La situación ha ido de mal en peor para los mercados financieros mundiales. Después de tres quiebras bancarias en Estados Unidos y una en Suiza, los mercados buscan el próximo eslabón débil. Esta mañana, el Deutsche Bank estaba en el punto de mira, con una caída del 13% en el precio de sus acciones, y otros le siguen de cerca. Esto demuestra que, 15 años después de la «crisis crediticia», nada se ha resuelto.
Nuevo día, nueva crisis
La semana pasada, tanto Silicon Valley Bank como Signature Bank se hundieron, después de que sus clientes, en su mayoría empresas, retiraran decenas de miles de millones de dólares de sus cuentas bancarias, temiendo perder sus fondos o, como mínimo, el acceso a los mismos durante un largo periodo de tiempo.
Los bancos empezaban a caer como fichas de dominó, empezando por los más débiles. El gobierno de EEUU y la Reserva federal sólo podían frenar la sangría garantizando todos los depósitos. Pero incluso eso fue insuficiente, y el jueves por la noche los grandes bancos entregaron 30.000 millones de dólares a First Republic, que parecía estar a punto de convertirse en la siguiente víctima.
Al mismo tiempo, Credit Suisse, el gigante bancario suizo, ha sido absorbido deprisa y corriendo por su mayor rival, UBS. A diferencia de sus homólogos estadounidenses más pequeños, Credit Suisse es un banco internacional, y un colapso allí tendría ramificaciones en todo el mundo. Está clasificado por las autoridades como uno de los 30 «bancos de importancia sistémica global». Una implosión de Credit Suisse habría supuesto un desastre para el sistema financiero mundial.
El banco central suizo ofreció a Credit Suisse una garantía de 54.000 millones de dólares para mantenerlo a flote. Pero ni siquiera eso fue suficiente. Al final, el banco tuvo que ser rescatado mediante una combinación de dinero público y una fusión forzada con UBS.
Estas últimas turbulencias revelan la continua inestabilidad del capitalismo mundial. Esta es ya la tercera o cuarta crisis financiera grave desde 2008. Hubo una crisis en los mercados de deuda pública entre 2011 y 2012, la crisis que acarreó el COVID-19, la crisis de la deuda pública británica en septiembre y ahora otra crisis de los bancos comerciales.
El dinero barato vertido en los mercados financieros mediante la llamada relajación cuantitativa, en particular desde 2011, ha protegido al sistema financiero de graves dificultades. Pero esto ha llegado ahora a su límite.
La presión de los tipos de interés
El aumento de la inflación obligó a los bancos centrales a cambiar de rumbo. Del 0% de tipos de interés y la impresión de dinero, rápidamente tuvieron que empezar a subir los tipos. Ha sido el ritmo más rápido de subidas de tipos desde principios de la década de 1980. Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, declaró en agosto del año pasado:
«Estamos tomando medidas contundentes y rápidas para moderar la demanda, de modo que se alinee mejor con la oferta, y para mantener ancladas las expectativas de inflación. Seguiremos en ello hasta que estemos seguros de que el trabajo está hecho.»
Añadió en octubre: «Tenemos que dejar atrás la inflación. Ojalá hubiera una forma sencilla de hacerlo, pero no la hay.»
Ahora empieza a notarse el dolor. El sector tecnológico ha empezado a despedir personal, y el sector de la construcción también está empezando a sufrir las consecuencias.
Los bancos, en particular SVB, se vieron sorprendidos por la gran cantidad de deuda pública que tenían en sus cuentas. Esto podría haber parecido una apuesta muy segura hace uno o dos años. Pero estos activos «muy seguros» ya no lo son tanto.
Cuando SVB necesitó venderlos para cubrir los depósitos que se estaban retirando, tuvo que asumir una gran pérdida. Lógicamente, un bono del Estado estadounidense a 10 años con un interés del 1% no atraería a muchos inversores, cuando en este momento se pueden conseguir los mismos bonos con un interés del 4%.
Mientras se puedan conservar los bonos hasta su vencimiento (en 10, 20, 30 años), no hay problema, pero si tienes que venderlos en las condiciones actuales, entonces debes vender los bonos con pérdidas. Tales pérdidas amenazaron con hacer insolvente a SVB y eso les llevó a vender una gran cantidad de acciones, con fatales resultados.
La seguridad se vuelve insegura
Una de las razones por las que los bancos invierten tanto en el mercado de bonos del Estado es para seguir cumpliendo la nueva normativa introducida tras la crisis de 2008. La idea era que, obligando a los bancos a mantener un alto nivel de activos «seguros», podrían garantizar que no se repetiría lo que sucedió en 2008.
Por supuesto, todo depende de lo que se considere seguro. Y lo que hace dos años era una inversión segura, hoy sería una propuesta arriesgada. Como decía Greg Ip en el Wall Street Journal: «El problema es que los banqueros tienden a apostar por una estrategia segura hasta que se vuelve insegura.» Es decir, demasiada seguridad se convierte en inseguridad.
En cualquier caso, esta estrategia obligó a los bancos a comprar muchos bonos del Estado, que se consideraban uno de los activos más seguros. Los bancos aumentaron su exposición a estos bonos del 12% al 20%. Pero lo que antes era un activo seguro se ha convertido ahora en uno muy problemático.
Estos acontecimientos se asemejan a la crisis de la deuda pública británica de septiembre de 2022, cuando los fondos de pensiones, bajo el asesoramiento de los legisladores, habían invertido fuertemente en instrumentos financieros que apostaban por que el tipo de interés de los bonos del Reino Unido se mantuviera bajo. Aquello también se consideró una apuesta segura. Sin embargo, cuando el tipo de interés de los bonos subió rápidamente, tras la publicación del infame presupuesto de la entonces primera ministra Liz Truss, los fondos de pensiones tuvieron que vender rápidamente estos instrumentos para seguir cumpliendo la normativa (las apuestas habían dejado de ser activos «seguros»). Y al hacerlo, esto presionó aún más a los mercados de bonos británicos, provocando una subida de los tipos de los bonos y obligando a los fondos de pensiones a vender sus activos y, así, crearon un círculo vicioso.
Los bancos están en una posición solvente siempre y cuando puedan conservar los bonos hasta su vencimiento. Pero si tienen que venderlos precipitadamente se toparán con toda clase de problemas. Es lo que les ha ocurrido a SVB, Credit Suisse y Signature en las dos últimas semanas.
Demasiado grandes para quebrar
Estos bancos pueden haber sido el eslabón más débil, pero no son los únicos. Martin Wolf señala que las cifras de la Reserva Federal muestran que la diferencia entre activos y pasivos de los bancos estadounidenses era formalmente de 2,2 billones de dólares Pero se ha calculado que 2 billones de dólares de esta cifra desaparecerían si tuvieran que venderse hoy. Esto llevaría a gran parte del sector bancario a la insolvencia, ya que sus activos valdrían menos que sus pasivos.
«Una desbandada general obligaría a sacar a la luz estas pérdidas y acabaría con los fondos propios», concluye Wolf. «Para evitarlo, es posible que las autoridades tengan que proteger todos los depósitos.»
Así es precisamente también como ha actuado la Reserva Federal. Y otros bancos centrales seguirían su ejemplo si fuera necesario. Al hacer que el banco central sostenga a todos los bancos, están generalizando la crisis. Sus políticas están convirtiendo la crisis de cada banco en la crisis del sistema en su conjunto. Nacionalizan los riesgos y privatizan los beneficios. La crisis del sistema bancario se convierte así en una crisis del banco central, lo que quiere decir una crisis de todo el sistema capitalista.
Todo el sector bancario se ha monopolizado mucho en las últimas tres décadas, lo que significa que la mayor parte del sector bancario ha acabado en la categoría de «demasiado grande para quebrar». En 1992, los tres principales bancos controlaban el 10% del sector bancario estadounidense, pero ahora esa cifra ha aumentado hasta el 40%. En otros países, el grado de monopolización es mayor, y los tres primeros bancos controlan entre el 60 y el 80% del mercado. Las consecuencias de la quiebra de un banco -no sólo para el propio banco, sino para la economía en general- son, por tanto, catastróficas.
El Estado al rescate
Esto también significa que los gobiernos, una y otra vez, tienen que rescatar a los bancos, que son una espada de Damocles sobre toda la economía, como pudimos comprobar con SVB. Empresas que empleaban a un cuarto de millón de trabajadores se vieron amenazadas con no poder pagar sus facturas y nóminas, y SVB ni siquiera fue considerado lo suficientemente grande como para ser de importancia «sistémica». Como dice Wolf «La banca se revela como una parte del Estado enmascarada como parte del sector privado.»
A los comentaristas burgueses les gusta hablar de «riesgo moral» cuando se refieren a los rescates, como si hubiera algo «moral» en el capitalismo. En realidad, es una forma de decir que los capitalistas que no siguen estrategias rentables a largo plazo y que asumen riesgos excesivos deberían fracasar, pero eso no está ocurriendo.
No pueden permitir el tipo de devastación necesaria para restablecer el equilibrio de la economía capitalista. En la década de 1930, más de un tercio de todas las instituciones bancarias de EE.UU. se derrumbaron y sus clientes perdieron unos 150.000 millones de dólares en dinero de hoy.
Se supone que una crisis obliga a cerrar empresas y bancos ineficientes para dejar sitio a los que sí son rentables. En la lógica absurda y anárquica de la economía capitalista, el desempleo masivo y la miseria masiva de la clase obrera son necesarios para crear un nuevo «equilibrio» en la economía. El economista burgués Joseph Schumpeter se refirió eufemísticamente a esto como «destrucción creativa». Pero esto no está ocurriendo en la actualidad, ya que los gobiernos y los bancos centrales tienen a la economía en respiración asistida. Esto ha dado lugar a las llamadas empresas «zombi»: empresas que están perdiendo dinero, y que realmente deberían quebrar, pero que se han mantenido vivas hasta ahora gracias al crédito barato. Credit Suisse era en realidad un banco zombi, también mantenido con vida gracias al crédito barato.
Con la política de subidas de los tipos de interés, se suponía que la clase dominante iba a poner fin a esta situación, pero ahora se han echado atrás. Tan pronto como ha surgido el riesgo de infligir un grave «dolor» a la economía, los banqueros centrales, a pesar de sus firmes promesas, de repente no están dispuestos a hacer frente a las consecuencias de sus políticas.
Lo que esto describe es una situación en la que el libre mercado ya no funciona. Las fuerzas productivas han superado los estrechos límites de la propiedad privada. La monopolización de los bancos, su interconexión e interdependencia: todo esto describe precisamente el capitalismo monopolista. El mercado no puede gestionar esta situación y la intervención del Estado es una admisión tácita de la bancarrota del capitalismo y de que hace tiempo que ya cumplió su papel histórico, transformándose en un sistema caduco.
La inflación no desaparece
La nueva iniciativa de financiación de la Reserva Federal abre otro capítulo de crédito gratuito o barato. Y su última subida de tipos de interés, introducida esta semana, que iba a ser de hasta 0,5 puntos porcentuales, se redujo a 0,25 puntos. Además, la Reserva Federal ha cambiado su lenguaje. De hablar de subidas de tipos «continuas», ahora dicen que podrían ser necesarias «algunas subidas adicionales».
¿A qué se debe esto? No es muy difícil de entender. Biden y Powell echaron un vistazo a los 250.000 puestos de trabajo que estaban en peligro, echaron un vistazo a la posibilidad de un colapso bancario al estilo de 1930, con las correspondientes corridas en los bancos, y se lo pensaron dos veces.
Los trabajadores estadounidenses ya están sufriendo, y esto sólo añadiría aún más presión. El comunismo ya se está volviendo popular entre los jóvenes, y la idea del socialismo cuenta con el apoyo de la sociedad en general. El centro político se ha derrumbado y la clase dominante ha perdido el control de muchos de sus representantes en los gobiernos. Por lo tanto, no es de extrañar que se asustaran ante estos acontecimientos.
Al mismo tiempo, existe una presión constante en el lado de la oferta de la ecuación de la inflación. El plan de Powell era, mediante subidas de los tipos de interés, empobrecer a los trabajadores y a las empresas y, por tanto, reducir la demanda en la economía. Pero no tenía ningún plan para hacer frente a los problemas de la oferta.
Es decir, la clase dominante no tiene ningún plan para hacer frente a la espiral de los costes de las materias primas, la energía, el transporte, etcétera. Los banqueros centrales no pueden hacer nada contra el proteccionismo y el gasto militar masivo. Todos ellos exacerban las presiones inflacionistas y no pueden abordarse sin infligir dolor en una u otra parte de la economía. Como argumenta el economista burgués estadounidense Kenneth Rogoff en el Financial Times, refiriéndose al coste de la defensa, la transición ecológica y el «populismo»:
«Lo que esto significa es que incluso después de que la inflación disminuya, los bancos centrales pueden necesitar mantener el nivel general de los tipos de interés más alto durante la próxima década de lo que lo hicieron en la última, sólo para mantener la inflación estable.»
Rogoff añade: «Las cosas se van a poner más difíciles para la Fed. Los dilemas a los que se enfrenta la semana que viene [en referencia a la decisión de subir los tipos de esta semana] podrían ser sólo el principio.»
Si ahora la Reserva Federal se ve obligada a ralentizar el ritmo de subidas de tipos, para mantener a flote el sector bancario, entonces habrá poco que impida el despegue de la inflación. Una señal de alarma es la inflación en el Reino Unido, que subió peligrosamente el mes pasado.
Echando leña al fuego
Por supuesto, algunas empresas se están forrando en esta situación. Según el sindicato británico Unite: «El margen de beneficio medio de las empresas del FTSE 350 se disparó un 89% en el primer semestre de 2022 en comparación con el primer semestre de 2019.» El gigante petrolero BP duplicó sus beneficios hasta los 23.000 millones de libras. Otro gran ganador son las multinacionales agrícolas, que vieron aumentar sus beneficios más de un 200%.
Esto ha llevado a los economistas de izquierdas a pedir medidas contra las multinacionales. Pero la única medida que funcionaría es la nacionalización: sólo produciendo para las necesidades sociales, y no para el lucro privado, se podría obligar a estos monopolios a renunciar a sus beneficios en interés de la humanidad. En lugar de ello, estos pingües beneficios meten el dedo en la llaga para la clase trabajadora, que lucha por sobrevivir.
Llama la atención que tanto el gobierno suizo como el estadounidense se esfuercen en señalar cómo los bancos y los inversores tendrán que pagar por la última ronda de rescates. Es evidente que temen la ira que podría provocar la entrega de otro cheque en blanco a los banqueros.
Pero nadie se cree en serio estas promesas. Claro, si el daño puede limitarse a unos pocos bancos pequeños, eso podría ser posible. Pero la situación en su conjunto está sometiendo al sistema financiero a una enorme presión: es sólo cuestión de tiempo que caiga el próximo banco. Al mismo tiempo, a los políticos les resultará cada vez más difícil ocultar los costes mediante trucos contables.
Esta situación tiene tremendas consecuencias para la lucha de clases. Una inflación persistente espoleará aún más huelgas y luchas para defender los salarios y las condiciones de trabajo. Los dirigentes sindicales sólo pueden firmar un número limitado de acuerdos basura antes de enfrentarse a una revuelta desde abajo. En la actualidad, incluso los mejores acuerdos suelen equivaler a un recorte salarial del 2% o el 3% en términos reales, y la mayoría suponen un recorte de entre el 5 y el 6% en términos reales. ¿Cuánto tiempo pueden aceptar esto los trabajadores? Este es ya el segundo año de inflación de dos dígitos en los países capitalistas avanzados. En el mundo «en desarrollo», la situación es aún peor.
Está claro que la esperanza de los burgueses era poner fin rápidamente a la inflación, posiblemente combinado con algún tipo de acuerdo sobre Ucrania. Pero la guerra en Ucrania continúa. Y la tensión en el sistema bancario significa que nuevos aumentos de los tipos de interés podrían desencadenar fácilmente otra crisis bancaria al estilo de 2008. Esta vez, por supuesto, después de 15 años de austeridad, ataques e inestabilidad, las condiciones serían completamente diferentes – y el impacto sería mucho más grave.
Sin duda, la clase dominante tratará de que la clase trabajadora pague por su crisis de nuevo, en forma de más recortes salariales en términos reales, desempleo masivo, recortes del gasto social y subidas de impuestos.
Salgan como salgan de la crisis actual, ésta creará aún más miseria para la clase obrera, provocando más oleadas de lucha de clases. Ya el año pasado, la inflación provocó un estallido revolucionario en Sri Lanka. ¿Dónde tendrá lugar el próximo? Nadie lo sabe. Pero en todas partes se están preparando las condiciones para ello.