Lo primero que hay que destacar de las elecciones en Ecuador es la altísima participación, superior al 81%, la misma que en 2017. A pesar del impacto de la pandemia de Covid-19, que ha asolado al país sudamericano. Está claro que para millones de personas estaba en juego algo importante. Como hemos explicado, las elecciones presidenciales y a la asamblea nacional tienen lugar tras el levantamiento de octubre de 2019 contra el gobierno de Lenin Moreno y su paquete de medidas de austeridad impuestas por el FMI contra la clase trabajadora.
Lenin Moreno había sido elegido en 2017 en unas elecciones muy disputadas, en un momento en que se presentaba oficialmente como el candidato de la continuidad de Rafael Correa. Sin embargo, tras derrotar al candidato de la oligarquía capitalista, el banquero Lasso, Lenin Moreno procedió muy rápidamente a abandonar las políticas de reformas sociales y de oposición al imperialismo estadounidense. Hizo un acuerdo con Estados Unidos, que se selló con la entrega de Julian Assange, a quien se le había dado asilo en la embajada ecuatoriana en Londres.
Habiendo ganado sobre la base de los votos de las masas de trabajadores y campesinos, que rechazaron decisivamente las políticas pro-capitalistas representadas por Lasso, Moreno procedió a implementar las políticas de su rival derrotado. Ese proceso culminó con un acuerdo con el FMI y la introducción de un brutal paquete de recortes contra la clase trabajadora, que condujo al levantamiento insurreccional de octubre de 2019. El gobierno tuvo que huir de la capital, Quito, y las masas dominaron las calles.
Ese movimiento podría haber culminado con el derrocamiento de Moreno y la toma del poder por parte de obreros y campesinos. Sin embargo, los dirigentes del movimiento, en particular la organización de los pueblos indígenas CONAIE, traicionaron la lucha, llegando a un acuerdo parcial con el gobierno que puso fin al movimiento y salvó a Lenin Moreno de ser derrocado. Por supuesto, cuando las masas fueron retiradas de las calles por el acuerdo, el gobierno pasó a la ofensiva, encarcelando a algunos de los dirigentes e introduciendo por la puerta trasera las mismas medidas a las que las masas se habían opuesto.
Por lo tanto, estas elecciones se vieron como una oportunidad para dar un golpe a la oligarquía y deshacerse de las políticas antiobreras aplicadas. Eso es lo que impulsó el voto a Arauz, que se presentó con la lista de Unión por la Esperanza (UNES). Obtuvo más del 32% de los votos, 13 puntos porcentuales más que su rival más cercano. Arauz logró una clara mayoría en todas las provincias de la costa, incluyendo un contundente 41 por ciento en Guayas, que concentra cerca de una cuarta parte de la población del país. Se trata de tres puntos más de los que obtuvo Lenin Moreno en Guayas en 2017.
Cabe destacar que Ximena Peña Pacheco, la candidata del partido de Moreno, obtuvo un irrisorio 1,54 por ciento de los votos, lo que refleja el enorme descrédito del actual gobierno.
Carrera por el segundo puesto
En la segunda posición hubo una contienda muy reñida entre el banquero Lasso y el candidato denominado de «izquierda» e «indígena» Yaku Pérez, ambos con poco más del 19% cada uno. Para Lasso, este fue un resultado bastante negativo. En 2017 obtuvo el 28 por ciento de los votos en la primera vuelta, a lo que habría que sumar el 16 por ciento de los votos que recibió el candidato del PSC en ese momento, partido que ahora respalda a Lasso. Se trata de un claro golpe a la derecha y al oficialismo, cuyo principal candidato abierto podría no llegar ni siquiera a la segunda vuelta. Lasso sólo consiguió ganar Pichincha, la provincia que incluye la capital, Quito, y aquí su victoria fue estrecha, con sólo el 25 por ciento de los votos, y ganando sólo uno de los cuatro distritos electorales.
Yaku Pérez, el candidato de Pachakutik, ganó en todas las provincias andinas y amazónicas, donde se concentra la población indígena. En algunos sectores se le considera un candidato de izquierdas y ecologista, pero su historial demuestra lo contrario. En 2017, se alineó abiertamente con el candidato del oficialismo, Lasso, en la segunda vuelta, contra Lenin Moreno, que en ese momento representaba a la Revolución Ciudadana de Rafael Correa. En ese momento, Carlos Pérez (que aún no había cambiado su nombre por el indígena Yaku) dijo: «Prefiero al banquero que a la dictadura».
Es evidente que durante el gobierno de Correa se cometieron errores que contribuyeron a alienar a sectores de la población indígena. Sin embargo, el sectarismo extremo de la dirigencia de Pachakutik contra el correísmo los llevó directamente a los brazos de la clase dominante. Esto también los llevó a traicionar al movimiento en octubre de 2019, pues temían que derrocar a Lenin Moreno abriera la puerta a que Correa volviera al poder. Prefirieron dejar a Moreno, que tenía las manos empapadas en la sangre de los mártires de Octubre, en Carondelet, el palacio presidencial. Yaku participó en el Levantamiento de Octubre, pero también fue el primero en ofrecer una imagen pública de reconciliación con el gobierno de Moreno inmediatamente después, rompiendo filas con el resto de la CONAIE.
Mientras Moreno estuvo en el poder, Pachakutik votó sistemáticamente para respaldarlo en el parlamento y colaboró en todas sus iniciativas contra la Revolución Ciudadana de Correa. La prisa con la que Yaku Pérez se alzó como candidato presidencial provocó tensiones dentro del movimiento indígena, tanto en Pachakutik, el partido político, como en la CONAIE, el movimiento de masas.
Detrás de una fachada de medidas de protección del medio ambiente y de los derechos indígenas, la principal propuesta económica de Pérez es abolir el impuesto a la repatriación de divisas, una medida que exige la clase dominante. Está claro que Yaku Pérez no representa una amenaza para la clase dominante. De hecho, Hervás, el candidato de Izquierda Democrática (un partido que, a pesar de su nombre, no es ni de izquierdas ni democrático) que quedó cuarto con un sorprendente 15 por ciento, propuso una alianza a tres bandas en la segunda vuelta entre él, Lasso y Yaku para «evitar el regreso de la extrema izquierda corrupta y populista» (en referencia a Arauz). Lasso se apresuró a aceptar, respondiendo: «Sí, este es el camino a seguir. Debemos unirnos y apoyar cualquier opción democrática que pase a la segunda vuelta». Aunque Yaku no ha aceptado abiertamente, ya que el apoyo abierto a Lasso minaría sus posibilidades en la segunda vuelta, tampoco ha rechazado dicha alianza. En cambio, intenta posicionarse como el candidato mejor posicionado para vencer a Arauz. Cuando dice esto, se dirige claramente a la clase dirigente.
Al principio del recuento, parecía que era Lasso quien aventajaba a Yaku para pasar a la segunda vuelta. Evidentemente, sería más fácil para Arauz vencer al odiado y desprestigiado Lasso, representante abierto de la clase dirigente, que a Yaku, que cuenta con una considerable base de apoyo entre la población indígena. A medida que avanzaba el recuento, era Yaku quien aventajaba a Lasso, pero siempre con un margen muy estrecho de menos de medio punto porcentual, no más de 20.000 votos.
Luego, el miércoles, las cosas volvieron a cambiar, y Lasso quedó ligeramente por delante de su rival. Yaku procedió inmediatamente a alegar que se estaba produciendo un fraude para negarle el paso a la segunda vuelta y llamó a las movilizaciones. Llegó a acusar a Correa de estar detrás del fraude.
Es una acusación absurda. En primer lugar, Correa está en Bélgica y tiene poco o ningún control sobre lo que ocurre en Ecuador, donde ha sido condenado por corrupción (con cargos falsos). Los poderes del Estado existentes (judicial, legislativo, electoral) están todos en su contra. Las actuales autoridades electorales (CNE) fueron elegidas en 2018 y están dirigidas por un presidente que es miembro de la CONAIE, los demás miembros pertenecen a los partidos de Lasso y del presidente saliente Moreno. En todo caso, Yaku es quien tiene influencia en el CNE. Además, los que están en el poder en realidad preferirían que Yaku pase a la segunda vuelta, ya que él, con sus credenciales de «izquierdista» e «indígena», está mejor posicionado para vencer a Arauz que el candidato abierto de la oligarquía, Lasso.
Hay una explicación más sencilla para el esfuerzo de última hora de Lasso en el recuento. Varias actas de escrutinio de los diferentes colegios electorales fueron clasificadas como impugnadas. Había que comprobarlas dos veces. Por alguna razón, las actas impugnadas de Guayas, la región más poblada, que incluye a Guayaquil, se dejaron para el final. Una vez que se empezaron a revisar estas actas en disputa, se esperaba que Lasso aumentara su votación con respecto a Yaku, ya que Guayas tiene una población indígena muy baja y Yaku solo quedó en cuarto lugar con alrededor del 8% aquí.
La situación actual es que, con el 99,90 por ciento de los votos escrutados, Lasso tiene el 19,68 por ciento y Yaku Pérez el 19,48 por ciento. Sólo queda el 1,3 por ciento de las actas de escrutinio por comprobar, por lo que es poco probable que esto cambie.
¡Golpea a la oligarquía!
Una segunda vuelta entre Arauz y Lasso sería una clara lucha entre el representante de la clase dominante y un candidato de izquierda. Eso pondría a Yaku Pérez y a Pachakutik bajo mucha presión. Si terminan apoyando públicamente a Lasso, como lo hicieron en 2017, eso los desacreditaría entre amplios sectores de su propio electorado, entre los cuales hay muchos campesinos pobres y oprimidos de las regiones indígenas.
Arauz no es en absoluto un socialista revolucionario, y nunca ha pretendido serlo. En el mejor de los casos es un socialdemócrata, y en los últimos días se ha declarado abiertamente como tal. El problema para la clase dirigente es doble. Primero es el hecho de que Arauz ha prometido cambiar la dirección general de la política económica, desde los recortes y la austeridad para los trabajadores y los pobres hasta los impuestos a los ricos y las subvenciones para los trabajadores; y desde una estrecha subordinación al imperialismo estadounidense hasta una alianza con China. La segunda es que para las masas de trabajadores y pobres, Arauz representa una oportunidad de dar un golpe a la oligarquía capitalista y esperan que, si es elegido, lo cumpla.
Por eso la clase dirigente lo tiene claro: apoyará a cualquier candidato, salvo a Arauz. Un editorial de El Telégrafo fue muy claro al exigir que tanto Yaku como Lasso se unan: «debemos unirnos todos porque tenemos un enemigo común». Ese «enemigo» es, por supuesto, Arauz, contra el que han utilizado todos los medios a su alcance, desde una repugnante campaña mediática, hasta el poder judicial y el consejo electoral. Estos ataques no harán más que aumentar en la segunda vuelta.
Mientras tanto, el gobierno de Moreno, en sus últimos días de mandato, apura la legislación «para proteger la dolarización» de la economía del país, incluyendo una ley para asegurar la «independencia» del Banco Central. Quiere asegurarse de que la clase dirigente mantenga los resortes clave del poder económico institucional aunque pierda las elecciones.
Una victoria de Arauz en la segunda vuelta sería una derrota para la clase dominante y tendría un impacto más allá de las fronteras de Ecuador. En ausencia de una alternativa revolucionaria, la llegada al poder de Arauz es una escuela necesaria por la que tendrán que pasar las masas. En el contexto de una profunda crisis económica, en Ecuador, y en el capitalismo mundial en general, el programa de reformas que Correa pudo aplicar durante su presidencia está ahora descartado.
La tarea urgente en Ecuador, más allá de las elecciones, es construir una dirección revolucionaria. Es necesario sacar todas las lecciones del levantamiento de octubre de 2019 y, en general, de la historia revolucionaria de los trabajadores y campesinos ecuatorianos en los últimos 20 años. Su heroica lucha ha derrocado gobiernos y derrotado intentos de golpe de Estado. Durante 20 años, la clase dominante nunca ha sido capaz de elegir un presidente de sus propios partidos. Pero aún así, después de 20 años de lucha, los problemas de las masas siguen siendo los mismos: el desempleo, la emigración masiva, los millones de personas que viven bajo el umbral de la pobreza, la desigual distribución de la tierra, la constante injerencia imperialista en los asuntos nacionales y el insultante abismo entre ricos y pobres.
Arauz y Correa culpan al «neoliberalismo» de los males que aquejan a las masas, pero en realidad, éstos se deben al capitalismo. Dentro de los límites del capitalismo en crisis, en un país dominado por el imperialismo, no hay solución. No basta con hablar de socialismo. El socialismo significa la expropiación de las multinacionales y de la oligarquía, y la llegada al poder de los trabajadores y los campesinos. Una revolución exitosa en Ecuador encontraría un eco masivo en todo el continente. Es imperativo que, la próxima vez que la juventud, los trabajadores y los campesinos se levanten, tengan una dirección a la altura de la tarea de llevarlos a tomar su futuro en sus propias manos.