial que sí era inaudito y muy significativo para muchos trabajadores. Hubo resistencia patronal, también hubo retrasos e incluso negativas en la aplicación del aumento y, como es lógico, hubo varias huelgas por eso. Para ser precisos, en 2019 estallaron 76 huelgas (la gran mayoría fue en Tamaulipas, seguido de Jalisco y la Ciudad de México), la mayor cantidad que se había registrado en una década.[6]
En este caso, la reacción del gobierno fue llamar al fin de las huelgas (de las cuales la Secretaría de Trabajo y Previsión Social sólo reconoció oficialmente 9), el reinicio de la producción, y a cambio prometió una reforma laboral. Ésta fue la reforma de 2019, que introdujo la votación en el centro de trabajo para validar o rechazar los contratos colectivos de trabajo, y eso significó un golpe importante para el sindicalismo de protección patronal: se anularon el 85% de los contratos colectivos por ser contratos suscritos por sindicatos fantasma y votados por nadie, y se introdujo el Mecanismo Laboral de Respuesta Rápida.
Pero, en su contenido, la reforma Laboral de 2019 también incluyó varios apartados que sirven como justificación legal para el reciclaje de antiguas prácticas laborales. Por principio de cuentas, se crea la figura de la Constancia de Representatividad y Registro, que básicamente es lo mismo que la vieja toma de nota, es decir, el gobierno decidiendo quién sí puede negociar colectivamente y quién no. Al respecto, otra cuestión fundamental es que en la reforma de 2019 se dejó intacta la facultad de la Secretaría de Trabajo —que depende directamente del Poder Ejecutivo— para determinar si una huelga es legal, ilegal, o inexistente. O sea que los trabajadores todavía no pueden emplazar o hacer estallar una huelga sin que el gobierno les de permiso.
Otro ejemplo es la creación del Centro Federal de Conciliación y Registro, que viene a reemplazar a la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje. En el papel, el nuevo Centro se trata de un organismo descentralizado creado para que la justicia laboral ya no dependa —tanto— del beneplácito del presidente de la República. Sin embargo, todo el personal del Centro lo pone la Secretaría del Trabajo, por lo que no se acaba del todo la injerencia del Poder Ejecutivo en la impartición de justicia laboral. Para no ir muy lejos, fue la propia titular de Secretaría del Trabajo en ese entonces, Luisa María Alcalde, la que presentó a los posibles nuevos secretarios generales del sindicato petrolero en el Palacio Nacional, cual maestra de ceremonias en carnaval.
Tanto esto como lo anterior se conjugan también en una práctica que para AMLO fue una constante, y que fue una de las características clásicas del charrismo desde los 40s hasta los 70s: los aumentos por decreto. Para nosotros, como trabajadores del siglo XXI, es un poco extraño, pero durante ese periodo de tiempo, que fue la época dorada del charrismo, era el presidente de la República quien solía anunciar los aumentos salariales para mantener el funcionamiento del sindicato charro: el dirigente sindical recibe su cargo gracias al presidente; el dirigente conservaba la paz laboral y entregaba a los trabajadores a la explotación y, a cambio, el presidente otorgaba algunas concesiones. Esto jugó un papel sumamente pernicioso: acostumbró a las bases de los sindicatos a no movilizarse (salvo algunas heroicas excepciones, como en 1976); no movilizarse porque el presidente salvaría el día.
Incluso en las cosas positivas de la reforma el diablo estaba en los detalles. Por ejemplo, el previamente mencionado Mecanismo Laboral de Respuesta Rápida sirve para que en un tribunal se atiendan rápidamente casos en que los derechos laborales han sido vulnerados, y así la justicia laboral pasaría de ser administrada en varios años a ser administrada en 45 días hábiles. El mecanismo sólo se activa en caso de que un trabajador lo solicite y un tribunal determine que, efectivamente, hubo una violación de derechos laborales. El detalle es que el mecanismo sólo se ha activado en caso de que la solicitud provenga de alguna industria que el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá —el famoso T-MEC— considere “estratégica”.
Nos extendemos mucho en esta parte porque esta única reforma fue prácticamente toda la política laboral de AMLO. Su gran apuesta en materia macroeconómica fue la pronta aprobación del T-MEC y la llegada de grandes cantidades de inversión extranjera. Y para que esta apuesta saliera bien fue que se procuró que no estallaran huelgas, y si estallaban, entonces que fueran la menor cantidad posible. Además de las 9 que oficialmente se registraron en 2019, en el resto del sexenio, la cantidad de huelgas totales registradas oficialmente no llega ni a 30.[7]
Hay otros casos en los que el movimiento obrero se encontró no con una promesa de reforma, sino con la represión abierta por parte del Estado, sobre todo en el orden local. El caso más reciente que podemos mencionar ocurrió apenas hace unos meses, el 20 de junio de 2024: Un grupo de campesinos veracruzanos y poblanos decidieron hacer un plantón en protesta contra el acaparamiento y contaminación del agua llevado a cabo por Granjas Carroll, Iberdrola, Audi y otras empresas. La respuesta que encontraron fue la represión —que incluyó la activación de armas de fuego— por parte de la policía estatal veracruzana, terminando en la muerte de por lo menos dos campesinos. ¿Por qué se tenían que manifestar por el agua, por principio de cuentas? Porque CONAGUA se negó a actualizar y reconocer la concesión del agua que se había hecho a los ejidatarios.[8] A pesar de toda su fachada parlamentaria y “democrática”, “Todo Estado es una ‘fuerza especial para la represión’ de la clase oprimida”.[9]
Y así, finalmente, el tema de la reducción de la jornada laboral llegó a la orden del día. La jornada laboral semanal de 40 horas no formó parte de la reforma laboral de 2019, ni de ningún debate legislativo hasta finales de 2023 (aunque sí estuvo un tiempo en la congeladora), cuando se tocó el tema en la Cámara de Diputados por propuesta de Susana Prieto, quien antes había participado como abogada en una de las huelgas de Tamaulipas, en 2019.
La respuesta de sus propios compañeros de partido, en Morena, fue retrasar la discusión lo más posible, y cuando ya no fue posible retrasar la discusión, se estableció que se debía discutir en un Parlamento Abierto. Esto básicamente significa preguntarle a los capitalistas qué opinan sobre que se reduzca la jornada laboral. Disculpen, señores empresarios, ¿Están de acuerdo con que se reduzca su capacidad de apropiación de la plusvalía? Evidentemente no.
En octubre del año pasado se le hizo una entrevista al por entonces presidente de la COPARMEX, José Medina Mora Icaza. Según sus palabras, no es momento para introducir una reducción de la jornada laboral (nunca lo es para ellos), porque habían perdido mucho dinero por los aumentos salariales y los aumentos vacacionales. De acuerdo con este representante de los capitalistas mexicanos, antes de reducir la jornada tenían que ver una recuperación de estas ganancias “perdidas” por medio de aumentar la “productividad”. Lo más cínico de esa entrevista fue cuando dijo que reducir la jornada laboral produciría la apertura de 1.6 millones de vacantes “que no pueden llenar”, lo que los llevaría a “horas extras que tendrían que pagar”.
Es cínico en varios niveles. Según el INEGI, la mitad de todas las personas que conforman la población económicamente activa de este país no tienen un empleo formal, y asciende a un tercio la cantidad de recién egresados universitarios que no encontramos empleo. Somos mucho más de 1.6 millones de personas que podríamos llenar esas vacantes. Dicen que por no poder llenar vacantes tendrían que pagar horas extras, ¡pero México es uno de los países con peor remuneración de las horas extras!
Las opiniones de esta gente son las que los diputados de Morena se quisieron detener a escuchar, y esas fueron las opiniones a las que les hicieron caso. La reducción de las 40 horas no formó parte de las reformas contempladas dentro del Plan C de cara a las elecciones legislativas de 2024, y no figuró entre las prioridades de la presidenta electa cuando presentó su plan de gobierno. Finalmente, en su toma de posesión, tocó el punto como su compromiso número 60: se comprometió a reducir la jornada “de manera gradual y en acuerdo con los empleadores”. Es decir, apelando a las mismas personas que se enriquecen haciendo larga la jornada. Esto es un insulto a la inteligencia colectiva de toda la clase trabajadora.
A pesar del compromiso hecho en un discurso, la orientación conciliacionista entre las clases de Claudia Sheinbaum —y de los reformistas en general— la está llevando a querer servir a dos amos, algo que no se puede hacer. Otras cosas que también prometió fueron disciplina financiera y salvaguarda de las inversiones extranjeras. Esto significa que no tenemos ninguna garantía de que efectivamente tendremos un día más de descanso por parte de este nuevo gobierno. Por décadas se nos acostumbró a esperar el aumento por decreto, a no movilizarnos: a no luchar. Ahora, esa es nuestra única garantía. ¡Debemos luchar por la reducción de la jornada laboral, porque si no lo hacemos Morena seguirá inclinándose por la burguesía!
Desarrollo de la lucha y la necesidad de un encuentro nacional
Lo que inició como la plataforma de una exlegisladora se ha convertido en el punto de encuentro para la movilización de un sector de trabajadores jóvenes en todo el país. La primera marcha nacional se llevó a cabo el día 1 de septiembre y, desde entonces, el Frente Nacional por las 40 Horas se ha reunido constantemente para coordinar los esfuerzos organizativos del movimiento, cuya próxima movilización nacional es el 28 de noviembre.
Nosotros, trabajadores miembros de la Organización Comunista Revolucionaria, hacemos un llamado a todos los trabajadores dispuestos a luchar por la reducción de la jornada laboral a contactar e involucrarse con el Frente por las 40 horas de su Estado y a unirse a la movilización del 28 de noviembre. Pero, por sí solas, estas actividades regionales y marchas en cada Estado no podrán tener mucho impacto si permanecen como eso: actividades de cada Estado.
¡Necesitamos un encuentro nacional! Lo necesitamos para dimensionar nuestras propias fuerzas como clase trabajadora, para dotar al movimiento de una envergadura de verdaderamente todo el país y para impulsar el movimiento a nuevos sectores, a nuevos elementos que por tal o cual motivo no han podido unirse. El encuentro, por principio de cuenta, podría brindar una coherencia política e ideológica al movimiento, y con ello ir con un plan claro a sumar a más sectores a la lucha.
Este encuentro de trabajadores de todo el país inevitablemente funcionará como un congreso para la vanguardia, aún pequeña, de la clase obrera, y por lo mismo tiene que ser la ocasión donde se formule un programa nacional de demandas y de acción. Esta es la clave del éxito, con esto lograremos ofrecer a todos nuestros compañeros de clase un objetivo hacia dónde marchar, y será la mejor y más infalible garantía contra una desbandada.
Y lo más importante, este evento será donde la clase trabajadora, libre de líneas corporativas y gremiales, se comprobará a sí misma que, efectivamente, es capaz de discutir sobre política sin la necesidad de intermediarios, patrones o charros sindicales; un importante primer paso para la formación de los futuros consejos obreros que podrán transformar la vida de los sindicatos y del país.
¿Qué tenemos que decir los comunistas?
Nosotros los comunistas decimos que tú, camarada lector, en tanto que trabajador, no debes vivir tu vida únicamente para producir riqueza que tu patrón acumulará; no debes vivir la mitad de tus días fuera de casa en el transporte público y en la oficina o fábrica. Nosotros los comunistas decimos que tu vida es mucho más valiosa que las mercancías que produces. Nosotros los comunistas decimos que deberías tener tiempo para poder conocer a tu familia, realizar alguna actividad lúdica, continuar tu formación académica, e involucrarte en la vida política de tu comunidad.
¡Tienes derecho a tener tiempo libre! Las jornadas laborales se extienden durante mucho tiempo más que las 8 horas que se supone que duran. Al trabajo también se le dedican las horas de transporte y las horas extras. Al trabajo se le dedica más de la mitad del día, y la otra mitad se tiene que usar en reponer la fuerza de trabajo. Nosotros decimos que tú deberías ser dueño de una parte más grande de tu tiempo para poder vivir más allá del trabajo y poder hacer las cosas que tú decides hacer, no para las que se supone te pagan por hacer.
¡Tienes derecho a acceder a la cultura y al deporte! Entre los patrones —y la gente que piensa igual que los patrones— está muy extendida la idea de que los trabajadores somos naturalmente ignorantes, que no nos interesa la cultura, que no nos gusta leer, que somos tan descuidados de nosotros mismos que no nos interesa nuestra salud física o mental; en una palabra: piensan que no nos importa nada. Lo que estas damas y caballeros no se suelen preguntar es: ¿Qué tiempo podemos usar para sentarnos a leer un libro si todo el tiempo estamos pensando en lo que tengo que hacer en el trabajo, trabajando, o queriendo llegar a descansar después de trabajar?
¿Cómo se supone que voy a cuidar mi salud física o hacer deporte si tengo que trabajar incluso los fines de semana? ¿Cómo voy a poder ir al museo, o al parque, o al teatro, o al cine, si por no ir a trabajar un día me pueden correr? La idea de nuestra “ignorancia natural” no es más que un prejuicio difamador que se utiliza para ocultar: 1) el secreto de cómo explotan nuestra fuerza de trabajo y 2) que ellos, como patrones, también se hacen ricos especulando con la cultura y privatizando los espacios deportivos. Es un prejuicio que se deshace en cada ocasión que los trabajadores hacen estallar la huelga, un momento en el que inicia una desesperada búsqueda de cultura e ideas.
¡Tienes derecho a pensar! Hablando de la supuesta “ignorancia natural”, muchas veces se alega que los trabajadores estamos muy predispuestos a utilizar nuestro tiempo únicamente en ver televisión, o las últimas tendencias de redes sociales. Hay un detalle que convenientemente nunca se menciona: si un trabajador consume televisión basura, es porque eso es lo único que los patrones dueños de las televisoras producen y ponen al alcance de todos. Si un trabajador consume redes sociales que no aportan nada útil a su vida (y que de hecho obstaculizan su propio desarrollo), es porque eso es con lo que los patrones dueños de las plataformas digitales diseñan sus algoritmos, y los diseñan así precisamente para mantener al trabajador lo más alejados posible de la realidad.
Nosotros los comunistas decimos que tienes derecho a tener más tiempo libre para que el tiempo que no estás trabajando puedas ocuparlo precisamente para salir del estrecho margen que le imponen a la necesidad de esparcimiento e información y puedas aprender más, adquirir nuevas habilidades y entender de mejor manera tu realidad y la del mundo en el que vives.
¡Tienes derecho a hacer política! Quien entiende su realidad frecuentemente quiere cambiarla. La política frecuentemente se pinta como la actividad que realizan unos cuantos licenciados, una actividad en la que los ciudadanos de a pie no tienen cabida más que para hacer algún comentario, a menos de que quieran quedar como los “revoltosos” que andan haciendo su desorden en la avenida principal. Se hace y se alimenta este retrato de la política porque los patrones, en términos generales, no quieren —y de hecho les horroriza la idea— que un obrero participe o siquiera se entere de política.
Y esto tiene una explicación muy sencilla: Si la clase obrera hace política, no lo hará para impulsar los intereses de sus patrones (no generalmente, por lo menos). Manejando la política, los patrones quieren a gente servil, gente que los recibirá en Palacio Nacional para negociar y que les garantice que sus negocios estarán seguros (lo cual incluye la garantía de no reducir sin su permiso la jornada laboral).
Nosotros los comunistas no sólo decimos que debes estar enterado de política, sino que tienes derecho a tener más tiempo libre precisamente para participar en ella, organizando a tus compañeros de trabajo y a tus vecinos para luchar por nuestras condiciones de vida. Sí, eso implica “andar de revoltoso”, pero ningún derecho se conquistó nunca de alguna otra manera. Una democracia verdadera implica que los trabajadores tengamos tiempo libre para implicarnos en los problemas que nos atañen.
Decía Marx que la clase obrera sin organización es materia prima de explotación. Es precisamente por eso que a los patrones, a la burguesía, les interesa demasiado impedir que tú, clase trabajadora, ejerzas estos derechos. No se trata para ellos solamente de explotar la fuerza de trabajo hasta que ya no se pueda más, para extraerle hasta la última gota posible de riqueza. Se trata también de conservar su capacidad para explotar, su capacidad para seguir siendo la clase dominante de la sociedad; su capacidad para seguir tratándote como un apéndice de las máquinas. Para ellos se trata de seguir lucrando con el arte, que le debería de pertenecer a toda la humanidad, y de que sigamos lejos de la escena política: para que nuestras demandas no sean las que se discuten.
Nosotros los comunistas nos oponemos rotundamente a que continúe la situación de explotación de nuestra clase y no sólo llamamos a todos los trabajadores conscientes a participar en los encuentros y en las movilizaciones, sino que además presentamos, como Organización Comunista Revolucionaria, propuestas para un programa, y te invitamos a que te sumes a nuestra organización no sólo para luchar por las 40 horas laborales, sino para luchar contra el régimen capitalista en su general y llevar adelante una sociedad socialista.
Exigimos, en primer lugar, la reducción inmediata de la jornada laboral semanal diurna de 48 a 40 horas y su próxima reducción a 35 horas (porque sí, incluso eso es posible), sin reducción salarial y con la correspondiente reducción en las jornadas mixtas, nocturnas y de tiempo parcial.
Exigimos también el fin de la injerencia estatal en los sindicatos: no necesitamos toma de nota, porque los trabajadores decidiremos democráticamente quién debe representarnos y nos desharemos nosotros mismos de los charros. Todos los sindicatos deben estar controlados por las bases obreras que los conforman.
Exigimos una escala móvil salarial en la que los aumentos salariales estén vinculados a los costos reales de vida. Los sindicatos democráticamente controlados, cooperativas y asociaciones obreras debemos ser quienes determinemos el salario mínimo y el coste de la canasta básica.
Exigimos que los derechos sindicales se apliquen también a todos los trabajadores eventuales y temporales. La base laboral debe obtenerse a los 15 días laborados. Los trabajadores eventuales y desempleados también deben tener seguridad social y derecho a sindicalizarse.
Exigimos que se le ponga fin a las horas extras y a la rotación de turnos, ¡no podremos disponer de nuestro nuevo tiempo libre si aun así nos pueden cambiar el turno a voluntad! Exigimos el establecimiento de 30 días de vacaciones pagadas, dos aguinaldos al año y salario completo en caso de enfermedad, accidente o vacaciones.
Para ponerle fin al desempleo, y habiendo ya establecido que no es cierto que no se puedan llenar todas las vacantes, exigimos el reparto del trabajo existente entre todas las manos existentes, dando trabajo a los trabajadores desempleados, sin reducción salarial. No queremos ni un despido más por la salvaguarda de las ganancias privadas.
Pensamos que la única forma de terminar con la explotación salarial debe ser con la expropiación de todos los bienes de la gran burguesía —grandes empresas, bancos, grandes centros comerciales, fondos de inversiones, etc.— para que esa riqueza que producimos sea empleada, por un gobierno de los trabajadores, para terminar con la pobreza, la miseria, dotar al país de infraestructura y sacar de la marginalidad los barrios obreros.
Esta lucha por la reducción de la jornada laboral semanal no es solamente para que el patrón no se quede con una parte tan grande de la riqueza que nosotros producimos. Se trata de disminuir su capacidad para explotar a nuestra clase, se trata de alcanzar niveles de vida que nos permitan salir de la constante necesidad y del pauperismo total. En todo esto consiste la lucha de clases.
Debemos de luchar porque solamente luchando es como se puede salir del reino de la necesidad al reino de la libertad: ¡la libertad de decidir qué hacer con nuestras propias vidas! Esto sólo podremos lograrlo luchando por el socialismo. Ese destino sólo es posible de garantizar destruyendo, en todos los frentes, el orden burgués, el orden que le permite a tu patrón quedarse con la riqueza y seguir dominando tu vida. ¡A la lucha por nuestro tiempo, por nuestra calidad de vida y por todos los derechos que nos han querido quitar! ¡A la lucha compañeros trabajadores!
[1] Marx, “Proceso de trabajo y proceso de valorización”, en El capital, 175:1.
[2] Leonardo Frías, “Distribución de la riqueza en nuestro país: El 1% posee el 41.2%”, Gaceta UNAM, 2 de octubre de 2023, https://www.gaceta.unam.mx/distribucion-de-la-riqueza-en-nuestro-pais-el-1-posee-el-41-2/.
[3] Marx, El capital.
[4] Ana Karen García, “Reducción de la jornada laboral en el mundo: Experiencias internacionales”, El Economista, 1 de noviembre de 2023, https://www.eleconomista.com.mx/capitalhumano/Reduccion-de-la-jornada-laboral-en-el-mundo-experiencias-internacionales-20231101-0052.html.
[5] Friedrich Engels, “Barbarie y civilización”, en El origen de la familia, la propiedad privada y el estado (Moscú: Progreso, 1980), 170.
[6] Dora Villanueva, “En 2019, récord de huelgas en el país: Inegi”, La Jornada, 30 de septiembre de 2020, https://www.jornada.com.mx/2020/09/30/economia/019n3eco.
[7] “Huelgas estalladas de jurisdicción federal por entidad federativa, serie anual de 1999 a 2023”, INEGI, acceso el 13 de noviembre de 2024, https://www.inegi.org.mx/app/tabulados/interactivos/?pxq=Laborales_Laborales_70_570b8bc8-46d4-4f5d-becf-6e68370d7927.
[8] Susana Rappo, “Inadmisible, la brutal represión frente a Granjas Carroll”, La Jornada de Oriente, 26 de junio de 2024, https://www.lajornadadeoriente.com.mx/puebla/inadmisible-la-brutal-represion-frente-a-granjas-carroll/.
[9] Lenin, “El estado y la revolución”, en Obras Escogidas (Moscú: Progreso, 1980), 285.
[1] Karl Marx, “La jornada de trabajo”, en El capital: Crítica de la economía política, tr. de Wenceslao Roces, 4.a ed. (México: FCE, 2014), 210:1.