Escrito por: Corriente Marxista Internacional
Este documento fue aprobado unánimemente por el Congreso Mundial de la Corriente Marxista Internacional, tras una discusión a todos los niveles de la CMI durante el año en curso. Su objetivo es trazar una línea de demarcación entre el marxismo y un conjunto de ideas de clase ajenas idealistas y posmodernistas (tales como las “políticas de identidad” y la Interseccionalidad, entre otras), que han afectado durante algún tiempo a una capa de activistas de los círculos académicos y que también están siendo usadas de una manera reaccionaria dentro del movimiento obrero internacional. Este documento es un llamamiento a intensificar la lucha teórica y política contra estas ideas y métodos.
La crisis del capitalismo ha revelado muchas corrientes profundas de oposición a la sociedad existente, sus valores, su moralidad y sus intolerables injusticias y opresión. La contradicción central en la sociedad sigue siendo el antagonismo entre el trabajo asalariado y el capital. Sin embargo, la opresión toma muchas formas diferentes, algunas de ellas considerablemente más antiguas y más arraigadas que la esclavitud asalariada.
Entre las formas de opresión más universales y dolorosas está la opresión de las mujeres en un mundo dominado por los hombres. La rebelión de las mujeres contra esta monstruosa opresión es de fundamental importancia en la lucha por la revolución socialista, que no puede lograrse sin la plena participación de las mujeres en la lucha contra el capitalismo.
Durante siglos, la estabilidad de la sociedad de clases ha establecido un sólido punto de apoyo en la familia: es decir, en la esclavización de las mujeres a los hombres. Esta forma de esclavitud es mucho más antigua que el capitalismo, como explicó Engels, el surgimiento de la familia patriarcal representa la “derrota histórica mundial del sexo femenino. El hombre tomó el mando en el hogar también; la mujer fue degradada y reducida a la servidumbre, se convirtió en la esclava de su lujuria y en un mero instrumento para la producción de niños”.
Esta dominación masculina y la posición servil de las mujeres en la sociedad y la familia ahora se cuestiona, junto con todas las demás instituciones bárbaras que hemos heredado del pasado. ¿Por qué deberían las mujeres seguir tolerando la posición de ciudadanos de segunda clase? El cuestionamiento del papel de la mujer en la sociedad y la familia tiene serias implicaciones revolucionarias y puede conducir a un cuestionamiento revolucionario de la sociedad capitalista.
La degeneración senil del capitalismo conduce a un grave deterioro de las condiciones de todos los trabajadores. Pero impone condiciones particularmente duras a las mujeres y a los jóvenes. Muchas se ven privadas del acceso a un trabajo y a una vivienda adecuados. Las madres solteras y sus hijos están condenados a la pobreza y a dificultades sin fin. Para muchas, incluso tener un techo sobre sus cabezas se vuelve difícil o incluso imposible. En el lugar de trabajo, las mujeres sufren desde desigualdad salarial a todo tipo de hostigamiento y abuso. La situación se ha vuelto absolutamente intolerable.
Es posible juzgar el nivel de civilización de una cultura dada por su tratamiento hacia las mujeres, os niños y los ancianos. Desde este punto de vista, el capitalismo moderno es mucho menos civilizado, más inhumano y cruel que formas anteriores de sociedad humana. El nivel de alienación y degradación de los seres humanos, la indiferencia ante el sufrimiento humano y el egoísmo obsceno han alcanzado niveles desconocidos en la historia.
La degeneración de la sociedad capitalista se revela en su forma más cruda en la epidemia de violencia contra las mujeres. En India, Pakistán, Argentina, México y otros países, esto se ha expresado en un número sin precedentes de secuestros, violaciones y asesinatos. Pero en las sociedades que les gusta describirse a sí mismas como civilizadas, se están perpetrando horrores similares contra las mujeres y los niños. Estos son síntomas repugnantes de la enfermedad de una sociedad que está madura, podrida incluso, para ser derrocada.
Hay un creciente sentimiento de alienación, injusticia y opresión que está alimentando un movimiento general de rebelión entre las mujeres contra el estado actual de las cosas. El despertar de millones de mujeres, especialmente las generaciones más jóvenes que sienten una indignación ardiente por la discriminación, la opresión y la humillación a que son sometidas bajo un sistema injusto, es un fenómeno profundamente progresista y revolucionario que debemos celebrar y apoyar con el mayor entusiasmo.
No hace falta decir que los marxistas estamos al 100% a favor de la emancipación completa de las mujeres. No puede haber la menor vacilación, ambigüedad o duda al respecto. Debemos luchar contra la opresión de las mujeres en todos los niveles, no solo en palabras sino en los hechos. Bajo ninguna circunstancia podemos permitir la impresión de que esto de alguna manera es un problema secundario que puede subsumirse bajo la categoría general de la lucha de clases. Sería fatal para la causa del marxismo si las mujeres creyeran que los marxistas están dispuestos a posponer la lucha por sus derechos hasta después de la victoria del socialismo. Eso es completamente falso y una vil caricatura del marxismo revolucionario.
Si bien es cierto que la emancipación completa de las mujeres (y de los hombres) solo puede lograrse en una sociedad sin clases, también es cierto que una sociedad de este tipo solo puede lograrse mediante el derrocamiento revolucionario del capitalismo. No se puede esperar que las mujeres dejen de lado sus demandas inmediatas y apremiantes, y aguarden la llegada del socialismo. La victoria de la revolución socialista es impensable sin la lucha diaria por el avance bajo el capitalismo.
Los marxistas deben luchar incluso por las reformas más pequeñas que puedan servir para mejorar los niveles de vida de los trabajadores bajo el capitalismo, por dos razones. En primer lugar, luchamos para defender a los trabajadores contra la explotación, para defender los niveles de vida, los derechos democráticos y las condiciones más elementales de una existencia civilizada, para defender la cultura y la civilización contra la barbarie. En segundo lugar, y lo más importante, porque es solo a través de la experiencia de la lucha cotidiana que la clase puede adquirir un sentido de su propio poder, desarrollar su fuerza organizativa y elevar su conciencia colectiva al nivel exigido por la historia.
Exigir, como lo han hecho los sectarios y dogmáticos, que los trabajadores dejen de lado sus reivindicaciones cotidianas “en interés de la revolución” es el colmo de la estupidez. Nos condenaría a la esterilidad completa y al aislamiento. En ese camino, la revolución socialista sería para siempre un espejismo imposible. De la misma manera, la lucha por el avance de la mujer, contra el machismo reaccionario, por las reformas progresistas y la completa igualdad en los ámbitos social, político y económico, es un deber fundamental de todos los marxistas revolucionarios genuinos.
El 8 de marzo de 2018 vimos una indicación gráfica del colosal potencial revolucionario del movimiento de mujeres en España, cuando 5,3 millones de personas (tanto mujeres como hombres) respondieron al llamamiento a la huelga. Cientos de miles participaron en manifestaciones en toda España. Esta magnífica movilización se llevó a cabo bajo la bandera del feminismo, aunque también reflejó un estado de ánimo colosal de descontento que se ha acumulado en la sociedad española en una amplia gama de cuestiones; por ejemplo los jubilados, que también organizaron manifestaciones masivas en ese momento.
Sin embargo, las cuestiones centrales estaban específicamente relacionadas con la opresión de las mujeres: la brecha salarial, la violencia y el acoso contra las mujeres en la familia, en el trabajo, en la educación, la carga del trabajo doméstico, etc. Esto fue ejemplificado por el caso monstruoso de violación en grupo en Pamplona, y la conducta escandalosa de los jueces de derecha, que fue una prueba clara de la podredumbre y el carácter reaccionario de todo el Estado español, la policía y la judicatura, todos ellos heredados directamente de la dictadura de Franco como resultado de la traición de la llamada Transición Democrática.
Es una verdad elemental del marxismo que en cualquier movimiento de masas es necesario distinguir cuidadosamente entre los elementos reaccionarios y progresistas. Está fuera de toda duda que hay un elemento tremendamente progresista en este movimiento extraordinario No solo lo apoyamos, sino que lo hicimos de manera enérgica y entusiasta.
Pero sería completamente incorrecto y unilateral simplemente enfatizar este aspecto del movimiento e ignorar el otro lado. ¿Cuál fue el papel de las dirigentes de este movimiento? Exigieron que solo hubiera mujeres en los piquetes, y bloques separados de mujeres en la manifestación, y querían permitir solo banderas moradas. Se suponía que en la huelga debían participar solo mujeres, y que los hombres debían reemplazarlas en su lugar en el trabajo, es decir, ¡actuar como esquiroles!
Esto habría restringido severamente el alcance del movimiento del 8 de marzo y habría imposibilitado una huelga general. Esto estaba completamente en contra de los intereses del movimiento y reflejaba claramente la perspectiva estrecha y las políticas reaccionarias y divisionistas de las feministas burguesas y pequeño burguesas.
Nuestros camaradas españoles intervinieron enérgicamente en este movimiento de masas y tuvieron una buena recepción. Aunque no nos llamamos feministas, dejamos muy claro que defendemos de todo corazón la lucha por la emancipación de las mujeres y luchamos codo con codo con todos aquellos que luchan contra la opresión. En todas las manifestaciones y actos, no encontramos ningún indicio de ningún prejuicio contra nosotros, al menos por parte de la gran mayoría de las mujeres que se consideran feministas.
¿Es cierto que el feminismo no es una escuela de pensamiento o una teoría? Eso depende de cómo se mire. Es perfectamente cierto que los millones que participaron en las huelgas y manifestaciones en España el 8 de marzo bajo la bandera del feminismo no tenían nada que ver con los prejuicios feministas de la dirección. Instintivamente luchaban contra los fenómenos reaccionarios que les llenaban de justa indignación. Ese es el punto de partida para desarrollos revolucionarios.
Sin embargo, la dirección de ese movimiento estaba en manos de feministas burguesas y pequeñoburguesas que sin duda representan una escuela de pensamiento y una ideología definida que se opone fundamentalmente, no solo al marxismo, sino esencialmente a los intereses de la lucha por la emancipación de las mujeres en sí.
Hoy en día, el concepto de feminismo se ha vuelto tan amplio que prácticamente no tiene sentido. De repente, todos se han convertido en “feministas”. Incluso los políticos reaccionarios del PP se describen a sí mismos como feministas, porque, ya ven, tenemos mujeres ministras, cada una de ellas tan reaccionarias y corruptas como sus homólogos masculinos.
La nueva versión de segunda mano del PP, Ciudadanos, es particularmente insistente en que es naturalmente “feminista”. Pero la realidad de este feminismo burgués quedó claramente expuesta por el hecho de que el dirigente del partido, el propio Albert Rivera, declaró que no podían apoyar la huelga feminista del 8 de marzo “porque era anticapitalista”. También hay que tomar nota de que cuando los políticos de Ciudadanos finalmente decidieron presentarse en las manifestaciones, fueron abucheados por las manifestantes y expulsados del movimiento.
Incluso entre los sectores más avanzados hay todo tipo de confusiones e ilusiones, que son deliberadamente alimentadas por las “teóricas” burguesas y pequeñoburguesas del feminismo. Otra idea que está muy extendida es sobre el carácter “transversal” del movimiento, es decir, que el movimiento debería involucrar a todas las mujeres independientemente de su clase, ideología política, etc.
Con un enfoque amistoso y paciente, podemos combatir estos prejuicios y aclarar la confusión. Pero debemos evitar mezclar nuestras banderas. Para ganar a los mejores elementos, es necesario mantener una posición marxista firme y clara en todo momento.
¿Es necesario que nos llamemos feministas para vincularnos con esta importante capa? Toda nuestra experiencia indica que este no es el caso. El siguiente ejemplo es de gran interés sintomático. En Antequera (Málaga), organizamos una reunión sobre la huelga feminista del 8 de marzo con varias oradoras de izquierda y de organizaciones sindicales. Una de nuestras compañeras habló en el acto, explicando que ella era una sindicalista y una marxista revolucionaria, explicando nuestro programa. Al final de la reunión, un grupo de mujeres jóvenes, inmediatamente se acercaron a ella en nuestro puesto de material y dijeron que querían involucrarse. Estas jóvenes obviamente se considerarían feministas. Pero no tuvieron ningún problema en identificarse con el programa del marxismo.
Si nuestros camaradas hubieran adoptado una actitud sectaria y dogmática hacia el movimiento, indudablemente habrían alejado a mujeres como éstas. No se trata de que los marxistas adopten un enfoque tan desatinado como ése. Pero, al mismo tiempo, debemos adoptar una actitud de principios, dejando muy claro que somos marxistas que luchamos por los derechos de las mujeres y que consideramos que esta importante lucha solo puede llevarse a cabo con éxito como parte de una lucha de clases revolucionaria general por un cambio fundamental en la sociedad.
Aquí tenemos una analogía muy clara, que es la actitud de los marxistas hacia la cuestión nacional. ¿Apoyamos la reivindicación de la independencia de Cataluña del Estado español? Sí. Pero lo hacemos, mientras explicamos que sobre la base del capitalismo, la independencia no resolverá nada. Defendemos la República Obrera Catalana, que en el futuro podría formar parte de una federación socialista de pueblos ibéricos.
Pero, ¿nos llamamos nacionalistas marxistas? ¡Por supuesto que no! No somos nacionalistas, sino internacionalistas proletarios. Es precisamente parte de nuestro programa revolucionario e internacionalista apoyar la lucha del pueblo catalán para liberarse de la tutela del Estado reaccionario español, del podrido gobierno del PP y de la monarquía antidemocrática heredada de Franco. Pero la frase «nacionalista marxista» es una contradicción en los términos.
Nuevamente, nuestra experiencia en Cataluña indica que no es necesario utilizar un lenguaje tan confuso para convencer a los mejores y más revolucionarios elementos de los trabajadores y jóvenes, muchos de los cuales comienzan a comprender la naturaleza limitada y reaccionaria de la burguesía y la pequeña burguesía nacionalista y están buscando una alternativa más radical, revolucionaria y de clase.
En última instancia, todas las cuestiones, la cuestión de la opresión nacional, la lucha por la emancipación de las mujeres, la lucha contra el racismo, tienen un carácter de clase. Esa es la línea divisoria fundamental que separa al marxismo del nacionalismo, del feminismo y de cualquier otra manifestación de la lucha contra la opresión.
El movimiento del 8 de marzo en España sirve justamente para subrayar estos puntos. El movimiento de masas contra la opresión de la mujer tiene un enorme potencial revolucionario. Pero este potencial solo puede alcanzar su plenitud en la medida en que el movimiento vaya más allá de las estrechas limitaciones del feminismo burgués y pequeño burgués y se vincule con un movimiento general de la clase trabajadora para cambiar la sociedad. Nuestra tarea es ayudarlo a hacer la transición necesaria.
Al tiempo que participamos activamente en tales movimientos e intentamos conquistar a los mejores elementos, debemos en todo momento sacar a la luz las divisiones de clase que existen en todos estos movimientos, basándonos en lo que es progresista en ellos, mientras exponemos y criticamos a los elementos burgueses y pequeño burgueses en la dirección.
La importancia de la teoría
Engels destacó la importancia de la teoría para el movimiento revolucionario. Señaló que no había solamente dos formas de lucha (política y económica), sino tres, poniendo la lucha teórica a la par con las dos primeras. Lenin estaba enfáticamente de acuerdo con el punto de vista de Engels cuando escribió en Qué hacer:
“Sin teoría revolucionaria, no puede haber movimiento revolucionario. Esta idea no puede tener mayor relevancia en un momento en que la predicación de moda del oportunismo va de la mano con un encaprichamiento con las formas más estrechas de la actividad práctica”.
La condición previa para la construcción de una verdadera Internacional marxista es la defensa de los principios básicos del marxismo. Esto implica una lucha implacable contra todo tipo de ideas revisionistas, que en esencia reflejan las presiones de clases ajenas sobre el movimiento marxista.
Marx y Engels emprendieron una lucha implacable contra todos los intentos de diluir las ideas del movimiento, exponiendo sin piedad las falsas teorías, primero de los socialistas utópicos de los seguidores de Proudhon y Bakunin, y finalmente contra los oportunistas socialistas de cátedra como Dühring – profesores universitarios “inteligentes” que, bajo el pretexto de “poner el socialismo al día”, trataron de castrar la esencia revolucionaria del marxismo.
Lenin desde el inicio de su actividad revolucionaria declaró la guerra a los “jóvenes” que, al igual que hizo Dühring, sugerían que algunas de las ideas de Marx estaban anticuadas y necesitaban ser revisadas, exigiendo “la libertad de crítica”. Lenin demostró que la llamada “oposición al dogmatismo” era simplemente un pretexto para aquellos que intentaban sustituir el contenido revolucionario del marxismo con la política oportunista de los “pequeños hechos”, una tendencia que más tarde se cristalizó en el Menchevismo.
Más tarde, en el período de reacción que siguió a la derrota de la Revolución de 1905, el sentimiento de desesperación en las capas de la intelectualidad de clase media encontró un eco dentro del Bolchevismo cuando un sector de la dirección (Bogdánov y Lunacharsky) comenzó a reflejar la moda filosófica del idealismo subjetivo (neo-kantianismo) y el misticismo.
No es casualidad que Lenin escribiera uno de sus más importantes trabajos filosóficos Materialismo y Empiriocríticismo para combatir estas ideas. Podríamos añadir que Lenin estaba dispuesto a romper con la mayoría de los dirigentes bolcheviques sobre estas cuestiones filosóficas, que también estaban relacionadas con la política ultraizquierdista.
Antes de su muerte, Trotsky estaba en una lucha muy aguda contra una tendencia pequeñoburguesa en el SWP estadounidense (Burnham y Shachtman) sobre la cuestión de la naturaleza de clase de la Unión Soviética. Trotsky explicó que su falsa posición de rechazar la defensa de la URSS era, por un lado, un reflejo de la presión de las clases externas (los intelectuales pequeñoburgueses) en el SWP, y por el otro lado, un rechazo de la filosofía marxista (la dialéctica).
A partir de estos pocos ejemplos, podemos ver el papel vital que la lucha por la teoría siempre ha jugado en la historia de nuestro movimiento. Lo que distingue a la Corriente Marxista Internacional (CMI) de todas las otras tendencias es, ante todo, nuestra cuidadosa actitud hacia la teoría. Durante más de un siglo y medio, el marxismo ha construido un programa científico sobre las leyes que rigen el movimiento de la sociedad capitalista. Esta es una conquista colosal, que debemos defender contra todos los ataques, ya sea desde la derecha o la “izquierda”.
La CMI tiene una orgullosa tradición a este respecto. En un período en el que muchos abandonaban las ideas del marxismo, entre ellas muchos antiguos “comunistas”, seguimos siendo implacables en nuestra defensa de las ideas fundamentales de Marx, Engels, Lenin y Trotsky. El sitio web de Marxist.com ha establecido una gran reputación por su claridad teórica. Esto es lo que nos separa firmemente de otras tendencias del movimiento obrero.
Siempre nos hemos negado a hacer concesiones a los revisionistas que reflejan las presiones de la ideología burguesa y pequeña burguesa. Permanecimos (y seguimos siendo) completamente impermeables al coro ensordecedor que exigía “ideas nuevas” en lugar de las ideas supuestamente “pasadas de moda” de Marx, que son en realidad las ideas más modernas, las únicas ideas que pueden explicar la presente crisis y mostrar una forma de salir de ella.
La decadencia de la cultura
Hay períodos en la historia que se caracterizan por estados de pesimismo, dudas y desesperación. En tales períodos, habiendo perdido la fe en la sociedad existente y su ideología, la gente busca una alternativa viable, que sea revolucionaria por necesidad. Pero la vieja sociedad, aunque se está muriendo a sus pies, todavía ejerce una poderosa influencia. Ya no aporta nada positivo, emana estados de ánimo negativos, como un cadáver emite un mal olor.
En los días de su juventud, la burguesía creía en el progreso porque, a pesar de todas sus características brutales y explotadoras, el capitalismo desempeñaba un papel muy progresista en el desarrollo de las fuerzas productivas, sentando así la base material de una etapa superior de la sociedad humana: el socialismo.
En el pasado, cuando la burguesía era todavía capaz de desempeñar un papel progresista, tenía una ideología revolucionaria. Produjo grandes y originales pensadores: Locke y Hobbes, Rousseau y Diderot, Kant y Hegel, Adam Smith y David Ricardo, Newton y Darwin. Pero la producción intelectual de la burguesía en el período de declive muestra toda la evidencia de una decadencia senil avanzada.
La confusión posmodernista que se hace pasar por filosofía en nuestros tiempos es en sí misma una confesión de la bancarrota intelectual más abyecta. Los snobs intelectuales que andan por los campus universitarios con aires de gran superioridad tratan con desprecio a los filósofos del pasado. Pero la pobreza de contenido de esta llamada filosofía es tan evidente que las pulgas postmodernas se ven reducidas inmediatamente a la insignificancia en comparación con cualquiera de esos grandes pensadores.
El postmodernismo niega el concepto de progreso histórico en general, por la sencilla razón de que la sociedad que lo generó es incapaz de progresar. El mero hecho de que esta “narrativa” posmoderna pudiera tomarse en serio como una nueva filosofía es en sí mismo una condena aplastante de la bancarrota teórica del capitalismo y de la intelectualidad burguesa en la época de la decadencia imperialista. En palabras de Hegel: “Por lo poco con que pueden satisfacerse las necesidades del espíritu humano, podemos medir la extensión de su pérdida”.
Esto no es un accidente. La época actual se caracteriza por la confusión ideológica, la apostasía, la desintegración y la dispersión. Bajo estas condiciones, un sentimiento de pesimismo se apodera de la intelectualidad, que ayer vio al capitalismo como una fuente inagotable de carreras y la garantía de un nivel de vida confortable.
Para salvar a los banqueros, el capitalismo se prepara para sacrificar al resto de la sociedad. Millones de personas se enfrentan a un futuro incierto. La ruina general no afecta sólo a la clase obrera, sino que se extiende a la clase media, a los estudiantes y catedráticos, a los investigadores y técnicos, a los músicos y artistas, a los profesores y a los médicos.
Hay un fermento general en la clase media, que encuentra su expresión más aguda en la intelectualidad. Esta es la base material del estado de ánimo que aflige a la clase media, una clase que, aplastada entre los grandes capitalistas y la clase obrera, siente agudamente la precariedad de su situación. Mientras algunos se están radicalizando hacia la izquierda, la mayoría, particularmente en el ambiente académico, están dominados por estados de pesimismo e incertidumbre.
Cuando dicen “no hay tal cosa como progreso”, lo que quieren decir es: la sociedad actual no nos da absolutamente ninguna garantía de que mañana no será peor que hoy. Y eso es correcto. Pero en lugar de sacar la conclusión de que es necesario luchar para derrocar el sistema actual que ha llevado a la humanidad a un callejón sin salida histórico y amenaza el futuro de la civilización y la cultura, si no a la raza humana misma, se encogen en un rincón en sí mismos, al tiempo que aliviaban su inquietante conciencia con el reconfortante pensamiento de que “de todos modos, no hay tal cosa como el progreso”.
De este prejuicio estrecho, de la falta de visión y de la cobardía intelectual, fluyen inevitablemente otras conclusiones más prácticas: el rechazo de la revolución en favor de los “pequeños hechos” (como argumentos insignificantes sobre palabras y “narrativas”), un retroceso a la subjetividad, a la negación de la lucha de clases, elevando “mi” particular opresión sobre la “tuya”, que a su vez conduce a una creciente compartimentación y, en última instancia, atomización del movimiento.
Hay, por supuesto, algunas diferencias entre esto y las ideas que Lenin combatió con tanta ferocidad en 1908. Pero las diferencias son meramente de forma. El contenido es muy similar, si no idéntico. Y las consecuencias prácticas son cien por cien reaccionarias.
Una era de apostasía
Lenin siempre fue honesto acerca de los problemas y dificultades. Su lema era: decir siempre lo que hay. A veces la verdad es desagradable, pero necesitamos decir la verdad siempre. La realidad es que, por una combinación de circunstancias, objetivas y subjetivas, el movimiento revolucionario ha sido rechazado y las fuerzas del genuino marxismo han quedado reducidas a una pequeña minoría. Esa es la verdad, y quienquiera que la niegue se está engañando a sí mismo y engañando a otros.
En las últimas décadas, la estridente demanda de una revisión de los postulados fundamentales del marxismo se ha vuelto ensordecedora. El marxismo, se nos informa, es sinónimo de “dogmatismo” o incluso de estalinismo. Esta búsqueda desesperada de “ideas modernas” que supuestamente sustituirán a las “viejas ideas desacreditadas” del marxismo no es en absoluto un accidente.
La clase obrera no vive aislada de otras clases y puede estar bajo la influencia de clases e ideologías ajenas. Vivimos y trabajamos en la sociedad y estamos constantemente bajo la presión de ideas y estados de ánimo de tendencias y clases ajenas. Los estados de ánimo generales de la sociedad también pueden penetrar en la clase obrera y sus organizaciones. En períodos en los que la clase no se mueve en general, las presiones de la burguesía y especialmente de la pequeña burguesía se intensifican.
Después del largo período en que los trabajadores cayeron en inactividad temporal, los elementos pequeñoburgueses se hicieron notar en el movimiento obrero, dejando a un lado a los trabajadores. La voz de los trabajadores fue ahogada por el coro de las personas “inteligentes” que habían perdido toda voluntad de pelear y estaban ansiosos de persuadir a los trabajadores de que la revolución sólo trae lágrimas y decepciones.
Después de la caída del estalinismo, hubo un estado general de confusión y retroceso ideológico. Muchas personas abandonaron el movimiento comunista, y el cinismo y el escepticismo se pusieron de moda. Desilusionados con las traiciones de los partidos socialistas y comunistas, los intelectuales de izquierda reaccionaron, no rompiendo con el estalinismo y el reformismo, sino alejándose totalmente de las ideas del marxismo y del socialismo revolucionario.
Muchos, especialmente los ex estalinistas, abandonaron el marxismo y la lucha por el socialismo y emprendieron misiones quijotescas en busca de “nuevos métodos” (que, como el cofre de oro en el extremo del arco iris, nunca encuentran). Para estos viejos cínicos, todos sus sueños juveniles de revolución ahora parecen una tontería (“los pecados de la juventud”, como al archi-revisionista Heinz Dieterich le gusta llamarlos). Y uno siente un impulso poderoso para ajustar cuentas con su pasado, para corregir estos pecadillos juveniles y así desalentar a la nueva generación de seguir el camino del pecado.
Las organizaciones del movimiento obrero fueron desplazándose gradualmente hacia la derecha. Los obreros fueron echados a un lado por los carreristas de clase media, que se apoderaron de las posiciones de liderazgo. Esto, a su vez, hizo que muchos trabajadores cayeran en la inactividad, llevando a un auge aún mayor del elemento pequeñoburgués.
En tales períodos, la voz del trabajador es ahogada por el estribillo reformista de: “innovaciones”, como el “nuevo realismo”, el “nuevo Laborismo”, etcétera. Las ideas de los pequeños burgueses se hacen predominantes. La idea de la política de clase y del socialismo revolucionario se proclama “anticuada”. En lugar del “marxismo dogmático” tenemos muchas, muchas ideas diferentes: el pacifismo, el feminismo, el ambientalismo – de hecho, cualquier “ismo” que te guste, excepto, por supuesto, el socialismo y el marxismo.
Trotsky explicó este fenómeno cuando escribió El Programa de Transición en 1938: “Las trágicas derrotas que el proletariado mundial viene sufriendo desde hace una larga serie de años han llevado a las organizaciones oficiales a un conservadurismo todavía más acentuado y, al mismo tiempo, a los “revolucionarios” pequeño-burgueses decepcionados, a buscar “nuevos” caminos. Como siempre en las épocas de reacción y decadencia, por todas partes aparecen magos y charlatanes que quieren revisar todo el desenvolvimiento del pensamiento revolucionario. En lugar de aprender del pasado, lo “corrigen”. Unos descubren la inconsistencia del marxismo, otros proclaman la quiebra del bolchevismo. Unos adjudican a la doctrina revolucionaria la responsabilidad de los crímenes y errores de quienes lo traicionan. Otros maldicen a la medicina porque no asegura una curación inmediata y milagrosa. Los más audaces prometen descubrir una panacea y mientras tanto recomiendan que se detenga la lucha de clases. Numerosos profetas de la nueva moral se disponen a regenerar al movimiento obrero con ayuda de una homeopatía ética. La mayoría de estos apóstoles se han convertido en inválidos morales sin batalla. Así, con el ropaje de revelaciones deslumbradoras no se ofrecen al proletariado más que viejas recetas enterradas desde hace mucho tiempo en los archivos del socialismo anterior a Marx.” (León Trotsky, El Programa de Transición).
Las cosas no son mejores con las sectas ultra-izquierdas que viven una miserable existencia en los márgenes del movimiento obrero. Aunque invocan a Marx, Lenin y Trotsky en cada oración, ni siquiera se molestan en reimprimir sus obras, prefiriendo más ideas “modernas” (o “posmodernas”) que han tomado sin crítica de la burguesía y de la pequeña burguesía. La secta Mandelista (el llamado Secretariado Unificado de la IV Internacional) es el ejemplo más claro de esto.
En el otro extremo, sectas como la Taaffista (CIT) y el SWP en Gran Bretaña y Lutte Ouvrière en Francia caen de nuevo en el pantano del “economicismo”, que Lenin condenó agudamente. La máscara demagógica del “obrerismo” y el rechazo a los estudiantes e intelectuales no es más que una fachada para disfrazar el desprecio por la teoría y la sustitución de la política revolucionaria por la llamada “política práctica” y los “problemas cotidianos”. Es difícil ver qué desviación es peor.
“Nuevas ideas por viejas ideas”
En la historia de Aladino, un malvado brujo se viste de vendedora callejera y ofrece lámparas nuevas y brillantes para intercambiar gratuitamente con las viejas. La princesa de Aladino acepta tontamente el ofrecimiento, y así pierde el poder del genio de la lámpara. Es un cuento entretenido, pero contiene un mensaje serio: es tonto intercambiar cosas de valor probado por el oro brillante, que resulta ser ilusorio.
Es irónico que precisamente en este momento, cuando la crisis del capitalismo ha reivindicado completamente el marxismo, hay una verdadera carrera en la “izquierda” para lanzar por la borda la teoría marxista, como si fuera un lastre inútil. Los ex “comunistas” ni siquiera hablan del socialismo y han enviado los escritos de Marx y Engels a la papelera.
Las ideas del marxismo revolucionario se presentan como anticuadas e irrelevantes. Los intelectuales de clase media y los “progresistas” se tropiezan entre sí en sus intentos de desacreditar el marxismo. Esta atmósfera general de confusión ideológica, el cuestionamiento de la “ortodoxia” marxista y el rechazo de la teoría pueden tener un efecto pernicioso incluso en nuestras propias filas.
Esta no es la primera vez que vemos estas cosas. Estas tendencias reformistas antirrevolucionarias siempre han estado presentes en el movimiento. Como hemos visto, Marx, Lenin, Engels y Trotsky tuvieron que lidiar con la misma campaña de las “nuevas ideas”, que siempre ha sido el grito de batalla de todo revisionista desde Dühring y Bernstein en adelante. Hemos tratado con algunas de estas “alternativas contemporáneas” en el libro de Alan Woods, Reformismo o Revolución, el Socialismo del Siglo XXI, una Respuesta a Heinz Dieterich.
Lo que refleja esta búsqueda incesante de revisar el marxismo es el desaliento de la capa más vieja que, desmoralizada por las derrotas y fracasos pasados, ha perdido la voluntad de luchar en la práctica por un cambio revolucionario, pero desea salvar su conciencia presentándose como marxistas que, habiéndose hecho “más maduros y sabios” han entendido que las “viejas ideas” no eran después de todo, más que sueños utópicos sin ninguna relevancia práctica para el mundo actual.
El único propósito de estos argumentos es desviar la atención de la juventud, causar la máxima confusión y actuar como una barrera para impedir que la nueva generación acceda al marxismo. Es sólo el espejo de la campaña de la burguesía contra el socialismo y el comunismo. Pero es mucho más peligroso y dañino que esta última, porque es una campaña emprendida bajo una bandera falsa.
Sus partidarios se oponen radicalmente a la revolución y al socialismo, pero no se atreven a admitirlo, posiblemente incluso entre ellos mismos (hasta qué punto creen realmente en las tonterías que escriben es algo que sólo un psicólogo experto puede decidir). Disfrazan su mensaje reaccionario antirrevolucionario y anti socialista bajo una gruesa capa de fraseología “izquierdista” y “radical” que hace que sea aún más difícil para la mayoría de las personas identificarlos. Las ideas del socialismo son diluidas, revisadas o simplemente abandonadas.
La tendencia marxista no es inmune a las presiones del capitalismo. El estado de ánimo confuso y pesimista de los intelectuales de clase media a veces puede encontrar eco en el movimiento marxista, donde se manifiesta como un ataque constante a la “atrofiante ortodoxia” y un constante llamamiento a “algo nuevo” que nos recuerda mucho la llamada de sirena del mago de Aladino.
Los peligros del trabajo entre los estudiantes
Los socialistas revolucionarios están acostumbrados a los furiosos embates contra el socialismo y el comunismo, no sólo de los defensores abiertos del capitalismo y el imperialismo, sino también los reformistas (tanto de derecha como de izquierda) y de los llamados intelectuales radicales pequeño-burgueses, algunos de los cuales desean luchar contra el capitalismo, pero no tienen la menor idea de cómo hacerlo.
Hemos insistido mucho en la importancia del trabajo entre los estudiantes y los jóvenes, y esto nos está dando resultados muy importantes, no sólo en Gran Bretaña, sino también en muchos otros países, incluyendo Estados Unidos y Canadá. Debemos continuar con esta orientación para el futuro previsible, pero también debemos considerar cuidadosamente la forma en que se lleva a cabo.
Es cierto que el trabajo entre los estudiantes tiene enormes posibilidades para nosotros. Pero es igualmente cierto que contiene muchos riesgos y peligros. Debemos mantener siempre los ojos abiertos a estos peligros, para evitar consecuencias muy graves. Hay que tener en cuenta que las universidades son un medio ajeno, lleno de gente de clases ajenas y fuertemente bajo la influencia de ideas burguesas y pequeñoburguesas.
El medio estudiantil sigue siendo abrumadoramente burgués y pequeño burgués, lo que también afecta a estudiantes que son de origen obrero. En muchos casos están demasiado ansiosos por subir la escalera social y luego darle una patada, dejando a su clase lejos detrás de ellos en su prisa por convertirse en médicos, abogados y políticos. Esto puede no ser siempre el caso, pero lo es con demasiada frecuencia.
Las universidades son una correa de transmisión para la propagación de ideas burguesas reaccionarias en la sociedad. Son verdaderos invernaderos donde el burgués desarrolla mil y una ideas extrañas y maravillosas para confundir y engañar a la juventud y alejarla de la revolución. Las universidades no son “templos de aprendizaje” sino fábricas para la producción en masa de defensores ideológicos del capitalismo.
En la época de la decadencia senil del capitalismo las universidades se han convertido en un pantano venenoso en el que las ideas reaccionarias están floreciendo, y nadie parece tener las agallas de combatirlas de frente.
Es el primer deber de los estudiantes marxistas combatir estas ideas, no sólo las ideas abiertamente reaccionarias del establishment académico burgués, sino también de la infinidad de nociones confusas de los elementos pequeñoburgueses “progresistas” y “radicales” que pretenden estar en contra del sistema, pero que en la práctica se limitan a la furia impotente contra este o aquel síntoma.
Un arma ideológica de la reacción
No es coincidencia que estas ideas ganaran preeminencia en las universidades a finales de los años 80 o en los 90. Mientras la lucha de clases retrocedía, una amplia campaña antimarxista fue desplegada en las universidades. Individuos que habían estado involucrados en los movimientos revolucionarios de los 70 y principios de los 80 fueron llevados a las universidades y se les otorgaron puestos privilegiados con el objetivo de atacar al marxismo.
Estos ataques fueron en parte crudos y abiertamente pro-capitalistas, pero otros se presentaron bajo formas más sutiles y astutas. La interseccionalidad y la política identitaria ofrecieron a los intelectuales de “izquierdas” una forma fácil de dar la espalda la lucha de clases y abandonar el socialismo, mientras seguían rindiendo pleitesía a “las causas progresistas”.
No es coincidencia que estas ideas estén siendo impulsadas en todo el sistema educativo por la clase dominante. Por ejemplo, los orígenes de la teoría queer se remontan a la ola de posmodernismo y de otras teorías idealistas y subjetivistas que se desarrollaron en contra del marxismo en las últimas décadas. Un documento de la CIA recientemente desclasificado de 1985 llamado Francia: la deserción de los intelectuales de izquierda revela la alegría de los servicios de inteligencia estadounidenses ante el giro a la derecha de la academia.
“Los fracasos de la política de Mitterrand y su efímera alianza con los comunistas puede haber acentuado el descontento hacia su gobierno, pero los intelectuales de izquierda se han estado alejando del socialismo –tanto del partido como de la ideología– al menos desde principios de los años 70. Dirigidos por un grupo de jóvenes renegados de las filas del comunismo que se pusieron la etiqueta de Nuevos Filósofos, muchos intelectuales de la Nueva Izquierda han rechazado el marxismo y desarrollado una antipatía arraigada hacia la Unión Soviética. El anti-sovietismo, de hecho, se ha convertido en una marca de identidad y fuente de legitimidad en los círculos de izquierda, debilitando el anti-americanismo tradicional de los intelectuales de izquierda y ayudando a la cultura estadounidense –incluyendo su programa político y económico– a encontrar una nueva popularidad. (El énfasis es nuestro)
El informe continúa:
“La bancarrota de la ideología marxista. La insatisfacción hacia el marxismo como sistema filosófico –como parte de una retirada más amplia de la ideología entre intelectuales de todo el abanico político– fue la fuente de una desilusión especialmente fuerte y extendida con la izquierda tradicional. Raymond Aaron trabajó durante muchos años para desacreditar a su antiguo compañero del colegio mayor Sartre y, a través de él, todo el armazón intelectual del marxismo francés. Incluso más efectivo para socavar el marxismo han sido, sin embargo, aquellos intelectuales que, presentándose como estudiosos del marxismo en las ciencias sociales, acabaron repensando y rechazando toda la tradición.
“Entre los historiadores franceses de la posguerra, la influyente escuela de pensamiento asociada a Marc Bloch, Lucien Febvre y Fernand Braudel ha sobrecogido a los historiadores marxistas tradicionales. La escuela de los Annales, como se la conoce, tomando el nombre de su revista, pusieron la historiografía francesa cabeza abajo en los 50 y 60 fundamentalmente por cuestionar y luego rechazar las teorías marxistas de progreso histórico dominantes hasta entonces. Aunque muchos de sus exponentes afirman que pertenecen ‘a la tradición marxista’, tan sólo quieren decir que usan el marxismo como un punto de partida crítico para descubrir las tendencias de la historia social. En su mayor parte, han concluido que las nociones marxistas de la estructura del pasado –de las relaciones sociales, los patrones de los acontecimientos y su influencia a largo plazo– son simplistas e inútiles. En el campo de la antropología, la influyente escuela estructuralista de Claude Levi-Strauss, Foucault y otros llevó a cabo prácticamente la misma tarea. Aunque las metodologías del estructuralismo y de los Annales ahora atraviesan un mal momento (los críticos les acusan de ser demasiado difíciles para ser entendidas por la gente normal), creemos que su tarea demoledora de la influencia marxista en las ciencias sociales probablemente perdure como su contribución profunda a la academia moderna tanto en Francia como en otros países de Europa occidental.” (El énfasis es nuestro)
Igualmente, la CIA participó en apoyar secretamente una serie de publicaciones de la izquierda “anti-totalitaria”, como la Partisan Review, Der Monat (que publicaba artículos de Adorno, Arendt, y otros), Mundo Nuevo y demás. El denominador común de estas revistas era la defensa del “intelectual”, en oposición a la lucha de clases.
Precisamente de las manos de estos intelectuales vinieron las ideas pequeñoburguesas que hoy dominan las universidades. Foucault es visto como el padre de la teoría queer. Conforme se atenuaba la lucha de clases, tras las traiciones innumerables de los dirigentes, estas damas y caballeros concluyeron que eran de hecho la lucha de clases y la clase obrera las que estaban defectuosas y no sus direcciones. En sus mentes, la lucha de clases se disolvió en una serie infinita de pequeñas luchas individuales sin características comunes.
En tanto en cuanto reconocían la lucha de clases denigraban, en cambio, el supuesto “atraso” de la clase obrera y exigían un cambio en el “discurso”, en vez de una dirección valiente frente a los dirigentes cobardes que estaban a la cabeza del movimiento. Como vemos en el informe de la CIA, la clase dominante, lejos de sentirse amenazada por estas nuevas ideas “radicales”, les dio la bienvenida sinceramente como herramientas útiles en la lucha ideológica contra el marxismo.
“Interseccionalidad” y “políticas de identidad”
Una de las variantes más recientes de la política de identidad que afecta a la pequeña burguesía radical es el concepto de interseccionalidad. No se trata sólo de una pequeña desviación o confusión por parte de jóvenes bien intencionados, sino una ideología completamente retrógrada, reaccionaria y contrarrevolucionaria que debemos combatir con todos los medios a nuestra disposición.
La clase dominante siempre se ha esforzado por sembrar la división en la clase obrera, siguiendo la vieja táctica de divide y vencerás. Utiliza todos los medios a su alcance para enfrentar a un sector de trabajadores contra otro: el racismo, la cuestión nacional, el idioma, el género o la religión – cada uno de estos ha sido usado y se sigue utilizando para dividir a la clase obrera y desviar su atención de la lucha de clases entre ricos y pobres, explotadores y explotados.
Este hecho es bien conocido y comprendido casi universalmente en la izquierda. Pero en la lucha contra el racismo, el sexismo y otras formas de opresión que existen en la sociedad, es posible ir al otro extremo, abandonar el punto de vista de clase y caer en el juego de la clase dominante poniendo lo que nos divide por encima de todo lo demás, ignorando las raíces de la opresión en la sociedad de clases, promoviendo los intereses sectoriales de tal o cual grupo en detrimento de la lucha de clases unida.
La mayoría de los que se concentran en formas particulares de opresión tienden a ignorar o minimizar la base real de la opresión, que se encuentra en la propia sociedad clasista. Se oponen a cualquier intento de unir a la clase obrera en una lucha revolucionaria contra el capital, insistiendo en que nos concentremos en este o aquel tema. Los resultados son extremadamente negativos.
En un número cada vez mayor de casos, las autoridades universitarias y las organizaciones estudiantiles, ocultándose detrás de la “corrección política”, la política de identidad y un supuesto deseo de no herir las sensibilidades de ciertas personas, están practicando una política de discriminación y censura flagrante, prohibiendo hablar a ciertas personas –no sólo a racistas y fascistas, sino también cada vez más, a izquierdistas.
El siguiente ejemplo horrible de Canadá es suficiente para desenmascarar las actividades contrarrevolucionarias de estos grupos. Después de las elecciones en Estados Unidos, un grupo de jóvenes de Toronto, espontáneamente, estuvo tratando de organizar una manifestación anti-Trump a través de Facebook. Estos jóvenes fueron inmediatamente sometidos a un torrente de ataques e insultos por parte de la gente de la “política de identidad” que los denunció en los términos más violentos por no tener un orador negro en su acto, etc. Como resultado, estos jóvenes, sintiéndose intimidados, fueron desmoralizados y empujados a dejar el movimiento. Este no es un caso aislado, sino que es totalmente típico de las tácticas reaccionarias de esta tendencia.
Ha llegado el momento de llamar a las cosas por su verdadero nombre, es decir, de afirmar claramente que la política de identidad y todas las tonterías relacionadas con ella que ha levantado su cabeza en los últimos años representan una tendencia claramente reaccionaria, que debe ser combatida con el máximo vigor.
La cuestión nacional
Se puede establecer una cierta analogía entre la llamada política de identidad y la cuestión nacional. Por supuesto, toda analogía tiene sus límites. Pero en este caso, la analogía es muy llamativa y se puede explicar de manera simple: Los marxistas se oponen a y combatirán cualquier forma de opresión o discriminación, ya sea por motivos de nacionalidad, género, etnicidad, idioma, religión o cualquier otra cosa. Y eso es suficiente.
Los marxistas defenderán a las naciones oprimidas contra los estados imperialistas poderosos y depredadores. Estamos en contra de la opresión en todas sus formas. Ese es nuestro punto de partida. Pero estas proposiciones elementales de ninguna manera agotan la cuestión de una actitud marxista respecto a la cuestión nacional. Después de A, B y C hay más letras en el alfabeto.
Marx explicó que la cuestión obrera es siempre la cuestión más importante, y que la cuestión nacional siempre está subordinada a ella. El derecho de las naciones a la autodeterminación no es un derecho absoluto fuera del tiempo y del espacio. Siempre está subordinado a los intereses generales de la revolución proletaria internacional. Lenin con frecuencia enfatizaba el mismo punto. La lucha de la clase obrera contra el capitalismo exige la plena solidaridad y la más estrecha unidad de los trabajadores de todas las naciones.
Al luchar contra toda manifestación de opresión o discriminación nacional, es necesario resistir los intentos de los nacionalistas burgueses y pequeños burgueses de subordinar a los trabajadores a sus puntos de vista y políticas particulares. En El programa nacional del POSDR (1913), escribió lo siguiente:
“Al obrero asalariado tanto le da que su principal explotador sea la burguesía rusa más que la alógena, como la burguesía polaca más que la hebrea, etc. Al obrero asalariado que haya adquirido conciencia de los intereses de su clase le son indiferentes tanto los privilegios estatales de los capitalistas rusos como las promesas de los capitalistas polacos o ucranianos de instaurar el paraíso en la tierra cuando ellos gocen de privilegios estatales. El desarrollo del capitalismo prosigue y proseguirá, de uno u otro modo, tanto en un Estado heterogéneo unido como en Estados nacionales separados”.
Es bien sabido que Lenin apoyó sistemáticamente la exigencia del derecho de las naciones a la autodeterminación, hasta el punto de, e incluida, la separación. Pero eso es sólo un lado de la ecuación. Lenin también defendió la unidad de la clase obrera y sus organizaciones y se opuso implacablemente a cualquier sugerencia de creación de organizaciones de trabajadores basadas en líneas nacionales (¿nos atrevemos a decir, en líneas de “política de identidad”?)
En sus escritos sobre la cuestión nacional, junto con su insistencia en el derecho de las naciones a la autodeterminación, incluida la separación, Lenin también enfatizó la necesidad de que los marxistas establecieran una línea clara de demarcación entre ellos y los nacionalistas y demócratas pequeñoburgueses:
“En segundo lugar, en nuestro país, la inevitable lucha por separar al proletariado de la democracia burguesa general y de la democracia pequeñoburguesa – lucha que en esencia es igual a la sostenida en todos los países– se desarrolla en una situación de total victoria teórica del marxismo en Occidente y en nuestro país. Por consiguiente, en su forma no es tanto una lucha por el marxismo, como por o contra las teorías pequeñoburguesas que se ocultan detrás de frases «casi marxistas»“. (El programa nacional del POSDR, 1913)
Siempre defenderemos los derechos de las naciones oprimidas contra sus opresores. Pero esto no significa que debamos aceptar las imposiciones de la burguesía de las naciones oprimidas o subordinar los intereses de la clase obrera a sus demandas. Por el contrario, es el primer deber sobre todo de los trabajadores de una nación oprimida librar una lucha implacable contra su propia burguesía nacional, exponiendo sus reivindicaciones demagógicas y resistiendo todos los intentos de subordinar a los trabajadores de la nación oprimida a “su” burguesía.
En El derecho de las naciones a la autodeterminación, escrito en febrero-mayo de 1914, escribe: “La burguesía plantea siempre en primer plano sus reivindicaciones nacionales. Y las plantea de un modo incondicional. El proletariado las subordina a los intereses de la lucha de clases”.
Los judíos sufrieron la opresión más terrible en la Rusia zarista. Los obreros judíos eran doblemente oprimidos –como obreros y también como judíos. Los bolcheviques defendían los derechos de los judíos y luchaban armados contra los pogromistas antisemitas. Sin embargo, Lenin denunció de la manera más enfática los intentos del Bund judío de reclamar un estatus especial dentro del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. Él les negó el derecho de hablar exclusivamente en nombre de los trabajadores judíos. Dijo que aceptar tales exigencias sería apartarse de la política proletaria y subordinar los trabajadores a la política de la burguesía. Los bundistas se escandalizaron y atacaron a Lenin por su supuesta falta de sensibilidad a los problemas del pueblo judío, pero Lenin simplemente se encogió de hombros. Los principios de la unidad de clase proletaria y el internacionalismo tenían que prevalecer sobre la cuestión nacional.
Hagamos una analogía entre la actitud de Lenin hacia la opresión nacional y la cuestión de la “política de identidad” en general y del feminismo en particular. Las feministas burguesas y pequeñoburguesas, al igual que los nacionalistas burgueses, exigen categóricamente que la cuestión de género tenga prioridad sobre todas las demás y que las mujeres obreras deben identificarse en primer lugar ante todo con todas las demás mujeres, incluyendo sobretodo, las intelectuales burguesas y pequeñoburguesas que dominan el movimiento feminista.
Respondemos a sus insistentes demandas de la siguiente manera: aunque luchamos por defender los derechos de las mujeres, no estamos dispuestos a subordinarnos al liderazgo de mujeres burguesas y pequeñoburguesas que persiguen sus propios intereses bajo el pretexto de luchar por la causa de “todas las mujeres”. Los intereses de las mujeres de la clase trabajadora son fundamentalmente los mismos que los de los hombres de la clase trabajadora. Todos son oprimidos y explotados por los banqueros y los capitalistas, y les es indiferente que estos banqueros y capitalistas sean hombres o mujeres.
Las mujeres de la clase obrera son oprimidas no sólo como trabajadoras, sino también como mujeres, y que se enfrentan con cuestiones específicas que deben ser incluidas en nuestras reivindicaciones programáticas. Sin embargo, no podemos confiar en que los elementos burgueses y pequeñoburgueses vayan a luchar por las reivindicaciones de las mujeres obreras, ya que en última instancia sus intereses no coinciden, y son mutuamente antagónicos.
En el caso de la cuestión nacional, el antagonismo entre los obreros y los campesinos y la burguesía nacional se expresaba con frecuencia en forma de guerra civil. ¿Cuál era la actitud de los bolcheviques en tales casos? Tomemos un ejemplo específico de la Revolución Rusa. ¿El movimiento nacional en Finlandia era progresista o reaccionario? Los bolcheviques concedieron el derecho de autodeterminación a las nacionalidades oprimidas, incluidos los finlandeses y los polacos. Pero eso es solo la mitad de la historia. En Finlandia, hubo una guerra civil entre los bolcheviques y los blancos, los últimos combatiendo bajo la bandera de la independencia finlandesa.
No hay duda de que si los bolcheviques hubieran tenido una fuerza militar suficientemente fuerte, habrían intervenido en Finlandia para aplastar a los nacionalistas burgueses y apoyar a los trabajadores, y la victoria de los trabajadores finlandeses no habría llevado a la independencia, sino a la entrada de Finlandia en la República Soviética.
Trotsky, de hecho, escribió una vez que el nacionalismo de los oprimidos puede ser la “cáscara exterior de un bolchevismo inmaduro”. Esa afirmación es perfectamente correcta –en algunos casos. Pero no es cierta en todos los casos. El nacionalismo de las nacionalidades oprimidas puede ser la cáscara exterior de un bolchevismo inmaduro; también puede ser la cáscara externa de un fascismo naciente. Eso depende de circunstancias concretas.
Por ejemplo, si la correlación de fuerzas hubiera sido diferente, el derecho a la autodeterminación de los finlandeses habría estado completamente subordinado a los intereses de la revolución proletaria internacional. Por desgracia, la República Soviética aún no poseía el Ejército Rojo, y la revolución finlandesa fue aplastada por los Blancos. En este caso sería totalmente reaccionario afirmar que el nacionalismo finlandés era el “cascarón exterior de un bolchevismo inmaduro” Se podrían citar muchos ejemplos similares.
Racismo y política de identidad
Estados Unidos es un país increíblemente diverso, en gran medida debido a una larga y brutal historia de guerras, conquista y esclavitud. Pero en un momento en que el joven capitalismo americano tenía confianza en sí mismo y en su futuro y podía absorber oleada tras oleada de inmigrantes inscribió en su Estatua de la Libertad: “Dame tus cansadas, tus pobres, tus apiñadas masas que desean respirar libres”. Esto se ha convertido en su contrario. La decadencia senil del capitalismo americano encuentra una expresión gráfica en las políticas reaccionarias, estrechas y xenófobas de Donald Trump. La política de “América primero” significa un intento de volver a las viejas políticas de aislacionismo en un momento en que es imposible que los Estados Unidos se desvinculen del resto del mundo y por lo tanto de la crisis mundial del capitalismo.
La demagogia reaccionaria de Trump tiene como objetivo confundir a los trabajadores de los Estados Unidos culpando del desempleo y la pobreza a los inmigrantes y a los extranjeros. Hay una intensificación del racismo y eso provoca un estado de ánimo de miedo entre los inmigrantes y las no blancos. Entre estas capas la idea de la “política de identidad” puede encontrar un eco. Eso es comprensible. Pero como cualquier otra cosa, una idea correcta cuando se lleva a un extremo se convierte en su contrario.
En los Estados Unidos hay una larga historia de “identidad” que precede a las más recientes “políticas de identidad”. El concepto de identidad en el sentido de identificarse como irlandés americano, ítalo americano, judío estadounidense, etc., fue utilizado para empujar la idea de que los trabajadores irlandeses americanos deben identificarse con los patronos irlandeses americanos, los trabajadores ítalo americanos con patronos italo americanos, los judíos estadounidenses con los patronos judíos y, más recientemente, los obreros negros y latinos con los patronos negros y latinos. Esto fue utilizado de manera reaccionaria para dividir a los trabajadores de acuerdo con sus orígenes étnicos y así debilitar a la clase obrera en su conjunto.
A pesar de esto, para un joven negro querer afirmar su identidad y sentirse orgulloso de la misma es una reacción comprensible y justificada ante el tipo de racismo institucionalizado que desde hace generaciones ha despreciado al pueblo negro, negándole ningún lugar en la historia y la cultura en la tierra de su nacimiento. Es el mismo sentimiento que desarrollan algunos grupos indígenas en Latinoamérica que cansados de la explotación y sometimiento, se sienten orgullosos de ser indígenas y quieren defender su lengua y cultura.
Del mismo modo, es evidente que los marxistas deben oponerse activamente a cualquier discriminación y opresión de las personas por su orientación sexual, etnia o identidad de género, luchando por abolir todas las leyes reaccionarias sobre el matrimonio y similares. Eso forma parte integral de la lucha general contra la derecha y la clase dominante. Los marxistas denunciamos toda opresión, sea quien sea el que la sufre. Todas las lacras del capitalismo, desde la opresión de la mujer a los desastres medioambientales, o la opresión de las pequeñas nacionalidades, nos llenan de rabia contra el sistema. Nuestra bandera es la de “si tocan a uno, nos tocan a todos”. El marxismo es una doctrina integral de lucha para la liberación de la humanidad, que coloca a la clase trabajadora a la cabeza de esa lucha por ser la clase social oprimida más revolucionaria, por su papel especial en la producción y en la sociedad, y por ser el producto más genuino del sistema capitalista. Este papel dirigente de la clase trabajadora en la lucha contra todo tipo de opresión también se deriva de sus propias condiciones de vida y de trabajo que contienen, embrionariamente, los elementos futuros de la sociedad socialista, que excluye la división en clases sociales, la opresión de una nación o pueblo por otro y, por supuesto, la opresión de la mujer por el hombre.
Esta solidaridad activa es completamente incompatible con la noción de alianza, que surge de la insistencia de las políticas de identidad en la primacía de la experiencia subjetiva. Debido a que se argumenta que solo aquellos que han vivido la opresión la entienden y son capaces de luchar contra ella, aquellos que simpatizan con la difícil situación de los grupos oprimidos y marginados son relegados a un papel secundario como partidarios pasivos.
Pero la llamada “política de identidad” es en realidad perjudicial para la causa de las mujeres, los negros, los inmigrantes, los indígenas y las personas LGBT. Profundiza las divisiones raciales aunque pretenda superarlas, y estrangula la libertad de expresión y hace imposible un debate racional. Los demagogos políticos y los fanáticos pequeñoburgueses sustituyen los argumentos con denuncias estridentes para acallar a cualquiera que se atreva a cuestionar su “corrección política”. Se genera una atmósfera de histeria.
Estas personas asumen que problemas políticos y sociales pueden reducirse a los problemas de los grupos oprimidos. Parecen pensar que la exigencia de una justicia codificada por el color y el género resolverá todos los problemas. En realidad, los problemas de las minorías oprimidas son un reflejo de las profundas contradicciones del capitalismo, no su causa. De esta manera, estas demandas desvían la atención de los verdaderos problemas y siembran interminables confusiones y divisiones. Esta gente acusa a los marxistas de ignorar la lucha de los oprimidos. Alegan que esperamos una revolución que resuelva todos los problemas y no tenemos respuestas para el aquí y ahora. Nada más lejos de la realidad. Nosotros abogamos por métodos de lucha de clases para luchar contra la opresión. Proponemos tácticas combativas de masas contra toda injusticia. Son los defensores de la política de identidad reformista los que hacen modificaciones menores con cuotas y legalismos dejando intacta la estructura del capitalismo. Siembran confusión y dividen a la gente en grupos cada vez más pequeños, dejándoles impotentes para luchar contra la fuente real de la opresión y la explotación. Nosotros simplemente explicamos que los problemas de los oprimidos son un reflejo de contradicciones profundas de la sociedad de clases y que es utópico pensar que estos problemas se pueden resolver completamente mientras siga existiendo la esclavitud de clases. Solo la unidad más amplia de todos los sectores de los oprimidos y explotados puede combatir la opresión hoy, y preparar el camino para el derrocamiento del capitalismo.
La política de la división
No hay ninguna duda de que el racismo es un tema importante en la sociedad capitalista. La clase dominante siempre lo ha usado para dividir y debilitar a la clase obrera, enfrentando a un grupo social contra otro sobre la base de su etnicidad, color de piel, idioma, etc. La lucha contra el racismo en todas sus formas es, por lo tanto, una prioridad para los marxistas que siempre se esforzarán por lograr la máxima unidad de la clase obrera en su lucha contra el capital.
En ningún país avanzado tiene la lucha contra el racismo tan gran importancia como en los Estados Unidos. El surgimiento del movimiento de Las Vidas Negras Importan es la expresión del deseo de millones de negros de luchar contra la violencia policial, la discriminación y el racismo. Eso es totalmente progresista y debemos apoyarlo.
Sin embargo, la tendencia a “teorizar” este fenómeno ha llevado a exageraciones que pueden tener resultados negativos, particularmente para la justa lucha de los negros por sus derechos. Los marxistas luchamos contra el racismo y la violencia policial, pero no estamos bajo ninguna obligación de aceptar una ideología unilateral y falsa que no ayuda en absoluto a esta lucha sino que la debilita y la dificulta.
Sin lugar a dudas, existen numerosas formas de opresión además de la explotación de clase, como el racismo, el sexismo, la homofobia, la transfobia, etc. Como marxistas, reconocemos y luchamos contra todas las formas de opresión. El problema con la interseccionalidad es que enfatiza lo que nos divide sobre lo que nos une, centrándose en las combinaciones infinitas de diferentes formas de opresión y el llamado “privilegio” que cada persona puede experimentar y argumentando que, como resultado, todos tenemos intereses en conflicto. Esto enfrenta a los diferentes grupos oprimidos y capas de la clase trabajadora uno contra el otro en lugar de promover el tipo de lucha de clase colectiva y combativa que se requiere para luchar contra la opresión y acabar con la explotación de clase.
Según la prominente feminista interseccional Patricia Hill Collins, “todos los grupos poseen diversos grados de castigo y de privilegio” y “según el contexto, un individuo puede ser un opresor, un miembro de un grupo oprimido, o simultáneamente opresor y oprimido”. Ella usa el ejemplo de mujeres blancas que son castigadas por su género pero privilegiadas por su raza. El problema con este punto de vista es que sugiere que si una persona no experimenta una determinada forma de opresión, entonces es un opresor que tiene interés en mantener esa forma de opresión sobre los demás. Este enfoque en el individuo como perpetrador principal de la opresión solo sirve para atomizar aún más las luchas de los oprimidos. Además, ninguna capa de la clase trabajadora tiene interés alguno en mantener la opresión de ninguna otra. Justamente, lo opuesto.
En vez de unir a todos los oprimidos en una lucha común contra el capitalismo y el Estado burgués, los “interseccionalistas” quieren dividir la lucha en sus partes componentes más pequeñas: enfrentando a las mujeres negras contra los hombres negros, las mujeres negras con discapacidad contra las mujeres negras sin discapacidad, etc. Al dividir y separar las cosas de esta manera están dividiendo el movimiento, desviando la atención de las cuestiones principales y enfrentando a diferentes grupos de oprimidos entre sí.
Por lo tanto, a cada segmento separado se le invita a afirmar sus derechos contra los derechos de los otros. Así se divide el movimiento en partes cada vez más pequeñas. Mientras tanto, los verdaderos opresores, los banqueros y los capitalistas, los barones de la prensa y los jefes de policía, los reaccionarios y los racistas, se frotan las manos y observan con alegría mientras el movimiento consume sus energías en una miríada de disputas y conflictos sin sentido.
Esto lleva a ataques de algunos activistas contra otros activistas por su supuesto ranking en una “jerarquía de privilegio”. Así, se dice que los hombres negros son “privilegiados” en comparación con las mujeres negras, etc. La lista es interminable y el resultado inevitable es la atomización del movimiento en mil fragmentos. En lugar de luchar contra el enemigo común, se promueve que cada segmento de los oprimidos se concentre en su propia opresión y discutiendo contra todos los demás segmentos de los oprimidos.
En lugar de la lucha de masas, pequeños grupos de activistas participan en sus propias batallas aisladas sobre temas particulares. Pero las cosas no terminan ahí. Si llevamos esta idea a su conclusión lógica, no es posible ninguna organización ya que inevitablemente cada individuo es único, y tiene su propia experiencia única del capitalismo. Hablar de “aliados” y de juntarse no es más que una tapadera para ocultar el enfoque divisorio que ellos defienden.
Un ejemplo de los absurdos extremos a los que estas ideas conducen es el furor reciente sobre la transfobia de feministas radicales, como Julie Bindel, Germaine Greer y otras que han hecho una serie de comentarios inflamatorios sobre mujeres transgénero, básicamente acusándolas de “no ser auténticas mujeres”. Esta es una expresión de la obsesión de la política de identidad por definir a qué categoría pertenece cada uno. Además, en lugar de confrontar políticamente el desacuerdo de sus ideas, ambas partes responden con boicots, no compartiendo espacios de discusión, haciendo protestas y vandalismo que obligan a cancelar sus actos públicos e impedir el debate.
Si bien es cierto que cada segmento de los oprimidos experimenta la opresión de una manera diferente, se puede argumentar con igual validez que cada individuo también experimenta las cosas de manera diferente, y por lo tanto ninguna otra persona puede entender mis problemas, que son mi propiedad personal. Este argumento nos lleva de vuelta a la maraña filosófica del idealismo subjetivo que Lenin demolió completamente en Materialismo y Empiriocriticismo. El idealismo subjetivo inherente a la interseccionalidad se expone en su forma más cruda en el siguiente pasaje de Patricia Hill Collins: “la matriz dominante de dominación alberga múltiples grupos, cada uno con diferentes experiencias de penalización y privilegio que producen perspectivas parciales correspondientes … Ningún grupo tiene un ángulo de visión claro. Ningún grupo posee la teoría o metodología que le permita descubrir la ‘verdad’ absoluta’“.
Abandonando el punto de vista de clase
En los artículos y discursos de los “interseccionalistas”, rara vez se encuentra ninguna mención a la clase, mucho menos a la clase obrera.
En esos raros momentos en que se menciona a la clase, no se expresa de una manera marxista, sino como una forma de discriminación (“clasismo”), uno de las muchas y de ningún modo la más importante. La clase obrera ya no es la productora de toda la riqueza, explotada en un proceso productivo, sino sólo una categoría más de personas “discriminadas”: otro caso triste de ex-izquierdistas que han abandonado completamente el punto de vista del comunismo y la revolución socialista.
En lugar de encontrar la raíz de la opresión en la sociedad de clases y, bajo el capitalismo, en la dominación económica de los banqueros y los capitalistas, los “interseccionalistas” tratan de encontrarla en el comportamiento social de las personas y en el lenguaje que usan. La opresión de las mujeres hoy no es el resultado de la esclavitud asalariada capitalista, sino el resultado del uso de lenguaje discriminatorio o de estructuras discriminatorias en las organizaciones.
En los países. ex coloniales, gracias a la bancarrota ideológica del estalinismo diferentes grupos o tendencias buscaron, después del triunfo de la revolución China y la cubana, una nueva forma, más original, fuera de la “ortodoxia marxista” una nueva filosofía de la liberación. Esta supuesta filosofía argumenta que la clave de la liberación de los países ex coloniales es desechar el pensamiento y el lenguaje eurocéntrico, esto desembocará en una descolonización epistemológica y de pensamiento. Esto será la base para pensar de forma “original” la historia de estos países, y ahí comenzará la liberación. Este pensamiento reformista y reaccionario nos invita, no ha luchar contra la burguesía y sus formas de explotación tan brutales, sino encontrar, epistemológicamente hablando, nuevas salidas.
Desde este punto de vista, lo que se requiere no es una revolución dirigida a la reconstrucción radical de la sociedad desde los cimientos, sino la reforma y un cambio en la mentalidad y la conducta de las personas. El objetivo no es cambiar la sociedad, sino esforzarse por alcanzar la autorrealización individual en abstracto – olvidando el hecho de que mientras exista el capitalismo, existirán la opresión y la explotación.
El partido revolucionario es una herramienta de la clase obrera para tomar el poder y transformar la sociedad. No es una copia en miniatura de la nueva sociedad, sino el catalizador para crearla. No hace falta decir que combatimos cualquier expresión de opresión en nuestras filas y en nuestra actividad política. Sin embargo, los interseccionalistas imaginan que pueden construir una organización pura, purgada de conductas discriminatorias, capaz de crear una sociedad libre de discriminación. No entienden que cualquier organización estará bajo la presión de la sociedad en la que se construya. Por ejemplo, la opresión de la mujer bajo el capitalismo hace que sea improbable que haya una representación igual de hombres y mujeres en la mayoría de las organizaciones mientras que exista el capitalismo. Debemos eliminar todas las barreras para que las mujeres y otros grupos oprimidos participen, pero no podemos eliminar las presiones de la sociedad de clases, mientras que exista la sociedad de clases. Los interseccionalistas terminan por concentrar toda su energía en la construcción de este prototipo utópico de la sociedad futura dentro de los límites de la vieja, en lugar de construir la organización que pueda en la práctica poner fin a esta sociedad y su comportamiento discriminatorio. Esta concepción idealista es una completa negación de la concepción materialista y dialéctica de la sociedad. La concepción idealista también se revela en los tipos de “reformas” que proponen algunos sectores de este movimiento: “lenguaje de género neutro”, “educación de género neutro”, etc. De esta manera, los “interseccionalistas” imaginan que de alguna manera la raíz de la opresión está en las malas ideas que pueden ser simplemente “erradicadas mediante la educación”, una concepción completamente reformista y utópica.
“¿Distintas escuelas de feminismo?”
En los últimos años, hemos sido testigos de movimientos masivos contra la opresión y la discriminación en varios países. Desde el movimiento Black Lives Matter en sus inicios contra el asesinato policial de jóvenes negros, hasta el referéndum del matrimonio homosexual en Irlanda, el movimiento en defensa del derecho al aborto en Polonia y el movimiento contra la violencia a la mujer en Argentina, México y otros países. Estos movimientos reflejan un sentimiento progresista con el que debemos conectar y contienen un elemento de cuestionamiento del sistema en su conjunto.
En el Estado Español la huelga del 8 de marzo y el movimiento contra la violación en grupo de “La Manada”, con la participación de cientos de miles e incluso millones, se dieron bajo el nombre del feminismo. A los ojos de las masas, la palabra ha adquirido el significado de “lucha por la igualdad para las mujeres”. Sin embargo, los dirigentes de las organizaciones que llamaron a la huelga feminista del 8 de marzo son feministas en el sentido de que defienden la teoría feminista. Sostienen que la lucha por la liberación de la mujer debe ser “transversal” (es decir cortando divisiones de clase y políticas), que los hombres pueden en el mejor de los casos ser “aliados” y no deberían haber participado en la huelga, sino que su papel debería haber sido reemplazar a las mujeres en huelga en sus trabajos, y también promueven la idea de que la explotación de la mujer bajo el capitalismo se da en la reproducción de la mano de obra y por lo tanto debemos luchar por “un salario para las tareas domésticas”. En la medida que el movimiento se convirtió en un movimiento de masas, la mayoría de las participantes probablemente no conocían muchas de estas ideas.
En estas condiciones algunos compañeros han planteado la idea de que debemos adoptar la palabra “feminista” y describirnos como tales. Nosotros no pensamos que esto sea correcto ni necesario. Por supuesto, sería un grave error político comenzar nuestra argumentación por escrito y en nuestra intervención con una polémica sobre el significado de la palabra “feminismo”. Lo que tenemos que hacer, como en cualquier intervención en un movimiento de masas, es basarnos en sus aspectos más progresistas y revolucionarios y proponer, de manera positiva, nuestro propio programa y estrategia. Tenemos que argumentar de una manera compañera en contra de las ideas equivocadas y contraproducentes presentadas por los dirigentes del movimiento, y al mismo tiempo conectar con el espíritu revolucionario que inspira sus filas. Esto es lo que hemos hecho hasta ahora, en lugares como México, Italia (donde hubo un movimiento de masas alrededor del 8 de marzo de 2017) y España. El hecho de que no nos llamemos “feministas” no ha sido un obstáculo para nuestra intervención.
Muchas jóvenes se llaman a sí mismas feministas sin serlo de hecho desde un punto de vista marxista. Ellas están comenzando a ser conscientes de la desigualdad en la sociedad y lo que ellas quieren decir cuando se llaman a sí mismas feministas es que están contra la opresión de las mujeres y quieren una sociedad igualitaria. Ese puede ser un punto de inicio para ser ganadas a las ideas del marxismo revolucionario
Los feministas tienden a culpar al “patriarcado” de la mayor parte de los problemas de la sociedad. Es cierto que la esclavitud de las mujeres es la forma más antigua de esclavitud que surgió con la dominación de clases y existe desde hace miles de años. Solo una reconstrucción fundamental de la sociedad puede terminar con esta esclavitud abominable de una vez por todas. Pero un cambio tan fundamental solo puede lograrse mediante la acción revolucionaria unida de la clase trabajadora. Eso presupone la unidad en la acción de hombres y mujeres de la clase trabajadora luchando por su emancipación como clase. Las feministas tienden a ver el patriarcado como una estructura separada de la sociedad de clases, lo que lleva a la conclusión inevitable de que la lucha por la emancipación de las mujeres es independiente de la emancipación de la clase trabajadora. Esta es una idea reaccionaria y divisionista, que también está presente, aunque en forma diluida, entre muchos que se llaman feministas marxistas y feministas socialistas.
La emancipación absoluta de la mujer sólo se puede lograr a través de la revolución social, que destruirá la explotación en que se sustenta la opresión de la mujer. ¿Significa que ignoramos la lucha por las mejoras de, por ejemplo, la mujer bajo el capitalismo? ¡Por supuesto que no! Lucharemos contra la menor manifestación de discriminación y de opresión contra la mujer. Este es requisito básico para lograr la unidad luchadora entre trabajadores y trabajadoras.
A veces se afirma que hay distintas escuelas de feminismo, y este es sin duda el caso. También hay distintos tipos de anarquismo, y algunos son más cercanos al marxismo que otros. Pero eso no altera el hecho de que hay una línea divisoria clara entre el marxismo y el anarquismo.
Aunque hay distintos tipos de anarquismo, todos comparten el mismo tipo de prejuicios en mayor o menor grado. La manera de ganarse a los anarquistas que están más próximos al comunismo no es fingiendo que estas diferencias no existen, o decirle a los anarquistas: “¡veis, estamos luchando por la misma cosa!” Todo lo contrario, el método para despejar las confusiones de un anarquista honesto es explicar la diferencia entre las ideas confusas y no científicas del anarquismo y las ideas claras y científicas del marxismo revolucionario.
Durante la Revolución rusa, algunos se describían a sí mismos como “anarco comunistas”. Como consecuencia de la revolución, los mejores elementos proletarios entre los anarquistas se aproximaron al bolchevismo y lucharon con los bolcheviques en la revolución y la guerra civil. Muchos se afiliaron al Partido Comunista. La corriente del “anarco-comunismo” representaba una especie de punto intermedio en la transición hacia el comunismo.
Del mismo modo, puede ser el caso de que haya tipos de feminismo más progresistas que otros. Los marxistas debemos luchar con todos los medios a nuestro alcance por la completa emancipación de la mujer. Uno podría preguntarse ¿qué es el feminismo? Esta es una pregunta que es completamente imposible de responder de una manera definida. Es un término usado tanto por conservadores como por liberales, progresistas y por la izquierda. Se utiliza para abogar por la invasión de Afganistán, con el argumento de proteger los derechos de las mujeres, y al mismo tiempo lo usan las personas que quieren luchar por la igualdad y la liberación de la humanidad. De hecho, incluso en España, el partido gobernante de derecha también utilizó cintas moradas feministas el 8 de marzo para mostrar que “también son feministas”. El diccionario de Oxford lo define como: «La defensa de los derechos de las mujeres sobre la base de la igualdad de los sexos». Esa definición muestra el problema central del término: que no dice nada en absoluto desde una perspectiva de clase.
El feminismo podría definirse mejor por lo que no es: no da ninguna respuesta sobre cómo surgió la opresión y, por lo tanto, cómo puede combatirse y eliminarse. Todos los diferentes tipos de feminismo tienen sus propias respuestas, si es que tienen alguna. El feminismo implica que de alguna manera es posible eliminar la opresión de las mujeres antes de eliminar la causa raíz de esta opresión: el capitalismo y la sociedad de clases en general. En lugar de aclarar, difumina las líneas de clase. Todos los diferentes tipos de feminismo solo miran los síntomas y no las causas principales. Como marxistas tenemos que decir las cosas tal y como son. Necesitamos una línea clara de demarcación respecto al feminismo. No porque no luchemos por «los derechos de las mujeres sobre la base de la igualdad de los sexos», lo que por supuesto hacemos, sino porque incluso el «mejor tipo» de feminismo solo crea confusión y un falso sentido de unidad por encima de las divisiones de clase.
Por lo tanto, no tiene sentido declararnos feministas marxistas. En realidad, es directamente contraproducente, y no ayuda a aclarar la cuestión a jóvenes luchadores de clase honestos que se hacen llamar feministas. Por el contrario, tenemos que explicar abiertamente por qué no somos feministas, como un medio para ayudar a estas personas en el camino hacia el marxismo y para no crear un puente para que las ideas pequeñoburguesas, no clasistas y el idealismo filosófico se introduzcan en las filas de los marxistas.
Aunque no podemos declararnos feministas, no debemos dar la impresión de que somos de alguna manera indiferentes al profundo sentimiento de indignación que sienten las masas de mujeres de la clase trabajadora, las cuales sufren bajo el capitalismo tanto en su posición de trabajadoras como de mujeres. Tampoco debemos dar ningún crédito a la falsa idea de que los marxistas subordinan la lucha por la liberación de las mujeres a un futuro socialista lejano. Bajo el estandarte del feminismo, a pesar de todas sus contradicciones y limitaciones, una nueva generación de mujeres está moviéndose hacia la lucha contra el estado actual de las cosas. Partiendo de esta situación concreta, y reconociendo su potencial revolucionario, debemos encontrar el modo de vincular la opresión secular de las mujeres con las condiciones concretas de la era de decadencia capitalista.
Del mismo modo, cuando trabajamos como revolucionarios dentro de los sindicatos participamos en las luchas diarias de nuestros compañeros trabajadores, mientras que también exigimos sindicatos luchadores y políticas socialistas. De la misma manera, debemos participar en todo movimiento de masas de las mujeres, esforzándonos por darle el carácter más combativo y vincular las demandas inmediatas con la necesidad de un cambio fundamental en la sociedad. Es nuestra obligación tender un puente de transición entre las aspiraciones democráticas de las mujeres y su lucha por la igualdad con la idea de una lucha común de todos los trabajadores contra un sistema opresivo, enfatizando la necesidad de unirnos para asestar un golpe definitivo contra el capitalismo, que siempre busca dividir a la clase oprimida para perpetuar su dominación.
Al decir que eres una “feminista marxista” terminas implicando que el marxismo no abarca la lucha por la igualdad. Es verdad que el estalinismo no la abarcaba. Pero así como luchamos en una batalla contra el estalinismo para reclamar la herencia marxista debemos hacerlo también en este campo. Argumentamos que el estalinismo no es marxismo, y que el régimen burocrático estalinista no era el socialismo, y de la misma manera debemos argumentar que la visión estalinista sobre las mujeres, los homosexuales, etc. no tiene nada en común con el marxismo.
Por definición, la categoría «mujeres» incluye mujeres de todas las clases, clases que tienen intereses irreconciliables. Al desdibujar estas distinciones y contradicciones de clase decisivas, el feminismo no puede reconciliarse con el marxismo, que se basa en un análisis de clase. Si hemos de ganarnos a los y las feministas que se están aproximando hacia el marxismo, esto sólo se puede hacer manteniéndonos absolutamente firmes en nuestros principios. Debemos de subrayar repetidamente que la absoluta emancipación de la mujer sólo se puede alcanzar a través de la unidad de clase y la revolución socialista. Hay quienes se dicen feministas por el hecho de defender los derechos de las mujeres. Nosotros los marxistas también los defendemos pero no somos feministas. En todo caso tenemos que explicar, de forma camaraderil, que no nos oponemos a su lucha y por el contrario, estamos a favor de los derechos de las mujeres, pero que eso se consigue luchando contra el capitalismo, no dividiendo. Al mismo tiempo, tenemos que estar al frente de todas las luchas contra la discriminación y la desigualdad, combatiendo por la más mínima reivindicación que contribuya a la causa de la igualdad y que se oponga a cualquier forma de opresión, como:
– Empleo para todos. A igual trabajo, igual salario.
– El fin de la austeridad (que afecta a la mujer de manera desproporcionada, recortando sus salarios y obligándola a realizar más trabajo doméstico, cuidando de los jóvenes y de los ancianos para llenar el vacío que deja la falta de servicios sociales.)
– El derecho al aborto.
– Sanidad universal gratuita para todos que incluya la planificación familiar gratuita, el aborto y centros contra la violencia doméstica.
– La baja parental con el 100% del salario.
– Grandes programas de viviendas sociales.
– Una red extensa de guarderías gratis y de alta calidad, que cubran las horas de trabajo.
– Cuidado a los ancianos gratuito y de alta calidad, tanto residencial como no residencial.
– La provisión de cantinas gratuitas y servicios de lavandería gratuitos.
– Comedores gratuitos, de calidad en los lugares de trabajo y escuelas.
– Oposición y combate a cualquier violencia contra las mujeres
Sin embargo, la condición previa para una lucha exitosa en el lugar de trabajo es la unidad entre trabajadores y trabajadoras en su condición de trabajadores. La línea divisoria fundamental es que el marxismo explica la sociedad en términos de clase, no de género. La división básica de la sociedad es entre burgueses y proletarios, explotadores y explotados. También es cierto que hay otros tipos de opresión. Pero en última instancia, no se pueden resolver en el marco del capitalismo.
Al igual que en otras cuestiones (salarios, pensiones, vivienda, salud, condiciones laborales) la lucha cotidiana por las mejoras bajo el capitalismo es la única forma de movilizar y organizar a la clase obrera para preparar el derrocamiento del capitalismo, en el que las trabajadoras jugarán un papel absolutamente crucial.
Nosotros por supuesto nos alegramos de que haya feministas que han empezado a cuestionar los límites del feminismo. Pero esta tendencia positiva sólo puede ser significativa como fase de transición que lleve a tomar un punto de vista revolucionario de clase consistente.
“El radicalismo terminológico”
En lugar de una lucha genuina por la igualdad se nos ofrecen cuotas artificiales. En lugar de la lucha por la emancipación a través de la reconstrucción revolucionaria de la sociedad se nos ofrece la “corrección política”. Esto conduce a una interminable riña por el uso de tal o cual palabra, por la necesidad de cambiar el “lenguaje de género”, etc.
Haciendo honor a la “narrativa” posmoderna que sustituye la Palabra por los Hechos, se ha derrochado un tiempo incalculable en ciertos países en los que gente que se describe “de izquierdas” o incluso “marxista” llevan a cabo acrobacias verbales para retorcer el lenguaje, neutralizando las formas masculinas y femeninas, acabando con barbaridades como “compañer@s” y “compañerxs” en español y “compagn*” en italiano, y cosas parecidas. Este tipo de juegos con el lenguaje no hacen nada para desarrollar la lucha por la emancipación de la mujer, por la gente de color, ni por nadie más. Es fetichismo del tipo más crudo y ridículo.
En La ideología alemana Marx y Engels ya trataron con la idea de que cambiando la conciencia de los individuos se podían cambiar las condiciones materiales y que para que tenga lugar la revolución hay que “educar” a la gente previamente:
“Tanto para engendrar en masa esta conciencia comunista como para llevar adelante la cosa misma, es necesaria una transformación en masa de los hombres, que sólo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución; y que, por consiguiente, la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que se hunde y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases.”
La obsesión posmoderna con el lenguaje pone la cuestión cabeza abajo. Cambiar el lenguaje no cambiará ni un ápice el verdadero hecho de la opresión. Pensar esto revela un enfoque absolutamente idealista. El lenguaje cambia y evoluciona, reflejando cambios en el mundo real, pero lo contrario es patentemente falso.
Los rifirrafes acerca de las palabras son una tendencia típica de los seminarios de las universidades en los que la gente tiene todo el tiempo de mundo para enzarzarse en argumentos interminables sobre nada en particular, como un perro persiguiéndose la cola. El poeta alemán Goethe escribió: “Al principio fue el Hecho.” Lo que se necesita para conseguir la emancipación de la mujer es la acción para combatir la opresión y la discriminación. Pero la condición previa para una acción de masas con éxito es precisamente la unidad de lucha entre trabajadores y trabajadoras contra los patrones cuyo dominio se basa en la subyugación común de todo el proletariado.
Parecería que la pequeña burguesía “radical” siempre debe tener algo de que quejarse, como la llamada teoría queer. No es este el lugar para analizar esta teoría a fondo. Esto se puede hacer en documentos y artículos separados. Basta con decir que es un concepto profundamente reaccionario que emana del idealismo filosófico en su forma más cruda. Siembra divisiones que socavan la lucha contra la opresión e inevitablemente le hacen el juego a la reacción, independientemente de las intenciones de aquellos que se adhieren a estas ideas.
El marxismo se basa en el materialismo filosófico, que es el único método verdaderamente científico para analizar la naturaleza, la sociedad y el comportamiento humano. Nos guste o no, el sexo en el mundo animal (incluyendo los humanos) es un método normal de reproducción. La reproducción asexual existe en el mundo animal, por ejemplo entre las lombrices o algunos peces. Pero desaparece con el desarrollo de la evolución, y no existe entre los mamíferos.
El sexo no ha sido inventado o determinado conscientemente. Es el fruto de la evolución. La idea de que el sexo puede ser determinado artificialmente por la voluntad humana es arbitrario y falso desde un punto de vista filosófico y científico.
La división sexual básica es entre machos y hembras. Esto está determinado naturalmente por el proceso reproductivo. Esto a su vez acarrea el germen de la división del trabajo, que en un cierto momento sienta las bases de la división de la sociedad en clases. La subordinación de la mujer al hombre, que se expresa en las relaciones familiares patriarcales, coincide con los orígenes de la sociedad clasista, y sólo será erradicada con la abolición de la propia sociedad de clases.
Los marxistas luchan por la total emancipación de la mujer y de los demás sectores oprimidos de la sociedad. Pero la emancipación no se puede conseguir imaginando que el genero no existe. Uno puede imaginar ser cualquier cosa. Pero al final, nos vemos obligados a aceptar la realidad material por encima de las divagaciones mentales del idealismo filosófico.
Entre las incontables y extrañas variaciones de la teoría queer (no deberíamos dignificar esta teoría en absoluto) encontramos un hilo conductor en común: en primer lugar, presenta el género (e incluso el sexo) como un constructo social puro, negando sus aspectos biológicos y materiales. El siguiente paso es crear en la imaginación una gama infinita de géneros, de la que cada uno es libre de elegir el que más le plazca.
No negamos que además de los hombres y las mujeres hay formas intermedias, que han sido conocidas durante mucho tiempo. En las sociedades precolombinas de las Américas esta gente era vista como un grupo social especial y tratados con respeto.
La ciencia moderna permite a la gente cambiar de sexo, y esto debe ser accesible a cualquier persona que lo desee. Huelga decir que estamos resueltamente en contra de cualquier discriminación e intolerancia contra la gente trans. Tampoco tenemos objeciones a que la gente se identifique como quiera. Sin embargo, al presentar esto como una forma de cambiar la sociedad, se llega a la idea (muy conveniente para la clase dominante) de que la emancipación depende puramente del estilo de vida individual de cada uno.
Vemos los efectos negativos de esta corriente en las enconadas escisiones y las amargas rencillas entre algunas feministas y activistas trans. No se puede decir que estos desarrollos ayuden a la lucha contra la opresión en ningún sentido. Son totalmente reaccionarios y deben ser combatidos.
La “identidad” en el movimiento obrero
Los marxistas luchan por la emancipación de la mujer y defienden todas las medidas progresistas, sin importar lo parciales que sean, que tiendan a mejorar la posición de la mujer incluso dentro de los límites estrechos del capitalismo actual. Pero conducimos esta lucha con nuestros propios métodos, es decir, los métodos de la lucha de clases proletaria.
Señalamos que en última instancia la emancipación real y absoluta de la mujer sólo se puede conseguir con la transformación de arriba a abajo de la sociedad, es decir, a través de la revolución socialista. Pero el requisito para esto es la unidad de la clase obrera y que sea consciente de sus tareas revolucionarias.
Los marxistas nos oponemos a cualquier clase de opresión o discriminación. Pero oponiéndonos a la opresión y la discriminación, no podemos olvidar que el principal objetivo es la batalla por el socialismo, y eso implica por encima de todo la unidad de la clase obrera. Estamos a favor de la completa unidad de la clase trabajadora, por encima de divisiones de género, raza, lengua o religión. Todo lo que ayude a preservar la unidad de los trabajadores y desarrolle su conciencia de clase es progresista. Todo lo que divida a los trabajadores, por la razón que sea, es reaccionario y debe ser combatido. Este es un punto en el que debemos insistir. La opresión de la mujer –y su expresión particular en la mujer trabajadora–, así como otras lacras del capitalismo, como la depredación rapaz del medioambiente y la opresión nacional, son parte integrante y condición existencial del capitalismo. No puedes tener capitalismo sin la esclavitud doméstica ni el sistema del “doble turno” para la mujer trabajadora; no puedes tener capitalismo sin la devastación del planeta llevada a cabo por la sed de ganancias de las grandes multinacionales; y no puedes tener capitalismo sin la esclavización de las pequeñas naciones por las potencias imperialistas para saquear sus recursos y asegurar su hegemonía frente a otras potencias. De ahí que la única alternativa real para terminar con todas esas lacras sea la transformación socialista de la sociedad, dirigida por la clase trabajadora
La burocracia del movimiento obrero ha aprendido a dividir a los distintos sectores del proletariado, permitiendo diferenciales salariales entre distintos sectores de la clase trabajadora. Las direcciones sindicales, buscando una vida fácil y un compromiso con la patronal venden a ciertos trabajadores a cambio de dar concesiones a otros. En cada vez más países, a “discriminación positiva” es usada sistemáticamente por la burocracia para ocupar las posiciones dirigentes en el movimiento obrero con elementos arribistas que usan su género o raza para fomentar su carrera, ayudados y protegidos por la burocracia derechista, apartando a los candidatos de la izquierda.
Los burócratas están deseosos de establecer “lugares reservados” para mujeres, gente de color, etc. por sus propios motivos. La burocracia sindical en concreto usa esta herramienta para diluir la composición de los órganos electos. Se apoyan en grupos de burócratas arribistas que supuestamente representan “grupos especiales”, que así suben las escaleras de la burocracia a través de esta clase de clientelismo. Y éstos a cambio están dispuestos a apoyar a la dirección mientras les den autonomía para defender sus “cuestiones”. En vez de dar “representación” a estos “grupos especiales” lo que se consigue son órganos dirigentes incluso menos representativos, que no son elegidos sobre la base de sus verdaderas posiciones políticas, sino para cumplir cuotas.
La insistencia en el género o la raza como la cuestión principal tiende a dividir a la gente, no sobre posiciones de clase sino en base a otras consideraciones. La consecuencia de esto es extremadamente negativa para la clase obrera. No es casualidad que los dirigentes derechistas de los sindicatos, y que los reformistas y reformistas de izquierda en particular, usen en todas partes la “corrección política” y “la política de identidad” para desviar la atención de la lucha de clases y de los verdaderos problemas a los que se enfrenta la clase trabajadora. Se centran en la cuestión del lenguaje en vez de combatir la opresión a través de la lucha de clases combativa.
Estas ideas perniciosas son armas en manos de los sectores más reaccionarios de la burocracia sindical, cuyo papel principal es mantener a raya a la clase obrera y cerrar los horizontes y la efectividad de la lucha de clases. Al arsenal tradicional de los métodos policiales de la burocracia, la amenaza de medidas disciplinarias, la destitución de los delegados combativos, las expulsiones, etc., ahora se añade un nuevo instrumento: las intimidaciones y las cazas de brujas por los fanáticos de la “política de identidad”.
En un congreso sindical en Gran Bretaña los defensores de las políticas de identidad presentaron una resolución que proponía que el sindicato debería de aceptar automáticamente cualquier acusación de acoso hecha por una mujer contra un hombre, sin más prueba que la palabra de la mujer implicada. Un delegado cuestionó esto de la siguiente manera: “Soy delegado sindical. Imaginad que tengo una supervisora, una mujer, que quiere deshacerse de mí. Lo tendría muy fácil: con una acusación de acoso se me echará inmediatamente y el sindicato no me podría defender.” En esta ocasión, el dictamen fue rechazado. El peligro de estas políticas es evidente.
La razón por la cual no se los cuestiona no es porque hayan ganado el argumento, sino porque la gente tiene miedo a ser abucheada por los seguidores de la política de identidad. Cualquiera que se atreva a objetar sus tramas es inmediatamente tachado de racista, de misógino o de cualquier otra etiqueta rimbombante que se les ocurra. Esto ha llevado a un comportamiento vandálico y a toda clase de calumnias contra sindicalistas de izquierda que son sometidos a una caza de brujas en base a acusaciones improvisadas. Cualquier queja queda rápidamente abrumada por el griterío de los defensores de la política de identidad que no dudan en lanzar los insultos más escandalosos contra sus adversarios.
El principio de las cuotas representa en realidad la peor clase de pucherazo. Más de un derechista ha sido elegido con la justificación de que él o ella representa a éste o aquél grupo minoritario. Pero todos callan ante el miedo de ser acusados de defender la discriminación.
En Gran Bretaña, Tony Blair era un partidario asiduo de las candidaturas femeninas para elegir a diputadas arribistas y estrujar a la izquierda. Irónicamente, fue la “izquierda” de moda la que propagó estas ideas como parte de la reivindicación de la discriminación positiva. Así favorecieron directamente al ala derecha. La derecha laborista usó la cuestión nacional para debilitar a Jeremy Corbyn, proponiendo dos escaños adicionales en el Comité Ejecutivo Nacional, uno para Gales y otro para Escocia, bajo la excusa de que las “naciones” deberían estar representadas. Da la casualidad extrañamente que tanto el laborismo escocés como el galés están dominados por el ala derecha.
Los reformistas de izquierda, siempre deseosos de jactarse y de presentarse como los más feministas, insisten enfáticamente en esto. Exigen cuotas y un trato especial para las mujeres y otros grupos. Podemos, Momentum y otras organizaciones van mucho más allá que el movimiento obrero tradicional en estas cuestiones, lo cual refleja la influencia pequeñoburguesa en estos movimientos. Precisamente, una de las consecuencias reaccionarias de la política de cuotas es que extiende la división y la competencia dentro de la clase obrera. En el período actual de aguda crisis del capitalismo, con políticas de recortes y austeridad por parte de todos los gobiernos, toda una serie de ideas reaccionarias pueden encontrar un espacio entre sectores atrasados de la clase obrera, como que nuestros problemas no derivan del capitalismo, sino de la presencia de minorías nacionales e inmigrantes, de las mujeres que reclaman derechos, etc. Esta es la base de la propaganda de los fascistas y de los movimientos de derechas más reaccionarios: no tenemos suficientes puestos de trabajo ni guarderías, o tenemos un acceso limitado a la universidad o a los subsidios sociales, etc. por culpa de las cuotas establecidas para las minorías nacionales, de género, etc. Todo esto ayuda a extender el veneno del racismo y la división en la clase trabajadora. Además, los elegidos sobre la base de una cuota siempre se les considerarán como de segunda clase, y lo que digan podrá ser fácilmente descartado diciendo que no tienen un mandato propio sino que solo fueron elegidos por ser mujeres / negros / gays. o cualquier cuota por la que fueron elegidos.
En Brasil, la situación es aún peor. Casi toda la izquierda ha capitulado a la propuesta atroz de dividir a toda la población en líneas de “raza” para luego establecer cuotas en las universidades, etc. – algo a lo que los compañeros brasileños se han opuesto implacablemente. Han argumentado que deberíamos de luchar por educación, salud, vivienda, etc. para todos: un objetivo alcanzable dada la riqueza que existe en la sociedad, en lugar de ver estos recursos como escasos y, posteriormente, luchar por su asignación proporcional.
Estamos resueltamente en contra de la llamada discriminación positiva, de la cuotas, de la representación y de todo lo demás. La única forma de garantizar la máxima participación de la mujer, de los negros en el movimiento obrero es demostrar a través de la acción, no de las palabras, que combatimos contra toda clase de opresión y discriminación, empleo para todos, salarios iguales por el mismo trabajo, etc. Sólo sobre la base de un programa de lucha podremos ganarnos a las capas más oprimidas de la sociedad. Pero eso implica que la dirección debe estar en las manos de los mejores combatientes, sean hombres o mujeres, blancos o negros, homosexuales o heterosexuales.
Este fetichismo vacío se introdujo en el movimiento obrero en primer lugar a través de los sindicatos de trabajadores de cuello blanco, apoyándose en los profesionales de clase media. Estaban más cerca de los intelectuales y estudiantes de clase media. Gracias a la desindustrialización y a las fusiones sindicales, estas capas desplazaron a los obreros. Los elementos de clase media, más elocuentes (o que al menos saben gritar más alto) fueron capaces de infectar al movimiento con sus ideas “de moda”, que se convirtieron en la norma.
Esto a afecta a los sindicatos en muchos países en mayor o menor medida. Hay posiciones reservadas para las mujeres, los LGTB, gente de color, discapacitados, y otros, sin duda. Tienen sus propias conferencias, comités, etc., cada uno con su pequeña burocracia. Insisten en que sólo ellos pueden decidir sobre estos asuntos. Mientras que no meneen el barco del resto de la burocracia sindical, se les deja gestionar sus propios feudos. Los reformistas de izquierda y los sectarios aceptan este estado de las cosas, porque sus ideas y su política tienen un carácter pequeñoburgués.
Reacción contra el feminismo liberal
Las mujeres de clase media están reclamando nuevas salidas profesionales: convertirse en mujeres banqueras, directoras generales, obispos – o incluso Presidente de los Estados Unidos. Esta es una nueva variante de la antigua canción de los reformistas: “Estoy a favor de la clase obrera –de uno en uno, comenzando por mí”.
Precisamente en qué forma la entrada de mujeres en las salas de juntas de los bancos ayuda a la causa de las trabajadoras está aún por verse. ¿Son las mujeres empresarias más amables con sus empleados que los hombres? El registro no es muy alentador en este sentido. Y cómo los éxitos de Margaret Thatcher, Angela Merkel o Theresa May han ayudado a la causa de sus “hermanas” en las líneas de producción de las fábricas es un misterio que queda por resolver.
Poco a poco, un número creciente de mujeres políticamente conscientes han llegado a comprender los aspectos negativos del feminismo. Ellas ven que en lugar de combatir al capitalismo como sistema explotador y opresivo, el “feminismo de acomodo” anima a las mujeres a pensar en el movimiento sólo en la medida en que conduce a conquistas individuales para una cierta capa de mujeres.
En su libro Why I Am Not a Feminist (Por qué no soy feminista), Jessa Crispin ha descrito el feminismo como una marca de autoservicio popularizada por Directivas y compañías de belleza, una “lucha para permitir que las mujeres participen igualmente en la opresión de los pobres y los indefensos”. Eso no está mal dicho, aunque se nota que, a pesar del título del libro, Jessa Crispin todavía se describe a sí misma como … feminista.
El New York Times comenta: “Por qué no soy feminista llega en un momento en que una parte de las mujeres liberales de Estados Unidos podría estar lista para un gran cambio, repentino, hacia un sistema de creencias que no santifica los ‘marcadores del éxito en el capitalismo patriarcal… el dinero y el poder’, como dice Crispin. Parece que hay un hambre cada vez mayor por un feminismo más preocupado por las vidas de las mujeres de bajos ingresos que por el número de directivos de empresa femeninas.
“La opinión contraria –que el feminismo no sólo es ampliamente compatible con el capitalismo, sino que de hecho se sirve de él– ha disfrutado ciertamente de su parte de protagonismo. Este es el mensaje que ha sido transmitido por la gran mayoría de los supuestos modelos feministas de los últimos diez años: que el feminismo es lo que ustedes llaman cuando una mujer individual obtiene suficiente dinero para hacer lo que quiera. Crispin es despiadada en diseccionar esta marca de feminismo. Significa simplemente comprar la manera de salir de la opresión y luego perpetuarla, argumenta. Abarca el modelo patriarcal de la felicidad, que depende de ‘tener a alguien sujeto a tu voluntad’. Las mujeres, explotadas desde hace siglos, han crecido subconscientemente ansiosas por explotar a otros, cree Crispin. ‘Una vez que somos una parte del sistema y nos beneficiamos al mismo nivel que los hombres, no nos preocuparemos, como grupo, de los que en cambio siguen perjudicados por aquél’. “
La crisis del feminismo encuentra su reflejo en un rápido giro hacia la izquierda de la política en los EE.UU. en dirección al socialismo y al anticapitalismo, en particular desde la elección de Donald Trump. El carácter reaccionario de la política de identidad quedó claramente expuesto en las elecciones estadounidenses de 2016, cuando Hilary Clinton, la representante más consumada de Wall Street y de la clase multimillonaria, que apeló a las mujeres a votar por ella porque “¡soy una mujer!”
La ex secretaria de Estado Madeleine Albright, una curtida reaccionaria y guerrerista, presentó a Hillary Clinton en un evento en New Hampshire, en el que dijo a la multitud y a los votantes en general: “¡Hay un lugar especial en el infierno para las mujeres que no se ayudan mutuamente! “En el evento, millones de mujeres estadounidenses rechazaron este llamamiento a la “política de género” y le dieron la espalda a Clinton y a Albright, y apoyaron a Sanders. Esta fue una verdadera patada en los dientes para los defensores de la “política de identidad”.
Esto demostró que las mujeres de Estados Unidos al votar en las elecciones presidenciales consideran que las políticas e ideas de un candidato son mucho más importantes que su género. En eso están bastante en lo correcto, aunque fuera desafortunado que la única alternativa que tuvieran fuera el archi-reaccionario Donald Trump que se presentó demagógicamente como el candidato “anti-Establishment”. Si Bernie Sanders se hubiera presentado, muchos habrían votado por él. Pero eso es otro asunto.
La herencia que defendemos
Es curioso observar que los marxistas son acusados de descuidar o ignorar los problemas de las mujeres. Pero los marxistas inscribieron el sufragio masculino y femenino universal en su programa desde el principio. Esto fue antes de las sufragistas. Eleanor Marx luchó en el movimiento sindical británico por la igualdad de remuneración de las mujeres. Ya en 1848, Marx y Engels plantearon la exigencia de la abolición de la familia burguesa, aunque reconocían que no podía llevarse a cabo de la noche a la mañana.
Tan pronto como el Partido Bolchevique tomó el poder en Rusia en 1917 llevó a cabo el programa más amplio de la historia para la emancipación de las mujeres, así como la despenalización de la homosexualidad, medidas mucho más avanzadas que cualquier cosa vista en el mundo capitalista en ese período. Los bolcheviques demostraron en la práctica que el derrocamiento del capitalismo era capaz de garantizar a las mujeres y a los homosexuales mucho más que toda la charlatanería sobre la opresión en general.
Como señaló Trotsky:
“La revolución hizo un heroico esfuerzo por destruir el llamado “hogar familiar”, esa institución arcaica, sofocante y estancada en la que la mujer de las clases trabajadoras está condenada a la esclavitud doméstica desde la infancia hasta la muerte. El lugar de la familia como pequeña empresa cerrada debería ser ocupado, según los planes, por un sistema acabado de atención y alojamiento social: casas maternales, jardines de infancia, guarderías, escuelas, comedores sociales, lavanderías sociales, La absorción total de las funciones domésticas de la familia por las instituciones de la sociedad socialista, uniendo a todas las generaciones en la solidaridad y la ayuda mutua, era llevar a la mujer, y por lo tanto a la pareja, a una verdadera liberación de cadenas milenarias.
“(…) Resultó imposible asaltar a la vieja familia, no porque faltase la voluntad, y no porque la familia estuviera tan firmemente enraizada en el corazón de los hombres. Al contrario, después de un corto período de desconfianza hacia el gobierno y sus guarderías, jardines de infancia e instituciones similares, las mujeres trabajadoras, y después las campesinas más avanzadas, apreciaron las inconmensurables ventajas del cuidado colectivo de los niños así como la socialización de toda la economía familiar. Desafortunadamente la sociedad resultó demasiado pobre y poco cultivada. Los verdaderos recursos del Estado no se correspondían con los planes e intenciones del Partido Comunista. No se puede “abolir” la familia; hay que reemplazarla. La liberación real de las mujeres es irrealizable sobre la base de la “necesidad generalizada”. La experiencia pronto demostró esta austera verdad que Marx había formulado ochenta años antes.” (La Revolución Traicionada. Capítulo 7)
Una vez más sobre la importancia de la teoría
¿Qué teoría defendemos? En primer lugar, nos basamos en las ideas de Marx, Engels, Lenin y Trotsky, que han resistido la prueba del tiempo y siguen siendo completamente relevantes y válidas en el mundo del siglo XXI. Respaldamos las ideas de la Primera Internacional, los documentos de los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista (antes de la degeneración estalinista) y el Programa de Transición de Trotsky. Estas ideas han sido desarrolladas y ampliadas por los escritos de Ted Grant en las décadas posteriores a la muerte de Trotsky, que son también una parte fundamental de nuestra herencia ideológica.
Inevitablemente, algunos compañeros que se han unido a la organización en el período reciente no habrán adquirido aún una comprensión total de las ideas marxistas. Esto obviamente llevará tiempo y en sí mismo no plantea ningún peligro grave. Sin embargo, sería fatal si hiciéramos la más mínima concesión a las desviaciones incorrectas, extrañas y pequeñoburguesas en nuestras filas. Si un estudiante desea unirse a nuestra organización, le diremos: eres muy bienvenido a nuestra organización, sólo si te comprometes con adoptar la visión y la perspectiva de la clase obrera y te dedicas al estudio del marxismo, pero por favor deja tus prejuicios en la puerta.
Marx escribió en una carta a Engels (17-18 de septiembre de 1879): “Si gente de este tipo de otras clases se une al movimiento proletario, la primera condición debe ser que no traigan con ellos restos de prejuicios burgueses, pequeños burgueses, etc., sino que deben adoptar de todo corazón la perspectiva proletaria”.
El movimiento trotskista ha tenido mucha experiencia de este tipo de cosas en el pasado. Es suficiente citar el ejemplo del SWP americano, que degeneró por completo porque ignoró el excelente consejo de Trotsky de los años treinta. Se hundieron en el ambiente estudiantil, abandonaron el punto de vista de la clase y adoptaron todas las modas pequeño burguesas, el feminismo, el nacionalismo negro, etc., terminando en la condición lamentable en la que ahora se encuentran.
Debemos educar a toda la organización sobre estas cuestiones para garantizar que no se produzca tal desarrollo dentro de la CMI. No podemos tolerar la más mínima concesión, ni siquiera el menor vestigio de esto en nuestras filas. Permitir tales ideas pequeñoburguesas en la organización llevaría a su destrucción eventual como verdadera fuerza marxista revolucionaria capaz de ganar a la clase obrera a la causa de la revolución socialista.
Lenin, como Engels, Marx y Trotsky, nunca se mordieron la lengua cuando atacaban ideas ajenas, particularmente las de la pequeña burguesía radical. Debemos republicar lo que Lenin, Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin escribieron sobre la cuestión del feminismo. Ellos son muy claros en este sentido. Debemos declarar abiertamente nuestra oposición a la interseccionalidad y a todas las otras variantes de las “políticas de identidad”, que claramente representan una tendencia contrarrevolucionaria. Sobre esta cuestión no hay lugar para la ambigüedad ni la “diplomacia”: debemos expresarnos de la manera más clara y enfática.
Queremos reclutar estudiantes, pero deben ser aquellos estudiantes que estén dispuestos a romper radicalmente con ideas pequeñoburguesas y se coloquen firmemente en el punto de vista de la clase obrera. Los compañeros estudiantes deben orientarse a la clase obrera, a las fábricas y las barriadas obreras, a los sindicatos del movimiento obrero. Cada camarada estudiante debe fijarse el objetivo de ganar al menos un trabajador joven a la organización. En noviembre de 1932, Trotsky escribió:
“El estudiante revolucionario sólo puede hacer una contribución si, en primer lugar, pasa por un proceso riguroso y coherente de auto-educación revolucionaria y, en segundo lugar, si se une al movimiento obrero revolucionario mientras aún es estudiante. Al mismo tiempo, permítaseme dejar claro que cuando hablo de autoeducación teórica me refiero al estudio del marxismo no falsificado.” (Trotsky, Sobre los Estudiantes y los Intelectuales, noviembre de 1932)
La forma de proletarizar a nuestros compañeros estudiantiles es, ante todo, proporcionándoles una base sólida en la teoría marxista. Muchos estudiantes tienen muchas ideas confusas que han embebido del ambiente académico podrido. Nuestra tarea es corregir estas falsas ideas cuanto antes. Esto no se hará con una actitud cautelosa. La experiencia demuestra que los estudiantes serios, lejos de ofenderse cuando se les habla directamente, te respetarán por ello. Aquellos que no pueden aceptar argumentos francos no se ofenden por nuestro “tono”, sino simplemente porque les resulta imposible abandonar sus ideas y prejuicios pequeñoburgueses. Francamente, no necesitamos a ese tipo de personas.
Hemos logrado mantener una organización sólida e ideológicamente homogénea. Este es el resultado de décadas de formación ideológica estrictamente marxista de nuestros cuadros fundamentales.
Sin embargo, pequeños errores en el método, consignas y formulaciones erróneas, pueden convertirse en problemas más serios. Como dijo Lenin, “un simple rasguño puede causar una gangrena”. Debemos utilizar la polémica para elevar el nivel político y la comprensión con el fin de construir la Internacional sobre bases sólidas.
Décadas de crecimiento económico en los países capitalistas avanzados dieron lugar a una degeneración sin precedentes de las organizaciones de masas de la clase trabajadora. Esto aisló a la corriente revolucionaria, que en todas partes quedó reducida a una pequeña minoría. Por necesidad hemos aprendido a nadar contra la corriente.
Sin embargo, esta clarificación de nuestras auténticas ideas, métodos y tradiciones no se logró fácilmente ni sin lucha. Se manifestó en una serie de escisiones. Lejos de debilitar a la CMI, este proceso de selección nos ha fortalecido enormemente. La condición previa para el éxito futuro era romper radicalmente con tendencias oportunistas y revisionistas. Como Lenin explicó: “antes de que podamos unirnos, y para que podamos unirnos, debemos primero trazar líneas firmes y definidas de demarcación”.
Sola en la izquierda, la CMI tiene una actitud seria con la teoría marxista. La formación teórica de los cuadros es una de nuestras tareas más fundamentales y urgentes. Estos son los cimientos sobre los cuales construiremos una poderosa tendencia marxista arraigada en la clase obrera.
Bardonecchia, 27 julio, 2018