La izquierda ha sufrido una durísima derrota en Madrid. Quien fuera señalado estos años por la reacción como el enemigo público número uno del régimen, Pablo Iglesias, abandona todos sus cargos políticos. La derecha festeja por todo lo alto e incrementará su arrogancia. La militancia de izquierda debe sacar las lecciones de todo esto. Como dijo el filósofo Spinoza, no se trata de reír ni de llorar, sino de comprender.
La derecha ha sumado el 57,4% de los votos (2.080.000) y la izquierda el 41% (1.486.000). El bloque de la derecha consigue 400.000 votos más que en las elecciones regionales de mayo de 2019 y más de 200.000 respecto a las legislativas de noviembre de 2019. Y en el camino Ciudadanos desaparece del panorama político. El bloque de la izquierda pierde 60.000 y 140.000 votos, respectivamente, en relación a ambas elecciones, pese a que hubo una mayor participación en estas últimas (3.650.000) que en las dos anteriores (3.251.000 y 3.558.000, respectivamente).
Aunque Más Madrid (16,97%) y Unidas Podemos (7,21%) mejoraron algo sus resultados, en votos y en porcentaje, (de un 20,29% en 2019 a un 24,18%) no fue suficiente ante el descalabro del PSOE, que pasó del 27,31% al 16,85%.
A diferencia de lo ocurrido en las elecciones autonómicas de Catalunya, Euskadi y Galicia en el último año, donde la epidemia de Covid-19 estimuló la abstención (aunque no cambió sustancialmente el resultado electoral previsto), aquí vimos una participación elevada, un 75%. Sin duda, el detonante de ello fue la decisión de Pablo Iglesias de concurrir a las elecciones, lo que incrementó la polarización izquierda-derecha y sirvió para que la derecha y la ultraderecha tocaran a rebato y movilizaran hasta el último de sus apoyos sociales, en medio de una sucia campaña de mentiras, calumnias y amenazas con todo el apoyo del régimen detrás. Esto hizo que el debate alrededor de la nefasta gestión de Ayuso quedara casi completamente sepultado. También debemos decir que si Iglesias no hubiera concurrido, el resultado final no habría sido muy diferente, salvo una participación 15 o 20 puntos menor. La debilidad de las candidaturas del PSOE (como se ha visto en estas elecciones) y la de Unidas Podemos (que incluso se arriesgaba a no entrar en el parlamento regional) así lo anunciaban.
La izquierda ha ganado en las zonas de mayor tradición obrera y de lucha, aunque con porcentajes menores a elecciones anteriores o muy ajustados en algunos casos. Así fue en los barrios de Lavapiés, Puente de Vallecas, Usera, Villa de Vallecas, Vicálvaro y Villaverde, en la ciudad de Madrid; y en las poblaciones de Coslada, Fuenlabrada, Getafe, Leganés, Parla, Rivas-Vaciamadrid, o San Fernando de Henares.
No puede negarse la existencia de un elemento estructural que explica en parte la fuerza de la derecha en Madrid desde hace cerca de 30 años.
Madrid concentra el poder administrativo, económico, militar y judicial del país, con su legión de altos cargos y sus familias, empleados, etc. Es uno de los territorios con más renta del país, atrae a una clase media numerosa y a un entorno de trabajadores de servicios relativamente bien pagado con su mentalidad pequeñoburguesa, así como a una capa amplia de nuevos ricos creados al calor de la especulación inmobiliaria desde comienzos del presente siglo. En paralelo, los huecos dejados en el escalafón más bajo de la clase obrera lo ocupa una población inmigrante de 1 millón de personas (el 15,52% de la población, sólo en la ciudad de Madrid), la gran mayoría sin derechos políticos y que constituye el 20% de la fuerza laboral. Esta suerte de “apartheid” político y social, que deja sin derechos políticos a una parte sustancial de la clase obrera, facilita una mayoría de la derecha, igual que ocurre en otras zonas del Estado como en las áreas hortofrutícolas de Andalucía y Murcia.
En todo este tiempo, la izquierda sólo pudo ganar ajustadamente en las elecciones regionales de mayo de 2003, e imprevistamente en las legislativas de 2004, tras los atentados de Al Qaeda en Madrid. También lo hizo en 2015, donde el escaso 4,16% que sacó IU en ese momento le impidió acceder al parlamento, frustrando una mayoría parlamentaria de la izquierda.
Es decir, sólo en momentos de grandes conmociones sociales y políticas, como en 2004 y 2015, donde la derecha quedó muy desacreditada, pudo la izquierda ganar o acercarse decisivamente a la victoria, arrastrando a un sector de las capas medias a su alrededor.
Pero esto no explica todo.
¿Por qué ganó la derecha?
¿Cómo es posible que una persona tan insustancial, insensible y limitada intelectualmente como Díaz Ayuso, haya podido conseguir un resultado como éste?
Hay varias razones. Como se dijo, el debate en torno a su nefasta gestión quedó en un tercer plano a raíz de las provocaciones de Vox en Vallecas y en el debate radiofónico de la Cadena SER, y el posterior envío de cartas con amenazas de muerte.
Las derechas recurrieron a todos los trucos para ensuciar la campaña y agitar el fantasma de la violencia, como la mejor manera de movilizar a su base social, así como para cuestionar la veracidad de las amenazas de muerte.
El candidato del PSOE, Gabilondo, se instaló en una cómoda equidistancia, como la derecha, diciendo que había que denunciar “todos” los casos de violencia, favoreciendo la criminalización de los vecinos de Vallecas, que fueron golpeados salvajemente por la policía y criminalizados vergonzosamente por los medios de comunicación, haciendo aparecer a Vox y a la derecha como víctimas.
La respuesta a esto de Iglesias, insistiendo en la dicotomía «Democracia frente a Fascismo» no tuvo el impacto que esperaba. Palabras vacías, como “democracia” y “fascismo” no significan nada en sí mismas para la gente común, hay que llenarlas con un contenido de clase. En primer lugar fue incorrecto hablar de peligro de “fascismo”, exagerando la fuerza de Vox, y que implicaría un movimiento de masas dirigido a aplastar al movimiento obrero, para el cual no existen las fuerzas sociales actualmente.
En general, la gente se muestra escéptica ante la “democracia” y sus leyes. ¿No es acaso con la “democracia” que se cierran empresas, hay desempleo, suben los alquileres y la luz, o se gestiona de manera criminal la actual pandemia de Covid-19? En lugar de llamar a depositar confianza en la Constitución y las leyes, como hizo Iglesias, se debía denunciar su hipocresía y sus mentiras, y explicar la necesidad de que los recursos estén en manos del pueblo, gestionados democráticamente, para comenzar a resolver los problemas sociales.
Por cierto, ¿no eligió “democráticamente” la clase obrera al gobierno PSOE-UP hace año y medio para que derogara la reforma laboral y la ley mordaza, redujera los alquileres, impidiera los aumentos abusivos de la luz, aumentara los impuestos a los ricos, impidiera a las empresas con beneficios despedir a trabajadores, y obligara a la Iglesia a pagar impuestos? Nada de esto se hizo. Al final resultó ser verdad esa afirmación que Iglesias solía pronunciar en la oposición cuando denunciaba que independientemente del gobierno de turno las decisiones fundamentales las tomaba el poder económico desde sus despachos, y él y Unidas Podemos han tenido que “tragar” con esto como parte del gobierno. Entonces ¿por qué deberían las familias trabajadoras confiar en esta “democracia”? No debe extrañar que el cretinismo institucionalista de Iglesias provoque encogimiento de hombros en decenas de miles de familias trabajadoras.
Así ocurre también con la gestión de este gobierno. Iglesias y la ministra de trabajo, Yolanda Díaz, consideran los ERTES la octava maravilla del mundo, pero en los hechos supone una reducción del 30% del salario para los trabajadores afectados. Para peor, entre las propuestas que el gobierno ha girado a la Unión Europea para cuadrar el déficit público por la enorme deuda acumulada, a cambio de recibir los 140.000 millones de euros prometidos, están el posible alargamiento de la edad de jubilación, el cobro de peajes por utilizar las autovías y, como se filtró en la jornada de reflexión, eliminar las deducciones en el IRPF a las declaraciones conjuntas de matrimonios y parejas de hecho. La derecha no podía esperar un regalito mejor la víspera de las elecciones para agitar su demagogia contra el gobierno «social-comunista».
Sin ofrecer una alternativa a la dramática situación social por parte de PSOE y UP, Ayuso lo tuvo fácil para su discurso demagógico a favor de “abrir la economía”. Para decenas de miles de trabajadores precarios y de servicios, pasivos políticamente, por no hablar de los miles de pequeños propietarios de bares, tiendas y comercios, esa era al menos una propuesta concreta que les daba alguna certidumbre. La pequeña burguesía, los pequeños propietarios, trabajadores desesperados, en épocas de crisis y de incertidumbre como la actual, están prestos a creer en los poderes milagrosos de personajes como Ayuso. Les auguramos un duro desengaño.
Vemos aquí cómo la gestión de la crisis del capitalismo, con sus políticas de medias tintas, de no tocar los intereses de los ricos, de enfriar expectativas, de no resolver los problemas sociales, y de hacer pagar la crisis a las familias trabajadoras, pavimenta siempre el camino para la vuelta de la derecha al gobierno.
Y en todo este contexto ¿Qué ha sido de Alberto Garzón, máximo dirigente de IU? Apenas tomó la palabra en un mitin. Ni siquiera tiene una agenda activa dentro del gobierno. Él tampoco puede escapar a la responsabilidad de este resultado.
¿Y qué decir del lado del PSOE? Para empezar presentó un candidato gris, impuesto por el aparato, como Gabilondo, incapaz de transmitir ninguna emoción y ausente durante seis años en la oposición a la derecha, primero con Cristina Cifuentes y después con Díaz Ayuso. Era claramente una apuesta perdedora. En sus oportunistas cálculos electorales, la dirección socialista había apostado por dirigir guiños a la base social de la derecha declarando que no pactarían con Pablo Iglesias y que no subiría los impuestos a los ricos. Esto dejaba perpleja y desorientada a la base de la izquierda nada más comenzar la campaña. Para una mala copia de la derecha, ya estaba el original de Ayuso. El intento desesperado por tratar de alinear a Gabilondo en la izquierda, sumándolo a la denuncia del «fascismo» llegó mal y tarde.
En realidad, la dirección socialista nunca creyó en la victoria. Ha sido escandaloso que Sánchez, para evitar ser identificado con un Gabilondo derrotado, dejara a éste abandonado y no participara sino esporádicamente en la campaña electoral, cuando su obligación era tratar de galvanizar a su base social como máximo referente del partido. Pero eso no le va a salvar del descrédito.
La candidata de Más Madrid, Mónica García, fue quien menos sufrió. Es cierto que representaba a una fuerza ya instalada y conocida, aunque seguía siendo vista como nueva. Mejoró en votos y en porcentaje respecto a las elecciones regionales de 2019, y consiguió sobrepasar al PSOE, que obtuvo el peor resultado de su historia en Madrid. Ella se benefició de aparecer como una figura nueva, fresca, sin ataduras con el pasado, y por haber tenido en los meses previos a las elecciones un protagonismo en la oposición a Ayuso mucho más destacado que Gabilondo. Agrupó el «voto útil» a la izquierda del PSOE en la medida que aparecía como la opción de izquierdas con más posibilidades de disputar la victoria a Ayuso, dado el poco atractivo que despertaba Gabilondo, Siendo médica de profesión pudo aparecer también como alguien cercana a la gente de la calle. Pero no nos engañemos, Más Madrid, como Más País, de Íñigo Errejón, está a la derecha de Unidas Podemos, no se compromete en temas “espinosos” (Monarquía, Catalunya, Deuda, Bancos) y los medios de comunicación han preferido elevar su perfil y tratarla con simpatía contra Unidas Podemos y Pablo Iglesias, al que consideraban un enemigo mucho más peligroso. Por otro lado, Más Madrid se beneficia de aparecer en la oposición tanto en Madrid como ante el gobierno central.
Unidas Podemos, de fracaso en fracaso
En Madrid se ha repetido lo ocurrido en Catalunya, Galicia y Euskadi. Hace 5 años, Unidas Podemos tuvo su mayor éxito en estos territorios. En Catalunya y Euskadi fue la fuerza más votada. En Galicia y Madrid fue la fuerza más votada de la izquierda, sobre pasando al PSOE. Ahora, ha sido relegada al 4º o 5º lugar en todas estas comunidades, con alrededor del 7%-10%, o ha desaparecido completamente en el caso de Galicia. Ha sido superada sin excepción por fuerzas de izquierda que aparecían más radicales (Bildu, BNG) o más frescas y nuevas (Más Madrid).
Y esto no es casual. De presentarse como impugnadora del Régimen del 78 y denunciar al aparato del PSOE como parte del mismo, proponiéndose desbancarlo, ha pasado a adularlo y a considerarse una fuerza subalterna al primero, arrastrándose ante él para implorar un lugar en su gobierno, tirando por la borda su programa y cualquier acción reivindicativa en la calle. Para Iglesias esto era el Sumun de la táctica y la sabiduría en política. Al final, se ha convertido en su tumba política. Unidas Podemos es vista ahora como parte del régimen, como su ala izquierda, pero parte al fin y al cabo, con su reivindicación empalagosa y enfermiza de la Constitución, la ley y el orden. Para una mala copia del reformismo socialdemócrata, ya está el PSOE. Como parte del gobierno, reclama la derogación de la reforma laboral, reducir los alquileres y el precio de la luz. Pero como parte del gobierno, se niega a movilizar de manera independiente en la calle para no ser «desleal» con su socio mayoritario de gobierno. De esta manera, se duplica su impotencia dentro del gobierno. Ni puede cambiar la política impuesta por el PSOE ni puede movilizar contra ella. El escepticismo que genera se traduce en una pérdida cada vez mayor de apoyo electoral.
El fracaso del cretinismo institucionalista
Lo que ha fracasado en Madrid ha sido una política de cretinismo institucionalista, con Unidas Podemos yendo a rebufo del aparato del PSOE quien a su vez va a rebufo del gran capital. Como ya explicamos en otra ocasión, la gran oportunidad se perdió el otoño pasado, cuando los barrios del sur de Madrid se levantaron contra la caótica y clasista política sanitaria y de confinamiento de Ayuso, que estaba completamente desacreditada entonces, y los dirigentes de PSOE-UP y de los sindicatos CCOO y UGT, se negaron a convocar una huelga general en la comunidad de Madrid. Era el momento de que el movimiento obrero se pusiera a la cabeza con una gran demostración de fuerza, mostrando una salida, con la posibilidad de escindir a un sector considerable de la clase media de la derecha. Eso habría precipitado la convocatoria de elecciones anticipadas con grandes posibilidades para la izquierda.
Por otro lado, el potente movimiento vecinal de Madrid, donde IU y PSOE tienen influencia, no volvió a aparecer en escena desde el otoño.
Otra oportunidad se perdió la semana antes de las elecciones cuando Iglesias y ministros y cargos socialistas recibieron las cartas amenazantes que indudablemente impactaron en la opinión pública. PSOE y UP debían haber convocado una manifestación masiva en Madrid de repulsa de manera inmediata, sacudiéndose sus prejuicios y temores por encontrarse en plena campaña electoral. La derecha no se para en esas tonterías. Justamente, atrae a la pequeña burguesía porque no vacila, no especula, ofrece siempre una dirección firme y clara; que es lo que siempre le ha faltado a la izquierda reformista. Tal manifestación habría tenido un éxito indudable, creando una atmósfera de simpatía hacia la izquierda, mostrando las sucias bases de apoyo que sostienen a la derecha. Lamentablemente, se dejó pasar la ocasión y se permitió que la derecha y el aparato del estado maniobraran para quitar importancia al asunto, incluyendo la aparición sospechosa de una carta, nunca suficientemente aclarada, que amenazaba a Ayuso y que probablemente fue fabricada por la policía para “victimizar” a Ayuso y contrarrestar la simpatía espontánea que suscitaron Iglesias y Grande-Marlaska en una parte de la población.
En todo este contexto, no es fácil apreciar el impacto que ha tenido el hecho de que las elecciones se celebraran en un día laborable, aunque parece que no ha tenido un efecto decisivo.
La dimisión de Pablo Iglesias
Aunque la decisión de Pablo Iglesias de abandonar el gobierno y presentarse como candidato de Unidas Podemos, fue clave para darle un dinamismo y un dramatismo a la campaña, al final no tuvo el efecto deseado. La derecha lo utilizó para llevar al extremo el histerismo de su base social e introducir una perspectiva de caos en un sector del electorado obrero si la izquierda ganaba, en la sucia campaña que ha desplegado. Lo que ha quedado claro es que Iglesias sobreestimó su ascendiente sobre la clase obrera madrileña y un sector de la clase media, en el momento actual. Fatalmente, perdió el tirón irresistible que tenía años atrás. Ha pagado el precio de sus continuos zig-zags a izquierda y derecha. Los golpes de efecto no pueden sustituir una política y un programa claro. Le faltó confianza en la clase obrera y le sobró tacticismo y afición por las maniobras políticas que frecuentemente tomaban desprevenida a su base social.
La participación de UP en el gobierno central ha sido fatal, como ya anticipamos. En la oposición, sin ataduras, podía haber demostrado su utilidad y señalar un horizonte y unas expectativas, denunciando valientemente los entresijos del sistema. Agotadas las expectativas que despertaba en provocar un cambio radical en las condiciones de vida y en la sociedad – las causas de su extraordinario impacto en las familias trabajadoras hace 7 años – su destino estaba sellado. Cierto es que ha sufrido una persecución y un acoso criminal y despiadado por parte del régimen, empeñado en desgastar y destruir física y psíquicamente al que quizás ha sido el dirigente de izquierda más capaz y elocuente desde la Transición. Pero enfrentado al gran capital y a un aparato de Estado franquista y despiadado, ni la elocuencia ni la capacidad más descollantes pueden sustituir las únicas herramientas capaces de derrotarlos: las ideas y el programa del socialismo internacional, y la confianza en la clase trabajadora.
En realidad, la política de Iglesias ha estado alejada mil años luz de lo que debe ser una verdadera política marxista. En lugar de basarse en la clase obrera, de inculcarle la idea de que su emancipación debe ser obra de ella misma, de animarla a improvisar sus propios organismos de poder, de abrir las puertas de Podemos a los verdaderos luchadores de clase y activistas de movimientos sociales, estuvo ocupado –junto a Íñigo Errejón en un principio – en marginar a todos los elementos independientes e izquierdistas del movimiento que escapaban a su control, se cercenó la democracia interna, se depuso y se nombró a dedo a cuanto dirigente regional o local se señalaba en función de su asentimiento o polémica (por pequeña o grande que fuera). Candidatos elegidos a dedo por él, como Carmena y Errejón, terminaron traicionando al movimiento. Ahora, nuevamente, sin un congreso, sin un debate interno, sin programas, sin que la base tenga nada que decir, designa a dedo de la manera más “caudillesca” imaginable a su “sucesora”, la ministra de trabajo Yolanda Díaz, claramente situada a su derecha.
La forma en que Pablo Iglesias ha decido marcharse no ha podido ser planteada de la peor manera y sólo puede tener un efecto desmoralizador en miles de activistas obreros y de izquierdas. En lugar de haber hecho un balance crítico de sus acciones, lo ha planteado en términos personales: “no quiero polarizar”, “no quiero ser un chivo expiatorio de la derecha”, «no quiero servir para aglutinar a la reacción», etc. ¿Qué debe pensarse de lo afirmado por Iglesias: que el problema es que ha sido demasiado izquierdista, que ha ido demasiado lejos en su oposición al régimen? La conclusión que pueden sacar muchos de sus partidarios es clara: hay que girar a la moderación, no molestar en temas sensibles, no molestar a la Corona, integrarse más abiertamente al régimen.
Se va Iglesias. Para mérito suyo fue el hombre que hizo vibrar a millones de hombres y mujeres de la clase trabajadora, el que sembró el pánico en la burguesía de este país y que hasta el último día le ha provocado pesadillas por señalar la dictadura que ejercen los banqueros y grandes empresarios y la corrupción de la monarquía, y levantar la bandera de la República. No podemos saber si esta marcha de Iglesias del primer plano de la actividad política será definitiva o solamente temporal. Pero la tarea principal sigue siendo la construcción de una corriente marxista de masas, democráticamente estructurada, no basada en una sola persona, sino en el programa revolucionario del marxismo y en la movilización activa de la clase trabajadora y demás sectores oprimidos.
Perspectivas
A corto plazo, la derecha va a estar borracha de arrogancia y prepotencia. Se incrementarán las conspiraciones del aparato del Estado y la insolencia de la patronal para acelerar el desgaste y la caída del gobierno.
Probablemente, Sánchez y sus consejeros sacarán la conclusión de que fueron demasiado lejos hacia la izquierda; cuando de hecho fue todo lo contrario. Profundizarán su política de colaboración de clase y de giro a la derecha. No es imaginable que los actuales ministros de Unidas Podemos presenten la misma resistencia a los incumplimientos del acuerdo de gobierno PSOE-UP que presentaba Iglesias.
Igual que ocurrió con Gaspar Llamazares cuando sustituyó al “izquierdista” Anguita, mucho nos tememos que la sustitución del “izquierdista” Iglesias por Yolanda Díaz al frente de UP implicará un giro a la derecha y a la moderación en esta organización. Esto sólo traerá más pérdidas de apoyo social y electoral.
Nos encontramos en un momento de transición. Desprovisto de referentes políticos claros, las capas más activas de la clase, que desconfían y odian a la derecha, sólo tendrán la opción de levantar de nuevo el estandarte de la lucha.
Las elecciones solo son un mecanismo que, cada cierto tiempo, mide el estado de ánimo y de madurez política de las clases y capas oprimidas en un instante determinado, y en condiciones concretas de tiempo y lugar. Pero la lucha de clases es dinámica, los acontecimientos se suceden día a día, asuntos imprevistos golpean fuertemente en la conciencia y provocan cambios rápidos en la perspectiva de todas las clases; partidos y dirigentes surgen y desaparecen, suben y bajan cuando son puestos a prueba, el cabreo y la frustración siguen acumulándose, y las provocaciones y payasadas reaccionarias de la ultraderecha, que sigue sin poder asentarse en los barrios obreros, pueden desatar una respuesta airada en la clase. Lo que hemos visto en Madrid es una alianza temporal e inestable entre la pequeña burguesía (pequeños propietarios, profesionales, etc.), una capa acomodada de trabajadores y sectores atrasados la clase obrera, que tratan de hacer pie en medio del torbellino de esta crisis colosal por la que vivimos, dispuestos a creer en milagreros sociales. Tendrán un duro despertar. Y eso preparará tarde o temprano un giro a la izquierda en todas estas capas.
Lo más importante, miles de jóvenes y trabajadores han podido ver las limitaciones de las políticas reformistas para solucionar los problemas sociales. El incremento en el interés por una alternativa revolucionaria integral al sistema se hará cada vez más patente. La necesidad de una corriente marxista revolucionaria enraizada en la clase trabajadora y la juventud es más acuciante que nunca. No hay tiempo que perder, si estás de acuerdo con esta perspectiva únete a nosotros.