Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte menciona que: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”.
Y aunque en su libro da algunos ejemplos, lo cierto es que acá en México esa aseveración se plasma primero en el Golpe de Estado en contra de la Constitución de 1857 y con el gobierno Conservador, y después con la invasión francesa en 1862. Incluyendo a todos los principales actores primero en la tragedia del golpe y después en la farsa francesa.
La deuda
Las potencias europeas como la inglesa, la española y la francesa realizan la intervención debido a que el presidente Benito Juárez decreta la suspensión del pago de la deuda. La deuda era de alrededor de unos 82 millones de pesos, que el gobierno mexicano le debía a ciudadanos de las potencias antes mencionadas. En consecuencia, las tres potencias envían sus respectivas flotas para presionar al gobierno de Juárez con respecto al pago de la deuda. Después de varias reuniones en un pequeño pueblo de Veracruz, llamado La Soledad, entre los cuerpos diplomáticos europeos y el mexicano se logra un acuerdo de pago que se llamó “Los Tratados Preliminares de La Soledad” en los que se reconocía la deuda y también la forma de concretar su pago; pero, sorprendentemente, Francia no acepta dicho compromiso, es más, siendo el país con el que se tenía la deuda de menor monto ($2,859,917 de pesos) de deuda fue, sin embargo, el que más enérgica y agresivamente exigía el pago; aun cuando esa deuda no fue contraída con el gobierno francés sino con ciudadanos franceses.
El que principalmente pedida el pago de un adeudo era el banquero de ocasión suizo Jean-Baptiste Jecker que para entonces ya se había naturalizado como ciudadano francés. Era un especulador de tierras, estuvo en todos los negocios sucios durante el régimen de Antonio López de Santa Anna y en los negocios de deslinde de la tierra en Sonora y Yucatán. La mayor cantidad que se debía a Jecker era dinero prestado a Miramón, 1.5 millones de pesos en bonos de deuda nacional. Cuando su banco quebró seguía exigiendo el pago. Fue esta deuda que el gobierno de Napoleón III reclamaba poniendo como excusa que ciudadanos franceses eran los acreedores.
Entre otro de los acuerdos que se realizaron las potencias está la entrada de sus tropas a Córdoba, Orizaba y Tehuacán, pues, el clima ya había hecho estragos en los soldados extranjeros provocándoles enfermedades.
Luis Napoleón Bonaparte III
Luis Bonaparte III, no era un personaje que sobresaliera mucho, de hecho, Víctor Hugo se refería a él como Napoleón le Petit (Napoleón el pequeño) y Marx como un personaje mediocre y grotesco que únicamente llegó al gobierno por medio de un Golpe de Estado. Y este sujeto es el que tenía ínfulas de conquistador y entre sus objetivos más deseados era tener un imperio y también tener algo en el continente Americano, tanto así que fue él el primero en acuñar el término de “Latinoamérica”.
Cómo podemos ver el monto de la deuda no era más que mero pretexto para entrar en un conflicto y conquistar territorio mexicano. Pero estas ambiciones no llegaron por si solas a Napoleón III, sino que ya con anterioridad un grupo de mexicanos conservadores monárquicos, entre los que el más destacado era Juan Nepomuceno Almonte, “el degenerado hijo de Morelos”, fiel seguidor de Santa Anna, conservador y monárquico convencido de que en México debe tener a la cabeza un Rey europeo. Y para eso Francia contaba con un poderoso ejército que en ese tiempo era el ejército más poderoso del mundo.
El Ejército de oriente
El Ejército de Oriente no se encontraba en sus mejores condiciones, de hecho, se encontraba en muy mal estado. Para empezar, fue dividido en dos partes; una para que persiguiera y combatiera a los restos de las guerrillas conservadoras y otra, con el resto del cuerpo militar, se dirigió al pueblo de La Soledad, lugar que sería escogido para los acuerdos de las potencias acosadoras.
En una carta dirigida al Presidente Benito Juárez, Ignacio Zaragoza escribe lo siguiente: “… he estado esperando con ansia al Sr. Berriozábal, que debía traerme recursos para este cuerpo de ejército; pero, según estoy impuesto, he esperado inútilmente…” y continúa: “No cuento con un solo centavo para las atenciones precisas del soldado, siendo así que sólo el ramo de proveedurías exige diariamente fuertes sumas y en ninguna ocasión más que ahora se hace preciso que la tropa esté bien atendida para evitar la deserción y evitar también que aumente el descontento que se ha dejado traslucir en algunos con motivo de los últimos acontecimientos; por estas razones suplico a usted encarecidamente se sirva, si le fuese posible, hacer porque este Cuerpo de ejército sea atendido con alguna suma de dinero…” y al general Ignacio Mejía le confiesa: “ya usted comprenderá los apuros que tengo por la miseria espantosa en que se halla nuestro ejército”.
5 de mayo
Finalmente llegó el día tan esperado de la batalla, la cual se realizaría en la Ciudad de Puebla. A las cuatro de la mañana de aquel día, el general Ignacio Zaragoza hace una proclama para arengar al Ejército de Oriente. La voz del general se hizo escuchar (se dice que el tono de su voz era bajo) de alguna manera entre todo su ejército, imprimiendo la valentía, la audacia y sobre todo haciéndoles recordar todo el camino que han recorrido hasta ese momento, las batallas que han tenido que sufrir y en las que se han levantado victoriosos y forjado un prestigio eternizándose en esos triunfos, asegurando una vez más que se levantarán con un nuevo triunfo, es así que en su proclama deja sentir sus más profundos sentimientos: “nuestros enemigos son los primeros soldados del mundo; pero vosotros sois los primeros hijos de México y os quieren arrebatar vuestra patria”.
Son momentos muy tensos y estresantes para todo el Ejército de Oriente, por un lado, los jefes militares saben perfectamente el estado del ejército y aunque se han prometido todos los equipamientos, recursos necesarios para los soldados, que van desde víveres, medicamentos, armamentos (las armas del defensor son ya muy viejas en comparación con los equipos y armamentos modernos del entonces ejército francés), sin embargo, lo más importante que son los refuerzos prometidos, que aún no llegan ni llegarán para la batalla, pero aun así los soldados que se encuentran están decididos a enfrentarse a los invasores y a los traidores.
El general Zaragoza contaba con 4,852 hombres (5 454 según otras fuentes, pero habría que descontar a la brigada de O´horan), de los cuales cuarenta por ciento eran reclutas recién alistados, divididos en diferentes batallones.
Los cañonazos y las armas se hicieron oír después de mediodía. Las campanadas de la catedral anunciaron el inicio del combate, toda actividad de comercio y de trabajo se suspendieron. En pocas palabras, Puebla se paralizó.
Se ha comprobado y demostrado de que en el campo de batalla no fueron los Zacapoaxtlas los que combatieron sino en realidad los indígenas serranos de Tetela de Ocampo, Xochiapulco, del municipio de Cuetzalan, de Zacatlán y de comunidades de Zacapoaxtla. Los primeros en enfrentarse al enemigo no eran de la capital, eran los pueblos, pertenecientes al Sexto batallón de nacionales de Puebla, encabezado por el coronel Juan N. Méndez, “que durante la guerra de Reforma había tomado a sangre y fuego Zacapoaxtla”, “el bastión de la reacción”, “y seguiría siendo base reaccionaria durante el imperio al grado de crear una brigada que apoyó a un batallón austriaco en la quema de algunas otras de las comunidades liberales de la Sierra.
Los cerros de Guadalupe y Loreto finalmente se convirtieron en el campo de batalla; una columna de 5 mil franceses marchó y llegaron al lugar. “No son soldados de leva, son profesionales de la guerra, que se han incorporado al ejército por la paga; una buena parte veteranos (de Crimea y de la invasión de Italia del 59)”. los generales Felipe Berriozábal y Miguel Negrete (combatiendo primero por el bando Conservador en la Guerra de Reforma) estaban defendiendo por el centro. Por el flanco izquierdo estaba Porfirio Díaz esperando órdenes.
La batalla tuvo una duración de aproximadamente cinco horas, pronto el campo de batalla había sido invadido por un silencio; a las 17:45 horas, Ignacio Zaragoza informó al ministro de Guerra: “las armas del Supremo Gobierno se han cubierto de gloria”.
En un reporte con el presidente, Zaragoza dice: “Estoy muy contento con el comportamiento de mis generales y soldados. Todos se han portado bien. Los franceses han llevado una lección muy severa; pero en obsequio de la verdad diré que se han batido como bravos, muriendo una gran parte de ellos en los fosos de las trincheras”.
Después de la batalla
Al día siguiente, todavía envueltos en la felicidad, la incredulidad, el júbilo que recorría a todo el campamento del ejército; también estaba la preocupación porque las hordas conservadoras dirigidas por Márquez, Zuloaga y Cobos, amenazaban con integrarse a los franceses. Afortunadamente para los defensores, llegaron los refuerzos prometidos, una brigada perteneciente al estado de Guanajuato integrada por dos mil hombres.
Ignacio Zaragoza, preocupado por los posibles movimientos de los franceses, mantiene una vigilancia sobre éstos. Pero al mismo tiempo, está preocupado por los heridos en combate sin importar si son soldados del Ejército de Oriente o si son franceses. En un cálculo preliminar, Zaragoza hace una estimación de que entre ambas fuerzas beligerantes hay una pérdida de 1,200 hombres. Obligando a las dos partes a retirarse a sus respectivos campamentos desde la noche del 5. No obstante, era consciente de que al puerto de Veracruz pronto llegarían refuerzos de los franceses; unos dos mil hombres encabezados por el general Binocourt. Por tal motivo, nunca retiró la vigilancia ni cuando emprendieron su retirada los invasores. Una vez abandonado el campamento invasor se hacen reportes para el Ejecutivo del posible estado del ejército y las consecuencias de la batalla: “El orgulloso ejército francés se ha retirado, pero no como lo hace un ejército moralizado y valiente. Nuestra caballería los rodea por todas partes. Su campamento es un cementerio, está apestado y se conoce, por las sepulturas, que muchos heridos se les han muerto”.
El 9 de mayo, Zaragoza recibe un trago amargo de lo que en ese entonces es la sociedad poblana. Por desgracia, no era un acto que pudiera considerarse aislado, pues, la sociedad poblana ya había mostrado actitudes conservadoras y la Iglesia era una muestra de ello. Ignacio Zaragoza, desilusionado escribe: “El enemigo pernoctó en Amozoc y aún a las siete de la mañana estaba allí. Nuestra caballería los hostiliza constantemente. En cuanto al dinero nada se puede hacer aquí porque esta gente es mala en lo general y sobre todo muy indolente y egoísta… Qué bueno sería quemar a Puebla. Está de luto por el acontecimiento del día 5. Esto es triste decirlo, pero es una realidad lamentable”.
Muerte de Zaragoza
Dos meses después de la victoria del 5 de mayo, en una carta a Ignacio Mejía, su tocayo, se sinceraba y le hablaba de lo feliz que se sentía por ver a su hijita y lo mucho que significó verla, pero también le relataba que ya tenía unos 15 días enfermo del estómago y temía que fuera a terminar en disentería.
Meses más tarde sintiéndose mejor regresa a sus actividades rutinarias en el ejército y persiguiendo a los franceses hasta el Palmar. Confiado de su salud siguió recorriendo a los enfermos en el campamento y en ese lugar se daría un epidemia de tifus que se propagaba entre todos los soldados. Aun así, acompañaba al general Jesús González Ortega, inspeccionaba fortificaciones y dictaba órdenes sin permitirse descansar.
Por desgracia, este ritmo de trabajo y la epidemia hacen que Ignacio Zaragoza cayera enfermo y se contagiara de tifus. El 3 de septiembre se le diagnosticó tifus y tuvo que retirarse a la ciudad de Puebla, para poder descansar y recibir tratamiento. Sin embargo, la enfermedad no cedió y se fue intensificando con los días, tenía delirios provocados por las fuertes temperaturas que tenía. Finalmente, Ignacio Zaragoza muere a las diez y cuarto de la mañana, el 8 de septiembre de 1862.Tenía 33 años al momento del deceso y cuatro días después Juárez firmaba un decreto en el que se cambiaba el nombre de Puebla, dándole el de “Puebla de Zaragoza”.
Conclusión
El imperialismo europeo se encontraba en un punto avanzado, necesitaban la conquista de nuevos mercados, la acotación de poder político de los Estados Unidos (aprovechando la guerra civil entre Confederados y los Yankees) y así evitar la influencia de este último hacia el resto de los países que se encuentran al sur del Río Bravo.
La invasión francesa y la batalla del 5 de mayo son eventos muy importantes no solamente a nivel nacional sino también a nivel internacional, demostrando que los ejércitos más poderosos del mundo y las fuerzas internas que se oponen a la revolución pueden ser derrotados y que, por lo tanto, las grandes potencias tienen límites. La heroica lucha del pueblo mexicano de ese periodo turbulento de la historia, evitó que México se convirtiera en una nueva colonia y rompió viejas ataduras heredadas de la colonia para permitir un avance revolucionario.
El proyecto liberal mexicano de mediados del siglo XIX se dedicó a implantar un capitalismo inspirados en parte en la revolución en Estados Unidos, creando una sociedad capitalista de pequeños propietarios. El sector más retrógrado de la sociedad mexicana, la débil y parásita burguesía nacional y el gran capital internacional no dejaría concretar ese proyecto.
Nos encontramos con personajes liberales que fueron capaces, como muy pocos, de llevar hasta sus últimas consecuencias su programa político y así es como se demuestra que Ignacio Zaragoza, el Ejército de Oriente y las comunidades de la sierra norte poblana, fueron capaces de derrotar al ejército más poderoso del planeta en esos años. Un ejército que para nada era improvisado sino al contrario era un ejército profesional. Y que los motivos que sirvieron de excusa son las mentiras, los chantajes y la arrogancia de las clases explotadoras europeas que intentaron hacerse con un botín como México.
Nosotros como marxistas debemos sacar como lecciones de esta batalla, por ejemplo, que cuando los sectores revolucionarios y los explotados se unen para defenderse de las invasiones imperiales e imperialistas extranjeras y opresoras, siempre se les puede demostrar sus límites, sus debilidades y hasta derrotarlos en el campo de batalla.
Los liberales de aquellos años nos muestran que cuando se tiene la claridad política se puede luchar hasta las últimas consecuencias, y los marxistas de hoy tenemos la claridad en los principios políticos del socialismo científico, en ese sentido hay que seguir los pasos y jamás cejar en nuestra meta. En aquel tiempo la batalla era entre el capitalismo contra un amorfo sistema surgido de la colonia. Hoy es la batalla entre las fuerzas del marxismo y del proletariado, que hoy en día es más fuerte de lo que jamás lo ha sido antes, contra el sistema retrógrado del capitalismo y una nueva sociedad, el socialismo