En estos últimos meses en los que Donald Trump ascendió nuevamente al poder en Estados Unidos hemos sido testigos de una ofensiva contra grupos específicos que trata de legitimar el discurso nacionalista y conservador sobre los migrantes, grupos étnicos y en este caso en particular, a la comunidad LGBTIQ+.
Trump ha emitido órdenes ejecutivas dónde se ha prohibido tratamientos de reemplazo hormonal (TRH) a poblaciones trans, se han eliminado efemérides referentes a la lucha de la comunidad por parte de Google, se ha negado el respeto de los pronombres de las personas trans y recientemente se ha prohibido en los informes de organismos como el CDC (Centro de Prevención de Enfermedades) de vocablos que hagan referencia a la comunidad, además de recluir a personas trans en centros penitenciarios sin importar su identidad sexual (mujeres trans en prisiones masculinas y viceversa) entre otros actos que vulneran su (ya de por sí) precaria existencia.
Por otro lado, tenemos el caso de Milei en Argentina en la que el mandatario de extrema derecha asoció en la reunión mundial de la burguesía (el Foro Económico Mundial) a la comunidad con la pedofilia. Sin mencionar reformas en su país en las que pretende eliminar la figura del feminicidio y atacar las reformas que permite el cambio de nombre para las personas que cambien de identidad, colectivos respondieron con marchas en protesta a estos ataques. Tras las declaraciones espantosas de Milei en Davos, 15 días después se dieron cuatro ataques hacia lesbianas.
De estos acontecimientos hemos de visualizar dos alternativas: la primera es una resignación a su nueva situación y soportar ataques transfóbicos-homofóbicos que pueden peligrar su vida; y la segunda ha sido protestas por parte de organizaciones civiles por estas vulneraciones, pero que lamentablemente han sido silenciadas por un recibimiento indiferente. En este momento tan crucial es necesario reflexionar cuáles han sido las causas del ascenso de sectores de extrema derecha, su empoderamiento y su papel dentro de las supuestas izquierdas oficiales como la del Partido Demócrata y los regímenes reformistas en América Latina.
Como comunistas hemos de aportar unas cuantas explicaciones sobre este tema. Podemos enumerar principalmente dos tesis: la primera es la base filosófica idealista de epígonos como Judith Butler que niega las relaciones de clases y a favor de posturas como la preponderancia de la subjetividad de los individuos como la única importante para la lucha de emancipación frente a los roles de género que se presentan como únicas fuentes de la opresión cuando en realidad se recombinan con los de la clase. La segunda la podemos encontrar en las políticas de identidad que atomizan las luchas, ignorando los intereses de clase en común denominador con la lucha contra el capitalismo, dirigiendo sus esfuerzos a meras reformas legales y una «representación» en los medios de comunicación, es decir, concesiones que a la clase capitalista no le genera conflicto mientras no altere las relaciones de explotación que se ejerce contra los trabajadores.
¿En ese caso, se debe minusvalorar dichos logros? ¡Por supuesto que no! Si bien tienen limitantes en el sentido de no alteración de las relaciones de producción si han tenido el efecto de una mayor visibilización y el acceso a derechos que antes eran negadas y estigmatizadas (como el TRH o el matrimonio igualitario) y la discriminación se ha abordado de una manera más formal para su completa abolición. En eso no tenemos por qué negarlo ya que como comunistas luchamos contra las opresiones que nos somete a los trabajadores.
Pero si es necesario recalcar un hecho evidente: tanto la derecha como la izquierda oficial se han servido de una instrumentalización de la comunidad para ganar votos y asegurar lugares dentro de sus parlamentos a cambio de pifios cambios, mientras los reformistas defendían que a esto debíamos conformarnos ya que cualquier otra forma de luchar era recibido con hostilidad. ¡Estos son los frutos de los reformistas para la comunidad y ahora pretenden verse radicales con sus protestas que solamente buscan minimizar los daños ocasionados por medio de la legalidad!
Una auténtica respuesta a esta reacción derechista es abandonar las plataformas reformistas para encarar nuestros intereses como parte fundamental del programa político del comunismo, como única vía para aplastar tanto al orden social que se sirve de la división social entre criterios sexodiversos en la misma clase explotada, así como la completa emancipación de la mujer para desaparecer la figura de la familia tradicional como célula de reproducción de mano proletaria y sustento de los costos de vida. Como comunistas buscamos la socialización de las tareas domésticas para unas relaciones humanas más libres no solamente entre hombres y mujeres sino también entre el mismo sexo.
¡Solamente bajo el comunismo tendremos relaciones humanas libres de prejuicios!
¡El capitalismo es homofóbico-transfóbico y es necesario su abolición!
¡La libertad de la comunidad LGBTIQ+ solamente será bajo el puño de hierro de la dictadura del proletariado!
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