Escrito por Jerôme Metellus (Révolution – CMI Francia)
La repentina remontada de la candidatura de Jean Luc Mélenchon en las elecciones presidenciales francesas del próximo domingo 23 de abril, ha vuelto todas las miradas hacia su movimiento, La Francia Insumisa, y su programa. La Corriente Marxista Internacional nunca ha claudicado a la histeria de “que viene el fascismo” que ha caracterizado a las principales corrientes de izquierda europeas en los últimos meses. Al contrario, hemos defendido de manera consistente que están dadas las condiciones para un giro a la izquierda en todas partes. En este artículo, escrito en noviembre del año pasado por nuestros compañeros franceses de Révolution, que están fuertemente implicados en la campaña a favor de la candidatura de Mélenchon, abordamos nuestra posición sobre los aspectos fundamentales del programa que ya entonces perfilaba La Francia Insumisa.
La elección presidencial de 2017 no será una elección normal precedida por una campaña electoral normal. En las últimas décadas, las elecciones francesas han sido generalmente un duelo previsible entre el candidato del Parti Socialiste (PS) y un candidato de la derecha tradicional. Esta norma, sin embargo, experimentó su primera excepción el 21 de abril de 2002, cuando Jean-Marie Le Pen del Frente Nacional (FN) eliminó a Lionel Jospin (PS) en la primera ronda.
Lo que se tomó como raro en la época, ahora es mostrado por muchas encuestas como una sería posibilidad: Marine Le Pen del FN podría pasar a la segunda ronda eliminando al candidato del PS. El PS tratará de explotar esta amenaza a su favor llamando a un «voto estratégico» para bloquear al FN. Pero este es un argumento manido. Frente al surgimiento del FN, los líderes del PS no son la solución; son el problema. Al perseguir una política de contrarreformas sin precedentes, bajo un Gobierno de «izquierda», Hollande y Valls han empujado a muchos votantes hacia el FN (o hacia la abstención).
«Economía concentrada»
Lenin dijo: «la política es la economía concentrada». En última instancia, lo que acabamos de describir es el resultado de la crisis orgánica del sistema capitalista, la más grave desde los años treinta. Esto conduce, inevitablemente, a una crisis del reformismo y a una creciente volatilidad política. Una vez en el poder, los socialdemócratas tienen que recurrir a las contrarreformas, según lo exige la clase dominante. De esta manera, decepcionan a su base electoral, y sientan las bases para el retorno de la derecha al poder.
Este movimiento, sin embargo, no es sólo en una dirección. La crisis está causando una polarización a la derecha y a la izquierda. En Francia, millones de jóvenes y trabajadores estarían dispuestos a unirse a una alternativa de izquierda para el escenario descrito por las encuestas para 2017, que ven a la derecha del PS, a la derecha tradicional (los Republicanos) y a la extrema derecha (el FN) dominar los debates.
La posibilidad de una oposición de izquierda electoral y combativa a la política actual del PS es muy importante. Recordemos que desde las elecciones de mitad de mandato en 2012, la abstención ha aumentado a alrededor del 50 %, y al 70 % entre las personas jóvenes. Esta masa de votantes es una de las claves de las elecciones presidenciales. Puede ser ganada a una política de ruptura con las políticas de austeridad y del capitalismo en crisis.
La división del Frente de Izquierda
En la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2012, el Frente de Izquierda había conseguido el 11 % de los votos, después de una campaña marcada por el discurso radical de su candidato, Jean-Luc Mélenchon, y por una respuesta masiva y entusiasta a sus discursos en muchos mítines. Pero desde entonces, el Frente de Izquierda se ha dividido. Jean-Luc Mélenchon es candidato de un nuevo movimiento político, la Francia Insumisa, mientras que la dirección del Partido Comunista (PCF), también integrante del Frente de Izquierda, tomará su decisión a finales de noviembre.
Como hemos explicado detalladamente en otra parte, la dirección del PCF se ocupa principalmente de mantener sus vínculos institucionales con el PS, y las alianzas electorales que lo acompañan, ya sea en el Parlamento o en las administraciones locales (municipios, condados, regiones). Si esta vez, Pierre Laurent (PCF) se niega a apoyar la candidatura de Jean-Luc Mélenchon, es solo porque él ofrece una ruptura limpia con el PS.
Por supuesto, Pierre Laurent no lo dijo así. Dice que hay un «desbordamiento de candidatos» a la izquierda. Esto se refiere no sólo a Mélenchon, sino también a Montebourg (PS), Hamon (PS), Lienemann (PS), Filoche (PS) y Duflot (Los Verdes). Por lo tanto, el secretario nacional del PCF quiere «discutir» con todos estos candidatos y «convencerlos» de que acuerden un solo candidato.
Dejando de lado la improbabilidad de este éxito, el planteamiento de Pierre Laurent presupone que todos estos candidatos son más o menos iguales, y que en su programa y estrategia no hay nada decisivo que los distinga. Pero esto no es cierto. El programa de Mélenchon no solo es uno de los más a la izquierda, si no el más a la izquierda de entre los candidatos que hemos mencionado; además, la candidatura de la Francia Insumisa es también la única que se acompaña de una estrategia de ruptura con un PS desacreditado y que está controlado por su ala derecha. Finalmente, a diferencia de los cuatro candidatos del PS, Mélenchon rechaza la estrategia de unas primarias con François Hollande, Manuel Valls y compañía.
No hay tiempo que perder: debemos construir ahora una alternativa a la izquierda del PS y de sus políticas de austeridad. Esto es lo que proponen Jean-Luc Mélenchon y sus compañeros en La Francia Insumisa. Révolution (CMI Francia) apoya este enfoque y se involucrará.
En particular, contamos con hacer una contribución al elemento principal que determinará en última instancia el éxito -o no- de la Francia Insumisa: su programa. Este programa debe ser coherente, combativo y sensible a la situación, es decir, a la profunda crisis en que se encuentra el sistema capitalista. A mediados de octubre se celebrará en Lille un «Convenio de Programa» de la Francia Insumisa. Aquí están las primeras cosas que nos gustaría añadir al debate.
¿En qué clases debemos apoyarnos?
¿A quién debe dirigirse el programa de la Francia Insumisa? ¿»A la gente»? La vaguedad de este término no es un problema en su uso casual, pero se convierte en un problema cuando tenemos que desarrollar un programa claro y científico. De hecho, el pueblo está formado por clases que no sólo tienen intereses divergentes, sino incluso irreconciliables. Por lo tanto, no podemos avanzar un programa para toda la gente. Es necesario elegir. La derecha ha elegido. Defiende a su clase: la clase de los grandes capitalistas, los explotadores, los parásitos gigantes que poseen los bancos y los medios de producción. Nosotros debemos defender a nuestra clase: los obreros, los explotados, los que producen toda la riqueza y, sin embargo, ven su situación empeorar con cada día que pasa.
Nuestra clase es, con mucho, la más grande en número en Francia, el 90 % de la población activa son trabajadores. Incluso, si restamos la delgada capa de empleados que tienen salarios muy altos, y cuyas posiciones jerárquicas los acercan más al capitalista que al trabajador medio, esto apenas altera el poderoso peso de nuestra clase social. Es esta clase la que mediante la movilización revolucionaria puede transformar la sociedad desde la base. Así que necesitamos un programa que nos ponga en marcha, un programa que ofrezca soluciones a nuestros problemas más inmediatos -pero también resuelva «tomar el poder», para citar el lema de la campaña del Frente de Izquierda de 2012.
¿Y la clase media? ¿No deberíamos apelar también a ella? Claro, pero primero debemos saber de qué hablamos. En primer lugar, contrariamente a una idea común, un empleado que recibe un salario «bueno» (es decir, 2.500 euros al mes) no forma parte de la clase media; forma parte de la clase trabajadora. En segundo lugar, la clase media no es homogénea. Sus capas superiores – los mejores abogados, doctores, académicos, etc.- se inclinan al lado de los capitalistas. Sus capas más bajas – pequeños artesanos, comerciantes, agricultores, etc.- se inclinan hacia el lado de los trabajadores. Este sector de la clase media (el más grande) sufre significativamente desde la crisis del capitalismo. Son estrangulados por los bancos, las corporaciones multinacionales y el Estado, como lo demuestran las recurrentes crisis que afectan a los pequeños agricultores y granjeros. Pero debido a su posición en las relaciones de producción, no tienen ni pueden tener una política y un programa independientes. O se agrupan al lado de los trabajadores, o al lado de los capitalistas.
Los partidos reaccionarios buscan ganar usando todo tipo de viejos trucos demagógicos («contra los impuestos», «contra la competencia extranjera»). Tenemos que ganar diciendo la verdad, que para avanzar debemos unirnos con los trabajadores en una lucha común contra los grandes parásitos de las finanzas, la industria y los agronegocios. Debemos explicar que al tomar el control de los bancos y las grandes multinacionales, podemos mantener precios y tasas de interés favorables. Al luchar bajo el peso de la crisis, están dispuestos a escuchar algunas proposiciones radicales. El error sería imaginar que es posible ganar con un discurso vago y moderado. En este juego, no sólo no ganaremos a la clase media, sino que también perderíamos el apoyo de muchos trabajadores.
El «compartir la riqueza»
Mélenchon ha colocado el «compartir la riqueza» en el corazón de su programa. En el sitio web de La Francia Insumisa escribió: «Creo que el despilfarro de la riqueza, el empobrecimiento de las clases medias y las miserias del pueblo no es una fatalidad. Nuestro país nunca ha sido tan rico. Por lo tanto, es hora de ofrecer una manera diferente de compartir la riqueza producida por el trabajo de todos nosotros». Durante un discurso en Toulouse el 28 de agosto, también dijo: «Basta ya de esta gran transferencia que estamos viendo y que tiene lugar en todas las formas posibles, desde los bolsillos y la energía de los trabajadores, y que se va al capital. Casi el 10 % de la riqueza del país se ha transferido de esta manera. Esto es lo que está a la orden del día: recuperar esa parte, y darla a los que la producen».
Lo que Mélenchon describe es exacta y cruelmente sentido por millones de trabajadores. La crisis está acelerando este proceso: para proteger sus márgenes de ganancias, la clase dominante requiere un «alivio de la carga» siempre de nuevo para sí misma – y cada vez más grandes recortes en el gasto público. La austeridad para los trabajadores reina en los sectores privado y público.
Por lo tanto, debemos abordar este problema. ¿Pero cómo? Hay muchas maneras directas e indirectas de aumentar la parte de la riqueza que va a los trabajadores: incremento de los salarios, reducción del IVA, acceso gratuito a la salud y educación, reducción de tarifas de transporte público, alquileres más bajos, entre otros. El programa del Frente de Izquierda para 2012, «L’Humain D’abord» (“Lo humano primero”), adelantó una serie de medidas progresistas de este tipo. Estas cosas también deben estar en el programa de la Francia Insumisa.
Pero aún, ¿cómo podemos financiar estas medidas? ¿Hundiendo más al Gobierno en la deuda? ¿Gravando más al capital? En ambos casos, la experiencia nos enseña que cuando se enfrentan a tal programa, los capitalistas usan sus poderes, empezando por su control de la economía, para sabotear las reformas y hacer que el Gobierno se doblegue a ellos. ¿No es esto lo que pasó en Grecia en 2015? Alexis Tsipras ni siquiera había acometido las principales medidas de su programa cuando la «troika» -y los grandes capitalistas griegos- amenazaron con hundir al país en el caos. En vísperas del referéndum del 5 de julio de 2015, la «troika» hundió en el coma al sistema bancario griego. Solo levantaron la presión después de la capitulación de Tsipras, cuando se comprometió a continuar con las políticas de austeridad.
Esto no será diferente para Francia. La clase dominante francesa reacciona a las reformas progresistas genuinas mediante una política sistemática de sabotaje económico: huelgas de inversión, fuga de capitales, planes de despidos o amenazas de cierres… Los grandes capitalistas europeos también conspiran contra los gobiernos de izquierda. ¿Qué soluciones quedan? O bien capitular, como Tsipras en Grecia, o ir a la ofensiva: expropiar los bancos y los principales medios de producción, colocando la economía bajo el control democrático de los trabajadores, poniendo el socialismo en la agenda, y llamando a los trabajadores de Europa a seguir su ejemplo. Ese debe ser el eje central del programa de La Francia Insumisa – que no fue el caso en L’Humain D’abord.
La expropiación de los principales capitalistas franceses y extranjeros formará la base de una planificación racional y democrática de la economía. Sólo esto, a su vez, puede formar la base de lo que Mélenchon llama «planificación ecológica». La carrera por los beneficios de las multinacionales es la principal fuente de polución y de otros daños ambientales. El caos del mercado capitalista es incompatible a largo plazo (y quizás a corto plazo), con la supervivencia de la especie humana. Es obvio, por ejemplo, que los capitalistas no serán capaces de proporcionar las enormes inversiones que se requerirían en energía renovable. Solo lo harían si fuera inmediatamente rentable y más rentable que la explotación de gas, carbón y petróleo. Todo esto lleva al desastre. Solo una economía planificada bajo el control democrático de los trabajadores y los consumidores podemos evitarlo.
Europa
La planificación de la economía no debe limitarse al nivel nacional. Marx señaló que la división del mundo en Estados-nación es -con la propiedad privada de los medios de producción- uno de los dos principales obstáculos para el progreso de la humanidad. La Unión Europea es una sombría demostración de esto. Detrás de la retórica de la «unidad europea», las diversas clases dominantes del continente luchan por dominar el mercado europeo, y solo coinciden en un punto: la necesidad de imponer austeridad a los trabajadores.
Los tratados europeos son la expresión legal del carácter reaccionario de la UE. Mélenchon tiene toda la razón en querer «abandonar» estos tratados. Pero para ello debemos salir del sistema capitalista mismo, sin lo cual nada se resolvería. El capitalismo es incapaz de unificar a Europa para armonizar sus colosales recursos humanos y productivos. El problema es el sistema económico y social en Francia y en Europa. Solo una Federación Socialista de Estados Europeos unificará el continente progresivamente, allanando el camino para una federación socialista mundial.
Esto puede parecer distante y abstracto, pero es la única manera, la única perspectiva que es a la vez realista y consistente con los intereses de las masas. Una «Europa Social», sobre la base del capitalismo, puede parecer más accesible y razonable a primera vista. Pero es una ilusión. Nunca pasará. Además, la idea de que una Francia capitalista fuera de la UE constituye un progreso para los trabajadores es otra ilusión. Después de los acontecimientos del Brexit, los trabajadores británicos están en una buena posición para hablarnos acerca de eso.
La Sexta República
La Francia Insumisa sitúa la Fundación de una Sexta República como su primera prioridad, como el primer acto de una «revolución ciudadana». Existe una clara necesidad de proponer reformas democráticas. Por ejemplo, se debe cerrar el Senado, esta institución formada por élites elegidas por otras élites, cuyo presupuesto anual asciende a unos increíbles 300 millones de euros. Utilizar este dinero para construir escuelas y hospitales. También se debe defender el derecho al voto de los inmigrantes en todas las elecciones, y la legalización de todos los trabajadores indocumentados.
La Quinta República está podrida hasta el fondo. Sus instituciones están plagadas de favoritismo y corrupción de todo tipo. En última instancia, sin embargo, esta crisis institucional es sólo la expresión de la crisis del sistema económico sobre el que descansan, y su función es defender al capitalismo. Esta es la raíz del mal.
En la Quinta República Francesa, como en todas las demás estructuras de Europa, el verdadero poder no radica ni en Asambleas elegidas por sufragio universal, ni en los consejos de ministros, ni en palacios presidenciales o reales. Se encuentra en las salas de juntas de los bancos y de las multinacionales. En Francia, cientos de grandes familias capitalistas tienen una influencia decisiva en las políticas de los sucesivos gobiernos. Lenin caracterizó a la democracia burguesa como «la máscara temporal de la dictadura del capital», esto es aún más cierto hoy que en el tiempo de Lenin, porque la concentración de capital ha adquirido desde entonces proporciones colosales. Mélenchón a menudo hace hincapié en los rasgos monárquicos de la oficina presidencial en Francia. Pero Hollande está de rodillas ante el gran capital, el verdadero rey del mundo moderno.
Si la Sexta República no destrona a esta monarquía moderna, solo será otra república burguesa. La Francia Insumisa debe vincular la lucha por reformas progresistas con la necesidad de acabar con la dominación de la economía por un puñado de multimillonarios, que solo se preocupan por sus ganancias. La «revolución ciudadana» será socialista o no lo será.