La economía mexicana ha superado los índices existentes previos a la pandemia. El crecimiento económico del 2022 fue superior al 3% y en los tres primeros meses del año ha mantenido una media anual del 3%. Eso significa que aun si el crecimiento en los nueve meses restantes fuera del 0% el resultado global seria cercano al 1%.
A fuerza de ser sinceros, en realidad estamos contemplando una especie de periodo de estancamiento con señales de recesión en todo el mundo capitalista. En el caso mexicano, se trata de un crecimiento moderado que, comparado con lo que sucede en Europa, podría parecer ligeramente mejor; no obstante, en el fondo la pregunta sigue siendo la misma: ¿A dónde van a parar los beneficios del crecimiento? ¿Y quién paga las crisis? Ya que, indiscutiblemente, hay decenas de empresas que están ganando dinero como locos.
Sin duda, los flujos de capitales derivados del proceso de reubicación industrial de empresas europeas y norteamericanas en México tiene un efecto que apenas comienza, pero en última instancia el crecimiento económico ha implicado ganancias muy importantes para empresas que ya tienen varios años en México; American Móvil ganó casi 80 mil millones de pesos, un crecimiento del 20%, respecto al año anterior. Cierto es que el ritmo de crecimiento no fue tan espectacular como en otros años, pero aun asi estamos hablando de un incremento 12% superior a la inflación de ese mismo año.
Grupo México obtuvo beneficios por casi 3 mil millones de dólares, el sector automotriz creció casi un 10%, el sector bancario obtuvo beneficios superiores en un 20% al 2021: en números redondos, alrededor de 240 mil millones de pesos. Mientras que la bolsa de valores tuvo un incremento del 13%.
Tampoco las finanzas del Estado van mal. El déficit público fue de un 1.6% del PIB, muy por encima de cualquier parámetro internacional. La recaudación sigue creciendo a ritmos superiores al 4% y Pemex tuvo ganancias por 23 mil millones de pesos, que puede no parecer mucho, pero desde hacía 10 años sólo tenía perdidas.
Todo parece muy bien, pero aquí hay un problema: en este contexto los trabajadores han visto reducido su poder adquisitivo de forma drástica. Visto de otro modo, ha sido la clase obrera la que ha financiado el repunte económico del país.
Caída del poder adquisitivo
Pese a que el promedio de la inflación fue de un 8%, en el caso del 10% de la población, con ingresos de tres salarios mínimos o menos, la inflación les representó un incremento del 10% (https://elpais.com/mexico/2023-01-14/la-inflacion-en-mexico-afecta-el-poder-adquisitivo-de-los-mas-pobres.html).
Para la mitad de los trabajadores mexicanos, la pérdida del valor de sus ingresos por vía de la inflación fue de al menos un 9%. Por supuesto que el incremento a los salarios mínimos palió un poco la situación para los 4 millones de trabajadores del sector formal que prestan sus servicios bajo ese régimen, pero no es mucho frente a los 60 millones de proletarios que componen la base de la clase trabajadora mexicana.
Según los datos del Banco de México, los incrementos salariales en el sector privado rondan una media del 9%, con lo que, comparado con los efectos inflacionarios, suponen un crecimiento salarial nulo. Al mismo tiempo, lo que sí resulta escandaloso es el caso de los trabajadores del sector público, los cuales han tenido un incremento promedio del 4.5%; es decir que en términos reales han visto reducido su salario. Estamos hablando de 6 millones de personas y de ellos hay 2 millones de trabajadores de la educación y unos 500 mil dedicados al sector salud.
En suma, podríamos decir que el Estado mexicano, incluso en su versión 4T, es el peor patrón del país.
Mayor presión sindical
Los incrementos salariales no fueron por obra y gracia de la buena voluntad de los patrones. En el año 2022 se registró un incremento del 400% de los emplazamientos a huelga respecto al año 2021. Tan solo en enero del 2023 ya hay 53 emplazamientos, lo que hace prever un año agitado en ese sentido.
A este escenario ha ayudado un poco la necesidad de que los sindicatos se vean obligados a validar por medio de la votación universal tanto a sus respectivas direcciones sindicales como los mismos contratos colectivos, lo que llevó en el año pasado a importantes cambios, por ejemplo, en el sector automovilístico, con la salida de la CTM de la planta de General Motors en Silao, Guanajuato; cuestión que se ha replicado en diversas empresas, aunque no con la amplitud necesaria para fortalecer la condiciones de negociación de los trabajadores en su conjunto, los cuales, en el mejor de los casos, apenas lograron mantener su poder, aunque en la mayoría de ellos, especialmente en el sector público, la caída fue evidente.
Por supuesto que la democracia sindical es importante, pero ésta en sí misma no es suficiente. Según el Observatorio de Trabajo Digno, en México, el 86% de los trabajadores no están afiliados a un sindicato y, de las empresas con contrato colectivo, el 85% tiene contratos de protección (https://www.eleconomista.com.mx/capitalhumano/Sindicalismo-en-Mexico-una-realidad-solo-para-14-de-las-personas-trabajadoras-20220430-0028.html). De tal modo que, además de la democracia sindical, es necesario un intenso proceso de sindicalización de los nuevos trabajadores que emergen al mercado laboral.
Otro aspecto importante es el de la burocracia sindical. El perfil del viejo sindicalista gansteril de los tiempos del PRI ha pasado a la historia, aunque existen algunos casos como el del sindicato ferrocarrilero que aún subsisten. No obstante, los casos más comunes están vinculados a la utilización de los aparatos sindicales para preservar grupos o familias en el control de las cúpulas sindicales; para ellos, la nueva política de legitimización de las direcciones sindicales por la vía del voto universal es sólo un requisito más en el viejo juego de preservarse.
Un ejemplo de lo anterior fue el caso del sindicato de Pemex, en el cual pudimos observar que la ley en sí misma no es suficiente. Bastó con una estrategia de renovación de las distintas secciones separadas de la de la dirección nacional para que la vieja dirección heredera de Carlos Romero Deschamps se legitimara por la del viejo conocido Ricardo Aldana.
De cualquier modo se abre un espacio para la lucha por un sindicalismo distinto, con la uníca condición de que exista el sindicato realmente como un organismo de los trabajadores. Es decir, haya donde haya una burocracia más o menos poderosa, pero que tenga una mínima vida interna, es posible dar la lucha por construir alternativas sindicales independientes, siempre procurando la unidad en torno a un programa de lucha combativo.
Ahí donde el sindicato sea simplemente un membrete que encubre un contrato de protección, o simplemente no haya organización sindical, es necesario construirla, partiendo obviamente de la construcción de una plataforma de reivindicaciones concretas.
Por otro lado, y no menos importante, es relevante una perspectiva que vaya más allá de la lucha sindical, la cual en última instancia tiene la limitante de lo que es capaz de ofrecer una empresa. Uno de los principales problemas que atraviesa históricamente el sindicalismo mexicano y que se deriva del sometimiento de las añejas organizaciones sindicales como la CTM o la CROM es el apoliticismo, el cual fue promovido tanto por el Estado como por las distintas burocracias sindicales, incluso como una condición del trabajo sindical; es decir, la tendencia a hacer a un lado una crítica al sistema político y social, generándose casos en donde incluso sindicatos independientes suelen ser más de derechas que las propias burocracias que critican.
La lucha contra el apoliticismo, es decir, la proposición de un sindicalismo revolucionario que se empeñe en la emancipación de los trabajadores fue uno de los pilares de la época dorada del sindicalismo en los años treinta y la base para la mayor presencia obrera en la vida del conjunto del país. En la medida en la que se ha abandonado la visión revolucionaria por parte de las distintas corrientes sindicales, se ha perdido capacidad de negociación, unidad de acción y, sobre todo, la identidad de clase que debe caracterizar a los trabajadores en su lucha.
En conclusión, en la actualidad, la lucha por un incremento salarial de emergencia que subsane las pérdidas derivadas por la inflación debe ser un motivo de unidad para todos los trabajadores organizados en México.
Paralelo a ello, se debe pugnar por organizar la lucha por la democracia sindical, pero no como un habitual “quítate tú para ponerme yo”, sino para promover una alternativa unitaria que se funde en los intereses de clase de los trabajadores, alejándose de las viejas prácticas que privilegian el mantenimiento de un aparato por encima de los intereses de los trabajadores.
Por último, y más importante, los trabajadores necesitamos una visión que vaya más allá de las luchas cotidianas, una visión que cuestione y luche contra el capitalismo. Sin ella, más temprano que tarde caeremos víctimas de los cantos de las sirenas de la corrupción que en sí misma entraña este sistema.