Con votos de Morena, PRI, PRD, PT, Partido Verde y PES, el pasado 4 de octubre se aprobó en el senado la propuesta de ley que extiende la presencia de los militares en tareas de seguridad pública hasta el 2028. Desde un punto de vista formal se trata de un triunfo de la administración de AMLO pues el gobierno mata dos pájaros de un tiro: básicamente se ha aprobado la esencia de la propuesta del presidente para mantener la presencia del ejército en tareas de seguridad y, además, el apoyo de las bancadas del PRD y el PRI significa una seria fractura en la coalición opositora “Va por México”. Uno de los acuerdos de esta alianza era no aprobar ninguna iniciativa enviada por el ejecutivo, lo que pomposamente llamaron “moratoria legislativa”. Pero, aunque se trata de un triunfo político del gobierno, desde un punto de vista de clase, no hay nada qué celebrar más allá del naufragio y fracaso del frente de derecha. A mediano y largo plazo, para la izquierda es una victoria que nos recuerda lo dicho por el rey de Epiro cuando ganó una batalla contra los romanos: “Con otra victoria como esta, estaremos totalmente perdidos”.
En primer lugar, desde el punto de vista de la forma, la aprobación de esta iniciativa es un indicador del grado en que el formalismo parlamentario y las maniobras legislativas —enfermedad que Lenin llamaba “cretinismo parlamentario”— han sustituido al movimiento de masas en los cálculos y acciones de la dirigencia y bancada de Morena e incluso del propio presidente. Dichas maniobras incluyeron, aparentemente, establecer pactos de impunidad con las dirigencias podridas del PRI —especialmente con el gánster Alejandro Moreno— y con una parte de lo que queda del PRD —presumiblemente con Miguel Ángel Mancera—; es decir, darle una máscara de oxígeno a dirigencias corruptas de partidos moribundos que deberían ser sepultados definitivamente por la izquierda. Veremos próximamente hasta qué punto llegan las implicancias de este pacto sin principios.
Y desde el punto de vista del fondo, la militarización de las tareas de seguridad pública es un regalo formidable para futuros gobiernos de derecha, que no dudarán en utilizar el nuevo marco legal contra el movimiento obrero y popular. No ayuda en nada pretender ocultar con eufemismos el notable incremento de la presencia militar en la vida política del país —algún comentarista decía, bromas aparte, que no se trata de militarización sino de “policiación del ejército”—. El hecho es que, llámese como se llame, los militares han acumulado un enorme poder y el actual gobierno les ha entregado tareas económicas —aduanas, bancos—, de comunicación, construcción y control del aeropuerto, de seguridad y mayores recursos económicos. Hay que sumar a lo anterior la incorporación de la guardia nacional como una corporación más de la Secretaría de Seguridad Nacional.
Los simpatizantes de AMLO deben saber diferenciar entre la oposición hipócrita de la derecha a la militarización, de la oposición a la militarización que viene de la izquierda y que se hizo oír en la marcha del 2 de Octubre y entre los padres de Ayotzinapa. No son lo mismo y deben ser diferenciadas por todo aquél que se asuma de izquierda. La primera es hipócrita y vil, porque fueron ellos los que patearon el avispero, los que estaban vinculados a uno de los bandos de la delincuencia (García Luna), los que usaron al ejército para reprimir y masacrar, etcétera. Es verdad que fue la derecha la que generó un problema que el actual gobierno pretende afrontar con la militarización. Pero creemos que existen otras alternativas que incluyen la organización y movilización de los trabajadores y del pueblo.
La izquierda —la verdadera, la popular, la vinculada a los movimientos sociales— tiene memoria, sabe del papel del ejército en la desaparición de los normalistas y conoce su labor de represión al movimiento obrero desde Nueva Rosita, las ocupaciones militares en un sin fin de huelgas de maestros, ferrocarrileros, médicos, etc.; su papel contra la guerrilla de Lucio Cabañas y la muerte de Genaro Vázquez, su papel en el 2 de Octubre y el halconazo; sus actividades de represión al movimiento neozapatista, Acteal y Aguas Blancas; etcétera. No se trata de simples verrugas en una cara bonita, sino del verdadero rostro del ejército.
AMLO no va a estar para siempre como presidente y, tal como vimos en los gobiernos de la Ciudad de México después de AMLO, los gobiernos de la 4T se irán desgastando en la medida en que no rompan con el capitalismo y la crisis mundial se profundice. Los gobiernos reformistas son un péndulo, así lo muestra la experiencia de América Latina. Los gobiernos oscilan entre la derecha y la izquierda, de crisis en crisis, pues bajo el capitalismo no hay solución. ¿Y qué pasará cuando la derecha recobre el gobierno? Pues que el andamiaje constitucional y legal estará dado para una dictadura cívico-militar y para que el ejército, que ya está en las calles, se dedique a aplastar al movimiento social y popular. Si incluso ahora desobedecen al presidente, siguen con labores de espionaje (como lo demuestran los Guacamaya Leaks) y se resisten a que se castigue a los culpables de Ayotzinapa ¿qué pasará cuando el perro sea recobrado por la correa de su viejo amo?
Se dice que el ejército es una de las instituciones mejor calificadas por la opinión pública, pero esto es una ilusión. Un gran sector de la población apoya lo que AMLO diga. Da la impresión de que esa calificación existe sólo porque se trata de una propuesta de AMLO, más no por un apoyo popular al ejército en sí, y aunque así lo fuera eso no cambiaría nada con respecto al ejército y su verdadero papel. Que no nos quepa duda, el ejército es, por esencia, un instrumento de represión de la clase dominante y retomará ese papel más pronto que tarde, incluso bajo un gobierno encabezado por personas como Ebrard, representante de la derecha dentro de la 4T.
Pero entonces, ¿cuál es la alternativa? La izquierda debe brindar una que ponga una línea clara frente a la derecha, frente a personajes como Denisse Dresser y sabandijas como esas que se rasgan las vestiduras por la militarización pero sólo por vil oportunismo y estrategia para golpear a un gobierno que no les gusta. Regresar a una policía formalmente civil como la PFP o algo similar es, simplemente, retornar a lo mismo que nos llevó a la barbarie. Las policías civiles están tan podridas como el propio ejército y el ejército tanto como ellas.
La respuesta la dio el propio movimiento años atrás: las guardias comunitarias y los grupos de autodefensa, es decir; el pueblo en armas que impuso la seguridad por un periodo como ninguna policía o ejército convencional pudo hacerlo. Pero sólo una izquierda que luche contra el capital y por una alternativa socialista puede enarbolar la consigna de las policías comunitarias bajo control del movimiento de masas de los trabajadores, que sería sólo parte de un programa revolucionario más amplio y profundo. El reformismo, que intenta cuadrar el círculo, es orgánicamente incapaz de rebasar los límites de la «sagrada» institucionalidad y legalidad burguesas y por eso está condenada a fracasar y a preparar el retorno de la derecha. Por lo pronto es la militarización la obra más oscura entre los claroscuros del gobierno de AMLO. Un gobierno de izquierda que intenta lavar la cara del ejército burgués le limpia la cara a su futuro verdugo. Incluso asumiendo que lo hace con buenas intenciones, no olvidemos que el camino hacia el infierno está pavimentado de buenas intenciones.
Ni policía, ni ejército. La alternativa está en el pueblo en armas impulsando un programa socialista.