Brasil: Enfrentar la agresión estadounidense sin confiar en el imperialismo chino
Johannes Halter, ICR Brasil
Brasil se enfrenta a la mayor agresión externa desde el golpe de 1964. El mismo verdugo imperialista que articuló e impulsó la dictadura militar, Estados Unidos, impone ahora una política proteccionista de aranceles del 50 % sobre la economía brasileña. Los objetivos alegados por Trump son la liberación del expresidente Jair Bolsonaro, nostálgico de aquella dictadura militar, y la supuesta «corrección de los malos tratos» a las empresas tecnológicas estadounidenses.
En realidad, se trata de una guerra comercial que tiene el efecto práctico de un bloqueo comercial entre Brasil y Estados Unidos. Además, las acciones de Trump son una agresión política imperialista, con el objetivo de interferir en las decisiones judiciales brasileñas y en el escenario político del país.
Esta vez, sin embargo, Brasil ha logrado resistir la presión hasta el momento. Esto se debe a un cierto margen de maniobra que ha sido posible gracias a la disputa interimperialista que se ha desarrollado en nuestro país. Ante esta situación, la clase trabajadora brasileña no puede alinearse ni con el imperialismo estadounidense ni con el chino. Ambos buscan explotar nuestro territorio, nuestras riquezas y nuestra fuerza de trabajo. Corresponde a los trabajadores y a la juventud adoptar una política de independencia de clase y construir las fuerzas del comunismo necesarias para superar la actual crisis nacional.
De 1964 a 2025
El golpe de 1964 tuvo como efecto, al interrumpir el mandato de João Goulart y reprimir a las masas que se movilizaban, acabar con cualquier pretensión nacionalista para Brasil y abrir el país a los negocios y la explotación de Estados Unidos, en primer lugar. La transición de regímenes que perdonó a los torturados y torturadores, sus agentes y partidarios, expresada en la Ley de Amnistía de 1979, se completó con la Constitución de 1988.
El nuevo régimen surgido de ese proceso, la Nueva República, mantuvo las relaciones económicas que dominaron en el período anterior. La burguesía subordinada al imperialismo estadounidense mantuvo sus negocios y los mismos agentes externos continuaron explotando e interviniendo en Brasil bajo regímenes formalmente democráticos.
Sin embargo, a partir de 2013, asistimos al desmoronamiento de ese pacto social establecido por la Constituyente que restableció el orden tras la caída del régimen militar. El desmoronamiento de la Nueva República se manifestó en primer lugar por la irrupción de las masas en las calles. A continuación, por las turbulentas elecciones presidenciales de 2014, el golpe palaciego de 2016 que impuso la destitución de Dilma (del PT) y el establecimiento del gobierno de Temer (el político burgués que había sido su vicepresidente).
A esto le siguió el montaje judicial del juez Sérgio Moro, el encarcelamiento y la exclusión de Lula de la contienda electoral y la consiguiente elección de Bolsonaro en 2018. Estas expresiones sociales y políticas también correspondieron a un cambio importante en el plano económico: la llegada con fuerza del capital chino a Brasil, desplazando el dominio financiero de Estados Unidos sobre el país que reinaba hasta entonces y disputando espacio con los capitales financieros de los países imperialistas tradicionales.
El nuevo presidente de Estados Unidos impone ahora, entre todos los aranceles que ha lanzado sobre otros países, el porcentaje más alto del mundo sobre Brasil. Tal violencia económica solo puede compararse con la guerra arancelaria de Trump contra China en el primer semestre de este año.
A diferencia de 1964, sin embargo, los estadounidenses no están preocupados por ninguna pretensión nacionalista brasileña. Por el contrario, Brasil ha estado a la vanguardia no solo en el fomento de la instalación de capital extranjero en el país, sino también en la promoción de la privatización de empresas y servicios públicos, tanto los relacionados con la industria como incluso servicios como la salud y la educación.
Las deudas internas y externas han sido pagadas religiosamente por todos los gobiernos. Un compromiso que supera el 75 % del PIB y que compromete cada año casi el 50 % del presupuesto federal. Una verdadera sangría de los recursos de la nación, símbolo de su subordinación al imperialismo estadounidense y elegida como la prioridad número uno de la política económica de Lula y Haddad. Esta es la política expresada por el Marco Fiscal.
Tampoco se trata de un temor a la movilización de las masas y a un gobierno que se incline a atenderlas, como fue el caso de Jânio Quadros o João Goulart. Por el contrario, Brasil está dirigido por un gobierno que se caracteriza por una política de «unidad nacional», lo que significa la subordinación de la clase obrera a los intereses de la burguesía. Un gobierno formado para salvar el capital, sus negocios y sus instituciones establecidas, con Lula a la cabeza, como antiguo sindicalista que mantiene bajo cierto control a las organizaciones de la clase trabajadora.
Por lo tanto, la agresión estadounidense no se explica por un supuesto riesgo nacional-desarrollista o por un giro a la izquierda por parte del gobierno de Lula o por el riesgo de una revolución comunista que amenace el modo de producción capitalista en el país.
¿Sería entonces la actual guerra comercial contra Brasil el resultado de la decisión de un loco sentado en la Casa Blanca? Si no es así, ¿cuáles serían las fuerzas materiales que impulsan a la nación más poderosa del planeta a lanzarse contra Brasil?
Ya se ha analizado, en documentos divulgados por la Organización Comunista Internacionalista (OCI) y la Internacional Comunista Revolucionaria (ICR), la situación de crisis económica mundial a la que se enfrenta el sistema capitalista, la dificultad de los capitalistas para mantener las tasas de beneficio como lo hacían en el pasado y la apertura de una nueva situación política mundial marcada por la victoria electoral de Trump. En este artículo queremos avanzar en la comprensión del modo, las particularidades y el desarrollo de esta situación general a partir del contexto brasileño.
El objetivo de Trump es otro
Podemos acercarnos a la respuesta analizando, en primer lugar, la evolución de las relaciones económicas entre Brasil y Estados Unidos y entre Brasil y China a lo largo de los últimos 20 años. Desde 2009, China se ha convertido en el principal destino de las exportaciones brasileñas, dejando a Estados Unidos en segundo lugar. En el primer semestre de este año 2025, se exportaron a China 47.680 millones de dólares, mientras que a Estados Unidos se exportaron 20.010 millones.
En cuanto a las importaciones, la lista también la encabezan los chinos. El acumulado del primer semestre de 2025 ascendió a 35.690 millones de dólares. Por su parte, los productos estadounidenses enviados a Brasil sumaron 21.700 millones de dólares en el mismo periodo. Tanto en las exportaciones como en las importaciones realizadas por Brasil, los líderes indiscutibles son China y Estados Unidos. Se pueden citar varias cifras para representar la misma tendencia.
Intentemos ahora profundizar un poco más en la comprensión de las relaciones concretas que representan estos datos de la balanza comercial. Lo que importa para nuestro análisis no es el país de donde proviene una mercancía, sino la nacionalidad de la burguesía propietaria del capital de la empresa que comercializó esa mercancía. Será a la nación propietaria del capital a la que, en última instancia, revertirá el beneficio obtenido por la transacción.
Una parte del volumen de negocios de Brasil con China está controlada por empresas de capital estadounidense, como Apple, Dell, Microsoft, Intel, Nike, Ray-Ban y Tesla, de Elon Musk. Del mismo modo, hay otras fracciones controladas por capitales de otras burguesías imperialistas.
Estos datos —y nos gustaría llamar la atención del lector sobre ello— también contemplan un movimiento de exportación de capital propiamente chino. Tras una larga marcha de China hacia el capitalismo, en los últimos años ha alcanzado la condición de nación imperialista que compite con las antiguas burguesías imperialistas, e incluso ha superado a varias de ellas.
Se ha establecido una cantidad masiva de capitales instalados en China, de tal manera que se ha llegado a convivir con la contradicción establecida por la limitada capacidad de consumo de las masas de ese mercado interno. Esta situación exige que las empresas chinas exporten capital a nuevos mercados, donde haya una aplicación más lucrativa.
Este movimiento es precisamente una característica destacada del capital de tipo imperialista, tal y como lo estudió Lenin. Este tipo de capital es el que expresan empresas de capital mayoritariamente chino como ByteDance (TikTok), Xiaomi (smartphones), Shein (comercio electrónico), Lenovo (PC), Huawei (telecomunicaciones y electrónica), AliExpress (comercio electrónico), OPPO (teléfonos inteligentes), Cherry (automóviles), BYD (vehículos eléctricos), TP-Link (dispositivos de red), JAC (automóviles) y Midea (electrodomésticos).
Estas son algunas de las empresas de capital chino que producen bienes de consumo final, citadas porque incluso tienen unidades productivas u operativas en territorio brasileño. Es decir, representan un capital chino ya instalado en nuestro territorio.
Así pues, queda claro que lo que Trump y los Estados Unidos combaten es tanto el capital chino que llega en forma de importaciones brasileñas como el capital chino instalado o en proceso de instalación en territorio brasileño y cuyas mercancías se dirigen al mercado de consumo interno de Brasil y de la propia China.
Infraestructura y logística
Analicemos ahora la inversión de capital chino en otras áreas económicas, como la infraestructura en Brasil. Ya en 2010 se observó que Sinopec (China Petrochemical) compró participaciones en activos de exploración y refinación de petróleo. En 2013, Dilma subastó los derechos de exploración del Campo de Libra por 35 años, con la oferta de un único consorcio, que por lo tanto ganó.
Entre las empresas que componían este consorcio, dos eran estatales chinas, la CNPC (China National Petroleum Corporation) y la CNOOC (China National Offshore Oil Corporation), que se hicieron con el 20 % del total.
En 2017, CMPort (China Merchants Port) compró el 90 % de la Terminal de Contenedores de Paranaguá (en Paraná), lo que marcó la entrada china en el sector portuario y logístico brasileño. Ese mismo año, State Grid (otra empresa china) pasó a controlar el grupo de distribución de energía CPFL, de São Paulo, lo que demostró la disposición china a invertir en operaciones del sector eléctrico brasileño.
Esto tuvo un impacto importante en el Movimiento de Fábricas Ocupadas. En 2018, fue la nueva administración china de CPFL la que decidió no seguir negociando con los trabajadores de la Fábrica Ocupada Flaskô e interrumpió el suministro de energía eléctrica a la fábrica en el interior de São Paulo. Este episodio culminó con el cierre de la experiencia más larga de ocupación de una fábrica bajo control de los trabajadores en Brasil.
Ya en ese período, CTG (China Three Gorges) compró activos de generación y comenzó a operar grandes centrales hidroeléctricas en Brasil. También fue en 2017 cuando el grupo chino HNA adquirió una participación del 60 % para controlar el Aeropuerto Internacional Tom Jobim (en la ciudad de Río de Janeiro).
En febrero de 2024, se registró la victoria del grupo chino CRRC (China Railway Rolling Stock Corporation) en la subasta promovida por el gobernador de São Paulo, Tarcísio de Freitas, para construir y operar durante 30 años la línea ferroviaria que conecta São Paulo con Campinas. Fue el símbolo de la entrada de capital chino en el sector ferroviario de Brasil.
También el año pasado se inició el proyecto de grandes inversiones del grupo chino de agronegocios COFCO (China National Cereals, Oils and Foodstuffs Corporation) en el puerto de Santos (en el estado de São Paulo). Este plan contempla una flota ferroviaria y rodada para el transporte de mercancías, con participación directa en la operación logística y de exportación. COFCO es el mayor conglomerado estatal chino de agroindustria. La iniciativa busca crear corredores de exportación exclusivos para atender la demanda china, reducir costos y riesgos y consolidar la posición de China como actor directo en el transporte de la producción agroalimentaria brasileña.
En julio pasado, la misma CRRC firmó un contrato con el Metro de São Paulo para suministrar 44 nuevos trenes para las líneas 1-Azul, 2-Verde y 3-Roja. El valor ofrecido por ella en la subasta celebrada el 27 de diciembre fue de 3000 millones de reales. Para cumplir con estos proyectos ferroviarios, la empresa china CRRC se dispuso a fabricar los trenes y otros materiales en la ciudad de Araraquara (SP). Para ello, se apropiará de las instalaciones abandonadas de una fábrica de la coreana Hyundai.
Esto significa que la actual política agresiva de Trump contra Brasil se dirige contra un país en el que China ya controla o está en vías de controlar partes significativas de la infraestructura logística. Los puertos, la energía y los ferrocarriles no son solo negocios lucrativos. También son corredores estratégicos para el transporte de mercancías y el rediseño de las rutas comerciales globales. Al avanzar en este sector, Pekín mina uno de los pilares del dominio estadounidense en América Latina: el control de las vías de transporte y comunicación que conectan Brasil con el mercado mundial.
Imperialismo chino en Santa Catarina
El capital chino también tiene como objetivo estados brasileños como el de Santa Catarina. Desde 2016 se están llevando a cabo negociaciones para la construcción de la Terminal de Granos Babitonga, en la ciudad de São Francisco do Sul. El proyecto tiene un presupuesto de 1000 millones de reales, de los cuales la ya mencionada empresa estatal china COFCO se ha comprometido a aportar 200 millones. Otra empresa china, la CCCC (China Communications Construction Company), también ha manifestado su interés en participar.
El propio gobierno del estado de Santa Catarina anunció que el grupo chino Hopeful se comprometió a realizar una inversión inicial de 600 millones de reales en otra iniciativa en la misma ciudad, la Terminal de Granos Santa Catarina, dedicada a los granos agrícolas. También hay negociaciones con empresas chinas para la instalación de la Terminal Porto Brasil Sul en la misma ciudad, esta de carácter multicarga.
Los chinos también tienen en la mira la infraestructura ferroviaria de Santa Catarina, como se puede ver en las negociaciones para la adquisición de Rumo ALL. Esta concesionaria opera la red ferroviaria de São Paulo al sur. Por lo tanto, también en Santa Catarina y tiene acceso al puerto de São Francisco do Sul.
También en el sector ferroviario, el gobierno de Santa Catarina entabló negociaciones en septiembre de 2023 con otra empresa china, la CRCC (China Railway Construction Corporation). En la agenda, dos proyectos ferroviarios. Uno de unos 60 km, de un tramo entre Araquari y Navegantes, que conectaría Itajaí con la red nacional. El otro proyecto es de 319 km de ferrocarril que conectaría Chapecó con Correia Pinto, uniendo el oeste de Santa Catarina con la costa.
En junio de este año 2025, el gobernador Jorginho Mello estuvo en China y, entre otros asuntos, discutió una asociación con los chinos para desarrollar la aviación regional en el estado, con el fin de conectar los 24 aeropuertos de Santa Catarina. Parte de este plan es la adquisición de aviones chinos fabricados en una planta de aviones de Harbin.
También formó parte del itinerario de Jorginho la visita a la sede de la empresa china CRRC (la que tiene presencia en São Paulo), donde discutió los planes de esta empresa para instalar una unidad en Brasil y trató de avanzar en los proyectos presupuestados en 2023 para la construcción de la red ferroviaria de Santa Catarina. CRRC se comprometió a visitar Santa Catarina en los próximos meses para conocer de cerca el proyecto y avanzar en las conversaciones con el gobierno.
Otro resultado de la visita de Jorginho a China fue la negociación con la empresa estatal PowerChina para la instalación de un gran centro de datos en Santa Catarina. La ciudad elegida probablemente será Lages, que siempre aparece en los noticiarios meteorológicos con las temperaturas más bajas de Brasil e incluso con nieve. Esto se debe a que este tipo de clima es favorable para el proyecto, ya que tiene como objetivo soportar la infraestructura para la inteligencia artificial y la innovación tecnológica.
Además, en 2024 se instaló la primera unidad de la empresa china Eikto en el municipio de Laguna, en Santa Catarina. Se invirtieron alrededor de 20 millones de reales en esta unidad, con una línea de montaje que comercializa baterías de iones de litio. En este año 2025, Eikto ya ha anunciado una ampliación de su unidad de Laguna, elevando a 114 millones de reales brasileños la inversión total.
En julio de este año, la FIESC (Federación de Industrias de Santa Catarina) recibió a una delegación de la provincia china de Shanxi, con la que Santa Catarina comenzó a mantener intercambios en 2015. El evento discutió la cooperación en los sectores de maquinaria, construcción civil, siderurgia, minería y cooperación académica/técnica. Al final, se firmó un memorando que formaliza la intención de cooperación, un hito inicial.
Así pues, la expansión del capital imperialista chino ya es una realidad también en el estado de Santa Catarina. Y se manifiesta con su presencia en sectores tan diversos como puertos, ferrocarriles, aviación, tecnología y energía. Se trata de una confirmación regional de la tendencia nacional de su penetración en puntos estratégicos de la economía nacional. Su objetivo se dirige claramente a la búsqueda de beneficios, el acceso a los recursos naturales y el control logístico.
En la ciudad de Joinville, la más grande de Santa Catarina, desde septiembre de 2023, el ayuntamiento y un grupo de inversores chinos discutían la instalación de una nueva industria en la ciudad, teniendo en cuenta su capacidad logística y su mano de obra cualificada. Las negociaciones avanzaron y ahora la entrada de capital chino en la ciudad ya es una realidad con la instalación en curso de una fábrica de la empresa china TP-Link en el Perini Business Park, un importante parque industrial de la ciudad.
La inversión estimada de la operación es de 80 millones de reales, con la expectativa de contratar a 800 trabajadores ya en este año 2025. La estimación de facturación de este proyecto es de alrededor de 400 a 450 millones de reales, lo que correspondería a aproximadamente el 1 % del PIB municipal.
Joinville ya contaba con cierta presencia de capital chino con Eklem Silicones, también instalada en el Perini Business Park desde 2016, cuando se trasladó desde la ciudad de Santo André, en el ABC de la región metropolitana de São Paulo. Esta empresa es una marca de la compañía China National Bluestar Group. Sin embargo, se trata de una fábrica pequeña, con unos 50 empleados, que contó con una inversión inicial de 40 millones de reales.
Otra presencia detectable desde 2015 es Donper, fabricante chino de compresores para sistemas de refrigeración y el tercero más grande del mundo en el segmento (solo por detrás de Embraco y otra empresa china). Donper, vinculada al Hubei Donper Electromechanical Group, estableció un centro de desarrollo tecnológico en Joinville, ubicado en la calle XV de Novembro, con unos 30 empleados. La inversión en esta unidad fue de unos 10 millones de reales y, hasta el momento, se sabe que este centro ya ha generado al menos 10 patentes registradas en la operación local.
Un caso digno de mención es el de la startup brasileña Peixe Urbano. Fue adquirida en octubre de 2014 por el gigante tecnológico chino Baidu, a menudo denominado «el Google chino». Tras ello, Peixe Urbano pasó a formar parte del ecosistema de productos y servicios de Baidu.
En enero de 2017, Peixe Urbano decidió trasladar su sede de Río de Janeiro a Florianópolis, con unos 400 empleados. Para ello, contaron con una carga fiscal más favorable, un mayor interés chino en los negocios tecnológicos de Santa Catarina y la posibilidad de reducir los costes de ingenieros y salarios, debido al menor coste de la vida.
Los casos de Joinville y Florianópolis ilustran a nivel local cómo el capital imperialista de China combina diferentes formas de penetración. Utiliza desde la instalación directa de fábricas y centros tecnológicos y de innovación, pasando por adquisiciones estratégicas de empresas nacionales, hasta la incorporación de startups a su ecosistema global.
Nos enfrentamos a una ofensiva que tiende tanto a transformar el perfil productivo de las ciudades brasileñas como a subordinar la fuerza de trabajo y su innovación al mando de un nuevo capital extranjero. Lo que se presenta a las masas como modernización y dinamismo económico significa, en la práctica, la integración subordinada de Brasil a la división internacional del trabajo diseñada por un nuevo imperialismo.
Acuerdos Lula-Xi Jinping 1.0
La victoria de Lula en las elecciones de 2022 significó, entre otras cosas, un giro en la política exterior del Estado brasileño en relación con China. Una vez que el Partido de los Trabajadores volvió a estar al frente del gobierno federal, tras un intervalo de seis años, retomó las orientaciones que marcaron sus primeros mandatos.
Se retomó una política de valoración de las relaciones con los países del llamado «BRICS», así como con el Mercosur. Este movimiento de acercamiento, sin embargo, no comenzó en el actual mandato de Lula. Ya en 2011, Dilma Rousseff realizó una visita oficial a China en su primer año de mandato.
En ese momento, se buscó ampliar la agenda exportadora más allá de la soja y el mineral de hierro, incluyendo sectores industriales y tecnológicos. Se firmaron 22 acuerdos, que abarcaban desde la ciencia y la tecnología hasta la cooperación en aviación civil. Fueron pasos que profundizaron la tendencia a la instalación de capital chino en sectores estratégicos de Brasil y consolidaron a China como principal socio comercial.
En abril de 2023, al comienzo de su actual mandato, Lula realizó una visita de cuatro días a China. Entre los resultados del Encuentro Brasil-China, se firmaron más de 40 acuerdos, que abarcaban áreas como las energías renovables, la industria automovilística, la agroindustria, las líneas de crédito verde, la tecnología de la información, la salud, el turismo y las infraestructuras.
Cabe destacar proyectos como el de la brasileña Prumo Logística y la china SPIC para la generación de energía renovable en el puerto de Açu (RJ). La brasileña Seara y la china JAC Motors coordinaron la adquisición de 280 camiones eléctricos por parte de la empresa JBS. La brasileña Friboi y la china WHC establecieron una asociación para la distribución de productos en el mercado chino. La misma Friboi acordó con la china COSCO (China Ocean Shipping Company) la construcción de cinco barcos de celulosa y contratos de transporte a largo plazo.
La minero-metalúrgica brasileña Vale firmó ocho acuerdos con varias empresas e instituciones chinas. Dichos acuerdos abordan la siderurgia con bajas emisiones de carbono, motoniveladoras con cero emisiones, biocarbón y líneas de crédito verde. La gigante china de las telecomunicaciones ZTE y la brasileña Unifique firmaron una alianza para fortalecer la red 5G en el sur de Brasil.
Fue en esa época, en febrero de ese año, cuando se anunció un acuerdo para realizar transacciones entre Brasil y China a través de un «canal» de pagos que no pasara por el dólar. Otra decisión del Encuentro Brasil-China de 2023 fue que el ICBS Brasil sería el banco designado para coordinar este procedimiento, que prometía agilizar y abaratar las transacciones.
El Banco de China informó en octubre de ese año que había realizado la primera operación comercial entre Brasil y China financiada y liquidada en la moneda china renminbi (RMB), con conversión directa a reales (sin dólar). En abril de 2024, la empresa china CGN obtuvo 160 millones de RMB en financiación, a través del ICBC Brasil, para instalar módulos e inversores destinados a una planta solar en Ceará. Desde entonces, el Banco de China ha registrado la concesión de préstamos de capital circulante en RMB a empresas brasileñas y chinas que operan en Brasil.
Los acuerdos firmados por Lula en 2023 consolidaron así la posición de China no solo como principal socio comercial de Brasil, sino también como inversor estratégico en sectores clave de la economía nacional, lo que profundizó la dependencia del país del capital chino.
Acuerdos Lula-Xi Jinping 2.0
En mayo de 2025, Lula realizó otra visita a China. En esta ocasión, se firmaron 20 acuerdos bilaterales, con una vigencia de hasta 50 años. Entre las inversiones, se encuentran 1000 millones de dólares para la producción de un innovador biocombustible para aviación y la creación de un centro de investigación y desarrollo en energías renovables, una asociación del Senai CIMATEC con el gigante chino Windney Energy Technology Group.
China también anunció 27.000 millones de reales en inversiones en Brasil, que abarcan las áreas de infraestructura, tecnología, educación y formación profesional. También se prevé la creación de un Centro de Transferencia Tecnológica MCTI-China, la cooperación espacial con la Administración Espacial Nacional China, así como plataformas colaborativas en ciencia, agricultura y energía.
Entre los proyectos tecnológicos, se prevé la construcción de un centro virtual de investigación y desarrollo en Inteligencia Artificial, en una asociación entre la empresa pública brasileña Dataprev y la china Huawei. Una articulación entre Telebras y la china Spacesail producirá satélites de órbita baja y la expansión de Internet en áreas remotas.
Además, se prevé la transferencia de tecnología en la producción de vacunas, API, insumos y equipos médicos. También se ha acordado una cooperación para el refinado de minerales raros, baterías eléctricas y la valorización del litio, niobio, cobalto, cobre, etc.
Otro proyecto importante acordado entre Brasil y China fue la construcción del Corredor Ferroviario Este-Oeste y rutas bioceánicas. También conocido como Proyecto Ferrocarril Bioceánico, se trata de una iniciativa que pretende conectar el Atlántico (en Brasil) y el Pacífico (en Perú) por el interior de Sudamérica. Esto supondría una reducción de unos 10.000 kilómetros en la distancia comercial con China.
El proyecto ferroviario prevé una extensión de unos 4400 km, partiendo del puerto de Ilhéus (Bahía), atravesando Goiás, Mato Grosso, Rondônia, Acre y cruzando los Andes hasta la costa de Perú. El destino final es el Superpuerto de Chancay, que ya está inaugurado. Este último es un centro logístico de importancia estratégica en el Pacífico, construido con capital chino y que ahora es gestionado por empresas de este país.
Cabe destacar que el Ferrocarril Bioceánico aún se encuentra en fase de proyecto. Se trata de una obra de gran envergadura, que tal vez nunca llegue a completarse. Sin embargo, indica claramente la intención de China de reducir el tiempo de transporte de mercancías entre Brasil y China. Además, busca crear una alternativa para no depender más del Canal de Panamá, que ahora está en disputa con los Estados Unidos.
Aunque no es el objetivo directo de la visita de Lula a China, cabe destacar las operaciones de BYD en Brasil. El gigante chino de vehículos eléctricos e híbridos anunció en julio de 2023 la instalación de su primera fábrica en Brasil, en Camaçari, Bahía.
Para ello, ocupó las instalaciones de la antigua Ford, apropiándose de la infraestructura productiva ya existente que dejó la empresa estadounidense en 2021. La inversión inicial fue de 3000 millones de reales, con la producción de tres modelos de coches eléctricos y una capacidad anual de 150.000 vehículos. BYD también anunció planes para fabricar autobuses eléctricos y baterías de litio en Brasil.
Solo en 2025, BYD pretende enviar un total de 200.000 vehículos a Brasil. Los fabricantes y sindicatos brasileños han presionado al Gobierno para que adelante el aumento del tipo impositivo de exportación del 10 % al 35 % previsto para 2026. También es para 2026 cuando la empresa prevé que su fábrica de Camaçari esté en pleno funcionamiento.
Cabe destacar también el papel que Dilma ha desempeñado al frente del NDB (Banco de los BRICS), con sede en Shanghái. Por indicación de Lula, tomó posesión en 2023 y seguirá al frente de la institución hasta 2029, gracias al apoyo recibido por parte de Rusia para su reelección. Desde el inicio de su gestión, el banco ya ha aprobado 29 proyectos en Brasil, por un total de 7000 millones de dólares.
Esta nueva ronda de acuerdos entre Brasil y China ha profundizado la dependencia estratégica del país del capital imperialista chino bajo la fachada de la «cooperación tecnológica» y el «desarrollo sostenible».
El dragón en América Latina
Toda esta situación ha ido alarmando cada vez más a la burguesía estadounidense por la creciente influencia china en Brasil. Sin embargo, esta tendencia se ha observado no solo en Brasil, sino también en prácticamente toda América Latina. La relación de China con el continente es ya antigua. En un primer momento, China solo compraba materias primas, lo que sigue haciendo.
Sin embargo, el carácter de su relación ha cambiado. Ahora, el Gobierno chino anima a las empresas de capital chino a intervenir en la región, en sectores como el del litio, la energía y los coches eléctricos. De los 26 países de la región, 24 participan en al menos un proyecto relacionado con el comercio chino, la Nueva Ruta de la Seda.
Los medios políticos que los chinos han utilizado para influir en el continente han sido la idea de que el llamado «Sur Global» debe unirse contra «el imperialismo». Sobre esta base, utilizan sus inversiones para presionar a los gobiernos, para que sus países se abran cada vez más a ellos. Esto ha llevado a una situación en la que América Latina es la segunda región donde más se invierte capital chino.
Los imperialistas chinos también están influyendo en la deuda pública de los Estados latinoamericanos a través de diversos préstamos. El capital chino ha desempeñado un papel importante al permitir que los Estados refinancien sus deudas, financiándolas. En el último período, China se ha convertido en uno de los principales acreedores de la región, representando alrededor del 20 % de la deuda externa de algunos países latinoamericanos.
Hay casos en los que China ha superado a acreedores tradicionales como Estados Unidos y el FMI (Fondo Monetario Internacional). En 2022, por ejemplo, más del 30 % de la deuda externa de países como Argentina, Venezuela y Bolivia correspondía a acreedores chinos. Estos préstamos suelen proceder de bancos estatales chinos y aumentan el poder de influencia económica y política de China a través de la deuda en América Latina.
Sin embargo, toda la historia reciente de América Latina ha sido la de la dominación por parte de Estados Unidos. A lo largo de este período, el Tío Sam ha utilizado diversos mecanismos e injerencias para garantizar que esta situación se mantuviera. Estos medios incluían presión diplomática, financiación de organismos y entidades que funcionaban como agencias ideológicas, embargos económicos, organización y formación de militares y funcionarios públicos e incluso el golpe militar de 1964.
El hecho es que ahora el capital estadounidense y su influencia política siguen siendo dominantes en varios países de la región, como México y América Central. Sin embargo, la situación ya no es así en países como Chile, Brasil, Perú y Colombia. En estos países, los socios comerciales han cambiado, China ha tomado la delantera y esto ha tenido implicaciones políticas para cada una de estas naciones. En el caso colombiano, hay una situación de transición, en la que Estados Unidos sigue siendo el principal socio comercial, pero el país busca cada vez más apoyarse en China.
Margen de maniobra
Este es el contexto que permite comprender por qué Petro se siente más fuerte para oponerse y desafiar abiertamente al imperialismo estadounidense. Colombia no solo se negó a aceptar el chantaje estadounidense, sino que también entabló negociaciones directas con China para eludir la presión económica de Estados Unidos.
A pesar de ello, hay que tener sentido de la proporción. Estados Unidos sigue siendo la potencia más poderosa del planeta y, por lo tanto, su fuerza más reaccionaria. China está tratando de disputar la posición de Estados Unidos para convertirse en el principal socio comercial de América Latina en su conjunto. Sin embargo, en términos de volumen de capital invertido y flujo de capital extranjero, los estadounidenses siguen por delante de China, y son responsables del 38 % del valor invertido en 2024 en América Latina y el Caribe.
Se constata que la principal y dominante potencia imperialista en el continente sigue siendo Estados Unidos (y, en menor medida, los imperialismos europeos). Para ello, se valen de ventajas como el capital ya instalado, la proximidad geográfica, su presencia militar, los estrechos vínculos con los ejércitos de la región, etc. Sin embargo, es evidente que China está tratando de reafirmar sus intereses y acceder a mercados, áreas de inversión, fuentes de materias primas y energía, así como a rutas comerciales.
Evidentemente, los imperialistas estadounidenses no van a ceder y rendirse sin luchar en toda América Latina. Se puede observar este movimiento con lo que ocurrió en Panamá. Bastó con la visita de un alto representante del Estado estadounidense presionando al presidente para que Panamá abandonara la Ruta de la Seda. No satisfechos, los Estados Unidos quieren recuperar el control directo del Canal de Panamá, una disputa que aún no ha llegado a su fin. Sin embargo, ya han logrado colocar tropas estadounidenses en el país.
Este nuevo escenario en América Latina, protagonizado por una disputa interimperialista entre Estados Unidos y China, debe llevar a conclusiones sobre lo que está sucediendo en el continente. Una de ellas es que conduce a una situación muy volátil en todos los países.
Pueden producirse cambios muy dramáticos y rápidos en la economía y en la vida de las masas de América Latina, lo que debería influir fuertemente en la conciencia de los trabajadores y manifestarse en nuevas oleadas de lucha de clases en la región. En esta disputa, sin embargo, la clase trabajadora y los oprimidos solo pueden contar con sus propias fuerzas. No se puede tener ni alimentar ninguna ilusión en China.
La agresión de Trump
La agresión de Trump contra Brasil mediante los aranceles puede entenderse como un episodio más de la reacción del imperialismo estadounidense para mantener su zona de influencia sobre América Latina frente a la creciente interferencia de China. Dicho esto, es necesario comprender qué es exactamente lo que Trump persigue como objetivos en Brasil y el verdadero significado de sus acciones.
Lejos de ser un loco, Trump es ante todo un representante legítimo de un sector de la clase burguesa más poderosa del planeta y un negociador experimentado de esa clase. Sigamos sus pasos.
Trump tomó posesión de la Casa Blanca el 20 de enero. Ya el día 24 de ese mes, llegó a Manaus un vuelo con 88 brasileños deportados de Estados Unidos, muchos de ellos escoltados, con esposas en las muñecas y tobillos. La situación causó gran conmoción nacional y protestas diplomáticas. Sin embargo, el mensaje era claro. Se trataba de una de las muchas humillaciones lanzadas por el emperador contra su vasallo, que precedió a otras agresiones cuyo objetivo era someter a Brasil a los dictados de Washington.
Otra de las primeras agresiones se produjo el 12 de marzo, cuando Estados Unidos impuso un arancel del 25 % sobre todas las importaciones de acero y aluminio de Brasil. El 2 de abril, definido por el Gobierno estadounidense como «Día de la Liberación», se anunció la imposición de aranceles del 10 % sobre las exportaciones brasileñas, con vigencia a partir del 5 de abril. El argumento fue que necesitaban proteger la industria estadounidense.
Según Trump, Brasil mantenía una relación desleal con los Estados Unidos, ya que la balanza comercial era desfavorable para los Estados Unidos. Sin embargo, la motivación alegada no era más que una fake news. Al observar los datos, se revela que la relación comercial entre Brasil y EE. UU. es superavitaria para EE. UU. desde hace muchos años. Solo en 2024, hubo un saldo positivo para los estadounidenses de 7000 millones de dólares solo en bienes y de 28.600 millones de dólares cuando se incluyen los servicios.
Otro factor relacionado con los aranceles, según informó el propio presidente estadounidense, fue un intento de tomar represalias contra los BRICS y cualquier intento de socavar la posición del dólar en el orden financiero mundial.
Esta política de nacionalismo económico, el «América First», en realidad persigue varios otros objetivos simultáneamente. Uno de ellos es obligar a las empresas de capital estadounidense a instalarse en territorio estadounidense si quieren seguir teniendo acceso lucrativo al mayor mercado consumidor del planeta. Incluso si eso se hace a costa de destruir toda la inversión ya realizada en países como México y Brasil.
Otro objetivo de Trump es golpear a los sectores productivos de Brasil que compiten con la industria estadounidense. De esta manera, busca ampliar los mercados de estos últimos tanto en territorio estadounidense como, a medio plazo, en el propio mercado consumidor brasileño. Por eso, la lista de 694 exenciones anunciada por la Casa Blanca solo incluye productos que no se producen en Estados Unidos o de los que Brasil es dependiente, como el zumo de naranja.
El principal objetivo de los aranceles de Trump, sin embargo, es llevar a Brasil a una situación de crisis que obligue al gobierno de Lula a negociar condiciones favorables para EE. UU. en detrimento de China. Es decir, buscaban perjudicar la posición de China en relación con Brasil y restringir su capacidad para invertir y explotar el mercado brasileño. Ese fue el sentido de las negociaciones firmadas entre EE. UU. y la Unión Europea, que implicaron varias medidas contrarias a las asociaciones e inversiones chinas.
Nueva Ruta de la Seda
Contrariamente a lo que esperaba Trump, la respuesta del Gobierno de Lula se produjo en forma de un mayor acercamiento a China, expresado en la Reunión Brasil-China de mayo de este año, ya analizada en este artículo. En cierto modo, Lula siguió el ejemplo de Petro en Colombia al dirigirse a China para contrarrestar la presión de Washington. Es más, Brasil está tratando de profundizar sus relaciones con los países que componen el BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía, Irán, Indonesia y Arabia Saudita) y apoyándose en el Mercosur.
Recordemos que ya el 21 de diciembre de 2024, cuando aún era presidente electo, Trump declaró que Estados Unidos debía «retomar el control» del Canal de Panamá, alegando que se cobraban tarifas exorbitantes y acusando una supuesta influencia china en la gestión de la vía. El 20 de enero, durante su discurso de investidura, Trump afirmó que el canal estaba «en quiebra» y que China lo estaría operando. En las semanas siguientes, los estadounidenses amenazaron con medidas económicas e incluso con una invasión militar para garantizar el acceso de Estados Unidos al canal.
Bajo presión, la empresa china de Hong Kong CK Hutchison Holdings, que opera puertos en las entradas del canal, inició negociaciones con el consorcio liderado por la estadounidense BlackRock para vender su participación. Sin embargo, estas negociaciones fueron vetadas por China, que ahora exige la entrada de la empresa estatal operadora de puertos COSCO en el acuerdo.
El 1 de abril, Panamá y Estados Unidos firmaron un acuerdo para posicionar tropas estadounidenses cerca del canal, con el argumento de que realizarían entrenamiento y uso humanitario del lugar. Al mismo tiempo, China ha recurrido a la diplomacia en la ONU y otros organismos de arbitraje del comercio internacional para detener la venta de las acciones y revertir el proceso de presión estadounidense.
Centrémonos ahora en uno de los puntos acordados en la Reunión Brasil-China de mayo de este año, el Corredor Ferroviario Este-Oeste y las rutas bioceánicas. Este proyecto, una vez concretado, equivaldrá a otro Canal de Panamá, solo que este bajo la completa influencia de China. Pero hay más.
Esta iniciativa tiene como objetivo facilitar la salida de productos brasileños (como soja, maíz, carne y minerales) al mercado asiático. Además, busca reducir los costes logísticos y el tiempo de transporte. Por último, pretende disminuir la dependencia de rutas marítimas largas, como el Canal de Panamá o el Cabo de Buena Esperanza.
A diferencia del Canal de Panamá, el Proyecto Ferroviario Bioceánico permitiría a China articular sus inversiones en Brasil y en toda la región. Este es también uno de los significados de la Nueva Ruta de la Seda para la región.
Este proyecto representaría un debilitamiento del control estadounidense sobre las rutas comerciales mundiales, una reducción de su capacidad para perjudicar el desarrollo de su principal rival en el mundo y dificultaría aún más su competitividad en el continente.
Golpe al más débil
Es necesario comprender otro elemento destacado de la situación política actual. Como hábil negociador, Trump no está dispuesto a aceptar la primera respuesta de los países afectados por sus aranceles. Por el contrario, reacciona a cada movimiento de los gobiernos y ejerce presión donde son más vulnerables, mediante el enorme peso de EE. UU. en la economía mundial, buscando llevarlos a los términos del acuerdo que Trump desea. Su principal objetivo con su guerra comercial a escala mundial es, claramente, frenar el desarrollo de China y cerrar las puertas de los mercados que considera su zona de influencia.
Teniendo esto en cuenta, Trump seleccionó a Brasil como el adversario más vulnerable y adecuado en este momento para golpear, de forma indirecta pero dura, a China. Por eso lanzó los mayores aranceles jamás aplicados contra un país, excepto contra la propia China. Vulnerable porque, a diferencia de la India, por ejemplo, Brasil no ejerce una influencia importante sobre la economía estadounidense. Además, por su posición geográfica y sus relaciones económicas y políticas, Brasil no tiene capacidad para articular y favorecer directamente a los enemigos de los estadounidenses, como Rusia, China e Irán.
Se trata de un objetivo adecuado porque es el mayor mercado consumidor de América Latina y ha sido el destino, como hemos visto, de cantidades cada vez mayores de capital chino. La absoluta subordinación de Brasil a la política estadounidense supondría un duro golpe para los planes chinos para la región y para la disputa que China mantiene a escala mundial contra Estados Unidos.
Estas son razones que permiten ir más allá de explicaciones abstractas e impresionistas sobre la situación política y que permiten comprender concretamente por qué Estados Unidos decidió escalar la guerra comercial contra Brasil iniciada en marzo para intentar una injerencia directa sobre Brasil a partir del 9 de julio.
El clan Bolsonaro
La carta publicada por Trump dirigida a Lula anunciaba el aumento de los aranceles al 50 % sobre los productos brasileños que entren en Estados Unidos a partir del 1 de agosto. Además del motivo económico ya discutido, entre los argumentos de Trump figura que el juicio contra Jair Bolsonaro es una desgracia internacional y ordena, como un emperador, que el proceso de «caza de brujas» llevado a cabo por la Corte Suprema de una nación independiente debe terminar «de inmediato».
Esta injerencia directa en Brasil busca interferir en el contexto político en desarrollo. Trump aspira a rehabilitar los derechos políticos de Jair Bolsonaro, animar a la base bolsonarista a presionar por políticas favorables a Washington y viabilizar una candidatura presidencial totalmente sumisa a EE. UU. en las elecciones del próximo año.
Recordemos que, durante el primer mandato de Bolsonaro, el Gobierno federal expresó una alineación política e ideológica con EE. UU. Esto se manifestó en la intensa búsqueda de Bolsonaro de acercarse a Donald Trump en políticas como el antiglobalismo y las agendas de guerra cultural, y en la alineación diplomática, incluso en foros internacionales.
Todo ello a pesar de que Brasil sufrió aranceles sobre su acero y aluminio entre 2018 y 2020 y la restricción de su acceso a nuevos mercados agrícolas. En esa época, Brasil recibió el estatus de aliado extra-OTAN en 2019, lo que facilita la cooperación militar y la compra de equipos. Sin embargo, Bolsonaro tardó en reconocer la victoria de Biden en 2021 y mantuvo una relación fría con el sucesor de Trump.
Durante todo este período, China fue el principal socio comercial de Brasil, que exportó principalmente soja, mineral de hierro y carne, lo que generó superávits multimillonarios. A pesar de ello, miembros y aliados del Gobierno de Bolsonaro protagonizaron varios roces diplomáticos con Pekín, con críticas a China durante la pandemia y acusaciones sobre el origen de la COVID-19.
Sin embargo, las relaciones entre Brasil y China se mantuvieron con un flujo comercial normal, sin sanciones ni restricciones. Durante este periodo, Estados Unidos ejerció presión para excluir a Huawei del 5G brasileño. Sin embargo, la subasta de 2021 acabó permitiendo la participación indirecta de empresas vinculadas a Huawei.
En este momento, sin embargo, Bolsonaro no solo es inelegible por condena, sino que también se enfrenta a varios otros procesos judiciales y ya se encuentra bajo arresto domiciliario. Varios de sus antiguos aliados se enfrentan a procesos similares y con el mismo objetivo: a través del poder judicial, se busca eliminar de la escena política a las figuras más cercanas a Bolsonaro y que amenazan con perturbar el funcionamiento ordinario de las instituciones burguesas y los planes de la burguesía brasileña.
El clan Bolsonaro reaccionó a esto y el senador Eduardo Bolsonaro, uno de los objetivos de los procesos judiciales en curso, huyó a Estados Unidos, donde comenzó a coordinar un contraataque con figuras políticas y autoridades estadounidenses. La nueva ofensiva de Trump contra Brasil tiene la clara huella de Eduardo y tiene el sentido de presionar para poner al frente del gobierno brasileño un régimen favorable a Trump y hostil a China.
Si al frente de ese gobierno estará, al fin y al cabo, Jair Bolsonaro u otra figura que herede su legado, a Trump le da igual, siempre y cuando su política sea de subordinación al imperialismo estadounidense bajo la forma de «America First», en detrimento de China.
Big Techs
También es necesario analizar en profundidad las acusaciones de Trump de que el Tribunal Supremo Federal brasileño emitió cientos de órdenes secretas e ilegales de censura contra plataformas de redes sociales estadounidenses, amenazándolas con multas millonarias o la expulsión del mercado brasileño. A través de la carta, Trump instruyó al Representante Comercial de Estados Unidos para que abriera una investigación contra Brasil por supuestas prácticas comerciales desleales en el comercio digital.
Presiona al país para que modifique sus políticas y regulaciones en consonancia con lo que desean las Big Techs, como la revisión de la responsabilidad de las plataformas decidida por el STF el 25 de junio, la propuesta de regulación de la IA y las normas sobre transparencia algorítmica y derechos de autor.
El fondo de la cuestión es que el sector tecnológico estadounidense representa hoy en día el ramo más dinámico y lucrativo de la industria de EE. UU. A diferencia de sectores como el automovilístico, que lleva años estancado, las gigantescas empresas tecnológicas han generado fabulosos beneficios y han sido motivo de esperanza y codicia por parte de la burguesía estadounidense.
A pesar de haber entrado en conflicto con sus representantes (Google, Meta, X [antiguo Twitter], entre otros) durante las elecciones de 2024, ahora Trump no solo se ha reconciliado, sino que también interviene en Brasil en su nombre y en favor de sus intereses.
El rechazo de Trump y de los gigantes tecnológicos a cualquier legislación restrictiva se debe al hecho de que responsabilizar a las empresas e imponer regulaciones mínimas supondrá una reducción de la tasa de beneficio de sus operaciones y, por lo tanto, de la cantidad de valor que la burguesía estadounidense puede extraer de la clase trabajadora brasileña.
Cuando Trump y las grandes tecnológicas hablan de «libertad de expresión», en realidad buscan proteger sus ganancias y sus intereses particulares, a costa de un entorno digital atravesado por influencias ocultas y propicio para todo tipo de acciones abyectas, criminales y sin responsabilidad de sus perpetradores y cómplices.
Cabe mencionar también que esta polémica tiene como objetivo restringir la entrada de empresas tecnológicas chinas en el mercado brasileño. Se trata de la misma orientación adoptada tanto por Biden como por Trump, que trató de impedir que Huawei operara en Estados Unidos y en varios lugares del mundo, incluido Brasil.
Como ya se ha señalado en este artículo, el capital imperialista chino ya ha demostrado claramente su vocación por avanzar también en este sector en Brasil, como en el caso del centro de datos chino de PowerChina previsto para Lages y del Peixe Urbano controlado por la «Google china» Baidu.
Reacciones gubernamentales
El 15 de julio, Brasil reguló la Ley de Reciprocidad Comercial y permitió al Gobierno adoptar las represalias previstas en el documento. El 1 de agosto entraron en vigor los aranceles del 50 % sobre la mayoría de los productos brasileños.
La reacción china no se hizo esperar: Pekín declaró su «apoyo incondicional» a Brasil frente a los aranceles de Trump, prometiendo ampliar las compras de materias primas brasileñas y abrir nuevas líneas de crédito en RMB para las empresas nacionales. Al mismo tiempo, reforzó su discurso de que Brasil y China deben avanzar juntos contra el «hegemonismo» estadounidense.
Una de las medidas prácticas de apoyo de China a Brasil ante la escalada de la agresión estadounidense fue la exención y la facilitación comercial. En el caso del café brasileño, China acreditó a 183 productores brasileños como exportadores de café, eliminando sus tasas durante los próximos 5 años para facilitar el acceso al mercado chino. Además, el Gobierno de Pekín flexibilizó las normas para la compra de aviones brasileños de Embraer, y China mostró interés en ampliar esta operación.
Otra manifestación china fue el anuncio este mes de agosto de la inauguración de una fábrica de coches eléctricos e híbridos del fabricante chino GWM en Iracemápolis (SP). La inversión prevista es de 10.000 millones de reales a lo largo de siete años y se espera que genere alrededor de 10.000 puestos de trabajo directos e indirectos.
Además de prometer fortalecer los BRICS, China también se ha comprometido a promover la apertura de más productos industrializados brasileños al mercado chino. Para ello, invitó al Gobierno brasileño a invertir en acciones de marketing y captación de clientes en China interesados en los productos brasileños. Obviamente, cuanto más se comprometa Brasil con China, al tenerla como compradora de sus productos, mayor será la sumisión de Brasil al capital chino.
A nivel interno, el Gobierno de Lula buscó capitalizar políticamente el conflicto. Sin embargo, optó por no utilizar la Ley de Reciprocidad Comercial. La orientación que adoptó fue, por un lado, denunciar la arbitrariedad de la acción de Trump y el carácter vendepatria de sus partidarios en Brasil, así como insistir en la necesidad de que Estados Unidos negocie en términos justos y razonables con Brasil.
Además, el 13 de agosto, el Gobierno anunció un paquete de ayuda de 30.000 millones de reales (unos 5500 millones de dólares) a través del Fondo de Garantía a las Exportaciones. También garantizó otros 4500 millones en apoyo a los pequeños empresarios. El plan incluye exenciones fiscales y medidas de estímulo al consumo interno. Las medidas se adoptaron mediante decreto, lo que permite su entrada en vigor inmediata.
El PT y los partidos de izquierda de la base gubernamental, por su parte, se presentaron como defensores de la soberanía nacional, aunque en la práctica se someten al capital extranjero, ya sea estadounidense o chino. Las centrales sindicales convocaron actos simbólicos contra Trump, pero sin organizar ninguna huelga real que pudiera movilizar a la clase trabajadora de forma independiente.
A pesar de ello, una encuesta realizada entre el 11 y el 13 de agosto confirma que la popularidad de Lula ha aumentado, al tiempo que ha crecido el apoyo político interno al Gobierno frente a las acciones de Trump. Se abre una situación compleja, en la que Brasil no cede al chantaje de Trump, el gobierno amplía su sumisión a un imperialismo rival de Estados Unidos y adopta medidas capitalistas para salvar a los capitalistas, y la izquierda y los sindicatos se limitan a apoyar las medidas del gobierno y no presentan un programa que arme a los trabajadores ante la situación.
Sistema en descrédito
También en julio, Estados Unidos sancionó al ministro del Tribunal Supremo Federal (STF) Alexandre de Moraes, mediante la Ley Magnitsky. Esto significa que al ministro se le congelaron sus bienes en Estados Unidos, se le revocaron sus visados y se promulgó un «estado de emergencia nacional», que permite a Estados Unidos imponer aranceles adicionales como represalia política.
La burguesía brasileña, por su parte, respondió con pragmatismo. El Estadão y otros grandes medios de comunicación alinearon rápidamente su cobertura para denunciar a Trump y criticar a sus partidarios nativos, como el gobernador de São Paulo. Al mismo tiempo, exaltaron la necesidad de «moderación» y de negociaciones con Washington.
A esta clase no le interesa romper con Estados Unidos, sino garantizar una estabilidad mínima para sus negocios. De ahí la defensa acérrima de las instituciones: no por algún principio democrático, sino porque la previsibilidad institucional permite mejores márgenes de beneficio.
Por eso algunos sectores de la burguesía apoyan tanto a Alexandre de Moraes: no necesariamente por afinidad política, sino porque su actuación garantiza el orden jurídico para los negocios, aunque eso signifique arbitrariedades políticas.
El telón de fondo de esta disputa es un sistema político en ruinas. Tras casi dos décadas de políticas de austeridad, desde el primer gobierno de Dilma hasta el techo de gastos de Temer y el «marco fiscal» de Lula y Haddad, las masas trabajadoras solo han visto cómo se agravaba la precariedad.
Los servicios públicos deteriorados, la inflación que corroe los salarios y el desempleo estructural socavan la legitimidad de la ya fallida Nueva República. Con cada crisis, las instituciones pierden aún más credibilidad.
Cuando el Poder Judicial emprende una caza selectiva contra la extrema derecha, como en el caso de Bolsonaro, puede incluso apaciguar temporalmente el bolsonarismo, pero al mismo tiempo refuerza la percepción de que se trata de un régimen manipulado desde arriba.
Esta percepción amplía el descrédito de las masas no solo en relación con la derecha, sino con todas las instituciones del orden. Todo ello prepara una situación política aún más explosiva y una radicalización cada vez mayor de amplios sectores de la sociedad. Esto tiende a expresarse electoralmente con giros a la derecha y a la izquierda.
Ninguna confianza en el imperialismo chino
Ante la agresión estadounidense, el Gobierno de Lula y su base presentan a China como «aliada estratégica» de Brasil. Pero hay que dejar claro: el imperialismo chino no es amigo del pueblo brasileño. China, como potencia imperialista, solo busca ampliar sus ganancias y garantizar mercados para sus excedentes de capital.
El discurso de un «mundo multipolar» suena seductor, pero solo significa la multiplicación de polos imperialistas que explotan la riqueza producida por los trabajadores. La falacia del «Sur Global» se desmorona cuando se observan las condiciones impuestas por el capital chino en África, donde los préstamos se han convertido en deudas impagables, y en Asia, donde los proyectos de la Nueva Ruta de la Seda han sometido a países enteros a esquemas de dependencia.
Para el proletariado brasileño, sustituir la dominación estadounidense por la china no es emancipación, sino solo un cambio de amos. El caso de BYD en Camaçari es ejemplar: se presenta como símbolo de la reindustrialización, pero impone regímenes de trabajo intensivos y busca flexibilizar la legislación laboral.
En diciembre de 2024, un grupo de trabajo compuesto por varios organismos públicos rescató a 163 trabajadores chinos que habían sido trasladados a Camaçari para trabajar en «condiciones análogas a la esclavitud» en las obras de la fábrica de BYD.
Los trabajadores estaban alojados en lugares insalubres, sin colchones, con sus pertenencias mezcladas con alimentos, bajo vigilancia armada, con jornadas agotadoras y sin descanso semanal. Fueron trasladados con visados para servicios especializados, pero realizaban tareas distintas a las previstas. Además, sus empleadores les retuvieron los pasaportes y les obligaron a firmar contratos con cláusulas ilegales.
El caso de BYD en Camaçari ilustra algunas características del imperialismo chino. Otros imperialismos emplean tradicionalmente la mano de obra del país donde se instalan y se adaptan a las normas regionales. Los capitalistas chinos no solo exportan su capital. A veces también exportan encargados, personal de supervisión y equipos técnicos.
En el caso que nos ocupa, exportaron trabajadores chinos encargados del montaje de las instalaciones, sometidos a la sobreexplotación y al régimen análogo a la esclavitud que están acostumbrados a aplicar en China. Con ello pretendían acelerar al máximo la instalación del capital chino en Camaçari y, tan pronto como fuera posible, comenzar la producción de los vehículos de BYD y realizar las primeras ventas.
Se trata, por lo tanto, de un capital tan parasitario, y en algunos casos incluso más, como el estadounidense, el alemán, el francés, el japonés o el coreano. Además, busca establecer su competitividad implementando en Brasil el mismo tipo de régimen de trabajo y explotación al que somete al proletariado en China.
Capitalismo de matriz china
A medida que el capital imperialista penetra cada vez más en Brasil, cabe esperar una mayor presión para el endurecimiento de la legislación laboral y el empeoramiento de las condiciones de trabajo. En lugar de favorecer la lucha contra la escala 6×1, la situación tiende a ser una presión para la adopción de la escala china 669.
Esta jornada era la norma en China hasta 2021, en la que los trabajadores trabajaban de 9 de la mañana a 9 de la noche, 6 días a la semana. Es una escala 6×1 empeorada, con 12 horas diarias de trabajo y 72 horas semanales.
Esta forma de trabajo provocó una ola de muertes por agotamiento y suicidio entre los trabajadores del sector tecnológico. Tras una enorme repercusión y movilización de los trabajadores, esta jornada fue oficialmente prohibida. Sin embargo, sigue practicándose en el país.
Además, como forma de competir con las empresas chinas, las empresas estadounidenses están adoptando ahora la misma jornada. Intentan disimular esta forma de mayor explotación de la riqueza de los trabajadores con argumentos ideológicos de «compromiso», «cultura de la ambición» o «espíritu de startup». Pero la receta es la misma.
Lo mismo se repite en otros sectores dominados por el capital chino, donde proliferan las denuncias de sobreexplotación, subcontratación abusiva e incluso prácticas análogas al trabajo esclavo. No se trata de excepciones: es el patrón del capitalismo de matriz china, que combina la alta tecnología con la brutalidad en las relaciones laborales.
La soberanía nacional y su agente histórico
El 1 de agosto se produjeron manifestaciones en varias ciudades, como São Paulo y Brasilia, con la quema de muñecos que representaban a Trump y Bolsonaro y consignas en defensa de la soberanía brasileña. A pesar de la inmovilidad de los partidos de izquierda y de los dirigentes sindicales, una vanguardia salió a las calles para manifestar un genuino sentimiento antiimperialista.
En la mesa de cada familia proletaria, en los lugares de trabajo y en los lugares de estudio, los trabajadores y los jóvenes debaten la agresión imperialista de Trump. Las encuestas de opinión favorables al gobierno de Lula son una muestra más de ello.
Es necesario comprender el ambiente de simpatía de las masas hacia Lula en su enfrentamiento con Trump. Una tarea de los comunistas ante esta situación es, a partir de esta expresión de sentimiento antiimperialista, explicar pacientemente los peligros de la posición de Lula. Mostrar a los trabajadores que apoyarse en un imperialismo naciente, aunque más pujante, dinámico y menos manchado que el estadounidense, fortalecerá a este nuevo señor, preparará un nuevo período de dominación y mantendrá la condición de independencia solo formal de Brasil.
De este modo, sigue sin resolverse cómo Brasil puede alcanzar una soberanía nacional genuina. Para sectores cada vez más amplios de las masas está claro que los bolsonaristas son en realidad vendepatrias, que anteponen sus intereses mezquinos y particulares a los de la nación. Están apareciendo de forma pública y clara por lo que son: agentes del gran capital imperialista estadounidense que opera en Brasil.
Lula y los gobernistas gozan de cierta simpatía de las masas por no someterse a la injerencia de Trump en el país. Sin embargo, del análisis presentado se desprende claramente que el gobierno de Lula no hace más que cambiar el imperialismo al que se someterá. Lejos de tratar de una defensa de la soberanía nacional, la política de Lula mantiene a Brasil en la condición de un país dominado y semicolonial, solo que ahora más inclinado a doblegarse ante Xi Jinping que ante Donald Trump.
Ante este escenario, la conclusión es inequívoca: ningún sector de la burguesía brasileña, ni aliado al imperialismo estadounidense, ni asociado al imperialismo chino, es capaz de defender la soberanía nacional. El proletariado no puede esperar ningún beneficio ni del imperialismo estadounidense, ni del imperialismo chino, ni de su cobarde y traicionera burguesía nativa.
Por lo tanto, el único sujeto histórico capaz de garantizar la independencia real de Brasil es el proletariado. La soberanía nacional pasa por expulsar todos los imperialismos del país, incluidos tanto el estadounidense como el chino.
Para garantizar su éxito, los trabajadores tendrán necesariamente que asumir el control de la economía de la nación, ponerla bajo su control colectivo y organizar la producción de acuerdo con una planificación democrática que responda a las grandes necesidades actuales del pueblo brasileño.
Un régimen de este tipo, que ponga a la clase trabajadora al frente de toda la nación, se enfrentaría a la feroz oposición de todos los imperialismos. Por lo tanto, la lucha por el socialismo en Brasil no puede disociarse de la lucha contra el capitalismo a nivel mundial y solo sería un primer paso en este camino de combates. Los aliados del proletariado, de los pobres del campo y de la ciudad de Brasil son los trabajadores y campesinos del mundo, incluidos los de Estados Unidos y China.
Solo la clase trabajadora, organizada en su propio partido, armada con la teoría del comunismo y dispuesta a romper con el orden burgués, puede conducir al país a la verdadera soberanía mediante una revolución socialista. Es para ayudar al proletariado a realizar estas tareas históricas que los comunistas revolucionarios llevan a cabo su actividad militante.
Contra Trump y Xi Jinping, solo la clase obrera, en su acción independiente de la burguesía y los imperialismos, en lucha por la abolición del capitalismo, puede garantizar la soberanía y la emancipación.