Si llevas un rato en esto de la vida, sabrás que existen requisitos básicos para mantenerla: comer, descansar, protegerse del clima, etc. Sin eso no podrías estar leyendo esto. Nuestros ancestros también se enfrentaron a estas necesidades y encontraron algunas formas de satisfacerlas. La arquitectura nace cuando los seres humanos, organizados en grupos, producen herramientas, dominan el fuego y construyen estructuras estables; no como arte, ni como capricho estético, sino como necesidad material ligada al trabajo. Con el tiempo, esas primeras soluciones —refugios de madera, pieles, paja— se transformaron en estructuras de mayor envergadura, y, con ello, en experiencias estéticas capaces de emocionar y conectar a las personas.
Desde esta perspectiva, reducir la arquitectura a una de las “bellas artes” puede ser engañoso. No porque ésta no pueda hacer tremendamente agradable el paisaje, sino porque en ella están entrelazados su valor artístico y su valor social.
¿A quién sirve la arquitectura?
Las ciudades, los edificios y la infraestructura urbana no se construyen al azar, ni responden sólo a lógicas funcionales o artísticas. Están diseñadas a partir de intereses de clase. Desde los templos mesoamericanos, hasta la arquitectura colonial; desde el funcionalismo postrevolucionario hasta los megaproyectos actuales. El desarrollo arquitectónico ha sido, en una medida más que significativa, la expresión de una lucha entre clases sociales, visiones del mundo y modelos económicos. Aprovechemos un ejemplo para reflexionar sobre las condiciones en las que esos estilos se desarrollan.
Desde la perspectiva del funcionalismo, la eficiencia de los materiales y de las construcciones es lo principal. Por ello permite economizar la realización de hospitales, escuelas y viviendas de manera masiva. Propuesta coherente, siendo que en esa época se vive un salto en el proceso de industrialización del país y los trabajadores son la pieza fundamental para la producción capitalista.
Esa arquitectura respondió a ciertas necesidades del proletariado, pero no rompió con la lógica de clase dominante. Y no se puede esperar que lo hiciera de verdad, porque el arquitecto no es quien dicta qué es lo que se construye, sino que es el sistema económico el que lo hace. Mientras no se supere al capitalismo, difícilmente será una norma el construir para el bienestar de la mayoría.
¿El artista satisface necesidades?
Sí, pero se trata de necesidades de otro tipo. Éstas exigen ser saciadas una vez que no se siente hambre, frío, ni cansancio. Ahora que, si la pregunta se dirige a la figura del artista como constructor, podemos decir lo siguiente:
Según el materialismo histórico, la infraestructura económica (modos de producción, relaciones de clase y maneras de distribución de la riqueza) condiciona la superestructura (el arte, la cultura, la ideología, etc.). La arquitectura, como toda formación cultural, está condicionada por la economía, la tecnología y la ideología dominante, la cual promueve —en el presente— el mito de la meritocracia. Así es que se exalta al “artista” como genio individual, cuando detrás de cada obra hay obreros, materiales, contextos, decisiones políticas y relaciones de poder. Se celebra la torre más alta, pero no se pregunta quién la limpia, quién la habita, o quién se queda fuera, como lo sugiere Bertolt Brecht en su poema “Preguntas de un obrero que lee”.
Aquí está el nudo de la cuestión: ¿Cuándo una construcción deja de ser sólo refugio y se convierte en “arte”? ¿Es arte una casa sencilla que permite vivir dignamente? ¿Y un edificio de diseño espectacular, pero inaccesible para las mayorías?
No diré que su valor se encuentra solamente en el uso que admite; creo que como especie hemos progresado y el arte es muestra de ello. Digo que considerar a quién sirve, cómo se construye y qué calidad de vida permite son cosas que tienen más peso para otorgar un valor a la arquitectura que la sola estética; por lo menos para este momento histórico en que la especulación inmobiliaria decide si hemos o no de tener vivienda propia, por ejemplo.
La construcción de la revolución
La lucha por una arquitectura verdaderamente humana es inseparable de la lucha por una sociedad sin explotación ni despojo. En esta lucha por una sociedad mejor no sólo se requieren estudiosos de la teoría revolucionaria, sino también —y son mucho más necesarios— los estudiosos de la técnica que materializarán los cambios en el mundo que la hagan posible.
Hoy más que nunca, los jóvenes —sean estudiantes de artes, ingeniería, medicina, o lo que sea— tienen el deber de mirar más allá de su campo y estudiar el mundo desde su base. Así como se puede explicar el por qué de una arquitectura condicionada por el capitalismo, también podemos proponer lo que responderá a la necesidad de una sociedad que se propone abolirlo. Y si al luchar por ello sientes pasión y eres capaz de transmitirla a otros, estoy seguro de que nada nos podrá detener.