Hay un dicho que dice: “No hay mal que duré más de cien años”, Luis Echeverría, ex presidente de México, murió justo a los 100 años de edad. Es bueno saber que un personaje tan detestable ha dejado de respirar, pero no deja de haber sentimientos encontrados. Luis Echeverría murió en la completa impunidad, tranquilamente, sin estar en la cárcel ni se haya hecho justicia por sus crímenes.
Hace menos de tres meses tuvimos otra perdida, ésta si lamentable, la de Rosario Ibarra de Piedra, una de las tantas madres que perdieron por desapariciones o asesinatos a sus hijos en el periodo que Luis Echeverría fue presidente. Es que la marca distintiva de Luis Echeverría es la guerra sucia.
Recapitulemos. En 1968 estalló el movimiento estudiantil más importante de la historia del país que tuvo un gran impacto en sectores del pueblo trabajador mexicano. Esta lucha expresaba un primer rompimiento con el régimen priista, quien viéndose contra la pared decidió resolver el conflicto de manera fulminante, masacrando a los estudiantes el 2 de octubre en la plaza de las tres culturas. Luis Echeverría era secretario de Gobernación y ha sido históricamente acusado por los participantes de esa lucha como uno de los principales autores intelectuales de esa matanza.
Lo que dio fuerza a este proceso fue un enorme movimiento de masas, pero el Estado usó la demagogia combinada con la represión bruta. Echeverría sería recompensado con la presidencia de la república por actuar con su mano dura, manchada desde entonces con sangre. En 1969 asumió ese cargo y entraríamos a uno de los periodos más negros de la historia de México.
Aplastaron el movimiento de 1968, pero no pudieron evitar que miles de jóvenes decidieran ofrendar su vida a la lucha por la transformación social, muchos de ellos asumiendo como el objetivo claro llegar al socialismo. Con Echeverría ya en la presidencia sufrimos otra masacre, el 10 de junio de 1971, alrededor de la normal de maestros, cuando los estudiantes de la ciudad de México salieron a las calles en apoyo a los estudiantes de Nuevo León en lucha.
El régimen tenía un control casi absoluto de los medios de comunicación, pero también se generó una crítica y oposición en medios como la revista “Por qué?” o el periódico “Excélsior”. Echeverría mismo se encargó de dar un golpe interno a Excélsior, expulsando a periodistas como Julio Scherer y Vicente Leñero entre otros.
El movimiento obrero ya comenzaba a salir a la acción luchando por quitarse las cadenas que significaban el corporativismo sindical y así defender sus derechos más esenciales. Pero también vimos a jóvenes que ante la represión estatal no vieron otro camino que el de las armas. Luis Echeverría asumió un discurso demagógico. Se reivindicaba heredero y continuador de la revolución mexicana, hablaba de lucha antiimperialista, daba asilo político a luchadores sociales de otros países; pero en casa reprimía a obreros, campesinos, colonos y estudiantes.
Para complementar el cuadro no podía faltar la hipócrita imagen internacional, aparentemente de “izquierda”. Al mismo tiempo que apoyaba la revolución Cubana y recibía a Salvador Allende, actuaba como informante de la CIA, como también lo fue Díaz Ordaz. Este tal vez fue su aspecto más siniestro, en Sudamérica se establecían gobiernos militares abiertamente reaccionarios, pero ni una sola de las prácticas de los gorilas del sur del continente era ajena a la Dirección Federal de Seguridad, al Ejército o la Marina. A pesar de ello Echeverría no paraba de vanagloriarse como un revolucionario. Criticaba al imperialismo norteamericano a la par que colaboraba de manera sádica en su guerra contra el comunismo.
En su sexenio fue regla los levantamientos arbitrarios y las torturas psicológicas y físicas contra activistas revolucionarios. Si un levantado aparecía en algún reclusorio como Lecumberri había salvado la vida, pero algunos quedaban en prisiones clandestinas y no sobrevivían a las torturas. Ese método de represión polarizó todo, incluso sectores de la burguesía sufrieron como respuesta de los movimientos subversivos capturas y en esos operativos alguno de ellos perdió la vida. Eso llevó a críticas hacia este gobierno por sectores de la clase dominante. Echeverría y sus secuaces les entregaban a los empresarios como respuesta a sus críticas a guerrilleros asesinados dejados en las puertas de sus casas.
Entre los luchadores asesinados en el sexenio de Luis Echeverría podríamos mencionar a Lucio Cabañas y Genaro Vázquez en el Estado de Guerrero. En este estado la guerra sucia adquirió particular crudeza. Podemos hablar de los vuelos de la muerte, donde desde las alturas en avionetas se lanzaba a combatientes para que se estrellaran en las profundidades del mar. Esta es la marca que dejó Luis Echeverría en la historia, la marca de la represión, la tortura, la detención y el asesinato.
Estos no fueron crímenes de una sola persona, es claro. Fueron crímenes de Estado, pero este aparato protege a sus hijos. Luis Echeverría bajo la presión del movimiento y en gran medida de victimas de sus crímenes, fue llevado a juicio en 2004 y se declaró que fue uno de los culpables de la masacre del 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971. Lo más que se consiguió fue un cómodo arresto domiciliario que se extendió hasta inicios de 2009. No es el único presidente impune, lo es Carlos Salinas, lo es Ernesto Zedillo, lo es Vicente Fox, lo es Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, que tienen todos crímenes en su andar.
Es significativo que en el actual gobierno se creó la llamada “Comisión para el Acceso a la Verdad, el Esclarecimiento Histórico y el Impulso a la Justicia de las violaciones graves a los derechos humanos cometidas de 1965 a 1990”. Ésta inició sus trabajos tras un acto inaugural en el Campo Militar N° 1, famoso por ser espacio de encarcelamiento y tortura de muchos luchadores durante la guerra sucia. En dicho acto, Luis Crescencio Sandoval, actual dirigente de las fuerzas castrenses, dijo:
“De igual manera, con orgullo les expreso que el propio mandatario autorizó inscribir los nombres de militares fallecidos con motivo de los hechos del pasado en el Monumento a los Caídos de las Fuerzas Armadas, que se ubica en la Plaza del Servicio a la Patria, como tributo y un sentido homenaje a los soldados que cumplieron con su deber aun a costa de su vida”.
Los familiares de desaparecidos indignados salieron de sus sillas con pancartas y gritando: “¡Fue el Ejército! ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”. Como bien lo señaló el periodista Julio Hernández López: “Colocar en el mismo nivel a las víctimas de esa guerra sucia y a los participantes institucionales, soldados, marinos o policías, es un despropósito que ilustra un objetivo (dominante) de escabullir responsabilidades” (La Jornada: Astillero).
Vemos a los militares actuar como militares, al Estado actuando en la defensa de sus hijos. Echeverría murió sin pagar por sus crímenes, como ocurre con la mayoría de los represores del Estado. Esto lo vemos claramente incluso en el actual gobierno. Mientras que no acabemos con el aparato que tiene como naturaleza la represión para la defensa del sistema y los interese de la clase capitalista. La justicia llegará cuando acabemos con el Estado y el sistema capitalista que lo sustenta, construyendo una sociedad donde la economía y un nuevo Estado este bajo el control democrático de los trabajadores para que sean usados en beneficio del conjunto de la sociedad. Sólo así haremos plena justicia a las víctimas de los crímenes de Luis Echeverría y el Estado capitalista mexicano.