El semestre universitario que inició en febrero ha sido lo contrario a todo lo que se pudiera considerar conocido, o normal. Un semestre que podemos afirmar ha sido bastante accidentado y muy caótico. Empezando como el cuarto semestre consecutivo a realizarse completamente en línea, comenzó a permitírsele a varios profesores comenzar a llevar a cabo sus actividades de vuelta en los salones de clase.
Esta extraña mezcla entre clases en línea y clases presenciales expuso y llevó a nuevos límites las contradicciones entre las condiciones precarizadas de una porción cada vez más significativa del estudiantado y las exigencias de la autoridad universitaria, que en los últimos dos años no ha dado ni una señal de ser algo diferente a un agente del capital.
Desde antes del aislamiento y la virtualización de la educación, la universidad mantenía una larga lista de problemáticas sin resolver (porros, antidemocracia, inseguridad rampante, violencia de género al por mayor, brecha salarial indignante) que provocaron en la comunidad estudiantil un gran -y podemos decir generalizado- malestar que se expresó como grandes e importantes movilizaciones y tomas de instalaciones.
Esas movilizaciones, las autoridades de Rectoría y de las diferentes facultades y escuelas prefirieron dejar que se desarrollaran con la perspectiva de que pudieran finalizar prontamente por agotamiento. Esto se desarrolló más tiempo del que esperaban, pero finalmente llegó la pandemia y un aislamiento obligatorio que les cayó del cielo, pues solo eso pudo ponerle un abrupto final temporal al ciclo de movilizaciones.
En los últimos dos años, no solo no se hizo ningún esfuerzo por resolver ninguno de los problemas, pareciera ser que, por el contrario, los esfuerzos fueron dirigidos a mantener la posición de privilegios de la alta burocracia al tiempo que los diversos problemas que ya existían se profundizaban y se mezclaban con los nuevos, que tenían que ver con la insostenibilidad de la modalidad en línea para estudiantes, trabajadores y profesores de asignatura.
Todas esas cosas que la autoridad no quiso resolver se han acumulado y no es posible que haya otro desenlace más que la reactivación de las movilizaciones masivas que caracterizaron al 2019. Hemos visto y sido testigos de pequeñas explosiones hasta ahora, como el paro virtual por la falta de pagos a los maestros. Pero ahora que por fin se está regresando a la presencialidad, la explosión de todos estos problemas es una perspectiva más realista que antes.
Mayo ha sido un mes de reactivación política importante en la que tradicionalmente es una de las facultades más movilizadas, Ciencias Políticas y Sociales. Aquí hemos visto explotar las problemáticas de estudiantes y de trabajadores. En el caso de los primeros, los compañeros de la carrera de Antropología han denunciado que no han podido usar laboratorios y repentinamente les fueron canceladas las prácticas de campo con el pretexto de que no hay presupuesto.
Esto inevitablemente provoca que nos preguntemos, ¿Qué pasó con el presupuesto de los dos años anteriores en los que no se ejerció? Mientras esta pregunta no se contesta, la dirección se lava las manos y no cumple su obligación reglamentada de pagar insumos, medios de transporte y servicios médicos, entre otros gastos; al tiempo que la realización de las prácticas de campo quedan reservadas fácticamente para los que puedan pagarlas, por lo que también nos preguntamos ¿Dónde queda el carácter público y gratuito de la educación?
Junto con la nula transparencia en cuanto al presupuesto destinado a los estudiantes, los trabajadores de esta misma facultad han sido llamados a trabajar en pandemia y en jornadas vacacionales, han perdido a 40 compañeros por COVID por lo mismo, no han recibido la correspondiente remuneración por el tiempo extra trabajado y tampoco han recibido la reposición de las jornadas vacacionales.
En ambos casos, los sectores afectados han realizado ejercicios asamblearios y, en el caso de los trabajadores, han procedido a marchar y/o cerrar Insurgentes en dos ocasiones. Aunque no se han terminado de concretar, existen los esfuerzos de vinculación de las luchas de ambos sectores, esfuerzos que se tienen que concretar para que las demandas puedan ser resueltas.
Existe aún, es necesario reconocerlo, una parte cuantitativamente importante tanto de estudiantes como de trabajadores que no establecen la necesidad de marchar unidos, algunos incluso ven las luchas del otro sector con antipatía. Esta no es una situación que pueda mantenerse por mucho tiempo, las demandas de estudiantes y trabajadores son demandas legitimas y que requieren una solución urgente. Si el movimiento de trabajadores y estudiantes unidos no se concreta, las autoridades podrán esperar simplemente a que volvamos a caer en el agotamiento.
Los esfuerzos de vinculación no tienen porqué ser en vano, hay otras dependencias de la universidad cuyos trabajadores tienen las mismas demandas que los de FCPyS, y es imposible que en ninguna otra facultad exista un estudiantado inconforme. Ciencias Políticas y Sociales es la prueba de que en la universidad no se resolvió ninguna causa de malestar de la comunidad, y las experiencias de movilización que se están dando, desde asambleas hasta toma de instalaciones, son el ejemplo de lo que seguirá ocurriendo en toda la universidad a lo largo del próximo semestre y presumiblemente a lo largo del próximo año.
Así mismo, nuestras perspectivas no tienen que ser necesariamente catastrofistas, en términos de decir que nada se concretará en FCPyS si la vinculación no se logra y no se arma un movimiento masivo este mes o el próximo, la lucha por la satisfacción de las demandas irá para largo. Pero si más temprano que tarde no se concreta esa vinculación entre sectores, y trabajadores y estudiantes siguen luchando por separado, es seguro que esta facultad será también el ejemplo de que al no haber unidad las direcciones seguirán repitiendo la táctica del agotamiento una y otra vez.
Cómo vencer o cómo ser vencidos, ese es el ejemplo que a partir de mayo pondrá Ciencias Políticas y Sociales.