“Esta tierra fue dos veces inundada en sangre por españoles serviles, vasallos abyectos de un rey; pero hubo también españoles liberales y patriotas que sacrificaron su reposo y su vida por nuestro bien”.
Xavier Mina, 26 de abril de 1817
Cierto es que el régimen colonial español en América estaba entrando en profundas contradicciones a principios del siglo XIX, entre otras cosas por la creciente importancia de un grupo de nativos descendientes de españoles, los llamados criollos. En general, como era el caso de Allende, bastante conservadores respecto al régimen establecido; es decir que lo querían preservar en la medida de que era una fuente de sus privilegios. No obstante, exigían posiciones de poder que en aquel entonces eran exclusivas para los peninsulares.
Si bien la terrible explotación de los trabajadores fue un motivo que hizo del movimiento de independencia toda una revolución. No menos importante fue el movimiento popular revolucionario que estalló en España en 1808 tras la invasión napoleónica.
Dicha invasión fue combatida por sectores liberales dentro de la península para expulsar a la intervención francesa al mismo tiempo que para acabar las bases del absolutismo borbónico.
Francisco Javier Mina es un ejemplo representativo de este movimiento, él había nacido en Navarra, muy cerca de Pamplona y para cuando estalló el levantamiento contra los franceses tenía 19 años. Muy pronto se destacó en múltiples acciones guerrilleras, tras dos años de resistencia armada cae prisionero en torno al año de 1810, siendo liberado hasta la caída de Napoleón, en 1814.
Fernando VII se había visto forzado a aceptar el movimiento liberal, en el que participaba Mina, en la medida en que aquél era el que encabezaba la lucha por su restauración. No obstante, aborrecía profundamente sus intenciones reformistas,
Tampoco los criollos, ya fueran independentistas o realistas, se sentían cómodos con dicho movimiento. La Constitución española de Cádiz, en 1812, incluía entre otras cosas el reparto de tierras a los indios casados, lo que, entre otras cosas, ponía los pelos de punta a la elite terrateniente.
En 1814, Fernando VII declaró nula la Constitución liberal e intensificó el combate a las rebeliones en las colonias, particularmente en la Nueva España. Este periodo coincidió con la derrota de los ejércitos campesinos de Morelos.
Para líderes como Mina, que habían encabezado la lucha contra los franceses, la traición de Fernando VII era inaceptable, por lo que el 25 de septiembre de 1814 intentan un levantamiento para reestablecer la Constitución. No obstante, son derrotados y él y muchos de sus compañeros se ven forzados al exilio.
Las noticias sobre la lucha independentista eran conocidas por múltiples personalidades liberales en el viejo continente. Particularmente, los ingleses no veían con malos ojos el derrumbe del Imperio español, el cual esperaban controlar a partir del control que ejercían sobre el comercio mundial. No obstante, esta circunstancia fue aprovechada por revolucionarios como Mina, el cual llegó a las costas de Tamaulipas el 25 de abril de 1817.
Lamentablemente para Mina, luego de la muerte de Morelos, en el territorio mexicano se vivía una etapa de reacción en toda regla: los criollos que habían visto con simpatía los primeros intentos independentistas, temerosos de la lucha campesina que se habían desatado con Hidalgo y Morelos, habían hecho causa común con el régimen virreinal, mientras que los caudillos sobrevivientes subsistían a duras penas en sus regiones, sin la posibilidad de lanzar ofensivas importantes.
La presencia de Mina en el país se tomó como un desafió para el régimen virreinal de Juan de Apodaca, de tal modo que rápidamente se desató una persecución para someterlo. Pesa a algunas pequeñas victorias, al final es derrotado y hecho preso el 27 de octubre de ese mismo 1817, para ser fusilado el 17 de noviembre en las cercanías de Pénjamo.
Como se ve, los revolucionarios españoles colaboraron políticamente con la independencia de México, pero también lo hicieron físicamente, y el sacrificio de Mina es testimonio de ello.
La lucha armada contra la Corona española se sostuvo a nivel regional, entre otros, por Vicente Guerrero y si bien no logró tener la trascendencia de la de Hidalgo y Morelos, tampoco podía ser aniquilada, así que al menos tuvo la virtud de sostenerse mientras sucedís algo que rompiera el impasse y, nuevamente, la nueva situación emergió en España.
Para 1819, las noticias en la península ibérica llenaron de pavor a la oligarquía criolla. En junio de ese año, las tropas españolas que serían enviadas a América se intentaron sublevar y, pese a que el régimen descubre y encarcela a sus dirigentes, las insubordinaciones se expanden por doquier.
En enero de 1820 estalla un levantamiento generalizado del ejército reclamando la reinstauración de la Constitución. Para marzo de 1820, Fernando VII cede a las pretensiones del levantamiento y jura la Constitución de Cádiz.
Por supuesto, al menos por un tiempo, no habría soldados españoles rumbo a las colonias americanas. De igual modo, la aplicación de una constitución que atentaba contra los intereses de la oligarquía criolla de la Nueva España era al menos posible.
La revolución española tarda tres años en ser nuevamente sofocada por la traición de Fernando VII, pero sus efectos, al menos en la Nueva España, fueron determinantes. El mando del ejército realista, en acuerdo con el entonces virrey, busca un cese al fuego y logra un acuerdo con las fuerzas insurgentes de Vicente Guerrero.
Es importante recalcar que, lejos de la idea de que la independencia fue producto de un acuerdo, ésta no hubiera sido posible sin la acción revolucionaria de los trabajadores, tanto de la nueva España como de la península, y que la reacción conservadora en México tiene más similitudes con el absolutismo de Fernando VII que con los trabajadores a los que oprimía.
La declaración de independencia de 1821 aseguró el carácter intocable de la Iglesia y del latifundio, principales sostenes del estado de cosas impuesto durante el virreinato. No sólo eso: la élite terrateniente incluso logró establecer el Imperio como forma de gobierno. Parecía que los conservadores habían ganado la partida. Afortunadamente, el triunfo fue efímero. El régimen de Iturbide estalló —víctima de sus propias contradicciones— desatándose un periodo de guerras civiles entre liberales y conservadores que se prolongó, con algunos breves lapsos de paz, hasta la llegada del porfirismo.