¡Justicia ante el accidente en el Puente de la Concordia! ¡No más negligencias que asesinan a la clase trabajadora!
Centeno Trejo
El pasado 10 de septiembre, un camión que transportaba gas LP volcó sobre la curva del distribuidor vial La Concordia en las inmediaciones de Iztapalapa que colindan con el Estado de México. El choque provocó que el contenido de la pipa se liberara al ambiente. El pánico se expandió tan rápido como el gas, algunas personas abandonaron sus vehículos y corrieron, muchos otros tuvieron el infortunio de no poder escapar del gas. Alrededor de las 14:20 un chispazo desató una explosión que alcanzó los 30 metros de altura. Decenas de vehículos quedaron consumidos por las llamas. Según datos oficiales, las víctimas ascienden a más de 94 heridos: 67 requirieron hospitalización y 22 se encuentran en estado crítico, muchos de ellos con quemaduras de tercer grado. Se declaran 13 fallecidos, a la expectativa de que la cifra suba con los heridos de gravedad en los próximos días.
Este no es para nada un caso aislado de explosión de gas LP por accidente o, incluso como algunos señalan, de culpas individuales hacia el conductor del vehículo. El macabro incidente nos recuerda a la tragedia de San Juanico en 1984. Una explosión en cadena de las esferas de almacenamiento de la distribuidora de gas en administración de Petróleos de México (Pemex) dejó un saldo de centenares de muertos. La zona mayormente habitada por familias de bajos recursos, muchas de ellas habitando en casas de cartón y lámina, fueron arrasadas por las llamaradas.
Siniestros similares ocurrieron en 2013 en el municipio de Ecatepec, cuando una pipa incendiada acabó con la vida de 20 personas. En 2015, en el hospital materno infantil de Cuajimalpa, 3 personas -entre ellos 2 recién nacidos- murieron y 67 más resultaron heridas por la explosión de la pipa de gas que estaba suministrando a la clínica. Afirmar que el incidente del pasado 10 de septiembre fue un caso aislado es voltear la mirada a la generalización de falta de regularización y supervisión del transporte del gas LP.
Los platos rotos los paga la clase obrera
Tragedias como estas solo se pueden calificar como lo que son: negligencia. La pipa perteneciente a Transportadora Silza, S.A. de C.V. (de nombre comercial Gas Silza) ni siquiera tenía póliza de seguro de responsabilidad civil ni de daños contra el medio ambiente, mismo caso con la terminal en Veracruz donde se cargó la pipa, perteneciente a gas Tomza. No es posible que no se priorice la seguridad del transporte de un material tan peligroso. Con los desarrollos tecnológicos de la industria, ¿acaso no se puede buscar una alternativa más segura de transporte? Es increíble que, a 40 años de la explosión más devastadora de gas en el mundo, aun sigan pasando estos incidentes. No se tienen protocolos apropiados para prevenir y atender siniestros; y Pemex sigue distribuyendo gas a empresas privadas en zonas densamente pobladas. Los burgueses y las empresas estatales no son capaces de brindarnos la garantía de seguridad, bajo la lógica del mercado siempre se priorizará la ganancia por sobre la vida de las personas.
El común denominador de las tragedias ocurridas en Iztapalapa, Tlalnepantla, Cuajimalpa y Ecatepec es que son zonas periféricas con un alto índice de marginalidad; en donde habitan los hogares de la clase trabajadora y precarizada. Muchos y muchas de ellos se enfrentan al alza de las rentas en sus barrios, a hacerse 2 y hasta 3 horas en un transporte público ineficiente para llegar a un empleo que muy apenas les permite mantener a su familia. Es indignante que, sumado a las dificultades que afrontan en su vida diaria por su ubicación geográfica y situación económica, producto del abandono estructural en sus barrios, escuelas y centros de trabajo, también sean víctimas de la negligencia de las empresas que poco les importa su muerte más que por las consecuencias legales que puedan atravesar.
Solidaridad y organización
Posterior a la explosión de San Juanico, vecinos de la colonia organizaron comités de lucha para protestar contra la negligencia de Pemex que arrebató a familiares y amigos de muchos. Las protestas fueron mayormente reprimidas por el Estado, pero lograron probar un punto: la organización de los desposeídos es la única forma que tenemos para luchar contra los crímenes del capital asesino.
Al día de hoy, muchas personas se están movilizando para ayudar a los damnificados. Inmediatamente después del accidente, personas apoyaron llevando a las víctimas a los hospitales más cercanos. En redes sociales, se hizo una campaña de difusión con las listas de las personas hospitalizadas para avisar a las familias. Colectas de víveres y boteos en universidades, solo en una facultad (Facultad de ciencias políticas y sociales de la UNAM) se consiguió sacar $17000 en boteo. En funerales de los familiares afectados no ha parado de llegar gente con pan y café, acompañando en el duelo. Creyentes se congregan alrededor de las clínicas para rezar por los heridos y el personal médico que trabaja sin descanso; como marxistas no profesamos ninguna religión, sin embargo, ¿No dicen que estos individuos están siendo fiel al mandato de extender su mano al prójimo? Multitud de gente que no tienen nada en común más que su condición de clase está empezando a sacar conclusiones, abren los ojos para ver que perfectamente pudieron haber sido ellos o, deseando enormemente equivocarme, el día de mañana pueden ser las víctimas: ¿Y si me explota una pipa en el tráfico mientras voy al trabajo?, ¿y si se vuelve a caer el metro en camino a la escuela?
Lo que pasó hace unos días visibilizó el abandono que tienen las periferias y, en general, la falta de interés del Estado y la clase capitalista por dignificar las condiciones de vida de la clase obrera. No es casualidad que esta clase de cosas no pasen en los barrios burgueses, estas tragedias siempre golpean a las colonias populares, siempre somos nosotros quienes tenemos que pagar por los platos rotos de los capitalistas. Se apropian de nuestro trabajo cuando somos nosotros quienes estamos a pie de cañón y absorbemos los choques; las ganancias son de ellos, pero las pérdidas son nuestras.
El debacle y caos al que nos lleva el sistema capitalista solo puede ser arrancado de raíz. Exijamos la atención médica e indemnización a los afectados, que el Estado y las empresas responsables sean traídas a la justicia y paguen sus crímenes, pero más allá de eso tenemos que luchar por un cambio estructural radical. Apuntemos por un control obrero democrático de Pemex y de todas las industrias que deberían ser nacionalizadas en beneficio de la población. Ni burócratas ni empresarios, la planificación obrera es la única que brindará la infraestructura necesaria para asegurar la seguridad industrial, puesto que será de su total interés el que todo marche bajo control; serán sus barrios, sus familias, sus escuelas y sus vidas las que estarán en juego. Que la indignación que provocó la explosión en Iztapalapa el pasado 10 de septiembre se transforme en una voluntad de organizarse para que la desgracia no vuelva a pasar por nuestras casas.