Los titánicos acontecimientos ocurridos en Alemania entre noviembre de 1918 y octubre de 1923 constituyen un capítulo trágico y amargo en el movimiento obrero internacional. Se perdieron enormes oportunidades, en las que la clase trabajadora alemana podría haber tomado el poder repetidamente, pero todo desembocó finalmente en la espantosa victoria de los nazis en 1933 y en la aniquilación del movimiento obrero alemán. Los esfuerzos revolucionarios de los trabajadores alemanes quedaron frustrados por la traición de los socialdemócratas y por los trágicos errores cometidos por los dirigentes del joven Partido Comunista alemán.
Es el deber de los comunistas y revolucionarios de hoy estudiar la revolución alemana y aprender sus lecciones, de inestimable valor para el futuro.
La socialdemocracia alemana (Partido Socialdemócrata Alemán, SPD) era la más poderosa del mundo, con una enorme influencia, a nivel nacional e internacional. En el pináculo de su influencia, antes de la guerra, tenía más de un millón de afiliados. Era el mayor partido del Reichstag, con un tercio de los votos y 110 diputados. Controlaba un movimiento sindical de 2 millones de afiliados. Tenía cerca de 300 de diputados regionales y 2900 concejales. Disponía de 90 publicaciones nacionales, regionales y locales de diverso tipo, y 3.000 liberados. Tenía a su cargo también asociaciones deportivas, culturales, y cooperativas, constituyendo un verdadero Estado aparte, dentro del Estado alemán.
«El Partido Socialdemócrata Alemán se convirtió en una forma de vida», afirmó Ruth Fisher, una dirigente del ala izquierda. «Era mucho más que una máquina política; le dio al trabajador alemán dignidad y estatus en un mundo propio».
La traición de agosto de 1914
Sin embargo, los acontecimientos derribaron este «modo de vida». A pesar de sus declaraciones contra la guerra imperialista, en agosto de 1914 los dirigentes socialdemócratas alemanes, así como los demás dirigentes principales de la Segunda Internacional, capitularon y apoyaron la guerra imperialista, hoy conocida como Primera Guerra Mundial. Para las bases del partido, fue una conmoción terrible. Incluso Lenin pensó en un primer momento que la edición del Vorwärts, el periódico oficial del SPD, donde el partido anunciaba su apoyo a los créditos de guerra, era una falsificación del Estado Mayor alemán.
La guerra pronto ahogó toda oposición. Sólo unos pocos socialistas internacionalistas (los bolcheviques en Rusia, Connolly en Irlanda, McLean en Escocia, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht en Alemania, algunos entre los socialistas italianos y otras nobles excepciones) se mantuvieron contra la corriente. Su tarea era explicar lo sucedido y reagrupar a los auténticos internacionalistas.
Las décadas de auge económico en Europa y América que siguieron a la fundación de la Segunda Internacional (1889), habían hecho surgir tendencias oportunistas, de conciliación de clases, dentro de sus filas. Las cúpulas reformistas del movimiento, aunque hablaban de labios para afuera del socialismo, comenzaron a adaptarse al capitalismo. Resaltaban el programa «mínimo» de las reivindicaciones cotidianas de la lucha, a expensas del programa «máximo» del socialismo, relegado a los discursos del Primero de Mayo. Repelido por la traición, Lenin exigió una ruptura total con los dirigentes oportunistas.
La oposición se organiza
La primera reunión de socialistas «internacionalistas» tuvo lugar en septiembre de 1915 en Zimmerwald, Suiza. Incluso aquí se abrieron divisiones y se creó un ala izquierda que pedía que la guerra imperialista se transformara en una guerra de clases contra cada burguesía nacional, bajo la consigna de Liebknecht de que: «el enemigo principal está en casa».
Karl Liebknecht fue el primer diputado del SPD que rompió la disciplina del partido y votó contra los créditos de guerra, en diciembre de 1914.
Si bien estas ideas sólo afectaron a un pequeño puñado, la oposición a la guerra comenzó a crecer. Estallaron disturbios por hambre en Hamburgo y huelgas en la cuenca industrial y minera del valle del Ruhr. En mayo de 1916, Karl Liebknecht reunió a miles de personas en un acto ilegal contra la guerra en la Potsdamer Platz de Berlín, tras lo cual fue detenido. La dirigente más reconocida del ala izquierda del SPD, Rosa Luxemburgo, también fue detenida. En ese momento, los revolucionarios alemanes se agruparon en el Grupo Internacional, que seguía siendo parte del SDP. Al año siguiente, en abril de 1917, la oposición masiva que había crecido dentro del partido se escindió para formar el Partido Socialdemócrata Independiente (USDP). El Grupo Internacional, ahora llamado “Liga Espartaco”, en honor al heroico esclavo que se alzó contra la antigua Roma, se unió al USDP. No se trataba de una escisión pequeña: incluía 33 diputados del SPD que habían sido expulsados por oponerse a la guerra. Mientras que unos 170.000 permanecieron en el antiguo partido, 120.000 se unieron al USDP.
El ingreso de los “espartaquistas” en el USDP era una decisión correcta. Ellos sólo tenían varios cientos de militantes, mientras que el USPD agrupaba a decenas de miles de obreros revolucionarios contrarios a la guerra, y que podían ser ganados para el comunismo a través de una experiencia común. El problema, que a la larga resultó fatal, fue que los dirigentes espartaquistas se negaron a construir una organización sólida de cuadros dentro del USPD, ganando y formando militantes con la ambición y la confianza de ponerse a la cabeza del movimiento para conquistar el apoyo mayoritario de la clase obrera. Actuaban simplemente como un grupo de presión, sin proponerse siquiera sacar un periódico regular para difundir sus posiciones de manera sistemática. En la concepción de Rosa Luxemburgo: “las masas encontrarían espontáneamente las formas de organización adecuadas en el curso de la acción… el papel del partido era solo el de iluminar a las masas y estimularlas para la acción” (P. Broué. Revolución en Alemania 1917-1923).
Esta concepción organizativa laxa nacía como respuesta y rechazo al centralismo burocrático que se había desarrollado en el SPD en los años anteriores.
Sin embargo, el giro más brusco de los acontecimientos se produjo a principios de 1917 con la Revolución de Febrero de 1917 en Rusia. En Alemania, el Ministro del Interior habló del «efecto embriagador de la Revolución Rusa». El espartaquista Fritz Heckert declaró que «el proletariado alemán debe aprender las lecciones de la Revolución Rusa y tomar las riendas de su propio destino». Meses más tarde, en noviembre, llegaron noticias de una nueva revolución, con el triunfo de la revolución socialista en Rusia dirigida por los bolcheviques. Este acontecimiento sacudió al mundo entero, incluidos los trabajadores, soldados y marineros alemanes, asqueados por la guerra sin fin.
Luxemburgo escribió desde prisión sobre «estos magníficos acontecimientos» que actuaron sobre ella «como un elixir de vida».
La revolución de noviembre
Para el verano de 1918, los ejércitos alemanes se enfrentaban a la derrota. En octubre empezaron a aparecer banderas rojas en los trenes que transportaban soldados de permiso. En noviembre, la revolución había estallado. Comenzando por los marineros de la flota del Mar Báltico, que se negaron a ser embarcados para nuevos combates, los motines se extendieron de barco en barco. Se establecieron consejos de trabajadores y marineros en todas partes (de un carácter similar a los sóviets de la Revolución rusa) y el viejo régimen se desmoronó. El emperador Guillermo II huyó a Holanda y la “oposición” liberal al régimen pidió ayuda a los dirigentes del SPD, dándoles entrada en un gobierno de coalición, para hacer descarrilar el movimiento. Sin embargo, la revolución se extendió como la pólvora. Desgraciadamente, lo que faltaba era un partido similar al de los bolcheviques en Rusia.
Sin una oposición a su izquierda, combativa y enraizada en las masas, los dirigentes del SPD explotaron hábilmente la idea de “unidad” y de “republica social” que proclamaban ahora entre las masas. Semanas más tarde, los dirigentes del SPD consiguieron implicar al USPD en un gobierno de coalición, dándole una apariencia más de “izquierda”, lo que mostraba la confusión extrema de los “independientes”, que oscilaban entre el reformismo y la revolución. Finalmente, el USPD terminó aceptando la convocatoria de una Asamblea Constituyente, con la oposición de los espartaquistas, en lugar de mantenerse en la consigna de todo el poder a los consejos de obreros y soldados, muchos de los cuales fueron copados desde arriba por el SPD con toda clase de maniobras.
Con los socialdemócratas a la cabeza, la revolución se descarriló fácilmente. Se promulgaron la jornada de 8 horas y los convenios colectivos. Si bien hubo que sacrificar la monarquía, se evitó la amenaza a la propiedad privada. Se salvó el viejo orden, pero bajo una apariencia democrática.
El levantamiento de enero de 1919
Los espartaquistas eran demasiado débiles para aprovechar la situación, a pesar de los heroicos esfuerzos de Luxemburgo y Liebknecht, quienes fundaron el Partido Comunista Alemán a finales de 1918. En el momento de la revolución de noviembre tenían 2000 militantes en toda Alemania, y sólo 50 en Berlín. Sus integrantes eran, en general, muy jóvenes, sin experiencia en los movimientos de masas y por tanto muy propensos al ultraizquierdismo: boicot a las elecciones, rechazo a trabajar en los sindicatos reformistas, partidarios de insurrecciones prematuras. En suma, le daban la espalda a la mayoría de la clase obrera que aún no había sacado todas las conclusiones revolucionarias necesarias y que necesitaba de más experiencia y de trabajo en común con el ala consecuentemente revolucionaria.
Aunque fue correcto oponerse a la convocatoria de la Asamblea Constituyente, una vez que esto era inevitable y contaba con el apoyo o neutralidad pasiva de gran parte de la clase obrera, era un error no participar, para hacer agitación revolucionaria entre capas más atrasadas de la clase.
Estas posiciones ultraizquierdistas repelían a la Red de Delegados Revolucionarios de Berlín, la vanguardia del movimiento obrero de la capital que aglutinaba a miles de obreros revolucionarios, y sobre quienes Liebknecht ejercía una gran autoridad. Rechazaron unirse al nuevo partido y decidieron permanecer en el “ala izquierda” del USPD. De hecho, los dirigentes espartaquistas Luxemburgo, Jogiches, Clara Zetkin y Paul Levi eran partidarios de haber esperado al Congreso del USPD a fines de enero para dar una batalla final en este partido antes de formar el KPD, pero la mayoría “izquierdista” del nuevo partido se opuso.
Para peor, los espartaquistas se dejaron coger en una provocación a comienzos de enero de 1919, cuando el gobierno destituyó al jefe de policía de Berlín, Emil Eichhorn, miembro del ala izquierda del USPD. En Berlín, hubo una huelga general masiva con cientos de miles de manifestantes en protesta. Animados por la respuesta del movimiento, militantes espartaquistas ocuparon el edificio del periódico del SPD, el Vorwärts, con el apoyo de Liebknecht, y se levantaron en armas en otras partes de la ciudad. Aquí las jóvenes fuerzas espartaquistas sobrevaloraron la situación y trataron de sustituir a las masas. Éstas, mientras estaban dispuestas a hacer oír su indignación aún no habían madurado la necesidad de un levantamiento armado contra un gobierno que todavía un sector de la clase obrera, más retrasado, consideraba como propio. Aunque Luxemburgo se opuso a la aventura, en lugar de proponer una retirada ordenada, terminó aceptando el hecho consumado. El gobierno lanzó una represión despiadada que culminó con el asesinato brutal de ambos dirigentes revolucionarios, privando así al proletariado revolucionario alemán y al joven Partido Comunista de sus dirigentes más destacados, en un momento crucial. Decenas de dirigentes más del KPD fueron asesinados en las semanas posteriores.
En abril, se formó la República de los Consejos de Baviera, después de una huelga general tras el asesinato de un dirigente de la izquierda, por medio de una coalición heterogénea e inestable de miembros del USPD, anarquistas y comunistas, pero quedó aislada y a comienzos de mayo fue derrotada por la fuerza y disuelta.
Este giro hacia la contrarrevolución y la represión fue liderado por la escoria de los Freikorps, un grupo paramilitar reaccionario, reclutado por el ala derechista del SPD en el gobierno, y que posteriormente nutrió las filas de los nazis.
El putsch de Kapp
Confiado con el aplastamiento del ala izquierda de la revolución, un sector del Estado Mayor junto a algunos grandes empresarios comenzaron a jugar con la idea de instaurar una dictadura militar y despedir del gobierno a sus socios del SPD con una patada, una vez que les habían sido muy útiles para boicotear la revolución socialista en marcha. Esto coincidió con una nueva ofensiva de los gobiernos de la Entente, vencedores de la Primera Guerra Mundial, que exigían dinero de reparaciones de guerra al ya exhausto presupuesto alemán y la entrega de algunos oficiales alemanes para ser juzgados por crímenes de guerra. Tras meses y semanas de tensión esto culminó en el intento de un golpe militar en marzo de 1920, encabezado por un antiguo alto funcionario imperial, Wolfgang Kapp, con el apoyo de generales del Ejército. El llamado putsch de Kapp, fracasó después de que la mayor huelga general que había conocido Alemania hasta entonces, paralizara Berlín y todo el país.
Paradójicamente, fue la burocracia sindical del SPD la que dirigió el movimiento de respuesta al golpe, utilizando los mismos sindicatos que los “izquierdistas” consideraban muertos. Lo que éstos no podían entender es que diferentes capas de la clase obrera se mueven en diferentes momentos, siendo las capas atrasadas las últimas en incorporarse sobre la base de grandes acontecimientos. Pero lo más sorprendente fue que el KPD no jugo ningún papel en la lucha contra el golpe de Kapp, en la capital Berlín, donde el ala más izquierdista dirigía el partido. Sus dirigentes llamaron a la calma y a no salir a la calle, afirmando en un comunicado que la clase obrera “es incapaz de actuar”. Paul Levi, el dirigente más destacado, que estaba en prisión aislado del partido, se quejó más tarde de la oportunidad perdida por el KPD de destacarse entre las masas. Este látigo de la contrarrevolución sirvió para impulsar la revolución, provocando una crisis dentro de las organizaciones tradicionales de la clase trabajadora.
El nacimiento de un partido comunista de masas
El USPD, que tenía 100.000 miembros cuando comenzó la Revolución de 1918, superó los 300.000 militantes en marzo de 1919. Poco después del fracasado golpe de Kapp, en abril de 1920, donde el USPD sí jugó un papel destacado, alcanzaba los 800.000 miembros y disponía de 54 diarios. Este partido era una organización centrista. Simpatizaba abiertamente con la Revolución rusa, pero oscilaba entre el reformismo y la revolución. Lo más importante es que contaba con la lealtad de sectores clave de la clase trabajadora alemana. Finalmente, en octubre de 1920, en su Congreso de Halle, votó a favor de la afiliación a la Tercera Internacional, fundada un año antes. El ala derecha se separó y el partido luego se fusionó con el PC alemán para formar el Partido Comunista de Alemania Unido (VKPD o KPD), con cerca de 400.000 miembros, y 33 diarios y que se proponía disputar la dirección de la clase trabajadora.
En ese momento, Lenin era muy crítico con el ultraizquierdismo de un sector del PC alemán, sobre el cual escribió su libro La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo. Los ultraizquierdistas del PC se escindirían en abril de 1920, antes de la fusión con el USPD, para formar el KAPD.
El dirigente del KPD que más había hecho por orientarse a la izquierda del USPD para ganarla para el comunismo fue Paul Levi, tras una acertada política de frente único. Levi era el dirigente más capacitado del comunismo alemán tras el asesinato de Rosa Luxemburgo. El problema con Levi es que era muy inconstante y caprichoso, y en su afán de distanciarse de las aventuras de los izquierdistas, a veces tendía hacia la pasividad y a subestimar la capacidad del KPD, incluso del nuevo partido refundado, que ya era un partido proletario de masas, para ganar la mayoría de la clase obrera en una situación revolucionaria.
La “acción de marzo” de 1921
En paralelo, la relación con la dirección de la Internacional Comunista (IC), conocía frecuentes roces. La dirección práctica y cotidiana de la misma correspondía a dirigentes de segundo nivel, como Zinóviev y otros, ya que Lenin y Trotsky estaban completamente implicados en sostener la difícil situación en la Rusia soviética. En lugar de convencer con argumentos e ideas, Zinóviev solía utilizar maniobras organizativas para socavar la autoridad de los dirigentes nacionales con los que entraba en conflicto.
En uno de estos conflictos, a comienzos de 1921, en relación a la situación del Partido Comunista italiano, Levi perdió una votación en el CC del KPD, que votó a favor de la posición del Ejecutivo de la IC. En lugar de aceptar su derrota y continuar trabajando en la dirección del partido, Levi dimitió de sus cargos de manera irresponsable, con gran disgusto de Lenin.
Moscú envió asesores, como el húngaro Béla Kun, un hombre mediocre que no tenía la capacidad suficiente para dar buenos consejos al KPD. Estos emisarios dieron crédito al ultraizquierdismo que aún subsistían en sectores del partido y propusieron la llamada “teoría de la ofensiva”. Esta teoría condujo a la debacle de la «Acción de Marzo» de 1921, donde el joven partido se vio empujado a un intento prematuro de tomar el poder, con consecuencias devastadoras.
En parte esto fue debido a un intento de sacudirse la acusación de pasividad durante el golpe de Kapp un año antes. La dirección del partido aleccionada por Béla Kun, tomó como base para su levantamiento armado unas jornadas de solidaridad con una lucha en la cuenca minera y metalúrgica de Halle (Sajonia), que el gobierno –en manos de la derecha tras la derrota del SPD en las elecciones unos meses antes– se disponía a reprimir duramente con el envío de policías y soldados. Pensaban que un alzamiento local triunfante podría extenderse por todo el país rápidamente. Comités locales del partido recurrieron a todo tipo de acciones aventureras, sin resultado, provocando una derrota sangrienta de los trabajadores. Como reacción, unos 200.000 militantes abandonaron el partido y decenas de miles perdieron sus empleos. Lenin se vio obligado a intervenir, criticando duramente a Kun y a la dirección alemana.
«La provocación fue clara como el agua. Y, en lugar de movilizar a las masas obreras con fines defensivos, para repeler los ataques de la burguesía y demostrar así que tenían la razón de su lado, inventaron su ‘teoría de la «la ofensiva», una teoría absurda que ofrece a la policía y a todo reaccionario la oportunidad de presentaros como los que tomaron la iniciativa en la agresión, frente a los cuales ellos podrían hacerse pasar por los que defienden al pueblo». Resumió su posición: «Hay que ganar a las masas como paso previo a la conquista del poder».
La política del frente único
La derrota abrió un gran debate en la Internacional Comunista, del que surgió la política del Frente Único, resumida en la frase «¡Marchar separados, golpear juntos!» La tarea clave era «explicar pacientemente» y participar en actividades que unieran a la clase trabajadora en una acción unida. Se trataba de una política y un enfoque defendidos por Paul Levi, el líder clave del partido, pero que había sido expulsado por criticar públicamente la Acción de Marzo, y que más tarde giró a a la derecha, resentido por su expulsión. Fue reemplazado como presidente del partido por Heinrich Brandler, quien luego se convirtió en secretario general.
A partir de entonces, el partido emprendió una fructífera labor de Frente Único, consiguiendo apoyo en los sindicatos y las fábricas. Recuperó unos 100.000 militantes durante 1921 y 1922 y tenía 38 diarios a su disposición. Adoptó un programa de transición para tender puentes con los trabajadores reformistas, con gran efecto.
Habían desarrollado un trabajo muy efectivo en los sindicatos reformistas, hasta el punto que se alzaron con la mayoría en el sindicato de los metalúrgicos, el más importante y combativo.
En paralelo, se desarrolló el movimiento de los comités de fábrica, con la elección de representantes por los trabajadores, al margen del aparato sindical, favorecido por la descomposición y parálisis de los sindicatos reformistas. A fines de 1922, el KPD afirma controlar 2.000 comités de fábrica. El partido comenzó a organizar sus propios destacamentos armados, las Centurias Proletarias.
El crucial año de 1923
La prueba para el partido llegó en 1923. Debido al incumplimiento de sus obligaciones en virtud del Tratado de Versalles, el gobierno francés envió tropas para ocupar el valle del Ruhr. Esto abrió un período de inestabilidad económica y política, en el que el gobierno burgués alemán de Wilhelm Cuno ofreció una «resistencia pasiva». Las huelgas y batallas con las tropas francesas se volvieron cada vez más violentas. Los fascistas comenzaban a levantar la cabeza en medio de la agitación nacionalista, financiados por los grandes industriales. La inflación se convirtió en hiperinflación y la clase trabajadora sufrió una pauperización absoluta y la clase media quedó arruinada. El 3 de febrero de 1923, un huevo costaba 300 marcos; el día 10, 3.400; el 5 de agosto, 12.000; y el día 8, 30.000. Las tiendas cambiaban sus precios por horas. Los sindicatos colapsaron. Una marea revolucionaria barrió el país. Había llegado el momento de la revolución. Pero conforme más se acercaba esta, más se incrementaban las vacilaciones en la dirección del KPD.
A fines de julio, el gobierno de Cuno prohibió una gran manifestación antifascista que el partido preparaba en Berlín. La dirección del partido consultó a Moscú sobre si aceptar o no la prohibición del gobierno, pero la mayoría de los dirigentes bolcheviques estaban fuera, y Lenin ya se encontraba impedido irreversiblemente. Stalin, sin embargo, instó a los dirigentes alemanes a esperar, y declara: “Para mí, se debe contener a los alemanes y no estimularlos” (E.H. Carr, The Interregnum). El partido desconvocó la manifestación. La falta de resolución del partido comenzó a frustrar a una capa creciente de trabajadores.
A comienzos de agosto la situación alcanzó el clímax, las huelgas salvajes se sucedían por todo el país, y el partido amagó con convocar una huelga general de 3 días para provocar la caída del gobierno, pero el llamamiento nunca llegó, ante el rechazo de los dirigentes socialdemócratas a suscribirlo. Finalmente, la burguesía alemana se adelantó y Cuno dimitió por propia iniciativa sin dar la posibilidad a millones de trabajadores de probar su propia fuerza.
Insurrección abortada
No fue hasta agosto, en medio de la crisis del gobierno de Cuno, que el Buró Político ruso se reunió para discutir la situación alemana. Allí se instó a los alemanes a hacer preparativos para una insurrección. Trotsky insistió en que se fijara una fecha, la del 7 de noviembre, aniversario de la Revolución rusa, pero el dirigente del partido, Brandler, se opuso. En cambio, sugirió enviar a Trotsky a Alemania para ayudarles a preparar la insurrección, a lo que se opuso resueltamente Zinóviev, por celos. A comienzos de octubre, los representantes del KPD entraron en los gobiernos socialdemócratas de izquierda de Sajonia y Turingia, que estaban amenazados con ser disueltos por el gobierno de Berlín, como una plataforma de lanzamiento para la revolución. Se iba a utilizar una conferencia sindical con 500 delegados de sindicatos y comités de fábrica en la ciudad de Chemnitz para convocar una huelga general y provocar un levantamiento, utilizando la excusa de oponerse a la disolución de ambos gobiernos de izquierda. Sin embargo, las cosas salieron muy mal y la conferencia no apoyó la huelga, por la negativa de los socialdemócratas de izquierda. Nuevamente, los dirigentes comunistas se negaron a provocar un movimiento en solitario. La insurrección fue suspendida y se perdió la oportunidad. El desánimo y la impotencia se extendieron en las capas más activas de la clase obrera.
Solamente en la ciudad de Hamburgo se organizó el levantamiento armado, porque la comunicación de la cancelación llegó tarde, pero aislado en la ciudad, y tras varios días de combate, el movimiento fue aplastado.
El KPD fue declarado ilegal y se produjeron detenciones. El «fiasco alemán» había terminado.
Trotsky creía que la revolución podría haber tenido éxito si no hubiera sido por el fracaso de una dirección vacilante. Mientras que el Partido Bolchevique superó esta vacilación bajo el liderazgo de Lenin y Trotsky, este no fue el caso en Alemania. «En Alemania, la dirección en su conjunto vaciló y esta indecisión se transmitió al partido y, a través de él, a la clase.» (L. Trotsky, Lecciones de Octubre).La vacilación condujo a la derrota.
En el momento en que el grueso de la clase obrera alemana se movió masivamente hacia una salida revolucionaria, rompiendo sus ilusiones en los reformistas, faltó la dirección y el partido que precisaba para ayudarla a consumar la toma del poder.
La tragedia de la experiencia alemana fue que el partido revolucionario fue creado a marchas forzadas en medio del proceso revolucionario, sin dar tiempo a formar y educar a cientos y miles de cuadros obreros en todas las tareas de construcción del partido, del movimiento de masas, del trabajo sindical y parlamentario, del trabajo legal y en la clandestinidad, así como de las condiciones y preparación de la insurrección.
El Partido bolchevique contó con 14 años de preparación, desde la formación de la fracción bolchevique en el viejo Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, en 1903, como una organización de cuadros. Dispuso, además, de una dirección clarividente bajo la conducción de Lenin, y de una experiencia colosal en gran variedad de situaciones: revolución, contrarrevolución, trabajo legal y parlamentario, clandestinidad, y una educación internacionalista y de confianza en la clase obrera como no disponía ningún partido o corriente socialista revolucionaria en toda Europa.
En cambio, las fuerzas del comunismo alemán vinieron de jóvenes impacientes que trataron de copiar, sin comprenderlas, las tácticas del Partido bolchevique, y de cuadros obreros dirigentes acostumbrados a verse en minoría y a derrotas que desarrollaron en ellos una mentalidad fatalista y de falta de confianza en sus propias fuerzas. Ya en 1920, Paul Levi afirmó: “Somos muchos los que nos arrepentimos de no haber empezado a formar el núcleo del Partido Comunista en 1903”, el mismo año en el que se formó el núcleo del bolchevismo en Rusia.
A todo lo anterior se sumó la deficiente capacidad de la Internacional Comunista en guiar y aconsejar correctamente al joven partido alemán en todas sus etapas. Lamentablemente, la URSS estuvo asomada al abismo en esos mismos años (guerra civil, hambre, destrucción del transporte, etc.) que requería de las energías de los principales dirigentes bolcheviques.
Alemania pudo recomponerse a duras penas y temporalmente, por las condiciones de orfandad política a que habían conducido a la clase obrera las diferentes alas del movimiento, y con la ayuda de EEUU que volcó millones de dólares en la economía alemana para estabilizar el país y alejar el fantasma de la revolución, hasta que a fines de la década de 1920 regresó el colapso económico tras el crash de 1929.
Diez años después de la derrota de Octubre de 1923, en 1933, el poderoso KPD había sido destrozado. El ascenso de Stalin en la URSS selló el destino de la Internacional Comunista. La política ultraizquierdista del Tercer Período dividió a la clase trabajadora alemana y permitió que Hitler llegara al poder sin resistencia.
Más que nunca los titánicos acontecimientos de Alemania entre 1918 y 1923 deben servirnos de inspiración para sacar las conclusiones correctas en cuanto a táctica, estrategia y construcción del partido de cara a los procesos revolucionarios que se avizoran en el horizonte.
Bibliografía:
Pierre Broué, Revolución en Alemania (1917-1923) Ed. IPS
León Trotsky, Lecciones de Octubre
Rob Sewell, Germany: From Revolution to Counter-Revolution, Ed. WellRed Books
Patrick Larsen, La revolución alemana de 1918-1923 Ed. Lucha de Clases