A las mujeres con conciencia de clase, para Ninnette
El terremoto de 1985 no sólo dejó en ruinas parte de la Ciudad de México, sino que ahondó las cuarteaduras del viejo régimen priísta que ya había sido sacudido por los movimientos del 68 y por la insurgencia sindical de los 70. Pero también dejó al descubierto el grado de explotación extrema de un sector de los trabajadores en el ramo textil —sobre todo mujeres proletarias—, la mezquindad de los empresarios y la complicidad del Estado. El terremoto no sólo fue un desastre natural, sino que dejó al descubierto el desastre social que significa la explotación capitalista.
En la mañana del 19 de septiembre de 1985, un terremoto de 8.1 grados sacudió el centro, occidente y sur de México, —especialmente la Ciudad de México— cobrando la vida de unas 20 mil personas. El gobierno y el ejército fueron totalmente rebasados por la catástrofe, mostrándose paralizados e incapaces de responder a una población que se organizó de forma autónoma para labores de rescate y apoyo a las víctimas. “Durante tres o cuatro días hubo un vacío de poder. La gente se encargó de la organización de la ciudad», recuerda Alejandro Varas, miembro de la Unión de Vecinos y Damnificados 19 de Septiembre. «Fueron días especiales. La ciudad era otra. Por donde quiera había personas llevando y trayendo ayuda. Al principio, los medios de comunicación ayudaron mucho a poner en contacto a las familias, informando de los daños; después pusieron en marcha la campaña oficial de que ‘aquí no pasa nada’. El gobierno quiso minimizar el problema y decía ‘quédense en casa, no salgan’, pero la gente no hizo caso». Raúl Bautista, quien ha dado vida a Superbarrio Gómez, personaje emblemático de la lucha urbana, asegura que «frente a la dimensión de la tragedia, la gente tuvo que salir a tomar la ciudad. La gente desobedeció al gobierno porque había que rescatar a los atrapados y ayudar»[1].
Además de las deficiencias en materia constructiva —relacionadas con la corrupción de políticos y empresas constructoras—, muchos edificios colapsaron porque eran utilizados como bodegas y talleres —con pesadas maquinarias y mercancías almacenadas— que no fueron construidas originalmente para ese fin. Esto fue especialmente claro en las industrias dedicadas al vestido, muchas localizadas en el Centro Histórico y especialmente en la calle San Antonio Abad, aledaña a la avenida Tlalpan. Se habla de unos 800 talleres colapsados donde murieron entre 600 y 1,600 costureras.
En esos oscuros y lúgubres talleres cuasiclandestinos sin mantenimiento —originalmente diseñados para oficinas y viviendas— se apiñaban pesadas máquinas de coser, de planchar, para cortar y toneladas de telas que eran trabajadas por centenas de trabajadores —especialmente costureras— quienes, provenientes de la periferia y de condición humilde, iniciaban sus jornadas alrededor de las 7 de la mañana prolongándose entre 10 y 14 horas. La década perdida de los años 80 —con su inflación, devaluación y caída generalizada del nivel de vida— no les permitía otra opción.
Las trabajadoras —algunas de ellas menores de edad— laboraban en condiciones de semiesclavitud, sin derecho alguno —ni siquiera a los de ley— y salarios miserables —muchas veces por debajo del mínimo—, largas horas de monótona y alienante actividad: coser, planchar, cortar, pegar cremalleras y zurcir dobladillos de prendas que luego eran vendidas muy arriba de su valor por los dueños, muchos de ellos de origen judío, árabe o libanés. Dicha actividad dejaba cuerpos contraídos, manos callosas y vistas deterioradas. Los empresarios solían contratarlas por semana para evitar darlas de alta en el Seguro Social. Parecía el regreso de las condiciones de explotación del siglo XIX, precisamente en una de las primeras ramas de la industria capitalista.
Para incrementar las ganancias en muchos de esos talleres las trabajadoras laboraban encerradas y se les descontaba el tiempo hasta para ir al baño. Si llegaban 10 minutos tarde, se les sancionaba y no se diga de enfermarse o embarazarse la discapacidad era un sueño lejano. En palabras de un dueño: “Trabajaban en una fábrica de vestidos, no de niños”[2]. Aunque esto no impedía que muchas de las trabajadoras sufrieran de acoso sexual. Evangelina Corona —futura líder sindical— recuerda: «Nos tomaban el tiempo con cronómetro, para ver cuánto nos tardábamos en cada pieza y cuántas teníamos que sacar al día. Nos ponían una cuota de prendas y si alguna compañera la rebasaba, no le pagaban lo que había hecho de más. Era como si trabajáramos a destajo, pero sin recibir el pago por el trabajo entregado».
Evidentemente, en esos edificios sobrecargados y sin mantenimiento, no había simulacros, protocolos ni rutas de evacuación; muchas veces los extintores estaban caducos o vacíos. En pocas palabras, esos talleres eran trampas mortales. En el terremoto que derribó talleres en San Antonio Abad, Fray Servando e Izazaga, muchos trabajadores fallecieron porque estaban encerrados; pocos lograron salvarse.
Tras el terremoto, cientos de trabajadores quedaron sepultados bajo los escombros sin nadie que les ayudara más que ellos mismos y el pueblo —los equipos oficiales de bomberos, ejército y paramédicos no aparecieron sino muchas horas después—, en tanto los empresarios estaban más preocupados de rescatar sus telas, maquinaria y cajas fuertes. En los medios se mencionaba el colapso de edificios como el Nuevo León, el de ginecobstetricia o el multifamiliar Juárez, pero los talleres de San Antonio Abad no eran mencionados. Ante los lamentos audibles de las sepultadas, las propias costureras, que poco antes habían logrado salir de los escombros, valientemente volvieron a entrar aunque no tenían ningún conocimiento de primeros auxilios para intentar salvar a sus compañeras.
Los dueños de los 800 talleres colapsados fueron apareciendo tímidamente a las afueras de los talleres pero más que de los trabajadores, estaban preocupados por sus máquinas y mercancía. Los empresarios naturalmente se negaron a pagar salarios adeudados, cualquier indemnización y ni siquiera apoyaron en las labores de rescate. Evangelina dice en sus memorias: «En un principio las costureras sobrevivientes teníamos la esperanza de que los patrones aparecieran y respondieran por todas nosotras. Y de repente, cuando los patrones aparecen es para sacar la maquinaria: para ellos valían más los objetos que las vidas de sus trabajadoras»[3].
Unas 40 mil trabajadoras quedaron desempleadas. “El patrón dice que no tiene por qué pagarnos salario —dijo una trabajadora— cuando está perdiendo millones por esto del temblor, entonces nos terminó dando un préstamo que vamos a tener que pagar trabajando un sábado y horas extras”[4]. Muchos empresarios se aparecían con maquinaria y camiones pero no para apoyar en el rescate, sino para recuperar sus rollos de tela, pacas de ropa, cajas fuertes y equipos. Una trabajadora recuerda: “Ayer vinieron los dueños, vinieron por la caja fuerte y que la gente les valía madre”[5].
Ante la indignación y protestas contra los patrones, el ejército por fin apareció, pero para proteger a los empresarios y desalojar a quienes reclamaban. Conchita contó: “Allí estuvimos todo el día y la noche sacando gente y llegó el ejército hasta el otro día, el 20 de septiembre en la tarde. Acordonaron, traían metralletas y ordenando que nos fuéramos. Decían que nosotros queríamos robar. Pero no, donde yo trabajaba no se perdió nada, el edificio no cayó, lo chistoso es que el ejército no nos dejaba pasar, pero a los dueños les dio chance de sacar la maquinaria. Allí estuvimos quince días, porque yo andaba organizando y los viernes me formaba ante la empresa a que nos pagaran las 3 semanas que estuvo parado todo. El patrón no sé quién era, nunca lo conocí ni supe su nacionalidad. Quien manejaba todo era el contador”[6].
Las peticiones inicialmente tímidas de las trabajadoras pronto se transformaron en rabia y organización. La idea de crear un sindicato que las protegiera frente al patrón se difundió rápidamente. Instalaron un plantón sobre la avenida Tlalpan para impedir que los empresarios se llevaran su mercancía —mismo que sufrió un incendio seguramente provocado por el gobierno y/o los empresarios—, para presionar por el pago de indemnizaciones y denunciar las condiciones de explotación que sufrían y el gobierno toleraba o permitía. A un mes del terremoto, el 18 de octubre, el movimiento realiza una exitosa marcha hacia Los Pinos y dos días después se oficializa la creación del “Sindicato Nacional de Trabajadores de la costura, confección, vestido, similares y conexos 19 de septiembre”, con la trabajadora Evangelina Corona como su Secretaria General: una mujer trabajadora —exempleada doméstica originaria de una familia campesina de Texcoco— líder de un sindicato democrático en un contexto donde prácticamente casi eran inexistentes los sindicatos democráticos y menos aún había mujeres dirigentes en un ambiente dominado por charros machines. Fue un sindicato nacido entre los escombros que encabezó tres paros, 16 plantones y 14 marchas. Una de esas marchas, que intentaba llegar al Zócalo para irrumpir en la marcha de los charros, fue reprimida por el gobierno. El movimiento ocupa el predio colapsado de San Antonio Abad 151. La transformación de la conciencia se dio de golpe y Evangelina es testimonio de ello: “Evangelina, quien abrazaba a su patrón apenas lo veía —dice Poniatowska—, descubrió lo que era reclamar y sin planearlo se convirtió casi de un día al otro en jefa de sindicato. Nunca se preguntó qué patrón la contrataría después si se convertía en dirigente sindical. Ella exigió una indemnización más justa para las costureras. Entre los escombros, quedó su ingenuidad y el abrazo al patrón”[7]. Evangelina —quien murió en el 2021, después de ser diputada por la izquierda— fue una luchadora honesta que le dijo en la cara al presidente: “No señor presidente, así no fueron las cosas”, en una época en que la CTM y los charros lo dominaban todo y continuaba la guerra sucia del gobierno contra la izquierda.
Poniatowska recoge su experiencia como diputada: “¿Cuándo una costurera que sólo cursó el tercero de primaria va a llegar a la Cámara? No cabe en la mente de nadie”. A pesar de sus escasos conocimientos y preparación, como ella misma lo dice, su honradez y su sentido común la convirtieron en una diputada ejemplar por el sólo hecho de que partía de su realidad y nunca dejó de decir la verdad y recibir, atender y defender a los más pobres. Votó en contra de varias reformas constitucionales. Al ver que sus compañeros diputados no hacían lo mismo, se preocupaba, los consideró farsantes y opinaba que “el trabajo en la Cámara de Diputados es una farsa, una completa pérdida de tiempo y se desperdicia dinero que le cuesta al pueblo. Los diputados son unos saqueadores económicos disfrazados porque, ¿Cuánto se lleva un diputado?”[8].
Tras un año del terremoto, el movimiento fundó diversas cooperativas del vestido. Lamentablemente, el cierre de muchos talleres, el desgaste provocado por el gobierno, las pugnas internas, la necesidad de sobrevivir generaron el declive del movimiento, y sobre todo la dificultad de sostener cooperativas de trabajadores en el marco del capitalismo y su competencia feroz. De ese movimiento sobrevive hasta hoy el “Centro para Capacitación de las costureras 19 de Septiembre”, ubicado en el predio tomado por el movimiento. No fue sino 38 años después que el jefe de gobierno, Martí Batres, oficializó la entrega de escrituras a la organización civil heredera de esa lucha. Pero los más importante que dejó ese movimiento fue el ejemplo del despertar de la conciencia proletaria, la organización sindical, la lucha contra el gobierno, la solidaridad obrera y popular que surgió de los escombros, el intento de crear una organización sindical democrática y de lucha que defendiera verdaderamente a los trabajadores, y el surgimiento de una dirigente sindical mujer que llegó por derecho propio a través de la lucha misma y sin “cuotas de género” artificiales. De esta catástrofe surgieron y se fortalecieron organizaciones urbanas. Fue parte de un movimiento que precede el surgimiento del PRD —ahora difunto por el oportunismo de su asquerosa burocracia— y que explica, en parte, la derrota electoral del PRI en el 88 y el consecuente fraude electoral.
Décadas después, las condiciones de las costureras no han cambiado mucho: “¿Qué pasa con las costureras a más de cuarenta años después del temblor? Ellas mismas dicen estar viviendo una situación tan mala como la que se develó en 1985. La industria se encuentra en crisis debido sobre todo a la competencia que representan los productos que entran de Asia que pagan muy pocos aranceles. El Instituto Nacional de Estadística y Geografía reconoce que el grueso del aparato laboral pertenece en este momento al sector informal. Aun aquellas costureras que tienen un puesto fijo completan sus escuálidos salarios con trabajo a destajo. El perfil social es el mismo que hace cuatro décadas: «aún son mujeres inmigrantes en su propio país, madres solteras y con la primaria a medias. Las marca una disyuntiva: ser trabajadoras domésticas o costureras»”[9]. Creemos que la lección principal de este ejemplar movimiento es la necesidad de luchar contra el sistema de explotación capitalista para acabarlo de raíz y construir una sociedad mejor, una sociedad comunista.
[1] Jesús Ramírez Cuevas, “Cuando los ciudadanos tomaron la ciudad en sus manos”, https://www.jornada.com.mx/2005/09/11/mas-jesus.html
[2] Citas tomadas del documental: “Las costureras de San Antonio Abad y el sismo del 85” https://www.youtube.com/watch?v=kvPKe0apbE4
[3] Evangelina Corona Cadena, “Contar las cosas como fueron”, México, Demac, 2008, nº 30.
[4] Las costureras de San Antonio Abad y el sismo del 85” https://www.youtube.com/watch?v=kvPKe0apbE4
[5] “Las costureras de San Antonio Abad y el sismo del 85” https://www.youtube.com/watch?v=kvPKe0apbE4
[6] https://cimacnoticias.com.mx/2023/09/19/costureras-de-1985-y-2017-victimas-de-un-sistema-sepultadas-bajo-escombros-tras-los-sismos/
[7] Poniatowska, Elena. “Las memorias de una costurera: Evangelina Corona”: http://www.jornada. unam.mx/2008/05/11/index.php?section=cultura&article=a06a1cul
[8] Ibidem.
[9] file:///Users/macair/Downloads/Dialnet-BordarLaMemoriaDelTemblor-8259781.pdf