Por: Ian Tsai y Parson Young
El 21 de mayo, el Congreso Nacional del Pueblo de China aprobó una Ley de Seguridad Nacional para Hong Kong, sin consultar al Consejo Legislativo de Hong Kong e imponiendo una serie de legislaciones antidemocráticas del gobierno central. Donald Trump aprovechó de inmediato este movimiento, desesperado por distraer la atención de su régimen en crisis.
La clase dominante de los Estados Unidos no tiene derecho de sermonear a nadie sobre los derechos democráticos, ya que es testigo de un levantamiento nacional contra el asesinato policial, el racismo y la desigualdad. De hecho, la verdadera razón por la que Trump quiere atacar a China es fortalecerse promoviendo el nacionalismo estadounidense, que representa la misma base política y social que se opone al movimiento de masas en los Estados Unidos.
Las fuerzas imperialistas occidentales, especialmente los Estados Unidos, han pretendido defender los derechos de Hong Kong como parte de su competencia imperialista con China. El secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, declaró que el gobierno de los Estados Unidos ya no considera a Hong Kong como una región autónoma de China, por lo que se reserva el derecho de volver a redactar todos los acuerdos comerciales que los Estados Unidos firmaron por separado con Hong Kong. Todo esto está diseñado para dar golpes económicos a China y no tiene nada que ver con el apoyo al movimiento de las masas de Hong Kong. Es parte del esfuerzo de los Estados Unidos por detener el desarrollo del capitalismo chino y subyugarlo a sus propios intereses.
El imperialismo estadounidense no tiene nada que ofrecer a los trabajadores y la juventud en ninguna parte del mundo. Es imperativo que los trabajadores de Hong Kong rechacen la estrategia democrático-liberal que hasta ahora ha dominado su movimiento, tracen una línea clara contra las fuerzas imperialistas occidentales y usen métodos y demandas de lucha de clases para impulsar el movimiento y difundirlo por el continente.
El movimiento contra la ley de extradición se quedó frenado en la encrucijada
La nueva ley aprobada en China enumera cuatro categorías de «delitos» que el gobierno de Hong Kong debe suprimir, incluyendo «subvertir el poder del Estado», «dividir el país / separatismo», «actividades terroristas» e «intervenciones extranjeras», para ser juzgados exclusivamente por el gobierno central. Como estos cargos han sido utilizados por el régimen chino contra los disidentes políticos dentro de China continental, muchos creen que este acto unilateral de Pekín es una medida para suprimir los derechos democráticos del pueblo de Hong Kong, lo que socava gravemente el espíritu del acuerdo de «un país, dos sistemas».
Cuando el Congreso Nacional del Pueblo propuso formalmente la Ley de Seguridad Nacional para Hong Kong el 21 de mayo, reavivó instantáneamente el movimiento contra la ley de extradición. Miles de manifestantes principalmente jóvenes salieron inmediatamente a las calles, a pesar de la actual pandemia de COVID-19. Aunque la mayoría de las manifestaciones fueron pacíficas, los pequeños enfrentamientos iniciales condujeron a conflictos violentos. Al final, la policía arrestó a más de 180 manifestantes.
Desafortunadamente, las luchas actuales de Hong Kong permanecen desorganizadas, y no hay ningún intento de elevar las demandas del movimiento de unas reivindicaciones democráticas abstractas hasta unas demandas sociales de la clase trabajadora. Tampoco hay un intento de ninguna tendencia de conectarse activamente con la clase trabajadora china para que se una a la lucha. La Confederación de Sindicatos de Hong Kong (HKCTU), que todavía tiene visibilidad y podría convertir la dirección de la lucha en una de lucha de clases, aún sigue las consignas democrático-liberales. El 25 de mayo, apresuradamente y de manera ambigua llamó a Hong Kong a “la huelga, al paro laboral o a tomarse un día de descanso” solo dos días después, repitiendo la misma estrategia pasiva que resultó ser defectuosa en la práctica el año pasado. Esta falta de dirección llevó a los jóvenes manifestantes, que no tienen experiencia en métodos de lucha de clases, a tomar medidas aún más desesperadas, como confrontar con la policía, como un sustituto de reivindicaciones claras.
Sin embargo, en este proceso, la cantidad de personas que protestaban ha disminuido a medida que el punto muerto y la pandemia permanecen. Como hemos explicado en repetidas ocasiones: el movimiento de Hong Kong debe establecer como objetivo amenazar la existencia del propio régimen de Pekín. Esto requeriría movilizar a la clase trabajadora de Hong Kong y hacer un llamamiento enérgico a los trabajadores oprimidos de China continental. En cambio, el movimiento ha ido en la dirección opuesta a consignas vagas, que no atraen a los trabajadores, además de coquetear con el imperialismo occidental. En un momento, ¡algunos manifestantes que ocupaban la legislatura de Hong Kong incluso levantaron la Union Jack (la bandera del Reino Unido) y la vieja bandera de la era colonial de Hong Kong! Todo esto permitió que el régimen del PCCh retratara el movimiento de Hong Kong como una multitud de reaccionarios anti-chinos y proimperialistas ante el pueblo chino, y movilizara apoyo para aplastar al movimiento.
¿Por qué se impuso «un país, dos sistemas» y por qué colapsó?
Otra tendencia en el movimiento ha sido afirmar que el PCCh ha destruido el acuerdo «un país, dos sistemas» al legislar directamente para Hong Kong desde el centro. Con esto, supuestamente, dicen oponerse a la restricción de los derechos democráticos. Apoyamos plenamente la lucha por los derechos democráticos; ahora bien, el acuerdo «un país, dos sistemas» no es para un Hong Kong «democrático», separado de una China continental «dictatorial». Más bien, es un acuerdo que otorga a la burguesía de Hong Kong, que también está conectada con las potencias occidentales, una dictadura sobre la ciudad mientras el gobierno del PCCh gobierna sobre el resto del país.
El revuelo en occidente con las nuevas medidas es en parte un reflejo de su influencia decreciente sobre Hong Kong, que para occidente ha sido una puerta de entrada a la economía china. También es un reflejo del poder decreciente del imperialismo estadounidense en Asia, en general. El hecho de que la clase dominante china esté incrementado su control, por lo tanto, también es parcialmente un reflejo del cambio en el equilibrio de poderes a nivel internacional, con China pasando de ser un país con un bajo nivel de desarrollo económico a ser la segunda economía más grande del mundo. Esto no significa que China sea una potencia imperialista mundial al nivel del imperialismo estadounidense, pero tampoco es una potencia débil. En Asia en particular, ahora es un poder más fuerte que los Estados Unidos. La clase dominante de los Estados Unidos está tratando de revertir esto y, por lo tanto, de restablecer su posición como el potencia principal en la región. Eso es lo que está detrás del alboroto en las capitales occidentales. No tiene nada que ver con la democracia, los derechos humanos ni los intereses del pueblo de Hong Kong.
Al mirar el acuerdo «un país, dos sistemas», no debemos dejarnos engañar por los puntos y las comas de la Declaración Conjunta chino-británica: el acuerdo entre China y Gran Bretaña que codificó este acuerdo. Debemos notar cómo China se estaba transformando durante y después de firmar la Declaración. Antes de que Hong Kong regresara a China, el PCCh bajo el liderazgo de Deng Xiaoping instituyó «la reforma y apertura», que allanó el camino para la restauración capitalista. Su sucesor, Jiang Zemin, más tarde presentó la consigna «los trabajadores se jubilan, las empresas se liberalizan». En los años 90, el capitalismo fue restaurado bajo la vigilancia del PCCh, a pesar de lo que dice la Declaración Conjunta sobre dos sistemas de capitalismo y ‘socialismo’. Sin embargo, en ese momento, el capitalismo chino todavía dependía en gran medida de la inversión de la burguesía de Hong Kong, y por lo tanto, los «Dos Sistemas» se organizaron mediante los cuales el PCCh le dio a la burguesía de Hong Kong una libertad casi completa para administrar los asuntos de la ciudad. Al mismo tiempo, este acuerdo mantuvo la posición internacional de Hong Kong como centro financiero global.
A partir de esto, podemos ver que la intrusión del gobierno central en Hong Kong es en gran parte la expresión política del papel cambiante de Hong Kong dentro de la economía china. Cuando se devolvió Hong Kong al mando chino, su PIB era más de una quinta parte de toda la economía de China, y era el tercer centro financiero mundial más importante. Hoy, el PIB de Hong Kong es solo el 3 por ciento del de China, y la mayor parte del capital financiero dentro de Hong Kong proviene de China. Ya no tiene influencia sobre Pekín como solía hacerlo antes.
Xi Jinping, el presidente chino, no está teniendo un buen 2020. Comenzó con la pandemia de COVID-19, a lo que siguieron la aplastante derrota electoral de su candidato en las elecciones de Taiwán, el fermento contra Pekín en Hong Kong, y una realidad económica tan vergonzosa que Li Keqiang no informó sobre el crecimiento del PIB durante el congreso nacional del partido, pero tuvo que admitir que todavía hay más de 600 millones de chinos cuyos ingresos mensuales son de 1.000 RMB (alrededor de 124€). Para preservar su posición, Xi maniobra tal como lo hace Trump, desviando la atención de los trabajadores de los problemas domésticos hacia los internacionales a través de la Ley de Seguridad Nacional de Hong Kong. Al mismo tiempo, la ley también sirve como una extensión del Proyecto Gran Bahía para integrar Hong Kong con Macao y el Delta del Río Perla, reconfigurando así las relaciones económicas entre el continente y Hong Kong. Por lo tanto, la Ley de Seguridad Nacional es simplemente un paso en un proceso continuo. Un mayor control sobre Hong Kong por parte de Pekín expresa una necesidad subyacente que se estaba desarrollando desde el regreso de Hong Kong en 1997: la creciente dominación económica del capitalismo chino continental sobre Hong Kong. Incluso es posible utilizar el texto de la Declaración Conjunta para mostrar que lo que China ha hecho no viola la Declaración en sí: el acuerdo fue que el capitalismo, no el gobierno democrático, existiría en Hong Kong durante 50 años.
Entonces, la lucha por los derechos democráticos no se resuelve defendiendo «un país, dos sistemas». Lo que se necesita es conectar esta lucha con la lucha por el derrocamiento del capitalismo en su conjunto, tanto en Hong Kong como en China continental.
El verdadero papel de las fuerzas imperialistas
Algunos en la izquierda acusan al movimiento de Hong Kong de ser una «revolución de colores»; es decir, de estar dirigido por el imperialismo estadounidense. Los socialistas, por supuesto, se oponen firmemente al imperialismo estadounidense, que no es amigo de la democracia ni de la clase trabajadora de Hong Kong. Pero debemos ser claros sobre los hechos: este movimiento estalló en el contexto social de los capitalistas chinos elevando los precios de la propiedad inmobiliaria, disminuyeron los niveles de vida, y de un establishment político que permanece en el bolsillo del PCCh, todo lo cual es el resultado del papel de Hong Kong en el capitalismo chino. Las masas de Hong Kong no necesitan ninguna fuerza imperialista que diseñe un complot para que se movilicen con tanta fuerza como lo han hecho.
Esto no impide que los imperialistas occidentales aprovechen la situación. Desde la erupción del movimiento, el régimen de Trump en los Estados Unidos ha condenado en repetidas ocasiones la «brutalidad» de Pekín. En esto les ayuda el lamentable papel desempeñado por los líderes liberales, procapitalistas y autoproclamados del movimiento en Hong Kong, como Nathan Law y Joshua Wong. Incluso han ido tan lejos como para insertar emojis de la bandera de los EE.UU. en sus cuentas de Twitter, recorrieron los EE.UU. agradeciendo a personas como Marco Rubio por su gloriosa asistencia y organizaron protestas solicitando que los EE.UU. invadieran la isla.
Si bien reconocemos que estos líderes son autonombrados y no representan el movimiento en su conjunto, y mucho menos los intereses de los trabajadores de Hong Kong, debemos decir claramente que el movimiento en su estado actual tiene una dirección reaccionaria que es el imperialismo pro-estadounidense. Este es un callejón sin salida para todos aquellos que luchan sinceramente contra la represión del Estado chino. El verdadero poder de Pekín reside en la explotación de la clase obrera continental. Los llamamientos al imperialismo estadounidense y los ataques nacionalistas contra China no obtendrán el apoyo de los trabajadores del continente. Esto es exactamente lo que le interesa a la clase dominante china para apuntalar su posición en el continente y derrotar al movimiento de Hong Kong.
Con una estrategia tan reaccionaria y contraproducente, es inevitable que el movimiento se desvanezca ya que los manifestantes agotados no ven el camino a seguir. De hecho, el movimiento de Hong Kong ha estado disminuyendo desde la segunda mitad de 2019, y el estallido de COVID-19 impidió aún más que las personas salieran a las calles. Esta es la razón por la cual el PCCh asignó de manera oportunista al agresivo Xia Baolong para que se hiciera cargo de la Oficina de Asuntos de Hong Kong y Macao en febrero, lo que allanó el camino para el arresto masivo de políticos demócratas, así como la imposición de la nueva Ley de Seguridad Nacional para Hong Kong. Entienden que, en la actualidad, nadie dentro del movimiento de Hong Kong puede reunir la movilización masiva vista en mayo y junio de 2019.
¡Por otra parte, los que afirman que el movimiento es inventado y dirigido por los Estados Unidos son tan delirantes como aquellos que sinceramente esperan que Trump venga y salve al pueblo de Hong Kong! Los partidarios de la visión anterior no ven el papel del PCCh en la consolidación y aseguramiento del capitalismo de Hong Kong, pretendiendo en cambio que el PCCh está luchando de alguna manera contra el capitalismo en Hong Kong.
Hasta hace poco, el gobierno de Trump anunció que ya no consideraría a Hong Kong como una región administrativa autónoma, y firmó una declaración conjunta con el Reino Unido, Canadá y Australia para condenar a China. Sin embargo, el resultado concreto del gesto de Trump es reservarse un poder para obligar a China a renegociar los acuerdos comerciales al tener que representar a Hong Kong. En otras palabras, el problema de Hong Kong no es más que un peón en la guerra comercial de Trump con China.
¿Cómo puede avanzar la lucha?
Desde un punto de vista marxista, el desastre social en Hong Kong se basa en última instancia en su estatus menguante bajo el capitalismo global, que a su vez expone la farsa que es «un país, dos sistemas». La dictadura de la burguesía de Hong Kong, apoyada por el PCCh, gobierna sobre un sistema económico que expone cada vez más sus contradicciones. Hoy, la crisis del capitalismo chino en general también está obligando al PCCh a incorporar apresuradamente a Hong Kong a su economía con la esperanza de impulsar sus ambiciones imperialistas, especialmente al ayudar a la moneda china a comenzar a desafiar al dólar como moneda de reserva.
Los trabajadores de Hong Kong tienen un tremendo poder potencial en sus manos, ya que su posición aún les permite ser un catalizador que puede conducir a una ola revolucionaria en toda China. El único camino a seguir para esta clase trabajadora es organizarse en una fuerza efectiva para luchar contra el capitalismo en general: eso se aplica tanto al capitalismo occidental como al capitalismo chino «rojo». Pueden hacerlo vinculando demandas democráticas como elecciones libres, libertad de expresión y organización, con reivindicaciones de vivienda social, salarios dignos; y debe hacerlo con los métodos de huelga genuina, y apelar a los trabajadores y jóvenes de China y de todo el mundo a que sigan su ejemplo. Esta es la única ruta para las masas trabajadoras de Hong Kong hacia un mundo libre y democrático sin opresión: un mundo socialista de democracia obrera.