La discusión pública en México ha tenido en los últimos 2 días como uno de sus temas preponderantes la alianza entre el Partido Acción Nacional (PAN) y el español Vox. La alharaca alrededor de ello no ha sido menor y no es para menos ya que significa que el partido político más popular y representativo del conservadurismo mexicano (o una fracción de él) ha abiertamente abrazado a la extrema derecha europea.
Sin tapujos, la mayoría de los senadores panistas firmaron un convenio con los representantes españoles para «defender la propiedad privada» o «detener el avance del Comunismo», entre otros postulados. Algunas personalidades militantes del blanquiazul o cercanos a él ya abiertamente criticaron esta decisión, sin embargo, la lectura es clara; una parte de la élite del poder político mexicano tiene afinidad con las ideas ultraderechistas provenientes del otro lado del mundo.
Además de sus heterogéneas convicciones y prácticas en materia económica, son la xenofobia, racismo, intolerancia religiosa y desprecio por el estado laico algunas de las características que la militancia más dura de ese conservadurismo resguarda bajo los discursos de «defender la libertad», «luchar por la fe», «preservar la patria», entre otros.
La última década ha traído la adopción por parte de millones de ciudadanos en el mundo de estas ideas y el ejemplo más claro es el de la llamada Alt-Right en Estados Unidos, un cóctel ideológico que lo mismo abraza al nazismo o al Ku Klux Klan que al terraplanismo y campañas antivacunas en clara oposición al progreso social. Está de más agregar que este fenómeno terminó con la elección de Donald Trump como presidente. Si bien existen otras variables que explican el ascenso a la Casa Blanca del oligarca neoyorquino no se entiende su éxito sin el apoyo de la ultraderecha norteamericana.
América Latina no es ajena, la derecha regresa después de la desilusión hacia los gobiernos reformistas incapaces de resolver la crisis del capitalismo, pero no cuentan con una base sólida ni han conseguido infligir derrotas definitivas a la clase obrera. La prueba está en Jair Bolsonaro, un exmilitar que durante su campaña celebró el encarcelamiento y tortura de los militantes de la izquierda brasileña durante la dictadura del siglo pasado en aquel país. A nivel mediático se ha visto el surgimiento de personajes carismáticos que, si bien no explicitan necesariamente algún apoyo al extremismo político, si van por las redes pregonando el evangelio del libertarismo o lo que entienden por liberalismo, aunque en algunos casos no ocultan sus filias más conservadoras.
Influencers como Gloria Álvarez, Agustín Laje, Javier Milei, Axel Kaiser y José Antonio Kast son algunos de los hispanoamericanos que pudieran equipararse a los pregoneros de la derecha del mundo angloparlante como Ben Shapiro o Milo Yiannopoulos. En ambos espectros lingüísticos hacen de medios tradicionales, alternativos y redes sociales su arma para ganar y ganar adeptos hacia su figura y por ende a su ideología.
El riesgo del pensamiento y prácticas de extrema derecha es indudable no solo por la experiencia histórica del siglo XX, sino por los elementos fundamentales de esa ideología que justifican la sumisión y sometimiento de una clase ante otra como forma de organización social, contrario a las doctrinas de la izquierda tradicional que bajo el paraguas teórico del marxismo busca la superación de la sociedad de clases.
Mientras acontece lo anteriormente citado en el espectro de «la derecha», lo que ahora se define como izquierda, el llamado progresismo (Ideología queer, LGBT+, Movimientos Veganos, Feministas, Ambientalistas, etc.) sostienen el combate ideológico con fines nobles pero medios y estrategias de base teórica endeble de extracción posmoderna (o más formalmente referida como post-estructuralista).
Esta búsqueda de lo políticamente correcto ha sido etiquetada como «marxismo cultural», que no tiene nada de marxista, y defiende que los grupos identitarios minoritarios (o defensores de las políticas de identidad) son víctimas de diversas opresiones como la patriarcal, heteronormativa, eurocentrista, etc. La otrora lucha organizada por una causa en común, la emancipación de la clase trabajadora ahora está fragmentada en pequeñas guerrillas culturales.
En el popular debate que hace dos años sostuvo el (popular) filósofo Slavoj Žižek con el psicólogo canadiense Jordan Peterson (celebridad entre los seguidores de la ideología liberal hoy en día y más un coach de superación personal que un teórico) describió con absoluta precisión que las minorías postestructuralistas posmodernas renunciaron al marxismo y se volvieron hiper-moralistas.
La militante marxista sueca Ylva Vinberg en La política de la división: marxismo contra la política de identidad al respecto señala lo siguiente:
La tendencia dominante dentro de las políticas de identidad es entender la opresión como resultado de una serie de ideas o normas desafortunadas, como se dice. La lucha contra la opresión para ellos es, por lo tanto, en primer lugar, una lucha para convencer a la gente y a la sociedad de dejar de tener estas ideas y comportamientos opresivos.
Esto es lo que los marxistas llamamos idealismo, que en términos filosóficos significa que ves la sociedad, la forma en que el mundo opera como consecuencia de las ideas, la moral o las normas que la gente tiene. El marxismo tiene el punto de vista opuesto, como materialistas entendemos que las ideas que la gente tiene, las ideas dominantes de la sociedad, están moldeadas por cómo se construye la sociedad.
La tarea, por lo tanto, es cambiar la sociedad. Por ejemplo, explicamos que las ideas de racismo surgieron para justificar la esclavitud y el colonialismo…
Esa izquierda posmoderna desestima una premisa marxista básica como la opresión de clase, su cruzada se basa en implantar una dictadura de lo políticamente correcto, deconstruir la realidad, estudiar la otredad, etc. Para esos idealistas es a través de cambios en el lenguaje o esquemas mentales individuales como se moldea la realidad material, en tanto que para los marxistas son una manifestación de cómo se lleva a cabo la práctica social.
El ejemplo de Vinberg es conciso al respecto, el racismo es un producto de la colonización, esclavitud y por ende de una forma de organización social y praxis de la económica.
Tomemos el caso de George Floyd, el afroamericano asesinado a causa de violencia policial. Su homicidio que desató una escalada del movimiento previamente existente de Black Lives Matter no es consecuencia de un odio racial innato. De acuerdo con información de policía y prensa, el arresto y por ende la muerte de Floyd comenzó al momento que se reportó que este hizo el pago de unas viandas con un billete falso.
Pensemos por un momento si Derek Chauvin, el policía devenido en asesino, hubiese tratado con la misma brutalidad a Ben Carson, Kanye West, Oprah Winfrey, Jay-Z, Michael Jordan o Whoopi Goldberg si hubiese sido alguno de ellos los que pagaban con dinero falsificado. La pertenencia a una clase social fue determinante en esta situación.
El racismo en EUA se encuentra anclado a una tradición o sistema social basado en la esclavitud, es decir, un conflicto de clases sociales. Si hacemos un análisis de las reivindicaciones del movimiento feminista podemos encontrar también un origen en la conformación de la sociedad de clases.
Retomo otro ejemplo de Ylva Vinberg para hacer más explícito este punto:
La opresión de la mujer… surgió junto con la sociedad de clases, en la que las mujeres pasaron de ser iguales y bien respetadas dentro de las antiguas sociedades igualitarias de cazadores y recolectores a estar subordinadas a los hombres dentro de la familia, con el surgimiento de la propiedad privada y la sociedad de clases.
Fue el surgimiento de la propiedad privada, a través de la agricultura, el principal campo de trabajo de los hombres, lo que llevó a la relegación de la posición de la mujer en la sociedad.
Es obvio que los marxistas deseamos la emancipación de las mujeres y la eliminación de toda subyugación por cualquiera de las cuestiones identitarias como el género, raza, religión, etc. sin embargo consideramos con base científica (materialismo dialéctico) que:
1) Las causas de esa dominación parten de la estructura económica de la sociedad de clases.
2) Pretender la transformación de la sociedad, es decir el mundo material, cambiando las vocales o/a por la e en las palabras con sufijos para masculino y femenino tiene el mismo efecto práctico que rezar para que se acabe el hambre, o sea ninguno.
Mujeres teóricas comunistas como Clara Zetkin, Alexandra Kollontai o Rosa Luxemburgo son consideradas erróneamente como estandartes del feminismo cuando lo rechazaban porque esa doctrina no elimina los mecanismos de sumisión de las mujeres en sí (y sobre ello vale la pena escribir al respecto a la brevedad). Ellas fueron defensoras de la emancipación de las mujeres por la vía del Socialismo y el Comunismo.
A manera de sumario, un concepto como el de patriarcado es descriptivo de un fenómeno existente, sin embargo, este es consecuencia de la práctica vital de los seres humanos y la forma en cómo se organizan. Es la sociedad de clases la que lleva a la mujer a la opresión.
Otra de las características de la izquierda progre que la hacen alejarse de la tradicional es su balcanización y el supuesto de que todas las luchas contra los aparatos de opresión tienen que ser dirigidas por aquellos quienes la padecen en primer término.
Las dicotomías mujeres-patriarcado, trans-transfobia, afrodescendientes/asiáticos/indígenas-racismo son pequeñas luchas que pretenden reivindicar a los oprimidos, pero no cuestionan de forma alguna al sistema de organización social que les da cabida: capitalismo.
Vayamos a un caso como el de los defensores de los derechos de los animales, suelen ser muy críticos con la forma en que se relaciona el consumo humano y el trato digno a estos seres, sin embargo, nunca cuestionan que es la forma en que se organiza la producción, buscando el lucro y no saciar necesidades, lo que ha originado el holocausto animal que vivimos. Invitaciones al veganismo individual no resolverán un problema inherente al sistema.
La undécima de las «Tesis sobre Feuerbach», que además es uno de sus postulados más importantes del corpus teórico de Marx, señala que “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Toda esta ideología posmoderna no pasa de una mera contemplación y análisis que no transforman la vida de esos grupos de identidad que se sienten oprimidos.
En la izquierda tradicional el combate al sistema incluía todas las reivindicaciones propias de sus respectivas épocas considerando que la lucha de clases era la punta de lanza del cambio social. La izquierda progre ha segmentado en grupos identitarios sin cohesión alguna a quienes se sienten identificados con enfrentamientos cosméticos que no transforman nada.
Escribo esto porque además del matrimonio ideológico suscrito por el PAN y Vox, semanas antes fue viral el caso de una persona de género no binaria que solicitaba a sus compañeros de aula referirse a ella como «compañere» y no como «compañera» o «compañero». La discusión pública se centró en esa anécdota sin hacer en lo absoluto un análisis histórico, antropológico, sociológico o de algún otro orden sobre la construcción y evolución del lenguaje.
Y no se trata de ser hostiles y no cumplir el deseo de alguien que desea identificarse ante los demás con cierto vocabulario, sino que la izquierda otrora subversiva ha caído en una trampa como la de la defensa a ultranza del lenguaje inclusivo que no es ni revolucionario, ni subversivo, ni transformador o emancipador. Como vimos anteriormente, es un producto de la realidad material y cambiará cuando esta lo haga, tal como la ciencia, la religión, las artes y el propio lenguaje mutaron con la transición del
Feudalismo al propio Capitalismo.
Asimismo, el lenguaje es común a todos los seres humanos de determinado territorio, cultura, etc. y si sólo un grupo minoritario, en este caso la izquierda progre posmoderna, adopta su uso no será más que una jerga grupal no común a la totalidad de individuos que conforman una sociedad.
Mientras la iizquierd posmoderna pelea por cambiar vocales o hace análisis sobre la sororidad que no pasan de la especulación y el discurso en conferencias, notas de prensa, etc. la ultraderecha va sacándose la careta y cobija a los sectores de la población que no se identifican con el progresismo. Éste último está más pendiente de fomentar la dictadura de lo políticamente correcto abandonando ya no solo la consecución de solventar necesidades básicas (educación, salud, vivienda, alimento, vestido) sino la lucha de clases, la organización sindical, campesina, estudiantil, de masas y demás banderas que le dieron vigor y legitimidad.
Todas esas reivindicaciones parciales mainstream son inclusive apoyadas por el propio sistema porque desvirtúan el proceso revolucionario y el cambio del orden social. Al capital no le importa cambiar unas cuantas vocales porque eso no le debilita, por eso pueden aceptar esas reformas que no lo trastocan, en cambio lo fortalecen.
Parece anticuado cuando una persona o un grupo de ellas se definen como marxistas, comunistas, socialistas o demás etiquetas, sin embargo, el anhelo del ser humano por emancipación sigue presente y ante el avance del conservadurismo más rancio, que denigra al ser humano y todos los aspectos de la sociedad, es preciso levantar la voz porque sabemos que la ideología absurda del posmodernismo, del progresismo, no puede ofrecer confrontación digna.
No hay que engañarnos, la izquierda progre y su agenda son parte del sistema y ha abandonado la causa de los cambios más necesarios y realmente importantes.