El desarrollo de las contradicciones del capitalismo supone el incremento de la destrucción de la naturaleza, la desigualdad, la pobreza, el subempleo o desempleo crónico, entre otras problemáticas sociales. Del lado de las clases dominadas, el desarrollo de dichas contradicciones fomenta el desenvolvimiento de movimientos sociales con perspectivas revolucionarias emancipatorias. Sin embargo, la clase capitalista dominante, en tanto detentora de las riendas del poder estatal, no deja en ningún momento de efectuar su embate violento dirigido contra la clase obrera, en aras de que ésta no sólo no avance hacia la conquista de su libertad, sino que también retroceda por medio de la eliminación de las conquistas sociales obtenidas históricamente por los trabajadores.
Sin embargo, el dominio burgués no sólo acontece por medio del uso de la violencia física armada; tiene que desplegar todas aquellas tácticas existentes con miras a implantarnos un miedo que nos inmovilice políticamente, sembrando un sentimiento de inferioridad para dominarnos, manipularnos, para ocultar y mistificar la verdadera esencia represora del Estado capitalista. Ello explica el desperdicio millonario que gasta el Estado con miras a justificarse: la ideología que oculta día tras día la naturaleza opresiva del sistema capitalista.
Una de las tácticas utilizadas por el Estado burgués para dominarnos consiste en la violencia coercitiva concatenada a las relaciones sociales que se entablan en torno a la producción y consumo de drogas. Grosso modo, se pueden identificar, a partir de una política punitiva sobre los estupefacientes, cuatro modalidades del ejercicio coercitivo del Estado capitalista:
La colaboración entre las organizaciones delictivas y las instituciones de seguridad estadounidenses para financiar la contrainsurgencia dirigida contra movimientos sociales revolucionarios.
El uso oportunista de la prohibición para fincar responsabilidades inexistentes en torno al tráfico de drogas a líderes militantes o activistas, con miras a su encarcelamiento, no tanto por actividades delictivas, sino por su posición política revolucionaria.
La representación de las organizaciones delictivas (comúnmente llamadas “cárteles de la droga” o “narcotráfico”) como enemigos autónomos del Estado, obviando y ocultando los nexos de complicidad y colaboración entablados entre los actores delictivos y los actores de poder estatales. Dicha representación sirve para justificar el reforzamiento de los grilletes del Estado: la creación y dispendio en fuerzas de seguridad, la vulneración de derechos civiles so pretexto de la “guerra contra las drogas” y la militarización de las fuerzas de seguridad pública.
La introducción directa de estupefacientes tóxicos altamente adictivos en el seno de movimientos sociales revolucionarios.
Por razones de espacio, el presente artículo sólo profundizará en este último mecanismo, teniendo como ejemplo paradigmático la introducción de heroína y cocaína llevado a cabo por el Buró Federal de Investigación (FBI) estadounidense dirigido contra el movimiento Panteras Negras (Black Panthers) de ese país.
Tras cuatro siglos de esclavitud efectuada en la territorialidad de las otrora 13 colonias británicas, la abolición de dicha modalidad de explotación dirigida contra la población negra no acabó con la marginación opresiva que el capital ha perpetrado contra la comunidad afroamericana. Antes bien, después de la abolición de la esclavitud, en todo el siglo XX y lo que va del XXI, la comunidad negra estadounidense ha sido víctima de la brutalidad policial racial. Para enfrentar el embate violento de la policía, en octubre de 1966, los estudiantes Bobby Seale y Huey P. Newton fundaron el partido Black Panthers, movimiento político con influencias marxistas que pugnaba por la defensa de la población negra frente a la arbitrariedad policial. Entre sus actividades destacaron la creación de comedores infantiles para personas con bajos recursos, la organización de clínicas comunitarias y el combate a la drogadicción y otras enfermedades como la propagación del VIH o la tuberculosis.
Rápidamente, tanto el movimiento político Black Power, así como el partido político Panteras Negras se difundieron a escala nacional e internacional. El uso de la autodefensa armada, aunado a los constantes tiroteos sostenidos por los militantes de las Panteras Negras frente al irracional e irrestricto embate violento de las fuerzas coercitivas del Estado, tuvieron como ápice, para 1969, la declaración de este movimiento político por parte de Edgar Hoover (titular del FBI durante 48 años) como la mayor amenaza a la seguridad interna de Estados Unidos. A la par, este individuo supervisó y desarrolló el conjunto de prácticas represivas del FBI que tenían la intención de acabar con el movimiento de las Panteras Negras. Dichas tácticas incluyeron la vigilancia, infiltración y el acoso policial, pero también la introducción de drogas adictivas como la cocaína y heroína en los guetos de la comunidad afroamericana.
El mercado de las drogas ilegales, como una modalidad de acumulación de capital, fomenta la obtención de ingresos onerosos, necesarios para aceitar la maquinaria corruptora de funcionarios públicos, quienes permiten la circulación de drogas en los puertos y fronteras, hasta alcanzar las ciudades y los barrios. En particular, si bien los Black Panthers denunciaban y entregaban a la policía a los mismos traficantes de drogas, resultaba harto complicado enfrentar esta problemática cuando los mismos agentes del FBI eran quienes vendían cocaína y heroína a los Panteras Negras, con precios tan bajos y accesibles, junto con la inherente demanda de drogas siempre existente en el gueto por parte del lumpen proletariado.
Todo ello propició que muchos militantes, incluyendo líderes de los Black Panthers, imbuidos en un bajo nivel político, característico de la ausencia de una disciplina revolucionaria, se convirtieran en adictos: Huey P. Newton, cofundador y líder de las Panteras Negras, utilizó heroína y cocaína para reducir la tensión corporal. Posteriormente, caería en la adicción al crack. Eldridge Cleaver, quien fuera activista político y ministro de información de los Black Panthers, también se convirtió en adicto al crack.
La introducción de drogas como la cocaína o la heroína, alcahueteado e impulsado por el Estado capitalista, tiene por objeto dejar intactas las estructuras de opresión sociales, otorgando al proletariado una opción emocional escapista que le permita enajenarse por un momento de la pobreza, la desigualdad y el desempleo que lo atormentan. El adicto, de forma fugaz, se siente mejor, pero se vuelve un riesgo menor frente al militante comprometido con la revolución. Esta introducción no se reduce a las drogas duras: el cannabis, una droga blanda con menores riesgos de toxicidad, ha sido fomentada en la juventud para efectuar acciones represivas. Como ejemplo se tienen las acusaciones sin fundamento de los revolucionarios Lucio Cabañas (guerrillero del Partido de los Pobres) y Jorge Guillermo Elenes (militante sinaloense relacionado con la liga comunista 23 de septiembre) acusados de cultivar marihuana y amapola, y quienes fueron perseguidos durante la Operación Cóndor, campaña antidroga utilizada oportunistamente para eliminar agentes subversivos.
El consumo de drogas fomentado por el capitalismo también incluye la creación de una sensación de inferioridad y odio del trabajador hacia sí mismo, que lo conduce a conductas autodestructivas. El individuo adicto vive con la culpa y penitencia que supone su enfermedad, pero no convierte su odio en ira politizada dirigida hacia la clase dominante. El triunfo de la burguesía consiste en colapsar a los movimientos sociales otorgándoles drogas baratas a sus militantes, quienes se convierten en dependientes toxicómanos, individuos incapaces de organizarse revolucionariamente para transformar la realidad social. A la par, tanto el movimiento hippie en Estados Unidos en la década de 1960, las revueltas estudiantiles del mayo francés de 1968 e inclusive el movimiento estudiantil que fue brutalmente reprimido por el Estado mexicano en octubre de 1968, aunado a la huelga por la gratuidad de la educación en la UNAM de 1999, todos estos movimientos tuvieron como característica que fueron estigmatizados y calumniados desde el poder estatal, quien, de forma hipócrita, por un lado condena el consumo de drogas, pero a la par protege institucionalmente los procesos de acumulación de capital, garantiza una oferta regular de drogas (incluyendo a aquellas que se caracterizan por ser altamente adictivas) y, cuando se requiere, mediante dicha oferta, acerca mercancías-drogas con precios relativamente bajos a los movimientos sociales para socavar la disciplina revolucionaria.
Dada la orientación mistificadora del Estado capitalista y su política punitiva sobre estupefacientes, prohibirá a estos últimos considerando que su consumo propicia problemas inherentes al capitalismo, tales como la pobreza, el desempleo o el delito. Las “guerras contra las drogas” han insistido en echarle la culpa a las organizaciones delictivas o a países comunistas de proporcionar una oferta de drogas nocivas. Sin embargo, este razonamiento equívoco implica no considerar las condiciones sociales que engendran una demanda de drogas hasta la ruina del individuo, específicamente, como las deterioradas condiciones de vida originan la necesidad de alienarse por medio del consumo de drogas. La incesante búsqueda del olvido tiene como contexto social el desgarramiento emocional que involucra la pauperización, el estrés, ansiedad y depresión generalizada que afectan a la clase trabajadora.
Sin embargo, indicar que las drogas, per se, son malignas, tal como lo han vociferado Richard Nixon o Ronald Reagan en sus respectivas “guerras contra las drogas”, supone fetichizar una mercancía que posee un valor de uso específico, alterar las funciones neurotransmisoras del cerebro para crear placer o aliviar el dolor. Más bien, bajo las relaciones sociales capitalistas, el consumo de drogas, ya sean duras o blandas, se convierte en un medio eficaz para la enajenación social, y también para el ejercicio de la coerción de la clase social burguesa.
En este sentido, consumir cualquier tipo de estupefaciente, ya sea lícito o ilícito, hasta el embotamiento embrutecedor, no servirá de nada para cambiar el mundo. Un paliativo con miras hacia la efímera búsqueda del olvido jamás será el antecedente para ponerle fin al capital. Nuestro descontento, nuestra ira será politizada en la medida en que se dirija no hacia nosotros por medio de conductas autodestructivas, sino dirigiendo nuestro odio hacia la burguesía encontrando el nexo causal de nuestras penurias con la existencia del capitalismo como modo de producción dominante. No menos importante es considerar que, para organizarse conscientemente, debemos tener la tranquilidad y serenidad correspondientes al siempre necesario análisis concreto de la situación concreta, y para ello, no debemos caer en una adicción que suponga la ruina de nuestro cerebro. La juventud logrará cambiar este mundo por medio de la disciplina consciente revolucionaria, la cual sorteará en todo lugar las trampas que le planten sus enemigos a vencer, incluyendo la posibilidad de enajenarse con estupefacientes.