«Tecnofeudalismo»: ¿ha reemplazando ya al capitalismo?
Por León E. Alcántar
Los ricos se han vuelto más ricos. Los pobres se han vuelto más pobres. Esta frase ha estado en los noticieros durante años. Parece que, por más recortes, disminución de salarios, despidos y escaseces que sufra la clase obrera internacional, los capitalistas no sólo no son alcanzados por las mismas dolencias, sino que, caso contrario, parece que siempre pueden salir sacando provecho de todo.
Esto ha de recordar la pandemia de COVID-19 que tuvo lugar entre 2020 y 2022. Para los trabajadores, despidos masivos tomaron lugar mientras los precios de indispensables aumentaban por el desabasto. Para los pequeños propietarios y negociantes, esperaba la bancarrota por las restricciones impuestas por las autoridades de salud pública que impactaron brutalmente al mercado: la clase pequeñoburguesa, esa franja social siempre a la deriva entre dos clases en eterna y encarnizada pugna, terminó cayendo a los niveles de vida del proletariado. ¿Y qué hay de la clase burguesa? Los imperialistas más grandes, en especial las corporaciones tecnológicas y digitales, llegaron a ganancias nunca antes vistas, sus bolsillos se inflaron hacia cifras absurdas y asquerosamente altas.
¿Cómo es posible que la acumulación de riqueza entre las clases sociales pueda ser tan desigual? Ésa era una pregunta que los intelectuales burgueses, que defienden el «juego justo» del sistema capitalista y su milagrosa regulación a través de la competencia, parecían no poder responder. Así que algún sector de este grupo en podredumbre ha postulado que el capitalismo simplemente ya no funciona como antes, sino que ha cambiado de naturaleza y de reglas. Pero, ¿cuándo, en toda su historia, el capitalismo ha promovido que los burgueses jueguen justamente? ¡Nunca!
Yanis Varoufakis, un político griego de escuela reformista, tuvo una «epifanía» muy particular. En su libro Tecnofeudalismo: lo que mató al capitalismo (2023), Varoufakis plantea que en la actualidad vivimos en una sociedad que está dejando atrás el capitalismo clásico o de «libre mercado», y que en cambio vivimos en una organización social donde las élites obtienen su riqueza de forma más parecida a como lo hacían sus equivalentes de la Europa medieval: los señores feudales. ¿Hay algo de cierto en esto?, ¿qué luz puede arrojarnos la dialéctica?
Varoufakis argumenta que las grandes corporaciones tecnológicas como Google, Amazon o Meta ya no se rigen por la competencia del capitalismo, sino que operan como plataformas cerradas, monopolísticas, donde los usuarios, productores de contenido y vendedores quedan encerrados en una suerte de «vasallaje medieval» en forma de extracción de rentas.
Un productor de contenido para la red elabora por sí mismo el contenido que publicará y usando medios que él o ella misma posee. Por eso Varoufakis razona que, si un tiktoker puede elaborar sus tiktoks por sí mismo, y sin embargo, es una corporación la que lucra con esos videos, es como un vasallaje. Sin embargo, hay en primera instancia un error garrafal en esta forma de entender el valor y la ganancia: el tiktoker no está generando valor por el simple hecho de que su contenido no tiene un valor de uso, y por ende no tiene un valor de cambio: nadie va a comprar un video TikTok, ni siquiera a adquirir una copia del mismo. El tiktoker, por lo tanto, no está generando por sí mismo ninguna forma de valor; más bien, es a través de los anuncios publicitarios que se puede lucrar con un TikTok. Lo anterior quiere decir que se tiene que recurrir al propio mercado capitalista para poder producir ganancias con el desplazamiento de la gente por Internet, porque de lo contrario, seres humanos moviendo sus dedos a través de una pantalla no generan dinero.
El hecho de que los defensores de la teoría del tecnofeudalismo no sean capaces de entender este último punto es bastante revelador sobre el sesgo intelectual que tienen: su tesis está llena en gran medida de un fetichismo por la tecnología. ¿A qué nos referimos con fetichismo? Aclaramos lo antes posible que de ninguna forma nos referimos a alguna degeneración sexual, más bien, con fetichismo nos referimos a una idea errónea e idealista que se maneja en la sociedad donde se considera a un fenómeno como algo con propiedades que trascienden la realidad material que le rodean.
Así como Marx (en el Volumen I de El Capital) explica que existe fetichismo en el mercado porque se entiende al dinero y las mercancías con un valor y poder inherente e inmanente, ignorando por completo que el valor proviene de la fuerza del hombre al trabajar y crear mercancías; de la misma forma parece que los defensores de la tesis del tecnofeudalismo tienen un fetichismo por el Internet, pues creen que éste puede generar valores mágicamente, ex nihilo, fuera de la lógica del mundo exterior, como si éste fuera un ente autónomo que puede saltarse la lógica del sistema económico. ¡Qué tontería idealista y burguesa!
¿La realidad? Todas las tecnologías digitales empleadas en la producción son desarrolladas por orden y para el beneficio del capital. Querer invertir la relación entre base y superestructura como intentan los adherentes de esta teoría sugeriría que de alguna forma la tecnología ha anulado las leyes del capital. Lo anterior simplemente no es posible, Marx nos enseñó que la tecnología no es neutral, sino que es parte de la relación de fuerzas productivas dentro de la lucha de clases, en el actual sistema, su avance está condicionado –y delimitado– por las necesidades del capital de generar, mantener e incrementar ganancias.
El monopolio de los grandes capitalistas de la vanguardia tecnológica y digital no representan la abolición del capitalismo, nada más alejado, por el contrario, representan el pináculo de la codicia de la clase burguesa. Bajo el capitalismo, el avance del mundo digital existe sólo para que los burgueses puedan acumular más riqueza.
Recordemos que el capitalismo como modo de producción se caracteriza por la inversión del capital, la explotación de la fuerza de trabajo, la creación y venta de mercancías y la búsqueda de tasas de ganancia. ¿Cuánto de eso ha desaparecido en este supuesto tecnofeudalismo? La respuesta honesta es simple: ninguna. Por el contrario, las plataformas digitales de ninguna forma prescinden de la extracción de plusvalor ni de producción mercantil, a la contra, han perfeccionado el dominio sobre estas esferas, integrándolas a una red más compleja de la valorización del capital.
En pocas palabras, los «tecno-señores» Mark Zuckerberg y compañía no están extrayendo tributo como se hacía en el feudo; se invierte capital, se explota fuerza de trabajo y se buscan tasas de ganancia. ¿Cómo se llama eso? Capitalismo.
Al final, sabemos que la evolución de la Historia está determinada por la lucha de clases y por la resolución de contradicciones en los sistemas de producción económicos. Las contradicciones del capitalismo son unas que no lograrán ser superadas por los mismos capitalistas, y estos no son capaces de generar un nuevo modo de producción. Cada cambio de modo de producción necesita detrás una lucha de clases que, llegando a un punto muy avanzado, resulte en una revolución que cambie por completo el sistema: tanto las relaciones sociales como el avance de las fuerzas productivas. Y aunque Varoufakis y el resto de intelectuales burgueses que defienden esta teoría quieran convencernos de lo contrario, seguimos viviendo en el mismo mundo gobernado por una poderosa dictadura: la del capital; y es la lógica de esta dictadura la que plantea las tendencias tales como la concentración extrema de riqueza, la financiarización, la precarización laboral y la captura de rentas desde plataformas digitales, es decir, las verdaderas causantes del enriquecimiento desmedido de los llamados gigantes tecnológicos.
Podría parecer que todo este debate es una nimiedad, que es una mera cuestión semántica o de uso de una u otra palabra, pero la realidad es que no lo es. Aceptar la teoría antidialéctica del tecnofeudalismo significaría desarmar la teoría revolucionaria del marxismo, pues si el capitalismo ya ha sido superado (y no por medio de la lucha de clases), significa que la lucha por el socialismo ya ha fracasado y con ella la emancipación de la clase obrera. Y ésa parece ser la verdadera intención velada de esta teoría: enfermar a las masas del habitual pesimismo burgués.
A su vez, la tesis de Varoufakis parece muy convenientemente sugerir que el capitalismo de «libre mercado» previo a este tecnofeudalismo era de alguna forma un sistema preferible. ¡Clásico discurso demagógico del capital!, ¿no es ésta la retórica que tantos grupos reformistas han ondeado para echar toda la culpa a los monopolios ignorando que estos son meros productos de un sistema podrido hasta la raíz? Nosotros como comunistas no queremos reformar al capitalismo para hacerlo «menos monopólico», o como se plantea ahora «menos feudal»; lo que queremos es darle un disparo acertado que lo envíe adonde la Historia le ha reservado un lugar: hacia la tumba.
Sólo liberándonos del capitalismo e instaurando el comunismo podremos ver cómo la tecnología libera su verdadero potencial en manos de la comunidad científica y para el beneficio de la clase obrera, ya no más limitado a los intereses económicos de explotación de los capitalistas egoístas y ambiciosos.
¡Socialismo o barbarie!