Este año se cumple el 56° aniversario del crimen de Estado efectuado contra el movimiento estudiantil de 1968. Erróneamente, se ha llegado a considerar que dicho movimiento comenzó el 23 de julio de ese año por el enfrentamiento de estudiantes de 2 preparatorias, secundado por la represión del ejército. Sin embargo, es más exacto considerar el contexto histórico en torno al movimiento estudiantil, específicamente, el conjunto de contradicciones sociales propias del desarrollo desigual y combinado del capitalismo en México. Si bien es cierto que para la década de 1960 la clase trabajadora encontró favorables condiciones laborales para su ascenso material, este se desplegaba de forma selectiva. En términos absolutos, la pobreza seguía aumentando y la acumulación se desplegaba bajo un corporativismo que subyugaba cualquier organización obrera o campesina. Por ejemplo, para 1959, el movimiento ferrocarrilero que tenía como finalidad la obtención de mejores condicione laborales, fue reprimido mediante el encarcelamiento del líder sindical Demetrio Vallejo, aunado a la ocupación militar de las sedes sindicales. De igual modo, para 1965, el gobierno acabó violentamente con el movimiento de los médicos pertenecientes al sistema de salud público.
Aunado al ambiente represivo existente en México, a nivel internacional existieron movimientos inspirados en el reciente triunfo de la revolución cubana, destacándose el movimiento estudiantil estadounidense en contra de la ignomiosa guerra de Vietnam, la primavera de Praga, caracterizada por las exigencias estudiantiles a favor de mayores libertades políticas, y el mayo francés, dónde los estudiantes junto con los trabajadores ocuparon las fábricas demandando mejores condiciones de trabajo y una reforma educativa.
Dada la efervescencia existente a nivel internacional, México no fue la excepción. A pesar del ambiente autoritario del país, la represión que sufrieron los trabajadores se trocó en el reinicio de un nuevo movimiento social más amplio que denunciaba la opresión del Estado mexicano. Esto significa que, mirando la evolución de la década de 1960, el ataque del 23 de julio de 1968 por parte del ejército contra estudiantes de la prepa vocacional 5, no es propiamente el origen del movimiento, sino la gota que derramó el vaso, el salto de cantidad en calidad que convenció a una multitud para enfrentar el autoritarismo estatal.
Tras el ataque del 23 de julio, se desarrollaron nuevas movilizaciones, destacando el enfrentamiento del 29 de julio donde el ejército efectuó un bazucazo contra la puerta del colegio de San Ildefonso. Tras ocupar dicho edificio, el ejército evacuó y detuvo a los estudiantes. Inmediatamente, el rector de la UNAM, Javier Barrios Sierra, convocó a una marcha para el 1° de agosto en Ciudad Universitaria, a la cual asistieron estudiantes de Chapingo, el IPN, la misma UNAM, entre otras, alcanzando más de 100,000 asistentes. Para el 13 de agosto, se convocó a una nueva marcha que logró romper el cerco establecido por 40 años en el zócalo capitalino.
En ese momento, el gobierno y el PRI ejercían un férreo control sobre la sociedad: dominaba casi la totalidad de los partidos políticos, la inmensa mayoría de los medios de comunicación, las cámaras legislativas y el poder judicial. Además, el presidente en turno era un agente de la CIA, un anticomunista recalcitrante que vivía una paranoia sociópata, temeroso de cualquier organización. Bajo esas condiciones adversas, el movimiento estudiantil creó nuevas formas organizativas: la toma de camiones y el volanteo incesante conllevaron muestras de apoyo y solidaridad por parte de la clase trabajadora. A su vez, se constituyó el Consejo General de Huelga, y también se conformó un pliego petitorio de 6 puntos, los cuales consistían en: Libertad a los presos políticos; Derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal Federal, relativos al delito de disolución social; Indemnización a los familiares de los muertos y heridos desde el inicio del conflicto, víctimas de la represión policiaca y de otras fuerzas y mecanismos de seguridad; Desaparición del Cuerpo de Granaderos; Deslinde de responsabilidades por parte de los funcionarios públicos y autoridades por los actos de represión de la policía, los granaderos y el Ejército. ; Destitución de los generales Raúl Mendiolea Cerecero y Luis Cueto Ramírez, jefe y subjefe de la policía del Distrito Federal, y el teniente coronel Armando Frías, comandante del Cuerpo de Granaderos
Podría suponerse erróneamente que, en tanto las consignas del pliego eran simples reformas, el movimiento de 1968 era reformista, pero como afirmaba atinadamente José Revueltas “[…] ¿qué son los granaderos y el artículo 145? su abolición representa la adquisición de nuevo fuerza política para los sectores revolucionarios independientes (en concreto, para los marxistas) y un punto de apoyo en la lucha por desalojar a la burguesía de sus posiciones hegemónicas”. En este sentido, dentro del movimiento existía la posición de que las reformas no servían para tomar el poder político, pero si servían para preparar y crear la posibilidad de la revolución. Jamás, dentro de un marco reformista, se puede culminar una revolución, pero se puede allanar el camino. José Revueltas y muchos partícipes del movimiento tenían esta conclusión, y ahí estriba el carácter revolucionario del movimiento.
Tras las masivas movilizaciones de agosto, el gobierno inicia la desterritorialización del movimiento por medio de la ocupación militar de la UNAM acontecida el 18 de septiembre, las vocacionales 3, 6, 7, así como la unidad Zacatenco-IPN y el Casco de Sato Tomás del IPN el 24 de septiembre, aunado a la destitución del rector de la UNAM. La necedad del presidente de eliminar al movimiento, atizada por la CIA y el Estado Mayor, todas ellas fueron las voluntades que se organizaron para destruir por medio de una trampa y una traición al movimiento.
En primer lugar, retrocedió la represión para finales de septiembre, inclusive se canceló la destitución del rector Barrios y, para el 1 de octubre, se estableció una reunión entre representantes del gobierno y líderes del CGH. Todo ello fue una maniobra para capturar a los líderes del movimiento, lo cual ocurriría el día 2 de octubre en un mitin convocado en la plaza de las 3 culturas. Esa tarde, cerca de 600 militares disfrazados de civiles (llamados Batallón Olimpia) tenían la misión de capturar a los líderes que participarían en el mitin, integrado por 6,000 asistentes. Pero el batallón no contaba con que, en las azoteas de los edificios, se encontraban francotiradores del Estado Mayor Presidencial. Una bengala que cruzó el cielo a las 5:30 de la tarde marcó el inicio de la masacre, en la que estudiantes, niños, mujeres, trabajadores, pero también granaderos y soldados, todos ellos caían chorreando sangre en la solidez del piso.
A pesar de los años, todavía no se han esclarecido por completo el número de asesinados, el paradero de los desaparecidos, menos aún se han fincado las responsabilidades respectivas. Los crímenes cometidos por Díaz Ordaz, el Estado Mayor y el ejército siguen impunes.
Entre las lecciones del movimiento de 1968, debemos destacar la ausencia de un partido revolucionario que dirigiera la integración de la clase obrera al movimiento estudiantil, de tal modo que, con el movimiento de masas, lograse la partición del ejército en líneas de clase y dejase de obedecer al presidente. El movimiento estudiantil careció de una estrategia que integrara a la clase trabajadora en su conjunto. Pero el movimiento del 68 nos plantea también que los movimientos sociales no desaparecen, regresan del pasado con más ímpetu que antes. Los desaciertos del movimiento del 68 nos llevan a considerar la urgente y necesaria dirección del movimiento social que tenga por objeto último tomar por asalto al cielo, arrebatar el poder político a la burguesía. Para ello, esta dirigencia debe entender que las reformas son simplemente un medio para alcanzar un fin más elevado, ¡La revolución!
Conmemorar el movimiento de 1968 implica seguir el ejemplo de nuestros compañeros estudiantes, prepararnos todos los días con la convicción de luchar y buscar la emancipación de la sociedad hasta sus últimas consecuencias, tal como lo intentaron los héroes caídos del democrático y revolucionario movimiento estudiantil de 1968.