Según un informe elaborado por la Organización Internacional del Trabajo, la crisis económica y sanitaria de COVID-19 se ha convertido en la mayor crisis para el mercado de trabajo desde la época de la Segunda Guerra Mundial. Estas condiciones han impactado de manera sumamente negativa a los jóvenes que se ven en la necesidad de trabajar, tanto en sus posibilidades de encontrar un empleo como en las condiciones (ya de por sí pobres) de los empleos que encuentran.
Ya desde antes de la pandemia los jóvenes de entre 15 y 24 años tenían, según la ya mencionada OIT, tres veces más posibilidades de estar desempleados que los mayores de 25. Aproximadamente 80% de los jóvenes de ese rango de edad tenían antes de la pandemia problemas para encontrar empleo (aun teniendo educación universitaria).
Para enfrentar la situación, se puso en marcha el programa Jóvenes Construyendo el Futuro, y a pesar de que es en apariencia una buena idea, tiene un problema de origen importante, el cual es que no se crean como tales nuevas fuentes de trabajo, sino que se procura la entrada de los jóvenes a un mercado laboral que sigue teniendo la misma variedad de oportunidades que antes. Los resultados se manifiestan en que 25% de los becarios no terminan su año de capacitación, y del 75% restante, muy pocos son contratados por la empresa que los registró.
Ahora al mercado laboral se deben integrar todos aquellos jóvenes que a lo largo de la pandemia se han visto obligados a abandonar sus estudios debido a que sus familiares perdieron sus empleos, jóvenes que -según el INEGI- se cuentan en 5.2 millones. Esta repentina sobreoferta de fuerza de trabajo, aunada a una demanda muy inferior de esta, se ha traducido en una caída drástica del precio del trabajo (dicho de otra manera, en salarios históricamente bajos).
Las opciones obvias a las que como jóvenes hemos tenido que recurrir se concentran en un abanico (mucho más limitado que antes) que se puede englobar en ventas (atendiendo negocios o trabajando turnos en tiendas más grandes) y en aplicaciones de paquetería.
Estos trabajos no ofrecen condiciones laborales muy diferentes a las que se pueden encontrar en el sector informal (al cual también han tenido que recurrir muchos jóvenes buscando sustento), ya que no tienen las prestaciones que deberían tener. Muchos ni siquiera reciben el mote “trabajador” -situación que se da sobre todo en las aplicaciones de distribución y paquetería- pues de esta manera los patrones no están obligados a cumplir la norma laboral ni a contratarlos como se debe.
Algo que hemos mencionado desde el inicio de la pandemia es que la COVID-19 no causó las crisis, ni del desempleo y mucho menos de la precarización laboral, sino que simplemente aceleró todo este proceso de descomposición y de estancamiento de progreso que significa el capitalismo, un ejemplo de esto es que desde 2012 que se legalizo el outsourcing (subcontratación), millones de mexicanos empezaron a entrar a este modo de trabajo, el cual no ofrece las condiciones laborales adecuadas y ni si quiera gozan de un contrato laboral, hasta el 2020 el INEGI había estimado que más de 4 millones de mexicanos estaban en esta modalidad de trabajo, en estas cifras hay obreros adultos, madres solteras y muchos jóvenes, ya que al no encontrar una manera de conseguir un trabajo digno han tenido que irse por las únicas opciones que hay, que es una modalidad de trabajo criminal que priva de la mayoría, (si no es que todos) de los derechos laborales, es cierto que hay una ley para regular el outsourcing, pero no se trata de regular la explotación, se trata de abolirla.
Si vemos todo en retrospectiva, ser un joven precarizado en México te da muy pocas opciones: la primera es tratar de seguir con tus estudios, pero las condiciones materiales no te permiten hacerlo de la manera que debería de ser continuar con los aprendizajes, sino que, o estudias o comes. Eso te obliga a salir a buscar trabajo, cuando tienes que salir al campo laboral no tienes muchas opciones, una es entrar a un trabajo donde no te dan un contrato laboral, lo cual permite que los empleadores se deslinden de darte tus derechos de trabajador, al tiempo que permite que la empresa pueda evadir impuestos. La otra opción es un trabajo donde si te dan un contrato, pero en vez de decir que eres un empleado te ponen como “socio” (como en los ya mencionados trabajos de paquetería), esto justamente para deslindarse de dar prestaciones y de rendir cuentas al gobierno, la única diferencia entre estas 2 opciones es un papel, uno que a final de cuentas, no sirve de mucho.
Al ser joven precarizado debes de buscar mas opciones y una de ellas es buscar emprender de alguna manera, ya dígase vender productos por internet, o poner algún puesto callejero o un pequeño negocio (suponiendo el joven precarizado haya podido conseguir dinero para esto). Pero, en el primer caso, encima de las condiciones de precarización, en las entregas -que suelen ser en estaciones del metro- las fuerzas de seguridad no dejan que los jóvenes vendan y los expulsan de esos espacios públicos (sin mencionar los casos de violencia policial que suelen pasar muy constantemente), y en el caso de los puestos callejeros o los pequeños negocios, por la misma situación sanitaria no hay mucha circulación de gente y por ende las ventas no son las deseadas, esto hace que ese pequeño negocio no resulte.
A simple vista, parece que no hay opciones ni soluciones. El gobierno federal ha hecho muchos intentos -de resultados dudosos- por apoyar a la juventud y aun así nuestro panorama parece más desolador que nunca. Sin embargo, a pesar de todas las penurias que como jóvenes estamos pasando, el actual periodo es particularmente revelador. A pesar de todos los créditos de emprendimiento y autoempleo, a pesar de todas las becas y a pesar de todos los apoyos para la inserción al trabajo, somos el sector más golpeado. Solo podemos llegar a una conclusión obvia, y es que a pesar de todo el esfuerzo y los apoyos, nuestro trabajo está más precarizado que nunca porque sigue siendo una mercancía. La posibilidad de que nos contraten a cambio de un salario fijo y buenas prestaciones se nos escapa cada vez más de entre las manos porque somos cada vez más los que necesitamos un sustento y cada vez menos los que están dispuestos a comprar nuestro trabajo, buscando siempre la salvaguarda de la mayor ganancia posible.
La única manera de poder acabar con esta situación de precarización generalizada es arrancarle al trabajo el carácter de mercancía, arrancarle a la burguesía el poder de someternos a la ley de la oferta y la demanda, y despojar a la sociedad burguesa de su base material para poder crear una nueva. Todo este proceso tiene nombre y apellido, se llama revolución socialista. Y para que pueda funcionar es necesaria la organización masiva de los trabajadores y de la juventud.
Tú, joven trabajador precarizado, ¡ven, organízate y ayuda a preparar la lucha!