La Generación Z: Las marcha del 8N y 15N, el combate a la derecha y la alternativa comunista
Héctor Mora y Carlos Márquez
Han pasado apenas unos días desde la marcha del 8 de noviembre y ya el ruido mediático ha puesto de manifiesto la profundidad de la disputa ideológica que atraviesa el tan hablado movimiento de la Generación Z en el país. La del 8 de noviembre fue una movilización pequeña, sí, pero políticamente significativa. No solo por su carácter combativo, sino porque dejó al desnudo la hipocresía de la derecha, el papel servil de los medios y la necesidad urgente de diferenciar la lucha genuina de la juventud con los intentos de cooptación burguesa.
A pesar de su tamaño, la marcha tuvo una cobertura bastante intensa. Las cámaras y los encabezados multiplicaron las imágenes y en prácticamente todas aparecían nuestras banderas rojas, las del Partido Comunista Revolucionario, nuestras consignas, nuestra disciplina. Ese protagonismo bastó para que la derecha montara en cólera. Las mismas figuras que siguen convocando a la marcha del 15 de noviembre, envueltas en discursos de “neutralidad ideológica” y “unidad ciudadana”, salieron a decir que éramos “porros acarreados por la 4T”. Pero esa acusación, además de falsa, es una confesión clarísima: temen que la juventud se organice, que el descontento se vuelva conciencia, que la rabia se transforme en una fuerza revolucionaria. Los que durante décadas privatizaron la educación, reprimieron movimientos estudiantiles y llenaron de sangre las calles, hoy pretenden presentarse como portadores de libertad. No hay nada más cínico que ver a la derecha hablar de democracia, libertad y justicia después de haberlas pisoteado durante décadas.
Su supuesta rebelión ciudadana no busca emancipar a la clase trabajadora, sino restaurar el poder político que gobernó con el PRI y el PAN. Buscan convertir el hartazgo legítimo de la juventud en un proyecto reaccionario, electoral, despolitizado. Para ello repiten una vieja fórmula: negar la lucha de clases, fingir neutralidad, esconder el interés de clase detrás de frases vacías como “no somos de izquierda ni de derecha” y señalar de “acarreados” a quienes se organizan con claridad política. La burguesía siempre necesita disfrazar sus intereses particulares como si fueran los de toda la sociedad, esa es su forma más refinada de dominación ideológica.
Pero parte de la juventud empieza a romper ese discurso. La generación que hoy sale a las calles creció entre la precarización, la violencia y el despojo; pero también entre las grietas de una ideología que se desmorona. Es una juventud que se ha cansado del cinismo reformista y del cinismo reaccionario y que busca respuestas profundas, materiales, revolucionarias. Marchar el 8 fue una forma de decir que no seremos parte del espectáculo burgués del 15; fue afirmar que la rebeldía sin dirección es un lujo que ya no podemos permitirnos. Porque la juventud no se convierte en fuerza revolucionaria por impulso espontáneo, sino por organización consciente, por claridad política, por lucha colectiva. Y esa es la diferencia entre marchar con consignas vacías y marchar con propósito de clase.
En esa disputa ideológica se abren tres caminos: el de la derecha, que pretende canalizar la indignación hacia la restauración del viejo orden; el del “progresismo” reformista, que intenta administrar el capitalismo en decadencia con rostro humano” para salvarlo; y el del comunismo revolucionario, que plantea la ruptura con el sistema, la toma del poder por la clase trabajadora y la construcción de una nueva sociedad. La marcha del 8 fue una expresión embrionaria de esa tercera vía. Frente a las falsas movilizaciones “ciudadanas”, nuestro contingente marcó una frontera política: no defendimos al gobierno oficialista ni marchamos bajo sus órdenes; salimos contra la violencia imperialista y del Estado, contra la hipocresía de la derecha y la impotencia del reformismo morenista.
Esa independencia política es vital. Sin ella, la juventud será absorbida por las ilusiones del enemigo de clase. Por eso los medios de comunicación burgueses intentaron moldear la percepción de la marcha desde el primer momento. Amplificaron las imágenes para deformar su sentido. Mostraron nuestras banderas pero negaron nuestras razones. Nos señalaron, nos caricaturizaron, porque les aterra que se vea lo que realmente existe: una juventud comunista, organizada y consecuente que camina por cuenta propia.
La estrategia de la derecha y los medios es clara: quieren que el 15 parezca un acto espontáneo, puro, “ciudadano”, mientras reducen el 8 a una supuesta maniobra del gobierno. Pero la realidad es inversa. El 8 marchó la izquierda revolucionaria, la que no tiene miedo de nombrar al enemigo y señalar al capitalismo como el verdadero responsable de la violencia, la corrupción y la desigualdad.
Ahora esa derecha reaccionaria iza la bandera de la revocación de mandato, presentándola como una exigencia democrática. Pero detrás de esa consigna hay una intención más vieja que ellos: recomponer su bloque hegemónico dentro del mismo Estado burgués y recuperar el control directo del aparato estatal para volver a ponerlo al servicio de su fracción del capital financiero y de los oligopolios imperialistas.
No es que hoy el Estado esté al servicio del proletariado. Bajo Sheinbaum sigue siendo un Estado burgués, un aparato de dominación que garantiza la reproducción del capital, nacional y extranjero, sobre las espaldas del pueblo trabajador.
Lo que cambia no es la clase que gobierna, sino la forma en que administra la dominación: el oficialismo busca estabilizar el capitalismo y amortiguar los conflictos sociales con un discurso progresista; la otra pretende restaurar abiertamente las políticas de despojo, recorte y sumisión al capital financiero.
Porque mientras la derecha pide “revocación”, nosotros exigimos revolución. Y la historia (aunque intenten censurarla o ridiculizarla) ya empezó a escribirse desde nuestro lado.
La 4T demuestra sus enormes limitaciones para resolver los problemas que afectan a la juventud. No obstante, debemos reconocer un hecho político: emergió de un movimiento popular con amplia base obrera y campesina, que cuestionó al viejo régimen. Esa raíz explica, en parte, los altos índices de apoyo con que cuenta la actual presidenta. Pero apoyo popular no equivale a transformación revolucionaria. Una revolución la hacen las masas organizadas, conscientes y movilizadas —no pequeños círculos ni deseos individuales—. Las masas aprenderán de su experiencia y tienen que poner a prueba al reformismo. Hoy son sectores avanzados, pero aun minoritarios quienes sacan conclusiones revolucionarias.
La revocación de mandato, en manos de la derecha, no es una palanca de emancipación sino un mecanismo de restauración. Presentada como exigencia “democrática”, en realidad pretende recomponer el bloque hegemónico que gobernó con el PRI y el PAN: recuperar el control del aparato estatal para volver a ponerlo al servicio del gran capital. Incluso quienes, desde la izquierda, creen que la revocación podría acelerar un giro radical, corren el riesgo de enfrentarse contra las amplias masas y aislarse políticamente. No apoyamos la revocación de mandato; luchamos por el papel activo de las masas en la construcción de una alternativa anticapitalista y comunista, que vaya a la raíz del problema.
Decir que el “progresismo” no basta se constata en la práctica. Sus reformas apuntan a administrar el capitalismo, a aliviar tensiones sin tocar las estructuras de explotación. Por eso, medidas parciales —por más necesarias que parezcan en lo inmediato— no solucionan la desigualdad estructural ni la violencia sistémica. La experiencia muestra que, sin expropiar las grandes propiedades y sin planificar la economía democráticamente, no se podrá destinar recursos de manera efectiva a educación, salud, deporte o recreación. Poner la economía al servicio de los trabajadores exige eliminar la gran propiedad privada que sostiene la explotación y planificar la economía al servicio de la mayoría.
Los sectores de la oligarquía y los grandes empresarios no tolerarán una economía en favor de los trabajadores. Si llegaran a ver peligrar sus privilegios económicos, usarían todas sus herramientas —legislativas, mediáticas, judiciales y represivas— para intentar recuperar el control. Por eso la destrucción del viejo Estado burgués es inseparable como objetivo de esta lucha: necesitamos un programa comunista que ponga fin a la desigualdad de raíz y derribe el aparato estatal que la reproduce.
Este 15 de noviembre la derecha intenta apropiarse las demandas de la juventud y utilizar nuestros símbolos para legitimar su actuar. En ese terreno de confusión pueden colarse sectores sinceros que, sin militancia política clara, buscan una salida a los problemas del sistema. No se trata de aislar ni de romper con los sectores que actúan de buena fe, pero eso significa explicar la necesidad de una lucha de independencia y programa de clase, donde la burguesía no meta de su mano parasitaria.
La experiencia del 8 de noviembre mostró que sí es posible construir frentes unitarios anticapitalistas cuando existe claridad política: un frente que confronte a la derecha y, al mismo tiempo, mantenga la independencia de clase. En territorios donde la izquierda tenga fuerza, no está descartado conformar bloques revolucionarios que disputen o arrebaten la iniciativa a la derecha y den un sentido clasista a las protestas.
Es posible que en algunas zonas se establezcan bloques que busquen una alianza más duradera. Pero lo más importante es desarrollar un frente con ideas anticapitalistas claras que contraponga a la derecha que se quiere montar. Reuniones largas de activistas, mal organizados y a los que se llegan a acuerdos mínimos, implican mucho esfuerzo; es vital hacer un trabajo más frontal y sin rodeos orientado a convencer y ganar directamente a sectores de la juventud dispuestos a luchar. Deberíamos sacar reuniones con balances y lecciones de las marcha; mantener la formación política a través de círculos de formación marxista y desarrollar la organización comunista.
Lo que necesitamos primeramente es un programa claro a favor de los explotados que nos diferencie de la derecha. Segundo, mostrarnos en la calle frente al resto de los jóvenes como opositores de derecha y luchadores contra el sistema. Hay que fortalecer la organización local, agitación política, formación de cuadros comunistas y campañas concretas para ganar los sectores sanos hacia una lucha independiente de clase.
¿Qué métodos usar?
- Un programa comunista: que incluya la expropiación de los grandes medios y monopolios económicos, planificación democrática de la economía, erradicación de la violencia, trabajo digno, vivienda, salud y educación gratuitas de calidad.
- Presencia en la calle con independencia de clase: actuar en un frente único táctico cuando sea indispensable para frenar a la derecha, sin renunciar a la claridad política ni a nuestras banderas.
- Trabajo directo con la juventud: asambleas en escuelas y barrios, formación política, debate de problemas concretos (empleo precario, acceso a vivienda, violencia de género) con propuestas de organización y acción.
- Formación de cuadros revolucionarios: combinando la formación de la teoría marxista y la lucha práctica.
- Métodos de lucha de clase: seguir los métodos de la clase obrera, movilizaciones de masas, asambleas democráticas, huelgas y combinación de agitación masiva, solidaridad obrera (movilizaciones en escuelas y centros de trabajo).
- Frente único y libertad de crítica: en los casos donde haya un frente único esto no significa abandonar las banderas y posiciones políticas. Los comunistas defendemos nuestro derecho democrático a defender nuestras ideas, tácticas y estrategias dentro del movimiento revolucionario de la juventud.
La batalla por la juventud, la clase obrera y por el futuro sin capitalismo será larga; exigirá claridad teórica, audacia práctica y correctos métodos organizativos. Implica construir una alternativa a la izquierda, por lo que luchamos por construir el Partido Comunista Revolucionario. No basta la indignación, hay que transformar esa rabia en organización revolucionaria. Nuestro lugar está ahí, formando, guiando y acompañando a la generación que quiere cambiarlo todo.
