Escrito por: Ubaldo Oropeza
“Las trágicas derrotas que el proletariado mundial viene sufriendo desde hace una larga serie de años han llevado a las organizaciones oficiales a un conservadurismo todavía más acentuado y, al mismo tiempo, a los “revolucionarios” pequeño-burgueses decepcionados, a buscar “nuevos” caminos. Como siempre en las épocas de reacción y decadencia, por todas partes aparecen magos y charlatanes que quieren revisar todo el desenvolvimiento del pensamiento revolucionario. En lugar de aprender del pasado, lo “corrigen”. Unos descubren la inconsistencia del marxismo, otros proclaman la quiebra del bolchevismo. Unos adjudican a la doctrina revolucionaria la responsabilidad de los crímenes y errores de quienes lo traicionan. Otros maldicen a la medicina porque no asegura una curación inmediata y milagrosa. Los más audaces prometen descubrir una panacea y mientras tanto recomiendan que se detenga la lucha de clases. Numerosos profetas de la nueva moral se disponen a regenerar al movimiento obrero con ayuda de una homeopatía ética. La mayoría de estos apóstoles se han convertido en inválidos morales sin batalla. Así, con el ropaje de revelaciones deslumbradoras no se ofrecen al proletariado más que viejas recetas enterradas desde hace mucho tiempo en los archivos del socialismo anterior a Marx.” (León Trotsky, El Programa de Transición).
Introducción
Los últimos 12 años en México han sido los más devastadores de su historia reciente. La burguesía, de la mano del imperialismo americano, ha convertido el territorio en una gran fosa clandestina, donde yacen miles de mujeres y hombres, la gran mayoría de sectores humildes. Se ha ganado a todo pulso ser uno de los países más violento del mundo, sólo después de Siria, país desgarrado por una guerra civil e intervenciones de diferentes ejércitos de ocupación.
La burguesía nacional implementó esta supuesta “guerra contra el narcotráfico” para militarizar al país, implementar un régimen de terror para amedrentar a la población, particularmente a la juventud y, seguir manteniendo su régimen de saqueo, corrupción e impunidad. El precio de esta estrategia ha salido muy caro: más de 323 mil asesinados, más de 32 mil desaparecidos y 320 mil desplazados de guerra, todo esto en apenas 11 años.
Este estado de descomposición muestra su cara más brutal a las mujeres trabajadoras o hijas de familias pobres. En gran parte del territorio del país no rige ningún tipo de ley, los cuerpos policiales y militares están corrompidos y quien manda sobre los recursos y la vida de las personas, especialmente las mujeres jóvenes, es quien tenga más fuerza (armas, cobijo institucional, redes de delincuencia, dinero, etc.). Esto ha vuelto al país uno de los más letales para la mujer de familia obrera o campesina:
“En los últimos diez años (2007-2016) fueron asesinadas 22 mil 482 mujeres en las 32 entidades del país…
“Es decir, en promedio, cada cuatro horas ocurrió la muerte violenta de una niña, joven o mujer adulta. Las causas fueron por mutilación, asfixia, ahogamiento, ahorcamiento o bien degolladas, quemadas, apuñaladas o por impactos de bala.
“El Inegi detalla que las carpetas de investigación por homicidios violentos que iniciaron los Ministerios Públicos de las Fiscalías y Procuradurías estatales pasaron de mil 83 en 2007 a dos mil 735 en 2016, lo que presenta un incremento de 152%.” (http://www.excelsior.com.mx/nacional/2017/10/22/1196308).
Las agresiones sexuales se han incrementado de forma alarmante, también: “en la primera mitad del año pasado, hubo más de un caso de violación cada hora, 35.8 denuncias cada día, un caso cada 16 minutos en promedio.” (https://www.animalpolitico.com/2017/08/violencia-sexual-2017-violacion/)
Con respecto a la violencia intrafamiliar, las cifras no son mejores: “El documento, basado en los resultados de la última Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH), elaborada por Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), refiere que más de dos quintas partes de los hombres casados o unidos con mujeres de 15 años o más (10.8 millones) han ejercido algún tipo de violencia contra sus parejas a lo largo de su relación: 40 por ciento de manera emocional, 25.3 por ciento económica, 11.6 por ciento física y 5.3 por ciento sexual.” (http://tiempodigital.mx/2017/05/12/los-datos-duros-de-la-violencia-intrafamiliar-en-mexico/)
Estos son datos oficiales, seguramente las cifras son mucho mayores porque hay miles de mujeres que prefieren callar y no denunciar por temor a que las repercusiones sean peores. Como decía Lenin, el capitalismo es esto, es horror sin fin.
Tendríamos que preguntarnos ¿qué es lo que sucede, acaso los hombres y la sociedad se han vuelto locos? La respuesta no es sencilla. Es claro que la regresión social que se vive ha impactado a las mujeres de una forma brutal, esta violencia machista se ha disparado a partir de que la fuerza es la que predomina en el ámbito social. Este mismo sentimiento de desintegración, violencia, de nula autoridad y leyes, que obliguen a una mínima convivencia civilizada, se traslada al espacio de la familia. Ahí el machismo, la desesperación y la brutalidad se manifiesta contra los integrantes más vulnerables: la mujer y los niños. Las cifras son, no sólo alarmantes, sino que dan visos de barbarie.
Ante esta escandalosa situación, cientos de miles de mujeres y hombres se han movilizado y organizado creando comités de apoyo a la mujer, colectivos de lucha para enfrentar la violencia machista, un movimiento amplio para gritar ¡ya basta! contra los feminicidios: Ni una menos, etc. En todos los espacios de la vida pública y privada se siente esta opresión miserable contra el sexo femenino y las personas LGTB. Esto da muestra exacta del grado de descomposición que hay en la sociedad, como decía Marx: “El grado de emancipación de la mujer es la medida natural de la emancipación general”. La sociedad se está pudriendo dentro del régimen capitalista.
Aunque en México las cifras son alarmantes, la violencia machista no es exclusiva del país, en toda América y el mundo hay condiciones de violencia, denigración y maltrato a la mujer. La respuesta se ha vuelto internacional, cada 8 de marzo, día mundial de la mujer trabajadora, se han organizado movilizaciones y huelgas para manifestar el hartazgo a un sistema explotador capitalista y patriarcal.
De más está comentar que el marxismo se opone a todo tipo de violencia y explotación contra la mujer Los marxistas revolucionarios hemos estado participando hombro a hombro contra esta situación desde hace muchos años.
La lucha contra la explotación y la violencia contra la mujer no son nuevas, se puede decir que incluso más vieja como el mismo capitalismo. Desde que este sistema se estableció como predominante, las mujeres han jugado un papel importante en la lucha por su emancipación. En general podemos decir que hay dos grandes vertientes en esta lucha, por un lado el Feminismo, como corriente política e ideológica, que plantea, a grandes rasgos, una unidad de las mujeres, para enfrentar al sistema patriarcal; por otra parte está el Marxismo, también como corriente política e ideológica, que plantea que la opresión de la mujer hunde sus raíces en la sociedad dividida en clases y por lo tanto la lucha por la emancipación de la mujer está íntimamente ligada al combate contra el capitalismo, y aboga por la unidad de las mujeres con el resto de la clase obrera.
Aunque estas dos corrientes han existido y las dos parece que se ponen del mismo lado al tener un mismo objetivo: terminar con la opresión femenina, las diferencias entre ellas son grandes. El fondo de la controversia histórica que se ha mantenido amerita un debate de compañeros, pues en política la claridad teórica es la que permite alcanzar el triunfo. En aras de poder encontrar las mejores formas y métodos de luchar por la emancipación de la mujer, debatimos de forma camaraderil y amistosa con el feminismo, mostrando las que nuestro juicio son sus limitaciones en sus aspectos teóricos y políticos, y al mismo tiempo exponemos una alternativa revolucionaria, a la cual invitamos a todas las camaradas, decididas a luchar para terminar con la opresión femenina, para combatir con nosotros.
La necesidad de una teoría efectiva para la lucha
La mayoría de las compañeras que han salido a luchar en el último periodo, saben, y con mucha razón, que si no nos organizamos y nos manifestamos para frenar esta ola de violencia y ataques, mañana cualquiera puede ser la siguiente víctima. Nadie está segura de regresar a casa cuando se va al trabajo, a la escuela o de fiesta. El ambiente de temor no puede paralizar nuestra lucha. Hay a quienes les interesa mucho que sintamos miedo al salir a las calles, a hablar de nuestros problemas, a limitar nuestra participación política. La burguesía y el imperialismo promueven estos sentimientos porque atomizan y paralizan (los hombres embrutecidos por una sociedad que los explota como bestias o se creen dueños de todo por el hecho de tener dinero, también aprovechan este ambiente de terror para golpear, amedrentar y violar a las mujeres, en muchas ocasiones dentro de la familia o relaciones de pareja). Aconsejan, no sólo a las mujeres, que por la violencia que hay no salgamos de casa, no salgamos de noche, ni de fiesta, no usemos cierta ropa, etc. Todo este rosario de “buenos consejos” van encaminados a que nos acostumbremos a vivir con la violencia, resignarnos que podemos ser la siguiente desaparecida o desaparecido, asesinada o asesinado, que nos encerremos en nuestra casa y esperemos tiempos mejores, que tengamos un buen hombre que nos cuide.
Valientemente la juventud es la que ha salido a dar la cara: en contra de cada feminicidio se han levantado protestas; por la aparición con vida de nuestros camaradas normalistas desaparecidos de Ayotzinapa; también salimos a manifestarnos contra los ataques a la educación pública, en defensa de los derechos de los profesores y contra la reforma educativa, etc. La juventud, dentro de ella las compañeras jóvenes, han jugado un papel destacado en la lucha contra los ataques de la burguesía y sus gobiernos infames.
También nos hemos dado cuenta que no basta con salir a las calles y gritar, o parar esta o aquella escuela, o acudir a un plantón. No queremos decir que estos métodos de manifestarnos no sirvan, lo que sí, es que son insuficientes para terminar con todos estos ataques y violencia. Queda clara una cosa, mientras que no terminemos con estos gobiernos de derecha y este régimen violento, la situación no cambiará.
Hay otra cosa más, que es parte de la violencia cotidiana contra la mujer dentro del capitalismo, que es la doble explotación. Por un lado la explotación que sufren las mujeres y hombres trabajadores en sus empleos por parte del burgués, al quedarse con una parte de su trabajo no pagado. La otra, la explotación que la mujer vive en la casa, realizando las tareas del “hogar”, criando los hijos y todas esas tareas que el capitalismo necesita para reproducir la mano de obra pero cuya responsabilidad se carga a la familia, y dentro de esta a la mujer. Sumemos a esto la violencia intrafamiliar que sufre la mujer a manos de los hombres, como resultado del capitalismo y la ideología machista que lo sostiene. A este respecto ha habido intentos para cambiar esta situación, por parte de algunas instancias del gobierno y grupos de apoyo entre mujeres, sin mucho éxito. Estas medias son totalmente insuficientes para terminar con esta explotación y opresión cotidiana.
Es por esto que sentimos la necesidad de tener un debate amistoso sobre las teorías y los métodos que hoy se han vuelto populares entre algunas organizaciones de izquierda y particularmente los colectivos feministas. Para nosotros es fundamental poder encontrar una teoría útil, no solo para entender lo que sucede en la sociedad y porqué sucede, sino una herramienta de transformación revolucionaria. Pensamos que no bastan las buenas intenciones y la voluntad de transformas las cosas, tenemos que buscar la mejor herramienta de lucha, pensamos que es el marxismo.
¿Marxismo o feminismo?
Los marxismos siempre hemos defendido de manera incansable los derechos de las mujeres y de
Las personas LGBT, nos oponemos a cualquier tipo de explotación y opresión que se vive dentro de la sociedad capitalista, luchamos contra toda desigualdad, pero lo hacemos, siempre, desde un punto de vista de clase. Al mismo tiempo que estamos en la calle combatiendo la violencia machista, nos manifestamos contra el acoso y peleamos por todos los derechos democráticos plenos de la mujer (derecho al aborto, igualdades políticas, etc.) insistimos que la única forma de mantener todo lo que se ha logrado hasta el momento, y dar pasos a una plena igualdad y libertad de la mujer y demás opresiones contra las personas LGBT, es terminando con el capitalismo y sustituirlo por una sociedad socialista.
Para conseguir este objetivo, el marxismo plantea la máxima unidad de todos los explotados y oprimidos, no importando su sexo, género, color de piel, religión, nacionalidad o cualquier otro distintivo de identidad. El marxismo se opone a la división en líneas de sexo o género en cualquier lucha de los oprimidos y también en la batalla por la emancipación de la mujer o de las personas LGBT. Esta idea de movimiento separado y excluyente la consideramos reaccionaria porque no ayuda a la unión de los explotados en contra del capital. Toda política que divida la lucha de la clase obrera y la de las mujeres, la consideramos reaccionaria, en contra de nuestros mismos intereses.
El marxismo plantea que el origen de la explotación capitalista es la existencia de la propiedad privada y el Estado. Por ende nuestra lucha va encaminada a terminar con estas reliquias del pasado, expropiado a los grandes bancos, las grandes empresas, los recursos naturales y energéticos para ponerlos bajo la administración de un estado obrero donde democráticamente se puedan emplear estos recursos para crear infraestructura, empleo, casas, guarderías y comedores públicos, garantizar educación, etc. Solo así podríamos sentar las bases para eliminar el régimen de explotación de la clase obrera, de la mujer y las personas LGBT.
En el feminismo encontramos muchas corrientes, algunas plantean ideas reaccionarias como el divisionismo y segregacionismo, bajo la idea de que todos los hombres oprimen a la mujer en el sistema patriarcal, todos son nuestros enemigos, se aíslan de la clase obrera y sus organizaciones. Algunas otras plantean una “liberación de la mujer” dentro del capitalismo (la posibilidad de que ellas tengan la misma posibilidad de explotar a la clase obrera, incluso a otras mujeres). Para muestra podemos citar a la feminista Naomi Wolf quien acuño el término “poder feminista”; dicen en su libro “Fire with fire” (Fuego con fuego), en 1994: “Va a haber épocas donde las agresiones de una mujer contra otra sea saludable, incluso un energizaste corolario del hecho de haber alcanzado la plena participación social…Hay mujeres que dirigen, critican, y despiden a otras mujeres, y sus empleados, a veces, comprensiblemente, odiarán su coraje”.
Vaya forma de luchar por la liberación de la mujer. Este es el pensamiento de las mujeres burguesas, de las reformistas que gritan y pelean la cuota de género para llegar al parlamento, a algún puesto empresarial para, desde ahí, ser implacables explotadoras, incluso contra las propias mujeres. El marxismo está años luz de eso.
Otras más utilizan algunos términos “marxistas” y se definen feministas socialistas y tratan de empatar la lucha de clase con la liberación de la mujer (un sistema dual) –la diferencia de este feminismo socialista con el marxismo es que este feminismo defiende que hay dos sistemas a los que hay que vencer, el patriarcal y el capitalista, cuando, para el marxismo sólo es un sistema, el capitalista, que en su naturaleza es patriarcal (aunque el patriarcado es más viejo que el capitalismo al estar relacionado con el surgimiento de las clases sociales y la propiedad privada).
Así, siendo complicado poder definir una línea clara del feminismo, en términos generales podemos decir que las diferentes corrientes plantean una organización y lucha separada de los hombres; y casi todas plantean una “hermandad de las mujeres” sin importar su clase. En las corrientes feministas más actuales no se habla nada de la lucha de clases y se remite la “lucha” por cambios culturales individuales, un lenguaje incluyente, etc. Se organizan en redes de mujeres, centros de apoyo contra la violencia o apoyo a la mujer, conferencias, grupos editoriales y colectivos estudiantiles. Su trabajo de formación o comprensión de la realidad parte de hechos testimoniales, planteamientos abstractos sobre la opresión, algunos documentos propagandísticos y libros. Para la gran mayoría del movimiento feminista, se trata de buscar una definición y liberación bajo dos ópticas, la mujer como cuerpo y la mujer como trabajo.
La mujer-cuerpo trata de reflexionar a partir de la autoconciencia, pensarse como mujer, como sector explotado. Este movimiento exigió y luchó, junto a otros sectores de la clase obrera, para conseguir el derecho al aborto, derecho a la educación superior, que se sancionara la violencia intrafamiliar, en general una serie de reivindicaciones democráticas, muchas de las cuales se cumplieron primero en Rusia soviética, en sus primeros años de existencia.
La visión de mujer-trabajo se desarrolló en organizaciones radicales y en la academia. Su argumentación comienza tratando de teorizar sobre la opresión de la mujer. Deslindan la opresión que se vive dentro del capitalismo en términos de género, de la explotación de clases. Proponen entender a la familia como un modo de producción y que la explotación se da a través de la división sexual del trabajo. Casi en todos los casos desatan una batalla contra el marxismo porque supuestamente descalifica la lucha de las mujeres.
El marxismo y el feminismo chocan en una serie de puntos, muy variados, los cuales trataremos de abordar más adelante, explicando tanto el punto de vista del feminismo y lo que plantea el marxismo. El marxismo lucha por la emancipación de la mujer, y más específicamente por la mujer trabajadora o hijas de la clase obrera, las cuales viven en carne propia la explotación capitalista. Las mujeres que son parte de la burguesía hace tiempo que se han liberado, tanto de la explotación del trabajo doméstico y del que se vive en el campo o en la industria. Para ellas hay seguridad privada y guardaespaldas; si tiene necesidad de un aborto van a los mejores hospitales del mundo a practicárselos sin ningún riesgo. Pensamos que nuestro deber, como marxistas, es ayudar a la emancipación de todas las mujeres y hombres trabajadores, y la amplia capa de diversidad sexual, para tener los mismos derechos; esto no se va a lograr en los límites del capitalismo, por eso nuestra lucha es por la revolución socialista.
Ahora mismo hay muchas compañeras, organizadas en colectivos o a nivel individual —muchos compañeros también— que se dicen feministas, porque están interesados y comprometidas en la lucha por la igualdad de las mujeres y contra el acoso y los feminicidios, etc. Nosotros estamos de acuerdo con sus demandas, estamos a favor de la lucha más resuelta por terminar con todos estos demonios del capitalismo. Hacemos un llamado a mujeres y hombres que hoy luchar contra la violencia y la igualdad de la mujer y de las personas LGBT, a que podamos discutir lo que ha significado el feminismo en términos teóricos, lo que el marxismo plantea también, y podamos emprender una lucha en unidad contra este sistema de opresión capitalista y patriarcal.
La primera ola del Feminismo
Se pueden ubicar cuatro grandes movimientos feministas, o como algunos les llaman, olas del feminismo. El primero está identificado con la revolución francesa, revolución burguesa por excelencia y abarca hasta la comuna de París. Este periodo es de consolidación del capitalismo, y de las pioneras del feminismo. En su ideario político rescatan las ideas universales del hombre, con la cual se enarboló la revolución francesa, luchan por una igualdad formal.
Sus argumentos son liberales, la gran mayoría de estas feministas no plantean una lucha contra la explotación, sino por obtener los derechos ciudadanos, la educación superior para las mujeres, etc. plantean que la desigualdad de la mujer no se da por cuestiones naturales o biológicas. De alguna forma, luchan por lo que el mismo capitalismo plantea, una igualdad formal.
En paralelo, dentro del campo de la clase obrera se comienza a desarrollar también una identidad de la mujer proletaria, la mejor exponente de esta idea, que apeló a la necesidad de la unidad de las mujeres con los trabajadores, fue Flora Tristan. Del mismo lado de la barricada pero en términos teóricos podemos encontrar las primeras críticas e ideas socialistas sobre la opresión de la mujer en los socialistas utópicos, particularmente Fourier, que arremetió de forma brutal contra el matrimonio burgués y la igualdad formal de la mujer en la sociedad.
El segundo gran movimiento de mujeres lo ubicamos a finales del siglo XIX y principios del XX. Hay dos corrientes que se desarrollan a la par, muy distante el uno del otro, lo que los separa es la consideración de clases. Por un lado está lo que se conoce como el “feminismo burgués” o el movimiento sufragista. Este movimiento plantea los derechos democráticos dentro del capitalismo. De la misma forma que las feministas pioneras, este segundo feminismo no plantea una crítica al capital, por el contrario, el momento de la gran prueba, la Primera Guerra Mundial, este movimiento apoya a la burguesía de cada uno de sus países y hace agitación para impulsar la guerra imperialista.
La base que mueve a este movimiento es la igualdad ante la ley, particularmente el derecho al voto. Las consignas y demandas de este movimiento son democrático burguesas, que la misma burguesía era incapaz de ofrecer, para mantener el dominio de una minoría de hombres burgueses. Estas demandas se cumplen, no por la fuerza del movimiento, sino después de que en Rusia los bolcheviques toman el poder y legislan la igualdad ante la ley de la mujer, así como la realización de reformas económicas para liberarla del trabajo doméstico.
El otro gran movimiento de mujeres se da dentro de las organizaciones socialistas de la Segunda Internacional, antes de que está también claudicara al capital imperialista votando los créditos de guerra. La socialista más reconocida de esta época es Clara Zetkin, ella era una de las dirigentes de la socialdemocracia alemana, la cual publicaba un periódico de masas: “La igualdad”. En éste defendía el derecho de la mujer a la sindicalización, a la unidad de la lucha por la emancipación de la mujer con el movimiento obrero y afirmaba que la liberación de la mujer sólo se podía concretar terminado con el capitalismo.
“Lo más destacado del movimiento de mujeres socialistas en Alemania es su claridad y su espíritu revolucionario, acordes con las teorías y los principios socialistas. Las mujeres de este movimiento son plenamente conscientes de que el destino social de su sexo va ligado a la evolución general de la sociedad, siendo la evolución del trabajo y la vida económica su fuerza motriz más poderosa. La emancipación integral de todas las mujeres depende, en consecuencia, de la emancipación social del trabajo; y esto solo puede realizarse con la lucha de clases de la mayoría explotada. Por tanto, las mujeres socialistas se oponen tajantemente a la creencia de las mujeres burguesas de que las mujeres de todas las clases deben reunirse en torno a un único movimiento apolítico y neutral que reivindique exclusivamente los derechos de las mujeres. Sostienen, en la teoría y en la práctica, la convicción de que los antagonismos de clase son más poderosos, efectivos y decisivos que los antagonismos sociales entre sexos, y que por ello, las mujeres obreras nunca conseguirían su plena emancipación a través de una lucha de todas las mujeres sin distinción de clase contra los monopolios sociales del sexo masculino, sino que solo lo conseguirán en la lucha de clases de todos los explotados, sin diferencia de sexo; en la lucha de clases contra todos los que explotan, sin diferencia de sexo. Y eso no quiere decir, en absoluto, que subestimen la importancia de la emancipación política del sexo femenino; sino al contrario, emplean mucha más energía que las mujeres alemanas de derechas por conquistar el sufragio. Pero el voto no es, de acuerdo con su punto de vista, la máxima expresión de sus aspiraciones, sino un arma, un medio de lucha para alcanzar un objetivo revolucionario: el orden socialista.” (Clara Zetkin, El movimiento de mujeres socialistas en Alemania, 1909)
Los marxistas luchamos por la igualdad ante la ley de la mujer, y por todos los derechos democráticos de las mujeres ahora mismo, estamos por el derecho al aborto, que los hospitales tengan que brindarlo de forma y segura a todas las mujeres que lo requieran, clínicas de apoyo a la violencia intrafamiliar; derecho a una educación digna, laica, gratuita de calidad, por programas de educación sexual; etc. La diferencia con las liberales reformistas, es que creemos que la única forma de lograr todo esto, en los países ex coloniales, es con una revolución socialista. Al mismo tiempo declaramos que los derechos democráticos no bastan para terminar con la explotación de la mujer. Llevamos adelante la lucha para conseguir los derechos democráticos de las mujeres, para aclarar que la explotación de la mujer no es por falta de democracia, sino por la existencia del capitalismo.
“… la democracia no suprime la opresión de clase, sino que hace que la lucha de clases sea más pura, más amplia, más abierta y más aguda; y esto es lo que necesitamos. Cuando más plena sea la libertad del divorcio, más claro será para la mujer que el origen de su “esclavitud doméstica” reside en el capitalismo y no en la falta de derechos. Cuanto más democrático sea el régimen político, tanto más claro será para los obreros que la raíz del mal está en el capitalismo, y no en la falta de derechos. Cuanto más completa sea la igualdad nacional…, tanto más claro será para los obreros de una nación oprimida que el quid de la cuestión radica en el capitalismo, y no en la falta de derechos. Y así sucesivamente”. (Lenin, Sobre la caricatura del marxismo y el economicismo imperialista, pág. 49)
En todo caso la lucha por los derechos de la mujer nos permite explicar los límites que hay en el capital y transgredirlo.
La revolución rusa fue la muestra más clara de cómo los marxistas pretendemos abolir la esclavitud de la mujer, tanto en términos legales como económicos materiales. Lo veremos un poco más abajo.
La lucha por la emancipación de la mujer en las décadas 60 y 70
El tercer gran auge de la lucha por la emancipación de la mujer, la tercera ola del feminismo, se da en el periodo de la década de los 60 y 70, en el cual la lucha de clases a nivel internacional está marcado por las movilizaciones en contra de la guerra de Vietnam, la revolución cubana, las revoluciones por la liberación nacional en los países ex coloniales, el 68 con sus múltiples movilizaciones a nivel internacional —principalmente la huelga general en Francia, etc. — En Estados Unidos está muy fresca la lucha por los derechos civiles y es ahí donde surge la llamada Nueva Izquierda, a la cual se integran veteranas militantes de los derechos civiles y mujeres que participaron en los llamados “veranos de la libertad”.
La participación de la mujer en estas movilizaciones es bastante intensa, la misma dinámica del movimiento lleva a cuestionarse, nuevamente la desigualdad de las mujeres con respecto a los hombres, los diferentes tipos de opresión femenina, las cusas por las cuales la mujer es discriminada, etc. Los análisis rebasan los aspectos de la igualdad formal y comienzan a surgir tendencias políticas más radicales sobre los orígenes de la opresión de la mujer.
Poco antes de este gran estallido había habido algunas escritoras del periodo “intermedio” como Simone de Beauvoir, que escribió en su obra, el Segundo Sexo, una interpretación sobre la opresión de la mujer. En ésta analiza cómo es que a la mujer se le ha definido con la naturaleza y al hombre con la cultura. A partir de este análisis dice que las mujeres que crean vida, por su naturaleza, no dejan huella en lo social, mientras tanto el hombre crean la vida social. Ella sostiene que el género es una construcción social y critica la maternidad, la caracteriza como una trampa, pues hay una ideología impuesta que obliga a la mujer a tener hijos.
Estos escritos y el ambiente que reinaba alimentaron varias escuelas de feminismo, por ejemplo el feminismo radical que planteaba una lucha contra el patriarcado dejando de lado cualquier aspecto económico del capitalismo; el feminismo de la igualdad o liberal que luchaba por los derechos de la mujer dentro de los límites de la democracia burguesa; el feminismo socialista que planteaba un sistema dual de explotación, el patriarcal y el capitalista, pero al mantenerlos como dos sistemas diferentes, caían en contradicciones sobre cómo avanzar en la emancipación; el feminismo cultural o de la diferencia que orientaba su línea de participación creando espacio de mujeres para la reflexión y modificación de palabras y rescatar la historia de las mujeres; y, el feminismo biológico que plantea que la explotación de la mujer es por su genética, la explotación se genera al engendrar a los niños.
Una corriente que surge en aquellos años, con una crítica bastante fuerte al marxismo, al cual confundían con el estalinismo, fue el Feminismo Socialista, este movimiento se integra por mujeres que habían militado en organizaciones revolucionarias pero que veían que el llamado socialismo real no resolvía los problemas de la explotación de la mujer.
Esta corriente es un intento de mezclar el marxismo con el feminismo, muchas de estas compañeras que teorizaban sobre esto, venían de grupos socialistas o marxistas. La argumentación al hablar del feminismo socialista era que el marxismo se había quedado corto en el análisis sobre la explotación de la mujer, que la teoría era incompleta, que no servía para emancipar a la mujer. Además identificaban al marxismo con lo que sucedía en los llamados países del socialismo real, estalinistas, donde había existido una contrarrevolución y se habían abolido los derechos que los bolcheviques implantaron en vida de Lenin.
La argumentación central de este feminismo socialista era que las dos corrientes de pensamiento –socialismo y feminismo-buscaban el mismo fin, ayudar a la liberación de la mujer, sólo que con diferentes métodos (lo que les faltó decir es que las organizaciones feministas buscan la liberación de la mujer organizando a las mujeres de forma independiente, separada de cualquier militancia política más amplia, mientras que los marxistas siempre han defendido la idea que solo con la lucha de clases, donde todos los explotados se agrupen, se puede conseguir tal fin). Su análisis partía de la existencia de un sistema dual, separado, el patriarcal y el capitalista. Según su análisis, estaban en contra de la explotación que se daba en el capitalismo pero decían que el marxismo no había profundizado sobre el patriarcado, su forma de implementación y la forma de terminar con él.
Las feministas socialistas hablaban de la necesidad de desarrollar al marxismo “sobre la práctica y comprensión femenina”, porque este no había explicado las diferentes formas de opresión de la mujer, particularmente la referida a la mujer y su participación en el trabajo doméstico. Que el marxismo era ambiguo sobre los asuntos de la mujer.
¿Cuál es el “aporte” que hacen al marxismo estas feministas socialistas? Decían que en la familia se desarrollaban relaciones de producción, donde el hombre asumía el papel del patrón y la mujer de obrera explotada —la mujer era una clase específica por el solo hecho de su mismo sexo, echando por la borda lo que el marxismo plantea al respecto, que las clases sociales son las que se crean a partir de su relación con los medios de producción—, que el hombre se apropia del trabajo de la mujer —trabajo doméstico y de crianza de los hijos— sin ningún tipo de pago. La conclusión de este planteamiento es que las relaciones sociales dentro de la familia son antagónicas, entonces la unidad de las mujeres con los hombres era irreconciliable. Como conclusión de esta idea, la explotación se da en la familia y se consolida en el matrimonio. De ahí se desprenden ideas alucinantes como el hecho de crear comunidades anti masculinas, donde el lesbianismo es una “salida política”.
Para Marx, por el contrario, la explotación se da en las fábricas, cuando cada trabajador —que forman una clase por no poseer las fuerzas de producción (maquinaria, fábricas, capital, etc.) y tiene que vender diariamente su fuerza de trabajo, esta es la característica de la clase obrera— se emplea en una empresa. Del tiempo que labora, una parte es para pagar su salario y la otra, el trabajo no pagado, o plus valor, de la que se extrae la ganancia del capitalista. El análisis de Marx se desprende de la observación de lo que sucede día con día en la sociedad capitalista. Lo que plantean algunas feministas socialistas en realidad es utilizar terminología marxista, pero muy poco o nada tiene que ver con él.
Otras nuevas activistas van saliendo a la escena, alejadas del marxismo, alejadas de los partidos políticos y criticando la modernidad. A este movimiento se le conoce como la Nueva Izquierda, está integrado, como ya lo dijimos, por muchos activistas pro derechos civiles, les mueve la igualdad política, se organizan contra la explotación —sin ir a la raíz—, conforme se hacen más fuertes en las calles su pensamiento va envolviendo a las activistas y creando nuevos códigos de ética y comportamiento; desde la academia presionan a los gobiernos a hacer concesiones sobre la política de igualdad. El lugar donde más se desarrolla su crítica y centran su atención es en las relaciones que tiene lugar en el ámbito de la familia.
Una de las máximas exponentes o teóricas del feminismo radical fue Kate Millett, en su libro Política sexual, plantea que la explotación de la mujer, no solo se da por la exclusión de las mujeres de los ámbitos sociales o la situación en la que se ve sumergida en las relaciones de poder, sino que tiene raíces más profundas. Estas raíces, para ella, se encuentran en la familia patriarcal, en todos los cuidados que implica a la mujer asumir un rol de subordinación en estas relaciones familiares y en las relaciones de pareja. Dice que la familia no es un espacio, como se quiere hacer creer, de afecto y cuidado, sino una institución patriarcal, donde hay una división sexual del trabajo y unas relaciones de poder donde la mujer siempre se ve subordinada a los hombres. En la familia no se da amor ni nada parecido sino una relación política de explotación y subordinación de la mujer.
El patriarcado es la parte central de su teoría, dejando de lado todo lo que tenga que ver con las relaciones de clase que se desarrollan en la sociedad capitalista. Para ella las sociedades están estructuradas sobre el poder de los varones y de ello se desprenden todas las políticas y los lineamientos económicos.
Aunque describe de forma correcta la opresión que vive la mujer en la familia burguesa nuclear, no explica nada con respecto a, de dónde viene esa familia; pareciera que ésta siempre ha existido así —con lo cual no estamos de acuerdo— y no habla nada sobre el capitalismo, ni cómo éste empuja esas relaciones de brutalidad y dominación en la familia. Para ella el que tiene la culpa de esto es el hombre y no las relaciones de producción basadas en la explotación. Es cierto que hay una violencia consistente en la familia y que una parte de esa explotación la capitaliza el hombre que se aprovecha de la mujer, pero el grueso de la explotación familiar la capitaliza el capitalismo.
Dentro de este movimiento encontramos otra escritora que tuvo un fuerte impacto al calor de las movilizaciones de masas, aunque utiliza preceptos marxistas, se aleja sustancialmente de él. El feminismo biológico tratan de buscar el origen de la opresión de la mujer por razones genéticas, una de ellas es Shulamith Firestone (Dialéctica del Sexo). Ella argumenta que la división de la sociedad se da en dos clases biológicas, una división sexual de la humanidad; la opresión radica en la anatomía de la mujer. Dicen que la procreación es el origen de la división del trabajo (división sexual del trabajo). Hablan de una estructura de poder sexual (patriarcado) y otra de poder de clases. Por ende, como sólo la mujer puede procrear, entonces siempre va a ser oprimida. Ninguna de estas ideas, que ponen todo patas arriba, tiene que ver con la realidad de la explotación de la mujer en la casa. Para la autora, la salida es el avance de la ciencia, plantea los anticonceptivos como forma de evitar que la mujer se embarace, con esto se terminará con la opresión. También plantea la posibilidad de la concepción fuera del útero. En todo caso lo que plantea es una solución individual para la explotación de la mujer. El marxismo está lejos de pensar que la explotación de la mujer se debe a su origen biológico. Hay pruebas, tanto en los estudios de comunidades antiguas, como en ciertas tribus que aún perviven (por ejemplo el pueblo mosuo que habita en las provincias chinas de Yunnan y Sichuan), donde podemos ver que la mujer juega un papel preponderante y libre de opresión; esto no es por no tener hijos, sino porque no existe la propiedad privada.
Estas ideas del feminismo radical tienen cierta influencia en colectivos de mujeres que se alejaban progresivamente no sólo de la unidad de hombres y mujeres de la clase trabajadora en la lucha por la emancipación, sino que se excluyen del resto de la sociedad. Podemos leer lo siguiente en un manifiesto de las Medias Rojas, un colectivo de mujeres estadounidenses: “Todos los hombres han oprimido a las mujeres… Nosotras no nos preguntamos qué es lo “revolucionario” o qué es lo “reformista” solo lo qué es bueno para la mujer” (La hermandad feminista es poderosa, 1970).
De estas ideas surge el separatismo radical, que plantea que como la explotación de la mujer es por los hombres, las chicas que están casadas y duermen con sus maridos, están durmiendo con el enemigo. La salida es, por tanto, el lesbianismo: “La satisfacción sexual de la mujer independientemente del hombre es el sine qua non de la revolución feminista… Hasta que todas las mujeres sean lesbianas no habrá una verdadera revolución política” (La nación lesbiana: la solución feminista, 1973)
Otra tendencia del feminismo radical, la mayoría, tratan de buscar el origen de la opresión en la dominación masculina (patriarcado). Para esta ala, no puede haber un cambio social sin que antes no haya un cambio cultural (cada uno debe comenzar a fijarse en cómo habla, cómo se comporta, etc.). Para lograr este cambio, se plantea como fundamental la organización de mujeres por separado, donde se desarrolla una autoconciencia de mujeres, se reevalúa el sentido de las palabras, se discute sobre el amor romántico. Supuestamente esto destruye las relaciones de opresión y por ende, libera a la mujer: “A través de la concienciación, las mujeres comprenden la realidad colectiva de su condición desde dentro de la perspectiva de esa experiencia, no desde fuera” (Catharine Mackinnon, Hacia una teoría feminista del Estado)
A este movimiento se le conoció con el nombre de feminismo cultural o de la diferencia. La tarea que se plantea este pensamiento es crear una contracultura femenina. Esta tendencia comenzó a aparecer a finales de los 70 cuando el proceso de lucha más radical iba en declive. A partir de la congregación de mujeres estos grupos intentaron reescribir su historia, crearon palabras nuevas como herstory (historia contada a partir de personajes femeninos). Esta reinterpretación de la historia tenía como objetivo “empoderar” a la mujer, rescatar el perfil de la mujer a través de la historia. Argumentaban que si las mujeres no aparecían en la historia era por la culpa de los hombres.
Esta corriente plantea que la mujer tiene una moralidad diferente a la de los hombres. Son las construcciones sociales las que dan cuerpo a lo que tiene que ser la feminidad y esto reduce su autonomía y libertad: “El feminismo de la diferencia se construirá alrededor de la idea de que entre varones y mujeres existen diferencias profundas que van más allá de la cultura, que probablemente están ancladas en sustratos más profundos de la humanidad masculina y femenina y que de todo ello resultan formas de estar en el mundo diferentes entre unos y otras. El feminismo de la diferencia se constituye alrededor de la afirmación de esa diferencia que dará lugar a una cultura de lo femenino” (Aproximaciones a la teoría critica feminista)
Los marxistas explicamos que hay dos historias, la de los vencidos y la de los vencedores. La historia “oficial” es redactada de tal forma que exalta las virtudes y aciertos de los que han vencido y gobiernan la sociedad. Por otro lado está la historia de los que fueron aplastados, regularmente esta es marginal pero rescata parte importante de nuestra clase, la clase obrera. El feminismo cultural ridiculiza este planteamiento al decir que la historia se escribe a partir del sexo. Así, el feminismo cultural renuncia a la lucha colectiva en la calles para concentrarse en espacios de apoyo y contemplación de la mujer, algunos de estos espacios derivan en concepciones místicas y espirituales de la mujer.
No estamos en contra de que existan lugares donde las mujeres se puedan reunir y hablar de sus problemas, recibir apoyo o crear “sororidad”. Pero no creemos que a través de estos espacios de reflexión se pueda eliminar la opresión de la mujer. La idea de crear palabras nuevas, desasexuadas, no implica que la violencia o el machismo o el acoso disminuya (está idea de que hablando de forma diferente y comportándote de forma diferentes se cambia algo, lo vamos a ver en la teoría Queer en toda su plenitud).
Con respecto a una cultura femenina decimos lo siguiente. En una sociedad determinada la cultura dominante está íntimamente ligada a las estructuras económicas y políticas que perviven. A lo largo de la historia, en grandes periodos de tiempo, ha habido profundos cambios culturales, que son precedidos por grandes acontecimientos en lo político, lo económico y lo social. No podemos hablar de una cultura a histórica, que sea igual por todos los tiempos, al final de cuenta, la cultura es fruto de las relaciones sociales de producción que se crean en los diferentes modos de producción, este es el telón de fondo de los grandes cambios culturales. Querer omitir esto nos lleva a terrenos idealistas donde se pretende que con cambiar el comportamiento o el lenguaje, o reescribir la historia de cierta forma vamos a terminar con la explotación de las clases oprimidas o de la mujer.
También, como parte de esta ola, podemos encontrar al feminismo liberal. Son colectivos de mujeres que aspiran a que la democracia se desarrolle y, a partir de esto, se pueda superar los problemas de las mujeres. Su planteamiento es esencialmente reformista, por ende burgués, pues no aspiran a romper con el capitalismo, y, en los hechos, se oponen a cualquier cambio radical. La crítica de este feminismo se centra en la idea que la sociedad impone límites para que las mujeres puedan acceder a puestos “importantes” que sólo los hombres pueden tener acceso (techos de cristal). Este movimiento llama a romper esos techos, a que la mujer se inserte en la dirección del gobierno, de las empresas, de la sociedad en general, para tener los mismos derechos de explotar que el hombre burgués.
Ellas no plantean una lucha contra el capitalismo, ni de la opresión de la mujer en la familia, solo están a favor de las oportunidades que los hombres les han cerrado en la democracia capitalista.
Feministas más recientes (como Federici), que podemos considerarlas en el ámbito del feminismo radical, se opone a la separación que plantean las feministas: patriarcado separado del capitalismo. Federici trata de demostrar en sus escritos que el capitalismo y el patriarcado se refuerzan y no se pueden abordar por separado. Sin embargo inmediatamente después plantea que la organización del trabajo se realiza a partir de la división sexual del trabajo. Su crítica a otras tendencias feministas es sobre el hecho de que sólo ven al patriarcado como un aspecto cultural, cuando ella lo enfoca como un aspecto económico.
Otro aspecto novedoso en su análisis es que no parte desde la mujer, como tal, sino de la división del trabajo. Aunque se dice marxista y utiliza preceptos del marxismo, plantea que “era necesario ir más allá de él (del marxismo). El análisis de la explotación del trabajo fue la base que nos juntó”. Plantea que el feminismo ha transformado al marxismo, lo ha ampliado. Lo que ella entiende como una ampliación, en realidad es una revisión a postulados fundamentales del marxismo, al final del día, está totalmente alejada de los planteamientos centrales de la teoría de Marx.
Los conceptos que ha “ampliado” son los de la división del trabajo, de los cuales dice que el marxismo es limitado, porque no explora el territorio de la explotación que es el trabajo doméstico. Dice: “Por eso no ven tantos problemas”. Esto es una equivocación completa, el marxismo sí ve la explotación femenina en el hogar, incluso se puede decir que los marxistas son los que han hecho más por terminar con ella —podemos ver esto, muy claramente, en la revolución rusa de 1917—. No solo eso, en diferentes escritos Marx y Engels abordan de manera clara este tema. Lo veremos más adelante.
Otra parte de su análisis es sobre las relaciones de subordinación que se genera entre los asalariados y no asalariados, para ser más concretos, entre la mujer que labora en su casa —y no es remunerada— y, por otra parte, el obrero. Este argumento lo toma prestado del posmodernismo, particularmente de Foucault, cuando este habla de las estructuras de micro poder que se desarrollan a todos los niveles de la sociedad y en todas las relaciones sociales y personales. Dice que a partir de esta jerarquización se desvaloriza el trabajo no pagado y la reproducción. Para ella, el trabajo doméstico no pagado es la base de la acumulación de capital. No dice nada de las familias, que cada vez son más, en la que los dos trabajan, que sucede en esos casos, ¿ya no existe explotación? De un plumazo echa por tierra los análisis descritos en El Capital sobre la acumulación capitalista.
La salida, para la emancipación del trabajo, que plantea esta feminista, es que el trabajo del “hogar” tenga que ser remunerado. A diferencia del marxismo que quiere socializar el trabajo doméstico, Federeci lo quiere eternizar. Lo que no dice, tampoco, es quién tendrá que pagar por ese trabajo, si el capitalista o el obrero. Ella dice: “La falta de salario naturaliza la explotación” en realidad es el trabajo asalariado lo que naturaliza la explotación en el capitalismo.
Esta autora plantea que hay una riqueza, que se crea en el hogar, por el trabajo doméstico. Pero en realidad el trabajo doméstico es un trabajo no productivo —en el sentido de que el valor se genera en la producción industrial— aunque es un trabajo que es fundamental para abaratar la mano de obra y ahorrarle al capital invertir en el sector público. El capitalismo refuerza la familia patriarcal como un medio para reproducir la fuerza de trabajo y carga el costo de muchos servicios sobre la espalda de la mujer trabajadora y el salario.
El patriarcado es un sistema cultural que forma parte del capitalismo
Son dos grandes aspectos los que ponen a discusión nuestras compañeras feministas: por un lado la familia (el trabajo no remunerado de la casa y la crianza de los hijos) y por el otro es el tema del patriarcado. El marxismo no aborda estos temas por separado y plantea que el capitalismo por necesidad es patriarcal, una buena parte del feminismo busca, de forma reiterada separar patriarcado de las relaciones de producción.
Cada una de las diferentes teóricas del feminismo conceptualiza de manera particular el patriarcado pero, en general, se le define como una supremacía masculina que se impone en los diferentes sectores de la sociedad. Las más sutiles plantean que como hay diferentes sociedades, el patriarcado ha sido diferente en cada una de ellas. La gran mayoría plantea que esta estructura de poder masculino incluso ha existido antes de la división de clases; autoras como Antoine Artous, una feminista radical que se describe como socialista, plantea que los nuevos descubrimientos de la ciencia señalan que la supremacía masculina, o patriarcado existe antes de que existieran las clases, luego entonces, el problema no es terminar con las clases, sino terminar con el patriarcado.
Algunas otras autoras plantean que el patriarcado deviene de un sistema cultural donde a los hombres siempre se les ha enseñado a ser superiores. Es decir, el problema es de una cultura ancestral que se viene asentando con los siglos para convertirse en algo habitual. La idea que hay detrás de este argumento es el biológico: la mujer biológicamente hablando está en inferioridad porque tiene que engendrar a los niños. Como lo hemos mencionado más arriba, este tipo de argumentos se asemejan a los utilizados por reaccionarios que afirman que los pobres son pobres porque genéticamente están predestinados.
Otras corrientes rechazan esta idea biológica y asumen que, entonces, el patriarcado es una cultura que se ha venido estableciendo con el tiempo y arraigando cada vez más, haciendo del dominio de los hombres, una costumbre inquebrantable. Pero no se explica el origen del patriarcado como cultura dominante. El feminismo, particularmente el cultural, plantea que a partir de la autorreflexión, en comunidades de mujeres, se irá rehaciendo la historia de la mujer, a partir de relatos, de renombrar de forma femenina las palabras, creando una nueva cultura femenina, así se puede ir contrarrestando la cultura patriarcal. Esta corriente deja de lado la transformación política y económica de la sociedad para sostener que el cambio está en cómo te comportas, cómo hablas, cómo piensas, para esta corriente no se puede hacer un cambio sin una transformación cultural de fondo de cada uno de nosotros. Esto se convierte en una teoría de superación personal.
Marx decía que es cierto que necesitamos cambiar culturalmente para poder hacer una nueva sociedad, pero el cambio se encuentra en la lucha por la transformación de la sociedad. Lo que plantean las feministas culturales, cambiar personalmente la forma en la que hablamos, pensamos, nos dirigimos a los demás, cae en el idealismo. Es cierto que tenemos que hacer cambios profundos en la conciencia y la cultura y de cada uno de nosotros y de la clase obrera, pero esto no se consigue como una batalla individual, sino sobre la lógica de la lucha revolucionaria colectiva:
“Que tanto para engendrar en masa esta conciencia comunista como para llevar adelante la cosa misma, es necesario una transformación en masa de los hombres que solo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución; y que, por consiguiente, la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que se hunde y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases”. (Marx y Engels, La ideología alemana)
Para el marxismo el patriarcado (una cultura que se arraigó en las sociedades pre capitalistas y que el capitalismo lo reforzó para mantener su dominio de clase) tiene una base material, y surge cuando aparece un excedente en la producción en la sociedad; este excedente va siendo acumulado, en general, por los varones de la clase dominante debido a la división natural del trabajo que había en la sociedad donde el hombre se dedicaba predominantemente a la caza y la mujer a la recolección. Sin embargo, antes del surgimiento de la propiedad privada de riquezas, rebaños y tierras, la división del trabajo no implicaba opresión e incluso el papel de la mujer —como recolectora, símbolo de la fertilidad e incipiente agricultora— podía poner al género femenino en un pedestal muy alto de valoración social. Lo que Engels demuestra en el “Origen de la Familia, la propiedad privada y el Estado” es justamente que el patriarcado no es eterno, que tiene bases materiales de existencia y que puede desaparecer eliminando esas bases materiales.
“Con arreglo a la división del trabajo en la familia de entonces, el papel del hombre consistía en proporcionar la alimentación y los instrumentos de trabajo necesarios para ello, y, por consiguiente, era propietario de estos últimos.”
…
““El derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción”.
A partir de ese momento hay un predominio de los hombres sobre las mujeres, que tiene bases materiales muy concretas. Conforme las sociedades se fueron haciendo más complejas y el Estado fue creciendo, el control de la creciente riqueza quedó en manos de la clase que detentaba el poder económico, en casi todos los casos —salvo algunas excepciones— había hombres al frente. La mujer pasó a ser tanto explotada por el régimen general de producción de mercancías, como por la familia, donde le asignaban un rol subordinado al hombre, el patriarcado se crea en la familia, en un primer momento y se desenvuelve para convertirse en un método integrado al Estado. Se le agregó a esto la carga ideológica que la iglesia introdujo en el feudalismo
Esto se acentuó con el capitalismo. El patriarcado no funcionó nunca, ni ahora, como un sistema aparte. Está íntimamente ligado con quien detenta el excedente de producción. Cabe decir aquí que ahora hay muchas mujeres burguesas dueñas de los medios de producción que explotan a cientos o miles de mujeres y hombres en sus empresas, ellas también reproducen el patriarcado, al mantener el régimen de explotación capitalista que perpetua a una minoría con una cultura patriarcal en la cima del poder.
Si queremos terminar con las bases materiales del patriarcado tenemos que apropiarnos, colectivamente, del excedente de trabajo no pagado a la clase obrera, del plus trabajo. Este será un golpe fulminante porque en el momento que el excedente pertenezca a la sociedad, se terminará con las bases clasistas de la sociedad.
¿Esto terminará con una cultura machista y misógina que se ha acentuado por miles de años? No de inmediato. Sabemos que los cambios culturales son los más difíciles de efectuar y no basta que se declare un estado obrero para terminar con toda la basura que el capitalismo ha inculcado por más de 200 años. “La ‘liberación’ es un acto histórico y no mental, y conducirán a ella las relaciones históricas, el estado de la industria, del comercio, de la agricultura, de las relaciones.”(Carlos Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana)
La mujer y demás sectores oprimidos sean verdaderamente libres cuando haya nuevas generaciones que crezcan en una sociedad sin propiedad privada, donde exista la abundancia y los vestigios del patriarcado se hayan eliminado. Lo que no cabe duda es que la revolución socialista, como en Rusia del 1917, sentará las bases materiales para estos grandes cambios culturales.
La familia, doble explotación y la producción de mercancías
La explotación de la mujer dentro del capitalismo se da a varios niveles y por varias razones, no sólo intervienen el capital y la familia, también interviene la crianza individual de los niños, la educación que se imparte en gran parte de las escuelas, la religión. La imagen de la mujer amorosa y sumisa, siempre martirizada en su casa, abnegada por sus hijos y su esposo, es una creación cultura que se reproduce por los medios de comunicación, en novelas, libros de moral burguesa, en la escuela, en la iglesia, a través de la familia, etc. en este aspecto la mujer sólo se afirma con referencia a otro, en este caso a un hombre.
El marxismo plantea como parte fundamental de la emancipación de la mujer, su incorporación al trabajo remunerado. Cuando una mujer se integra al campo laboral, deja de ser un instrumento que depende del marido en la casa, con su independencia económica también se puede ver paulatinamente su independencia política y social. Lenin llega a afirmar que el hecho de que la mujer se sume al trabajo es romper, aunque de forma limitada, el poder patriarcal que trata de mantenerla sumisa, encerrada entre las cuatro paredes de su casa:
“En particular, hablando de las transformación de las condiciones de vida de la población por la fábrica, es preciso advertir que la incorporación de mujeres y adolecentes a la producción es un fenómeno progresivo en su esencia. Indudablemente, la fábrica coloca a estas categorías de la población obrera en una situación particularmente penosa,… pero sería reaccionaria y utópica la tendencia a prohibir por completo el trabajo de las mujeres y de los adolescentes en la industria o a mantener el régimen patriarcal de vida que excluía este trabajo. Destruyendo el aislamiento patriarcal de estas categorías de la población, que antes no salían del estrecho círculo de las relaciones domésticas, familiares; llevándolas a participar de manera directa en la producción social, la gran industria mecánica impulsa su desarrollo, les da mayor independencia, es decir, crea unas condiciones de vida que están incomparablemente por encima de la inmovilidad patriarcal de las relaciones pre capitalistas.” (Lenin, El desarrollo del capitalismo en Rusia)
Sin embargo, al incorporase la mujer a este trabajo industrial, no entra “liberada”, como lo hacen los hombres, a vender su fuerza de trabajo, y a partir de eso y su organización, definir sus condiciones salariales y laborales. Como la mujer está considerada, en el capitalismo, “mano de obra de reserva”, esto quiere decir que su actividad fundamental no es la del trabajo son la producción y reproducción de la mano de obra (parir, cuidar a los niños, y reponer la fuerza de trabajo que ha desgastado el obrero en la fábrica). Su salario no está determinado libremente por las leyes del mercado laboral, sino por la comparación de ella con respecto al salario del hombre.
Es decir que al no considerársele fundamental su trabajo en la industria, su salario no está determinado por la leyes del mercado en estado puro sino, regularmente a la baja del salario del hombre. Aquí la mujer vive la explotación directa del capital, que como cualquier obrero se integra a la producción. El capital, sin embargo, la explota aún más, por su condición de mujer al percibir salarios más bajos, jornadas más extenuantes o labores más rutinarias y repetitivas que marchitan cualquier visto de humanidad. Como en la sociedad capitalista, quien más tiene más vale, la mujer sufre un proceso de desvalorización y sojuzgamiento porque su salario es menor. Marx en el capital escribe:
“El valor de la fuerza de trabajo no se determinaba ya por el tiempo de trabajo necesario para el sustento del obrero adulto individual, sino por el requerido para mantener a la familia obrera. Al lanzar la maquinaria a todos los miembros de la familia obrera sobre el mercado de trabajo, reparte el valor de la fuerza de trabajo del hombre entre toda su familia. De ahí que desvalorice su fuerza de trabajo. La compra de la familia fraccionada, por ejemplo, en cuatro fuerzas de trabajo, tal vez cueste más que costaba antes la adquisición de la fuerza de trabajo del cabeza de familia, pero en cambio se tienen cuatro jornadas de trabajo en lugar de una, y su precio disminuye en proporción al excedente de plustrabajo de los cuatro sobre el plustrabajo de uno. Los cuatro tienen que suministrar no sólo trabajo, sino también plustrabajo para el capital, a fin de que la familia viva. De esta manera, la maquinaria amplía desde un principio, junto con el material de explotación humano, el verdadero campo de explotación de capital, también el grado de explotación” (Citado en Alan Woods y Ana Muñoz, el marxismo y la emancipación de la mujer, C. Marx, El Capital. Madrid, Akal Editor, 1976, Vol. I, Tomo II, pág. 110).
Una de las demandas más importantes que defendemos, y que ha sido defendida por las diferentes organizaciones revolucionarias es: al igual trabajo igual salario, romper con esta idea de que la mujer es “mano de obra de reserva”. Para lograr esto, se ha impulsado la organización sindical de las mujeres, la participación política de todas las compañeras que estén dispuestas a organizarse y luchar por sus derechos sindicales en igual de condiciones que un hombre.
El segundo lugar donde la mujer es explotada es en la familia (aquí tenemos que hacer una aclaración, no podemos hablar de la familia en general, en abstracto, porque no es lo mismo una familia burguesa, donde la mujer básicamente tiene el rol de procrear hijos para asegurar la herencia, y por el otro lado la familia obrera, que es a la que nos referimos de aquí en adelante). Ellas, ahí, realiza un trabajo que se invisibiliza, tanto por la capital, como por una cultura patriarcal. Todas las mujeres que laboran en la producción social sufren de forma regular una doble explotación, pues ellas son las que llevan la mayor carga del trabajo en el hogar. El gobierno mexicano da los siguientes datos sobre el trabajo del hogar:
“Durante 2015, el valor económico del trabajo no remunerado doméstico y de cuidados alcanzó un nivel equivalente a 4.4 billones de pesos, lo que representó el 24.2% del PIB del país; de esta participación las mujeres aportaron 18 puntos y los hombres 6.2 puntos.
“El valor generado por el trabajo no remunerado doméstico y de cuidados de los hogares como proporción del PIB del país, en 2015, fue superior al alcanzado por algunas actividades económicas como la industria manufacturera, el comercio y los servicios inmobiliarios y de alquiler de bienes muebles e intangibles de manera individual, las cuales registraron una participación de 18.8%, 17.5% y 11.7% respectivamente.
“Los datos obtenidos en el estudio Cuenta Satélite del Trabajo No Remunerado de los Hogares de México, 2015 señalan que la mayor parte de las labores domésticas y de cuidados fueron realizadas por las mujeres, con el 77.2% del tiempo que los hogares destinaron a estas actividades, lo que correspondió, a su vez, al 74.3% si se habla en términos del valor económico.
“En 2015, los resultados en cifras netas per cápita mostraron que cada persona participó en promedio con el equivalente a 35,131 pesos anuales por sus labores domésticas y de cuidados. Sin embargo, se observó que el trabajo de las mujeres tuvo un valor equivalente a 49,586 pesos, mientras que el de los hombres fue de 18,109 pesos durante el mismo año. Estas cifras reflejan el sueldo neto que podrían percibir los miembros del hogar por realizar una actividad similar en el mercado.
“En el caso de los hogares con parejas casadas, y con presencia de hijas/os pequeños, estas cifras se disparan aún más. Por ejemplo, el valor económico del trabajo doméstico y de cuidados de los varones que están casados o unidos y colaboran con labores domésticas y de cuidados fue equivalente a 19,571 pesos; mientras que la aportación de las mujeres en la misma situación ascendió a 64,031 pesos.” (https://www.gob.mx/mujeressinviolencia/articulos/el-valor-del-trabajo-no-remunerado-en-los-hogares-en-mexico)
Estas cifras demuestras el grado de explotación que la mujer sufren en los confines de su “dulce hogar” y que se intenta ocultar reiteradamente, o se intenta santificar (la iglesia es una de las principales impulsoras de que la mujer debe estar metida en su casa atendiendo a sus hijos y su marido). Lo que es cierto es que todo este trabajo que hace la mujer en la casa, como queda en el ámbito privado, lo aprovecha el capitalismo, se lo apropia, en lo social, las mercancías que ella crea el capital las explota, la mujer no. Todas las mercancías y servicios que produce la mujer, no se venden, se quedan en el uso familiar, que es usufructuado por el hombre y el capitalismo. En una sociedad donde se intercambian mercancías, el trabajo de la mujer no tiene valor, porque no se intercambia por nada. Lenin dice al respecto:
“… la mitad femenina del género humano está doblemente oprimida. La obrera y la campesina son oprimidas por el capital y, además, incluso en las repúblicas burguesas más democráticas, no tienen plenitud de derechos, ya que la ley les niega igualdad con el hombre. Esto en primer lugar; y en segundo lugar —lo que es más importante— permanecen en la “esclavitud casera”, son “esclavas del hogar”, viven agobiadas por la labor más mezquina, más ingrata, más dura y más embrutecedora: la de la cocina y, en general, la de la economía doméstica familiar individual” (El día internacional de la obrera)
Como hemos escrito más arriba, muchas de las corrientes del feminismo teorizan sobre este trabajo que hace la mujer en la casa, en el seno familiar. El debate no sólo recae sobre el trabajo no pagado sino sobre la familia. Algunas de ellas dicen que la familia es un medio de producción, que dentro de esa sociedad que es la familia, hay una división sexual del trabajo donde le hombre actúa como patrón, robando un trabajo doméstico, no remunerado a la mujer, y la mujer por tanto es una clase social.
Algunas otras dicen que es gracias al trabajo doméstico no remunerado donde el capital obtiene su acumulación originaria, por tanto para terminar con esta explotación, lo que se necesita es que el trabajo doméstico sea pagado. Dentro de esta misma línea de debate, hay quien argumenta que mientras que la mujer siga teniendo hijos va seguir siendo condenada a la opresión. Otras que plantea que la familia es un residuo de modos de producción del pasado y que el trabajo doméstico es un residuo de viajas formas de producción. Otras más hablan que como la mujer reproduce y produce mercancías (tiene a los niños y los prepara para el trabajo) entonces la mujer es un medio de producción.
El trabajo en el hogar, de forma regular lo dividen en tres partes, por un lado la reproducción social de la mercancía mano de obra, es decir la maternidad y nacimiento de los hijos. Lo segundo es la crianza de estos niños y lo tercero es el mantenimiento de la fuerza de trabajo ya activa (el lavar, planchar, hacer la comida y todo lo que necesita el hombre que se va a laborar). Este trabajo es fundamental para el capital —no podemos decir, como lo dicen algunas feministas que de aquí parte la acumulación originaria—. Pero sí es verdad que es una explotación brutal que el capitalismo necesita para sobrevivir.
Este trabajo que realiza la mujer dentro de la familia (aunque se han dado algunos pasos para hacer que las tareas de la casa recaigan entre los que conforman la familia, sigue siendo mayoritario el trabajo que realiza la mujer) ha existido antes del capitalismo. Algunas dicen, que como el problema es la familia, por lo menos la familia heterosexual, hay que oponerse a ella. Pero aquí hay un error, el problema no es la familia a secas, es la familia que sirve al capitalismo. Marx dice que con la incorporación de la gran maquinaria y la incorporación de la mujer al trabajo, sienta las bases para la destrucción de la familia burguesa nuclear.
“… por muy espantosa y repugnante que nos parezca la disolución de la antigua familia dentro del sistema capitalista, no es menos cierto que la gran industria, al asignas a la mujer, al joven y al niño de ambos sexos un papel decisivo en los procesos sociales organizados de la producción, arrancándolos con ello de la órbita doméstica, crea las nuevas bases económicas para una forma superior de familia y de relaciones entre ambos sexos”. (Marx, El capital, Tomo I)
Pero como hemos dicho, la familia ha sobrevivido porque le es funcional al capitalismo, en el sentido del trabajo no remunerado que se genera dentro del núcleo familiar. La salida a esto, no es volver remunerable el trabajo embrutecedor de la casa, sino desaparecerlo. Riazanov dice:
“…la familia real comienza a desorganizarse. La unión interior de la familia estaba destruida, lo mismo que los elementos separados que conforman su noción, sobre todo: la obediencia, la piedad, la fidelidad conyugal, etc. Pero su cuerpo real, las relaciones económicas, las particularidades, la cohabitación forzada, las relaciones creadas por el nacimiento de los hijos, por la organización de la vida moderna y por la acumulación de capital quedaban, porque la existencia de la familia llegó a ser inevitable, a causa de su ligación por la manera de producir, independientemente del beneplácito de la sociedad burguesa.”
Los comunistas plantean la desaparición de la familia burguesa, como la que conocemos ahora, que es una parte integral de las estructuras de dominación del capital. Cuando el Estado obrero se haga cargo del cuidado de los niños, instale comedores y lavanderías públicas, cuando se brinde un trabajo bien remunerado a hombres y mujeres, cuando la mujer tenga acceso a una vivienda digna por el simple hecho de existir, etc. Cuando esto suceda, la familia burguesa ya no tendrá necesidad de existir. La opresión de la mujer, que está íntimamente relacionado a las tareas que tiene que hacer dentro de la casa, serán sustituidas por una multitud de servicios públicos eliminen la esclavitud domestica la mujer ya no será apéndice de alguien o estará atada por necesidad a alguien. Las relaciones personales se podrán asentar sobre las empatías y sentimientos, no sobre intereses y necesidades.
Con respecto a la procreación de hijos, hay también varias vertientes en el feminismo. Hay algunas que plantean que si la mujer sigue pariendo nunca se va a liberar, para eso se propone métodos anticonceptivos o incluso, con el avance de la ciencia, el crear vida fuera del útero. Algunas dicen que tener hijos es crear mercancías pero este trabajo tampoco se le remunera, hay algunas ideas sobre este tema, para que se pueda pagar (México y Canadá, dos modelos antagónicos de gestación subrogadas. El país).
Tenemos que decir varias cosas al respecto. Hay familias heterosexuales que deciden no tener hijos; otras, las de géneros iguales, que no pueden tenerlos biológicamente. Estos casos dan la posibilidad de saber si es que, efectivamente, no tener hijos libera a la mujer de la explotación. La respuesta es negativa, se sigue manteniendo la explotación del capital en empresa y en el hogar. Las que han decidido tenerlos, ciertamente se pueden convertir en mercancías del mercado capitalista, en un momento determinado, sin embargo, no es el hecho de concebir un hijo lo que genera la mercancía, sino la sociedad donde se concibe esa creación. Sólo en una sociedad socialista los hijos no van a ser parte del mercado capitalista y no se van a concebir como mercancías; no es el acto sino el proceso en el que se insertan, sin que lo hayan podido escoger, lo que los hace ser mercancías, y por tanto, la maternidad, se sienta como opresión. Engels dice sobre la familia en una sociedad socialista:
“XXI. ¿Qué influencia ejercerá el régimen social comunista en la familia?
Las relaciones entre los sexos tendrán un carácter puramente privado, perteneciente sólo a las personas que toman parte en ellas, sin el menor motivo para la injerencia de la sociedad. Eso es posible merced a la supresión de la propiedad privada y a la educación de los niños por la sociedad, con lo cual se destruyen las dos bases del matrimonio actual ligadas a la propiedad privada: la dependencia de la mujer respecto del hombre y la dependencia de los hijos respecto de los padres. En ello reside, precisamente, la respuesta a los alaridos altamente moralistas de los burgueses con motivo de la comunidad de las mujeres, que, según éstos, quieren implantar los comunistas. La comunidad de las mujeres es un fenómeno que pertenece enteramente a la sociedad burguesa y existe hoy plenamente bajo la forma de prostitución. Pero, la prostitución descansa en la propiedad privada y desaparecerá junto con ella. Por consiguiente, la organización comunista, en lugar de implantar la comunidad de las mujeres, la suprimirá.” (Principios del comunismo)
El feminismo en AL y la mano del imperialismo “empoderando” mujeres
En toda la historia de América latina han existido movimientos o personajes que luchar por la igualdad de la mujer y el hombre. El feminismo latino está marcado por una politización y radicalización, que va de la mano de la lucha contra la implantación de dictaduras militares, contra el capitalismo y el imperialismo. Una tarea urgente para el imperialismo era arrebatar a las mujeres del campo de batalla de la lucha de clases y meterla a la dinámica de mantener a la familia.
En este mismo periodo el imperialismo americano implementa una política, de apoyo a la mujer en AL y países ex coloniales, inyectando jugosas cantidades de dinero con las cuales crea diversas Organizaciones No Gubernamentales (ONG). Estas ONG´s fueron a las comunidades a reforzar la idea de la familia nuclear, que había sido desfigurada, en varios países, por guerras civiles, opresión brutal de trasnacionales o migraciones forzosas. Con dólares en la mano preconizaban la idea de “empoderar” a la mujer (dar poder a la mujer en los márgenes del capitalismo) creando pequeños proyectos productivos. Parte de este dinero fue a dar a diferentes programas de gobiernos para potenciar la educación de la mujer.
Aunque parezcan muy progresistas estas ideas, en realidad lo que planteaban era la idea de que la mujer podría tomar preponderancia en la sociedad «empoderarse» sin romper con el capitalismo. Con este método se cooptó a la gran mayoría de movimientos autónomos de mujeres (les quitó el filo revolucionario y las perfiló sobre la idea del progresismo) y fraccionó a organizaciones políticas de izquierda. Así se abrieron espacios para mujeres en los parlamentos, en los gobiernos e instituciones, sobre esta lógica es que se impulsó la política de cuotas de género, una idea de discriminación positiva reaccionaria. Podemos decir que el imperialismo impulsó el “empoderamiento” de las mujeres para mantener su estructura básica, la familia, y mantener su régimen de explotación capitalista y patriarcal.
Existen colectivos de feministas radicales por todo el continente repitiendo básicamente todas las teorías, pero revueltas, de los diferentes feminismos expuestos anteriormente. Hay una gran confusión al respecto, porque solo se repiten ideas o frases que han escuchado de boca de otras. Esta dispersión ideológica se acentuó con la bancarrota de los partidos comunistas de la región, las derrotas de los diferentes procesos revolucionarios, la idea de teorizar una “nueva” filosofía de la liberación latinoamericana, etc.
Las condiciones materiales de violencia, ataques a los derechos democráticos y sindicales, la pobreza que azota toda la región nos pone ante una tarea urgente de poder formar fuertes organizaciones de hombres y mujeres que luchen por la emancipación de la mujer, contra la violencia machista y demás tipos de opresión. Eso significa terminar con la explotación capitalista.
La reacción idealista en la lucha de las mujeres y las personas LGBTTTI
Hay un hilo conductor entre el feminismo cultural o de la diferencia y el posmodernismo, o pos feminismo, como algunos lo denominan. La diferencia es que en los años 70 el debate y desarrollo de la teoría feminista de aquellos años era para combatir la explotación de la mujer, en la década de los 90 el posfeminismo surge sobre la lógica de un debate entre feministas. La alianza entre el feminismo y el posmodernismo cambió de forma radical la lucha feminista, reduciéndola a la epistemológica.
La base filosófica de la teoría en cuestión es el posmodernismo, que surge en un periodo de reacción y eclecticismo (baja en la lucha de clases, la derrota de los movimientos revolucionarios de los 60 y 70, la caída de los llamados países del socialismo real, etc.). Llega a la conclusión de que el capitalismo ha vencido y que no se puede cambiar. Algunas la consideran la hija de las derrotas del feminismo radical (posfeminismo). Es puramente idealista, no parte de la sociedad sino del sujeto, para poder analizar la sociedad y por ende su transformación (esto es un rasgo común del posmodernismo en todas sus vertientes). Cada uno es libre de interpretar su género, cada cuerpo puede ser mil y un posibilidades interpretativas. La teoría queer se basa en la idea de la necesidad de deconstruir las categorías de sexo, género y sexualidad para que aquellas personas que no deseen asumir su género alcancen un estatus legal e igual.
Retoman del posestructuralismo la descentralización del sujeto (despojar el sujeto de un pensamiento que ya posee). Salir de la centralidad de un sujeto, dejar de considerar al sujeto cartesiano como fundamento y explicación constituyente de la realidad. Heidegger fue uno de los filósofos más encarnizados «descentradores», el estructuralismo después y luego Foucault.
Para la posmodernidad las categorías generales o centrales no son aceptables porque no tienen en consideración las diferencias, no son incluyentes de las visiones de los individuos, por tanto ninguna puede dar una visión real de la totalidad de las cosas. Dicen que las abstracciones —teorías— son construcciones discursivas que configuran la realidad de tal forma que la homogenizan, cuando la realidad es diversa. Dicen que se le falsifica cuando se le quiere encerrar en los límites de una uniformidad. Van más allá en esta idea, plantean que se debe decretar la nulidad de todas las teorías, por su perversidad. Esto aplica, no solo al marxismo y demás corrientes sociológicas, sino también a la reflexión feminista sobre el género y el patriarcado. El concepto de mujer “rompe la posibilidad de explotar a profundidad las diversidades del género femenino”. Dicen que el concepto de género solo representa a un pequeño grupo de mujeres: mujeres blancas de países ricos.
“Las argumentaciones posmodernas que cuestionan la categoría de genero reaparecen con el concepto del patriarcado. El análisis feminista acerca del patriarcado se fundamenta en la idea de que uno de los rasgos estructurales de las sociedades existentes es la jerarquización de los géneros. Pues bien, la postmodernidad, en su guerra declarada a las generalizaciones, critica la noción de patriarcado porque no da cuenta del funcionamiento de la opresión de género en los contextos culturales concretos en que existe. Y es que la posmodernidad rechaza el concepto de patriarcado por esencialista, ahistórico y totalizador.” (Aproximaciones a la teoría critica feminista)
El posmodernismo es una filosofía reaccionaria, pues al momento de negar la validez de cualquier teoría, también niega cualquier posibilidad de estrategia de lucha organizada para cambiar la realidad, limitando su actuar a entender y transformar con las palabras o la cultura en abstracto. No sólo es un paso a otras con respecto a los diferentes feminismos radicales de la década de los 60, sino que trata de echar por la borda todo el estudio de las ciencias sociales al plantear nula la experiencia anterior para estudiar objetivamente la historia y sus leyes.
De la escuela posmoderna se desprende el llamado multiculturalismo, que como su nombre lo dice, es la exaltación de la diferencia cultural como base de sus postulados teóricos. Esta teoría trata de resaltar “visibilizar” las minorías oprimidas, ya sea por raza, género, religión, etc. (especialmente ponen atención en las poblaciones de mujeres indígenas y afro descendientes). Además que mete a discusión el avasallamiento y dominación cultural de los países imperialistas a las colonias o ex colonias.
El feminismo retomó parte importante del culturalismo, particularmente en los países ex coloniales. Con esta teoría pusieron encima de la mesa el derecho de las mujeres indígenas y afro descendientes. El feminismo multiculturalista critica al feminismo porque no visibiliza la opresión de mujeres marcadas por la raza, la clase, la ética o la orientación sexual en países con problema de opresión colonial. Propone, frente al “metarrelato feminista”, la proliferación de “microrrelatos”. A partir de experiencias personales y regionales construir una historia, se niegan a una teoría general que pueda explicar la explotación de la mujer y demás minorías oprimidas.
Aunque la palabra Queer significa “raro”, “enfermo” o “anormal”, la academia reconfiguró el significado. Esta teoría es reaccionaria, no ayuda a la lucha por la liberación de la mujer ni de las personas LGBT, su planeamiento es el disolver todas las identidades de los oprimidos y limita todo intento de organización. Cuestiona la imposición de identidades genéricas (hombre-mujer) pues las considera opresivas.
“El filósofo francés, Michel Foucault, referente imprescindible de la teoría Queer, argumenta sobre el carácter construido del sexo y señala que la heterosexualidad se ha construido desde la coacción normativa, desplazando así otras formas de vivir la sexualidad, como, por ejemplo, la homosexualidad. “El resultado de que los seres humanos se van a dividir en dos géneros diversos entre sí, de manera que deviene producto cultural lo que se presenta como orden natural. Y de este modo el orden, simbólico y real, es caracterizado en términos de heterosexualidad. Atravesar este orden simbólico y real, detectarlo y sacar a la luz su carga normativa es ya parte del trabajo de deconstrucción que la teoría queer se propone.” (Aproximaciones a la teoría critica feminista)
Conviene aclarar algunos términos que utiliza la teoría Queer para poder seguir la discusión: la anatomía no dicta el género. El sexo es la característica física que heredas de los genes, en contraste, el género es un aprendizaje social, el cómo se debe comportar un hombre o una mujer (para nosotros el género no es simplemente una construcción social, sino que se genera a partir de una inter relación entre el sexo biológico, las cuestiones hormonales y la sociedad). Así, una persona sexo genérica es alguien que identifica su sexo con su género, una persona de diferencia sexo genérica es aquella que no identifica su sexo con su género (LGTBIIQ). A partir de esto, cada quien puede interpretar su género como mejor le guste. Por el contrario, el cuerpo como “sexo natural” es repelido y se considera opresivo, por ser planteado desde la heterosexualidad.
Judith Butler es una de sus máximas exponentes, cuestiona la identidad de la “mujer” porque es una identidad heterosexualizada y excluye otras identidades, por lo tanto oprime. A partir de una idea de Simon de Beauvoir comienza a criticar todas las “construcciones sociales” —no se nace mujer, se hace—, y lanza una crítica a las feministas anteriores planteando que el término “mujer” es una construcción social que se ha generalizado a partir de imposiciones sociales. (Es decir que la mujer no es mujer porque nazca de ese sexo, sino porque le han dicho que es mujer, y por ende tiene que cumplir con ciertas normas). El termino mujer ratifica la heterosexualidad y por lo tanto es opresora.
“El cuerpo no es una realidad material fáctica o idéntica a sí misma; es una materialidad cargada de significado (…) y la manera de sostener ese significado es fundamentalmente dramática. Cuando digo dramático me refiero a que el cuerpo no es simplemente materia sino una continua e incesante materialización de posibilidades. Uno no es simplemente un cuerpo, sino, de una manera clave, uno se hace su propio cuerpo y, de hecho, uno se hace su propio cuerpo de manera distinta a como se hacen sus cuerpos sus contemporáneos y a cómo se lo hicieron sus predecesores y a cómo se lo harán sus sucesores” (Judith Blutler)
Afirma que el sexo se construye a partir de una imposición genérica y atribuye al género un poder performativo (que al decirse se debe de comportar o hacer de una forma, en este caso al decir mujer implica comportamientos y razonamientos que se tiene que realizar). Si eres mujer, así tienes que ser como mujer. Para ella el género masculino y femenino son impuestos por la heteronormatividad (normas impuestas por la heterosexualidad) la cual plantea cómo tiene que comportarse un género. “Argumenta que los gays y lesbianas cuestionan el pretendido carácter natural de la heterosexualidad y la existencia misma de los transexuales pone en cuestión la consideración del sexo como hecho natural.”
Esto tiene algo de correcto en el fondo, la sociedad, derivado de unas normas morales que forman parte de la ideológica de la clase dominante, impone formas y reglas de comportamiento, incluso de pensamiento. La burguesía a partir de la iglesia y de las escuelas, de los medios de comunicación masivo, te dicen cómo te tienes que comportar, qué tienes que comprar, cómo te tienes que vestir, etc. El capitalismo crea sus normas, pero no sobre la base del sexo sino de la clase social. Poco le importa al capital que las familias sean conformadas por cualquier tipo de género, con que sigan funcionando para mantener el régimen de explotación, eso está bien para el capital.
En su libro, “El género en disputa”, Blutler retoma teorías de los llamados pos marxistas como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (para leer más sobre los planteamientos de estos dos autores leer ¿Qué teoría para Unidos Podemos? Sobre Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, de Arturo Rodríguez). Sus tesis centrales son las siguientes: la política domina lo económico, por ende rechazan las leyes de la historia (los procesos históricos), dicen que la “historia es aleatoria”, “radicalmente abierta”. Plantean que toda realidad se construye a partir de un nivel discursivo, por eso son tan importantes el lenguaje y los símbolos. No niegan la realidad fuera de la mente pero, dicen, que esta realidad carece a priori de atributos y valores, estos son asignados por el lenguaje humano.
Estas ideas son profundamente idealistas. Se oponen a las leyes históricas, por ende al marxismo y niegan cualquier tipo de “discurso” de totalidad, o teoría científica. Para ellos lo que prima son las observaciones individuales, lo que cada uno piensa, siente y mira, de la historia y de su realidad, como hay millones de visiones particulares, entonces la generalidad total no existe.
Para esta corriente reaccionaria, quien actúe fuera de la heteronormatividad está luchando contra la imposición patriarcal. Además, su “herramienta más poderosa” es su palabra, porque decir es igual que hacer. Por tanto, si tú dices algo, estas cambiando algo. Es la reiteración de los actos del habla los que trasforman y frenan la opresión. La performatividad (los actos del habla) cambian al sujeto. El sexo y el género son performativos, es decir, son realidades que se construyen a partir del comportamiento y el discurso.
De aquí se desprende la necesidad de crear un nuevo lenguaje —lleva hasta sus últimas consecuencias la idea que practicaban las feministas culturales, de inventar un lenguaje femenino— para “desidentificar los géneros hegemónicos”, crear los nuevos “discursos” que definan nuevas identidades. Estas ideas no plantean ningún tipo de organización para la lucha y emancipación de los sectores oprimidos, lo que hacen es plantear la individualidad y el lenguaje como formas de luchar contra la opresión. Lógicamente que por más que su cabeza quiera imaginar que vive en algo parecido al paraíso, cuando abre los ojos, la realidad le revienta en la nariz.
La teoría Queer lo que plantea es superar los dos géneros hegemónicos que son funcionales al sistema, a cambio proponen una identidad cambiante, que no se encasilla por las heteronormas. Para los Queer, performance es un acto de valentía individual. Además de idealista —creer que porque hables diferente o inventes palabras, vas a terminar con la opresión—, está teoría es reaccionaria porque apela al cambio individual en vez de la lucha colectiva. “Eres pobre porque quieres, si piensas de otra manera lograras un cambio”, “si eres oprimido, es porque quieres, basta pensar de forma diferente para terminar con la opresión”
Otras autoras, que se identifican con la teoría Queer, han escrito sobre la homosexualidad desde este punto de vista. Monique Witting dice, por ejemplo, que las lesbianas no son mujeres porque no hay nada que se pueda llamar natural, todo es cultura. Para ella todas las nociones y conceptos se basan en la heterosexualidad (cultura, historia, arte, deseos, etc.)
“Toda la sociedad está fundada en la prohibición de la homosexualidad. La sociedad está fundada en la división en dos géneros, masculino-femenino, que son hegemónicos. La sociedad patriarcal está basada en el par masculino-femenino que santifica la heterosexualidad obligatoria. La heteronormatividad moldea toda la ideología y naturaliza la relación hombre-mujer en una par binario y excluyente que moldea a toda la sociedad”
Todo el análisis de que la sociedad está dividida en clases, y todo lo que el marxismo explica, simplemente no existe, es el odio a la homosexualidad lo que funda la sociedad según esta teoría. Tampoco hay una crítica a la familia burguesa ni la explotación que se vive ahí. Para esta teoría, el patriarcado es la heteronormatividad que oprime a lesbianas, homosexuales, entre muchos otros.
De esta idea se desprende la interseccionalidad, la cual describe las múltiples formas de opresión. Esta parte de identificar diferentes tipos de opresión, dependiente la etnia, el sexo, la raza, la nacionalidad, la clase, etc. Pone el mismo nivel la opresión de clase que muchas otras. Entre este punto de vista y el marxismo podemos observar muchas diferencias. El marxismo reconoce que hay diversos tipos de opresión y plantea que sólo con eliminación de clases se van a sentar las bases para que esto termine. Es decir, la cuestión de clase es lo fundamental para el marxismo. Para la interseccionalidad, no lo es.
En vez de unir a todos los oprimidos en una lucha común contra el capitalismo y el Estado burgués, los “interseccionalistas” quieren dividir la lucha en sus partes componentes más pequeñas: enfrentando a las mujeres negras contra los hombres negros, las mujeres negras con discapacidad contra las mujeres negras sin discapacidad, etc.
La revolución rusa y la cuestión de la mujer. De cómo los marxistas planteamos luchar contra la opresión de la mujer
Antes de abordar algunos aspectos sobre la revolución rusa tenemos que rememorar brevemente que en aquellos momentos existían dos movimientos de mujeres, en términos generales, por un lado las feministas burguesas que luchaban por el voto femenino y las mujeres que se organizaba en los partidos obreros de la Segunda Internacional, las cuales, además de luchar por el voto de la mujer y demás derechos democráticos, tenían claro que la única forma de emanciparse era lograr terminar con el capital.
Como lo habíamos comentado más arriba, la primera guerra mundial partió en línea de clase la organización de las mujeres, esa supuesta “hermandad” se quebró ante los fulgores de la primera guerra mundial. Solo algunos partidos revolucionarios y algunas mujeres socialistas resistieron esta presión chovinista. De las que resistieron y se movilizaron contra la guerra estuvieron, en Alemania, a Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo. En Rusia el partido Bolchevique se opuso a la primera gran carnicería humana y planteaba la idea del derrotismo revolucionario como antesala de la revolución socialista.
En Inglaterra el movimiento sufragista, en su conjunto apoyó la guerra de forma vergonzosa, con una excepción, Sylvia Pankhurst, la hija de la dirigente feminista sufragista Emmeline Pankhurst. Aunque la postura de Sylvia era pacifista, apoyó la revolución rusa y conoció a Lenin en su visita por la URSS, después de esta visita cambió el nombre de su periódico a “El acorazado de las mujeres”.
No es el caso profundizar la gesta histórica que significó la toma del poder por parte de Lenin, Trotsky y su partido, basta con decir que a pesar de ser una minoría en términos numéricos, eran los que tenían el único programa necesario para sacar a Rusia de la barbarie en que se encontraba.
Aunque el partido estaba conformado en su mayoría por hombres (en 1917 solo el 6% eran mujeres) había un trabajo para ganar a más mujeres a la militancia política. Dentro de las militantes destacaban algunas compañeras cuadros del partido, Alejandra Kollantai, Krupskaya, Innesa Armand y muchas más. Se tenía una posición muy firme con respecto al movimiento de mujeres y planteaban que el problema no era de mujeres en general, sino de las clases: “Las mujeres de la clase obrera constatan que la sociedad actual está dividida en clases. Cada clase tiene sus propios intereses. La burguesía tiene los suyos, la clase obrera tiene otros. Sus intereses son opuestos. La división entre hombres y mujeres no tiene gran importancia para las mujeres proletarias. Lo que une a las mujeres trabajadoras con los trabajadores es mucho más fuerte que lo que les divide” (Nadeshda Krupskaia, Robotnitsa, 1914)
Las mujeres fueron partícipes de primer orden de aquella maravillosa gesta histórica. La Guerra hizo que los hombres se movilizaran al frente y una buena parte de la industria fue tomada por las mujeres. La participación de las mujeres en la producción aumento de un 70 a un 400% según la rama (particularmente en la industria pasaron a ser 33% en 1914 a 50% en 1917). Los bolcheviques daban gran importancia al trabajo entre la mujer trabajadora, particularmente Lenin. En 1913 los bolcheviques organizaron el primer mítin para celebrar el día internacional de la mujer trabajadora, al año siguiente se editó un periódico especial para los problemas de la mujer, Rabotnitsa (Obrera), este periódico era financiado por las colectas que los obreros y obreras hacían en las fábricas. En este periódico se describían las horribles condiciones de la mujer en el trabajo y en la familia, se oponían a las tendencias feministas burguesas.
Las restricciones alimentarias por la guerra y las brutales jornadas laborales hacen que las mujeres sean las que se pongan la cabeza de la revolución de febrero de 1917 y, es el día de la mujer en que las obreras de la capital, San Petersburgo, salen a huelga invitando a sus hermanos de clase a que las acompañen. En 4 días la revolución había derrocado al odiado régimen feudal.
El régimen revolucionario de los bolcheviques se puso al día con los derechos democráticos de las mujeres mucho antes que en cualquier país burgués adelantado: se reconoció el derecho al aborto, al divorcio, se reconoció la igualdad entre el matrimonio legal y el concubinato, derecho a la educación, etc. Pero lo más importante de la revolución, con respecto a la mujer fue en el terreno económico los cuales demolían, de forma concreta, las condiciones materiales de la explotación domestica de la mujer.
La igualdad salarial fue un hecho indiscutible, se prohibió a las mujeres embarazadas trabajar largas jornadas y en la noche, las mujeres disponían de baja por maternidad, de guarderías para el cuidado de los niños, el aborto se legalizó en 1920, se crearon lavanderías públicas y comedores baratos para liberar a la mujer de estas engorrosas tareas de la casa y se incorporara plenamente al ámbito laboral y la participación política. Todo esto se logró, no por una lucha de las mujeres contra el patriarcado, sino logrando derribar el sistema capitalista e instaurar un gobierno de los trabajadores. Trotsky decía en 1923:
“El preparar las condiciones para una nueva vida y una nueva familia no puede aislarse, repito, de las tareas generales de la construcción del socialismo. El Estado obrero debe fortalecerse económicamente para estar en condiciones de encarar seriamente la educación pública de los niños y liberar a la mujer de las tareas domésticas. Necesitamos más formas económicas socialistas. Sólo bajo tales condiciones podremos liberar a la familia de las tareas que en la actualidad la oprimen y la desintegran. Los lavaderos públicos tendrían que ocuparse del lavado, los restaurantes públicos de la comida, las tiendas estatales de la costura. Los niños deberían ser educados por buenos maestros con verdadera vocación para esta tarea. Entonces las relaciones entre las parejas se liberarían de todo lo externo y accidental, y dejarían de absorberse la vida mutuamente. Entonces se establecería una verdadera igualdad. Las relaciones estarían condicionadas sólo por el amor. Y sobre estas bases se establecería realmente, no de la misma manera para todos, por supuesto, pero sin imposiciones para nadie” (León Trotsky, Escritos sobre la cuestión femenina. Barcelona, Editorial Anagrama, 1977, págs. 32-33).
Es decir, la revolución sentó las bases materiales para liquidar la explotación de la mujer:
“La Revolución de Octubre cumplió honradamente su palabra en lo que respecta a la mujer. El nuevo régimen no se contentó con darle los mismos derechos jurídicos y políticos que al hombre, sino que hizo —lo que es mucho más— todo lo que podía y, en todo caso, infinitamente más que cualquier otro régimen para darle realmente acceso a todos los dominios culturales y económicos. Pero ni el “todopoderoso” parlamento británico, ni la más poderosa revolución pueden hacer de la mujer un ser idéntico al hombre, o hablando más claramente, repartir por igual entre ella y su compañero las cargas del embarazo, del parto, de la lactancia y de la educación de los hijos.
“La revolución trató heroicamente de destruir el antiguo “hogar familiar” corrompido, institución arcaica, rutinaria, asfixiante, que condena a la mujer de la clase trabajadora a los trabajos forzados desde la infancia hasta su muerte. La familia, considerada como una pequeña empresa cerrada, debía ser sustituida, según la intención de los revolucionarios, por un sistema acabado de servicios sociales: maternidades, casas cuna, jardines de infancia, restaurantes, lavanderías, dispensarios, hospitales, sana torios, organizaciones deportivas, cines, teatros, etc. La absorción completa de las funciones económicas de la familia por la sociedad socialista, al unir a toda una generación por la solidaridad y la asistencia mutua, debía proporcionar a la mujer y, en consecuencia, a la pareja, una verdadera emancipación del yugo secular” (León Trotsky, La revolución traicionada).
Los bolcheviques no solo luchaban por una igualdad formal en la ley, como lo pregonan los capitalistas o algunas feministas actualmente, sino que lucharon para tener unas bases materiales para la igualdad. En una resolución del tercer congreso de la Tercera Internacional titulada “Tesis para la propaganda entre las mujeres”, podemos leer:
“El derecho electoral no suprime la causa primordial de la servidumbre de la mujer en la familia y en la sociedad y no soluciona el problema de las relaciones entre ambos sexos. La igualdad no formal sino real de la mujer sólo es posible bajo un régimen donde la mujer de la clase obrera sea la poseedora de sus instrumentos de producción y distribución, participe en su administración y tenga la obligación de trabajar en las mismas condiciones que todos los miembros de la sociedad trabajadora. En otros términos, esa igualdad solo es realizable luego de la derrota del sistema capitalista y su reemplazo por las formas económicas comunistas”
Además de esto, el partido puso énfasis en elevar el nivel cultural de la población, cambiar la mentalidad de los trabajadores y trabajadoras, por medio de la educación para erradicar los prejuicios machistas. En una de las resoluciones para el trabajo del partido entre la mujer podemos leer dos puntos al respecto:
“2) luchar contra los prejuicios existentes entre el proletariado masculino hacia las mujeres, e incrementar las conciencia de los trabajadores y trabajadoras para hacerles comprender que tienen intereses comunes…5) Llevar adelante una lucha organizada contra el poder de la tradición, las costumbres burguesas y las ideas religiosas, preparar el camino para unas relaciones entre los sexos más sanas y armoniosas, garantizando la vitalidad física y moral de la clase obrera” (Citado en Alan Woods y Ana Muñoz, El marxismo y la emancipación de la muer)
La contrarrevolución estalinista cortó todo este proceso de cambios revolucionarios. Stalin ilegalizo el aborto, para conseguir el divorcio se impusieron nuevas trabas burocráticas, desapareció la sección femenina del Comité Central del partido, se comenzaba a sancionar y arrestar a las prostitutas, se comienzan a cerrar las guarderías y lavanderías públicas; en 1934 se prohíbe la homosexualidad, se sanciona moralmente la no integración familiar, como conducta burguesa. Todo esto se daba al mismo tiempo que había arrestos masivos, deportaciones a campos de concentración, fusilamientos y las grotescas farsas de los Juicios de Moscú. Trotsky escribe en 1938:
“La posición de la mujer es el indicador más gráfico y elocuente para evaluar un régimen social y una política estatal. La Revolución de Octubre escribió en su bandera la emancipación femenina y creó la legislación más progresista de la historia sobre el matrimonio y la familia. Esto no significa por supuesto que una ‘vida feliz’ estaba disponible inmediatamente para la mujer soviética. La genuina emancipación de las mujeres es inconcebible sin un adelanto general de la economía y la cultura, sin la destrucción de la unidad familiar económica pequeñoburguesa, sin la introducción de la preparación socializada de los alimentos y la educación.
“Mientras tanto, guiada por su instinto conservador, la burocracia se ha alarmado ante la ‘desintegración de la familia’. Comenzó cantando panegíricos a la cena y la lavandería familiar, es decir a la esclavitud doméstica de la mujer. Para rematar, la burocracia ha restaurado el castigo criminal por los abortos, regresando oficialmente a las mujeres al estado de animales de carga. En completa contradicción con el abecé del comunismo, la casta gobernante ha restaurado así el núcleo más reaccionario e ignorante del régimen de clase, es decir, la familia pequeñoburguesa” (León Trotsky. Escritos. Nueva York, Pathfinder Press, 1976, Tomo IX, Vol. I, pág. 193).
Esta es nuestra posición sobre cómo debemos avanzar en la liberación de la mujer. Repudiamos la violencia machista, el acoso cotidiano y cualquier acto de violencia a la mujer. Tenemos que emprender una lucha contra el régimen de explotación capitalista y patriarcal. En el momento que eliminemos las bases materiales que obligan a la mujer a estar en su casa y vivir como apéndice del hombre, en ese momento estaremos poniendo las bases materiales para la liberación femenina.
Únete y lucha con nosotros por la emancipación de la mujer y por el socialismo
La tarea de una organización revolucionaria es entender todos los procesos que se desarrollan de manera concreta para poder intervenir y transformarlos. Entendemos las condiciones en las que vivimos cientos de miles, millones de mujeres, no solo en México, sino el mundo. Y como decía Marx nuestra tarea no sólo es comprender o interpretar, sino transformar.
Las organizaciones de izquierda no escapan a reproducir ciertos vicios que se engendran en la sociedad, es ilógico pensar que al simplemente entrar en una organización se van a desaparecer las formas de pensamiento, la educación, todo lo que la familia y la sociedad te han enseñado desde que naces. La forma de desterrar alguna idea machista, algunos prejuicios de sus integrantes —a diferencia de los que piensan las feministas, de una revolución cultural individual— es elevar el nivel político de todas y todos los compañeros que integramos la organización. De esta forma apelamos a la necesidad de transformar el mundo y esto sólo se puede lograr integrando en la lucha, en plenas igualdades y libertades a mujeres, hombres o personas LGBT en nuestra organización.
Nos damos cuenta que no basta con criticar las debilidades teóricas del feminismo, hay que luchar por los derechos democráticos, hay que pugnar para que las mujeres se integren a la lucha sindical, a las organizaciones revolucionarias, como la nuestra; a defender, si es necesario, con las armas en la mano, la integridad de todas las compañeras que son desaparecidas, violadas, acosadas de forma cotidiana. El marxismo no sólo es teoría, es práctica y lucha. Solo de esta forma, podemos demostrar por la vía práctica, que no solo con buenos documentos y discursos se resuelve esta complicada situación. Los marxistas intervenimos en la lucha cotidiana contra la violencia, el acoso y la explotación capitalista
Queremos invitarte a que te integres con nosotros y que hombro a hombro luchemos por acabar con esta barbarie. Sobre la idea de entender la sociedad en movimiento constante, en contradicción constante, pensamos que este régimen de explotación y opresión no va a durar toda la vida, nuestra participación consiente en esta lucha es clave, debemos organizarnos, estudiar y salir a las calles a transformar nuestro entorno y así irnos transformando.
Esta es nuestra propuesta de programa relativo a la mujer, un programa abierto a ser discutido, ampliado o corregido a partir de la acción:
- Empleo para todos. A igual trabajo, igual salario.
- El fin de la austeridad (que afecta a la mujer de manera desproporcionada, recortando sus salarios y obligándola a realizar más trabajo doméstico, cuidando de los jóvenes y de los ancianos para llenar el vacío que deja la falta de servicios sociales.)
- El derecho al aborto.
- Sanidad universal gratuita para todos que incluya la planificación familiar gratuita, el aborto y centros contra la violencia doméstica.
- La baja parental con el 100% del salario.
- Grandes programas de viviendas sociales.
- Una red extensa de guarderías gratis y de alta calidad, que cubran las horas de trabajo.
- Cuidado a los ancianos gratuito y de alta calidad, tanto residencial como no residencial.
- La provisión de cantinas gratuitas y servicios de lavandería gratuitos.
- Comedores gratuitos, de calidad en los lugares de trabajo y escuelas.
- Oposición y combate contra cualquier violencia contra las mujeres
- Contra el acoso y ataques sexuales
- Contra la discriminación y explotación de la mujer indígena