Por: Helena Nicholson
En todo el mundo, una nueva generación de activistas exige una acción urgente y radical para detener el cambio climático, pero ¿es la demanda de un Green New Deal (GND), un Nuevo Acuerdo Verde, la solución a la crisis climática del capitalismo?
Al centrarse en la necesidad de cambios económicos a gran escala, la demanda del Green New Deal se ha conectado con una nueva capa radicalizada de jóvenes de todo el mundo. La reciente huelga climática en Londres, por ejemplo, fue encabezada por una línea de estudiantes secundarios sosteniendo una pancarta en la que se pedía una política de este tipo.
Radicalización
La propuesta del GND ha sido la pieza central de la izquierda estadounidense en auge, defendida más enérgicamente por Alexandria Ocasio-Cortez (AOC), una figura destacada de los Socialistas Demócratas de Estados Unidos, que fue elegida para el Congreso el año pasado en una candidatura del Partido Demócrata.
A principios de este año, el 7 de febrero, la diputada Ocasio-Cortez y el senador Markey presentaron una resolución en la que se esbozaban los principios del acuerdo. Estos incluyen: garantizar empleos para las familias; vivienda accesible, educación, agua limpia, aire limpio, alimentos saludables; inversión en infraestructura y mejoramiento del transporte; y estimular industrias manufactureras domésticas limpias.
Además de estas demandas ambientales, la resolución de AOC también incluye llamamientos para el aminoramiento de las desigualdades económicas actuales y la reparación de injusticias históricas. Pero estos son sólo objetivos: las políticas para respaldarlos se están delegando a una comisión del Congreso, cuya creación es la única propuesta concreta de la resolución.
Por lo tanto, incluso en medio de la tormenta mediática que rodea a AOC y a su propuesta, lo que en realidad está sugiriendo no está nada claro, sobre todo porque quienes apoyan la idea son políticamente heterogéneos y no están del todo convencidos ellos mismos.
Sin embargo, la propuesta del Green New Deal de AOC ha encontrado un eco significativo en la izquierda. Es evidente que después de años de crisis, austeridad e inacción ante el cambio climático por parte de los líderes, los trabajadores y los jóvenes se están radicalizando políticamente cada vez más, y están buscando soluciones audaces a los urgentes problemas económicos y medioambientales a los que se enfrenta la sociedad.
Una cuestión de clase
El concepto GND se ha extendido desde entonces al Reino Unido con el lanzamiento en marzo del grupo laborista por un Green New Deal.
Las exigencias de esta campaña suponen una mejora significativa con respecto a las de AOC. En su moción modelo para la conferencia del Partido Laborista, piden «una revolución industrial verde» que «[amplíe] la propiedad pública y democrática en la medida necesaria para la transformación». También abogan por el desmantelamiento de la industria de los combustibles fósiles y su sustitución por «trabajo limpio, decente y socialmente útil».
Los dirigentes laboristas ya han aceptado este llamamiento, presentando recientemente su propia propuesta para una «Revolución Industrial Verde». Esta misma semana, Jeremy Corbyn anunció que esto incluiría medidas para crear una Agencia Nacional de Energía, que implicaría la nacionalización de las redes energéticas británicas y la inversión pública en paneles solares para casi dos millones de hogares.
Estas demandas de apropiación pública y control democrático de la economía son mucho más audaces y se basan más en la clase que cualquier otra cosa planteada en la resolución de AOC, que deja abierta la cuestión de la propiedad con frases como «participaciones adecuadas en la propiedad».
Sobre todo, la declaración de objetivos del grupo laborista GND subraya que «el cambio climático es fundamentalmente una cuestión de clase», y hace un llamamiento a los sindicatos y al Partido Laborista para que desempeñen un papel dirigente en la lucha contra el cambio climático.
Estas propuestas más audaces reflejan no sólo la creciente demanda de políticas ambientales y económicas radicales, sino también la naturaleza de clase de los partidos a los que se dirigen estas diferentes políticas del GND. Mientras que la resolución de AOC en los EE.UU. proviene del Partido Demócrata, fundamentalmente un partido de Wall Street y las grandes empresas, la variante británica está dirigida a los activistas de base del movimiento de Corbyn y los sindicatos.
Cambio de sistema
Históricamente, el movimiento verde ha logrado muy poco. Esto se debe en gran parte a su aislamiento del movimiento obrero y a la hegemonía de activistas apolíticos -o en algunos casos abiertamente reaccionarios- de la clase media.
En este sentido, la premisa del Green New Deal supone un importante paso adelante. La demanda proporciona una dirección política muy necesaria sobre la cuestión medioambiental, haciendo hincapié en que esta es, en última instancia, una cuestión de clase que debe ser abordada por el movimiento sindical.
El surgimiento de las huelgas estudiantiles, en particular, está politizando el movimiento verde y desdibujando las líneas entre las demandas ambientales y económicas. Los estudiantes, por ejemplo, exigen correctamente «cambio de sistema, no de clima». Además, la fundadora del movimiento, Greta Thunberg, incluso ha apoyado la convocatoria de una huelga general.
Cada vez se reconoce más que un cambio sistémico radical no sólo es deseable, sino también esencial si queremos hacer frente a las crisis económica y medioambiental. Y la idea del Green New Deal es atractiva porque dice que puede matar a estos dos pájaros de un tiro, abordando simultáneamente el estancamiento económico y la desigualdad, así como la destrucción ecológica.
Pero en la actualidad, el eslogan de GND sigue siendo un poco una botella vacía, capaz de llenarse con el contenido que uno desee. Los objetivos del GND – hacer frente a la crisis del cambio climático, así como a la austeridad, la pobreza y la explotación del capitalismo – no sólo son correctos sino vitales. Sin embargo, se requiere un cambio revolucionario para lograr estos objetivos, y los líderes de la izquierda aún no se han reconciliado con este hecho.
El contenido de las propuestas que se presentan actualmente a ambos lados del Atlántico son, fundamentalmente, de carácter keynesiano: abogar por la inversión gubernamental en tecnologías verdes; financiar estas medidas a través de los impuestos; y tratar de llevar a cabo estas políticas dentro de los límites del mercado y del sistema de beneficios.
Pero llevado a su conclusión lógica, la lucha contra el cambio climático inevitablemente pone en tela de juicio al propio sistema capitalista. Esto puede verse por la retórica cada vez más radical sobre el tema en muchos artículos recientes de los principales medios de comunicación. Un titular de The Guardian, por ejemplo, decía claramente que «acabar con el cambio climático requiere el fin del capitalismo».
Las políticas keynesianas, sin embargo, contradicen esta conclusión. En lugar de ofrecer un «cambio de sistema», buscan salvar al sistema capitalista de sí mismo.
Por lo tanto, es vital que las demandas socialistas radicales se presenten como el único medio por el que se pueden alcanzar realmente los objetivos del Green New Deal.
Las contradicciones del capitalismo
Las crisis económicas y ambientales son evidentes para todos. Pero para entenderlas debemos entender el sistema que les da origen.
En el frente económico, Marx explicó cómo las crisis y los cracks económicos son inherentes al sistema capitalista.
Bajo el capitalismo, la fuerza motriz del crecimiento es la inversión. Sin embargo, esta inversión sólo se llevará a cabo si tiene fines lucrativos. Estos beneficios provienen del trabajo no remunerado de la clase obrera.
Pero la clase obrera no sólo crea las mercancías que los capitalistas intentan vender (con fines de lucro), sino que también representa la mayor parte del consumo en términos de compra de las mercancías de los capitalistas. Y como la clase obrera sólo recibe una fracción del valor que produce en forma de salarios, no puede permitirse comprar todas las mercancías que el sistema produce. A eso se añade la tendencia de la producción capitalista a inundar el mundo de mercancías como si no hubiera límites en el mercado.
Esta es la esencia de las crisis de sobreproducción constantemente reemergente del capitalismo. Es intrínseco a un sistema de propiedad privada y de producción con fines de lucro. La capacidad de producción del sistema supera los estrechos límites del mercado.
Esto se refleja hoy en día en toda una serie de contradicciones: la pobreza en medio de la abundancia; la falta de vivienda junto a las casas vacías; el desempleo masivo junto con el exceso de trabajo; y la austeridad para muchos mientras que el dinero se acumula en manos de unos pocos.
Para arrancar la economía de su actual estupor, AOC y otros quieren volver al antiguo método keynesiano de inversiones gubernamentales para “estimular la demanda” e “impulsar el consumo”. Específicamente, el objetivo es vincular este estímulo keynesiano al cambio climático mediante la inversión pública en industrias y bienes ecológicos. Pero la pregunta (literal) del millón de dólares es: ¿de dónde vendrá el dinero?
El hecho es que los gobiernos no tienen dinero propio, sólo pueden obtenerlo mediante préstamos, impresión o impuestos. Los impuestos deben provenir ya sea de los impuestos sobre los salarios, lo que reduce el mercado, o de los impuestos sobre las ganancias, lo que reduce el único incentivo del capitalista para invertir. Los impuestos sólo «estimulan la demanda», por lo tanto, al suprimirla en otra parte.
La idea de pedir prestado para invertir también está llena de problemas. Después de todo, ¿qué financieros van a prestar a un gobierno de izquierda radical que amenaza con llevar a cabo nacionalizaciones a gran escala, es decir, expropiar la propiedad privada? Además, los niveles de deuda en relación con el PIB en los Estados Unidos y en otros lugares se encuentran actualmente en niveles récord en tiempos de paz.
AOC y los defensores de la “Teoría Monetaria Moderna” afirman que esto no es un problema, ya que podemos pagar por ello «de la misma manera que pagamos el New Deal original, la Segunda Guerra Mundial, el rescate bancario de 2008», es decir, mediante la concesión de créditos por parte de la Reserva Federal. En la práctica, esto significa que la Reserva Federal “compraría” bonos del Estado con dinero inexistente.
Pero imprimir dinero o expandir el crédito tiene efectos inflacionarios, creando burbujas e inestabilidad que sólo retrasan la inevitable crisis de sobreproducción y la profundizan cuando finalmente golpea, como ocurrió en 2008.
Las lecciones de la Gran Depresión y el destino del New Deal original, puesto en práctica después del crack de 1929, ofrecen una clara ilustración de este hecho. En 1937-38, tras el New Deal, se produjo una renovada recesión como resultado de un giro global hacia el proteccionismo y las políticas de «empobrecer al vecino», es decir, los intentos de exportar la crisis a otros lugares.
Por lo tanto, es un mito que el New Deal “salvó” al capitalismo. El verdadero cambio de suerte para el capitalismo sólo se produjo con la destrucción masiva de los medios de producción resultante de la Segunda Guerra Mundial, y las nuevas oportunidades de inversión productiva que ésta creó. Sólo la destrucción masiva de proporciones horrorosas dio al capitalismo espacio para respirar.
Pero incluso esto no podía durar mucho tiempo. A mediados de la década de 1970, la crisis volvió a estallar, cuando las contradicciones del keynesianismo salieron a la superficie, con la caída económica y la inflación simultáneas. El capitalismo sólo salió de esa crisis haciendo que la clase obrera pagara de nuevo. Este era el significado del Reaganismo y del Thatcherismo. La miseria económica y la destrucción del medio ambiente que vemos hoy son el precio que estamos pagando para mantener el capitalismo a flote.
El camino al infierno….
La idea keynesiana detrás del Green New Deal es que el gobierno debe estimular la demanda a través de la inversión en productos básicos «sostenibles», infraestructura de energías renovables, el desarrollo de tecnologías verdes, etc.
Es 100% correcto decir que necesitamos invertir rápidamente en tecnologías verdes, reducir la demanda de energía y reducir las emisiones. Pero la verdadera pregunta que hay que hacerse es: ¿por qué los capitalistas, para empezar, no han invertido en estas cosas? ¿Cómo hemos llegado, primero de todo, como sociedad, a este filo de la navaja donde el futuro del planeta pende tan delicadamente de un hilo?
La respuesta, una vez más, es que el capitalismo es producción con fines de lucro, y la verdadera sostenibilidad no es rentable. Por ejemplo, la inversión en aislamiento de viviendas reduciría el consumo de energía y, por lo tanto, reduciría los beneficios de las empresas energéticas. De manera similar, la tecnología de energía renovable, una vez instalada, proporciona energía que es esencialmente gratuita, en contraste con los superbeneficios de los cárteles de combustibles fósiles. El monopolio petrolero estatal saudí, que es la empresa más rentable del mundo, acumuló beneficios de 111.100 millones de dólares en 2018.
Cien empresas han sido responsables de más del 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero en las últimas décadas. Producimos suficientes alimentos para alimentar a una población de 10.000 millones de personas, pero, según la Organización Mundial de la Salud, más de 820 millones -es decir, 1 de cada 9 de una población mundial de 7.000 millones- pasaron hambre en 2017. En el mismo año, las tres compañías petroleras más grandes obtuvieron en conjunto ingresos de más de un billón de dólares.
Estas absurdas contradicciones sólo tienen sentido en el contexto de un sistema capitalista en el que la producción y la distribución están totalmente determinadas por el lucro. Bajo el capitalismo y la anarquía del mercado, las necesidades de la sociedad -incluidas las necesidades de nuestro planeta- siempre estarán subordinadas a los intereses lucrativos a corto plazo de los patrones y banqueros.
Incluso si los gobiernos actuales realizaran inversiones a gran escala en el suministro de energía verde, etc., la mayor parte de la producción seguiría estando determinada irracionalmente por el mercado y el insaciable apetito por las ganancias. Esto entraría inmediatamente en conflicto con cualquier estrategia climática audaz.
El capitalismo, regulado o no, no puede garantizar la vivienda, los alimentos o el aire limpio. La falta de vivienda, el hambre y la contaminación del aire no aparecen en ninguna parte en los libros de contabilidad de los capitalistas. La continuación de la contaminación, la desigualdad y la austeridad es inevitable a menos que se elimine el objetivo del beneficio.
AOC y otros pueden tener buenas intenciones de hacer que el capitalismo sea «sostenible». Pero el camino hacia un lugar muy cálido está pavimentado con tan buenas intenciones; en este caso, ese lugar cálido es nuestro planeta.
Por lo tanto, debemos decir la verdad: un Green New Deal -si no va más allá de una base capitalista keynesiana- está condenado al fracaso, ya que no abordaría las contradicciones sistémicas que son responsables de los drásticos problemas a los que nos enfrentamos ahora.
Nacionalización de los bancos
Sin embargo, sobre bases socialistas, podríamos alcanzar las demandas del GND y mucho más.
Es evidente que existen los recursos para una transformación medioambiental tan ambiciosa. El hecho es que ya existe una cantidad increíble de riqueza. Por ejemplo, se estima que más de 700.000 millones de libras esterlinas -el equivalente a un tercio del PIB del Reino Unido- se encuentran sin invertir en las cámaras acorazadas de los grandes bancos del Reino Unido. En los EE.UU., la cifra se acerca más a los 2 billones de dólares, y va en aumento. El gigante tecnológico Apple, solo, se sienta en una montaña de dinero en efectivo de más de 200 mil millones de dólares.
Este dinero está ocioso en las cuentas bancarias de las grandes empresas porque los banqueros y los patrones no pueden encontrar una vía rentable para la inversión en el contexto de un mercado mundial saturado y una economía global en crisis.
En lugar de tratar de atraer a los capitalistas para que inviertan en contra de sus intereses, tenemos que quitarles este dinero de las manos. La única manera de hacerlo es a través de la nacionalización de los resortes fundamentales de la economía, las palancas económicas clave de los bancos y de los grandes monopolios.
Momentum, la plataforma de apoyo a Jeremy Corbyn dentro del Partido Lborista, ha pedido a los bancos que se desprendan de los combustibles fósiles, y el ministro de economía laborista “en la sombra”, John McDonnell, ha propuesto eliminar de la Bolsa de Valores de Londres a las empresas que no están haciendo lo suficiente con respecto al cambio climático. Pero este tipo de propuestas son insuficientes.
Para garantizar que se tomen las medidas necesarias para detener el cambio climático, los bancos y las grandes empresas deben ser expropiados y sometidos a un control democrático. Sólo así podremos evitar el chantaje y las amenazas de la clase capitalista y empezar a planificar la economía sobre la base de las necesidades sociales.
Las demandas presentadas por Jeremy Corbyn y la campaña del Partido Laborista GND en favor de la propiedad pública son correctas. Pero esto no puede aislarse simplemente de los sectores del transporte y la energía. En lugar de nacionalizaciones parciales -que dejan intacto (y sostienen) el sistema de beneficios- lo que se necesita es una reconstrucción masiva de todos los sectores de la economía, como parte de un plan socialista, con el fin de racionalizar la producción y utilizar los recursos de la sociedad de forma armoniosa y sostenible.
El llamamiento a la expropiación y a un plan socialista de producción va mucho más allá del alcance del Green New Deal, tal y como se está proponiendo actualmente tanto en los Estados Unidos como en el Reino Unido. Sin embargo, cada día es más y más claro que el capitalismo no puede proporcionar una salida a esta crisis ambiental o económica, por lo que la necesidad de un cambio socialista audaz también se hace más clara.
Lecciones del Plan Lucas
La necesidad de la propiedad pública y el control democrático de nuestra economía está implícita en la resolución de AOC, y es más explícitamente declarada por el grupo Laborista por un Green New Deal. Pero ninguno de los dos va lo suficientemente lejos en señalar con el dedo al verdadero culpable -el sistema de beneficios- ni en plantear el tipo de demandas socialistas concretas que se requieren.
Lo más cercano que vemos a este respecto es la demanda de la campaña del Partido Laborista GND de «un Plan Lucas para Gran Bretaña». El Plan Lucas fue un documento increíblemente detallado creado en la década de 1970 como un Plan Corporativo Alternativo por los trabajadores de Lucas Aerospace, un fabricante de armas del Reino Unido.
Ante el declive industrial, los trabajadores de Lucas Aerospace querían demostrar que la empresa de armas podía evitar simultáneamente los despidos que estaban amenazados, y pasar a la producción de productos socialmente útiles. En más de 1000 páginas, detallaron alrededor de 150 productos que podían fabricar, incluyendo máquinas de diálisis renal y soluciones de energía renovable.
Pero en lugar de aplicar el plan, los patrones optaron por despedir a 2.000 trabajadores, apuntando específicamente a los líderes del Comité Mixto de delegados sindicales que habían tomado la iniciativa en la organización de los trabajadores.
La historia del Plan Lucas contiene lecciones importantes sobre la cuestión de “reequipar” toda la economía para hacerla ambientalmente sostenible: principalmente, porque los que realmente saben cómo reequipar la economía son los propios trabajadores de la fábrica.
El Plan Lucas sólo fracasó porque los dirigentes laboristas de la época no se atrevieron a cuestionar los derechos de propiedad de los patrones. Un gobierno laborista socialista podría haber nacionalizado la fábrica y puesto bajo control obrero democrático, permitiendo a los trabajadores llevar a cabo su plan progresista.
Este es exactamente el tipo de dilema al que se enfrentaría un gobierno laborista hoy en día al intentar poner en práctica un Green New Deal.
Al final del día, no puedes planificar lo que no controlas; y no puedes controlar lo que no posees. Si las grandes empresas no pueden obtener beneficios produciendo para las necesidades sociales o proporcionando puestos de trabajo seguros y bien remunerados, entonces no lo harán. Por lo tanto, deben ser nacionalizadas.
Cláusula IV y propiedad común
Mientras que Ocasio-Cortez como los Laboristas por un Green New Deal hablan ampliamente sobre el fortalecimiento de los sindicatos y la negociación colectiva, el caso del Plan Lucas también pone de relieve la necesidad de que transformemos los sindicatos en organizaciones combativas y socialistas.
Los trabajadores de Lucas Aerospace estaban dirigidos por el Comité Combinado no oficial. Pero los líderes de la central sindical TUC abandonaron en gran medida a los trabajadores de Lucas, considerando que sus demandas eran demasiado combativas y radicales.
Esta misma visión estrecha ya se ha visto en la reacción de los sindicatos estadounidenses a las propuestas del GND. En marzo de este año, la AFL-CIO -que cuenta con 55 sindicatos y más de 12 millones de trabajadores- escribió a Ocasio-Cortez y Markey criticando la posible pérdida de puestos de trabajo en ciertas industrias que podría producirse como resultado de un Green New Deal.
Un problema similar de provincianismo se ha visto en los últimos años en los sindicatos británicos, en sindicatos como GMB y Unite defendiendo el gigantesco despilfarro de dinero que es el sistema de armas nucleares Trident, con el argumento de que miles de sus miembros están empleados en este proyecto socialmente inútil.
Mientras que la resolución de la AOC y la campaña del Partido Laborista GND piden la sustitución de los sectores industriales obsoletos por puestos de trabajo sindicales en nuevas industrias sostenibles, sin un plan de producción socialista es imposible garantizarlo.
Por supuesto, la necesidad de un plan socialista general es exactamente el punto que los dirigentes sindicales deberían plantear. Los líderes del movimiento obrero deben ir más allá de exigir una nacionalización fragmentada y, en su lugar, exigir la propiedad común y el control de los trabajadores sobre las principales palancas de la economía.
Esta idea no es ajena a nuestro movimiento. Hace más de 100 años, después de todo, el Partido Laborista se comprometió a «asegurar a los trabajadores… los plenos frutos de su trabajo… sobre la base de la propiedad común de los medios de producción, distribución e intercambio».
Este fue el compromiso socialista esbozado en la Cláusula IV original de la Constitución del Partido Laborista, que Tony Blair eliminó en 1995 como parte de su proyecto de Nuevo Laborismo. Bajo el liderazgo de Corbyn, y con los blairistas en retirada, ya es hora de que devolvamos esta promesa histórica y restablezcamos la Cláusula IV a su legítimo lugar.
Bajo un plan económico racional y democrático, en manos de la clase obrera, podríamos pensar en el futuro en términos de generaciones, en lugar de preocuparnos por aliviar precariamente y a corto plazo la crisis del desempleo, la falta de vivienda y la pobreza que el capitalismo crea.
Revolución socialista
El Partido Laborista de Corbyn ha respondido a los movimientos ecologistas de masas que se han levantado en los últimos meses, y ha tomado medidas positivas para ofrecerles un programa político. Como parte de esto, por ejemplo, el Partido Laborista ha hecho un llamamiento a una «Revolución Industrial Verde».
«En última instancia, para hacer frente a la emergencia medioambiental y climática», afirma la secretaria de negocios de la oposición, Rebecca Long-Bailey, «se requerirá que el Reino Unido reimagine su sistema energético, transporte, agricultura, vivienda -toda su economía- para que funcione para la mayoría, no para unos pocos, durante mucho tiempo en el futuro».
En resumen, para detener el cambio climático, necesitamos una transformación de nuestra economía a una escala no vista desde la revolución industrial de los siglos XVIII y XIX. Esta transformación fue genuina y profunda de una manera que el New Deal no lo fue, llevando a un enorme desarrollo de las fuerzas productivas, especialmente en la ciencia, la tecnología y la industria.
Pero esto tuvo un coste enorme para la sociedad, tanto en términos de la brutal explotación de los trabajadores, en los países capitalistas avanzados y en las colonias; y, como ahora reconocemos, también en términos de degradación medioambiental.
Y lo que es más importante, aunque el capitalismo pudo desempeñar un papel progresista en su apogeo, hace tiempo que se ha convertido en una traba a la producción. Las barreras de la propiedad privada y del Estado nacional se han convertido en una enorme camisa de fuerza para la sociedad. La continua inversión y expansión que permitió al capitalismo desarrollar las fuerzas productivas en el pasado ya no es posible.
En cambio, hoy, el sistema se ha agotado. El crecimiento de la productividad se ha estancado. El comercio mundial y la globalización se están ralentizando. De cara al futuro, incluso los economistas de la corriente dominante predicen una era de «estancamiento secular».
Las condiciones para una nueva revolución industrial – verde o no – ya no existen bajo el capitalismo. Al mismo tiempo, el problema no es tecnológico ni científico; ya tenemos las tecnologías y la ciencia necesarias para resolver la crisis climática. El problema es que el capitalismo no puede utilizarlos dentro de los límites del sistema de lucro.
La única manera de acabar con el cambio climático y desarrollar las fuerzas productivas en el futuro es abolir el sistema capitalista y reemplazarlo por una economía socialista planificada. No necesitamos una revolución industrial verde, sino una revolución socialista.