La Revolución Mexicana conlleva una variedad de aristas dentro de su desarrollo que a simple vista resultaría difícil de ver, pero que con un ojo crítico y con perspectiva de clase se vislumbra con inmensa claridad. Tenemos la clásica imagen de los opositores al régimen imperante, defensores de la “libertad” y la “democracia” de la que hoy gozamos: Ignacio I. Madero, Venustiano Carranza, entre otros, ambos con puntos heterogéneos, pero con intereses muy similares, participes de un cambio institucional que gestaría la consolidación del Estado burgués mexicano como hoy lo conocemos. Un Estado que promete en la tinta de su constitución una completa igualdad entre todos los mexicanos y una tierra fértil para la superación, seguridad y soberanía de quienes la pueblan pero que, al alzar la mirada de ese viejo escrito, el hombre, mujer y estudiante de la clase trabajadora recae en la cruda realidad que vive cualquier campesino y proletario dentro de las garras del capitalismo, una vida de sumisión, precariedad, inseguridad y completa dependencia hacia los grandes propietarios privados y hacia ese gobierno que, “triunfante en su revolución”, prometió librarnos de todo mal.
Sin duda, cualquier lector de la historia de México notaria que mucho no ha cambiado a lo largo de estos más de cien años, que la participación política, la lucha por un mundo mejor y el arriesgar nuestra vida para defender lo correcto y lo justo es cosa de locos y soñadores, pero, así como los agentes de la burguesía peleaban por el poder, existían también amplios exponentes revolucionarios que centraban su lucha por la verdadera liberación del pueblo mexicano.
Cuando el proletariado apenas era un capullo en las tierras mexicanas, el sector más amplio de la población era el campesinado; Francisco Villa y Emiliano Zapata sus principales representantes en esta ávida lucha que, empapados de experiencia en el precario estilo de vida del mexicano común, emprenden la cruzada revolucionaria con intereses bastante distintos a los de los burgueses maderistas y constitucionalistas.
Obra Revolucionaria
Entre este destacamento campesino, Rubén Jaramillo, con unos tempranos 14 años de edad, ingresa al Ejército Libertador del Sur, para que a los 17 fuera capitán primero. En 1921 se dedicó a organizar el Comité Provisional Agrario de Tlaquiltenango; en 1926 instauró la Sociedad de Crédito Agrícola de Tlaquiltenango, iniciando la lucha en contra de los acaparadores e industrializadores de arroz que, posteriormente, lacayos del capital, infiltrados dentro del campesinado, terminaron por desbaratar dicha sociedad. En 1933, en la convención del Partido Nacional Revolucionario efectuada en Querétaro, Jaramillo apoyó la candidatura de Lázaro Cárdenas y le hizo entrega de un escrito en donde le proponía la instalación de un ingenio en Jojutla para liberar a los campesinos de los acaparadores de arroz y volver a sembrar caña, asimismo, le solicitó agua y electricidad para Puente de Ixtla. En 1936, Cárdenas inició la construcción del ingenio Emiliano Zapata en Zacatepec y en 1938 inició su operación administrada por la Sociedad Cooperativa de Ejidatarios, Obreros y Empleados, de cuyo Consejo de Administración con Jaramillo como el primer presidente.
Como dirigente campesino estalló una huelga en el ingenio el 9 de abril de 1942, misma que fue reprimida por el Ejército y de la que resultaron despidos, detenciones y persecuciones. El 19 de febrero de 1943, Jaramillo volvió a las armas junto con un grupo de excombatientes zapatistas, proclamando en septiembre del mismo año el Plan de Cerro Prieto, basado en el formato y las ideas del Plan de Ayala. El 24 de marzo de ese año, Jaramillo intentó tomar por sorpresa Jojutla, Zacatepec y Tlaquiltenango, pero sólo se apoderó durante tres horas de esta última plaza y regresó a los cerros. En 1944, por intervención de Cárdenas, fue amnistiado por el presidente Ávila Camacho. Al presentarse ante él, Jaramillo denuncia el cacicazgo y la corrupción. Criticó la intervención del ejército y el servicio militar obligatorio que considera “leva”. El 5 de febrero de 1962, ante la negativa de las autoridades agrarias de atender sus peticiones de dotación de tierras, grupos de campesinos organizados como centro de población “Otilio Montaño”, encabezados por Jaramillo, se apoderaron de los terrenos de “El Guarín”. Durante un mes sobrevivieron como una organización comunal hasta que fueron desalojados por el ejército y la policía judicial (El Sol de Cuautla, 26 de abril de 2022).
Su nombre se volvería significado de compromiso, perseverancia y de incesante lucha campesina; uno de los lideres agrarios más influyentes en la historia. Pero a su vez, tristemente quedaría en la memoria de los mexicanos como una víctima más de la impunidad y crueldad de un gobierno que decía defender la revolución y al pueblo a capa y espada. Hoy 23 de mayo, se cumplen 60 años del infame asesinato de Rubén Jaramillo, un incansable defensor de la lucha agraria.
El día de la tragedia
Un 23 de mayo de 1962, elementos del ejército mexicano, cobardemente disfrazados de civiles, secuestran a Jaramillo, su esposa Epifanía Zúñiga y sus tres hijos, Enrique, Ricardo y Filemón. Llevados a las afueras de las ruinas de Xochicalco en vehículos militares para ser acribillados horas después. La prensa jugó un despreciable papel principal en la tarea de difamar la imagen del revolucionario y crear toda una historia con el fin de justificar el asesinato “accidental” de su esposa e hijos también.
Miles de campesinos lloraron su muerte y acompañaron a los cuerpos para ser sepultados en el panteón de Tlaquiltenango, despidiendo así por última vez a Rubén Jaramillo de manera física, pero reafirmando y manteniendo viva la lucha campesina y los ideales revolucionarios que hasta día de hoy siguen presentes en la lucha contra el capitalismo y el imperialismo en México.
El Estado y el capitalismo hoy: La lucha de clases sigue más viva que nunca.
“El Gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”.
Esta frase proveniente del Manifiesto el Partido Comunista tiene más de 170 años de antigüedad y a pesar de eso, su significado no ha cambiado en lo más mínimo. Dentro del Estado burgués, los grandes capitalistas son los amos y señores de las decisiones y de la vida de millones de obreros mexicanos y la historia nos lo ha demostrado con el asesinato de Jaramillo y su familia, la masacre de Tlatelolco, el Halconazo, los 43 de Ayotzinapa, por mencionar los más tristemente célebres; enseñándonos que la lucha de clases existió y sigue existiendo hoy en día. Las contradicciones actuales del capitalismo ante los derechos laborales, agrarios y estudiantiles, así como la creciente violencia hacia la mujer son una prueba de que la lucha de clases se encuentra más viva que nunca. Es deber de nosotros, la clase proletaria del México moderno, mantener vivas las ideas revolucionarias y progresistas de Rubén Jaramillo y de los miles de víctimas que ha dejado el Estado Burgués, que, junto con el ejército, clara herramienta de represión hacia nuestra clase, han cometido infinidad de crímenes y violado incontables derechos humanos.
Solo con las ideas del marxismo, con una clara dirección revolucionaria y la unidad de los trabajadores del campo y la ciudad podremos poner fin a la barbarie capitalista y lograr justicia ante los crímenes que nos afectan día con día.