Bajo el yugo del capital: voces de mujeres en lucha
Comisión de la Mujer – PCR
La necesidad de lucha y organización
La crisis del capitalismo ha golpeado con fuerza las condiciones de vida de las mujeres. En todos los países, los gobiernos han impuesto recortes sistemáticos a los servicios sociales —guarderías, hogares de ancianos, salud y educación—, descargando sobre las mujeres un peso aún mayor. Somos nosotras quienes, históricamente, hemos sostenido el cuidado de los hijos, los ancianos y los enfermos, tareas que el Estado abandona para garantizar las ganancias del capital. Los salarios, ya inferiores a los de los hombres, se reducen aún más; los despidos, el trabajo precario y la desocupación agravan la miseria y la inseguridad de la clase trabajadora, golpeando especialmente a las mujeres. En estas condiciones, la independencia económica se vuelve cada vez más difícil, atrapando a muchas compañeras en relaciones violentas o de dependencia.
Pero los problemas que enfrentamos las mujeres no son solo materiales. La opresión patriarcal está incrustada en todo el sistema capitalista: en sus leyes, en sus instituciones y en su moral. El sistema judicial, con su hipocresía y sus leyes reaccionarias contra el aborto, continúa negándonos el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas. Las mujeres, al igual que otros sectores oprimidos, somos tratadas como ciudadanas de segunda categoría en un orden que vive de nuestra explotación y sumisión.
Los testimonios de nuestras compañeras reflejan el grado de barbarie que padecemos las mujeres proletarias bajo este sistema. No bastan más leyes, ni discursos sobre la igualdad, ni campañas contra la “cultura machista” para erradicar la violencia. La raíz del problema está en el propio capitalismo, que necesita mantenernos oprimidas para sostener su estructura de dominación. Poner fin a la violencia contra las mujeres exige derrocar el sistema que la genera: la sociedad dividida en clases.
Desde que existen las clases sociales, la mujer ha sido relegada de la vida política, esclavizada en las tareas domésticas y, al incorporarse al trabajo asalariado, condenada a la precariedad y a la doble jornada. Todo esto ha sido un obstáculo para nuestra organización y participación activa en la lucha revolucionaria. Por eso, como mujeres proletarias, debemos organizarnos codo a codo con nuestros hermanos de clase, bajo un programa revolucionario y comunista. Un programa que levante reivindicaciones inmediatas para mejorar nuestras condiciones de vida, pero que, sobre todo, apunte a la meta histórica: la revolución comunista y la construcción de una sociedad sin explotación ni opresión.
La violencia contra las mujeres no es una cuestión individual ni un hecho esporádico, está profundamente arraigada en el sistema capitalista y se manifiesta de diversas formas: desde la precariedad laboral y el machismo; hasta la violencia institucional, sexual y, en su máxima expresión, el feminicidio. Desde el PCR nos hemos dado a la tarea de recopilar testimonios que reflejan las distintas formas de violencia que las mujeres sufren como hijas de la clase trabajadora bajo este sistema.
Testimonio Victoria C.
Al igual que miles de mujeres en nuestro país, hace unos años viví en carne propia un acto de violencia sexual a las afueras de la escuela preparatoria donde estudiaba. Tenía 18 años. Ese día pensé que era otra mañana en la vida de una hija de obreros: levantarse extremadamente temprano para cruzar la ciudad en un transporte público deplorable y poder ir a la escuela. Pero ese día fue diferente, sin saberlo, me hice cifra en un abrir y cerrar de ojos, a plena luz del día, con dos testigos quienes no quisieron declarar, con nulo respaldo de la preparatoria y con el coraje en la garganta.
Por mucho tiempo me pregunté si lo que sucedió había sido mi responsabilidad por decidir ponerme audífonos y no escuchar cuando corrió hacia mí. La culpa y el enojo me dominaban, sobre todo cuando en la fiscalía vi mi nombre en una carpeta junto al gran tumulto de otras cientos.
Después de un tiempo, cuando descubrí que la violencia que ese día experimenté se encarna en los cimientos de un sistema inhumano que privilegia el enriquecimiento de unos pocos sobre el bienestar social, entendí que no estaba dispuesta a conformarme con algunas reformas; sino con la destrucción total del capitalismo, porque no estoy dispuesta a seguir siendo la víctima ni a presenciar como a las niñas del mundo se les arrebata la tranquilidad y la vida, confío en que sólo a través de un partido obrero conquistaremos la libertad para todas y todos.
Testimonio K. A. García
Cuando tenía 17 años me uní a una compañía de danza. Trabajaba en hoteles de la Riviera maya entreteniendo a turistas por $360 la noche. Como es la norma en aquellos entornos, el trabajo operaba en la informalidad: sin contrato ni prestaciones ni garantía de que fuesen a llamarme al día siguiente para presentarme a trabajar. Al inicio no me importaba, pero la realidad golpea con crudeza a las niñas de familias trabajadoras.
Las condiciones laborales eran pésimas. Un escenario en particular estaba tan mal mantenido que al primer zapateado me torcí el tobillo. Continué, por supuesto. Incluso el más ingenuo entusiasmo no ciega al joven trabajador de que su salario siempre está en juego.
El dolor era tal que intenté advertir a la compañía de que no podría bailar al día siguiente. “Tranquila, solo lo harás marcadito, nada que te ponga en riesgo”, dijeron. Podrá sonar absurdo, pero cuando las garantías laborales son un sueño lejano, la dignidad se hace negociable.
Minutos antes de entrar en escena me informaron que debía ejecutar un paso complejo sin ensayo previo y, por el propio peso de la coerción, caí de rodillas. Entonces la falta de garantías dejó de ser una banalidad. Lesión de ligamentos cruzados: dos semanas de inmovilidad y meses de rehabilitación, pero también: despido inmediato y ni un solo peso de indemnización o apoyo para la terapia. Tal es el genuino rostro de este sistema: te hace instrumento del enriquecimiento ajeno, te explota y te desecha a su gusto, destruyendo cuerpos, sueños y vidas a su paso.
Testimonio C. Pinedo
A lo largo de mi vida me he enfrentado a situaciones de opresión que ejerce el capitalismo sobre las mujeres, pero una de las más indignantes se dio en mi primer noviazgo.
Me mudé con mi pareja a los 18 años. Él no trabajaba y el hambre y la desesperación hicieron que yo terminara trabajando en una maquila, que era lo único que sabía hacer. Las jornadas eran extenuantes: de 9 de la mañana a 9 de la noche, por un salario que ni llegaba al mínimo, pues el acuerdo de trabajo era informal. Recuerdo lo agotador que era, lo mucho que me dolía la espalda después de pasar horas frente a la máquina. Y por si fuera poco, además de la explotación laboral que estaba experimentando, al llegar a casa la opresión se encrudecía: mi novio me robaba mi paga mientras yo dormía en un acto de violencia económica.
Así es como vivimos las mujeres trabajadoras: enfrentando violencia y opresión doble e incluso triple. Por un lado, nuestros jefes nos explotan pagando salarios miserables por jornadas extenuantes. Por el otro, nuestras parejas se aprovechan de la vulnerabilidad y el cansancio para ejercer violencia y control.
Este no es un caso aislado. Como yo, miles de mujeres son víctimas de este sistema machista y clasista que nos empuja a la precariedad laboral y se sostiene sobre nuestra dependencia económica. La única salida es la organización colectiva de la clase trabajadora. Juntos y juntas podremos destruir la opresión que nos hermana.
