Estas líneas se escriben a las 11:30 p.m. del viernes en Bogotá, bajo un toque de queda que no se vivía desde 1977. Se diría una noche silenciosa si uno se fija en que se puede escuchar toser al vecino del edificio de enfrente, pero segundos más tarde, se oye el helicóptero que vigila el sector desde la mañana del 21 de noviembre, fecha en la que los trabajadores de Colombia decidieron parar, desesperados por el “paquetazo” de medidas anunciados por el Iván Duque. Una desesperación quizá comparable al miedo que invade al presidente y a su jefe: el senador y expresidente Álvaro Uribe Vélez.
Esta iniciativa de paro, surgida de organizaciones de izquierda, sindicatos y asociaciones obreras, ha superado a sus propios convocantes. Esto es resultado de un gran descontento acumulado por décadas de explotación y violencia. No ha sido una suma lenta y paulatina; por el contrario, el histórico atraso del campo, la violencia política, el ínfimo desarrollo de la industria, la represión política y la violencia contra los más vulnerables, se nutrieron de recortes a la educación, ataques al medio ambiente, recorte al salario de los jóvenes, incremento del narcotráfico y su poder mafiosos, asesinatos de líderes sociales y de menores de edad acusados de guerrilleros, etcétera. El resultado es más que una suma de descontentos, es un despertar de conciencia que ha llevado a los trabajadores colombianos a salir a las calles y exigir la vida digna que merecen hace siglos y poner fin años de miseria, hambre y devastación.
El ejemplo de las luchas de Puerto Rico, Ecuador y Chile ha servido como chispa para encender el descontento. Las multitudes que se conglomeraron en todo el país llegan a récords históricos. Aunque el Gobierno intentó promover una cifra de 150.000 personas movilizándose en el país, la realidad es que sólo en Bogotá, esta cifra pudo haberse dado multiplicada por nueve o diez.
Desde días antes de la movilización se percibía el miedo que invade hoy a la burguesía colombiana. Sus medios de comunicación desplegaron todo tipo de mentiras disuasivas. Se decidió un cierre de fronteras. Fuerzas de Policía patrullaban sectores estratégicos de la ciudad. Los edificios del Estado y de las grandes compañías fueron objeto de toda protección. En días anteriores se allanaron sedes del Partido Comunista, de colectivos artísticos y de medios de comunicación independientes. Sin embargo, esto no arredró al pueblo salió a las calles.
21N: Colombia decide escribir su propia historia
Desde el inicio de las movilizaciones el ESMAD (Escuadrón Móvil Antidisturbios) desplegó su violencia, sobre todo en sectores populares. Mientras que la marcha por la carrera 7 (columna vertebral de Bogotá) se adelantó sin perturbaciones. Sin embargo, la Policía había infiltrado toda clase de elementos lumpen. Aquellos que intentaban provocar actos de violencia eran expulsados de la movilización por los manifestantes. Algunos ladrones lograron robar teléfonos, pero todo el que viva en Bogotá ha vivido por lo menos una experiencia de estas. En otros puntos del país la brutalidad policial se dejó sentir de manera explícita. El caso más lamentable fue quizá el ataque sufrido por jóvenes que se arrodillaron en gesto de paz ante los agentes del orden. Éstos respondieron convirtiendo un cruce de avenidas en un campo de batalla. Al caer la tarde, las movilizaciones se mantenían.
En la ciudad de Cali la Policía propició una ola de disturbios para justificar una amplia represión. Con esto, justificaron un toque de queda. La respuesta de la ciudadanía, indignada por la falta de compromiso de los alcaldes con el derecho a la protesta y con la brutalidad y sevicia desplegada por la Policía Nacional contra personas inermes (sobre todo mujeres), motivó el llamado a un cacerolazo. Desde las 7:00 p.m. en diversas ciudades del país, ollas y sartenes -que cada vez están más difíciles de llenar- fueron azotadas por cucharas y molinillos durante horas. Incluso ciudades que tradicionalmente eran uribistas -como Medellín- hicieron sonar sus trastos en una informe sinfonía rítmica de emancipación.
Mientras, líderes sindicales preparaban su anuncio para expresar su voluntad de negociar con el Gobierno. Minutos más tarde Iván Duque habló por televisión. Su tono guerrerista no dijo nada claro: se dijo defensor de la democracia y prometió represión a los vándalos. Pero ya sabíamos que el vandalismo era obra del Estado. Cuando un tipo con la responsabilidad de gobernar un país no puede ni siquiera expresarse con claridad, es hora de despedirle. Por ello, desobedeciendo la orientación sindical, se promovió una nueva jornada de paro. En diversas ciudades se decretó ley seca y toque de queda.
El paro continúa
Desde la mañana se evidenciaron los problemas de transporte en la capital provocados por el cierre de estaciones y portales de TransMilenio (BRT). Esto no evitó que el centro de la ciudad se inundara de gente. Sobre todo jóvenes. La marcha fue reprimida y se convocó a cacerolazos en espacios públicos de la ciudad. La asistencia fue masiva en todos los casos y el Estado respondió con toque de queda y anuncio de conversar la próxima semana.
Tan pronto inició el toque de queda se recibieron reportes de vándalos entrando a casas. La comunicación entre los trabajadores permitió evidenciar que se trataba de delincuentes contratados por la Policía, según algunos reportes, por $50.000 (13€, aprox.). En zonas como el 7 de Agosto se oyeron disparos. La cosa salió tan mal que el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, denunció que estas noticias eran parte de una campaña para crear pánico. Ahora, en varios conjuntos residenciales de la ciudad, los trabajadores hacen guardia armados con lo que han encontrado en sus casas. Se ha convocado a continuar el paro este sábado a partir de las 10:00 a.m. (-5 GMT).
Este despliegue de violencia, este afán por usar todos los métodos de represión posibles, evidencia el miedo de un presidente que el sur del país ha llamado cobarde (chuchinga bambaro). Una cobardía que viene desde arriba y se evidencia en el desespero de Álvaro Uribe cuando denuncia el bloqueo de su cuenta de Twitter. Las mismas incongruencias a la hora de hablar de represión y respeto al diálogo y la democracia son otra evidencia del miedo del que están penetrados el presidente Duque y su jefe Uribe.
Al mismo tiempo que despliega la represión y militariza Bogotá, Duque hace llamados a una “conversación nacional” sobre las medidas sociales necesarias. En más de un sentido, estas tácticas del palo y la zanahoria recuerdan al chileno Piñera, pero Colombia no es Chile y la práctica de aplicar fórmulas foráneas siempre la ha pagado caro nuestra oligarquía.
Este estado de cosas en el que el régimen en el poder y la clase que lo respalda no es capaz de responder a las mínimas necesidades de sus gobernados, en el que la confianza del pueblo en su máxima autoridad es nula y en el que lo único garantizado que tenemos por parte del Gobierno es violencia y muerte, se hace necesario pasar a la ofensiva.
¿Y si derrocamos al Gobierno?
En este momento, la única garantía que se tiene de poner fin al “paquetazo” de Duque es sacar la infecta presencia de Duque del solio de Bolívar. Llegar a esto no será fácil. El gobierno es debil e impopular. Aunque el descontento de las masas es más que evidente, no se ha consolidado una dirección revolucionaria que oriente el movimiento hacia la victoria. Para esto, es necesario que en estas jornadas de lucha que nos han acercado a nuestros vecinos y en las que hemos visto el despertar de la conciencia política de varios amigos, organicemos cabildos populares en los que se analicen los problemas inmediatos y se busquen soluciones colectivas. Estos cabildos deberán funcionar bajo una estructura democrática, de tal manera que se garantice que su control reposa en manos de todo el pueblo. Será en estas canteras en las que se forjarán los líderes que necesitamos.
Mientras llegamos a este escenario, debemos mantener el paro hasta que Iván Duque se retire del poder y tanto él como su jefe sean judicializados. Como parte de esto, debemos exigir la disolución del ESMAD y formar comités de defensa obrera. Estos pueden llevar el nombre de víctimas de la violencia estatal. Sólo ellos, manejados democráticamente, nos pueden garantizar verdadera seguridad. Tras esto, sólo un programa socialista que surja de los cabildos organizados, podrá ser una verdadera salida a cinco siglos de violencia capitalista. Lograrlo no será fácil pero los trabajadores sabemos que aquello que es importante sólo aparece como resultado del esfuerzo
¡Duque, Fuera!
¡Construyamos una Colombia Socialista!