Italia: un volcán en las primeras etapas de una erupción
Fred Weston
Los expertos vulcanólogos que comentan sobre el Monte Vesubio en Italia han señalado que no se trata de si entrará en erupción, sino de cuándo. Antes de una erupción en toda regla, hay señales reveladoras: el magma comienza a acumularse bajo la superficie, aumentan los temblores y se producen cambios en las emisiones de gas o la actividad del vapor. Antes de una erupción importante pueden producirse pequeños flujos de lava.
Esta descripción podría aplicarse a la lucha de clases en Italia durante las últimas décadas. La última vez que se produjo una erupción importante fue durante el famoso Otoño Caliente de 1969. Ese año, la clase obrera entró en escena y sacudió los cimientos del sistema. Esa erupción fue cuidadosamente gestionada por los dirigentes de los sindicatos y del PCI (Partido Comunista Italiano), que inicialmente tuvieron que seguir la corriente para poder canalizar de forma segura la inmensa energía de la clase obrera hasta que finalmente se calmó de nuevo, salvando así el sistema para la clase capitalista.
Una vez que se liberaron todas las energías —y, lo que es más importante, una vez que los mismos canales a través de los cuales se podía expresar esa energía, los sindicatos y el Partido Comunista, decepcionaron a la masa de trabajadores—, la erupción se detuvo y prácticamente cesó. Después de ese período, se podía hablar de un volcán relativamente inactivo. La lucha de clases no desapareció, pero nunca volvió a alcanzar el nivel de intensidad de finales de los años sesenta y principios de los setenta.
El Vesubio entró en erupción por última vez en 1944 y ha estado inactivo desde entonces, pero no está muerto. Lo mismo ocurrió con la clase trabajadora después de la década de 1980. (Para un análisis más detallado de ese período, puede leer Italia al borde de la revolución: lecciones de los años 70 de Fred Weston)
Crisis de la «Primera República»
Desde entonces, ha habido momentos en los que han aparecido fisuras en el sistema que han revelado las tensiones subyacentes. Tras las intensas luchas de clases de la década de 1970, la clase dominante italiana intentó desplazar el péndulo político hacia la derecha, o hacia el «centro», como les gustaba llamarlo.
Esto se logró poniendo fin a la colaboración de la Democracia Cristiana con el Partido Comunista (1976-79) y restableciendo las antiguas coaliciones de «centroizquierda» de la década de 1960, en las que participaban la Democracia Cristiana y el Partido Socialista (PSI), junto con varios partidos menores, que ahora se conocían como el «Pentapartito», la coalición de cinco partidos.
Los partidos que formaban parte de estos gobiernos de coalición se comportaban como cerdos en un comedero, llevando el sistema de sobornos y corrupción a niveles cada vez más altos. Un sistema que se diseñó después de la Segunda Guerra Mundial como un medio para que el partido burgués más importante, los demócratas cristianos, pudiera consolidar sus raíces.
Los niveles de corrupción en Italia deben entenderse en el contexto de un capitalismo italiano débil, que había entrado en escena cuando otras potencias, como Gran Bretaña y Francia, y más tarde Alemania y Estados Unidos, dominaban el mercado mundial. Esto dejó a algunas partes de Italia económicamente subdesarrolladas.
El dominio burgués se vio aún más socavado por las consecuencias del régimen fascista, que duró dos décadas y contó con el pleno respaldo de los capitalistas italianos. El auge revolucionario de las masas italianas y el movimiento de resistencia antifascista que derrocó al régimen dejaron a los capitalistas dependiendo para su supervivencia de la Democracia Cristiana y de un cierto grado de colaboración por parte de los dirigentes del Partido Comunista.
Por lo tanto, existía una relación entre la corrupción y el uso del gasto público como medio para ganarse la lealtad y estabilizar el capitalismo. Ambos estaban en el ADN de la Democracia Cristiana desde el principio. Este era el lubricante que les permitía mantener un compromiso inestable entre las diferentes partes de la clase dominante, al tiempo que se mantenía a bordo la burocracia de los sindicatos y el PCI.
Sin embargo, la corrupción fue solo una de las causas del aumento de la deuda pública, y no la principal. El Estado italiano había desempeñado un papel desproporcionado en la economía durante décadas, debido a la debilidad histórica de la clase capitalista.
A principios de los años sesenta se habló del «milagro italiano», que reflejaba un período de gran industrialización y crecimiento de la economía. Gracias a ese auge, se pudieron hacer muchas concesiones a la clase trabajadora, que vio el desarrollo del estado del bienestar y la mejora del nivel de vida. Sin embargo, el fin del auge de la posguerra en la década de 1970 supuso un cambio de tendencia.
Mientras duró el auge de la posguerra, que significó el aumento real y significativo de la riqueza nacional, la deuda pública pudo mantenerse dentro de ciertos límites. Sin embargo, en la década de 1980 comenzó a descontrolarse debido a la ralentización del crecimiento económico.
A mediados y finales de la década de 1970, la deuda pública había alcanzado una ratio del 60 % del PIB, tres veces superior a la de Francia y el doble que la de Alemania. El aumento de la inflación, que alcanzó más del 25 % en 1975, y la caída o el estancamiento del PIB condujeron a un período de estanflación (alta inflación combinada con un bajo crecimiento económico), en el que el Estado se vio obligado a aumentar la deuda para pagar el gasto público, que crecía año tras año.
La deuda creció hasta tal punto que solo los pagos de intereses bastaban para mantenerla en aumento. De hecho, los pagos de intereses pasaron de representar alrededor del 8 % del PIB en 1984 al 11,4 % en 1994, muy por encima de otros países europeos. Así, la deuda siguió creciendo, superando el 120 % del PIB a mediados de la década de 1990, y aunque posteriormente se ralentizó durante unos años, nunca volvió a bajar del 100 %.
La clase dominante se vio presionada para reducir la deuda. Cuando la deuda alcanza tales niveles, se plantea necesariamente la cuestión de quién debe pagar para reducirla. ¿Deberían ser los ricos y poderosos, la clase capitalista o la masa de trabajadores? Dado que el sistema está diseñado para defender los intereses de los ricos, está claro sobre quién recae la carga. Lo que se necesita es un partido de la clase trabajadora que sea capaz de plantear abiertamente la cuestión de la expropiación de la riqueza de las grandes empresas.
Si el poder y la riqueza quedan en manos de estas empresas, quienquiera que llegue al gobierno tendrá que someterse a las necesidades de los propietarios. Eso es cierto hoy en día, y lo era en la década de 1990. Y esto significaba aplicar severos recortes al gasto.
Así, la clase dominante italiana intentó empujar a la Democracia Cristiana a comenzar a desmantelar el estado del bienestar y avanzar hacia un programa de privatizaciones. Italia, por razones históricas, tenía un sector público muy grande, con muchas empresas estatales. Todo esto ya no era sostenible.
El problema era que todo el clientelismo local en el que se basaba en parte el apoyo electoral de la Democracia Cristiana se desmoronaba si se recortaban drásticamente los fondos nacionales. Por lo tanto, a pesar de la presión, el partido Demócrata Cristiano demostró ser una herramienta que ya no se correspondía con las necesidades de la clase dominante en ese momento. Los dirigentes nacionales del partido veían lo que era necesario, pero avanzaban demasiado lentamente para las necesidades de la clase dominante italiana.
La Democracia Cristiana, durante el período de auge de la posguerra, había construido su influencia política sobre un sistema generalizado de clientelismo, con corrupción a todos los niveles en forma de «puestos de trabajo para los amigos». Los votos se compraban literalmente mediante concesiones, como puestos de trabajo en la burocracia estatal, la concesión de viviendas sociales y prestaciones sociales. Recortar la financiación para todo esto significaría destruir la base misma del apoyo sobre la que se había sustentado este partido durante décadas.
Como medio para ejercer presión tanto sobre la Democracia Cristiana como sobre el Partido Socialista, se desató la investigación judicial. Básicamente se trataba de una amenaza: «¡o se ponen en fila o revelaremos toda la corrupción de la que se han beneficiado!». Esto acabaría conduciendo a la investigación judicial Mani pulite [manos limpias] sobre la corrupción política, que comenzó en febrero de 1992. Inicialmente, la clase dirigente lo vio como una palanca para presionar a los dirigentes demócratas cristianos, pero cada escándalo llevó a otro, hasta que se convirtió en una crisis generalizada de todo el sistema político.
La investigación de los jueces descubrió corrupción a todos los niveles, con un escándalo tras otro, y tanto la Democracia Cristiana como el PSI se vieron envueltos en esa crisis, que acabaría provocando su colapso electoral en 1994. Esto marcó el fin de lo que se conoció como la Primera República y con ello asistimos al colapso y la desaparición de muchos de los partidos políticos tradicionales de Italia.
Sin embargo, la coalición Pentapartito no era odiada únicamente por su corrupción. También había sido fundamental para iniciar la tarea de quitarle a la clase trabajadora lo que había ganado en la posguerra. Los capitalistas exigían medidas para «reducir el coste de la mano de obra», culpando a los aumentos salariales de la inflación.
Por lo tanto, uno de los grandes ataques se dirigió contra la escala móvil de salarios, una reforma que los trabajadores italianos habían conseguido en 1945-46 y que garantizaba a todos los trabajadores un cierto grado de protección contra la inflación.
Fue Bettino Craxi, el primer ministro «socialista» al frente de la coalición, quien redujo por primera vez los efectos de la escala móvil de salarios en 1984, al tiempo que aumentaba el IVA y los impuestos en general. Esto provocó un enorme movimiento en el que alrededor de un millón de trabajadores y jóvenes se congregaron en Roma. Sin embargo, el gobierno de Craxi pudo seguir adelante con su ataque.
Finalmente, en 1992, la escala móvil fue abolida por el gobierno de coalición dirigido por Giuliano Amato en un acuerdo al que accedieron los dirigentes sindicales. Esto provocó una enorme ola de indignación entre las bases de los sindicatos. Hubo protestas espontáneas en respuesta a los acuerdos, muchos trabajadores se organizaron de forma independiente, con manifestaciones y huelgas salvajes, con el objetivo de presionar a los dirigentes sindicales.
La ira de los trabajadores se manifestó gráficamente en una serie de manifestaciones sindicales regionales, que se recuerdan como la «stagione dei bulloni» [la «temporada de los tornillos»], cuando los trabajadores lanzaron huevos y tornillos a los portavoces sindicales en Florencia, Turín, Milán y muchas otras ciudades. La amenaza para los dirigentes sindicales era tal que empezaron a colocar pantallas de plexiglás para protegerse en las manifestaciones posteriores. Tal era la ira de la clase obrera por la traición total de los dirigentes sindicales.
Este periodo también fue testigo de un descenso constante en la afiliación sindical, desde el máximo del 52 % de los trabajadores afiliados a un sindicato en 1977 hasta una cifra en torno al 30 %, un proceso que se aceleró a partir de 1993. Paralelamente, se produjo el fenómeno de la escisión de sindicatos de las tres principales confederaciones: CGIL, CISL y UIL.
Estas habían participado en muchos acuerdos corruptos y se habían convertido en un obstáculo para muchos sectores militantes de la clase obrera. Así, los maquinistas se separaron y formaron sus propios «Cobas» [Comités de Base], ya que dejaron de confiar en los sindicatos oficiales para representarlos en las negociaciones con los empresarios. Esto se repitió en varios sectores.
El sindicato USB (Unione Sindacale di Base) actual, de hecho, tiene sus raíces en ese periodo. Es el producto de la fusión de varios de estos sindicatos escindidos y tiene cierta influencia en sectores como los estibadores, los docentes y los trabajadores sanitarios. Y aunque no ha sustituido en modo alguno a las tres grandes confederaciones, es el sindicato que inicialmente desencadenó la gran protesta a finales de septiembre que luego llevó a la CGIL a verse obligada a sumarse a la convocatoria de huelga general contra el genocidio en Gaza el 3 de octubre de este año.
Como hemos visto, la ira de las bases a principios de la década de 1990 iba en aumento a todos los niveles, tanto en el frente político como en el sindical. Y tal era el disgusto de la mayoría de la población por el grado de corrupción que había revelado la investigación Mani pulite, que millones de personas acabaron abandonando los partidos tradicionales en las elecciones de 1994.
Por cierto, cabe señalar que el escándalo de corrupción también empañó la imagen del PDS (el Partido Democrático de la Izquierda, el PCI cambió su nombre en 1991), ya que se descubrió que un funcionario del Partido Comunista había recibido sobornos en relación con contratos con la compañía eléctrica ENEL. Fue condenado y cumplió condena en prisión. Esto dejó un mal sabor de boca a muchos que aún se aferraban a la idea de que la corrupción no formaba parte del legado del antiguo Partido Comunista. Pero también es cierto que el PDS se vio mucho menos afectado por el escándalo de corrupción, ya que ningún dirigente importante del partido estuvo directamente implicado.
Por eso, el colapso de la confianza en los partidos que habían gobernado Italia durante décadas produjo un vacío principalmente en la derecha y planteó un grave problema a la clase dirigente sobre cómo gobernar el país, ahora que sus instrumentos tradicionales habían sido destruidos.
Se instauró un nuevo régimen
La burguesía pudo llenar el vacío con la creación de nuevos partidos, en particular Forza Italia, de Berlusconi. Los exfascistas del MSI (Movimiento Social Italiano) también se reciclaron para presentarse como un partido conservador de derecha más tradicional, lo que les permitió ganar parte del electorado que abandonaba la Democracia Cristiana. La actual primera ministra, Meloni, tiene sus raíces en esa formación. En el norte se desarrolló entre ciertos sectores un sentimiento de querer romper Italia por completo, que encontró su expresión en la Lega Nord, ahora simplemente la Lega.
Así se evitó el riesgo de una nueva explosión de la lucha de clases, e Italia vio una serie de gobiernos, algunos tecnocráticos, pero con el apoyo de una u otra coalición, y luego un período en el que vimos un giro de coaliciones de «centroizquierda» a «centroderecha», y viceversa.
Lo importante aquí es comprender que con cada coalición sucesiva, ya fuera de «izquierda» o de derecha, se llevaba a cabo más o menos el mismo programa. Era como si una mano invisible guiara las políticas de cada gobierno. Cuando estaban en la oposición, tanto el centroizquierda como el centroderecha protestaban un poco por lo que hacía el otro bando, pero en la práctica se aplicaba constantemente el mismo programa.
En efecto, la burguesía italiana era capaz de gobernar el país tanto a través del «centroizquierda» como de la «centroderecha». Cuando una coalición perdía el consenso, la otra podía intervenir. Pero nada fundamental cambiaba para la clase trabajadora. El inexorable avance de los intereses de la clase capitalista continuaba. Y los analistas serios del capital lo entendían.
Centroizquierda y centroderecha: dos caras de la misma moneda
Los profesores del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad LUISS de Roma elaboraron en 2022 un documento titulado La temporada de las privatizaciones en Italia [La stagione delle privatizzazioni in Italia]. En este texto, Domenico Bruni y Alberto Iozzi sostienen que las privatizaciones son la única forma de garantizar «una recuperación económica, social y política» en Italia. Por lo tanto, no se les puede acusar de ser hostiles a las privatizaciones. De hecho, su perspectiva es totalmente burguesa.
Señalan 1992 como el año en que comenzó seriamente el programa de privatizaciones, es decir, el año en que la antigua estructura política comenzó a desmoronarse. A lo largo de su texto, rebosan entusiasmo por el éxito de las privatizaciones, enumerando cada vez los miles de millones que aparentemente ganaba el Estado con la venta de empresas públicas.
Plantean una pregunta muy interesante: «¿Las privatizaciones italianas son de derechas o de izquierdas?». La respuesta que dan es que no tiene mucho sentido plantear la pregunta, ya que tanto la izquierda como la derecha llevaron a cabo privatizaciones. Con el acuerdo tácito entre todos los partidos, compartido por los dirigentes sindicales, de que los nuevos gobiernos no tocarían las contrarreformas introducidas por los anteriores.
Explican que, independientemente de la coalición que llegara al poder, «…una vez puesto en marcha el programa, prácticamente nunca se produjo un cambio de rumbo decisivo dictado por motivaciones ideológicas».
Sin embargo, hacen un comentario interesante, y es que «…en este contexto, el centroizquierda registró el mayor número de operaciones de desinversión estatal», es decir, los gobiernos de centroizquierda privatizaron más que los de centroderecha. Y se refieren a la «paradoja de que, en Italia, el centroizquierda ha acusado al gobierno de centroderecha de haber interrumpido la campaña de privatizaciones lanzada enérgicamente por los gobiernos anteriores [es decir, por ellos mismos]».
Imaginemos este escenario: la derecha gana las elecciones y, aunque continúa con las privatizaciones, lo hace a un ritmo más lento, ¡y entonces es acusada por la llamada «izquierda» de no privatizar lo suficientemente rápido! Y luego los dirigentes actuales de la llamada «izquierda» se preguntan por qué tanta gente no ve diferencias fundamentales entre la izquierda y la derecha.
Aquí tenemos que entender que el programa que cada gobierno sucesivo ha tenido que llevar a cabo ya estaba decidido antes de que llegaran al poder. Este era, y es, el programa del capital financiero, tanto italiano como europeo. Ese programa consistía básicamente en una privatización generalizada de todo lo que se podía privatizar, junto con un ataque generalizado a todos los logros que la clase trabajadora había conseguido en la posguerra.
Los empresarios anuncian sus planes
En 1994, el entonces presidente de la Confindustria [el sindicato de empresarios italianos], Luigi Abete, fue entrevistado por el periódico Il Sole-24 Ore, el equivalente italiano del Financial Times. Es el portavoz del capitalismo italiano, y en la entrevista se expusieron muy claramente los planes de la burguesía.
Abete comienza subrayando el hecho de que las presiones de la competencia internacional exigían medidas serias, y una de ellas era la reforma del sistema electoral. Necesitaban romper con la antigua representación proporcional. Esto es lo que hicieron, ajustando y reajustando sobre la marcha, para conseguir las mayorías parlamentarias necesarias para llevar a cabo todas las contrarreformas que tenían previstas.
En lo más alto de la lista estaba la reducción de los niveles impositivos para las rentas más altas y los beneficios. Esto también implicaba una mayor tributación a nivel de consumo, lo que significaba que los trabajadores comunes y corrientes pagaran los descuentos fiscales concedidos a los ricos cuando hacían sus compras. Esto se llevó a cabo.
Y dado que la energía, el transporte, la eliminación de residuos, etc., estaban subvencionados por las autoridades locales, la exigencia de Abete era que los costes de estos servicios se descargan íntegramente sobre los consumidores, es decir, de nuevo, sobre la clase trabajadora. Esto también se ha llevado a cabo.
La sanidad también debía «reformarse» introduciendo la «competencia». Esto significaba promover la sanidad privada. Esto ha llevado a una situación en la que hoy en día millones de italianos se ven obligados a elegir entre esperar meses, sino años, para una prueba o una operación, o pagar a alguien del sector privado para acelerar el proceso.
También enumeró todo lo que había que privatizar, desde ENEL, la entonces empresa eléctrica estatal, hasta las telecomunicaciones, las empresas municipales de autobuses, el metro, los ferrocarriles, las autopistas, etc. Todo ello se ha privatizado, lo que ha provocado importantes subidas de precios para los consumidores. Las empresas municipales de agua se han privatizado, lo que en algunos casos ha provocado un aumento de hasta diez veces en las facturas de agua.
Uno de los pilares fundamentales de las propuestas de Abete era poner fin a las «rigideces» del mercado laboral. Esto significaba acabar con los contratos de trabajo de larga duración, aumentar la flexibilidad de la normativa laboral y facilitar el despido de los trabajadores, lo que, en otras palabras, suponía la introducción de una precariedad laboral extrema.
Junto con esto, propuso conceder descuentos fiscales a cualquiera que deseara enviar a sus hijos a colegios privados, ayudando así a los sectores de ingresos más altos, ya que la clase trabajadora normal nunca podría plantearse algo así. Todo esto fue llevado a cabo por los sucesivos gobiernos.
La capitulación de la izquierda
Mientras tanto, el antiguo Partido Comunista (PCI) había experimentado una transformación, cambiando su nombre por el de PDS (Partido Democrático de la Izquierda) en 1991. Esto se produjo tras la caída del Muro de Berlín, la caída de todos los antiguos regímenes estalinistas de Europa del Este y la crisis en curso en la Unión Soviética, que también estaba a punto de colapsar.
La dirección del partido se había vuelto reformista en todo menos en el nombre, prefiriendo describirse a sí misma como «eurocomunista». Sus dirigentes estaban imbuidos de una perspectiva reformista, y el propio nombre de «comunista» se había convertido en una carga de la que deseaban liberarse.
Ya en la década de 1960, los reformistas más abiertamente derechistas del partido, cuya figura más conocida era Giorgio Amendola, habían propuesto la reunificación con el Partido Socialista. Esto era una clara indicación de que habían roto con las tradiciones revolucionarias de 1921, cuando el ala revolucionaria del entonces Partido Socialista se escindió para convertirse en la sección italiana de la Internacional Comunista.
El partido, bajo la dirección de Enrico Berlinguer (de 1972 a 1984), ya se había distanciado de Moscú. En la década de 1970, Berlinguer declaró que se sentía más seguro bajo el paraguas de la OTAN. Sin embargo, abandonar el nombre de «Partido Comunista» habría sido un paso demasiado grande para las bases del partido.
Los votos del partido habían disminuido de forma constante desde 1979. Habían alcanzado su máximo en 1976, pero tras colaborar con los demócratas cristianos durante tres años (1976-79), comenzaron a descender, cayendo hasta alrededor del 26-27 % a finales de la década de 1980.
La dirección del partido nunca reconoció plenamente que la razón de su declive electoral no tenía que ver con la identidad «comunista» del partido, sino con su apoyo colaboracionista de clase a las políticas de austeridad llevadas a cabo por la Democracia Cristiana. En cambio, utilizaron este declive para impulsar la idea de que era necesario cambiar la imagen del partido, y el colapso de los regímenes estalinistas fue la excusa que necesitaban.
Más tarde, el PDS se fusiona con varios partidos burgueses menores para convertirse simplemente en el PD (Partido Democrático). Sus dirigentes acogieron con entusiasmo las llamadas reformas propuestas por empresarios como Abete, adhiriéndose por completo a la idea de que la privatización significaba una mayor eficiencia.
Esto sirvió posteriormente para difuminar aún más las antiguas líneas de demarcación entre la «izquierda» y la «derecha». De hecho, dado que la «izquierda», principalmente en forma del Partido Democrático, era una entusiasta defensora de muchas de estas medidas, en la mente de una capa significativa de la clase obrera la propia palabra «izquierda» perdió su significado y se ha convertido en sinónimo de liberalismo.
A medida que el PDS se desplazaba hacia la derecha, el ala izquierda del antiguo Partido Comunista, que rechazó formar parte del nuevo partido, ahora conocido como Rifondazione Comunista (Refundación Comunista), tuvo la oportunidad de construir un partido genuino y combativo de la clase obrera.
La ira contra las políticas del gobierno, del PDS y la colaboración de clase de los dirigentes sindicales hizo que Rifondazione emergiera como una fuerza viable en la izquierda. En ciudades como Milán y Turín obtuvieron alrededor del 14 % en las elecciones locales y el 8 % a nivel nacional. Alcanzó un máximo de 130 000 miembros, con una fuerte base de trabajadores y jóvenes.
Desgraciadamente, todo esto se echó a perder cuando los dirigentes insistieron en la «política del mal menor». Berlusconi ganó las elecciones de 1994 en coalición con los ex fascistas de Alleanza Nazionale. Argumentando que para detener a la derecha era necesario apoyar al nuevo centro izquierda, el partido participó en los gobiernos de Prodi de 1996-98 y 2006-08.
Vale la pena recordar quién era Prodi. Era miembro de la Democracia Cristiana y ocupó el cargo de ministro en 1978. Más tarde, en 1993-1994, Ciampi lo nombró presidente del IRI [el consejo de empresas estatales], donde se encargó de un amplio programa de privatización de los activos estatales. Por lo tanto, no cabía ninguna duda sobre su posición política.
Esta colaboración de clases abierta en el Gobierno resultó ser la sentencia de muerte para Rifondazione Comunista y provocó su colapso electoral hasta alcanzar solo el 1 % y perder todos sus escaños. Esto dejó a los trabajadores y a los jóvenes sin un punto de referencia claro en la izquierda.
Mientras tanto, como parte del deseo de los empresarios de «recortar el coste de la mano de obra», también se planteó la cuestión de los niveles de las pensiones y la edad de jubilación. El primer ataque a las pensiones lo llevó a cabo en 1992 el Gobierno de Amato, y de nuevo en 1995 el Gobierno «tecnocrático» de Dini, que redujo significativamente las pensiones. Y el último gran ataque, conocido como la «Riforma Fornero», fue llevado a cabo por otro gobierno «tecnocrático» de Monti en 2011. Esto redujo aún más el valor de las pensiones estatales y también aumentó la edad de jubilación a 67 años.
Cabe señalar que Monti, antiguo profesor de Economía y comisario europeo de Finanzas, contaba con el apoyo parlamentario tanto del Partido Demócrata como de Berlusconi, es decir, de la «izquierda» y la «derecha». Monti fue severamente castigado en las elecciones de 2013, en las que decidió presentarse con su propia coalición y solo obtuvo alrededor del 10 % de los votos.
El empate electoral entre la coalición de centroizquierda dirigida por el PD y la coalición de Berlusconi se vio alterado por el auge de una formación totalmente nueva dirigida por Beppe Grillo, un cómico, el Movimiento Cinco Estrellas (M5S). De la nada, el M5S obtuvo 8,6 millones de votos (más del 25 %), consolidándose como la principal oposición a las dos coaliciones en el Parlamento.
Debemos recordar todo esto para comprender la situación política actual en Italia. Los salarios y las condiciones de trabajo han sido objeto de constantes ataques, independientemente de la composición del Gobierno. Ya fuera de centroizquierda o de centroderecha, o un Gobierno tecnocrático apoyado por ambos bandos, el sufrimiento de la clase trabajadora continuó sin cesar. Esto explica el meteórico ascenso del M5S.
El auge y la caída del Movimiento Cinco Estrellas
En este contexto de aparente inmovilidad en la colaboración entre la izquierda y la derecha, en 2018 se produjo otra sacudida en la situación política. El Movimiento Cinco Estrellas —que declaró no ser ni de izquierdas ni de derechas y que en el anterior parlamento se había presentado como alternativa tanto a la coalición de centroizquierda del PD como a la coalición de centroderecha de Berlusconi— volvió a surgir con fuerza en las elecciones, obteniendo casi el 33 % de los votos.
El éxito de Cinco Estrellas reflejó el creciente resentimiento de millones de votantes hacia la «Segunda República». La razón es evidente: los principales partidos que formaban parte de los distintos gobiernos, todos los cuales habían aplicado medidas de austeridad, como se ha señalado anteriormente, estaban siendo castigados por el electorado.
Se podría decir que Cinco Estrellas canalizó a un electorado más o menos de izquierdas que buscaba una alternativa. El reflejo de esto fue el éxito de la Lega en la derecha, que canalizó un sentimiento de resentimiento similar, lo que explica su éxito electoral —de corta duración— en 2018, cuando obtuvo el 37 % de los votos. Los dos partidos que más sufrieron en esta situación fueron el Partido Demócrata y Forza Italia, de Berlusconi.
El Movimiento Cinco Estrellas prometió introducir un «salario ciudadano», es decir, una prestación por desempleo, que logró poner en práctica una vez elegido. Una persona sola que cumpliera los criterios necesarios podría recibir hasta 780 euros al mes; una familia de dos adultos y un niño podría obtener entre 800 y 1300 euros al mes. Más de dos millones de familias y casi 5,5 millones de personas recibieron al menos un mes de pago mientras la prestación estuvo disponible, desde abril de 2019 hasta diciembre de 2023, cuando el Gobierno de Meloni la suprimió.
El Movimiento Cinco Estrellas también prometió una pensión mínima «ciudadana» de 780 euros al mes —que se llevó a cabo y posteriormente fue retirada por Meloni— y recortes fiscales para las rentas más bajas. Todo ello hizo muy popular a la nueva formación política, especialmente en las zonas más pobres del sur, donde obtuvo más del 50 % de los votos emitidos.
El éxito electoral del Movimiento Cinco Estrellas sacó a la luz y puso de relieve los verdaderos problemas a los que se enfrentan las familias trabajadoras: salarios bajos, pensiones bajas y falta de empleo para los jóvenes. De hecho, entre los jóvenes, el Movimiento Cinco Estrellas fue el partido más votado, y en el sur obtuvo una victoria aplastante.
Sin embargo, la victoria de Cinco Estrellas creó una situación de estancamiento en el Parlamento. Obtuvo 223 escaños, de un total de 630, quedando en primer lugar, pero muy lejos de tener la mayoría. Ninguna alianza parlamentaria tenía la mayoría necesaria para formar gobierno, y esto solo se resolvió cuando Cinco Estrellas formó una coalición con la Lega.
Esto fue considerado una traición por la parte más izquierdista del electorado que votó a Cinco Estrellas. Después de haber gobernado con la Lega, su posterior alianza con el Partido Demócrata alienó al resto. Todo ello restó brillo al Movimiento, que posteriormente se dividió y decayó electoralmente hasta su actual 15 % aproximadamente.
La gran coalición de Draghi y el auge de Meloni
El acto final de esta tragicomedia, por así decirlo, llegó en 2021-22 con la gran coalición en torno a Mario Draghi, el antiguo gobernador del Banco Central Europeo. Su Gobierno, con su duro programa de austeridad, contó con el respaldo de todos los partidos del Parlamento: el Partido Demócrata, el Movimiento Cinco Estrellas, Forza Italia, la Liga, junto con varias fuerzas más pequeñas.
La excepción fue Fratelli d’Italia, de Giorgia Meloni, un partido que había surgido de Alleanza Nazionale, que era la continuación del neofascista MSI y que hasta entonces había estado en la franja derecha de la coalición de centro-derecha. Meloni quedó fuera de la gran coalición que apoyaba el gobierno de austeridad de Draghi. ¡Y esto explica su éxito electoral en 2022!
En la campaña electoral de 2022, Meloni pareció surgir de la nada, obteniendo un 26 % de los votos. Su partido se había situado anteriormente en torno al 4 %. Se presentó en una alianza electoral con Forza Italia y la Lega, que sufrieron una derrota aplastante, obteniendo un 8 % y un 8,7 % respectivamente. Sin embargo, la coalición en su conjunto obtuvo un 43 %, quedando en primer lugar y beneficiándose así del número extra de diputados que se concede a la coalición que encabeza las urnas.
Todo el ruido en los principales medios de comunicación por parte de analistas liberales o supuestamente de izquierda se centró entonces en el giro de Italia hacia la derecha, y algunos agitaron el fantasma del fascismo con esta victoria de la «ultraderechista» Fratelli d’Italia. Sin embargo, si analizamos más detenidamente lo que ocurrió, se nos presenta un panorama muy diferente.
La participación real fue históricamente baja, del 63,9 % del electorado, lo que significa que solo el 27,5 % de los votantes registrados votaron realmente a la coalición de derecha. Eso significa que casi tres de cada cuatro personas no votaron a la coalición de Meloni. Su base de apoyo popular no es tan fuerte como los medios de comunicación nos quieren hacer creer. Y ella no está instaurando un régimen fascista. De todos los países del mundo, Italia debería ser el lugar donde se comprenda la verdadera esencia del fascismo.
Durante el régimen fascista no existía el derecho a la huelga; no había sindicatos libres; no existía el derecho a la libertad de expresión; solo se permitía la existencia de un partido, todos los demás habían sido prohibidos cuando Mussolini declaró su dictadura en 1926. Los dirigentes y activistas de los demás partidos estaban exiliados o en prisión. El régimen tenía poderes para prohibir las reuniones de más de tres personas. No se toleraban los periódicos de la oposición. Bajo Mussolini no habríamos visto sindicatos libres convocando una huelga general con dos millones de personas protestando en las calles de Italia.
Ese no es el tipo de régimen que tenemos bajo el gobierno de Meloni. Eso no significa que nada esté cambiando. A principios de este año se introdujo una nueva ley de «seguridad» con varias medidas que otorgan mayores poderes a la policía y también convierten actos como bloquear carreteras y vías férreas o escribir grafitis en las paredes en delitos penales que pueden castigarse con largas penas de prisión.
Este gobierno está tratando de restringir los derechos. Por ejemplo, está maniobrando contra ciertos periodistas. Y, como la mayoría de los gobiernos de Europa, ha intentado tocar el tambor del «antisemitismo», tratando de criminalizar a cualquiera que proteste a favor del pueblo palestino.
La ironía de todo esto es, por supuesto, que Meloni, en su juventud, cuando se identificaba abiertamente como fascista, alababa a Mussolini como el mejor estadista del siglo XX. Y participaba activamente en un entorno profundamente inmerso en el antisemitismo real. Ahora prefiere ocultar su propio pasado y presentarse como una política «democrática» que respeta las reglas de la democracia parlamentaria.
Por ahora, puede mantener su posición en el Gobierno porque los partidos de la oposición en el Parlamento han quedado en gran medida desacreditados y muchos no los consideran una alternativa creíble. Una vez más, existe un alto grado de desconfianza hacia todos los partidos, lo que se refleja en el creciente número de personas que se abstienen en las elecciones.
De hecho, cabe destacar la aceleración del nivel de abstenciones en el periodo comprendido entre 2008 y 2022, con una disminución de casi 17 puntos porcentuales en la participación electoral. Esto, junto con los violentos cambios en el voto cada vez que aparece una alternativa en escena, como en el caso del Movimiento 5 Estrellas, refleja la creciente y generalizada desilusión de una capa significativa de la población con todos los partidos. Especialmente tras la crisis financiera de 2008 y todos los males que trajo consigo para los trabajadores y las trabajadoras de a pie.
Un sentimiento de profundo malestar impregna toda la sociedad
Aquí vale la pena examinar más de cerca lo que ha sufrido la clase trabajadora en este período. Los salarios nominales se han estancado durante los últimos treinta años, creciendo no más de alrededor del 1 % anual, y en algunos años, como 2019-2020, se ha producido una caída real de casi el 6 %. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), los salarios reales cayeron un 8,7 % entre 2008 y 2024.
De hecho, Italia es el único miembro del G20 que ha experimentado una disminución de los salarios en términos reales en este periodo. Las pensiones están estancadas, y el año pasado los pensionistas recibieron un duro golpe cuando el Gobierno les concedió un aumento de apenas 3 euros al mes. Este año recibirán un aumento mensual de 20 euros, una miseria si se tiene en cuenta el aumento real del coste de la vida.
Mientras tanto, en los últimos veinte años (2004-2024), los precios han aumentado en realidad una media del 49 %. Solo desde 2019, la inflación de los precios de los alimentos ha sido de alrededor del 30 %. A esto se suma el rápido aumento de los alquileres, que han subido alrededor de un 40 % en la última década, con aumentos de hasta el 70 % en algunas ciudades. Al mismo tiempo, el desempleo juvenil supera el 20 %, una de las tasas más altas de la Unión Europea.
Esto explica por qué, desde 2011, el número de emigrantes al extranjero ha ido en aumento, con hasta 160 000 personas abandonando el país en algunos años. Según las estadísticas oficiales, entre 2002 y 2021, aproximadamente 1,4 millones de italianos abandonaron el país, la mayoría de ellos jóvenes. Sin esta emigración, los niveles de desempleo serían mucho más elevados.
Debido a la elevada inflación de los precios de los alimentos, el 70 % de los italianos ha cambiado sus hábitos de gasto en alimentación, y el 35 % ha reducido la cantidad o la calidad de sus compras. Además, debido al colapso de los servicios sanitarios nacionales, se ha informado de que 4,3 millones de italianos han renunciado a buscar tratamiento debido a las listas de espera excesivamente largas, que en algunos casos llegan a ser de hasta dos años.
No es difícil entender por qué existe un sentimiento generalizado de profundo malestar que impregna toda la sociedad italiana. Es como la acumulación de lava antes de una erupción volcánica. Y después de estar relativamente inactivo durante un largo periodo, el volcán entró finalmente en erupción el 3 de octubre con la huelga general y las manifestaciones masivas en apoyo a los palestinos que luchan por su propia supervivencia.
Había un sentimiento genuino de repulsa y rabia por lo que el ejército israelí estaba haciendo al pueblo de Gaza. Las movilizaciones fueron verdaderamente monumentales e históricas, tanto por su tamaño como por su importancia política. Gaza resultó ser la chispa que encendió la mecha.
Mientras tanto, el Gobierno de Meloni siguió expresando su apoyo a Netanyahu y a su guerra genocida contra el pueblo de Gaza. También hay que señalar que Italia es el tercer mayor proveedor de armamento de Israel, y que su industria armamentística obtiene cuantiosos beneficios de la guerra.
Por lo tanto, cabe preguntarse por qué el Gobierno de Meloni es uno de los más duraderos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La duración media de un Gobierno desde 1945 ha sido de unos 14 meses. Por lo tanto, con sus tres años en el cargo, el de Meloni es el tercer Gobierno más duradero de los últimos 80 años.
Tras las grandes movilizaciones de octubre, se han celebrado tres elecciones regionales en Italia, en Las Marcas, Calabria y Toscana. Todas ellas se caracterizaron por un récord de participación baja: el 50 % en Las Marcas, el 43 % en Calabria y el 47 % en Toscana. Las Marcas y Calabria dieron la victoria a Meloni, cuya coalición obtuvo el 52,4 % y el 57 % de los votos, respectivamente. En la Toscana, por el contrario, la coalición formada principalmente por el Partido Demócrata y el Movimiento Cinco Estrellas ganó con cerca del 54 %.
Estos resultados acentúan lo que vimos en 2022 en las elecciones nacionales, con alrededor de la mitad del electorado sin votar, por lo que la coalición ganadora solo representa el apoyo activo de alrededor de una cuarta parte del electorado.
Alienación generalizada del electorado
La razón de todo esto hay que buscarla en el hecho de que ahora al menos la mitad de la población —y ese número va en aumento— no confía en ninguno de los partidos mayoritarios. La Lega, Forza Italia, el Partido Demócrata y el Movimiento Cinco Estrellas han estado todos en el Gobierno y ninguno ha logrado detener el constante deterioro de las condiciones de vida, el constante deterioro del nivel de vida de millones de trabajadores.
Es por este pasado que Meloni sigue manteniéndose en las encuestas de opinión, con alrededor del 30 %, con el Partido Demócrata en segundo lugar con el 22 %, el Movimiento Cinco Estrellas con alrededor del 13 %, seguido de Forza Italia y la Lega, ambos con alrededor del 8-9 % cada uno. Sin embargo, hay que recordar que hay que dividir estas cifras por la mitad para ver el apoyo real y activo entre el electorado, teniendo en cuenta los niveles de abstención.
La razón de este escenario hay que buscarla en la total falta de una alternativa genuina en la izquierda. No hay ningún partido combativo y obrero que pueda atraer a los trabajadores, que pueda ofrecerles una salida a la pesadilla actual. Por lo tanto, Meloni sigue adelante.
Pero algo se está gestando bajo la superficie. Hay señales reveladoras de futuras erupciones volcánicas. Una gran corriente de lava fue el movimiento pro-Palestina. Y aunque la lava puede haber disminuido un poco, la presión no ha desaparecido. Lo que Meloni prometió y lo que ha cumplido son dos cosas muy diferentes y cada vez más gente se está dando cuenta de ello.
Lo que Meloni prometió y lo que realmente ha hecho
Recordemos por un momento lo que Meloni y sus ministros prometieron que harían una vez en el cargo. Prometieron bajar los impuestos, que reducirían la presión fiscal nacional, es decir, el nivel global de impuestos como porcentaje del PIB. Pero, en cambio, este ha aumentado hasta el 42,8 % desde que llegaron al poder a finales de 2022.
En los últimos cambios fiscales introducidos en el último presupuesto, todos aquellos que ganan menos de 28 000 euros —la inmensa mayoría de los italianos— no han visto ninguna reducción en los impuestos que pagan. Han sido los que tienen ingresos más altos los que han visto cierta reducción fiscal.
Prometieron reducir las listas de espera en el servicio sanitario y aumentar el gasto en sanidad, pero nada de esto se ha materializado. El gasto público en sanidad en términos nominales ha aumentado, pasando de 125 400 millones de euros en 2022 a 136 500 millones en 2025, pero ese crecimiento es solo aparente. La inflación ha erosionado el valor real y, en realidad, el gasto sanitario como porcentaje del PIB ha descendido del 6,3 % en 2022 al 6,1 % en 2024-2025.
Matteo Salvini, dirigente de la Lega y viceprimer ministro, prometió deshacer la Riforma Fornero sobre las pensiones, pero no hay indicios de que el Gobierno de Meloni vaya a deshacer todos los recortes en las pensiones llevados a cabo por los gobiernos anteriores.
El efecto acumulado de las diversas «reformas» de las pensiones, que obligan a las personas a trabajar más tiempo y a cotizar durante más años, ya ha tenido las siguientes repercusiones: «… la edad media efectiva de jubilación aumentó en más de cinco años entre 2001 y 2024, hasta los 64,6 años; la tasa de participación en el mercado laboral entre el grupo de edad de 55 a 64 años se duplicó con creces, pasando del 28,2 % al 61,3 %» (según un informe del Banco de Italia). De hecho, tal y como están las cosas, se prevé que la edad de jubilación aumente hasta los 69 años en 2050.
Berlusconi, que en 2022 aún vivía y seguía en campaña, había planteado la idea de aumentar la pensión mínima a 1000 euros al mes. No hay indicios de que eso vaya a suceder en un futuro próximo. La pensión mínima sigue siendo de poco más de 600 euros. Mientras tanto, el Instituto Nacional de Estadística (ISTAT) descubrió que el año pasado (2024), el 23,1 % de los italianos estaban en riesgo de «pobreza o exclusión social», lo que supone un aumento con respecto al año anterior.
Sin embargo, Meloni ha cumplido una de sus promesas, y es la introducción de numerosas amnistías fiscales, una verdadera bofetada para los millones de trabajadores y pensionistas que no tienen más remedio que pagar sus impuestos, que se deducen directamente de sus ingresos mensuales. Hay un grupo de empresarios que han evadido impuestos a lo largo de los años. Sus casos ahora han sido archivados.
Más Draghist que Draghi
Como hemos señalado, Meloni tenía una gran ventaja en las elecciones de 2022. Su partido era el único que no había formado parte de la gran coalición de Draghi. Su partido se fundó en 2012 como una escisión del Popolo della Libertà (PdL), un partido que se había formado mediante la fusión de Forza Italia, de Berlusconi, y los exfascistas reformados de Alleanza Nazionale. El partido de Meloni siguió siendo una fuerza marginal, obteniendo solo un 2 % en las elecciones de 2013 y un 4,3 % en 2018.
En aquel entonces, adoptó una postura euroescéptica, llegando incluso a plantear la posibilidad de que Italia saliera de la zona euro. En aquel momento podía permitirse presentarse como una política antieuropea de línea dura, porque no tenía ninguna posibilidad de llevarlo a cabo. Esto le benefició, porque todos los gobiernos anteriores, especialmente los de coalición de centroizquierda, utilizaban la retórica proeuropea como medio para justificar la austeridad y las privatizaciones (los parámetros de convergencia del Tratado de Maastricht sobre la deuda pública, la introducción de la moneda única, el euro, etc.).
Esto llevó a muchos a considerar que la UE y el euro eran las causas de los recortes salariales, los recortes de las pensiones y el desmantelamiento general del estado del bienestar al que habían estado acostumbrados durante décadas.
Por lo tanto, votar a Meloni también significaba votar a alguien que se enfrentaría a los burócratas de la UE. Pero a medida que se acercaba al poder, y una vez en el Gobierno, su discurso cambió radicalmente. Es la primera ministra de un importante país capitalista, la tercera economía de la zona euro, y ha adoptado las políticas que le exigen las personas que cuentan en la cúpula del capitalismo italiano y europeo.
Ahora se le acusa abiertamente de ser «più draghiana di Draghi»: «más draghista que Draghi». Y no podría ser de otra manera. El capital financiero decide las políticas de su gobierno. Italia ha recibido grandes cantidades de financiación de la Unión Europea a través del «plan de recuperación y resiliencia», cerca de 200.000 millones de euros, dos tercios de los cuales son en forma de préstamos.
Sin ello, el Gobierno se enfrentaría a graves dificultades financieras. Ahora, cada vez que se pregunta a un ministro del Gobierno de Meloni qué prometieron durante la campaña electoral de 2022 y qué han hecho realmente, la respuesta que dan es «estamos en Europa», lo que significa que deben cumplir la normativa de la UE.
Cuando fue elegida, todo esto no era evidente de inmediato para millones de italianos, pero ahora muchos se están dando cuenta de que ella no es diferente. Está destinada a seguir el camino de los demás partidos. Al igual que el Movimiento Cinco Estrellas ganó popularidad y luego cayó cuando no cumplió sus promesas una vez en el poder, también Fratelli d’Italia perderá su brillo y entrará en declive. Y aunque en términos porcentuales su partido sigue manteniéndose en las encuestas de opinión, si miramos más de cerca lo que está sucediendo realmente, tal y como están las cosas, en realidad está perdiendo una parte significativa de su base electoral.
Los mayores niveles de abstención significan que el 30 % de Meloni en las últimas encuestas de opinión de hoy es, en realidad, menos votos en términos absolutos que su 26 % de hace tres años. Sin embargo, lo más importante ahora es la ira generalizada y la radicalización que afecta a millones de trabajadores y jóvenes en Italia. Algunos comentaristas se preguntan por qué las grandes protestas callejeras que vimos a finales de septiembre y principios de octubre aún no han cambiado radicalmente el panorama político.
Bueno, la respuesta a esa pregunta surge con toda claridad si tenemos en cuenta todo lo que hemos esbozado en este artículo. Muchos trabajadores y jóvenes enfadados no ven un partido con el que se identifiquen, un partido que responda verdaderamente a sus aspiraciones. Está muy claro que millones de trabajadores quieren un salario digno, pensiones dignas, empleos dignos, una semana laboral más corta, que no se aumente la edad de jubilación, un sistema sanitario digno, escuelas dignas, una sociedad que ofrezca alguna esperanza para el futuro.
Ninguno de los partidos presentes hoy en el Parlamento italiano ofrece nada de esto. De hecho, ni siquiera estas aspiraciones básicas pueden ser satisfechas por el capitalismo italiano actual. Ahí es donde radica la contradicción.
Eso explica por qué, tras años de aparente estancamiento, hemos visto una erupción tan grande de ira en las calles, movilizaciones tan masivas en favor del pueblo de Gaza. La gente que salió a la calle protestaba por Gaza, sí, pero también protestaba contra su propio gobierno. Ese mismo gobierno que apoya la matanza del ejército israelí en Gaza, también está atacando las condiciones de vida de los trabajadores y trabajadoras de a pie en Italia.
Una nueva generación de luchadores de clase
Esto es lo que explica la fuerte radicalización que se está produciendo, especialmente entre los jóvenes. Salieron en masa durante la huelga general del 3 de octubre. Muchos institutos fueron ocupados y se produjeron intensos debates entre los estudiantes. También contaron con el apoyo de sus padres y profesores. Es una nueva generación que está despertando y tomando conciencia del callejón sin salida al que se enfrenta el sistema, y que busca soluciones radicales.
Nosotros, los comunistas revolucionarios, los marxistas, lo vemos muy claramente. Pero a menudo en la historia, los elementos más inteligentes de la clase dominante pueden ver el mismo proceso, pero desde el punto de vista de su propia clase. En Il Foglio, un diario conservador/liberal italiano alineado con el centro-derecha, apareció un interesante comentario editorial. Era un comentario sobre la naturaleza del movimiento que estalló en Gaza. El 7 de octubre publicó un editorial titulado «El entrelazamiento de la lucha contra el “Israel global” y todas las causas locales».
El autor plantea una pregunta: «¿Se le ocurre a alguien una imagen más hermosa que la de decenas de miles de jóvenes tomando las calles para celebrar el fin de una guerra terrible?». Su respuesta es que va a explicar por qué no comparte ese optimismo. Continúa explicando que «está claro que las manifestaciones de Gaza fueron el bautismo político de una nueva generación, que va a dejar una huella destinada a perdurar». Y concluye su comentario así: «La verdadera noticia aquí es el surgimiento de una generación política que ha aprendido a conectar la lucha contra el “Israel global” con todas las causas locales. Y eso no es una buena noticia». [El énfasis es mío]
Aquí tenemos la verdadera voz de la clase capitalista. El hecho de que la juventud italiana se haya radicalizado por los acontecimientos de Gaza es visto por ellos como una mala noticia. Y la razón es evidente. La crisis de su sistema es tan profunda que requiere medidas de austeridad brutales a todos los niveles. Esto significa que la juventud no tiene ningún futuro al que aspirar. Esto les impulsará hacia alternativas revolucionarias, hacia una política en completa contradicción con la que la burguesía necesita aplicar. Se está preparando una colisión frontal.
Volvamos a nuestra analogía con las erupciones volcánicas. Los flujos de lava y los temblores pueden retroceder, e incluso detenerse durante un tiempo, pero la presión desde abajo sigue aumentando. Y, tarde o temprano, son inevitables nuevas erupciones. En cierto momento, el flujo se vuelve imparable. Un proceso similar tiene lugar en las relaciones entre las clases. Cuando se produce una erupción potente, la situación real se hace evidente y la conciencia de millones de personas se transforma rápidamente.
Para comprender la situación actual en Italia, debemos mirar más allá de la superficie de la sociedad. Debemos escuchar a esa parte del pueblo, a los millones de personas que no tienen voz en el Parlamento ni en la prensa. Los juegos y maniobras parlamentarias que aparecen a diario en los titulares se desarrollan mientras se prepara algo mucho más poderoso.
Durante las últimas décadas, la clase dominante de Italia se ha dedicado a bloquear todos los canales a través de los cuales la clase trabajadora podía expresar su ira. Con la ayuda de sus dirigentes reformistas, destruyeron el antiguo Partido Comunista, domesticaron a los sindicatos y han intentado restringir todo espacio para la disidencia. Siguen haciéndolo hasta el día de hoy.
Sin embargo, esto también conlleva peligros para la clase capitalista. Al bloquear todos los canales a través de los cuales la clase obrera y la juventud podían expresar su descontento, han obstruido las válvulas de seguridad que preservan la estabilidad del sistema. La aparente inactividad de la clase obrera ha sido, en realidad, como un volcán cuyos cráteres han sido bloqueados.
Pero, al igual que el Vesubio, se están preparando nuevas y más poderosas erupciones. El 3 de octubre se produjo la primera de lo que será una serie de erupciones. Y, al igual que en el caso del Vesubio, se está preparando una erupción más grande y más poderosa en el próximo período, y cuando llegue sacudirá todo el sistema podrido de arriba abajo.
Las tradiciones históricas de la clase obrera italiana resurgirán. La clase obrera podría haber tomado el poder en tres ocasiones en el siglo XX: en 1918-20, que culminó con la ocupación de las fábricas; en 1943-48, durante el movimiento que derrocó al régimen fascista y la enorme ola de huelgas que siguió [véase América Socialista número 39]; y en el período de intensa lucha de clases que siguió al Otoño Caliente de 1969.
Con las enormes contradicciones que se han acumulado y con el enorme resentimiento que se ha acumulado en lo más profundo de la sociedad debido a todos los ataques contra la clase obrera, como se describe en este artículo, cuando se produzca la próxima erupción, será a un nivel mucho más alto que cualquier cosa que hayamos visto antes.
