«Gran Israel» y la anexión de Cisjordania: el entierro de la «solución de dos Estados»
Khaled Malachi, PCR Gran Bretaña
El 20 de septiembre, el Reino Unido reconoció el Estado de Palestina, junto con Francia y Canadá. Con la arrogancia habitual de los líderes del mundo occidental, todos hablaron como si sus palabras estuvieran cambiando el curso de la historia.
[Publicado originalmente en inglés en communist.red]
Israel se enfureció. La prensa estalló con gran fanfarria. ¿Han roto varios Estados occidentales con Washington? ¿Se está aislando a Israel?
Todas las potencias implicadas entienden que el «reconocimiento» no cambia nada. La postura de Starmer es una fachada barata que enmascara la continuidad de las relaciones con Israel.
El Estado sionista sigue estando armado, entrenado y financiado por Occidente. Si este gesto tuviera algún peso, Estados Unidos nunca habría permitido que sus lacayos lo aprobaran.
Esta medida «simbólica» estaba dirigida al frente interno, no al pueblo de Palestina. Starmer, Macron y compañía han sido incapaces de aplastar el poderoso movimiento palestino.
En cambio, en los últimos meses, sintiendo la presión desde abajo, han cambiado de estrategia y han hecho gestos al movimiento solo con palabras.
El teatro político tiene un único objetivo: limpiar el imperialismo occidental de los crímenes de Israel. Pero el rastro de sangre conduce directamente a sus puertas.
A Netanyahu y a su gobierno de colonos se les ha concedido, durante casi dos años, total impunidad política. Es con esta increíble libertad de acción que Israel ha reducido Gaza a escombros y ha acelerado la construcción del «Gran Israel».
Este cínico espectáculo de «reconocimiento» ha servido para desviar la atención de lo que Israel está llevando a cabo realmente sobre el terreno.
Muro de Hierro
Mientras los ojos del mundo se han fijado en los horrores de Gaza, el régimen sionista ha maniobrado para hacerse con el control de Cisjordania.
A principios de año, la «seguridad» en Cisjordania ocupada fue declarada objetivo oficial de guerra por Israel. Bajo el pretexto de la «guerra», en enero se lanzó la Operación Muro de Hierro, la mayor campaña del ejército israelí en Cisjordania en décadas.
Israel Katz, ministro de Asuntos Exteriores, declaró que la batalla en los campamentos era «una guerra en todos los sentidos» e insistió en que los palestinos debían ser tratados «exactamente» como en Gaza.
El asalto comenzó en Tulkarem y Jenin, antes de extenderse a los campamentos de Nablus y Tubas. Las excavadoras blindadas siguieron a los ataques aéreos israelíes, trastornando la vida en los campamentos. El brutal asedio de Jenin fue descrito por un refugiado como «peor que la Segunda Intifada».
Las carreteras, el agua y las infraestructuras de alcantarillado fueron atacadas deliberadamente, mientras que bloques residenciales enteros fueron detonados. Con estrictas prohibiciones para reconstruir viviendas y carreteras, esta flagrante agresión fue un intento de desplazar permanentemente a la población, predominantemente refugiada.
Fue una prolongación de la campaña genocida en Gaza, con los sionistas llevando a cabo un castigo colectivo a todo un pueblo, diseñado para «limpiar» la tierra y aplastar la disidencia. Un refugiado entrevistado por la revista 972+ Magazine lo expresó claramente:
«Lo que está ocurriendo aquí es simplemente una versión a menor escala de lo que ocurrió en Gaza… Una campaña deliberada para destruir, hacer la vida insoportable y enviar un mensaje a todos los habitantes del campo y de la ciudad: marchaos. Salid de Cisjordania. Id a otro lugar».
Más de 40 000 palestinos, en su gran mayoría descendientes de los expulsados durante la Nakba, fueron desplazados. Este fue el mayor acto de desplazamiento en Cisjordania desde 1967. La campaña de las Fuerzas de Defensa Israelí allanó el camino para los colonos.
De hecho, la violencia de los colonos ha alcanzado niveles sin precedentes este año, con más de 200 comunidades palestinas brutalizadas. Antes del 7 de octubre, cuando los pogromos de los colonos azotaron ciudades como Huwara, las autoridades israelíes intervenían para decir: «No se conviertan en justicieros, déjenlo en manos de las Fuerzas de Defensa Israelí». Ya no es así.
Este año, Itamar Ben Gvir, ministro del Interior israelí, creó una «Unidad de Primera Respuesta» dependiente de la policía de Cisjordania y compuesta por colonos. Esto borró cualquier línea divisoria entre las fuerzas de seguridad y las milicias mesiánicas de colonos.
Sin control, sin supervisión y sin la debida cobertura mediática, el movimiento colono actúa ahora con total impunidad. Su violencia no es fortuita, sino que es el resultado directo de las órdenes de arriba.
Promesa divina
Más allá de la violencia de los colonos sancionada por el Estado, el Gobierno israelí ha utilizado todos los medios a su alcance para apoderarse de las tierras de los palestinos.
La fuerza bruta no es el único método. En mayo, cuando las Fuerzas de Defensa Israelí iniciaron su ofensiva terrestre en Gaza, se utilizó la maquinaria legal y burocrática del Estado israelí para facilitar una de las mayores apropiaciones de tierras del siglo.
El Gobierno israelí aprobó de forma retroactiva el establecimiento de veintidós nuevos asentamientos en la Cisjordania ocupada. Además, de un plumazo, se reformó por completo el proceso de registro de tierras, anulando cualquier reconocimiento de los registros de tierras palestinas en la Zona C (el 60 % de Cisjordania).
Esto recuerda a la ley orwelliana sobre la propiedad de los ausentes tras la Nakba. Como dice el proverbio árabe: cuando el juez es tu enemigo, ¿a quién te vas a quejar?
Esto, como cualquier acto de limpieza étnica, es una violación flagrante del derecho internacional. Pero ha habido una conspiración de silencio contra esta medida en los medios de comunicación occidentales. Sin que la «comunidad internacional» haya mostrado la más mínima oposición a estas cuestiones, los sionistas continuaron su ofensiva.
En el frente parlamentario, en julio se aprobó en la Knesset, con apoyo casi unánime, una resolución no vinculante para anexionar toda Cisjordania. Como declaró el presidente de la Cámara, Amir Ohana, tras la votación: «Esta es nuestra tierra. Este es nuestro hogar. La Tierra de Israel pertenece al pueblo de Israel».
Ohana continuó: «Los judíos no pueden ser los «ocupantes» de una tierra que durante 3000 años se ha llamado Judea». Envuelta en un lenguaje de promesa divina y retorno, la camarilla sionista gobernante ha aprovechado el momento.
La crisis se convierte en oportunidad
Como advirtió un exministro israelí, Netanyahu se ha rodeado de «supremacistas judíos» ansiosos por acelerar la «última guerra».
La crisis de seguridad del 7 de octubre proporcionó a la camarilla sionista gobernante esta oportunidad de oro. Con cheques en blanco ilimitados por parte de la administración Biden, Netanyahu y sus creadores de reyes se han propuesto cumplir sus sueños imperialistas y expansionistas.
Bezalel Smotrich, un orgulloso teócrata y colono, encontró su «vocación» como gobernador de facto de Cisjordania. Mientras dirigía el Ministerio de Finanzas, presidió una fiebre del oro de expansión de los asentamientos: conectando los puestos avanzados a la red de gas natural de Israel, construyendo carreteras segregadas y estrechando el cerco alrededor de la vida civil palestina.
Durante un tiempo, el robo se llevó a cabo de forma sigilosa. Pero después del 7 de octubre, pasó abiertamente a anexionar toda Cisjordania.
Smotrich, que recuerda con cariño «correr por las colinas [de Cisjordania] y montar tiendas de campaña» en su juventud, ahora busca cumplir esa misma visión con el poder del Estado. En sus propias palabras:
«Es hora de aplicar la soberanía israelí sobre Judea y Samaria [el término bíblico para Cisjordania] y eliminar, de una vez por todas, la idea de dividir nuestra pequeña tierra y establecer un Estado terrorista en su corazón».
Se han utilizado todas las palancas del poder —resoluciones judiciales, mociones parlamentarias, presupuestos para los asentamientos y violencia de las Fuerzas de Defensa de Israel— para dominar económica y políticamente toda la Palestina histórica.
Los colonos son las tropas de choque. En Cisjordania y Jerusalén Este, suman 750 000, y crecen a un ritmo más del doble que el de Israel propiamente dicho.
Pero esto, según Smotrich, es solo el principio. Su objetivo declarado es traer un millón más de colonos y, con ellos, borrar Palestina del mapa.
Punto de no retorno
Este es el telón de fondo de la reciente fanfarronada de Smotrich de «enterrar» la solución de dos Estados: el llamado «asentamiento del fin del mundo», conocido como el plan E1.
E1 es una extensión de aproximadamente 3000 acres en Cisjordania, situada entre Jerusalén Este y el asentamiento ilegal de Ma’ale Adumim.
El diseño del plan aprobado divide Cisjordania en dos cantones. Viajar de Ramala a Hebrón, por ejemplo, requeriría carreteras de circunvalación controladas por Israel, lo que recuerda al sistema de bantustanes del apartheid sudafricano.
Jerusalén Este, considerada desde hace tiempo como la futura capital de un Estado palestino, quedaría rodeada por asentamientos y completamente aislada del resto de Cisjordania. En resumen, no quedaría ningún territorio contiguo que pudiera llamarse «Palestina».
El E1 era antes una «línea roja» que las potencias occidentales insistían en que no se podía cruzar, hasta ahora. The New Arab informó:
«Durante décadas, Washington y Bruselas proclamaron a los cuatro vientos que tal medida supondría la sentencia de muerte para la creación de un Estado palestino, el desmoronamiento del derecho internacional y un punto de no retorno.
Sin embargo, mientras Israel desmantela abiertamente la posibilidad de un futuro palestino, Europa guarda silencio, Estados Unidos es cómplice y la comunidad internacional es testigo pasivo de la desaparición de los palestinos».
En cuestión de semanas, estos «límites absolutos» a la expansión sionista se han desvanecido.
Mientras tanto, los líderes de Gran Bretaña, Canadá y Francia mantienen un silencio criminal sobre la realidad cambiante sobre el terreno. En cambio, se dedican a hacer alarde.
A aquellos que defienden de boquilla la ficción de una solución de dos Estados, les preguntamos: ¿dónde se supone que estará ese Estado? ¿En Gaza, enterrado bajo los escombros? ¿En Cisjordania, dividida en enclaves desconectados y estrangulados? ¿En Arabia Saudí, como ha insinuado recientemente Netanyahu?
No importa qué Estado palestino próspero imagines para el mañana, cuando tus acciones han asegurado que hoy no quede nada que se pueda llamar Palestina.
La meta final del sionismo
Como todos los que le siguieron, el pionero del proyecto sionista Theodor Herzl no creía en compartir Palestina con los nativos.
Herzl se inspiró directamente en los colonialistas británicos: que el único lenguaje que los palestinos entenderían era la fuerza.
Para el padre fundador de Israel, David Ben Gurión, la expansión tras la Nakba fue tan natural como el crecimiento tras el nacimiento. Esto, insistió, no se lograría con «sermones en la montaña», sino con «ametralladoras».
Desde el principio, el proyecto sionista buscó conquistar toda la Palestina histórica. Desde que se proclamó Israel en 1948, el principio rector ha sido privar a los palestinos de sus medios de vida y, en última instancia, de su país. El ritmo ha variado, pero el objetivo se ha mantenido constante.
Netanyahu y sus creadores de reyes ciertamente han acelerado este proceso. Pero el «Gran Israel» estaba en el programa del Likud de 1977, mucho antes de que Netanyahu entrara en el mundo de la política:
« El derecho del pueblo judío a la tierra de Israel es eterno e indiscutible… entre el mar y el Jordán solo habrá soberanía israelí».
Durante décadas, Israel ha despreciado con orgullo el derecho internacional y ha consolidado su dominio económico total sobre Cisjordania.
Uno de los negocios más lucrativos de Cisjordania son las canteras de grava, que los capitalistas israelíes utilizan para extraer piedra caliza con la que abastecer a la industria de la construcción en Israel «propiamente dicho», así como a los asentamientos.
Se han desarrollado muchas zonas industriales, como Barkan y Mishor Adumim, que producen plásticos, textiles y artículos metálicos, beneficiándose de tierras baratas y mano de obra palestina aún más barata.
El fértil suelo del valle del Jordán alimenta la agroindustria global «Made in Israel», mientras que las llamadas empresas de defensa, como Elbit Systems, prueban tecnología de vigilancia y seguridad en los territorios ocupados. La Palestina ocupada sirve de campo de pruebas para las empresas de defensa.
Las dos economías están unidas por mil hilos, siendo el shekel la moneda común y los palestinos un mercado cautivo.
Detrás de este dominio económico se esconde la lógica del imperialismo.
El sionismo, aunque a menudo se disfraza de religión, es la poderosa ideología de la clase dominante israelí, utilizada para suavizar las diferencias dentro de la sociedad israelí.
A través de la conquista militar, la anexión y el constante alarmismo, con la ayuda de ilusiones religiosas, los capitalistas israelíes han unido a Israel.
A medida que Israel ha consolidado su control económico sobre los recursos palestinos, se ha producido un acuerdo entre caballeros entre Israel y Occidente. La creación de un Estado palestino seguiría sin materializarse, pero Israel cumpliría su parte complaciéndose de vez en cuando en la ficción de la misma.
«Anexa territorio, pero hazlo de forma sigilosa». «Defiéndete, pero no te excedas». Este ha sido el consejo de los líderes «ilustrados» del mundo occidental.
Pero el proceso ha ido demasiado lejos. Israel ya no es el socio menor obsequioso que era antes. No responde a la presión diplomática, sino, en palabras de los colonos mesiánicos, solo a Dios y a su «mandato divino de conquistar».
Los amargos frutos de Oslo
La ficción de una «solución de dos Estados» debería haber muerto con los Acuerdos de Oslo en 1993. A cambio del pequeño precio de hablar de boquilla sobre un futuro Estado palestino, los sionistas consiguieron todo lo que querían, y más.
Desde la perspectiva sionista, había dos objetivos: dividir Cisjordania en pequeños enclaves palestinos aislados que se disfrazaran de Estado e instalar un nuevo carcelero: la Autoridad Palestina.
El «proceso de paz» traicionó la poderosa lucha palestina. Yasser Arafat cambió la militancia de la Primera Intifada por el prestigio del reconocimiento oficial.
Los Acuerdos de Oslo sentaron las bases de la violencia actual. Cisjordania se estratificó; los asentamientos proliferaron; se erigieron muros de apartheid; Jerusalén Este fue colonizada; se suprimió el derecho al retorno: todo ello santificado por el «proceso de paz» oficial.
El primer defensor del plan E1 no fue otro que Yitzhak Rabin, el mismo primer ministro israelí que firmó los Acuerdos de Oslo.
Para calmar la frustración de la sociedad israelí con Oslo, Rabin se quitó la máscara en la Knesset. Su visión nunca fue un Estado, sino «una entidad que es menos que un Estado».
Su sucesor, el ascendente Benjamin Netanyahu, prometió detener Oslo en seco.
Los incentivos financieros fluyeron hacia el proyecto de los colonos: exenciones fiscales, préstamos baratos, viviendas subvencionadas y enormes subvenciones para las empresas. El sector inmobiliario privado israelí prosperó. Se construyeron megacolonias para las comunidades judías más pobres de Israel, mientras que los inversores ultraortodoxos disfrutaban de una regulación y unos impuestos mínimos.
Los colonos judíos fueron trasladados en autobús a ciudades fortificadas y protegidas por puestos de control militares, creando un laberinto de colonias que atravesaban Cisjordania.
Camino a ninguna parte
Desde la Segunda Intifada, los sionistas han insistido en que los asentamientos son un hecho irreversible.
Washington se oponía, y se oponía un poco más, pero siempre acababa cediendo. En la tan cacareada Hoja de Ruta para la Paz de George W. Bush en 2003, Estados Unidos acabó aceptando el mandato de anexión de Israel.
Esto sentó un precedente tremendo, que ahora se está llevando al límite.
Como declaró Bush en ese momento: «Si todas las partes deciden aprovechar este momento, pueden abrir la puerta al progreso y poner fin a uno de los conflictos más largos del mundo».
En su hoja de ruta, Bush insistió en que se desmantelaran todos los asentamientos de Gaza. Para los sionistas, la puerta de la colonización de Gaza se cerró momentáneamente, pero la puerta de Cisjordania se abrió de par en par.
Cuando se puso en marcha la retirada de Gaza, Ariel Sharon, el entonces primer ministro, aconsejó a su partido, el Likud: «No hay necesidad de hablar. Tenemos que construir, y estamos construyendo sin hablar».
En 2005, el año en que el Gobierno israelí evacuó todos los asentamientos de Gaza, se calcula que 14 500 nuevos colonos fueron trasladados a Cisjordania, casi el doble de los que se perdieron en Gaza.
El declive de la influencia estadounidense en la región no ha moderado las ambiciones de Israel, sino que las ha agudizado. La intransigencia sionista crece y, con ella, la obtención de nuevas concesiones.
El «acuerdo del siglo» de Trump hizo más que redibujar mapas: consagró Jerusalén como capital indivisible para un pueblo, mientras dejaba a otro desposeído.
Lo que hoy se presenta como el comienzo del «proceso de paz» es una versión ridícula de Oslo. No hay ni rastro de autogobierno para los palestinos.
De hecho, el plan de Trump para Gaza, la «Riviera de Oriente Medio», demuestra gráficamente adónde conduce la diplomacia burguesa: a la desaparición de los palestinos como pueblo.
Como si esto no fuera lo suficientemente cruel, ahora se está promocionando a Tony Blair para gobernar Gaza.
La llamada «comunidad internacional» está celebrando un nuevo marco colonial.
Aquí es donde siempre terminan los acuerdos «diplomáticos» liderados por los gánsteres corruptos del mundo.
No prestan atención a los llamamientos morales. Sus ojos están cegados por el dinero y los mercados, el poder y el prestigio.
El monstruo de Frankenstein
El sionismo es un monstruo de Frankenstein del imperialismo occidental.
Desde la euforia del «triunfo» de Israel en la Guerra de los Seis Días hasta la actual anexión sistemática de Cisjordania, se ha permitido a Israel actuar como si fuera una ley en sí mismo.
Desde su proclamación, Israel ha sido una cabeza de puente para el imperialismo occidental en Oriente Medio. Primero actuó como un fuerte contrapeso al nacionalismo árabe y más tarde contrarrestó la influencia de la Unión Soviética.
Aún hoy, Israel es el aliado más fiable del imperialismo estadounidense en la región. Esta «relación especial» ha dado lugar a un excepcionalismo singular y a un afán por librar guerras sin fin.
Ahora, mientras esta criatura rebelde arrasa la ciudad de Gaza, Starmer y otros montan un espectáculo para repudiarla, fingiendo que la sangre que mancha sus manos no es suya. Sin embargo, el imperialismo occidental no puede escapar a las consecuencias de la catástrofe que ha ayudado a provocar.
El movimiento palestino ve claramente a través de esta cortina de humo. La lucha de los palestinos por vivir —y vivir libremente— se ha convertido en la cuestión definitoria para toda una generación.
Desde el 7 de octubre, los imperialistas occidentales han actuado como la verdadera cúpula de hierro de Israel: protegiéndola de las críticas y desviando cualquier mención a la historia de despojo de los palestinos.
Esto ha radicalizado a millones de personas contra el statu quo que permite el genocidio.
Mientras exista un Estado sionista y dictaduras árabes reaccionarias en la región, no habrá una paz significativa para los palestinos. Un Estado, dos Estados o un mar de enclaves aislados: no habrá una solución justa para el pueblo palestino sobre una base capitalista.
Nuestro llamamiento como Internacional Comunista Revolucionaria es organizarnos contra todas las fuerzas reaccionarias que han ayudado y colaborado en la ruina de los palestinos y las masas oprimidas del mundo.
El imperialismo occidental ha dejado un rastro de destrucción en todo Oriente Medio, transformándolo en un carnaval de derramamiento de sangre y opresión.
Nuestra tarea es enterrar el sistema que produce este horror sin fin. Este sistema tiene un nombre: imperialismo. Y la lucha contra él comienza en casa, contra las clases dominantes belicistas que lo sostienen.