La reciente elección federal intermedia celebrada en México el pasado domingo 6 de junio representó un verdadero hito en la historia reciente. Lo primero que llama la atención es el grado de participación del 52%, superior a lo habitual en una elección como ésta, en la que suele medrar el abstencionismo al no disputarse la presidencia. Así mismo, se trató de una elección con variados contrastes que tiene como referente obligado a la anterior elección federal (2018), en la que Andrés Manuel López Obrador fue electo presidente con el 53% de los votos.
Si en aquella ocasión la inevitable victoria del tres veces candidato de la izquierda electoral provocó una retirada en desbandada de los tres partidos de la oligarquía (desprestigiados), en esta ocasión, PRI, PAN y PRD cerraron filas a instancias del millonario Claudio X. González, mientras que la imposición de Mario Delgado por el Tribunal Electoral (TEPJF) en la presidencia del partido gobernante auspició la inclusión del oportunista PVEM en la alianza entre Morena y el PT. A pesar de que dicha alianza mantiene la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, Morena redujo sensiblemente sus escaños, perdiendo 55, mientras que el principal partido opositor (PAN) ganó 32. Por otra parte, la alianza en apoyo del gobierno federal triunfó en 11 de los 15 Estados en los que se disputaban la gubernatura, siguiendo la inercia del 2018 en forma contundente y expulsando de varios gobiernos estatales a los partidos del viejo régimen. Lo que ha seguido a la elección es una disputa mediática por la interpretación de los resultados, en la que la elección local en la capital del país —que tuvo un peculiar desenlace— ha llamado vivamente la atención de analistas y ciudadanos por igual.
El lunes 7 de junio, las redes sociales amanecieron con la presencia de una imagen satírica que comparaba los resultados electorales de la Ciudad de México con la división de la capital alemana durante la Guerra Fría, cuando sendas Repúblicas germanas, la occidental República Federal (RFA) y la oriental República Democrática (RDA), reclamaban la ciudad como suya, permitiendo a la RFA tener un enclave en la RDA y dividiendo a la antigua capital prusiana con el emblemático Muro de Berlín. La alianza opositora ha conseguido conquistar 9 de las 16 alcaldías de la Ciudad de México, dominando el occidente, donde se concentra la mayor parte del empleo, los ingresos y los servicios, y dejando las alcaldías del oriente, de fuerte arraigo obrero y popular, a la alianza encabezada por Morena, el mismo partido que ostenta la Jefatura del Gobierno de la Ciudad desde 2018.
Mientras que la alianza opositora y los medios de comunicación burgueses se esmeran en magnificar este resultado, desde el oficialismo, el sorpresivo embate de la derecha en la Ciudad de México ha sido minimizado en el marco del balance nacional de estas elecciones, pues en términos numéricos y estratégicos las 9 alcaldías parecen un botín bastante menor en comparación con la mayoría legislativa en la primera cámara y las 11 gubernaturas obtenidas por Morena y sus aliados. Sin embargo, es innegable que estos comicios representaron para la izquierda electoral un fuerte revés político a nivel local, dado el valor simbólico que la Ciudad tiene para la misma, que gobierna la capital desde 1997, es decir, desde la primera ocasión en que dicho gobierno fue designado por el sufragio popular. En consecuencia, la derecha se ha empecinado en arraigar en el imaginario tanto local como nacional la idea de una Ciudad partida en dos, a partir de líneas de clase bien definidas.
De acuerdo con esta idea reduccionista, el occidente habría votado por la oposición por ser el sector mejor educado y más industrioso, compuesto por empresarios y profesionistas, además de aquél que más aporta al presupuesto público mediante sus impuestos, injustamente derrochados en subsidios y programas sociales para la perezosa e improductiva clase obrera en el oriente; la que habría votado por el gobierno “populista” sólo para sostener su modo de vida parasitario.
El propio presidente desenmascaró la falsedad de esta versión en una de sus conferencias matutinas, la semana luego de la elección, al señalar que, por el contrario, son los trabajadores los que aportan impuestos en mayor proporción (siendo la mayor parte de la sociedad), en la forma de impuestos al consumo, como el IVA y también mediante el ISR, deducido de sus salarios. La respuesta popular al desprecio de la derecha por las mayorías (las que apenas durante la campaña se afanaba inútilmente por allegarse mediante exhibiciones ridículas de falsa humildad), señaló a la clase empresarial como evasora de impuestos y a los subsidios que reciben las clases productoras como una penosa necesidad, fruto de la precariedad laboral endémica que padecen. Huelga decir que la única clase verdaderamente productiva es la clase explotada y no al revés.
No obstante, una parte de la izquierda electoral, incluyendo al propio AMLO, concede, quizás sin advertirlo, una parte sustancial del argumento falaz de la derecha al analizar la debacle en las 9 alcaldías del poniente, pues atribuyen la misma al desarraigo de la llamada clase media, que se habría hecho eco de la virulenta campaña mediática emprendida por la burguesía ya desde el mismo inicio del actual gobierno, además de no sentirse representada en los programas sociales del mismo. Esta idea no sólo es equivocada, al responsabilizar más al votante que al propio partido por sus yerros, sino que es la misma idea de la que se hizo eco la desangelada campaña presidencial de AMLO en 2012, que luego del fraude electoral de 2006, lo llevó a suavizar su postura política para “no asustar a la clase media”. La urgente necesidad de un cambio expresada en las urnas en 2018, ante la bancarrota de los gobiernos sucesivos del PRI y del PAN, probó lo equivocado de semejante juicio, que sin embargo hoy vuelve a asomar la cabeza.
Por principio de cuentas, la representación visual de un mapa dividido en alcaldías opositoras (azules) y alcaldías oficialistas (guindas) resulta sumamente simplista. Al compararlo con un mapa que divide a la Ciudad por sus secciones electorales, lo que salta a la vista es que hay enclaves azules en las zonas guinda y viceversa, es decir que en las localidades socialmente menos favorecidas de la zona poniente el voto se orientó por la alianza de Morena, PT y PVEM, sin alcanzar a inclinar la balanza a favor de ésta en la elección de los alcaldes. El fenómeno análogo habría ocurrido en las áreas más privilegiadas de la zona oriente, que favorecieron a la alianza del PRI, PAN y PRD. También llama la atención que esta última, a pesar de haber ganado la mayoría de las alcaldías, no obtuvo la mayoría en la Asamblea legislativa local, lo que le habría restado autonomía al poder ejecutivo capitalino, encabezado por Claudia Sheinbaum. Aunque esto no ocurrió así, indica que el voto diferenciado se convirtió en un factor bastante relevante en esta elección local.
Por sí mismo, un mapa por secciones electorales podría resultar algo engañoso, pues la victoria también fue para la alianza oficialista en las secciones geográficamente más amplias y menos densamente pobladas, creando la impresión de un vasto dominio de Morena en la Ciudad, que no sirve para explicar los resultados en la elección de los alcaldes. Para alcanzar un retrato más exacto del fenómeno ocurrido en las urnas en esta elección, resulta útil cotejar también un mapa que muestre la proporción en la que se dividió el voto en cada alcaldía, al mismo tiempo que refleje la densidad de la población en las mismas. Al observar detenidamente y analizar un mapa con dichas características, se desprende que el oficialismo sólo obtuvo una victoria aplastante en Iztapalapa y una razonablemente holgada en Gustavo A. Madero, además de una ventaja suficiente en Venustiano Carranza y Tláhuac, mientras que sus resultados en Iztacalco, Xochimilco y Milpa Alta le dieron un triunfo muy ajustado. Por su parte, la oposición venció en toda la línea en su bastión histórico de Benito Juárez, tuvo una ventaja cómoda en Miguel Hidalgo, Álvaro Obregón y Coyoacán, le bastaron sus votos sin mayor sobresalto en Cuauhtémoc, Cuajimalpa y Magdalena Contreras, mientras que prevaleció por un margen estrecho en Azcapotzalco y Tlalpan.
Pero es al hacer un balance general que se encienden los focos rojos para Morena, pues de los cerca de 3 millones 900 mil votos emitidos en estas elecciones en la Ciudad de México, sólo obtuvo el 43%, en conjunto con sus aliados, mientras que el triunvirato opositor les superó con un 45%, con una diferencia de aproximadamente 75 mil votos; restando un 11% que se decantó por otras opciones, o bien anuló su voto. Esto quiere decir que, de haberse disputado la Jefatura de Gobierno capitalina en estos comicios, la alianza del PRI, PAN y PRD probablemente habrían arrebatado al más importante bastión histórico de la izquierda electoral.
Aún hay un largo trecho de camino a las próximas elecciones federales de 2024 y estas no serán ni de cerca las últimas palabras que se escriban al respecto de la elección de este año en la Ciudad de México, pero lejos de reducir los resultados locales a factores simples como la indolencia o el individualismo de la llamada clase media, es preciso para la izquierda electoral y principalmente para sus bases militantes entender críticamente lo acontecido, para poder atajar las fallas internas que se cristalizaron en este escenario, por la sencilla razón de ser el único factor sobre el cual puede ejercer una influencia real. Sería un craso error reducir todo el problema a un único factor, como una comunicación inefectiva con las capas medias o la seducción de la derecha sobre las mismas. Por el contrario, todo parece indicar que el voto de la derecha no aumentó en forma distintiva entre las elecciones locales de 2018 y las de este año, sino que fue el voto de la izquierda el que se redujo.
Esta merma en la preferencia del electorado capitalino por la izquierda se ve influida por diversos factores; hoy en día se habla de acusaciones de fraude contra la ex primera dama Margarita Zavala, que consiguió una diputación en la alcaldía de Miguel Hidalgo, de pactos vergonzosos del senador de Morena y presidente de la Junta de Coordinación Política de la segunda cámara, Ricardo Monreal para perjudicar a sus viejos adversarios dentro del propio partido. No se han escatimado menciones a la tragedia de la Línea 12, que apuntan a una grave negligencia en su construcción durante la gestión del actual Canciller Marcelo Ebrard en la Jefatura de la Ciudad (pese a la cual prevaleció Morena en la alcaldía de Tláhuac, donde acaeció el siniestro). Incluso se ha mencionado la influencia perniciosa de escándalos en otras entidades, como las acusaciones de violación en contra del excandidato a la gubernatura de Guerrero, Félix Salgado, como elementos que erosionan la confianza de los capitalinos en el actual gobierno y principalmente en su partido.
El problema no es que estos votos se hallan transferido mecánicamente a la oposición, sino que estos votantes habrían tenido serios escrúpulos para seguir votando por Morena, especialmente cuando la dirección del partido impone candidatos con los que las bases no se identifican (cuando no los repudian llanamente). Siempre que las mayorías se involucran realmente en los procesos políticos la derecha es derrotada, pero para que esto suceda dichas mayorías deben encontrar motivos para su entusiasmo en el programa político de la izquierda. Es cierto que la clase media se encuentra a menudo bajo la influencia de la clase dominante, pero también pueden librarse de ella cuando “tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado” (Marx y Engels, Manifiesto Comunista). Para atraer a esas capas Morena necesita radicalizarse, en vez de adaptarse y moderarse. Es probable que la vorágine de la siguiente elección presidencial avive la participación y evite un destino aciago para la Ciudad de México, pero si Morena no atiende los vicios que arrastra, no se desvanecerá del todo la posibilidad de que la derecha le aseste un golpe funesto en su bastión más importante; este año hemos tenido ya visos de ello.
La tarea que el gobierno de AMLO se ha propuesto no es menor, en la medida en que se ha identificado como una Cuarta Transformación histórica en la vida política de este país. La cortedad de miras y el triunfalismo serán veneno puro para Morena y su militancia en los siguientes tres años. Es probable que el mismo AMLO concluya satisfactoriamente su gestión, pero los problemas que no se resuelvan ahora serán una herencia para su sucesor, de conseguir el triunfo en 2024, que no necesariamente contará con los mismos recursos políticos para darle continuidad a su proyecto. El momento de profundizar esta transformación es en el presente, desechando al dirigente impuesto en Morena y democratizando la selección de candidatos, para que estos puedan ser escrutados por la base militante durante las campañas y también durante su gestión, y en última instancia, esta base debe asumir la necesidad de trascender la política limitante del reformismo para arrebatar el poder económico a la clase dominante y luchar por el socialismo, que es la mejor esperanza no sólo de los mexicanos, sino de la humanidad entera para dejar atrás las lacras que el sistema capitalista ha implantado en nuestras vidas.