Cuando se cumplen cien años del triunfo del fascismo en Italia, buena parte de la izquierda se halla sumida en el pánico por la victoria electoral de Giorgia Meloni en las recientes elecciones italianas. Pocos serán los que resistan la tentación de hacer un paralelismo histórico simple entre lo que fue el triunfo de la reacción fascista tras el fracaso de un proceso revolucionario con lo que son unas simples elecciones parlamentarias en ausencia de una batalla decisiva entre las clases.
Si bien no subestimamos el peligro que para la clase obrera representan las políticas propatronales y reaccionarias de Meloni, debemos explicar en qué contexto se produjo el triunfo fascista de hace un siglo para mejor comprender el momento actual y prepararnos para la lucha por la transformación socialista de la sociedad y contra la reacción en el mañana.
El Biennio Rosso
Italia entró en la Primera Guerra Mundial con la oposición activa del movimiento obrero, encabezada por el Partido Socialista Italiano y su sindicato CGL. Fue precisamente la cuestión de la guerra la que provocó la ruptura del joven dirigente socialista Benito Mussolini y su grupo con la dirección del partido y el giro de Mussolini hacia posiciones nacionalistas y reaccionarias que poco después tomarían forma en el movimiento fascista.
La factura de la guerra para la clase obrera italiana fue la muerte de 650.000 soldados en el frente, la militarización del trabajo, la inflación y una escasez intolerable, a la vez que se disparaban los beneficios empresariales. Sólo en el sector del metal, estos crecieron un 252% durante la contienda. La situación doméstica y el ejemplo de la revolución rusa empujaron a la clase trabajadora italiana a una lucha huelguística que tomó proporciones insurreccionales a partir del verano de 1919.
Entre 1918 y 1920 la afiliación a las organizaciones socialistas creció en más de 300.000 personas, el sindicato CGL contaba en 1920 con 2.100.000 afiliados de una fuerza laboral de 4.350.000 obreros industriales en medio de un mar de pequeños propietarios y capas medias. Pero lo más importante fue el surgimiento en Turín en agosto de 1919 de los primeros Consejos de fábrica. Estos organismos elegidos democráticamente entre los trabajadores fabriles surgieron en un principio para controlar la producción y las condiciones de trabajo de las fábricas, en un abierto desafío a la propiedad patronal. Pronto jugarían el papel de verdaderos organismos de poder obrero a imagen y semejanza de los soviets de la revolución rusa.
Entre el otoño de 1919 y la primavera de 1920 los Consejos de fábrica se extendieron por buena parte del país, mientras que los obreros agrícolas levaban a cabo masivas ocupaciones de fincas que abarcaron 28.000 hectáreas. Ya en septiembre de 1920 los Consejos de fábrica respondieron a los intentos de cierre patronal con la ocupación masiva de fábricas en las principales zonas industriales. El periodo de ocupaciones de fábrica es el punto álgido del Biennio Rosso, en el que la clase obrera italiana estuvo más cerca de tomar el poder. Sin embargo, los Consejos de fábrica fueron paralizados, boicoteados y traicionados por los dirigentes reformistas del PSI y la CGL con el argumento, una vez más, de que la clase obrera no estaba madura para la toma del poder. El entonces dirigente de la izquierda del PSI Antonio Gramsci era plenamente consciente de la ventaja que esta política de los dirigentes socialistas concedía a la reacción:
“La fase actual de la lucha de clases en Italia es la fase que precede a la conquista del poder político por parte del proletariado revolucionario… o a una tremenda reacción de parte de la clase propietaria y de la casta dominante. Toda violencia será tenida en cuenta para someter al proletariado industrial y rural a un trabajo servil: se intentará destrozar inexorablemente a los organismos de lucha política de la clase obrera y de incorporar a los organismos de resistencia económica, sindicatos y cooperativas, a la estructura del Estado burgués.”1
Mussolini y sus colaboradores organizaron sus Fasci di Combatimento en 1919, ya en los primeros compases del proceso revolucionario. La organización reunió fundamentalmente a veteranos de guerra cuya reinserción social se hacía difícil, a estudiantes y otros elementos de las capas medias y a aventureros y desclasados de todo tipo. Desde el principio, los Fasci fueron generosamente financiados por la patronal, especialmente por las patronales industriales y agrarias del norte de Italia, que vieron en estos grupos de matones un medio para reventar las huelgas y ocupaciones de fábricas fincas y de levantar un movimiento de la pequeña burguesía contra las organizaciones obreras. Las escuadras fascistas llevaron a cabo una campaña de intimidación y terror, que incluía el asalto e incendio de locales de la izquierda y el asesinato de dirigentes obreros.
Vemos de nuevo cómo revolución y contrarrevolución van de la mano, en un combate cuerpo a cuerpo en el que nunca está decidido de antemano quién prevalecerá. La victoria depende en todo caso de la decisión del estado mayor de cada una de las clases en liza, y finalmente fue la burguesía y los aventureros fascistas los que obtuvieron la victoria momentánea de 1922.
Los Arditi del Popolo y la cuestión del frente único
Una consecuencia de la derrota del Biennio Rosso fue la escisión del PSI en enero de 1921 y la fundación del PCI a partir de la izquierda socialista agrupada entorno a Gramsci y a Amadeo Bordiga. Ante la ofensiva fascista y el hecho de que el PCI aun se encontraba en minoría frente a los reformistas, la dirección de la Internacional Comunista comprendió que era necesario aplicar en Italia la táctica del frente único con las organizaciones socialistas para combatir al fascismo y ganar a la mayoría de la clase trabajadora que aún miraba hacia su organización tradicional. Sin embargo, la joven e inexperta dirección del PCI rehusó llevar a cabo esta política, situando al PSI como su principal adversario. Años más tarde, Gramsci admitió que la negativa al frente único y la falta de un trabajo sistemático en la CGL fueron factores que coadyuvaron a la parálisis del movimiento obrero italiano y la victoria del fascismo.
Pese a todo, la ofensiva fascista posterior a la derrota del Biennio Rosso no fue ningún paseo militar. Desde bien pronto se encontró con la oposición armada de la clase obrera, resistencia que alcanzó un nivel superior con la fundación en Roma de los Arditi del Popolo (Osados del Pueblo)2 en junio de 1921. Los Arditi del Popolo llegaron a contar con 20.000 militantes organizados en 144 secciones por todo el país. Su primera demostración de fuerza fue la manifestación antifascista armada en Roma del 6 de julio; más tarde, repelieron con éxito un intento de ataque fascista a la ciudad de Parma encabezado por el jerarca fascista y organizador de la marcha sobre Roma Italo Balbo.
Los Arditi del Popolo eran una organización unitaria con verdaderas raíces en la clase obrera, lo que hacía de ella el potencial embrión de un organismo de poder obrero que sustituyera a los ya desarticulados consejos de fábrica, respondiendo con la revolución al látigo de la reacción. Esto fue comprendido por Lenin y Trotsky y también por Gramsci, dirigente del recién nacido PCI; pero la posición de Gramsci quedó en minoría frente a la posición de Bordiga, que impuso el boicot a los Arditi con la idea de que la resistencia armada contra el fascismo se canalizara a través de las estructuras del PCI. Este error sectario debilitó definitivamente la resistencia antifascista. Al mismo tiempo, los dirigentes reformistas del PSI trataban de contemporizar tanto con los fascistas, con los que firmaron un pacto de pacificación en agosto de 1921, como con la derecha liberal en el gobierno.
Contraofensiva fascista, Mussolini conquista el poder
Una vez que socialistas y comunistas abandonaron a los Arditi del Popolo, para el aparato del Estado fue sencillo acabar con lo que quedaba de la organización, que en diciembre de 1921 no contaba con más de 4000 miembros. Sin una oposición armada en frente, los fascistas redoblaron su campaña de hostigamiento contra las organizaciones obreras. La situación estaba madurando a toda velocidad en dirección al golpe de Estado. Ante el fracaso de los dirigentes obreros y la parálisis de la derecha en el gobierno, Mussolini ganaba enteros ante la burguesía italiana como la única alternativa para garantizar el orden y llevar a cabo la desarticulación de las organizaciones obreras que necesitaba la patronal, aunque el coste fuera entregar el control del Estado a una pandilla de criminales y arribistas.
Mussolini lanzó su ofensiva final en octubre de 1922, movilizando a 30.000 efectivos de los camisas negras con la intención de marchar sobre Roma para obligar al rey a entregarle el poder so pena de un enfrentamiento civil. Toda la decisión y la audacia que le faltó a las direcciones del movimiento obrero le sobró al jefe y creador del movimiento fascista, aunque éste contaba con la invaluable ventaja de contar con el apoyo de la gran burguesía, la complicidad del aparato del Estado y el permiso del rey, que pronto aceptó la dimisión del gobierno tras atender las llamadas de Confindustria y del Vaticano “recomendando” aceptar la oferta de Mussolini.
Incluso ante la derrota y la parálisis de sus direcciones, los trabajadores romanos no consintieron un triunfo frío del fascismo. La marcha fue recibida con barricadas y disturbios en las calles de Roma en los que los camisas negras contaron con el apoyo de la policía. Finalmente Mussolini fue nombrado primer ministro por el Rey Víctor Manuel III el 29 de octubre de 1922, dando paso a una dictadura sangrienta que finalmente arrastró a Italia a la Segunda Guerra Mundial, sellando con ello su destino.
“Un grupo de criminales en el poder”
El fascismo no triunfó en octubre de 1922 por su superioridad numérica y su apoyo de masas, sino por el agotamiento del movimiento obrero italiano tras tres años de combates por el poder frustrados una y otra vez por el oportunismo del PSI y por el sectarismo del recién nacido PCI. Fue la política de los dirigentes obreros la que dio al traste con el proceso revolucionario del Bienio Rosso primero y con la resistencia contra el fascismo después, dejando el camino expedito para que el poder cayera mansamente en manos de Mussolini después de una simple demostración de fuerza.
El gran Pier Paolo Pasolini definió el fascismo con una frase clara y simple: “un grupo de criminales en el poder”. A estos criminales entregó la burguesía italiana, como después lo hizo la burguesía alemana, todo el poder para aplastar a un movimiento obrero que había disputado durante tres años el poder y que había amenazado como nunca antes el poder y los privilegios de la clase dominante. Pasolini añadía: “pero este grupo de criminales no pudo hacer nada, no logró hacer mella en la realidad italiana”. En efecto, todos los intentos del fascismo por extirpar de raíz la lucha de clases fracasaron. El movimiento obrero, el PCI en particular, consiguió rearticularse en la clandestinidad y finalmente venció al fascismo en la insurrección partisana de abril de 1945, en la que el propio Mussolini fue ejecutado.
¿Fascismo hoy?
La victoria de Meloni y la ausencia de una alternativa reformista de masas es otra consecuencia de la inmolación del PCI en 1991 y la posterior implosión de todo el sistema de partidos de la Italia de posguerra. Aunque las raíces de Fratelli d’Italia estén firmemente asentadas en la historia del Partido Nacional Fascista y del Movimiento Social Italiano, su papel político hoy es otro. El objetivo de su demagogia es llevar a cabo el programa de la patronal pero siempre dentro de los límites de la democracia burguesa. La propia Meloni se mostró dispuesta, hace sólo un año, a apoyar la ilegalización de la organización fascista Fuerza Nueva después del asalto a la sede de la CGIL. Hoy por hoy, igual que en el resto de Europa, el papel de los herederos del fascismo es el de simples demagogos y gestores del sistema y el papel de las pequeñas sectas fascistas es el de ser matones y los perros de presa de la patronal y la derecha parlamentaria.
El propio desarrollo del capitalismo italiano y global ha segado la base material del fascismo, encuadrando a la antigua masa de pequeños propietarios en la masa de trabajadores asalariados, y la memoria histórica de la clase obrera italiana, especialmente el recuerdo de la victoria de abril de 1945, es demasiado grande y fuerte para permitir un triunfo frío de la reacción en la forma que sea. La lección más importante de la victoria fascista de hace un siglo es que sólo con la máxima unidad de la clase obrera en torno a un programa revolucionario se puede parar a la reacción y terminar de una vez por todas con el sistema capitalista. Esta es la lección fundamental para la clase trabajadora y los revolucionarios de todo el mundo de los acontecimientos que tuvieron lugar hace un siglo en Italia.
1Citado en Gramsci y la revolución italiana, CMI Italia. Énfasis nuestro.
2El nombre Arditi proviene de las unidades de élite del Ejército italiano en la Primera Guerra Mundial.