La propagación del COVID-19 en otros países parecía algo lejano, una situación que no sucedería en México y en caso de ser así, estaríamos preparadas y preparados, los abrazos no nos faltarían y las imágenes religiosas nos respaldarían. Pero la realidad es otra, del 2 de enero al 16 de mayo se han registrado 47 mil 144 casos confirmados y 5,045 personas han perdido la vida por COVID-19. Las cifras se incrementaron rápidamente, aunque ahora se han mantenido, ya que México se encuentra ya en la fase 3, ahora vemos que el seguir socializando sin tomar las medidas de salud correspondientes no fue la mejor opción.
Pero las consecuencias apenas se están viendo, la gente sigue siendo internada en los centros de salud, centros que son trabajados por madres, padres, hijos, hijas, hermanos, hermanas, vecinos o vecinas, cada uno y cada una con una realidad distinta, porque hasta en la primera línea se ven diferencias que sacan a relucir la poca o nula preparación que tiene el país para enfrentar una pandemia como lo es el COVID-19. Hay hospitales en donde no le brindan al personal de salud las herramientas básicas para no contagiarse de quienes ya enfermos, enfermas o con síntomas arriban buscando ayuda. Pero la atención que quizás comenzó siendo efectiva hoy cambia su panorama y tanto los hospitales como el personal funcionan a marchas forzadas.
Aun así, la primera línea es reconocida por su gran labor, por recibir ofensas de la ciudadanía, pero seguir al pie del cañón, por seguir resistiendo en los hombros a un sistema de salud que colapsa ante sus ojos pero que todos los días se levanta con la convicción de ayudar, a quienes después les discriminan por vestir de blanco en espacios públicos, quienes les tiran bebidas calientes, soluciones de cloro y desinfectantes o les asesinan por temor a un contagio. La primera línea es combativa, de resistencia y como es de esperarse hay quienes se quedan en el campo de batalla, quienes tuvieron que ver una serie de carencias hacia las y los pacientes y también hacia el personal de salud.
De acuerdo con el Subsecretario de Salud Hugo López Gatell, hasta el 12 de mayo, 11 trabajadores de la salud pública han fallecido, de los cuales el 41% eran del área de enfermería, 37% médicos y el resto de otras áreas relacionadas. Estas cifras son alarmantes, tomando en cuenta que en México existen 2.4 doctores y 2.9 personal de enfermería por cada mil habitantes, según datos de la “OECD Health Statistics 2019”. Si bien es cierto que la burocratización, el mal servicio y la falta de insumos en las instituciones de salud pública no son un problema reciente, sino una herencia de décadas de saqueo, corrupción y recortes presupuestales se hace evidente que, aunque este nuevo gobierno tenga las mejores intenciones de proveer lo necesario, los intereses del gran capital le atan de manos y pies.
Las enfermeras, los enfermeros, las médicas, los médicos, todas y todos están combatiendo, resistiendo y sobreviviendo a condiciones de trabajo forzadas, se ha dicho que la situación se esta controlando adecuadamente, que se ha logrado aplanar la curva de contagio y que pronto muchos sectores volverán a su actividad económica, la pregunta entonces será: ¿Verdaderamente es tiempo de volver sin correr el riesgo de un repunte de la enfermedad o el Estado está cediendo ante las presiones económicas de la gran burguesía que vive la cuarentena desde la comodidad de su mansión? La respuesta a esta pregunta, lamentablemente se cargará una vez más en los hombros de la clase obrera. Sin embargo, nosotros como revolucionarios, apelamos a la organización toma de consciencia de los trabajadores para impedir que los capitalistas se cobren esta crisis arriesgando nuestras vidas, durante la cuarentena, los trabajadores hemos demostrado que somos nosotros los que producimos la riqueza, las grandes empresas y los gigantescos capitales en los bancos no producen absolutamente nada sin nuestra intervención y como tal merecemos mucho más que las migajas que nos otorgan. Debemos continuar con esta ardua lucha, los trabajadores de la salud, de la industria manufacturera, de la construcción, de la educación, del sector energético, etc., todos pertenecemos a una misma clase, la clase obrera y la unida de nuestra clase es nuestra mayor fortaleza para enfrentarnos al monstruoso, violento y barbárico sistema capitalista.
¡Unidos somos la fuerza!