Trabajar para eliminar el imperialismo de la faz de la tierra es un deber fundamental asumido por todos los comunistas. El día en que entramos en la lucha por el socialismo fue el día en que nos comprometimos a una lucha sin concesiones por un mundo sin imperialismo, desde los países oprimidos hasta las potencias imperialistas, enviando su sangriento legado a donde le corresponde: al basurero de la historia. La pregunta es: ¿cómo?
En busca de una dirección, algunos comunistas miran hoy hacia Mao Zedong, el dirigente de la revolución china de 1949, en busca de orientación. La revolución china liberó a millones de personas del yugo del imperialismo, de los terratenientes y capitalistas, mediante la expropiación de sus posesiones, un acto verdaderamente antiimperialista. La pregunta que debemos hacernos es si Mao fue consecuente en los consejos que dio a otros comunistas que luchan en muchos países contra la opresión imperialista. Intentaremos responder a esa pregunta.
Los marxistas han explicado desde hace mucho tiempo que para acabar con el imperialismo hay que derrocar al capitalismo en todo el mundo. Lenin, en particular, explicó que el imperialismo representa la fase superior del capitalismo, y que la lucha contra el imperialismo es una lucha para acabar con el capitalismo. Por lo tanto, explicó, «en las condiciones internacionales actuales no hay salvación para las naciones dependientes y débiles excepto en una unión de repúblicas soviéticas». Es decir, sólo la dictadura del proletariado puede ofrecer una salida a los pueblos nacionalmente oprimidos del mundo.
Contrastemos esto con el consejo de Mao a los jóvenes revolucionarios africanos que visitaron China en 1959: «La tarea de África en su conjunto es oponerse al imperialismo y a los que siguen al imperialismo, no oponerse al capitalismo o establecer el socialismo… La revolución actual en África es para oponerse al imperialismo y llevar a cabo movimientos de liberación nacional. No es una cuestión de comunismo, sino una cuestión de liberación nacional». [Énfasis añadido]
Aquí la lucha contra el imperialismo y el capitalismo se contraponen de una manera que está en franca contradicción con la posición de Lenin. ¿Cuál es el motivo de esta diferencia? ¿Y qué hizo Mao en la práctica para luchar contra el imperialismo en la escena mundial después de que el Partido Comunista Chino bajo su dirección tomara el poder en China? Por último, ¿cómo sería una verdadera política comunista para erradicar el imperialismo?
Lo que Mao podría haber hecho y lo que realmente hizo
Muchos revolucionarios de todo el mundo consideran a Mao Zedong un héroe antiimperialista principalmente porque la Revolución China de 1949, que los comunistas consideramos el segundo acontecimiento más importante de la historia después de la Revolución Rusa de 1917, acabó con el yugo del imperialismo en China y sirvió de inspiración a los pueblos oprimidos y dominados de todo el mundo.
Pero hay que preguntarse: ¿el régimen nacido de la revolución -la República Popular China con Mao Zedong a la cabeza- aplicó una política comunista para combatir el imperialismo a escala internacional?
Si Mao se hubiera inspirado en Lenin, es decir, si hubiera actuado como un revolucionario que trabajaba para derrocar el capitalismo internacionalmente, entonces, en el momento más temprano posible, se habría esforzado por refundar una organización internacional de comunistas con el máximo apoyo del PCCh, que ahora gobernaba un país del tamaño de un continente. Esto fue lo que hicieron Lenin y Trotsky con la Internacional Comunista, a cuya formación como partido mundial de la revolución socialista dieron la máxima importancia, a pesar de todas las dificultades a las que se enfrentaba la asediada república soviética en aquel momento.
Esto nunca se hizo en China, ni siquiera se consideró.
En lugar de ello, el régimen de Mao se contentaba con establecer «relaciones bilaterales» laxas y mutables con organizaciones de izquierda de todo el mundo cuando consideraba que tales relaciones beneficiaban a sus intereses nacionales. En ocasiones, suministraron armas y fondos a grupos extranjeros. Pero esta ayuda sólo llegaba cuando convenía a los intereses geopolíticos de China. Éste fue en todo momento el eje de la política de Mao, y no la lucha contra el imperialismo mundial.
Podemos verlo claramente en el caso de las numerosas insurgencias comunistas del Sudeste Asiático que buscaron la orientación de Mao. En relación con Myanmar, por ejemplo, en lugar de ayudar al Partido Comunista de Birmania (PCB) local a hacerse con la dirección del movimiento de liberación nacional, China dio al gobierno burgués de allí garantías de que no tendría ningún contacto con el PCB, y prohibió a los comunistas chinos en la diáspora apoyar sus luchas. Dirigiéndose al primer ministro birmano U Nu, que firmó un acuerdo de independencia con el gobierno británico que el PCB calificó de «independencia fingida», Mao no ocultó sus consideraciones «pragmáticas» sin principios:
«Hay radicales entre la diáspora china en Myanmar. Les advertimos que no interfirieran en la política interna de Myanmar. Les enseñamos a respetar las leyes de sus países de acogida y a no contactar con los partidos armados que se oponen al gobierno birmano. No organizamos partidos comunistas entre la diáspora china. Los que se han organizado ya se han disuelto. Hacemos lo mismo en Indonesia y Singapur. Instruimos a la diáspora china en Birmania para que no se involucre en actividades políticas dentro de Myanmar, sólo en aquellas que fueron aprobadas por el Estado birmano, como ceremonias y nada más. De lo contrario, esto nos pondría en una situación incómoda y dificultaría las cosas». (Conversaciones con el primer ministro birmano U Nu, 11 de diciembre de 1954,Obras Completas de Mao Zedong Tomo 6).
En otras palabras, por unas relaciones acogedoras con un Estado capitalista vecino, Mao dio la espalda a la lucha revolucionaria de los obreros y campesinos birmanos. Esto sólo cambió cuando, en la década de 1960, la China maoísta entró en conflicto con Myanmar, que en aquel momento empezó a ponerse del lado de la Unión Soviética en la escisión sino-soviética. Para Mao, el PCB no eran camaradas en la lucha por el socialismo internacional, sino moneda de cambio en la persecución de los intereses nacionales de China. Huelga decir que esto está muy lejos de las ideas comunistas internacionalistas de Marx y Lenin.
Lenin siempre subrayó que una revolución internacional exitosa era la única forma de garantizar la supervivencia del Estado obrero en Rusia. Promover la revolución socialista mundial fue el objetivo central de la fundación de la Internacional Comunista. Basta con citar unas pocas palabras para subrayar su clarísima posición.
Cuatro meses después de la Revolución de Octubre, el 7 de marzo de 1918, Lenin explicó: «El hecho de que sin la revolución alemana estamos perdidos». En mayo, Lenin explicó: «Esperar a que las clases trabajadoras hagan la revolución a escala internacional, equivale a quedar inmovilizados en la espera… Después de comenzar con brillante éxito en un país, es posible que atraviese períodos penosos, pues sólo se puede vencer definitivamente a escala internacional y con los esfuerzos mancomunados de los obreros de todos los países…». (el subrayado es mío).
Compárense estas perspectivas completamente revolucionarias e internacionalistas con el pasivo y cínico tira y afloja del PCCh de Mao hacia la revolución birmana.
Los «consejos» de Mao -gobernados por el deseo de establecer relaciones de vecindad «amistosas» con los gobiernos burgueses- condujeron a resultados mortales para los comunistas en más de un país. El Partido Comunista Indonesio, que en su día fue uno de los partidos comunistas más grandes y mejor organizados del mundo, siguió una estrategia de colaboración con la «burguesía nacional progresista» siguiendo el consejo de Mao y del PCCh, que deseaba ganarse el favor del gobierno de Sukarno.
En lugar de armar a la clase obrera y tomar el poder, como podrían haber hecho, los comunistas indonesios confiaron plenamente en Sukarno, que se equilibraba entre las clases de la sociedad indonesia. Este equilibrio se deshizo inevitablemente y Sukarno fue derrocado en un golpe de estado. Los comunistas, que no estaban preparados ni política ni físicamente para este giro de los acontecimientos, fueron ahogados en sangre, con cerca de 1,5 millones de comunistas asesinados bajo la dictadura de Suharto.
Vemos lo mismo en relación con Vietnam: una política de zigzags determinada no por los intereses de la revolución vietnamita o mundial, sino por las preocupaciones geopolíticas de seguridad del Estado chino.
En 1954, las fuerzas partisanas bajo la dirección del famoso Ho Chi Minh tenían una poderosa posición para no sólo expulsar al imperialismo de todo Vietnam, sino también de Laos y Camboya. ¿Qué aconsejó en cambio el primer ministro chino Zhou Enlai a Ho? Le convenció de que no sólo retirara sus fuerzas de Camboya y Laos, entregando ambos países a regímenes proimperialistas, sino también de que aceptara un Vietnam dividido como táctica para apaciguar al imperialismo estadounidense. Zhou le dijo a Ho:
«Como los imperialistas temen la «expansión» de China, no permitirán en absoluto que Vietnam logre una victoria a gran escala. Si pedimos demasiado [en la conferencia de Ginebra] y si no se logra la paz en Indochina…. Por lo tanto, debemos aislar a Estados Unidos y desbaratar sus planes; de lo contrario caeremos en la trampa preparada por los imperialistas yanquis. En consecuencia, ni siquiera en el sentido militar podremos apoderarnos de [partes de] Vietnam.»
Zhou Enlai fue un fiel seguidor de la política de Mao. ¿Constituyeron sus consejos una astuta estrategia revolucionaria contra el imperialismo? ¿Consiguió apaciguar la agresión estadounidense? El estallido de la guerra de Vietnam pocos años después respondió negativamente a esta pregunta.
El consejo de Zhou a Ho Chi Minh se basaba en las preocupaciones interesadas de la burocracia china, que temía una confrontación con el imperialismo estadounidense al sur de su frontera. Por lo tanto, convencieron a los vietnamitas de que retrasaran su propia liberación del imperialismo para servir al miope objetivo de proteger los «intereses nacionales» de China. ¿Por qué?
En 1949, la victoria de la Revolución China se había basado en la victoria del Ejército Popular de Liberación dirigido por Mao, que había capturado las ciudades. Mao creyó inicialmente que el Partido Comunista podría llegar a un acuerdo con la vieja clase capitalista, pero ésta huyó de China y pronto se vio obligado a llevar a cabo nacionalizaciones radicales. No se trataba de una revolución basada en la conquista del poder directamente por la clase obrera a través de órganos de poder obrero democrático, como había ocurrido en Rusia en 1917. Más bien, al tiempo que aplastaba el capitalismo, establecía una nueva burocracia extraída directamente del ejército campesino, que se elevaba por encima de las masas y desarrollaba sus propios privilegios e intereses.
Proteger estos intereses y asegurar el poder y los privilegios de esta burocracia, y nola difusión de la revolución mundial, se convirtió en la principal preocupación de la política interior y exterior del régimen de Mao. De ahí la lógica de intentar apaciguar al imperialismo y a los regímenes reaccionarios vecinos.
Sin embargo, cuando estas políticas fracasaron inevitablemente, Mao y la burocracia se vieron obligados a cambiar de rumbo, a hacer un giro en una nueva dirección y a prestar una mayor ayuda a Vietnam del Norte en su guerra contra el imperialismo estadounidense. Pero mientras la burocracia china velaba por sus propios y estrechos intereses nacionalistas, lo mismo ocurría con la burocracia rusa, lo que inevitablemente provocó un conflicto a finales de la década de 1960. A partir de entonces, viendo a los vietnamitas demasiado alineados con los soviéticos, Mao retiró la mayor parte del apoyo de China y trató de reparar las relaciones… ¡con el imperialismo estadounidense! En todo esto, los intereses nacionales de la burocracia, y no los de la lucha contra el imperialismo mundial, siguieron siendo la única constante.
Cómo Mao se puso del lado de los reaccionarios en el extranjero
Mao no se limitó a proporcionar consejos incorrectos y ayuda incoherente a los revolucionarios comunistas fuera de China. Cuando convenía a sus intereses a corto plazo, su régimen ayudó activamente a contrarrevolucionarios truculentos que trabajaban para ahogar en sangre a los comunistas.
¿Por qué se hizo esto? La principal preocupación era socavar la influencia de la Unión Soviética, que había entrado en conflicto con China. En la lucha contra la Unión Soviética, supuestamente «socialimperialista», el régimen chino apoyó a regímenes que también gozaban del respaldo del imperialismo estadounidense en tres continentes.
En la década de 1960, como resultado de un conflicto fronterizo entre China e India, así como de la relación cada vez más estrecha de esta última con la Unión Soviética, la China de Mao y el dictador militar pakistaní Ayub Khan se convirtieron rápidamente en estrechos aliados. Las relaciones llegaron a ser tan cordiales que China (junto con Estados Unidos) se convirtió en uno de los principales exportadores de armas al régimen pakistaní.
Cuando la clase dirigente pakistaní se enfrentó a un levantamiento revolucionario en la década de 1960 y a la posible separación de Pakistán Oriental (actual Bangladesh) de Pakistán Occidental, Mao acudió obedientemente en ayuda de sus aliados burgueses. Mao incluso aconsejó al dirigente campesino maoísta bangladeshí alineado con China, Abdul Hamid Khan Bhashani, que apoyara a Ayub Khan. Esto obligó a Bhashani a cuadrar el círculo de alguna manera luchando por la independencia de Bangladesh mientras apoyaba al mismo régimen que luchaba con uñas y dientes contra ella. El régimen maoísta desempeñó así un papel clave para garantizar que la lucha por la independencia de Bangladesh no cayera bajo la dirección comunista.
Incluso después de que sus aliados pakistaníes se empaparan las manos de sangre intentando aplastar la independencia bangladeshí, China siguió ayudando fielmente a sus aliados contrarrevolucionarios, utilizando incluso su posición en el Consejo de Seguridad de la ONU para negar a Bangladesh la entrada en la ONU hasta 1975.
En el sudeste asiático, Mao forjó relaciones con el dictador de derechas Ferdinand Marcos, apoyado por EEUU, a pesar de que los comunistas filipinos estaban en una lucha a vida o muerte contra el régimen de Marcos. Estas «relaciones amistosas» se resumen en una famosa foto de Mao besando suavemente la mano de la esposa de Marcos, Imelda Marcos, famosa por su lujoso estilo de vida burgués y una colección de 3.000 pares de zapatos.
En África, el comportamiento de China fue igualmente traicionero. Durante la Guerra de Independencia de Angola contra Portugal, que comenzó en la década de 1960, las fuerzas de resistencia degeneraron rápidamente en una guerra civil a tres bandas entre varias facciones. En este conflicto, China apoyó a las fuerzas reaccionarias de derechas del FNLA y UNITA proporcionándoles armas y entrenamiento. Ambas fuerzas recibían simultáneamente la ayuda de Estados Unidos.
Un artículo publicado en 2017 por un historiador de la Universidad Sun Yat-sen de Guangzhou explicaba claramente cómo China estaba interesada en mantener un movimiento de resistencia angoleño dividido precisamente para evitar que el MPLA pro soviético dominara el movimiento por la independencia de Portugal. Una vez más, el principal objetivo de la política exterior de la China de Mao no era promover luchas revolucionarias antiimperialistas, sino obtener una ventaja geopolítica, en este caso frente a su rival, la Unión Soviética.
En América Latina, los crímenes contrarrevolucionarios de la China maoísta son más evidentes en la trágica derrota de la revolución chilena de 1973. Cuando el general derechista Pinochet derrocó al gobierno izquierdista de Allende, elegido democráticamente, mediante un golpe apoyado por la CIA, Zhou Enlai insistió en que no se trataba más que de «asuntos internos» de Chile, y optó inmediatamente por establecer relaciones con el nuevo régimen de Pinochet.
Mientras los activistas de izquierdas buscaban refugio en las embajadas extranjeras de Santiago para evitar la sangrienta orgía contrarrevolucionaria de Pinochet, la embajada china cerró vergonzosamente sus puertas a los solicitantes de refugio. Las relaciones bilaterales con el régimen de Pinochet y sus patrocinadores estadounidenses significaban más para los dirigentes del PCCh que las vidas de los trabajadores y jóvenes revolucionarios de Chile.
Hay que señalar que, vergonzosamente, muchos de estos crímenes contrarrevolucionarios se llevaron a cabo en armonía con las actividades de Henry Kissinger, uno de los criminales de guerra más asesinos de la posguerra. De hecho, como estratega a sangre fría del imperialismo estadounidense, Kissinger vio la oportunidad de socavar a la Unión Soviética colaborando con China, acelerando así la destrucción de ambos. La burocracia china dirigida por Mao, con su propia agenda nacionalista limitada y egoísta, no tuvo reparos en ese acercamiento.
Hasta el día de hoy, el PCCh se refiere a Kissinger como «un viejo amigo del pueblo chino». De hecho, era un viejo amigo de la burocracia, y más tarde de la nueva clase capitalista china emergente, cuyo desarrollo fomentó la burocracia.
Debemos preguntar a nuestros lectores con simpatías hacia el maoísmo: ¿No era Henry Kissinger claramente un enemigo del proletariado y un defensor de la fuerza imperialista más reaccionaria de la Tierra? ¿Hay algo genuinamente «antiimperialista» en la política de Mao que pueda servir de guía a los comunistas internacionales? Desgraciadamente, cualquiera que responda afirmativamente a esta pregunta no es comunista.
Cómo el colaboracionismo de clases de Mao maleducó a los comunistas del mundo
Podemos ver que la política exterior de Mao estaba claramente dictada por estrechos intereses nacionalistas, y no por consideraciones de lucha contra el imperialismo. Sin embargo, esta cínica política estaba revestida de justificaciones teóricas. Mao se presentaba a sí mismo como un gran teórico «marxista-leninista», cuyo contenido «teórico» consistía en aconsejar a los comunistas de todo el mundo que siguieran el camino mortal del colaboracionismo de clases.
En las Obras Completas de Mao, Vol. 8, encontramos joyas como «La tarea de África es luchar contra el imperialismo, no contra el capitalismo» (21 de febrero de 1959), cuyo contenido es exactamente lo que sugiere el título. «Cualquiera que se proponga establecer el socialismo en África cometería un error… La naturaleza de la revolución allí es una revolución democrático-burguesa, no una revolución socialista proletaria», dejó claro el Presidente Mao a sus interlocutores.
Ese mismo año, durante una reunión con dirigentes comunistas latinoamericanos, encontramos de nuevo a Mao aconsejándoles que «para que la clase obrera triunfe, debe formar una alianza con dos clases. Una es la pequeña burguesía, incluidos el campesinado y la pequeña burguesía urbana… la otra es la clase explotadora, es decir, la burguesía nacional… tenemos una cosa en común: la oposición al imperialismo, y por lo tanto podemos construir un frente unido». (Obras Completas de Mao Vol. 8).
Pero a pesar de las afirmaciones, en ningún lugar de América Latina se puede encontrar una burguesía nacional de este tipo en oposición al imperialismo. Por su propia naturaleza, la clase capitalista de este continente estaba dominada por el imperialismo y atada por mil hilos a los intereses imperialistas. Además, temían a las masas mucho más que a sus amos imperialistas.
Del mismo modo, al reunirse con el dirigente emblemático de la Revolución Cubana, el Che Guevara, que ya estaba a la cabeza de una revolución exitosa que había arrebatado el poder a la burguesía, Mao aconsejó con el mismo estribillo:
«[La] pequeña burguesía y la burguesía nacional latinoamericanas temen al socialismo. Durante un período considerable, no deben precipitarse en la reforma social. Este enfoque servirá para ganarse a la pequeña burguesía latinoamericana y a la burguesía nacional.»
Irónicamente, la Revolución Cubana tuvo éxito precisamente porque fue en contra del consejo de Mao: se dedicaron a expropiar a la clase capitalista y a establecer una economía planificada, sobre cuya base pudieron instituir amplias reformas progresistas.
Hay muchísimos ejemplos más, pero lo anterior basta para demostrar que el colaboracionismo de clase entre el proletariado y la burguesía de la nación oprimida ha sido un consejo constante de Mao sobre cómo «oponerse» al imperialismo.
Sin embargo, las burguesías nacionales de los países oprimidos de todo el mundo están inevitablemente ligadas a los intereses de los imperialistas por los miles de hilos del mercado mundial. Por lo tanto, no sólo son orgánicamente incapaces de llevar a cabo una lucha de liberación nacional, sino que lucharían activamente contra ella.
La propia Revolución China de 1949 demostró este punto, cuando la burguesía nacional huyó junto con Chiang Kai-Shek y el Kuomintang a Taiwán. De hecho, Mao había intentado formar ese «frente unido» con los capitalistas chinos, con la esperanza de crear un régimen esencialmente capitalista al que llamó «Nueva Democracia» en coalición con «todas las clases revolucionarias», en el que incluía a un sector (inexistente) de los capitalistas que, según él, no se oponían a la revolución.
Pero a tenor de los acontecimientos, especialmente las presiones del imperialismo estadounidense con el inicio de la guerra de Corea, se vio obligado a abandonar este esquema. El gobierno del PCCh pronto expropió todos los sectores de la economía e instituyó una economía planificada nacionalizada.
De hecho, todas las revoluciones coloniales del siglo XX demostraron este punto. Algunas lo demostraron positivamente, como China o Cuba, donde la revolución avanzó sólo expropiando a la «burguesía nacional». Otros lo demostraron negativamente, con el establecimiento de regímenes formalmente «independientes» en los que la burguesía nacional llegó al poder y siguió actuando como agente local del imperialismo, ayudando a su saqueo continuado mientras reprimía a la clase obrera y al campesinado.
La insistencia de Mao en educar a otros en la dirección opuesta, que en muchos casos condujo a sangrientos fracasos, se desarrolló más tarde en una «teoría» totalmente nueva y exclusivamente maoísta.
En la década de 1970, Mao propuso una «teoría» que dividía a los países del planeta en tres categorías. No tomó como punto de partida las relaciones de propiedad en las distintas naciones, es decir, si predominaba la propiedad capitalista o la propiedad estatal nacionalizada. En su lugar, hizo hincapié en el nivel de desarrollo económico de un país y en sus supuestas ambiciones «hegemónicas». Lo que surgió fue una nueva «Teoría de los Tres Mundos». Como Mao explicó al presidente de Zambia, Kenneth Kaunda, en 1974:
«Sostengo que Estados Unidos y la Unión Soviética pertenecen al Primer Mundo. Los elementos intermedios, como Japón, Europa, Australia y Canadá, pertenecen al Segundo Mundo. Nosotros somos el Tercer Mundo… Estados Unidos y la Unión Soviética tienen muchas bombas atómicas y son más ricos. Europa, Japón, Australia y Canadá, del Segundo Mundo, no poseen tantas bombas atómicas y no son tan ricos como el Primer Mundo, pero sí más ricos que el Tercer Mundo… Todos los países asiáticos, excepto Japón, pertenecen al Tercer Mundo. Toda África y también América Latina pertenecen al Tercer Mundo».
Nótese que Mao incluyó en la categoría de «Europa» tanto a los países capitalistas de Europa Occidental como a las economías planificadas deformadas de Europa Oriental.
Según Mao, dado que los países del Segundo Mundo tienen conflictos de intereses con los del Primer Mundo, los países del Tercer Mundo pueden y deben intentar obtener su apoyo. «Debemos ganárnoslos, países como Inglaterra, Francia y Alemania Occidental», afirmó. Muchas de estas potencias del «Segundo Mundo», tal como las define Mao, son indiscutiblemente países imperialistas. Por lo tanto, Mao aconseja a los países del «Tercer Mundo» que pidan ayuda a los imperialistas. Peor aún, ¡para Mao era aceptable aceptar la ayuda del imperialismo para socavar a la Unión Soviética!
La «Teoría de los Tres Mundos» inauguró una era de acercamiento y cooperación de China con los gobiernos capitalistas y allanaría el camino para la futura apertura al capital extranjero y la restauración del capitalismo en China bajo la vigilancia del PCCh.
Como muestra de este acercamiento, en 1975 China se convirtió en el primer país nominalmente «comunista» en establecer relaciones diplomáticas con la Comunidad Económica Europea, formada por países imperialistas de Europa Occidental. Mao también empezó a establecer lazos con políticos de Alemania Occidental en detrimento de Alemania Oriental, sobre todo con el canciller de Alemania Occidental Helmut Schmidt.
A través de Deng Xiaoping, la China maoísta declaró a Schmidt que estaba a favor de la reunificación alemana, lo que significaba que apoyaban que Alemania Occidental se anexionara Alemania Oriental sobre una base capitalista. Más tarde, Mao reafirmópersonalmente esta postura a Henry Kissinger.
Apoyar activamente la sustitución de la economía planificada de un país por relaciones de propiedad capitalistas es, en sí mismo, una traición extraordinaria. Pero fluía lógicamente de la principal preocupación de la China maoísta por sus propios intereses nacionales -en este caso, establecer relaciones con los países imperialistas europeos a cambio de unirse contra la Unión Soviética.
En contraste con su afán por establecer relaciones amistosas con el imperialismo europeo, su actitud ante la oleada revolucionaria que recorría Europa en aquel momento fue de indiferencia e incluso de irritación por cómo interfería en sus planes diplomáticos. De hecho, en una llamada telefónica con el presidente estadounidense Gerald Ford, Mao expresó su aprobación por la «estabilización de Portugal y España», dos países que estaban experimentando un fermento revolucionario.
La «Teoría de los Tres Mundos» de Mao no era una innovación, sino que fluía fielmente de la estrecha perspectiva nacionalista del estalinismo, situando los intereses de la clase obrera mundial muy por debajo del interés de la burocracia por permanecer en el poder dentro de sus propias fronteras. Aceptó el derecho de los capitalistas a dominar ciertas secciones del mundo, en lugar de luchar por unir a la clase obrera de todo el mundo para derrocarla por completo.
Maoísmo y «antirrevisionismo»
Las distorsiones teóricas de Mao no proceden de una teoría comunista coherente, sino de la insistencia del estalinismo en colaborar con la burguesía y apaciguar al imperialismo. Esta política intenta crear una vida tranquila para que la burocracia disfrute de los privilegios que le otorga su papel administrativo en las economías planificadas. Stalin la justificó por primera vez bajo el pretexto de la teoría del «socialismo en un solo país».
Pero las relaciones entre las burocracias soviética y china tras la escisión chino-soviética se volvieron extremadamente enconadas. Esta escisión fue en sí misma una demostración flagrante del estrecho nacionalismo de estas burocracias nacionales rivales.
Si estos dos regímenes hubieran representado democracias obreras sanas, se habrían unido en una única federación de repúblicas soviéticas europeas y asiáticas, utilizando los recursos de todo un continente para luchar por el socialismo mundial. El hecho de que ambos estuvieran dominados por burocracias privilegiadas con sus propios intereses nacionales, por el contrario, condujo inevitablemente a un cisma.
En este contexto, Mao y el PCCh se presentaron como el bando «antirrevisionista» en su controversia con Moscú. Ostensiblemente, afirman defender las ideas genuinas del comunismo, frente a los «revisionistas», «fascistas», «socialimperialistas» que, de repente, se dieron cuenta que estaban instalados en el Kremlin.
En la disputa, el PCCh denunció la consigna de Jruschov de «coexistencia pacífica» con los países imperialistas, y reafirmó la necesidad de la lucha de clases, especialmente en el mundo colonial. Esta postura, a su vez, creó la impresión de que Mao y el PCCh eran los abanderados de la lucha contra el imperialismo. Muchos comunistas de todo el mundo se pasaron al bando chino gracias a la postura de Mao sobre esta cuestión.
¿Tiene derecho el PCCh a proclamarse defensor de la teoría marxista contra el revisionismo? No lo tiene. De hecho, el «marxismo-leninismo» «ortodoxo» que defienden es en sí mismo una revisión y caricatura del marxismo: a saber, el estalinismo.
La principal innovación «teórica» de Stalin, mantenida por Mao, fue la idea antimarxista, totalmente desconocida en los círculos bolcheviques hasta que Stalin la propuso tras la muerte de Lenin en 1924, del «socialismo en un solo país». Menos que una «teoría», esto representa la psicología de la burocracia conservadora, nacionalista-reformista que se había alzado en la Unión Soviética a expensas de la democracia obrera, traducida a un lenguaje que suena marxista. Esta «innovación» siguió formando parte al cien por cien del bagaje teórico de la burocracia maoísta.
Esta burocracia privilegiada, que se alimentaba parasitariamente de la economía planificada, no tenía ningún interés en la revolución mundial ni en la lucha por el comunismo. Cualquier revolución en la que la clase obrera tomara el poder y lo ejerciera a través de órganos democráticos de gobierno obrero, como los soviets (consejos obreros), pondría en entredicho el derecho de las burocracias soviética y china a existir. También temían que la difusión de la revolución «provocara» a los imperialistas, lo que podría poner en peligro su propio dominio. Mejor llegar a un modus vivendi con el imperialismo.
De hecho, dentro de la disputa entre Moscú y Pekín sobre la cuestión de la «coexistencia pacífica», Mao y el PCCh no contraponían la «coexistencia pacífica» a la revolución mundial. Al contrario, el PCCh se opuso a la táctica de Jruschov de acercamiento inmediato a Occidente a favor de utilizar las luchas de liberación nacional en los países coloniales, no para romper el imperialismo, sino para presionar a los imperialistas a fin de lograr mejores condiciones para que los «países socialistas» disfruten de una coexistencia pacífica. Esto no es más que una diferencia táctica sobre cómo salvaguardar el «socialismo en un solo país», como se señala enuna carta dirigida al Comité Central del PCUS:
«Es necesario que los países socialistas entablen negociaciones de un tipo u otro con los países imperialistas. Es posible llegar a ciertos acuerdos mediante la negociación apoyándose en la política correcta de los países socialistas y en la presión de los pueblos de todos los países. Pero los compromisos necesarios entre los países socialistas y los países imperialistas no requieren que los pueblos y naciones oprimidos sigan su ejemplo y transijan con el imperialismo y sus lacayos. Nadie debe exigir jamás, en nombre de la coexistencia pacífica, que los pueblos y naciones oprimidos renuncien a sus luchas revolucionarias.
La aplicación de la política de coexistencia pacífica por los países socialistas es ventajosa para lograr un entorno internacional pacífico para la construcción socialista, para desenmascarar las políticas imperialistas de agresión y guerra y para aislar a las fuerzas imperialistas de agresión y guerra.»
Por supuesto, como hemos demostrado ampliamente, Mao y el PCCh abandonaron esta política aparentemente más «revolucionaria» alineándose con las fuerzas contrarrevolucionarias, muchas de ellas respaldadas también por EEUU, donde y cuando les convenía hacerlo.
Conectada a esta idea del «socialismo en un solo país» está la «teoría etapista» estalinista de la revolución. Se trata de la afirmación de que antes de que pueda alcanzarse el socialismo, debe tener lugar una larga etapa de desarrollo capitalista en todos los países.
Por lo tanto, lo que se necesita en los países atrasados dominados por el imperialismo son revoluciones burguesas bien ejecutadas, en las que los trabajadores actúen como colaboradores voluntarios de la burguesía, con el fin de crear las condiciones para dicho desarrollo, mucho antes de que pueda haber alguna posibilidad de una revolución socialista con el proletariado a la cabeza.
No hay absolutamente nada en común entre esta idea y el leninismo genuino. De hecho, fueron los mencheviques quienes argumentaron antes de la Revolución Rusa de 1917 que la clase obrera de la atrasada Rusia debía atarse a la burguesía liberal para ayudarla a llegar al poder. Descartaron la idea de que la dictadura del proletariado pudiera establecerse en Rusia antes que en las naciones occidentales avanzadas.
No había ni una gota de auténtico «marxismo» en esta teoría. Marx y Engels siempre insistieron en la completa independencia de la clase obrera respecto a la burguesía. En tiempos de Lenin, los bolcheviques insistían en que la clase obrera debía luchar por la dirección de la revolución, en alianza con el campesinado pero contra la burguesía, que había demostrado definitivamente que se había vuelto reaccionaria. En el II Congreso de la Comintern, Lenin subrayó aún más la naturaleza reaccionaria de la burguesía nacional con respecto al movimiento de liberación de su propia nación:
«Ha surgido un cierto entendimiento entre la burguesía de los países explotadores y la de las colonias, de modo que muy a menudo, incluso quizás en la mayoría de los casos, la burguesía de los países oprimidos, aunque también apoye los movimientos nacionales, lucha sin embargo contra todos los movimientos revolucionarios y las clases revolucionarias con un cierto grado de acuerdo con la burguesía imperialista, es decir, junto con ella.»
Pero la vieja idea menchevique fue revivida una vez más por la burocracia estalinista después de la muerte de Lenin, precisamente para justificar su enfoque de colaboración de clases en todo el mundo con el fin de ganarse el favor de los imperialistas y las burguesías nacionales.
Hay una línea directa que conecta a los originadores mencheviques de esta teoría y su adopción por el Partido Comunista Chino. Fue precisamente un antiguo menchevique, Aleksandr Martynov -un hombre duramente criticado por su oportunismo por Lenin en ¿Qué hacer?, pero acogido en el Partido Comunista por Stalin- quien aconsejó directamente al naciente PCCh que adoptara la teoría de un «bloque de cuatro clases». Este «bloque», argumentaba, debe incluir al proletariado, al campesinado, a la pequeña burguesía… y a la llamada burguesía «nacional».
Para unir a estas clases, Martynov instó al PCCh a frenar la revolución china hasta la consecución de las tareas puramente burguesas, al tiempo que ponía a la clase obrera bajo la dirección de la burguesía nacional, representada por el Kuomintang. El PCCh nunca renunció a esta perspectiva, y corre como un hilo a lo largo de todos los escritos de Mao.
Vemos, por tanto, que a pesar de todas las acusaciones de «revisionismo» de la China maoísta contra los dirigentes de la Unión Soviética después de Jruschov, éstos no tenían ningún derecho a afirmar que defendían auténticas ideas marxistas. El contenido político de ambos regímenes, a pesar de su rencorosa rivalidad, era igualmente revisionista.
Raíces materiales
La perspectiva nacionalista del régimen de Mao no era un mero producto de los caprichos subjetivos de Mao. Este artículo no es una mera crítica al carácter de Mao. Su política interior y exterior estaba guiada en última instancia por la necesidad de la burocracia de la República Popular China a la que él representaba.
La revolución china de 1949 fue un tremendo paso adelante para la revolución mundial, pero no se logró mediante la actividad propia de las masas obreras dirigidas por un partido bolchevique, sino por un ejército campesino con un partido burocrático y estalinista a la cabeza.
La clase obrera de China desempeñó un papel pasivo mientras el Kuomintang perdía una batalla tras otra frente al PCCh. Por tanto, cuando el PCCh tomó el poder, fundó un régimen en el que la democracia obrera estaba completamente ausente, siguiendo el modelo de la degenerada Unión Soviética estalinista. Sin embargo, el capitalismo fue aplastado y se establecieron nuevas relaciones económicas. China se convirtió en lo que los marxistas denominan un «Estado obrero burocráticamente deformado».
Aunque se lograron enormes avances gracias a la economía planificada nacionalizada, que sacó al país del atraso en el que estaba atrapado, China nunca estuvo gobernada por los órganos democráticos de la clase obrera, sino por la dictadura de partido único del PCCh de Mao, formada por una burocracia de antiguos trabajadores, antiguos estudiantes e intelectuales desclasados. Fue esta maquinaria la que determinó las políticas enumeradas anteriormente y la que mantuvo la ortodoxia estalinista del «socialismo en un solo país», renunciando en los hechos a la lucha por la revolución mundial.
Había profundos intereses materiales en juego en la determinación de esta política: los burócratas estaban principalmente interesados en defender sus propios privilegios, que obtenían en forma de rentas procedentes de la economía planificada nacionalizada, que ellos dirigían. Soñaban con crear una situación mundial estable en la que pudieran seguir disfrutando de los frutos que les otorgaba su posición.
Para esta burocracia, una revolución exitosa en el extranjero también entrañaba peligros. Cualquier revolución que produjera una democracia obrera sana podría inspirar a los trabajadores de estos estados obreros deformados a ver un ejemplo a seguir y derrocar políticamente el dominio de la burocracia. Estos factores moldearon la perspectiva nacionalista de la burocracia gobernante.
En un intento principalmente de salvaguardar sus propios intereses nacionales en lugar de los del proletariado mundial, a menudo frenaron e incluso sabotearon las oportunidades revolucionarias.
Esta perspectiva no era exclusiva del régimen de Mao. La Unión Soviética estalinista, Corea del Norte, Vietnam, los regímenes de Europa del Este, etc., mantenían esencialmente la misma perspectiva. Y en la medida en que las burocracias tenían su propia base de poder, y no eran simplemente apuntaladas por la Unión Soviética, la utilizaban también para maniobrar unas contra otras de acuerdo con sus propios y estrechos intereses nacionales. Su política exterior no estaba dictada por la difusión de la revolución mundial, sino por la defensa de sus fronteras y sus propias esferas de influencia.
Mao, Tito, Jruschov, Kim Il-Sung y otros hablaban del socialismo mundial y arremetían contra el imperialismo. Cantaban la Internacional en actos y eventos. Incluso acogieron a organizaciones revolucionarias extranjeras y se comunicaron con ellas. Pero, en última instancia, todos defendían los intereses de su propio «Estado socialista», es decir, de las burocracias que estaban a su cabeza.
A largo plazo, a menos que el imperialismo mundial fuera derrocado, estos estados obreros deformados sucumbirían ellos mismos. El «socialismo en un solo país» era una ilusión. En última instancia, estas burocracias no se contentarían con disfrutar de privilegios y altos ingresos a expensas de la economía planificada. En última instancia, se esforzarían por convertirse en propietarias de los medios de producción. En ausencia de una revolución política que colocara a la clase obrera en el poder y extendiera la revolución por todo el mundo, esto fue lo que finalmente ocurrió, con terribles y reaccionarias consecuencias.
Las tareas de los comunistas ahora
Hoy, debemos aprender las lecciones de esta tragedia y volver a Lenin. En lugar de apoyar a tal o cual gobierno capitalista debemos, como explicó Lenin, basarnos en el movimiento revolucionario del proletariado mundial.
Debemos deshacer el nudo de la historia y recomenzar la tarea que emprendió Lenin: refundar una Internacional comunista revolucionaria, un partido mundial de la revolución socialista. Los comunistas organizados en ese partido tienen el deber de explicar a los trabajadores avanzados de los países imperialistas que les corresponde acabar con el imperialismo en su origen y que su propia liberación está íntimamente ligada a esta tarea.
En el antiguo mundo colonial, los comunistas deben organizar a los trabajadores avanzados en torno a un programa de revolución socialista ya. No puede haber capitalismo «democrático», «nacional» en estas naciones. Las teorías «etapistas» estalinistas han demostrado su bancarrota. Los pueblos oprimidos del mundo sólo podrán acabar con la dominación imperialista y lograr una verdadera liberación nacional si arrebatan todo el poder político y económico a su clase dominante local y luchan por extender la revolución socialista por todo el mundo. Y debemos poner de relieve en todo momento la cuestión de clase y construir la solidaridad de clase internacionalista.
Estas perspectivas son la única manera de relegar al imperialismo y su legado al pasado. Pero subrayamos, que de todo esto se desprende la tarea de construir una Internacional revolucionaria que difunda estas ideas y forme comunistas en sus filas, para hacer de estas ideas las ideas dominantes en la clase obrera y llevarlas a la práctica.
Este es el trabajo comunista que la Internacional Comunista Revolucionaria está llevando a cabo tanto en los países imperialistas como en los dominados de todo el mundo. Nos basamos en los fundamentos graníticos de la teoría marxista, desarrollados a lo largo del tiempo por Marx, Engels, Lenin y Trotsky, en los cuatro primeros Congresos de la Internacional Comunista, en los documentos fundacionales de la IV Internacional y en los trabajos de Ted Grant después de la Segunda Guerra Mundial. Estos representan el auténtico hilo ininterrumpido de las ideas comunistas, el arma necesaria que necesitamos para triunfar sobre el imperialismo y el capitalismo en todo el mundo.