El ciclo político iniciado el 15 de mayo de 2011 se ha cerrado, agotado el potencial revolucionario que albergaban sus posibilidades internas. Su acta de defunción viene certificada por el declive irreversible de Podemos y la toma del control de su espacio político, que dominó durante 8 años, por el ala derechista pro-régimen del 78 de Unidas Podemos.
Este ala, personificada ahora en SUMAR, es un reciclaje de toda esa vieja izquierda apoltronada durante décadas en el institucionalismo burgués y que llegó completamente desprestigiada al cambio de ciclo del 15M de 2011: el aparato conservador del PCE y de Izquierda Unida, incluyendo a su máximo dirigente Alberto Garzón; los políticos profesionales de la antigua Iniciativa per Catalunya reubicados ahora en Los Comunes de Ada Colau, los nacionalistas socialdemócratas de Compromís en Valencia, y la nueva hornada de cooptados por el régimen, como Más País de Íñigo Errejón.
Podría parecer que volvemos como al principio, 15 o 20 años atrás. Pero la historia nunca se repite en círculo, sino en espiral, a un nivel superior, enriquecida y condicionada por los desarrollos previos.
La irrupción de Podemos
La irrupción de Podemos tuvo lugar en las elecciones europeas del 25 de mayo de 2014, alrededor de la figura de Pablo Iglesias, quien se había hecho muy popular en debates de televisión con denuncias enérgicas y valientes del régimen político español y del papel de las grandes empresas y bancos, en el marco de la crisis económica y social que azotaba en aquellos momentos al país. Bajo los lemas de: “¡Abajo la casta!” y “Romper el candado del Régimen del 78”, Podemos obtuvo el 8% del voto en dichas elecciones, y pasó a un 28% en intención de voto 6 meses después, colocándose en el primer lugar de las preferencias electorales. Tal era el descrédito de los demás partidos políticos, a derecha e izquierda. El 30 de enero de 2015, Podemos realizó una demostración de fuerza que ningún otro partido ha podido igualar, cuando congregó en solitario a 300.000 personas en las calles de Madrid. Este fue un punto culminante de su influencia.
La burguesía española entró en pánico. Sólo un par de días antes de morir, a fines de septiembre de 2014, el principal banquero del país, Emilio Botín, presidente del Banco de Santander, manifestó su enorme preocupación sobre Podemos a un núcleo selecto de periodistas con quienes se había citado para conversar. Por esos meses, los dirigentes de Podemos recibieron peticiones de reuniones “privadas” de la Embajada de Estados Unidos y de directivos de las principales empresas del país, con quienes se reunieron secretamente. Querían conocer el alcance real de sus planes “subversivos”. Lo mismo hizo el expresidente Rodríguez Zapatero, del PSOE. Nada trascendió del contenido de esas reuniones.
El inicio del ciclo del 15M
Nada de esto cayó del cielo. Podemos fue la expresión política de la gigantesca experiencia de movilizaciones de masas acumulada en los 3 años precedentes. Según las estadísticas oficiales, en 2012 y 2013 se produjo un promedio de 123 actos de protesta diarios de diverso tipo y amplitud, a lo largo y ancho del Estado. El 25% de la población declaró haber participado en manifestaciones.
En realidad, esto fue parte de un fenómeno internacional, reflejo de la profundidad de la crisis capitalista en todas partes, con la irrupción de la llamada Primavera Árabe en enero de 2011, las luchas contra las políticas de austeridad en Grecia y Portugal, o el desarrollo del movimiento Occupy en EEUU y Canadá.
El ciclo comenzó en los meses finales del gobierno del PSOE de Rodríguez Zapatero. Y lo hizo con la impresionante movilización de los “indignados”, iniciada el 15 de mayo de 2011 tras el desalojo policial de la Puerta del Sol de Madrid de un grupo de jóvenes acampados que protestaban por la situación social de la juventud, en medio de la aguda crisis económica y social de 2008-2013. La respuesta al desalojo policial fue la ocupación de la Puerta del Sol durante meses por miles de jóvenes acampados, que se replicó en las principales plazas de todo el Estado. Como ahora, el descrédito de una izquierda oficial completamente descafeinada dio lugar a mayorías aplastantes de la derecha, primero en las elecciones municipales del mismo mayo de 2011 y posteriormente en las elecciones generales de noviembre de ese año.
En aquel momento, el PP de Rajoy se presentaba con una imagen “moderada” y “centrista”, lo que sirvió para camuflar su auténtica faz, sobre todo entre una capa de la población desesperada por los efectos de la crisis. Pero desde el primer momento, el gobierno del PP se lanzó a una política brutal de recortes sociales (ya iniciada por el PSOE de Zapatero) y de derechos democráticos. Se aprobaron la reforma laboral, que vació el carácter vinculante de los convenios colectivos para los empresarios, y la Ley Mordaza que otorgaba plenos poderes a la policía en la calle. Todo esto desencadenó la mayor movilización popular desde la década de los años 70. Hubo 2 huelgas generales masivas en 2012, oleadas de millones se lanzaban a las calles contra los recortes, articulados en las Mareas blanca (sanidad) y verde (educación). Una marcha minera procedente de León, en protesta contra el cierre de las explotaciones, fue recibida por 200.000 personas en las calles de Madrid a fines de junio de 2012. A fines de septiembre de 2012, se convocó una concentración ilegal que rodeó el Congreso de los Diputados en Madrid, y congregó a decenas de miles de personas durante toda la noche y la madrugada. La lucha contra los desahucios alcanzó una extensión desconocida que impidió 20.000 desalojos por la acción directa de masas. Se creó una red de movimientos sociales con la participación de decenas de miles de personas (Mareas, Plataforma de Afectados por las Hipotecas, Stop Desahucios, plataformas contra la represión, contra la restricción del derecho al aborto, a favor de la república, etc.). La clase media giró bruscamente a la izquierda, sumándose al movimiento. El punto culminante fue la Marcha de la Dignidad del 22 de marzo de 2014, cuando 1 millón de personas tomó Madrid bajo la consigna de que la democracia y la economía estén en manos del pueblo.
El paso de la lucha social a la lucha política
Como resultado, hubo más de 1.100 expedientes sancionadores, sólo en 2013, con multas de entre 300 y 6000 euros. Más de 3.000 trabajadores y activistas sociales fueron encausados judicialmente, la mayoría por participar en piquetes y protestas laborales, y muchos de ellos acabaron en prisión.
En paralelo, la cuestión nacional catalana emergió de una forma explosiva. Aunque inicialmente los dirigentes nacionalistas catalanes enarbolaron la consigna de la independencia de manera demagógica, como una forma de culpar a Madrid por los recortes que ellos mismos estaban aplicando en Catalunya, el movimiento adquirió una vida propia alimentado por el ambiente anti-establishment y por el anticatalanismo desvergonzado que exhibían la derecha española y el aparato del Estado. En paralelo, el sentimiento antimonárquico se extendía, aguijoneado por la corrupción desenfrenada de la familia real. Juan Carlos I fue obligado a abdicar en junio de 2014, por miedo a que la consigna de la república fuera enarbolada por millones en las calles de manera resuelta. La crisis de régimen y un ambiente prerrevolucionario dominaban la sociedad. Esto marcó un punto de ruptura con el régimen y el sistema político por millones de personas, que buscaban una alternativa política de transformación social.
Pese a todo, las energías de la protesta social no terminaban de encontrar un cauce para barrer con el viejo sistema. La enorme movilización social de protestas había alcanzado sus límites por la falta de una dirección que pudiera llevar el movimiento a una ruptura completa con el sistema capitalista, ya que dentro de sus marcos la crisis era irresoluble. Los sindicatos y la izquierda oficial se habían «borrado» del movimiento. Y las jóvenes fuerzas que impulsaban el movimiento aún eran inmaduras y heterogéneas. Agotado el ciclo de luchas masivas, las masas indignadas dieron un giro a la lucha política, una vez que vieron un punto de referencia y que encontraron en Podemos. Y lo hicieron con el mismo entusiasmo y energía con el que habían combatido en la calle.
Este fue el “secreto” de la fuerza de Podemos y no, como imaginaban sus dirigentes, por el carácter supuestamente original de su lenguaje, de sus consignas y de sus formas organizativas. De la noche a la mañana cientos de miles de personas se afiliaron a Podemos y se establecieron miles de círculos (agrupaciones) por todo el país.
Oportunismo de la dirección
La verdad debe ser dicha. La dirección de Podemos conformó el movimiento de una manera oportunista, aterrada por la proporción que adquirió su influencia, que en modo alguno esperaban. Se negaron a estructurar una organización democrática donde la base militante pudiera determinar la política y orientación del partido. Sobre el papel, su modo de organización era híper asambleario, pero en la realidad todas las decisiones se tomaban en la cúpula, que no podía ser revocada por ninguna instancia inferior. Su programa radical inicial que incluía la jubilación a los 60 años y la nacionalización de los sectores clave de la economía (aunque sin especificar cuáles), pronto fue abandonado. En lugar de preparar a la organización para el combate, a través de los movimientos sociales y el trabajo sindical, circunscribieron su actividad a la lucha electoral. Los sectores más a la izquierda fueron marginados y purgados desde arriba. Echaron mano de viejos carreristas procedentes de IU, del PSOE, de la desprestigiada Iniciativa per Catalunya, entre otros, y los pusieron al frente del movimiento en muchas zonas. Podemos se llenó de todo tipo de arribistas pequeñoburgueses, busca cargos, gente despolitizada y sin conciencia de clase que veía una oportunidad de medrar. Y la dirección promovió conscientemente a esta capa para tratar de amortiguar a través de ellos la presión de la base.
Pese a su fraseología radical, y por momentos valiente, lo que siempre ha caracterizado a Pablo Iglesias es una desconfianza profunda y arraigada en la capacidad de la clase trabajadora para transformar la sociedad, y un pánico a un enfrentamiento frontal contra el sistema, para el que no tiene alternativa. Siempre lo ha confiado todo a movimientos de aparato y golpes de efecto. Todo ello condenaba a Podemos por adelantado, aunque esto no era evidente para el grueso de la militancia por la enorme autoridad política de que gozaba Iglesias en aquellos momentos.
En las elecciones municipales de mayo de 2015, Podemos y sus aliados alcanzaron triunfos resonantes en las grandes capitales, como Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Cádiz, Santiago, Coruña, y otras. Venció al PSOE en casi todas las zonas, excepto Asturias, Andalucía, Extremadura y las dos Castillas. Su defensa valiente, en un primer momento, del derecho de autodeterminación para Catalunya y Euskadi, lo convirtió en el primer partido en ambos territorios, por delante de los nacionalistas vascos y catalanes.
Cierto es que el régimen lanzó una campaña feroz y desvergonzada de calumnias y desprestigio, e improvisó un Podemos “de derechas” a través de Ciudadanos para arrebatarle una parte de la clase media temporalmente radicalizada. Pero fueron los continuos zig-zags a derecha e izquierda y las vacilaciones de la dirección de Podemos, en lugar de mantener una posición firme, las que crearon dudas en la parte más inestable de su base de apoyo que fue desplazándose progresivamente al PSOE y Ciudadanos.
Aun así, Podemos superó el 21% en las elecciones generales de 2015 y 2016 (aquí con IU), quedándose muy cerca de superar electoralmente al viejo PSOE. Pero su incapacidad para gestionar la negativa del PSOE a conformar un bloque de izquierda para echar al PP del gobierno, quien había perdido la mayoría absoluta, provocó una creciente frustración en las bases de la izquierda y dio inicio al giro a la derecha de un sector de las capas medias insatisfechas con una izquierda que se mostraba incapaz de ofrecer una salida a la situación.
Las elecciones de 2015 y su repetición meses después en 2016 habían conducido a la parálisis política, al encontrarse el PP de Rajoy en minoría en el Congreso y sin apoyos para formar gobierno. El aparato del PSOE, encabezado por Pedro Sánchez, reaccionó frente a las vacilaciones de Podemos y ante el peligro real de ser desbancado como primer partido en la izquierda. Se enfrentó al ala derecha del partido encabezada por la felipista Susana Díaz, que no quería saber nada de un entendimiento con Podemos ni con los independentistas catalanes y vascos por ser fuerzas «anti-sistema», y exigía la abstención del PSOE para permitir la continuidad de un gobierno del PP en minoría, pese a que existía una mayoría de izquierda en el Congreso, incluyendo a las fuerzas nacionalistas e independentistas de izquierdas. Sánchez derrotó a Díaz en las elecciones primarias del partido y consiguió ser elegido secretario general del PSOE por la militancia, lo que reflejaba aún el ambiente contestatario en las masas de la clase obrera. Esto dio un perfil «izquierdista» al PSOE que le permitió mantener y reforzar su base electoral.
Giro a la derecha
En 2017, tras la derrota del ala derechista de Íñigo Errejón en el segundo congreso nacional de Podemos, hubo un nuevo giro a la derecha en la dirección del partido, con una militancia real cada vez más menguada. Este giro a la derecha se consolidó con el referéndum de independencia catalán del 1 de Octubre de ese año, al darle la espalda a la iniciativa y mantener una posición equidistante entre este movimiento democrático y revolucionario y el nacionalismo españolista. Justamente a partir de ahí, Iglesias impulsó un absurdo discurso nacionalista español, supuestamente “progresista”, que blanqueó la palabra “patria” entre capas nuevas e inexpertas, lo que luego fue aprovechado por la ultraderecha de Vox para sus propios fines.
Al final, en mayo de 2018, Pedro Sánchez, sintiéndose seguro en el seno del partido y venciendo los escrúpulos del ala derecha del partido, presentó una moción de censura al debilitado y desacreditado gobierno de Rajoy y consiguió desbancarlo con el apoyo de Unidas Podemos (la marca electoral adoptada a partir de 2016) y de los independentistas catalanes y vascos.
Fue a partir de ese momento cuando la dirección de Podemos se asumió como una fuerza subalterna al PSOE y abandonó cualquier idea de sobrepasarlo. Apostó todo a formar un gobierno de coalición con Pedro Sánchez al punto de abandonar cualquier presencia en la calle y renunciar a su propio programa. Todo eso mató el espíritu contestatario y radical del movimiento, y dio inicio a su declive. Lo que movió a millones a confiar en Podemos no era conseguir unas pocas migajas que cayeran de la mesa de los ricos, sino un cambio total en sus vidas, una nueva esperanza, un cambio radical de sociedad, aunque no pudieran expresarlo de una manera clara y consistente.
En paralelo, las “alcaldías del cambio” en Madrid, Zaragoza, Galicia, y otras zonas, se perdieron en las elecciones locales de mayo de 2019, con gestiones municipales que poco se diferenciaban de una izquierda reformista convencional. Las últimas que resistieron, de manera precaria, como Barcelona, Valencia y Cádiz, cayeron sin gloria en las pasadas elecciones del 28 de mayo.
El gobierno de coalición
En las elecciones generales de abril de 2019 la derecha sufrió una derrota contundente, ante la movilización del electorado de izquierdas preocupado por el avance de Vox. La negativa de Unidas Podemos a investir a Sánchez si no lo dejaba entrar en el gobierno, provocó una repetición electoral en noviembre de ese año, con un resultado similar entre los bloques izquierda-derecha. Con su habitual tendencia al golpe de efecto, esta vez Sánchez sí aceptó la oferta de Pablo Iglesias para formar un gobierno de coalición.
Como ya avisamos en su momento, la entrada de Unidas Podemos en un gobierno de coalición con el PSOE, la haría corresponsable de una gestión de la crisis capitalista que dejaría insatisfecha a amplias capas de la clase trabajadora. Al mimetizarse con el PSOE, y sin una diferencia sustancial en su programa y discurso, eso inevitablemente reforzaría al PSOE en detrimento de UP, por la tendencia natural de la clase trabajadora de agrupar el voto en el partido más grande cuando no se aprecian grandes diferencias entre ellos. De esta manera, UP (la dirección de Podemos incluida), ya en el gobierno, traicionó dos de las principales banderas del movimiento de masas de 2012-2014, como fue la renuncia a derogar completamente la reforma laboral del PP y la Ley Mordaza. Tampoco dio ninguna alternativa al problema de la vivienda, otra de las grandes banderas del movimiento. La excusa de que eran minoría en el gobierno no es aceptable, todas esas promesas fueron firmadas en un programa de gobierno con el PSOE, y quedaron incumplidas, haciéndose corresponsables de claudicar antes los ricos y poderosos. Con un aparato del PSOE soldado al viejo régimen, este resultado era inevitable. En la oposición UP podría haber conseguido los mismos pequeños avances habidos y habría mantenido una bandera limpia y una referencia frente a las insuficiencias del gobierno PSOE, en lugar de haberle regalado ese espacio opositor a la derecha reaccionaria, como es ahora el caso.
Un declive irreversible
La suficiencia jactanciosa de Pablo Iglesias años atrás cuando proclamaba que la lucha en la calle no cambia nada, que sólo se pueden cambiar las cosas desde las instituciones (burguesas), se ha vuelto contra él y Podemos de una forma cruel.
La dirección de Pablo Iglesias, tras haber hecho todo tipo de concesiones a la derecha del partido y promovido a Carmena, Íñigo Errejón y Yolanda Díaz, terminó traicionada por estos últimos. Los dos primeros –que encabezaban las candidaturas de Unidas Podemos en Madrid– se escindieron sin previo aviso en vísperas de las elecciones autonómicas y municipales de 2019, apropiándose de la mayor parte de la base electoral de Podemos en Madrid, aprovechando la autoridad que la dirección de Podemos les había proporcionado en el período anterior. Yolanda Díaz, por su parte, ha terminado marginando completamente a Podemos en la conformación de su actual plataforma electoral, SUMAR, vetando la presencia de sus principales dirigentes en las listas electorales.
La que una vez se presentó como el ala de izquierda de Podemos (Anticapitalistas) ha jugado un papel verdaderamente lamentable. Incapaz de articular una corriente de oposición a las políticas de la dirección, pese a que llegaron a tener un gran peso interno y controlar federaciones importantes, sólo se distanciaron de Iglesias en cuestiones de democracia interna y procedimientos, pero nunca presentaron un programa político radical diferenciado ni agitaron por él. Se escindieron de Podemos al comienzo de la pandemia, en marzo de 2020, sin una explicación coherente y se han convertido en un grupo irrelevante con una presencia mínima en los movimientos sociales y obrero, con desviaciones oportunistas de todo género, como su giro a un nacionalismo andaluz pequeñoburgués, folclórico e insulso en el caso de Andalucía.
Hoy lo que queda de Podemos es una colección cada vez más escuálida de cargos públicos: sin ideología ni programa definidos. Sin base militante alguna, ni arraigo en la lucha social, su declive no tiene vuelta atrás.
Se avecina un nuevo ciclo revolucionario
Se ha cerrado un ciclo, pero la crisis de régimen subsiste. Los viejos demonios retornaron para quedarse: la debilidad del capitalismo español, el viejo aparato de Estado franquista que ha levantado la cabeza, la crisis de legitimidad de una monarquía corrupta, el lastre de los privilegios de la Iglesia, la cuestión nacional catalana y vasca que retornará con más vigor aún si la derecha se instala en la Moncloa. La clase obrera y, sobre todo, la juventud, tampoco son las mismas de hace 9 o 12 años. Han hecho su aprendizaje, con una actitud más crítica y desconfiada. El hecho de que miles de jóvenes, ya hoy, estén orientándose hacia el comunismo sin pasar por falsas instancias ideológicas intermedias es un indicativo claro del potencial revolucionario que alberga el porvenir.
La crisis del capitalismo español, que se profundizará con la nueva recesión global en ciernes, más las políticas antiobreras que una derecha o una socialdemocracia en crisis estarán obligadas a llevar, creará las condiciones para una nueva explosión de masas, como en el ciclo 2011-2014, y un nuevo giro masivo hacia la acción política, como desde 2014 en adelante. Pero este giro de masas a la lucha política tendrá un carácter anticapitalista más profundo, dejando atrás caudillismos trasnochados como vimos en Podemos, y frente a una izquierda oficial más desacreditada aún que en el ciclo anterior. Es la tarea de la corriente marxista, de una tendencia comunista como la que representa la CMI, llegar a esa instancia con cientos y miles de cuadros para intervenir con garantías de éxito y contribuir a la construcción de un partido comunista revolucionario internacionalista de masas que esté condiciones de dirigir a la clase obrera a la toma del poder.