Italia: La presa se ha roto. Medio millón de personas en la calle por Gaza, ¡y esto es solo el comienzo!
Claudio Bellotti – Partito Comunista Rivoluzionario
Las manifestaciones y la huelga del 22 de septiembre han marcado un punto de inflexión decisivo. Toda la rabia y el disgusto acumulados ante las acciones cada vez más feroces del Estado de Israel, toda la indignación por la complicidad y la repugnante hipocresía del Gobierno italiano y de los Gobiernos occidentales, se han vertido finalmente en las manifestaciones que se han extendido por todo el país.
Es realista estimar que al menos medio millón de personas salieron a la calle en las decenas y decenas de manifestaciones, grandes y pequeñas, que se celebraron. 100 000 en Roma, 40.000 en Bolonia, 40.000 en Milán bajo el diluvio, 15 000 en Nápoles. También se produjeron movilizaciones en muchas ciudades pequeñas de las provincias.
El cambio no solo se refleja en las cifras, que eclipsan las manifestaciones celebradas en los últimos dos años. Lo decisivo es el salto adelante en la conciencia de masas: el paso del aislamiento, la frustración, una rabia que no encontraba salida, a la determinación de hacer algo, de actuar colectivamente.
Paro por Gaza
El preludio de esta jornada se vio en la gigantesca manifestación que acompañó la salida de la Flotilla Global Sumud en Génova el 30 de agosto. En esa ocasión, el llamamiento del colectivo de portuarios «si tocan la Flotilla, lo bloqueamos todo, ni siquiera pasa una carga» tuvo el gran mérito de poner en el centro una cuestión decisiva: la lucha puede y debe basarse en la fuerza de la clase trabajadora, en la capacidad potencial del movimiento obrero para bloquear los transportes, para golpear los beneficios de las empresas cómplices del genocidio, para poner realmente en crisis al Gobierno de Meloni.
Es un punto de partida avanzado, que va más allá de la simple solidaridad, aunque necesaria, y va directo al corazón del problema: la política exterior del gobierno no sólo es indigna, sino que está estrechamente relacionada con sus políticas económicas y sociales dirigidas contra los trabajadores, los jóvenes, las mujeres, con las políticas de rearme, de recorte de gastos sociales y con sus leyes represivas. Luchar por Gaza también significa luchar por nosotros.
La impunidad del Gobierno de Netanyahu, que desde hace dos años bombardea e invade Gaza, sigue anexionando Cisjordania, desata la ferocidad racista de los colonos, bombardea a su antojo un país tras otro, sin que nadie mueva un dedo, y los coros hipócritas sobre «el derecho de Israel a defenderse» o la necesidad de una «respuesta proporcionada», han generado un profundo odio hacia el Estado de Israel, pero también una pregunta que, de angustiante, se ha convertido en airada: ¿es posible que todo esto ocurra sin que nadie reaccione? Y al final, la reacción se manifestó en este gran día de protesta. La determinación, las ganas de luchar, la sana ira y el deseo de redención fueron las notas dominantes en todas las manifestaciones.
Movimiento a pesar de la pasividad sindical
El 22 de septiembre también supuso una ruptura liberadora contra la parálisis y la pusilanimidad tanto de las «oposiciones» parlamentarias de centroizquierda como de los dirigentes de la CGIL. No se puede entender este movimiento si no se miran las últimas décadas y, en particular, los últimos 15 años, la caída de los salarios, el deterioro de las condiciones de vida, los ataques a la escuela pública, la sanidad, las pensiones, los servicios, las leyes intolerantes y liberticidas, el autoritarismo, todo ello llevado a cabo con la pasividad de una burocracia sindical que se ha encerrado literalmente en sus despachos, en una realidad virtual, creando una distancia abismal con la clase trabajadora a la que pretende representar.
La cuestión de la huelga, es decir, de utilizar el método de lucha más clásico del movimiento obrero, ya había sido planteada claramente por la postura adoptada por los estibadores de Génova. Una huelga política contra el genocidio y contra el gobierno cómplice: esta es la idea que ha comenzado a abrirse camino. El ataque a la Flotilla en el puerto de Túnez y, sobre todo, la nueva invasión de la ciudad de Gaza por parte de Israel han precipitado la situación. De forma precipitada, sin preparación, sin indicaciones claras, sin una mínima perspectiva, la secretaría de la CGIL convocó de un día para otro la huelga del viernes 19 de septiembre. Dos horas de huelga, dejando pilatescamente a las organizaciones locales o a las categorías la facultad de prolongar su duración, que excluían el transporte, la escuela y el sector público debido a las leyes antisindicales, con concentraciones más que rituales convocadas por la tarde.
Era claramente una iniciativa convocada con el único fin de salvar las apariencias y desmarcarse de la convocatoria de los sindicatos de base para el día 22, ya prevista desde hacía tiempo.
Sin embargo, la fecha del 19, que en la lógica burocrática de la secretaría de la CGIL debía supuestamente «cerrar el expediente», generó una consecuencia imprevista: en el clima cada vez más acalorado que se estaba gestando, contribuyó a difundir a gran escala la idea de que había huelgas por Gaza. Es más: surgió claramente una opinión crítica entre muchos delegados y afiliados de la propia CGIL, que en los días anteriores intentaron presionar al aparato preguntando por qué no se hacía huelga el día 22.
En definitiva, la paradoja de una huelga deliberadamente abortada fue la de generar la idea de que «se puede hacer huelga». Y el movimiento incipiente la hizo suya utilizando de manera «instrumental» la fecha del 22 para abrirse un paso que la burocracia sindical quería mantener cerrado.
Particularmente en la escuela, y en parte también en la sanidad y en otros sectores públicos, hubo entonces una adhesión consciente, política y una ruptura entre sectores consistentes de trabajadores. Hemos recibido decenas de informes de nuestros militantes en estos lugares de trabajo y, en menor medida, también en fábricas y empresas del sector privado, sobre cómo grupos y círculos más o menos amplios de trabajadores se acercaban a los delegados para preguntar qué había que hacer el día 22 y pedir indicaciones para participar. Y esta presencia era evidente en las plazas, donde no había pancartas de las RSU (unidades de representación sindical) ni de organizaciones sindicales a nivel de empresa, pero donde no se contaban las pancartas y carteles autoproducidos por grupos de trabajadores que señalaban su presencia.
Fue una bofetada en la cara y una lección bien merecida para la dirección de la CGIL, que, en su autorreferencialidad, ni siquiera se dio cuenta de que había «impulsado» una huelga que pretendía contrarrestar.
Seamos claros: el 22 no fue una huelga general. A excepción de la escuela, donde muchos centros permanecieron cerrados o abrieron con muy pocas clases, en los demás sectores no se produjo ningún bloqueo de las actividades. El sector privado no hizo huelga, aunque hubo grupos de trabajadores y delegados, muchos de ellos afiliados a la CGIL. Sin embargo, el sentido político de la jornada fue mucho más allá de las cifras de las plazas. Y la cuestión de la huelga general se plantea ahora de forma concreta e ineludible: una gran huelga general, unitaria, que una a todos los trabajadores que quieren oponerse al Gobierno, que supere las divisiones instrumentales de los aparatos y recoja el potencial que hemos visto el 22.
Juventud en rebelión
El otro sector que ha marcado de forma decisiva las manifestaciones ha sido el de los estudiantes de secundaria. A poco más de una semana de la reapertura, sin que hubiera habido tiempo para una verdadera organización, sin apenas asambleas, sin reparto de folletos, sin propaganda que no fuera la de las redes sociales, los estudiantes salieron en gran número, dando cuerpo a las manifestaciones y caracterizándolas de manera decisiva. Es la entrada en escena de una generación nacida y criada íntegramente en años de crisis del sistema. Tampoco se puede decir que hayan perdido sus ilusiones: para quienes hoy tienen menos de 20 años, las ilusiones nunca han existido. El trasfondo que ha formado la conciencia de los estudiantes son años de crisis económica, el cierre de toda perspectiva de vida, guerras, el descrédito flagrante de todo lo que representa el poder oficial: políticos, medios de comunicación, etc. Ya no se cree en nadie, ¡y con razón! Es más, la reacción instintiva es que cualquier cosa que se diga «desde arriba», desde quienes mandan, es automáticamente falsa y debe ser rechazada. Esta toma de conciencia ya era visible desde hacía varios años, pero a menudo seguía caminos más subterráneos, a menudo individuales y a veces tortuosos. Hoy sale a la superficie y se transforma en una acción colectiva llena de rabia y esperanza.
Por lo tanto, ha sido un día decisivo y de inflexión. Pero el potencial de este movimiento va mucho más allá. Por cada manifestante que ha salido a la calle hay otros dos, cinco o diez que pueden unirse al movimiento mañana por la mañana, galvanizados y motivados por estas plazas. Basta con ver la enorme solidaridad que han suscitado las manifestaciones, con transeúntes que aplaudían, saludaban y se emocionaban.
La primera tarea es precisamente ampliar y organizar este movimiento, avanzar hacia nuevas grandes movilizaciones, pero también debatir de forma capilar, elevar la conciencia y la comprensión política, fijarnos objetivos para avanzar.
La presa se ha roto
Nuestros enemigos están debilitados y asustados. No es casual la reacción histérica del Gobierno y de casi todos los medios de comunicación, que se rasgan las vestiduras por los enfrentamientos (totalmente marginales) que se han producido en Milán para intentar ocultar la realidad de un movimiento que sale a la calle y les desafía. También son débiles porque la derecha lleva ya tres años gobernando y todas las promesas que había hecho han resultado ser pura demagogia. Solo pueden ladrar y amenazar, tratando de recomponer a sus fieles seguidores. Pero ni uno ni diez «decretos de seguridad» bastan para detener un movimiento de masas.
Estamos solo al principio, pero una cosa está clara: en el dique de la pasividad se ha abierto una grieta que es imposible cerrar, y por esta brecha el movimiento puede extenderse. La espontaneidad que ha caracterizado estas manifestaciones puede y debe encontrar una expresión organizada. ¡Hagamos de cada escuela un centro de debate y acción! Unámoslas en coordinaciones, asambleas donde se pueda debatir y decidir cómo llevar adelante esta lucha. ¡Aumentemos la presión en las fábricas y los lugares de trabajo! Presionemos a los sindicatos, obligándolos a salir de la ritualidad y a posicionarse claramente.
Unamos la lucha contra el genocidio en Gaza a la lucha por derrocar a este gobierno cómplice, contra las políticas de rearme, contra las políticas de austeridad impuestas por la burguesía y, en definitiva, contra el sistema capitalista, que nos condena a un futuro de guerras, pobreza y opresión.
¡Detengamos el genocidio!
¡Ampliemos la movilización! ¡Por una huelga general para derrocar al gobierno cómplice!
¡Estudiantes y trabajadores unidos en la lucha!