La siguiente declaración de la Corriente Marxista Internacional declara nuestra solidaridad con el pueblo palestino. Responde a la repugnante hipocresía del imperialismo occidental y sus lacayos, que se unen detrás del reaccionario Estado israelí mientras desata una sangrienta venganza en Gaza, tras el ataque sorpresa de Hamás el 7 de octubre. Además, explicamos por qué la libertad para Palestina sólo puede lograrse por medios revolucionarios y el derrocamiento del capitalismo en toda la región.
El ataque relámpago, lanzado por Hamás el sábado 7 de octubre, causó conmoción en todo el mundo. Los gobiernos occidentales lo condenaron inmediatamente.
Los medios de comunicación presentaron inmediatamente el atentado en los términos más espeluznantes. La opinión pública occidental fue minuciosamente preparada por lo que cómicamente se describe como nuestra «prensa libre» para tomar partido en el conflicto, que, como de costumbre, se presenta como las Fuerzas del Bien contra las Fuerzas del Mal.
En esta macabra comedia de errores, los papeles se invierten convenientemente. Las víctimas se convierten en agresores y los agresores en víctimas. Esta mentira está respaldada por un flujo constante de condenas morales de la violencia, el asesinato y todos los demás atributos atroces del terrorismo.
En Washington, según el New York Times, el Presidente Biden «se enfureció» al calificar los actos de «maldad pura y dura», y prometió inequívocamente apoyar a Israel contra el terrorismo.
El presidente del Estado más rico y poderoso del mundo no perdió tiempo en anunciar que Estados Unidos acelerará la entrega de equipos, recursos y municiones adicionales a Israel, así como el envío de su portaaviones más nuevo y avanzado, junto con un grupo de ataque de portaaviones completo, al Mediterráneo Oriental.
Hipócritas imperialistas, o la relatividad de la moral
El asesinato de hombres y mujeres es algo que naturalmente evoca sentimientos de repugnancia en la mayoría de las personas. Se nos recuerda constantemente el mandato bíblico: «no matarás».
Este mandamiento, a primera vista, tiene un carácter absoluto. Sin embargo, si se examina más de cerca, queda claro que la aversión de la clase dirigente y de los medios de comunicación a la violencia y al asesinato no es para nada absoluta, sino que tiene un contenido totalmente relativo.
Cuando hombres y mujeres corrientes expresan su horror e indignación ante las atrocidades que leen en la prensa, es una reacción humana normal que podemos comprender y con la que podemos simpatizar.
Pero cuando las mismas palabras las pronuncia un presidente estadounidense, cuyas manos están manchadas con la sangre de innumerables inocentes, sólo podemos encogernos de hombros y apartar la mirada con repugnancia.
Los canallas imperialistas que fingen escandalizarse por la violencia han lanzado repetidamente despiadadas guerras de agresión. No dudaron en desencadenar sangrientas guerras contra Irak y Afganistán que duraron dos décadas, en las que murieron cientos de miles de civiles. Bombardearon Libia, Siria, Sudán, Serbia, sin ninguna consideración por los civiles inocentes.
El caso más atroz de todos en los últimos tiempos fue la bárbara guerra contra el pueblo de Yemen, uno de los países más pobres del planeta, librada por Arabia Saudí con el pleno apoyo, complicidad y participación activa de Estados Unidos, Gran Bretaña y otras potencias imperialistas.
Si alguna guerra puede calificarse de genocida, sin duda fue Yemen. Según la ONU, más de 150.000 personas han muerto en Yemen, y se calcula que más de 227.000 han muerto como consecuencia de una terrible hambruna creada deliberadamente por los saudíes y sus aliados, que también fueron responsables de la destrucción de hospitales e instalaciones sanitarias.
Sin duda, estas cifras representan una grave subestimación del número total de víctimas infligidas al pueblo de Yemen por los saudíes y sus patrocinadores imperialistas.
Pero, ¿dónde estaban las condenas de esta barbarie? ¿Dónde estaban las protestas de Washington y Londres? ¿Dónde estaban los gigantescos titulares escandalizados por el «terrorismo»? Guardaron silencio, porque los gobiernos occidentales participaron activamente en esta guerra de exterminio contra un pueblo pobre y oprimido.
No tienen derecho a quejarse de la violencia ni a acusar a nadie de «terrorismo». Cuando se trata de la guerra, es inútil apelar a consideraciones morales o humanitarias. Las guerras consisten en matar gente. Y nunca ha habido una guerra humanitaria en la historia.
No es más que una frase cínica, una cómoda hoja de parra, que hoy en día utilizan los agresores para justificar su agresión ante la opinión pública.
Gaza y Ucrania, o la relatividad del «derecho de legítima defensa»
En cuanto al supuesto derecho de Israel a defenderse, aquí vemos de nuevo el doble rasero del imperialismo occidental. Cuando se trata de Ucrania, la armaron hasta los dientes para que luchara contra Rusia en su nombre, con la excusa de que un pueblo bajo ocupación tiene derecho a defenderse.
Pero cuando se trata de los palestinos, de repente este derecho desaparece por completo. En lugar de defender a los oprimidos, los imperialistas arman y abastecen a los opresores. Evidentemente, ¡el derecho a la autodeterminación no se aplica a todo el mundo!
Por cierto, siguiendo la retorcida lógica del imperialismo, el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky ha comparado la invasión rusa de su país con Hamás, ¡y ha añadido su ronca vocecita al coro que defiende el «derecho a defenderse» de Israel! ¿Necesitamos alguna prueba más de la naturaleza reaccionaria de este señor?
Como era de esperar, Zelensky ha acusado a Rusia de querer la guerra en Oriente Próximo para socavar el apoyo internacional a Ucrania, en comentarios que reflejan la preocupación de que la guerra entre Israel y Hamás pueda distraer la atención de la lucha de Kiev.
«Rusia está interesada en desencadenar una guerra en Oriente Próximo, para que una nueva fuente de dolor y sufrimiento pueda socavar la unidad mundial, aumentar la discordia y las contradicciones y ayudar así a Rusia a destruir la libertad en Europa», afirmó.
Zelensky es un hombre desesperado, que recurrirá a cualquier cosa que crea que puede asegurar el flujo de armas y dinero cuando Ucrania ha sufrido una aplastante derrota en el campo de batalla y hay claros indicios de que el apoyo de los aliados, incluidos Estados Unidos, Eslovaquia y Polonia, flaquea.
Venganza
Una vez aceptada la teoría de la relatividad aplicada a la moral, resulta sencillo justificar el asesinato, siempre que lo lleve a cabo «nuestro bando». Vemos esta conveniente relatividad moral en acción ahora mismo.
La respuesta de Israel al ataque de Hamás del sábado ha sido rápida y brutal. Benjamin Netanyahu ha declarado que Israel está en guerra. Ha prometido reducir Gaza a una «isla desierta».
Aviones de combate han estado bombardeando la franja ocupada, arrasando edificios de gran altura en zonas residenciales, atacando indiscriminadamente escuelas, hospitales y mezquitas.
Una escuela gestionada por la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos, donde no había «militantes», recibió un impacto directo. Y muchos bloques de viviendas fueron atacados sin previo aviso.
Israel sigue bombardeando Gaza con ataques aéreos, reduciendo algunos edificios a escombros. Funcionarios de Gaza dijeron que hospitales y escuelas habían sido atacados y que ya habían muerto 900 palestinos, entre ellos 260 niños.
Todo esto no tiene nada que ver con la autodefensa, sino con la sed de venganza. No es la primera vez que el Estado israelí pretende castigar a la población de Gaza por las acciones de sus dirigentes atacando deliberadamente a civiles.
El ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, ordenó el «asedio completo» de la Franja de Gaza: «He ordenado el asedio total de la Franja de Gaza. No habrá electricidad, ni alimentos, ni combustible, todo está cerrado».
Se supone que privar a hombres, mujeres y niños de alimentos, agua y electricidad es un crimen según el «derecho internacional». Incluso las patéticas Naciones Unidas consideraron necesario recordar a los israelíes este pequeño detalle, aunque los resultados de este cortés recordatorio fueron previsiblemente nulos.
«Animales humanos»
¿Y cómo justifican todo esto? Muy sencillo.
El Ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant, expresó claramente las cosas cuando dijo: «Luchamos contra animales humanos y actuamos en consecuencia».
Este lenguaje nos es bien conocido. Es práctica común de los imperialistas justificar la matanza deshumanizando al enemigo. Si aceptamos que nuestros enemigos no son humanos como nosotros, sino meros animales, nos sentimos con derecho a tratarlos como nos plazca.
Recordemos que durante décadas, los judíos fueron considerados, no como personas, sino como seres infrahumanos. Eso significaba que se les podía golpear, torturar, matar de hambre y asesinar, ¿a quién le importaba? Al fin y al cabo, son «sólo animales», o «animales humanos». La diferencia es puramente semántica.
Pero los habitantes de la Franja de Gaza no son animales. Son seres humanos, igual que los habitantes de Israel. Y todos los seres humanos tienen derecho a recibir el mismo trato.
Un coro de hipócritas
Como en un unísono bien planeado, los líderes políticos de todo el mundo se han precipitado a declarar su apoyo incondicional al «derecho de Israel a defenderse». Derecha e «izquierda», republicanos y demócratas, todos cantan a voz en grito el mismo sonsonete trillado.
Los mismos medios de comunicación que guardaron silencio sobre los crímenes del imperialismo también han sido muy negligentes a la hora de informar sobre el terror criminal infligido a los palestinos por el Estado israelí durante muchas décadas. Han sido víctimas de constantes provocaciones violentas por parte de los colonos judíos de ultraderecha.
Evidentemente, con ello se pretende respaldar materialmente el derecho de Israel a «defenderse» pulverizando una minúscula franja de tierra llena a rebosar de dos millones y medio de pobres que ha sido descrita como la mayor prisión al aire libre del mundo.
Todo el campo imperialista apoya a Israel en su masacre de palestinos en Gaza. Y en caso de que las bombas, los proyectiles de artillería y los misiles no maten a un número suficientemente grande de palestinos, la Unión Europea planea eliminar a unos cuantos más por inanición.
La UE anunció que suspendía la ayuda financiera a los palestinos, de la que dependen en gran medida para sobrevivir. La decisión fue tan escandalosa que más tarde, a regañadientes, la revocaron.
Aquí vemos resumida en unas pocas líneas la esencia destilada de lo que pasa por «civilización occidental».
No es de extrañar que líderes «laboristas» de derechas como Sir Keir Starmer en Gran Bretaña añadieran inmediatamente sus estridentes voces a este coro hipócrita. Estas damas y caballeros vendieron sus almas al Diablo hace mucho tiempo. No son más que agentes del imperialismo.
Pero los reformistas de derechas no son los únicos culpables. Para su vergüenza, muchos reformistas de «izquierda» se han unido a la condena (Sanders, Ilhan Omar, AOC, el Partido «Comunista» francés, entre otros).
No es la primera vez que los llamados izquierdistas demuestran su total cobardía y falta de principios. Se han doblegado inmediatamente ante la presión de los medios de comunicación capitalistas y de la opinión pública burguesa y han acabado siguiendo la línea de la clase dominante.
La Corriente Marxista Internacional no se unirá al coro hipócrita de los imperialistas y sus adláteres.
¿En qué punto nos encontramos?
En todas las guerras, las partes beligerantes siempre recurren a historias de atrocidades -reales o inventadas- para justificar sus propios actos de violencia y asesinato. La actitud de los comunistas ante la guerra nunca puede basarse en la propaganda sensacionalista que se utiliza cínicamente para proporcionar justificación a uno u otro bando. Tampoco puede justificarse una guerra por la cuestión de quién golpeó primero. Nuestra actitud ante la guerra debe basarse en otros motivos.
Nuestra posición es muy simple:
En todas las luchas, siempre nos pondremos del lado de los pobres oprimidos, nunca de los ricos y poderosos opresores.
En este caso, hay que preguntarse: ¿quiénes son los opresores y quiénes los oprimidos? ¿Son los palestinos los que oprimen a los israelíes? Nadie en su sano juicio lo cree.
No son los palestinos quienes ocupan tierras que no les pertenecen y las mantienen por la fuerza. No son ellos quienes expulsan a los colonos israelíes de las tierras que ocuparon durante generaciones, sino precisamente al revés.
No son ellos quienes niegan a los ciudadanos israelíes los derechos más elementales, ni quienes los someten a brutales bloqueos y los reducen a parias en su propia tierra.
¿Es necesario recitar la larga lista de crímenes cometidos por el reaccionario Estado israelí contra los palestinos?
No tenemos espacio para mencionar estos crímenes, que continúan, día tras día, mes tras mes y año tras año, convirtiendo la vida de los palestinos en un infierno.
Los palestinos han sido reducidos a un estatus no muy diferente de una especie de esclavitud. Y los esclavos, cuando se ven privados de cualquier otro derecho, sólo pueden recurrir al único que les queda: el derecho a rebelarse.
A lo largo de la historia, las revueltas de esclavos solían ir acompañadas de actos de extrema violencia, que no eran más que un reflejo de la extrema opresión que ellos mismos habían sufrido a manos de los propietarios de esclavos.
Es un hecho lamentable. Pero no nos exime de la obligación de defender la revuelta de los esclavos contra los esclavistas. Marx abordó esta cuestión en un artículo escrito en 1857, en el que responde a los artículos de la prensa británica que hacen hincapié en las atrocidades cometidas durante el levantamiento indio contra los británicos:
“Los atropellos cometidos por los cipayos sublevados en la India son, por cierto, espantosos, horribles, indecibles, como sólo puede esperarse en guerras revolucionarias de nacionalidades, razas, y sobre todo de religión; en una palabra, tales como los que la respetable Inglaterra acostumbraba aplaudir cuando los cometían los vandeanos contra los «azules», los guerrilleros españoles contra los infieles franceses, los servios contra sus vecinos alemanes y húngaros, los croatas contra los rebeldes vieneses, la Garde Mobile de Cavaignac o los decembristas de Bonaparte contra los hijos e hijas de la Francia proletaria.”
“Por infame que sea la conducta de los cipayos, no es más que el reflejo, en forma concentrada, de la propia conducta de Inglaterra en la India, no sólo en la época de la fundación de su Imperio oriental, sino también en los últimos diez años de una dominación hace tiempo establecida. Para caracterizar esa dominación basta decir que la tortura era una institución orgánica de su política financiera. En la historia de la humanidad existe algo así como la justicia retributiva; y es norma de ésta que no sea el ofendido, sino el ofensor, quien fragüe su instrumento.” K. Marx, (La revuelta india, 1857)
¿Apoyamos a Hamás?
Nuestros enemigos dirán: entonces apoyáis a Hamás. A esta acusación responderemos: nunca hemos apoyado a Hamás. No compartimos su ideología ni aprobamos los métodos que utiliza.
Somos comunistas y tenemos nuestras propias ideas, programa y métodos, basados en la lucha de clases entre ricos y pobres, opresores y oprimidos. Esto es lo que determina nuestra actitud en cada caso.
Pero nuestras diferencias con Hamás, aunque fundamentales, no lo son tanto como las que nos separan del imperialismo estadounidense -la fuerza más reaccionaria del planeta- y de sus cómplices en el crimen, la clase dominante israelí.
Nuestros críticos preguntarán: ¿están ustedes de acuerdo con la matanza de tantos civiles inocentes? Responderemos que nunca hemos defendido tales cosas. Ni las aprobamos.
Nuestra primera tarea, citando a Spinoza, no es ni llorar ni reír, sino comprender. Las consideraciones morales son totalmente inútiles para explicar nada. Para entender lo que está ocurriendo, es necesario plantear la cuestión de otra manera: ¿qué fue lo que provocó el ataque de Hamás?
¿Puede separarse de las décadas de opresión, violencia y ocupación de Palestina por el Estado reaccionario de Israel?
Por supuesto que no.
Israel es un Estado poderoso y rico que lleva décadas desposeyendo y oprimiendo a los palestinos mediante una combinación de fuerza bruta y músculo económico.
Y también debemos ver la cadena de acontecimientos que han conducido directamente a la situación actual. No cayó de un cielo azul despejado, como se nos pide que creamos.
Traición
Los imperialistas prometieron justicia a los palestinos si esperaban un poco más. Pero han esperado y esperado y el único resultado ha sido una mayor destrucción de su patria y una mayor pérdida de derechos.
Cuando la paciencia de los oprimidos se agota, tarde o temprano arremeterán contra su opresor. En esos momentos, se cometerán inevitablemente excesos y brutalidades. Naturalmente, hay que lamentarlo. Pero, ¿Quién es el verdadero responsable?
Si un hombre o una mujer comete un asesinato a sangre fría, sin duda es un delito y se castiga como tal.
Pero si una mujer es sometida a una brutalidad salvaje durante muchos años por su marido y un día se vuelve contra su verdugo y lo mata, la mayoría de la gente diría que hay que tener en cuenta las circunstancias que la llevaron a actuar así.
Volvamos al caso que nos ocupa. En las semanas anteriores a la explosión, los fanáticos religiosos judíos perpetraron constantes provocaciones. Asaltaron el recinto de la mezquita de Al-Aqsa, uno de los lugares más sagrados del mundo islámico. Actuaban bajo protección policial y militar.
Provocación
Netanyahu está aliado con la extrema derecha sionista, algunos de cuyos miembros son abiertamente fascistas. Su objetivo declarado es provocar una nueva Nakba, es decir, expulsar físicamente a los palestinos de la tierra en la que viven actualmente, empezando por Jerusalén y Cisjordania.
Esta política no es nueva, pero se ha intensificado en los últimos meses. Los colonos, importados principalmente de Estados Unidos y reclutados entre los fundamentalistas religiosos más extremistas, han construido asentamientos en Cisjordania.
Éstos están conectadas por una red de carreteras defendidas militarmente, que diseccionan el territorio formalmente bajo control del territorio palestino.
Los colonos reaccionarios se sienten envalentonados y protegidos por el gobierno ultranacionalista israelí.
Bandas armadas de colonos fanáticos religiosos han estado llevando a cabo pogromos contra palestinos con el apoyo abierto o encubierto del ejército y la policía israelíes. Se supone que estas apropiaciones de tierras son ilegales según el «derecho internacional». Pero todas las piadosas resoluciones aprobadas por la ONU en un ritual sin sentido no han hecho nada para detener estos actos criminales.
En estas condiciones, nadie puede sorprenderse realmente de que los palestinos contraataquen. Los oprimidos tienen derecho a resistir.
Los hipócritas argumentarán que ambos bandos son culpables porque ambos han utilizado la violencia. Formalmente, esta afirmación es cierta. Pero su contenido es fundamentalmente falso. La violencia de uno no puede equipararse a la violencia del otro. No hay absolutamente ninguna equivalencia entre los dos bandos.
Por un lado, tenemos un país capitalista avanzado y moderno, dotado de armas nucleares, aviones de combate armados con potentes misiles, tecnología avanzada y equipos de vigilancia, que cuenta con el pleno apoyo material y financiero del país imperialista más poderoso del mundo.
Por otro lado, tenemos a los palestinos oprimidos, que luchan con cualquier arma que tengan a mano.
Sorprenderse por los recientes acontecimientos es, en realidad, extremadamente insensato. Dadas las circunstancias, era absolutamente inevitable que se produjera algún tipo de explosión, aunque el momento y el contenido de la misma no podían preverse, ni siquiera por los servicios secretos israelíes.
Israel humillado
Es necesario abordar la guerra en sus propios términos y no introducir consideraciones ajenas a ella. Lo que ha causado furia en la clase dirigente israelí no es la cantidad de personas que han perdido la vida. Sus preocupaciones son puramente de carácter práctico.
Desde un punto de vista meramente militar, el ataque fue un éxito. La inesperada Blitzkrieg cogió completamente por sorpresa a los tan cacareados servicios de inteligencia israelíes. Grupos de comandos bien armados penetraron en las defensas de Israel, rompiendo lo que se suponía que era una línea inexpugnable e infligiendo graves pérdidas a las fuerzas israelíes.
Cuando esto se supo, causó una ola de pánico y miedo en Israel, donde la población había sido adormecida por las autoridades en la creencia de que estaban protegidos por una línea de defensa invulnerable. De la noche a la mañana, la fe de la gente en el mito de la invulnerabilidad se hizo añicos. Este hecho tendrá consecuencias incalculables para el futuro.
Por el contrario, la noticia del ataque fue celebrada en las calles de muchas capitales árabes. Las masas estaban animadas por el hecho de que, por fin, el poderoso Estado israelí había sufrido una humillante derrota. Comparadas con este hecho, todas las demás consideraciones parecían tener una importancia secundaria.
Netanyahu se siente sumamente confiado porque cuenta con el firme respaldo del imperialismo estadounidense, que suministra a Israel cantidades interminables de dólares y armas mortíferas.
Han trasladado su embajada a Jerusalén, una bofetada a todos los palestinos. El presidente Trump tomó esa decisión provocadora. Pero el presidente Biden no ha dado marcha atrás. Está ansioso por asegurarse el voto judío en las elecciones del próximo año, así como por mantener a uno de los pocos aliados inquebrantables que le quedan en la región.
¿Paz o violencia?
Nuestros enemigos nos enfrentan muy a menudo a la pregunta: ¿estás a favor de la violencia? También podrían preguntarnos si estamos a favor de la peste bubónica, ya que está igual de vacía de contenido real.
Hay preguntas que se responden solas, y éstas son precisamente de ese tipo. Pero limitarse a responder negativamente es bastante inútil. Habría que explicar las circunstancias concretas en las que se emplea la violencia: ¿con qué fin? ¿Y en interés de quién? Sin esa información, es realmente imposible dar una respuesta precisa. Así ocurre en todos los conflictos, y así ocurre también ahora.
Muchos en la «izquierda» (como de costumbre) se limitan a condenar la violencia en general, pidiendo «una solución pacífica» mediante «negociaciones» y la intervención de las «instituciones internacionales». Pero esto es una mentira y un engaño.
Durante 75 años ha habido negociaciones y conversaciones interminables y eso no ha hecho avanzar ni un milímetro la causa de la libertad palestina. Durante décadas, las llamadas Naciones Unidas han aprobado resoluciones condenando la ocupación israelí de los territorios palestinos en 1967, pero nada ha cambiado. De hecho, la situación ha empeorado mucho.
La actual escalada del conflicto es en realidad el resultado del completo fracaso de los Acuerdos de Oslo. La idea de establecer un Estado palestino junto a Israel sobre una base capitalista estaba condenada al fracaso, como advertimos en su momento.
El objetivo de Israel era externalizar la vigilancia de los palestinos a la Autoridad Nacional Palestina, dirigida por nacionalistas burgueses de Al Fatah que estaban completamente desmoralizados y eran orgánicamente incapaces de llevar adelante la lucha de liberación nacional palestina.
Los últimos 30 años han revelado el abyecto fracaso de la solución de los dos Estados impuesta por el imperialismo estadounidense y el capitalismo israelí a los palestinos.
No es de extrañar que en una reciente encuesta de opinión, el 61% de los palestinos afirmaran que estaban peor que antes de Oslo, y el 71% que había sido un error firmar el acuerdo.
A pesar de ello, los pacifistas de la izquierda desesperada sostienen que los palestinos sólo deberían utilizar medios pacíficos de lucha. Pero cuando intentaron hacerlo, ¿cuál fue el resultado?
La protesta de la Marcha del Retorno de 2018 fue llevada a cabo por civiles desarmados. El ejército israelí utilizó munición real matando a centenares e hiriendo a más de diez mil, entre ellos niños, mujeres, periodistas y médicos.
Es precisamente esto lo que ha convencido a los palestinos de que la única forma de avanzar es responder a la violencia con violencia. Se puede lamentar este hecho, pero es la única conclusión posible que se puede esperar que saquen los palestinos. Y eso es 100 por cien responsabilidad del Estado israelí y de sus patrocinadores imperialistas.
Según la misma encuesta, el 71% cree que la solución de los dos Estados ya no es práctica debido a la expansión de los asentamientos, el 52% apoya la disolución de la AP y el 53% piensa que la lucha armada es la única forma de salir del punto muerto.
Planes imperialistas en ruinas
Antes de los acontecimientos del 7 de octubre, estaba en marcha el llamado proceso de normalización: que básicamente significa que Israel establece relaciones diplomáticas y económicas normales con los países árabes (especialmente Arabia Saudí), Como consecuencia, se declara que el problema palestino ha terminado.
Así lo puso de manifiesto la intervención de Netanyahu en la Asamblea General de la ONU en septiembre, donde mostró un mapa de la región en el que aparecían Israel y los países con los que estaba normalizando relaciones… ¡pero el Israel del mapa incluía los Altos del Golán, Gaza y Cisjordania, eliminando completamente a Palestina!
Este descarado cinismo demostró la actitud insensible, no sólo de Netanyahu y su pandilla reaccionaria, sino también de las llamadas democracias imperialistas, que tratan a las naciones pequeñas como calderilla en sus maquinaciones.
Este monstruoso reparto se llevó a cabo a espaldas de los palestinos. Su mera existencia se considera una molestia irritante. Sus constantes quejas pueden ser ignoradas, mientras que la desagradable, pero necesaria, tarea de mantenerlos en orden puede ser confiada a las botas de las fuerzas armadas israelíes.
Esa era la teoría. Pero la vida tiene la desafortunada costumbre de contradecir incluso las mejores teorías. Y ésta en particular tenía un enorme agujero en su centro: suponía que los palestinos estaban tan acobardados, tan totalmente aplastados, que no serían capaces de presentar una verdadera batalla. Esa suposición se hizo añicos el sábado 7 de octubre.
Varias fuentes han señalado con el dedo a Irán. A pesar de los desmentidos de Teherán, esto puede ser cierto. La hábil ejecución del ataque y la forma en que penetró rápidamente las fuertes defensas de Israel mostraron un grado de profesionalidad que difícilmente puede ser obra de Hamás por sí solo.
Además, Irán tenía un gran interés en su éxito. El efecto inmediato fue echar por tierra el plan de Netanyahu de forjar relaciones estrechas con Arabia Saudí. La banda reaccionaria de Riad estaba dispuesta a traicionar a los palestinos y llegar a un acuerdo con Israel.
Pero esos planes -alentados naturalmente por Estados Unidos- naufragaron. Mohammed bin Salman se ha negado rotundamente a unirse al coro de apoyo al «derecho de autodefensa» de Israel. Pondría en peligro a la propia monarquía si se atreviera a ir en contra de los sentimientos del pueblo saudí, ferviente partidario de los palestinos.
The Guardian publicó un artículo titulado: «El ataque de Hamás ha alterado bruscamente el panorama de la diplomacia en Oriente Medio». Estas palabras expresan muy bien la cuestión. Patrick Wintour, editor diplomático de The Guardian, escribe:
«Irán quiere hacer imposible que Arabia Saudí llegue a un acuerdo con Israel, mientras que otros países de la región no pueden permitirse el caos en Gaza».
Así es. Los dirigentes árabes no pueden permitírselo debido a los efectos profundamente inquietantes que tiene en las masas de sus propios países. La amenaza de una revuelta en las calles está siempre presente en las mentes de las camarillas gobernantes árabes, que no han olvidado la lección de los levantamientos de masas conocidos como la Primavera Árabe.
Esto es una pesadilla tanto para los gobernantes árabes como para Washington. Pero una nueva versión de la Revolución Árabe es la única esperanza de una solución duradera a la cuestión palestina.
El pueblo oprimido de Palestina no debe confiar en las promesas de los gobiernos extranjeros. Su único interés es hacer declaraciones vacías de apoyo a los palestinos, crearse una imagen de solidaridad con los oprimidos que es falsa hasta la médula.
Huelga decir que las promesas de los imperialistas carecen por completo de valor, al igual que las resoluciones ficticias que aprueban rutinariamente las llamadas Naciones Unidas.
El pueblo palestino sólo puede liberarse con su propio esfuerzo. Y los únicos aliados fiables con los que puede contar son los obreros y campesinos de la región y de todo el mundo, oprimidos y explotados como ellos mismos.
Israel en una senda peligrosa
Hay otro factor que no puede ignorarse. Mientras el Estado israelí pueda contar con el respaldo de la mayoría de la población judía, será muy difícil lograr su derrocamiento. Sólo dividiendo el Estado de Israel en líneas de clase será una propuesta viable.
En las circunstancias actuales, parece una variante poco probable. Esto se debe, en parte, a las limitaciones extremas de la ideología y los métodos de Hamás, que convencen a muchos ciudadanos israelíes de que sus vidas están amenazadas por los «terroristas» palestinos.
Por desgracia, el reciente asalto y la matanza de civiles han convencido a muchos israelíes de que la única solución es unirse al gobierno. Esto se ha visto alentado por la escandalosa conducta de la llamada oposición, que ha abandonado inmediatamente todas sus objeciones a las políticas reaccionarias del gobierno de Netanyahu y se ha apresurado a ofrecer entrar en un supuesto gobierno de unidad nacional. Se trata de una línea de actuación desastrosa.
El pueblo de Israel debe hacerse la siguiente pregunta: ¿cómo es posible que después de tantos años de conflicto, tantas guerras y tantas victorias militares se sienta ahora más inseguro que en ningún otro momento desde la fundación del Estado de Israel? Todas las elaboradas medidas supuestamente diseñadas para garantizar su seguridad, a la hora de la verdad, no han contado para nada.
Es cierto que Israel, con su colosal fuerza militar y su superior potencia de fuego, puede derrotar fácilmente a Hamás en términos militares. Sin embargo, una invasión terrestre de Gaza, con sus estrechas calles, su miríada de túneles y una población hostil y amargada, no se logrará sin graves pérdidas de vidas en ambos bandos. Y después de que Gaza haya quedado reducida a un montón de escombros, ¿qué pasará? No se dispone de fuerzas suficientes para ocupar y mantener a raya a una población hostil de 2,3 millones de personas durante un periodo de tiempo indefinido. Tarde o temprano se producirán nuevas explosiones y derramamientos de sangre.
Y las cosas no acaban ahí. La opresión de los palestinos sirve para inflamar los sentimientos en todo el mundo árabe. Los intentos de forjar relaciones con Arabia Saudí ahora yacen en cenizas. Israel se encuentra más aislado que nunca. Rodeado de millones de enemigos por todas partes, el panorama para Israel es realmente sombrío. Y el reciente baño de sangre constituye una seria advertencia de que lo peor está por llegar, a menos que algo fundamental cambie en el propio Israel.
Marx señaló hace tiempo que ninguna nación puede ser libre mientras oprima y subyugue a otra: «Es tarea especial del Consejo Central de Londres hacer comprender a los obreros ingleses que para ellos la emancipación nacional de Irlanda no es una cuestión de justicia abstracta o de sentimiento humanitario, sino la primera condición de su propia emancipación social.» (Marx a Sigfrid Meyer y August Vogt, 1870)
Actualmente, la voz de la razón en Israel está siendo acallada por el rugido voraz de la contrarrevolución. Pero quienes abogan por unirse a las fuerzas reaccionarias de Netanyahu y los fanáticos ultrarreligiosos, están conduciendo a Israel directamente hacia el abismo.
¿Y ahora qué?
Durante muchos años, las masas palestinas han demostrado una y otra vez su abnegación, su valor y su voluntad de lucha. El problema es que no han contado con una dirección a la altura de las circunstancias.
Después de tantas décadas de ventas y promesas incumplidas, la paciencia de los palestinos se ha agotado. Para los jóvenes militantes palestinos que desean luchar contra el poderoso Estado israelí, los cohetes de Hamás parecen ofrecer una especie de respuesta. Esta creencia ha recibido un fuerte impulso a raíz de los últimos acontecimientos.
No cabe duda de que el éxito de Hamás, al romper las defensas israelíes, que se decían inviolables, y asestar golpes contra Israel, ha sido visto como una victoria por muchos en el mundo árabe, que anhelaban ver humillado a Israel.
A corto plazo, esto aumentará enormemente el prestigio de Hamás. Pero a largo plazo, las limitaciones del éxito de Hamás se harán demasiado evidentes. El equilibrio militar de fuerzas es abrumadoramente favorable a Israel.
Los jóvenes militantes han llegado a la conclusión de que la única forma de avanzar no es a través de las conversaciones, sino a través de la lucha revolucionaria. Eso implica acciones de masas, huelgas de masas y sí, en última instancia, la lucha contra el Estado de Israel debe significar la autodefensa armada y la lucha armada.
Sin embargo, es importante no perder el sentido de la proporción. La lucha revolucionaria de las masas palestinas, mientras permanezca aislada, no bastará para derrotar el poderío del Estado israelí.
Esto requerirá los esfuerzos combinados de un movimiento revolucionario de masas en todo Oriente Medio. Pero un enorme obstáculo se interpone en el camino: los regímenes árabes burgueses reaccionarios apoyan la causa palestina sólo de palabra, pero en cada coyuntura están dispuestos a traicionar a los palestinos y pactar con el imperialismo.
Sólo mediante el derrocamiento de estos regímenes corruptos podrá abrirse el camino para la victoria de la revolución socialista en Oriente Medio, condición previa para la liberación de Palestina.
En última instancia, sólo el establecimiento de un frente unido entre el pueblo de Palestina y la clase obrera y las capas progresistas de la sociedad israelí creará la posibilidad de dividir el Estado israelí en función de las clases, abriendo el camino a una solución duradera y democrática de la cuestión palestina.
Esto será un subproducto de la revolución árabe, que sólo puede tener éxito si se lleva a cabo hasta el final. El derrocamiento de los regímenes corruptos es sólo una solución a medias. La auténtica liberación del pueblo sólo puede lograrse mediante la expropiación de los terratenientes, banqueros y capitalistas.
Revolución socialista: ¡la única solución!
Durante demasiado tiempo, Oriente Medio, con su colosal potencial, sus recursos naturales y su enorme reserva sin explotar de mano de obra excedentaria y jóvenes instruidos, ha estado balcanizado, herencia del colonialismo que dividió la región en pequeños Estados que podían ser dominados y explotados con facilidad.
Esta herencia venenosa ha sido caldo de cultivo de guerras interminables, odio nacional y religioso y otras fuerzas destructivas. La cuestión palestina es sólo la expresión más evidente y monstruosa de este hecho.
Los trabajadores no tienen ningún interés en conquistar territorio extranjero ni en mantener a otros pueblos en un estado de subyugación. Cuando el poder esté en manos de los trabajadores, todos los problemas a los que se enfrenta el mundo árabe podrán resolverse pacíficamente, democráticamente, mediante acuerdos.
Bajo una federación socialista democrática, sería posible establecer relaciones fraternales entre los pueblos -árabes y judíos, suníes y chiíes, kurdos y armenios, drusos y coptos. Se abriría por fin el camino para una solución duradera y democrática de la cuestión palestina.
Hay tierra suficiente para crear un Estado palestino verdaderamente autónomo, viable y próspero, con plena autonomía tanto para árabes como para judíos, siguiendo el modelo de las Repúblicas Soviéticas que establecieron los bolcheviques tras la Revolución de Octubre.
La gente de mente estrecha dirá que esto es una utopía. Pero esa misma gente siempre ha sostenido que el socialismo es una utopía. Estos autodenominados «realistas» se aferran obstinadamente al statu quo, que dicen que es la única realidad posible, por el mero hecho de que existe.
Según esta «teoría» fracasada, la revolución es imposible. Pero todo lo que existe merece perecer. Y toda la historia nos dice que las revoluciones no sólo son posibles, sino inevitables. El sistema capitalista está podrido hasta la médula. Sus cimientos se desmoronan y se tambalea antes de caer.
Lo único que hace falta es darle un buen empujón. Y no está en absoluto descartado que esto pueda venir de un nuevo levantamiento en el mundo árabe. Esta es la única vía para los pueblos de Oriente Medio. La revolución palestina triunfará como parte integrante de la revolución socialista, o no triunfará en absoluto.
Londres, 11 de octubre de 2023