La huelga general paraliza Portugal
Rui Faustino y Arturo Rodríguez
Las federaciones sindicales convocaron una huelga general en Portugal el jueves 11 de diciembre contra la ley laboral antiobrera del primer ministro Luís Montenegro. La huelga contó con una gran participación y representa un importante punto de inflexión para la lucha de clases en Portugal. Ha cambiado parcialmente el estado de ánimo de la sociedad y ha situado las cuestiones de clase en el centro de la atención pública.
Un ataque sin precedentes
El proyecto de ley laboral de Luís Montenegro incluye más de cien artículos que pisotean los derechos conquistados tras décadas de lucha. La ley introduce un «banco de tiempo» que elimina el pago de horas extras, facilita los despidos, fomenta la subcontratación y proporciona cobertura legal para el falso autoempleo. También limita la negociación colectiva, restringe el derecho a la huelga y socava los derechos de maternidad, entre otras medidas.
Esta ofensiva contra la clase trabajadora no es un capricho de Luís Montenegro, aunque su gobierno de derecha esté conscientemente alineado con los empresarios. Más bien refleja las necesidades objetivas del capitalismo portugués en un momento de crisis. Hay una crisis mundial de sobreproducción y Europa está saliendo perdiendo. Para aumentar la «competitividad», controlar sus deudas y financiar sus ambiciones imperialistas, los capitalistas europeos deben apretar las tuercas a los trabajadores.
La clase dominante parasitaria de Portugal siempre ha recurrido a la hiper explotación para compensar su atraso. Con el centro-derecha en el poder, los patrones están renovando su ofensiva contra los derechos laborales de la manera más cruda posible. Pero esto está dando un poderoso impulso a la lucha de clases.
La última huelga general en Portugal tuvo lugar hace casi trece años, durante los memorandos de austeridad posteriores a 2008. Los líderes sindicales no estaban dispuestos a convocar una ahora, pero el Gobierno no les dejó otra opción. Habrían perdido toda su legitimidad si no hubieran aceptado convocar la huelga.
La huelga tuvo lugar el jueves 11 de diciembre. No hay estadísticas precisas sobre cuántos trabajadores participaron. El Gobierno afirma que menos del 10 % de la población activa se sumó a la huelga, mientras que los sindicatos cifran en tres millones el número de huelguistas (más de la mitad de la población activa).
Lo que es seguro es que la huelga paralizó sectores críticos de la economía, como el transporte y la distribución, la producción industrial a gran escala y, especialmente, el sector público: escuelas y universidades públicas, instalaciones de recogida de residuos y centros de salud. Es cierto que tuvo una participación limitada en las industrias más precarias del sector privado —que cuentan con una gran cantidad de trabajadores migrantes—, como la hostelería, la construcción y el comercio minorista. Esto se debe al acoso y la intimidación sistemáticos por parte de los empleadores (especialmente eficaces contra los migrantes), la baja afiliación sindical en estos sectores (debido en gran medida a la pasividad de los sindicatos) y la renuencia de los trabajadores a perder un día de salario cuando apenas llegan a fin de mes.
Sin embargo, el impacto de una huelga no puede medirse únicamente por sus consecuencias directas: debemos evaluar el apoyo social general que recibe. En este sentido, la huelga general del 11 de diciembre contó con la simpatía incondicional de la mayor parte de la sociedad portuguesa. Una encuesta de opinión realizada por el periódico Diário de Notícias reveló que el 61 % de los encuestados apoyaba el paro, y solo el 31 % se oponía. Esta amplia simpatía social se palpó el día de la huelga, con escenas conmovedoras de trabajadores de la limpieza y camareros animando a los manifestantes y piquetes.
Los jóvenes toman la iniciativa
Los líderes sindicales abordaron la huelga general de manera rutinaria. Mientras que la pequeña federación UGT amenazaba con otra huelga general, la CGTP, mucho más grande y supuestamente más radical, eludió la cuestión y propuso continuar la lucha mediante… ¡Pedir firmas! Su estrategia es clara: mostrar su fuerza con una huelga de un día y luego pedirle concesiones al Gobierno en la mesa de negociaciones. Sin embargo, para las masas, especialmente para los jóvenes, la huelga general supuso una válvula de escape para su ira reprimida.
La manifestación celebrada en Lisboa el jueves por la tarde no fue un asunto rutinario. Fue una notable demostración de fuerza de la clase trabajadora, no solo por su número, sino también por su atmósfera eléctrica. Los jóvenes predominaban en esta enorme multitud, gritando consignas revolucionarias como «huelga general contra el capital», «el país está en una situación desesperada, ¿qué vas a hacer? ¡Revolución y poder popular!», y «son los trabajadores, portugueses o inmigrantes, los que llenan los bolsillos de los patrones».
Los sindicatos apenas se dejaron ver. Lo mismo ocurrió con el Partido Comunista. La multitud se situaba sin duda a la izquierda de las cúpulas de la CGTP y el PCP. Se trataba en gran medida de una manifestación sin líderes.
Una huelga general exitosa siempre plantea la cuestión del poder. Revela la enorme fuerza de la clase trabajadora, sin la cual no se enciende una bombilla, no gira una rueda, no suena un teléfono. Este poder permanece latente en tiempos normales, pero sale a la superficie durante una huelga. El estado de ánimo que se respiraba el jueves en Lisboa, un estado de ánimo de ira, pero también de confianza, insubordinación y alegría, reflejaba este poder creciente de los trabajadores que se mueven como clase, aunque todavía de forma tímida y a tientas.
Este estado de ánimo revolucionario existe principalmente entre la capa radicalizada de la juventud. Este sector está creciendo en número bajo la presión implacable de la crisis, pero sigue siendo una pequeña minoría en la sociedad. Sin embargo, visto dentro de los procesos más amplios que tienen lugar entre las masas, esta juventud anuncia la radicalización de capas mucho más amplias, que, sin embargo, necesitarán más tiempo y acontecimientos para llegar a conclusiones revolucionarias.
Consecuencias imprevistas
Portugal es, con diferencia, el país más pobre de Europa occidental y, a pesar de un crecimiento económico (mediocre), la inflación, la falta de viviendas y el colapso de los servicios públicos han ido deteriorando progresivamente las condiciones de vida. En los últimos tiempos se ha acumulado un sentimiento de ira y frustración en la sociedad portuguesa. Sin embargo, este sentimiento ha adquirido una expresión política distorsionada con el auge del partido populista de derecha Chega.
Chega y su líder, André Ventura, deben su popularidad al descrédito de la izquierda tras ocho años en el poder entre 2015 y 2023, cuando acabaron limitándose a gestionar la crisis del sistema. Los diferentes partidos de izquierda no se han recuperado, ya que repiten como loros sus fórmulas reformistas vacías, alejadas del estado de ánimo de la sociedad. Se está allanando el camino para la llegada de Ventura al Gobierno.
Ventura es un demagogo capitalista que ha galvanizado una base de apoyo extremadamente heterogénea, que abarca desde fanáticos racistas y empresarios reaccionarios hasta trabajadores enfadados que anteriormente votaban a socialistas o comunistas, o que no votaban en absoluto. Ventura se ha beneficiado del relativo estancamiento de la lucha de clases, lo que le ha permitido librar guerras culturales sobre cuestiones como la migración, la criminalidad y la corrupción.
Sin embargo, la huelga general ha puesto sobre la mesa las cuestiones de clase. Esto coloca a Ventura en una situación difícil. Inicialmente apoyó la ley laboral del Gobierno, pero, al sentir la oleada de protestas, tuvo que cambiar de rumbo. Según la encuesta mencionada, ¡el 67 % de sus seguidores apoyó la huelga general!
En los últimos días, ha atacado la ley sin rodeos y ha adoptado una retórica pseudo-trabajista. Se trata de una demagogia vacía, pero que entusiasma a sus seguidores de clase trabajadora, de forma similar a la retórica de Donald Trump durante su campaña de 2024. Sin embargo, al ser un político capitalista oportunista, no podrá estar a la altura de estas expectativas: al contrario, las pulverizará. Su base de apoyo se desmoronará. El péndulo se inclinará entonces con fuerza hacia la izquierda. La fuerte radicalización que ahora vemos en un segmento de la juventud portuguesa se producirá entre las masas en general. El problema es que no hay alternativa en la izquierda. Hay que construirla.
