“La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto”.
Marx y Engels, Manifiesto del Partido Comunista.
La reciente convocatoria abierta de la Secretaría de Educación Pública (SEP) para el rediseño de los libros de texto gratuitos ha causado una airada y multitudinaria respuesta por parte de los artistas y creadores visuales que atisban en ella una reiteración de la precariedad de la que es objeto su profesión, tanto en el sector público como en el sector privado. La citada convocatoria, además de detallar el rigor profesional con el que la Secretaría propone a los creadores la ejecución de esta tarea, especifica que el material seleccionado para su publicación brindará por toda recompensa a sus autores una constancia de participación y un ejemplar del libro de texto en cuestión, sin especie alguna de remuneración económica. El rechazo a los términos de esta convocatoria ha derivado en una campaña de denuncia en redes sociales, que parodia en muchos casos a las conocidas portadas de los libros de texto gratuito, elevando el reclamo de los creadores por una remuneración justa por sus servicios profesionales; campaña que es ahora conocida como la Anticonvocatoria.
En el pasado, las portadas de los libros de texto gratuitos fueron un escaparate de las glorias del arte nacional, figurando en ellas reproducciones y detalles de distintas obras debidas a los pinceles del movimiento muralista, entre otros artistas notables. Y si bien la inclusión de las mismas en dichas ediciones —para las que no se realizaron ex profeso— ocurrió a instancias de su valor como patrimonio cultural del pueblo mexicano, esto no significa que la realización de las obras reproducidas en dichas portadas no haya sido remunerada en su momento por el gobierno postrevolucionario, en la primera mitad del siglo XX, ni mucho menos que el movimiento muralista no haya sido una corriente artística notablemente politizada y combativa, o que la misma no haya tenido también frecuentes fricciones con dicho gobierno. Aquél no representaba realmente a los ejércitos campesinos que se habían alzado durante la Revolución, mas, precisaba de una retórica revolucionaria para legitimarse, por lo que acudió a la joven generación de artistas radicalizados con la que no pocas veces entró en contradicción.
Como muestra de la rispidez entre el movimiento muralista y aquel gobierno, el escritor y actual director de la editorial estatal Fondo de Cultura Económica (FCE), Paco Ignacio Taibo II, en el documental titulado El Muro y el Machete (México, 2014), relata el cierre unilateral de la Escuela Nacional Preparatoria (Antiguo Colegio del San Ildefonso, en la actualidad) llevado a cabo —a punta de pistola— por el pintor muralista Fermín Revueltas (1901-1935), declarándose él solo en huelga en reclamo por la suspensión de su salario por decisión del entonces Ministro de Instrucción Pública, José Vasconcelos (1882-1959). Además de este episodio, el documental narra la formación, en 1922, de la Unión Revolucionaria de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores (¡adherida a la Internacional Comunista!), por parte de los muralistas mexicanos.
El actual proyecto de rediseño de los libros de texto gratuitos es objeto de críticas que cuestionan su pertinencia, lo acusan de improvisación y aseguran que su realización representará un dispendio. Sin embargo, el mayor revuelo lo han provocado los términos de la convocatoria abierta dirigida a los creadores visuales por la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (Conaliteg), perteneciente a la SEP, que enajena sus derechos autorales, en violación de la Ley Federal de Derechos de Autor, toda vez que requiere el envío de imágenes inéditas y la cesión de derechos patrimoniales tan sólo por participar en la misma, además de que exige el involucramiento de los artistas en distintas etapas de capacitación y trabajo editorial, sin remuneración económica y al margen de que dichas imágenes sean aceptadas o rechazadas. La convocatoria resulta más que desafortunada en el contexto de la precariedad y los reiterados abusos laborales padecidos por los profesionales de la ilustración, que a menudo se encuentran con prácticas perniciosas para su oficio, como el ofrecimiento de la exposición pública de su trabajo como una remuneración por sí misma, por no mencionar las condiciones de informalidad en las que se desenvuelve su actividad.
Por añadidura y reprensiblemente, estas circunstancias no son exclusivas del trabajo artístico realizado para los empleadores del sector privado, sino que son también cada más frecuentes en el sector público, como da evidencia de ello el movimiento No Vivimos del Aplauso, que reúne a profesionales de diversas y variadas ramas de la expresión artística en la lucha por el pago de los salarios que les adeudan distintas instancias gubernamentales del sector cultural, que precarizan así su actividad profesional y los convierten en un sector social especialmente vulnerable de cara a la actual crisis sanitaria. Esto evidencia el hecho de que, a pesar de su alto grado de especialización, los trabajadores del sector cultural sufren la explotación capitalista lo mismo que cualquier obrero manual, y que a menudo se ven desprovistos de las propias condiciones para poder ejercer su oficio, truncando sus aspiraciones creativas. Para la inmensa mayoría de los artistas, la suya no es una lucha por el reconocimiento social, sino tan sólo una lucha por poder seguir siendo artistas.
Ajeno por completo a los motivos del rechazo a la convocatoria de la Conaliteg entre los creadores visuales, Marx Arriaga, flamante Director General de Materiales Educativos de la SEP (en el cargo desde hace algo más de un mes), desestima la denuncia alzada por la Anticonvocatoria, en una serie de videos publicados por la mencionada Comisión. Falazmente, asegura que el motivo por el que la Conaliteg no ofrece remuneraciones económicas por las ilustraciones que ha requerido mediante su convocatoria es la celebración de elecciones federales a mediados del presenta año. No especifica en qué consisten los potenciales “malentendidos” electorales a los que sólo alude vagamente, ni cuál reglamento restringe particularmente a la SEP, de entre las secretarías de Estado, el pago de servicios profesionales en tales circunstancias. Afirma que “no se está precarizando algo que prácticamente no existía” previamente, aludiendo al hecho de que ninguno de los artistas inconformes es actualmente empleado de la SEP, como si estos no precisaran de condiciones concretas de vida para realizar su actividad, al margen de que ésta esté o no formalizada. Finalmente, expresa que la intención de la convocatoria es la de abrir un campo anteriormente cooptado, pero en los hechos lo reduce nuevamente a quienes puedan producir creativamente sin preocuparse por recibir o no una remuneración por su trabajo.
La llamada Anticonvocatoria de los ilustradores inconformes consistió en la propuesta de un boicot contra la convocatoria de la Conaliteg, instando a los artistas que la repudiaban a no participar, o a sustituir su participación por imágenes satíricas, que también se difundieron ampliamente en las redes sociales. Sin embargo y previsiblemente, la convocatoria oficial no careció de adherentes que aceptaron sus términos. El balance de la Anticonvocatoria es contradictorio, pues por una parte publicitó abundantemente la problemática a la que respondía e incluso propuso alternativas viables de remuneración que desnudaron la mezquindad de la SEP (como la exención de impuestos o el intercambio por servicios de profesionalización y becas), mas, al no brindarle a su denuncia un sentido político claro, más allá de su rechazo moral a la misma, también pudo ser presa del oportunismo político y el sectarismo, que reducen toda protesta al encono contra un gobierno con una amplia legitimidad popular, limitando así sus propios alcances para socializarse. Por otra parte, también pudo significar un desarrollo relativo de la conciencia de clase entre los creadores visuales, pero hasta ahora tampoco la ha cristalizado en alguna forma de organización gremial que plante cara a los abusos laborales y la precarización del trabajo artístico, lo mismo frente al sector público como frente al sector privado.
Sería ingenuo suponer que la precariedad es nueva para los productores artísticos, cuando ésta ha sido en realidad la marca distintiva de las relaciones que la sociedad capitalista ha trabado con ellos desde su surgimiento, cuando marginó el carácter social del arte para darle un carácter privado y mercantil. Sin embargo, las tensiones sociales provocadas por una crisis mundial desatada en 2008 y agudizada gravemente, en la actualidad, por la pandemia, hacen brotar el descontento de la sociedad reiteradamente; siendo la Anticonvocatoria una nueva iteración de este, con todas sus contradicciones. Para no ser presas del autismo social que los aísle como movimiento, los artistas de toda clase deben apuntar sus baterías contra los actores burocráticos que recortan por abajo el presupuesto de las dependencias a su cargo manteniendo intactos sus propios salarios, mas no en contra del proceso social en su conjunto que respalda la actual política de austeridad. Sin embargo, es cierto que la expresión política de dicho proceso está limitada por su carácter reformista. Sólo una política revolucionaria puede ofrecer una real alternativa a los creadores artísticos, tanto como al resto de los explotados, en contra del capitalismo que los precariza.
¡Hoy, como antes, los artistas más consecuentes con la problemática de su quehacer son absolutamente necesarios en las filas de la revolución socialista!