Los griegos cantaban, lira en mano, las historias de su pueblo. Los dioses cobraban vida y sus hazañas oído con las epopeyas cantadas. En la Edad Media se entonaban obscenidades en boca de los juglares o variopintos poemas de la tinta de algún trovador. Pero ¿qué cantamos y… por qué? No sabría decirlo, si acaso, esta sería una aproximación: la música es un medio para transmitir historias, mitos, cosmogonías y cosmologías y, en una palabra, el espíritu humano. Entendiendo, claro, que este «espíritu humano» está subordinado a sus condiciones materiales que, desgraciadamente, no suelen ser justas. Así entendemos los cantos de protesta.
Si la gente está oprimida, condenada a una libertad de dos reactivos (¿trabajador pobre o pobre sin trabajo?), a una prensa que censura (destruyendo, al siempre violentado, artículo séptimo constitucional) y que difunde sólo lo que tenga la inscripción «in go(l)d we trust» del billete gringo; si el imperialismo destruye, somete y enajena; si, como quien dice, el grito y el llanto no bastan, entonces cantamos.
Se hace bella la tristeza para conmover a quien la escuche, esperando, tal vez, su simpatía. La canción no nace simplemente de un intento desesperado para hacer llevadero el sufrimiento, sino como un altavoz de la tragedia colectiva. Por eso tiene tanta fuerza y, desafortunadamente, por eso es objeto de tanta represión.
El horror enmarcado por las manos amputadas de Jara, tocando su guitarra para oídos sordos que se mofaban de los dolores que cantaba (Víctor Jara, cantautor chileno, fue asesinado el 16 de septiembre de 1973, 5 días después del golpe de Estado, por militares; 44 balas en el cuerpo y 56 veces rotos sus huesos), fue sólo el preámbulo de las atrocidades que habría en las, casi, dos décadas de dictadura militar chilena.
El género musical de protesta, o social, en América Latina, surge con la creciente miseria y descontento social, acompañando la ineptitud de los gobiernos para plantear alternativas y los eventos históricos de esta época, que no fueron precisamente pocos ni pequeños: la Revolución Cubana, la Guerra de Vietnam, el 68, la muerte del Che Guevara, etc. Todo esto sentó las bases histórico-sociales para que la canción de protesta surgiera como género musical consolidado. En la década de los 80’s empieza a decaer el género a causa de las crisis económicas, la instauración de las dictaduras, la creciente represión y el asesinato y exilio de los artistas.
En México tenemos grandes cantautores y cantautoras de protesta, cómo Amparo Ochoa (1946-1994), que sutilmente atacaba al PRI y enseñaba con música en escuelas rurales; a Concha Michel (1899-1990), que militó en el PCM y fue expulsada, pues criticó que el partido no contemplaba las necesidades de las mujeres trabajadoras. Cantó en Estados Unidos, Europa y la URSS.
Judith Reyes dejó una prometedora carrera comercial, en la que cantantes como Jorge Negrete ya interpretaban alguna de sus canciones, y se comprometió de lleno con las luchas de campesinos, obreros y estudiantes. Fue una cantante icónica del movimiento del 68 y usaba su voz como un arma militante para ayudar a desarrollar las organizaciones revolucionarias.
No podemos dejar de lado a León Chávez Texeiro, quien, sin tener ni una visión idealizada ni un canto panfletario sigue cantando, a sus 88 años, a favor de la clase obrera.
A «El guerrillero de la guitarra» José de Molina (1938-1998), que cantó por todo México, Latinoamérica, Estados Unidos y Europa. Sobreviviente de la masacre del 68 y el halconazo. Apoyó al movimiento zapatista en los 90’s cantando todas las tardes en el zócalo del entonces Distrito Federal. Fue secuestrado y torturado por la policía política mexicana en el 97 durante la visita de Bill Clinton, el entonces presidente yanqui. José de Molina se suicidó al año siguiente; su hijo responsabiliza al gobierno de Zedillo por la muerte de su padre. Hay un largo etcétera que abarca también a las y los autores latinoamericanos, cuyas vidas son un ejemplo de lucha constante contra la represión, el imperialismo y la injusticia social. Siguen existiendo cantantes comprometidos con las causas de los explotados y oprimidos, como es el caso de Los Nakos (que desde 1968 se mantienen en activo), El Maztuerzo, cantantes del movimiento de mujeres como Vivir Quintana o la rapera comunista Zeiba Kuikani.
Por qué cantamos
Mario Benedetti
Si cada hora viene con su muerte
si el tiempo es una cueva de ladrones
los aires ya no son los buenos aires
la vida es nada más que un blanco móvil
usted preguntará por qué cantamos
si nuestros bravos quedan sin abrazo
la patria se nos muere de tristeza
y el corazón del hombre se hace añicos
antes aún que explote la vergüenza
usted preguntará por qué cantamos
si estamos lejos como un horizonte
si allá quedaron árboles y cielo
si cada noche es siempre alguna ausencia
y cada despertar un desencuentro
usted preguntará por que cantamos
cantamos por qué el río está sonando
y cuando suena el río / suena el río
cantamos porque el cruel no tiene nombre
y en cambio tiene nombre su destino
cantamos por el niño y porque todo
y porque algún futuro y porque el pueblo
cantamos porque los sobrevivientes
y nuestros muertos quieren que cantemos
cantamos porque el grito no es bastante
y no es bastante el llanto ni la bronca
cantamos porque creemos en la gente
y porque venceremos la derrota
cantamos porque el sol nos reconoce
y porque el campo huele a primavera
y porque en este tallo en aquel fruto
cada pregunta tiene su respuesta
cantamos porque llueve sobre el surco
y somos militantes de la vida
y porque no podemos ni queremos
dejar que la canción se haga ceniza.