Obesidad: La alimentación en el capitalismo (I)
Ayleen N
En 2022, 1 de cada 8 personas en el mundo vivía con obesidad; 43 % de los adultos estaban con sobrepeso y 16 % con obesidad (890 millones de adultos). Para 2050, se estima que 60 % de los adultos (≈3.8 mil millones) y 31 % de niños/adolescentes (≈746 M) tendrán sobrepeso u obesidad.
Con respecto a la alimentación, se ha intentado culpabilizar a los individuos por sus conductas alimentarias, pero, si este es un problema tan extenso y reciente en la humanidad, ¿de verdad podemos decir que basta con disciplina individual para contrarrestarlo?
Las cifras presentadas, claro que son un problema más grande que no se resuelve con un “come bien” o con “hacer más ejercicio”, si fuera tan fácil no sería un foco de alarma mundial.
Pero ¿cómo fué posible que lleguemos a un punto tan crítico? La respuesta es clara, concreta y se hace llamar capitalismo. No es posible mirar algo tan básico en cualquier economía como lo es la alimentación alejada del sistema bajo el cuál se desarrolla.
El control alimentario: Nestlé
Nestlé, la mayor empresa alimentaria a nivel mundial se dedica al comercio de ultraprocesados. En 2023, Nestlé reportó ingresos de 93 mil millones de francos suizos (aproximadamente 97 mil millones de dólares), y un beneficio neto de 11,209 millones de francos suizos (unos 11,775 millones de euros). Nestlé gana más en un año que el PIB de más de 130 países.
Su ingreso anual supera el PIB de países enteros como Ucrania, Ecuador, Eslovaquia, Etiopía o Bolivia.
Fortuño, M. (2017, 30 enero). ¿Quién está detrás de las grandes marcas de consumo? El Blog Salmón. https://www.elblogsalmon.com/empresas/quien-esta-detras-de-las-grandes-marcas-de-consumo/amp
Con las ganancias netas de 2023, Nestlé podría alimentar a más de 100 millones de personas por un mes.
La empresa además ha sido acusada múltiples veces de severa explotación laboral. Un caso famoso es aquél de los campesinos de café que han sido extorsionados para mantener los bajos precios de venta a la multinacional.
¿Es todo esto justo? Por supuesto que no.
Como si todo lo anterior fuera poco nos enfrentamos a un problema que profundiza la desigualdad económica y precariza las condiciones de vida de la población trabajadora: El juego de la salud.
Obesidad: enfermedad precarizante
La obesidad precariza la vida porque afecta todos los niveles: físico, emocional, social y económico. A nivel físico, tener un exceso de grasa corporal altera el funcionamiento de órganos vitales y del sistema metabólico, volviendo más difícil llevar una vida activa. La movilidad limitada lleva muchas veces a la dependencia de otras personas, afectando la autonomía.
En cuanto a enfermedades, la obesidad es un factor de riesgo principal para padecer diabetes tipo 2, una condición que no solo requiere tratamiento de por vida sino que puede dañar los riñones, la vista, el corazón y el sistema nervioso. También se asocia fuertemente con hipertensión, enfermedades cardiovasculares, accidentes cerebrovasculares y ciertos tipos de cáncer como el de mama, colon, hígado y endometrio. A nivel respiratorio, puede derivar en apnea del sueño, lo que reduce la calidad del descanso, genera somnolencia diurna y agrava problemas cognitivos. Incluso el sistema reproductivo se ve afectado, dificultando la fertilidad en hombres y mujeres y aumentando el riesgo de complicaciones en el embarazo.
Por si fuera poco, vivir con obesidad cuesta más: desde ropa especializada hasta medicamentos, consultas médicas frecuentes y pérdida de días laborales por complicaciones de salud. En conjunto, la obesidad no es solo una condición corporal, sino una fuente real de precariedad en la vida cotidiana.
Todo esto se hace más evidente y difícil cuando hablamos del sistema de Salud Pública, sistema ineficiente que carece de insumos y espacio suficiente para tratar a las personas que viven bajo esta situación. Sistema que en los últimos años solo se ha intentado privatizar, dificultando aún más el acceso a la salud.
México: Las reformas insuficientes
El consumo de alimentos ultraprocesados entre los mexicanos aumentó en 33.8%, de acuerdo al Reporte de las Economías Regionales del Banco de México. En contraste, con tan solo un 4.8% de incremento en la ingesta de alimentos no procesados.
México es el primer lugar en obesidad infantil en el mundo, se estima que 1 de cada 20 niños menores de 5 años padece sobrepeso u obesidad. Los niños no son los únicos afectados, México también ronda los primeros puestos en obesidad y enfermedades crónicas derivadas como cáncer de colon y diabetes tipo dos. Esta situación es una de las más preocupantes en todos los sentidos cuando se plantea la vida comunitaria a largo plazo ya que trae consigo un sin fin de problemas, pasando desde los más obvios como la baja en la esperanza y calidad de vida o el colapso del sistema de salud, hasta llegar a pasar por destrozar el rendimiento productivo o la socialización de la clase trabajadora.
¿Cómo han respondido las autoridades mexicanas a este problema? Desde que este problema empezó a hacerse evidente las medidas se limitaron en su mayoría a campañas superficiales de promoción a la salud como lo fué la masiva campaña “chécate, mídete, muévete” o la promoción de un plato del bien comer y una jarra del buen beber (mal planteados y que consideraban cosas como galletas de animalitos y refrescos azucarados en la alimentación saludable y básica del mexicano). Sin embargo estas campañas resultaron vacías y desastrosas, ya que en términos prácticos este problema desde 1995 no ha hecho más que aumentar.
Hacia el sexenio de López Obrador, el subsecretario de Salud, López Gatell, inspirado en el mismo sistema que dió resultados en Chile años atrás, impulsó la campaña para incluir los sellos en los productos procesados, esto con el fin de educar de manera real a la población sobre lo que consume de manera cotidiana. Sin embargo, el impulso de esta reforma se vió retrasado por la oposición de grandes oligapolios de la alimentación como lo fué Nestlé quién mandó directas confrontaciones al gobierno mexicano al enterarse de esta situación.
En casos más recientes está la sonada reforma impulsada en el presente sexenio de Claudia Sheimbaun de eliminar la comida chatarra de las escuelas. Esta reforma ha sido criticada porque supuestamente “hay muchas cosas más importantes en el país”, dejando de lado que la salud es uno de los pilares del desarrollo humano y que los problemas del país se deben atender de manera integral.
Sin embargo, a pesar de que las mediáticas reformas pueden ayudar a mejorar ligeramente la alimentación integral, no son suficientes para reducir las alarmantes cifras en aumento que responden a la obesidad.
Las reformas anteriores han centrado su atención únicamente en desprestigiar los alimentos ultraprocesados y en responsabilizarnos individualmente de nuestras decisiones alimentarias, como si todo dependiera de fuerza de voluntad o de “elegir bien”. Pero esta mirada ignora por completo las condiciones estructurales que hacen que estos productos sean tan populares y omnipresentes.
No se habla, por ejemplo, de las masivas campañas de publicidad que rodean constantemente a los productos ultraprocesados. Tampoco se menciona que empresas como Nestlé ajustan cuidadosamente las proporciones de azúcar, grasa y sal para alcanzar lo que llaman el bliss point: un punto de equilibrio en el que el alimento se vuelve extremadamente agradable al gusto, generando placer inmediato y activando los centros de recompensa del cerebro. A eso se suma el uso de potenciadores de sabor como el glutamato monosódico, el jarabe de maíz de alta fructosa o los aceites refinados. Todo esto no es casual: hay equipos completos de expertos dedicados a estudiar tu cuerpo y tu cerebro, trabajando todos los días para que comer productos envasados sea cada vez más satisfactorio, más irresistible, más automático.
Mientras tanto, se pasa por alto que en nuestro país sigue siendo mucho más fácil encontrar una tiendita de ultraprocesados (con precios accesibles para matar el hambre a ratos) que un comedor comunitario con alimentos reales, accesibles y saciantes. Los entornos no están diseñados para facilitar elecciones saludables; al contrario, están hechos para que lo más fácil sea lo más dañino.
Y como si fuera poco, los burócratas que redactan estas políticas también parecen olvidar algo elemental: preparar alimentos toma tiempo. Y México, según la OCDE, es el país que más horas trabaja en el mundo. La clase trabajadora de la periferia de la ciudad de México pasa hasta 6 horas en el transporte público debido a la centralización no sólo de las oportunidades laborales, sino también las educativas y recreativas, esta situación se repite en diferentes escalas a lo largo de los centros económicos del país.
¿A qué hora quieren que cocinemos? ¿Cómo esperan que alguien que llega agotado, con hambre y sin recursos, priorice lo saludable frente a lo inmediato? re
Alternativa comunista
El capitalismo demuestra sus contradicciones de nuevo. Para que las empresas de la industria alimentaria sigan creciendo se tienen que llevar junto con las ganancias económicas, la salud de la clase trabajadora y no les importará el sufrimiento y la agonía que lentamente lleva a millones a la muerte.
Este problema no puede resolverse sin atacar el problema de fondo: el modelo económico. Lucha con nosotros por comedores comunitarios a precio accesible con comida sana y balanceada. ¡No más tolerancia a las empresas dedicadas a dañar la salud de la población, exijamos el pago de sus impuestos! Acceso universal a los servicios de salud, ampliar y mejorar las condiciones de los especialistas en la salud, mejora de las condiciones laborales, reducción de la jornada laboral, mejora en el sistema de transportes, aumentos salariales para que la población tenga mejores opciones alimentarias. Si te interesa luchar por un futuro saludable, la lucha en primer lugar no es contigo, es contra el capitalismo. ¡Mándanos un mensaje y organízate!
Fuentes: