La marcha de la (supuesta) Generación Z: neutralidad aparente, reacción encubierta
Héctor Mora
Hace unos días comenzó a circular por redes sociales una convocatoria llamando a una manifestación el 15 de noviembre, en apariencia, tiene los ingredientes para convertirse en una coyuntura política importante: una marcha con una consigna aparentemente irreprochable (la lucha contra la corrupción) y un objetivo concreto: la destitución de Claudia Sheinbaum. La convocatoria no es cosa menor, ya que retoman la bandera pirata de la Tripulación del Sombrero de Paja, de One Piece, un emblema que en meses recientes ha encontrado una segunda vida como bandera de protesta. La hemos visto en un conjunto de manifestaciones surgidas principalmente en Asia (Birmania, Sri Lanka, Bangladesh, Tailandia, Indonesia, Nepal, Filipinas, Timor Oriental) y extendiéndose posteriormente a varios países del mundo (Serbia, Mozambique, Grecia, Madagascar, el Perú, entre otras), protagonizadas principalmente por amplios sectores de la juventud que protestan contra la falta de oportunidades, las crisis económicas, la corrupción, la desigualdad, el deterioro de la calidad de vida y, en general, un descontento ante las propias contradicciones del sistema capitalista.
La adopción de esa bandera entre los convocantes mexicanos podría sonar prometedora, incluso esperanzadora: juventud en las calles luchando contra el odiado régimen capitalista y todos sus desgarradores problemas para nosotros. Sin embargo, la pregunta de fondo es otra y mucho más seria: ¿quién organiza y con qué proyecto político viene esa movilización del 15 de noviembre? Porque no toda iconografía emancipadora garantiza una práctica emancipadora. Y porque, cuando las banderas son bonitas y los lemas aparentemente puros, conviene mirar por debajo de la tela.
El contexto que quieren explotar
El primero de noviembre ocurrió algo que, por su brutalidad y sus resonancias, podía y debía abrir profundas discusiones, el asesinato del presidente municipal de Uruapan, Carlos Manzo.
Su figura, controvertida, había sido asociada en vida con un discurso de mano dura y confrontación directa contra el crimen organizado, incluso siendo apodado el Bukele de Uruapan, y su muerte envía un mensaje del crimen que no distingue entre colores políticos cuando se trata de defender sus intereses y negocios. Ese homicidio es, por tanto, un hecho político de carácter múltiple, ya que es una advertencia del crimen organizado, es un fracaso del Estado burgués para garantizar seguridad y ha sido, en el terreno ideológico, un recurso que la derecha busca utilizar como ariete político contra el gobierno de la 4T.
Ya vimos (en las horas y días posteriores) cómo voces mediáticas y dirigentes de la derecha intentaron instrumentalizar ese asesinato: discursos de condena selectiva, marchas encabezadas por organizaciones con vínculos al PAN y al PRI, y la lectura inmediata de la tragedia como una prueba de incompetencia exclusiva del gobierno en turno. Los mismos partidos que hoy claman por justicia fueron corresponsables de la espiral de violencia que embarga al país desde hace más de 20 años y en acuerdos, explícitos o implícitos, que permitieron la consolidación de redes de poder criminal. La derecha busca capitalizar la indignación generalizada para desplazar a su adversario político y recuperar espacios de poder estatal.
En este contexto, el diputado Carlos Gutiérrez Mancilla, acompañado de la bancada priista y con banderas de anime que remiten al mismo imaginario usado por los convocantes de la marcha de la supuesta “Generación Z”, pronunció el 4 de noviembre en San Lázaro un discurso que replica el eslogan difundido en redes para la protesta del 15 de noviembre: “Los jóvenes hoy estamos más despiertos…vamos a sacar a Morena. Fuera Morena, fuera narcopolíticos.” La sintonía es evidente. Este solapamiento entre un discurso institucional de derecha y un activismo presuntamente “apolítico” demuestra que la neutralidad proclamada es, en realidad, una trampa que facilita intervenciones instrumentales.
La neutralidad como máscara política de la derecha
En uno de sus primeros comunicados, la cuenta que convocó a la marcha del 15 de noviembre, afirma con fatua solemnidad lo siguiente: “Esto jamás se va a tratar de apoyar una ideología, y mucho menos a partidos políticos. Aquí no hay intereses ocultos, ni agendas disfrazadas. Somos jóvenes que amamos profundamente a nuestro país, y que estamos hartos de la misma historia, del mismo abuso y de la misma corrupción. (…) No somos de izquierda ni de derecha.”
A primera vista, esta declaración podría parecer una afirmación noble, incluso genuina, nacida del hartazgo social ante la corrupción y la decadencia del régimen. Sin embargo, debemos tener en cuenta que este tipo de discursos encubren una operación ideológica mucho más profunda, la pantomima de la neutralidad.
Decir “no apoyamos ideologías” es, en realidad, la forma más acabada de sostener una ideología: la ideología dominante. Negar la existencia de una posición política es afirmar, sin decirlo, la posición de quien se beneficia del orden existente. En una sociedad dividida en clases, de explotados y explotadores, la “ausencia de ideología”, es el disfraz del pensamiento burgués, que busca presentarse como sentido común, como racionalidad, como patriotismo o moral cívica.
Algo muy similar ocurre con el “estamos hartos de la corrupción”, el cual funciona como un punto de unidad moral, pero no como un análisis material de las causas del fenómeno. La corrupción no surge del carácter “malo” de los políticos ni de una falta de ética individual, sino que es, ineludiblemente, una consecuencia necesaria de la concentración del poder económico, la privatización de lo público y la impunidad estructural de la burguesía. La corrupción está imbricada en las entrañas mismas del régimen capitalista.
Al reducir el conflicto social a una cuestión de moral o decencia pública, se borra el antagonismo fundamental que estructura la sociedad capitalista: la lucha de clases. Quien se declara “ni de izquierdas ni de derechas” adopta, aunque no lo sepa, una posición que no desafía las relaciones de producción, y por tanto, su horizonte es el recambio de rostros o la reforma superficial.
Con lo antes mencionado, la pregunta que debe hacerse cualquier joven y trabajador harto de las condiciones de miseria que vivimos día a día es a quién realmente le sirve este discurso. Y lo que hay que tener claro es que sirve como cortina para el ingreso de políticos burgueses con intereses de clase opuestos a los del proletariado, siendo en este caso mecanismos que la derecha utiliza para reencauzar el descontento social. Presentan el malestar como un problema de gestión y no de estructura, desviando la energía popular hacia la defensa de un orden más “eficiente”, pero igualmente capitalista.
La trampa: El retorno de la derecha no es ninguna salida revolucionaria
Si todo lo que busca la movilización es la destitución de Sheinbaum sin plantear una alternativa seriamente articulada, estamos frente a un pútrido esquema que no nos es desconocido: el oportunismo de la derecha para cambiar los rostros que se muestran en el gobierno, sin cambiar el propio sistema. Ese es el método de la restauración burguesa. Cuando el desgaste ha sido grande, se aprovecha de las ilusiones de nuestra clase para intentar maquillar las políticas de la clase dominante sin tocar su esencia. Las juventudes pueden ser atraídas legítimamente por el hartazgo de la constante violencia en el país y la perspectiva de un futuro cada vez más incierto, pero debemos dejar claro que si detrás de estas convocatorias no existe un programa revolucionario que rompa con el sistema capitalista, que es el causante de todas las problemáticas que vivimos como clase, la protesta terminará siendo dirigida y aprovechada por la misma clase política burguesa despreciable de siempre, que está utilizando las demandas de la juventud para sus propios intereses.
Queremos ser claros: Las revoluciones no las hacen los partidos de derecha como el PRI y el PAN, ni un puñado de cuentas virales que les apoyan, tampoco el gobierno reformista de la 4T que está mostrando seriamente sus limitantes para mantener condiciones dignas de vida; las revoluciones las hacen las masas organizadas, conscientes de sus intereses históricos. Lo que necesitamos es la organización consciente de la juventud y el proletariado en la construcción de un Partido de clase y un programa abiertamente revolucionario para luchar contra la violencia, el imperialismo y la burguesía oportunista y reaccionaria.
De la indignación a la organización revolucionaria
Primero que todo, es necesario dejar claro: no defendemos a Sheinbaum, a Morena ni a ningún partido burgués, reformista o no.
El gobierno de Sheinbaum representa la continuidad de la “Cuarta Transformación”, la cual es un intento de administrar el capitalismo mexicano tratando de darle un rostro más humano al sistema sin alterar las dinámicas internas de explotación. No por casualidad, sus reuniones son mayormente con grandes empresarios como Carlos Slim o José Antonio Chedraui, con ejecutivos de BlackRock y Walmart, y con representantes del Banco Mundial y la OCDE. Su mensaje desde el inicio de su sexenio fue claro: “capitalismo consciente”, es decir, el viejo capitalismo con un maquillaje progresista.
Frente a este escenario, no debemos ser maniqueos. Es perfectamente posible (y probable) que entre quienes piensen en marchar el 15 de noviembre haya una pequeña capa de personas sinceramente descontentas con las condiciones que nos atraviesan como clase proletaria y que busquen una salida real a la precariedad, la violencia y la corrupción que viven las mujeres y la juventud. Hacemos un llamado de advertencia, nada bueno puede salir de una manifestación que sus convocantes son los Salinas Pliego, los priistas y panistas, los que defienden mano dura para luchar contra el narco, entre otros tantos.
Los comunistas nos sumamos a la marcha alterna del sábado 8 de noviembre, convocada por distintas organizaciones, para señalar las coincidencias entre los propagadores de la movilización del día 15 y las figuras públicas de la derecha; para explicar los vínculos entre quienes quieren convertir la protesta en un arma electoral y ofrecer, frente a ellos, un análisis coherente y una salida de clase. Esto por supuesto que no se trata de salvaguardar una estética, sino de plantear una estrategia revolucionaria que oriente la indignación hacia objetivos verdaderamente emancipadores.
Esa es, en última instancia, nuestra tarea. Recordar que la única alternativa real frente a la corrupción estructural, la violencia cotidiana y la barbarie capitalista no puede reducirse a un simple cambio de figuras al frente del Estado burgués. La lucha por la destitución sin un programa revolucionario es un trámite que la burguesía puede tolerar (e incluso promover) si con ello garantiza un gobierno más dócil a sus intereses.
La alternativa que proponemos es otra: la construcción de un Partido Comunista Revolucionario que organice a la clase trabajadora, las mujeres y la juventud, para disputar el poder político y económico de manera consecuente a la burguesía y sus instituciones. Eso implica un trabajo paciente y serio en la formación de cuadros en los centros de trabajo, en las escuelas y en los barrios; significa luchar por una conciencia de clase que reconozca la división fundamental entre trabajadores y capitalistas; significa intervenir en movilizaciones para transformar el malestar en organización, y el descontento en programa.
Nosotros abogamos por la necesidad de una revolución proletaria ante la bancarrota del sistema capitalista y la burguesía para resolver los problemas fundamentales que vivimos día a día en el país y el planeta. Abogamos por la necesidad de construir un Estado obrero democráticamente controlado y planificado, que vele por los intereses de la mayoría, no en favor de la ganancia de una minoría.
Porque entendemos que una revolución no nace del oportunismo de la derecha por regresar al poder, nace cuando millones de trabajadores, estudiantes, jornaleros y cualquier minoría oprimida, comprende que sus intereses son comunes y que, para liberarse, necesitan una organización propia, un partido de vanguardia y una revolución que no busque “mejorar” la sociedad existente, sino fundar una nueva.
Y cuando ese día llegue ya no habrá corrupción ni miseria, porque habremos arrancado de raíz el sistema que las engendra. Ese será el paso del reino de la necesidad al reino de la libertad.
