Ante el panorama de crisis general que vivimos en el régimen capitalista, inmediatamente salen a la palestra diferentes maneras de enfrentarse al problema, desde un nihilismo paralizante hasta las vías que proponen una versión más limpia y “democrática” del capitalismo. Para esta segunda vía, tenemos a reformistas famosos como Joseph Stiglitz o Naomi Klein que denuncian al neoliberalismo como una versión “degenerada” de un modo capitalista “puro y democrático”. Sin embargo, desde la perspectiva marxista comprendemos los límites de estas corrientes que ven la democracia en términos abstractos, sin entender que dentro de la sociedad de clases ésta sigue intereses de clase, y mayormente, de las clases dominantes.
La tendencia oportunista de la defensa de un capitalismo “democrático” no es nueva, sino que es una cuestión que tiene sus raíces desde principios del siglo XX. En la Segunda Internacional surgió una corriente en la que se mutiló al marxismo para defender la tesis de una transición hacia el socialismo a través de las estructuras del Estado (sin alterar las relaciones de producción), defendidas por figuras como Kautsky y Bernstein a quienes Rosa Luxemburgo dedicó su libro Reforma o Revolución. En este, se desbarata la interpretación bernsteiniana de la posibilidad de llegar al socialismo a partir de la vía parlamentaria, y no por la vía revolucionaria, sugiriendo que con la aplicación de reformas y la conciliación de la socialdemocracia con la clase explotadora se podría “mejorar la vida material, reducir la explotación laboral y ampliar el control social”; y que regulando el sistema capitalista (y no derrocándolo) se irá disminuyendo poco a poco los niveles de explotación, perdiendo la necesidad de la lucha de clases.
Luxemburgo expone la falacia de Bernstein en su revisionismo al marxismo, el cual negó las crisis económicas cíclicas del capitalismo, argumentando que estas desaparecerán debido al desarrollo del sistema crediticio, de los medios de transporte y comunicación, y las alianzas empresariales. Lo que Bernstein no entendió es que, sin importar las constantes recuperaciones, las contradicciones fundamentales del sistema solamente se trasladan a nuevos niveles cuyas crisis se vuelven más devastadoras orillando a las burguesías a expandir los mercados usando todos los medios posibles, como el colonialismo o las guerras imperialistas.
De este modo, Luxemburgo desmiente esta utopía reformista mostrando el oportunismo y carencia de una base sólida que expresaba la degeneración que ya comenzaba a extenderse en la Segunda Internacional, y que concluyó con su completa traición chovinista al votar en favor de los créditos de guerra que condujo a la masacre imperialista de la Primera Guerra Mundial.
Pero entonces sale una pregunta a relucir: ¿De qué nos sirve un texto que desmiente a un socialdemócrata de 1899? Y la respuesta se encuentra en que la base teórica de los revisionistas de la socialdemocracia alemana es la misma que defienden los gobiernos reformistas de “izquierda”, negando los principios fundamentales de la concepción marxista del Estado y defendiendo una transición al socialismo sin revolución ni lucha de clases. Tales tesis fueron las mismas que defendieron los gobiernos de la Ola Rosa que hubo en América Latina durante estos últimos años, desde Brasil hasta México, pero que al final de sus gestiones traicionaron a sus bases trabajadoras salvaguardando el poder de la burguesía y, en los casos extremos (como el argentino), impulsaron el arribo de gobiernos de derechas.
Reforma o Revolución sigue teniendo una validez actual para la nueva generación de jóvenes y militantes comunistas, al señalar la profunda crisis que el capitalismo tiene en sus propias bases como el papel del crédito, el monopolio y la sobreacumulación que genera consecuencias políticas como las agresiones imperiales y sus guerras que vemos en el mundo. Plantea la disyuntiva de una política oportunista que solamente administra la distribución de migajas mientras que las riquezas fluyen a los bolsillos de una minoría parasitaria. La vigencia e importancia de este libro se basa en la necesidad de derrocar a este sistema a través de una vía revolucionaria y para ello planteamos la necesidad de la construcción del partido de la vanguardia proletaria y una posición irreconciliable de clases al defender los intereses de los trabajadores por medio de la conquista del poder político.
Es un texto clásico que todo comunista debe leer para entender cuestiones tales como el papel de los sindicatos, las crisis económicas, la especulación financiera, el papel del Estado en la administración de los intereses de la clase capitalista y en la regulación del proceso de producción, analizar las políticas militaristas que llevan a las guerras imperialistas y, sobre todo, demostrar que el intento de fundamentar teóricamente el oportunismo genera una reacción que limita la fuerza revolucionaria contenida en la clase obrera, desviando y desgastando su energía en intentar reformar lo irreformable. Al capitalismo no se le reforma, se le combate y este es el mejor momento de hacer caso al consejo de Luxemburgo.