Por David García Colín Carrillo
La aplastante e histórica victoria electoral de AMLO y Morena va a abrir una nueva etapa en la lucha de clases en México. No sólo implicará un relativo respiro después de años de ataques inmisericordes contra los trabajadores y sus derechos, sino que las expectativas de cambio se expresarán a través de una oleada de luchas reivindicativas. Si la reforma educativa se va echar atrás -un logro histórico de la CNTE-, sector tras sector exigirá lo propio. Ahora millones festejamos con justicia y esperanza, pero esto apenas es el comienzo de una etapa turbulenta y de nuevas tareas.
Se abre una etapa de discusión donde se pondrá sobre la mesa quién gobierna realmente la sociedad, a quién representa el Estado. Será una oportunidad para la organización del pueblo y generar un programa para la clase obrera. Por el momento queremos plantear algunas hipótesis que sirvan para la organización de los trabajadores.
El gobierno de AMLO estará presionado por dos ruedas de molino: la de la burguesía y la del pueblo trabajador. En este juego de fuerzas opuestas la organización de los trabajadores jugará un papel muy importante para determinar el talante del nuevo gobierno y la satisfacción de demandas importantes -la primera muestra es la caída de la mal llamada reforma educativa-. ¿Pero acaso el papel de los trabajadores es el de simplemente presionar al gobierno, el de pistón de izquierda? Creemos que no.
Es evidente que dado el nivel actual de organización y consciencia de los trabajadores, las organizaciones populares ejercerán su presión a través de la movilización, pero el verdadero reto es que al calor de ese escenario de lucha vayamos construyendo el programa y la organización independiente de la clase trabajadora que, en un momento dado, pueda servir de alternativa al capitalismo. En otras palabras, el pueblo comenzará presionando pero puede terminar creando una organización propia y diferenciada del reformismo y el «nacionalismo revolucionario» que hegemoniza actualmente a la izquierda. Así pues la alternativa que señalamos al principio no es simple, sino que se plantea simultánea. Hay que presionar y organizar para trascender los límites del sistema.
Millones de personas verán al gobierno de AMLO como un gobierno propio. Pero en realidad AMLO aglutina intereses irreconciliables, Morena es una especie de “Frente Popular” donde se combina el deseo de cambio de las masas con todo un ejército de arribistas y “asesores” de los intereses empresariales montados por arriba, tratando de moderar y frenar el proceso de cambio. En realidad AMLO llega al gobierno con un programa reformista bastante tímido y recibiendo en cantidades industriales a políticos salidos del PRI, PAN y PRD, donde anida el huevo de la serpiente. Aunque promete la IV transformación de México (después de la independencia, la reforma y la Revolución mexicana) -una promesa difusa que en la mente de las masas significa un cambio radical y de fondo- se plantea hacer esta transformación sin modificar la política macroeconómica -es decir, sin cuestionar la “independencia” del Banco de México y manteniendo la llamada “disciplina fiscal”-, sin aumentar los impuestos -incluidos los de los grandes empresarios- y, mucho menos, llevar adelante expropiaciones como las de la época del cardenismo.
AMLO sostiene que básicamente con el combate a la corrupción -donde se plantea ahorrar 800 mil millones de pesos desde el primer año- se podrán impulsar toda clase de programas sociales. Pero si consideramos que tan sólo para combatir la obesidad el gobierno dice gastar 120 mil millones de pesos al año, vemos que esos recursos están lejos de ser suficientes para impulsar una transformación de fondo -se consumirán con algunos programas sociales de cierta consideración-. La crisis del capitalismo y la caída de los precios de las materias primas -más la privatización salvaje que ha dejado a las arcas del Estado mexicano sin combustible-, por otro lado, no permitirán mayor margen de maniobra.
Pero a pesar de la timidez de su programa y lo limitado de sus recursos, a la puerta del nuevo gobierno tocará el movimiento de masas esperando trabajo, salud, educación, mayores salarios, etc. Si el gobierno de izquierda quiere cumplir tendrá que financiarse de alguna manera y más allá de la deuda en manos de los zopilotes trasnacionales están los impuestos a los grandes empresarios evasores. Si bajo el impulso del movimiento el gobierno intenta que los banqueros y grandes potentados paguen impuestos, éstos responderán -como lo han hecho en Venezuela de forma salvaje- con la fuga de capitales y el boicot económico. No olvidemos que el golpe a Madero estuvo motivado por un pírrico impuesto a las trasnacionales de 2 centavos por barril. Además, los politiquillos del viejo régimen -enquistados en Morena mismo- impulsarán, después de una guerra de desgaste, el boicot político, en la línea de los impeachment que hemos visto en Brasil o Argentina.
Esos huevos de la serpiente -en forma de tránsfugas montados en Morena- eclosionarán para lanzar su veneno tan pronto como el gobierno amenace con radicalizarse o tomarse en serio eso de que “primero los pobres”. Los que ahora juran lealtad al nuevo gobierno -los medios masivos, los políticos derrotados, los “Salinas” perdonados, los “Fox” que tienden la mano, etc.- serán los primeros en tratar de apuñalar al gobierno por la espalda.
A este boicot las masas responderían por millones con la movilización y -si el gobierno va a tener un mínimo de valor- se podría ir por el camino de las expropiaciones al gran capital para que con las palancas del petróleo y los recursos energéticos se financie el gasto social, esto entusiasmaría a las masas tanto como lo hizo Lázaro Cárdenas en su momento. Pero sin romper con los límites estrechos del capitalismo, con una “solución” a medio camino -que no permita el libre juego del mercado pero que tampoco signifique la liquidación del sistema capitalista-, el gobierno estaría sometido a una coyuntura de crisis económica y política -como vemos hoy mismo en Venezuela atrapada en sus contradicciones-. Esto generaría las bases para el descrédito del gobierno y, tarde o temprano, el regreso de la derecha.
La crisis del capitalismo sólo se puede acabar por medio del control democrático por parte de los trabajadores de las palancas fundamentales de la economía. Es muy probable que el gobierno intente balancearse entre las clases, dando concesiones pero sin romper con el sistema, preparando nuevas crisis y convulsiones. Si, por otra parte (cosa que deseamos no ver), AMLO se doblega al estilo Syriza, además de la comprensible desmoralización, no dejará de haber debate y planteamientos de reorganización a la izquierda.
Se presenta ya la contradicción de que el nuevo gobierno será reformista y no socialista -obvio decirlo-, en una situación donde es imposible que cumpla con sus promesas de forma cabal sin romper con el capitalismo. Esa es la contradicción del reformismo en una época de crisis capitalista impide reformas importantes a favor de las masas. Pero hay una verdad aún más relevante: nadie hará por la clase obrera lo que ésta no haga por ella misma. No será posible una alternativa socialista sin la organización independiente de los trabajadores.
Finalizamos diciendo que si para los trabajadores es histórico y esperanzador el triunfo de AMLO es, fundamentalmente, porque su gobierno será el escenario donde habrá muchas oportunidades para organizarse y discutir el programa que necesitamos. Pues no será posible construir una organización socialista de masas sin hacerlo a través de las coyunturas tal y como se nos presentan, y no cabe duda que el triunfo de AMLO es una de las coyunturas más importantes de los tiempos modernos. Por eso es más que bienvenido este triunfo electoral -que es un triunfo del pueblo de México-. Pero la clase obrera y nuestras organizaciones -después del merecido festejo-tenemos mucho qué discutir y debatir, para estar a la altura de la oportunidad histórica.