En abril de 1936 tuvo lugar la fundación de las Juventudes Socialistas Unificadas, fruto de la fusión entre las Juventudes Socialistas y las Comunistas en el marco del proceso revolucionario que poco después iba a dar lugar a la Guerra Civil española.
La FJS y la UJCE
El primer núcleo de las Juventudes Socialistas se organizó en 1903 en Bilbao por iniciativa del militante socialista Tomás Meabe para agrupar en torno al Partido a los trabajadores jóvenes de la naciente industria minera y siderúrgica. Dos años más tarde, el II congreso del PSOE reconoció a la nueva organización como rama juvenil del partido y esta celebró su primer congreso en 1906, adoptando el nombre de Federación de Juventudes Socialistas de España por el que se la conocerá en los treinta años siguientes.
La FJS se destacaría como la organización más a la izquierda dentro de la familia socialista. Agrupaba fundamentalmente a trabajadores jóvenes de las nuevas industrias de Bizkaia, Asturias y Madrid que, por su edad y sus condiciones laborales, estaban muy alejadas del reformismo y el conservadurismo sindical de la dirección del PSOE y de la UGT. Jóvenes que, en Cataluña o Andalucía, hubieran sido ganados por el anarcosindicalismo, se organizaron en torno a la organización juvenil socialista y esta respondió a cada nuevo auge de la lucha de clases, si bien de forma confusa y no totalmente elaborada, con una radicalización de sus posiciones buscando a tientas una posición revolucionaria.
Un primer episodio de radicalización en la FJS de gran significación histórica fue el que provocó el triunfo de la Revolución de Octubre en Rusia y la formación de la III Internacional. La mayoría de la FJS, junto con buena parte del partido y de la UGT, tomaron partido por la nueva internacional comunista. La dirección del partido, controlada por el ala derecha desde el fracaso de la huelga general de 1917, tomó la posición contraria y maniobró burocráticamente para eludir el debate sobre el ingreso en la Internacional Comunista. Las maniobras del ala derecha y la impaciencia izquierdista de la juventud dieron lugar a la precipitada escisión del 1920, en la que la dirección de la FJS, que entonces contaba con unos 7.000 miembros, cambió el nombre de la organización a Partido Comunista Español; esto provocó una nueva división de resultas de la cual el nuevo partido quedó reducido a unos mil militantes1. Esta división prematura permitió a la burocracia tomar el control de la FJS y reducirla a una mera escuela de cuadros, limitando su papel político y manteniéndola en un estado vegetativo que durará hasta la crisis de 1933.
El nuevo Partido Comunista de España, resultante de la fusión del Partido Comunista Español y de la escisión de los sectores terceristas del PSOE al año siguiente, constituyó de inmediato su nueva organización juvenil con el nombre de Unión de Juventudes Comunistas de España (UJCE). El desarrollo de la UJCE se vio dificultado por la debilidad orgánica del partido, que continuamente se veía obligado a cooptar a los militantes juveniles más destacados para su propia estructura. A esto hay que añadir la persecución y la clandestinidad impuestas por la dictadura de Primo de Rivera a partir de 1923 y, muy particularmente, los efectos de la degeneración burocrática de la URSS y su traslación a la Internacional Comunista. Los giros oportunistas y ultraizquierdistas del estalinismo y el papel cada vez más subordinado de los PC’s a los intereses de la burocracia soviética fueron decisivos a la hora de deformar a las Juventudes Comunistas y limitar su crecimiento hasta la fusión de 1936.
La II República y la radicalización de la FJS: Octubre, segunda etapa
El PSOE acogió la caída de la monarquía y la proclamación de la Segunda República como la concreción de la revolución democrático burguesa en España, revolución que, desde su punto de vista, sólo podía dirigir la burguesía a través de los partidos republicanos. Éste es el espíritu que informa tanto el Pacto de San Sebastián como el gobierno provisional y el gobierno republicano socialista.
Mientras tanto, el PCE, inmerso en aquel momento en la política estalinista del “tercer periodo” y opuesto a cualquier colaboración con los socialistas, a los que situaban en la misma orilla que el fascismo, saludó la proclamación de la República el 14 de abril con la consigna “abajo la república burguesa, vivan los soviets”, levantando una barrera entre el partido y las masas que habrá de durar hasta la guerra civil. Esta posición era doblemente incorrecta. En primer lugar, porque inicialmente la República gozó de un amplio apoyo entre la clase obrera. En segundo lugar, porque naturalmente no había soviets en España, ni podía haberlos en este momento ya que el ambiente revolucionario aún no había alcanzado el clímax. Una agitación correcta sobre este punto debía vincular la existencia de una república democrática avanzada con la lucha por el socialismo, no como etapas separadas sino como parte del mismo combate.
Las juventudes de ambos partidos llegaron al 14 de abril debilitadas tras la dictadura de Primo de Rivera y completamente alineadas con sus respectivas direcciones adultas. La gran diferencia entre ambas en el periodo siguiente será que, en la organización socialista, la lucha fraccional en el seno del partido se expresará de forma aguda en la juventud, que invariablemente se alineará con el ala izquierda, mientras que en la organización comunista, el monolitismo del partido y su control desde Moscú harán imposible cualquier movimiento independiente de la juventud.
La crisis abierta en el socialismo a partir de la derrota de la conjunción republicano-socialista y la amenaza del fascismo triunfante en Italia y Alemania, hizo surgir la figura de Francisco Largo Caballero, anteriormente ministro de trabajo en el gobierno republicano-socialista, como el dirigente en torno al cuál se agrupó el ala izquierda del partido y de la UGT, ala izquierda a la que la juventud se adhirió en bloque.
Ni Largo Caballero ni la FSJ llevaron a cabo una revisión completa de la experiencia del gobierno en el que participaron y bajo el cual no sólo no se resolvieron las necesidades más urgentes para las masas, en especial la reforma agraria, sino que se reprimieron con dureza las huelgas y los levantamientos anarquistas. Sin embargo, del fracaso de la conjunción y de la amenaza fascista sacaron los dirigentes de la FJS y de la izquierda socialista la conclusión de que la clase obrera debía prepararse para la toma del poder.
Lo esencial de las posiciones de la FJS en el momento previo a la fusión con la UJCE está en el documento Octubre, segunda etapa, elaborado por la dirección de las juventudes como un balance de todo el proceso desde la proclamación de la república hasta la insurrección de octubre en Asturias. Aunque de una manera confusa todavía, pero animada por una búsqueda genuina de un programa revolucionario, la dirección de la FJS señala en este documento el rumbo hacia una política de independencia de clase y de preparación para la toma del poder que implica una ruptura decisiva con la II Internacional y con el reformismo en el interior del partido.
La defensa de una política de independencia de clase es la gran fortaleza del documento Octubre, segunda etapa. En un momento en que la Internacional Comunista, en un nuevo giro dictado por los intereses geopolíticos de Moscú, había ya lanzado la consigna de los frentes populares, la FJS, basándose en la experiencia de la conjunción republicano-socialista, rechaza el frente popular y cualquier forma de colaboración de clases:
“Esa consigna [el Frente Popular] hallará en el seno de nuestro Partido unos defensores: los centristas2. Es preciso que todos los militantes estén prestos a impedir que triunfe. El centrismo intentaría en tal ocasión dar la batalla a la fracción revolucionaria y convertirse en el eje del Partido. […]
Es preciso desarmar a los comunistas3, identificados con la derecha del Partido Socialista en la apreciación de esta cuestión, poniendo de relieve cómo los verdaderos bolcheviques somos nosotros, que, frente a la consigna de Bloque Popular Antifascista, levantamos la de la Alianza de los proletarios”.
Pero, al mismo tiempo, el documento todavía muestra ilusiones en que la Internacional Comunista, después de la derrota alemana, pudiera cambiar su rumbo y reconocer al PSOE bajo la dirección de la izquierda como su referente en España:
“Y por lo que se refiere al Partido obrero español, la Tercera Internacional tendrá que convencerse de que es el partido bolchevique de nuestro país; el eje de la revolución y, por consiguiente, el único partido con el cual tiene que tratar y al que ha de converger tarde o temprano toda la clase obrera española.
Si creemos que es la Tercera Internacional la que habrá de amoldarse a este género de transformación es por considerar que siendo Rusia el primer país socialista, la Meca del proletariado, en ella y sólo en ella puede estar el centro del proletariado mundial, mientras la revolución no vaya triunfando en otros países”.
Todas estas consideraciones, tanto las justas como las equivocadas, están motivadas por la necesidad de la independencia de clase y parten del convencimiento acerca del papel dirigente reservado al PSOE en la revolución española. De ambas concepciones surge la consigna de “bolchevización” del partido, que incluía tanto la expulsión de los reformistas como la inclusión de las demás organizaciones y tendencias revolucionarias en el seno del partido. El llamamiento, realizado a través del periódico de la FJS Renovación, se hará extensivo tanto a las Juventudes Comunistas como a otras tendencias escindidas del PCE como el Bloc Obrer i Camperol (BOC) de Joaquín Maurín y, muy particularmente, la Izquierda Comunista (IC). En el llamamiento a estos últimos y en el debate posterior emergerá la figura del dirigente de la FJS Santiago Carrillo Solares (Gijón, 1915 – Madrid, 2012).
La Izquierda Comunista ante la radicalización de la FJS: la polémica Maurín-Carrillo
El grupo fundado por Esteban Bilbao y Andreu Nin en 1930 como sección española de la Oposición de Izquierdas, había elaborado a lo largo de esos años el único programa marxista consecuente y los análisis más acertados acerca de la revolución española y las tareas de los comunistas. Sus actividades les habían permitido agrupar un núcleo de varios cientos de cuadros que podrían haber jugado un papel decisivo en los acontecimientos por venir, pero que frente al proceso que se vivía en el interior del PSOE y la FJS cometieron un error trascendental.
En una serie de artículos publicados en el periódico del BOC La Batalla (más tarde órgano del POUM) el mencionado Santiago Carrillo reiteraba el llamamiento directo a la IC para que ingresaran en el PSOE para ayudar a su bolchevización:
“Nosotros no invitamos a los marxistas españoles, no encuadrados en nuestro campo, a venir a colaborar con el reformismo, y mucho menos, a esterilizar sus esfuerzos bajo una dirección reformista. No; nuestra posición dentro del Partido se caracteriza por la intransigencia frente a aquella tendencia [la reformista] por cuya separación luchamos”
“Cuando nosotros invitamos a los demás núcleos obreros a ingresar, no pensamos en la cantidad, sino en la calidad”.
“¿Es o no es el trotskismo un partido marxista? […] Cierto que los disidentes acaudillados por el infatigable revolucionario no representan a amplios sectores; pero personifican, sin duda, una tendencia del proletariado”4.
A estos artículos de Carrillo no responderá directamente la dirección de la IC sino el dirigente del BOC Joaquín Maurín. Ambas organizaciones ya estaban inmersas en el proceso de fusión que daría lugar a la formación del POUM. La respuesta de Maurín es, en la mayor parte de su extensión, una colección de diferentes excusas para justificar la inhibición de la IC y el BOC en el proceso de diferenciación interna del socialismo. Sin embargo, la respuesta de Maurín sí señala correctamente una cosa, las ilusiones de Carrillo y la dirección de la FJS acerca de la verdadera capacidad de la izquierda caballerista y de sus opciones de tomar de forma efectiva la dirección del partido y purgar al ala derecha. El mismo Carrillo admite, como una posibilidad, esta objeción de Maurín, a la que da una respuesta aun más correcta:
“Al salir tendríais más prestigio que cuando entrásteis; mucho más. Podríais hacer ver a las masas obreras vuestra buena voluntad de unificar al proletariado, demostrada por los hechos y no por consignas que no se cumplen. Habríais ganado terreno entre las masas socialistas, yendo hacia ellas, educándolas, e incluso atrayéndolas en vuestra salida”5.
¡No escribía mal Santiago Carrillo en 1935! Más tarde veremos hasta dónde llegaba la solidez de sus posiciones.
En una cosa sí tenían razón los dirigentes de la IC: la izquierda caballerista carecía de la solidez política y de la audacia necesarias para erigirse en dirección revolucionaria. Pero de este análisis sacaron los dirigentes trotskistas la peor de las conclusiones. La crisis del PSOE y la radicalización y el llamamiento de la FJS ofrecían una oportunidad inmejorable para ganar la mayoría dentro de un sector decisivo del proletariado español en aquel momento. La entrada de la IC en el PSOE, como grupo organizado y con su propio periódico, habría facilitado de forma decisiva la ruptura definitiva con el ala derecha, habría terminado por despejar las ilusiones en la inconsistente ala izquierda del socialismo y habría facilitado una agitación decidida hacia las bases del PCE y la CNT.
La única dirección revolucionaria posible era la fusión de los cuadros marxistas de la IC con los elementos más avanzados de la juventud socialista, y el camino para construirla estaba abierto. En lugar de intervenir de forma decidida y audaz dentro del PSOE, la IC eligió una fusión con el BOC en la que renunció a la mayor parte de su programa y que dio lugar al POUM y abrió la puerta a la fusión de la FJS con el estalinismo. Al final, también el POUM acabó dentro del bloque del Frente Popular, renunciando a jugar un papel dirigente. El POUM, y en especial Andreu Nin, habrían de pagar muy caro aquel error estratégico por el que dejaron a la revolución española definitivamente huérfana de dirección.
La formación de las JSU
La UJCE contaba con unos 11.000 militantes en 1935, la FJS superaba los 20.000 militantes. En un primer momento, la unidad de acción entre las juventudes socialista y comunista se limitó a la acción defensiva frente a las provocaciones fascistas, y fue a más tras los asesinatos de militantes señalados de ambas organizaciones. Los desacuerdos sobre el Frente Popular y otros aspectos, como la política sindical, fueron un obstáculo para la unificación hasta que la Internacional Comunista tomó directamente el asunto en sus manos. Carrillo y otros dirigentes de la FJS fueron invitados a Moscú, donde no fue difícil para los agentes de la Komintern el convencer, a la luz de la experiencia anterior, de que la unificación con la UJCE era su única opción. La Komintern y la URSS se cubrían aun con la autoridad de la primera revolución triunfante y del primer estado obrero de la historia, y la falta de solidez política y el arribismo de Carrillo hicieron el resto para que las juventudes socialistas fueran ganadas por el estalinismo.
La unificación se llevo a cabo sobre la base del programa del PCE y la Komintern. La FJS aceptó todo: el Frente Popular, la condena al trotskismo, la renuncia a la revolución y a la independencia de clase. La nueva organización se presentó formalmente el 5 de abril de 1936, ya bajo el gobierno del Frente Popular, con el nombre de Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). Formaban parte de su dirección tanto Santiago Carrillo como el hasta entonces secretario de la UJCE Fernando Claudín, dando inicio a una sociedad política nefasta que durará, en la JSU y en el PCE, hasta la crisis que dio lugar a la expulsión de Claudín del PCE en 1964.
En un primer momento, la JSU mantuvo buenas relaciones tanto con el PSOE como con el PCE, con el objetivo, supuestamente, de que la unificación de las juventudes fuera punta de lanza de la unificación de ambos partidos. Sin embargo, la dirección de la JSU, con Carrillo y Claudín a la cabeza, fue basculando cada vez más hacia las posiciones del PCE, especialmente a partir de las crisis que dio lugar a la caída del gobierno de Largo Caballero. La JSU fue, junto con la interesada ayuda militar soviética, el factor que dotó a la dirección del PCE de la base de masas que necesitaba para dirigir la guerra civil en conformidad con los dictados de la burocracia soviética, aplastando la revolución social, lo que a la postre allanaría el camino a la victoria militar de Franco.
Pese a todo, no podemos negar el papel heroico de la militancia de la JSU, a pesar de su dirección, en la defensa de Madrid y en las batallas decisivas de la guerra civil, así como en la posguerra. Militantes de la JSU eran las Trece Rosas y otros militantes caídos en el intento de reconstruir la organización en la clandestinidad tras la derrota. A pesar de todo aquel heroísmo y sacrificio, la JSU dejó virtualmente de existir en la posguerra y fue finalmente disuelta por el PCE en 1961.
Conclusiones
El proceso de diferenciación política de la juventud socialista se dio en España en medio de un proceso revolucionario y significaba la búsqueda por parte de aquella juventud de un programa y una estrategia capaces de llevar a cabo la revolución socialista. Aquel proceso se truncó por la negativa de los dirigentes de la Izquierda Comunista de confluir con aquella juventud y ganarla para su programa, lo que provocó la absorción de la juventud socialista por el estalinismo.
Estos procesos, sean en un momento revolucionario como los años 30, sean en un momento de crisis del reformismo como el actual, nunca se dan en línea recta ni las organizaciones juveniles surgen ya con el programa exacto ni con una comprensión cabal de la teoría marxista y la historia del movimiento obrero. En su proceso de diferenciación y búsqueda, estas organizaciones reflejan todavía las presiones del pasado y la influencia de ideas extrañas y ajenas a las tradiciones del marxismo revolucionario; pero, al mismo tiempo, esta diferenciación abre un campo de acción enorme para la que la propaganda de la tendencia marxista pueda ser escuchada, discutida y asumida por los elementos más avanzados de estas organizaciones. La principal lección del proceso de la juventud socialista en los años 30 es que la tendencia marxista no puede dar la espalda al proceso de la juventud revolucionaria sino que tiene que intervenir con audacia y decisión.
1https://luchadeclases.org/historia/3938-a-cien-anos-de-la-fundacion-del-pce-i-los-primeros-anos.html
2Se refiere a la fracción de Indalecio Prieto, el llamado “centro” del PSOE en la terminología de la época.
3Al PCE.
4La revolución española en la práctica. Documentos del POUM. Introducción y selección de Víctor Alba. Ediciones Júcar, 1977. Énfasis nuestro.