Cuenta Marshall Berman que, en el París decimonónico, Georges Eugène Haussmann, a nombre de Napoleón III, fue el encargado de construir sobre la vieja ciudad medieval, una serie de conexiones llamadas boulevares, en el centro de la localidad. En el proceso, barrios marginales fueron abatidos, lo que ocasionó el desplazamiento de cientos de personas así como la apertura de la ciudad mediante conexiones viales, en un amplio sistema de planificación urbana estimulado por la expansión comercial. Los habitantes parisinos, víctimas del nuevo modelo urbano, quedaron sin hogar, lo que reveló una de las contradicciones más profundas en la vida moderna en las ciudades.
El también llamado Barón Haussman, encargó una serie de fotografías de los lugares sentenciados a la demolición, con el fin de preservar su memoria para la posteridad, trabajo a cargo del fotógrafo Charles Marville, conservador en el Museo de Carnavalet en París. A su vez, Constantin Guys, pintor y litógrafo, retrató la vida moderna parisina de la clase burguesa, otorgándole un sentido estilístico que, a la postre, sería esencial para la denominada Belle Époque y al que Charles Baudelaire dedicaría el ensayo El pintor de la vida moderna.
Lo que parece un conflicto remoto, contrasta con lo que la geógrafa Paulina López Gutiérrez refiere acerca de la capital francesa actual, cuyo sistema de transporte presenta mejoras en la movilidad, contribuyendo a la migración de pobladores económicamente estables a un espacio que “concentra una parte muy importante de la oferta laboral y educativa del país”. La inversión de negocios, renovación inmobiliaria, restaurantes, cafeterías, etcétera, ha aumentado los precios de vivienda, productos y servicios, provocando desplazamientos de la población vulnerable —que no pueden costear un nivel de vida por encima de sus posibilidades salariales— hacia las periferias, en una constante sucesión de rezagos de casi dos siglos.
“Gentrificación” es el término acuñado por la socióloga Ruth Glass que hace referencia al desplazamiento urbano que sufren los habitantes de bajo poder adquisitivo –en una localidad revalorizada por inversiones públicas y privadas–, al no poder hacer frente al plusvalor derivado de la especulación inmobiliaria. Esto significa que, a partir de lineamientos comerciales y arquitectónicos, se efectúa un proceso de “aburguesamiento”, traducido en segregación del territorio, que en cuestión de políticas públicas, a su vez recibe el nombre de “rehabilitación urbana” (que difiere del término propuesto por Miles Calean).
Los procesos de gentrificación de barrios y colonias tienen frentes distintos en inversiones privadas y públicas. Por un lado, la apertura de negocios tales como cafeterías, moteles, restaurantes, bares, plazas comerciales, y por otro, remodelación de las vialidades o plazas públicas. La planificación urbana escoge puntos estratégicos para desarrollar a corto, mediano y largo plazo sus pretensiones económicas y las transformaciones ocurren de manera paulatina.
Uno de los rubros por los que la gentrificación sucede —los casos de SoHo o Barcelona— es el del aspecto cultural y artístico. Murales, grafiti, fotografía, espacios culturales como librerías o teatros, se convierten en mecanismos estilísticos de cosmética pública y en un aumento del plusvalor en las zonas en las que se trabaja: en la pasada manifestación en septiembre de este año, en memoria de los 43 estudiantes desaparecidos, relució la consigna “leer es para burgueses” al incendiar una librería Gandhi en la Ciudad de México.
El arte o la cultura no son, precisamente “burgueses”, pero hay que reconocer que la accesibilidad a este rubro tiende a ser más sencilla para una población económicamente plena y que es tema abordado por sociólogos como Pierre Bourdieu y Herbert Read, por mencionar algunos. Bajo esta dinámica es que los planteamientos culturales en territorios gentrificados buscan en sus públicos, clientelas; es decir, obtención de ganancia, por lo que su objetivo es la población con alto poder adquisitivo y no la cultura que, como referirá Antonio Gramsci en 1916, “es organización, disciplina (…) por la cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene”.
El arte o la cultura tienen repercusiones en la vida social. Las funciones que de ello derivan han sido tratadas por decenas de teóricos que ven en éstas, una posibilidad propagandística o comercial, con lo que su labor carece de inocencia. El caso de Blu, grafitero italiano, que al borrar sus murales en Bolonia en contra de la gentrificación constata un asunto importante: que las ciudades se convierten en espacios clave en la nueva economía mundial y el arte un motor para la renovación urbana.
Lo anterior, principalmente debido la ampliación urbana en la que se prevé que, para 2025, 70% de la población mundial vivirá en ciudades, lo que convertirá a éstas en mercancía para el amplio mercado global, además de la generación de su propia “marca urbana”, por lo que se competirá por obtener premios, liderar tablas clasificatorias y conseguir las capitalidades peregrinas. En esa competición resultan clave la arquitectura, el diseño urbano y el arte.
En la capital de Querétaro el binomio “arte y ciudad” se hace palpable en colonias y barrios siendo utilizado no pocas veces para enmascarar las consecuencias sociales negativas. Los artistas se usan como punta de lanza que revaloriza los barrios degradados y devaluados ya que, como explica Schalack, “les impregnan la interesante connotación de lugares con estilo”; por lo que el arte, así entendido, sirve de coartada cosmética y distractora del poder económico: en lugar de criticarlo y fiscalizarlo desde la reflexión creativa y política, por mucho que los especialistas en mercadotecnia lo encubran de retórica “artivista” (que implica disfrazar de procesos participativos las intervenciones artísticas), cuando el resultado final es la posterior contribución de consumidores y turistas.
En estricto sentido, podemos observar los trabajos pictóricos realizados en la colonia Las Américas y Bolaños, localizadas en una de las avenidas con mayor inversión pública y privada como lo es Boulevard Bernardo Quintana que, bajo criterios de mejora, han pintado las fachadas en un proceso de cosmética urbana, ya que, en términos simples, quienes “gozan” del paisaje no son precisamente los locatarios sino los miles de transeúntes, en una dinámica repetida en Bogotá, Quito o Buenos Aires, por hacer menciones. La inversión privada en una zona determinada, se hace más plausible sí la enmascaras bajo un esquema “artístico” que impacta de manera explícita en la imagen contra las consecuencias derivadas de las asimetrías políticas y sociales en zonas de rezago.
Lo que podría parecer como un caso excepcional se contrasta con las decenas de ejercicios es diversos puntos de la entidad. La utilización del grafiti en zonas como Hércules ha sido un referente de cambio que se vincula con la invasión de espacios a través de negocios como la cervecería Hércules o el cine Tonalá, lugares generados y que son ocupados para ciertos sectores poblaciones que no implica ni siquiera un trabajo con la población local, tan solo reflejado en los costos que requieren para su “goce”.
Cabe aclarar que no está en cuestión el precio de la mercancía, per se, sino el acceso y quiénes pueden costearlo. Lo que se traduce en considerar al barrio más como una pieza museística con posibilidades de atracción turística que como un lugar en el que vive gente. La intromisión del llamado “arte urbano” da cuenta de otros espacios como la calle Mezquitán en Guadalajara y la sala Roxy, en un trabajo en conjunto entre el ayuntamiento y la inmobiliaria “Perímetro Propiedades” para transformarse en un “Paseo Cultural”. Además, es curiosa la manera en la que la fábrica, lugar que dio por nacimiento al sindicato “El Hércules” bajo el lema “Salud y Revolución Social”, sea ahora un centro de entretenimiento basado en lógicas económicas bajo discursos alternativos y artísticos.
Los casos respecto a la gentrificación son amplísimos. Así, podemos referir a lo acontecido en 2017 en la Alameda Hidalgo, en la que, de manera arbitraria, fueron despojados decenas de comerciantes durante la madrugada. En un espacio que pretende convertirse en referente cultural en la que incluyeron festivales como el TrovaFest 2017 y 2018. Además, es necesario hacer referencia al barrio de San Francisquito que se incluye en las dinámicas de inversión pública y privada y de la que algunos grupos han surgido en clara protesta contra estas, sumadas a investigaciones y reportajes realizados en medios autónomos por la sociedad organizada del mismo barrio u otros como el semanario Tribuna de Querétaro. Situar en este rubro el caso del eje estructurante en avenida Zaragoza, así como ejemplos de inversión privada como lo es BEMA y Miscelánea Cultural Nueve Arte Urbano, en pequeña escala y la plaza comercial La Victoria, en gran escala, dan cuenta de una planeación urbana que pretende transformar los espacios.
Es importante contemplar que el barrio de San Francisquito es aledaño al Centro Histórico, el cual fue nombrado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1996 y que, como en la Ciudad de México, puede o ha fungido como argumento para prácticas segregatorias. En la capital del país se eliminó gran parte del comercio informal, siendo preparado, desde 1987 —año en el que se nombró Patrimonio de la Humanidad— simbólicamente para el proceso de gentrificación que actualmente padece, destacando la inversión de Carlos Slim bajo el programa Fundación Centro Histórico.
En ese mismo sentido, puede observarse en otro punto de la ciudad una situación similar. Por ejemplo, en el barrio de El Tepetate. Territorio que ha sido transformado en su primer cuadro, al lado de avenida Universidad y hasta la Antigua estación del tren, víctima de los cambios de uso de suelo para cuestiones de tipo comercial o laboral, como los casos de Krow – Business Center, la intervención en el mercado del Tepetate luego de “suscitarse” un incendio, así como el reciente anuncio, por parte del alcalde, sobre la exposición de una obra muralística del pintor queretano Santiago Carbonell, en una expansión comercial evidente y que ha transformado paulatinamente el espacio referido.
Ahora, bajo las defensorías de estos grupos comerciales-artísticos, es preciso recalcar que no se trata de un asunto menor ni mucho menos un cuestionamiento a su ejercicio laboral o de calidad técnica o temática en lo que realizan, sino que esto es un cuestionamiento estrictamente económico. Tampoco ha sido ni es la intención cargar sobre ellos la dinámica gentrificadora, ya que se sabe de dónde proviene, pero eso no los exime de responsabilidades ni las consecuencias sociales que ello conlleva, pues mientras en San Francisquito hay grupos que se manifiestan contra el gobierno por lo comentado anteriormente, estos personajes contribuyen a que las pretensiones económicas de grandes capitales y gobiernos, se efectúen de manera eficaz.
Debido a esto, es difícil evitar las comparaciones con ciudades como Vitoria-Gasteiz, la capital de la comunidad autónoma del País Vasco, en la que se han llevado incoación de numerosos expedientes de expropiación, subvenciones económicas dirigidas a negocios sofisticados, muchos de ellos relacionados con el arte, la arquitectura y el diseño, mientras otros establecimientos son prohibidos. Lo que implica una conversión del barrio en una especie de parque temático en el que se priorizan los servicios que otorgan glamour antes que servicios vecinales como bibliotecas o centros de salud. La sustitución de todo tipo, incluido la social, y la posterior revaloración de los inmuebles, es el verdadero fin de todo el proceso. Y en los distintos casos el arte —entendido en un sentido amplio— está ofreciendo un instrumento amplio y efectivo.
Si bien la gentrificación es una palabra de origen anglosajón con algunas complicaciones comparativas, y hay quienes, como Maloutas, ha cuestionado su estiramiento conceptual excesivo, podemos encontrar ciertas consistencias en América Latina con respecto a los países como Inglaterra o Estados Unidos, en la que se puede articular un enfoque poscolonial, como lo referirá Lees. El debate acerca de la gentrificación latinoamericana nos demuestra que es imprescindible relacionar dicho conceptos con el carácter extractivo del capitalismo contemporáneo, tal como lo estudiaron Jorge Sequera y Michael Janoschka, al hacer énfasis en los estudios comparativos con ciudades como Río de Janeiro, Buenos Aires y Santiago de Chile, por lo que el concepto sigue persistiendo.
Dicho esto, los casos en la ciudad de Querétaro se multiplican, principalmente al hablar sobre su nombramiento como Ciudad Creativa de Diseño hace apenas unas semanas o el programa “Barrio mágicos” anunciado por el edil Luis Nava, en el que incluye a barrios y colonias como El Tepetate, Hércules y Santa María Magdalena. Por lo que situarse en la discrepancia entre los hechos y sus consecuencias es tarea importante para el desenvolvimiento de proyectos que atienen, no a la implementación de modelos invasivos, en el que el arte derive en el enmascaramiento de las consecuencias sociales, sino en la identificación de la ciudadanía con el espacio que habitan. Desnaturalizar estos discursos asépticos del capitalismo, que violentan los cuerpos y refuerzan la exclusión como paradigma generador de plusvalía, es precisamente la tarea crítica y reflexiva que tenemos por delante.